1.png

Mírate con

mis ojos

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Rosario Rodilana 2018

© Editorial LxL 2018

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: septiembre 2018

Segunda edición: noviembre 2018

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-1751621-5

Gracias al desamor, porque así se puede escribir el amor, al secreto de una afición y las ganas de llevarla a cabo. Desde luego, gracias a mi familia, por nunca cortar la vena creativa que me tocó en esta vida, a mis hijos que nunca me dejan parar y a Alberto, por guardarme el secreto de mis noches escribiendo.

Gracias a Virginia Gil Arroyo, mi primera lectora e impulsora de esta faceta, por todas sus horas dedicadas en nuestras noches en Wattpad. Esto salió adelante por tu curiosidad, y la de cada una de las lectoras. Y a la propia plataforma por acortar distancias entre nosotras.

Gracias al empuje de Ana Gurdiel y Noelia Medina, sin duda os adoro. A Juana María Borras, qué sería de mi imaginación sin tu armario de las fantasías. Y por supuesto, no puede faltar Angy, por tu confianza y oportunidad.

A mi «yaya Paca» a Fran por cada tirón para arriba, a Princeso por ser tan acertado en sus palabras, a Solete por creer con tanta fuerza, y al Rubio, innombrables, pero necesario en el desarrollo de este proyecto que me aportó ese «Hazlo, aunque lo hagas con miedo».

Me dirijo hacia el baño para escaparme un rato de esto que llaman familia, la verdad, los veo poco o no tanto como desearía, pero dedicarse al mundo de la moda requiere todo el tiempo del que dispongo, gracias a Dios ellos siempre están ahí para mí y yo para ellos, aunque eso no quita que me agobie la situación, supongo que por falta de costumbre.

Si no fuera porque es el bautizo de mi sobrino y soy el padrino, posiblemente hubiese puesto una disculpa para no venir, miento, vendría, esto es por mi hermana y la adoro demasiado como para fallarle en un día tan especial para ella y para mi cuñado, uno de mis mejores amigos.

Creo que no conozco personas más enamoradas que ellos dos, están locos el uno por el otro, y por separado también, tienen un humor un tanto particular, no apto para todo el mundo.

Abro la puerta del lavabo, miro dentro, sorprendiéndome al ver una persona agachada rebuscando en una bolsa, me adentro un poco más y es cuando consigo ver que la persona que se levanta es una mujer. Alta, de pelo rizado, no está delgada, aunque tampoco gruesa, firme, se ve que es grande pero femenina. La cara no se la consigo ver, por lo que retrocedo y salgo a mirar el cartel del exterior de la puerta. «A que me he equivocado», pienso, pero no, veo que estoy en el sitio correcto, así que vuelvo a entrar. La chica se encuentra de espaldas a la puerta y se está sacando la chaqueta de cuero dejándola sobre el lavabo, lleva una camiseta sin mangas, poco apropiada teniendo en cuenta que fuera hace un poco de frío, no sé qué me pasa en ese momento, pero no puedo quitarle el ojo de encima, instante en el que se saca la camiseta. Tiene una piel lisa y tersa, sin tocarla diría que suave, está un poco bronceada indicando que viene de fuera, porque aquí el sol brilla, pero por su ausencia. Se agacha a la bolsa de nuevo y saca una prenda de color beige, se la pasa por la cabeza a la vez que se incorpora y la deja caer, me siento hipnotizado, es un vestido de fiesta largo, mete las manos bajo la falda y comienza a bajar el pantalón. No me salen las palabras, así que toso de forma exagerada para que se percate de que no está sola porque creo que no se ha dado cuenta, pero sin darse la vuelta dice:

—Si tienes que mear, hazlo, no voy a mirar creo que eso te gusta más a ti. —Mierda, sí se ha dado cuenta.

—Creo que te has equivocado de lavabo.

Ella continúa con su tarea sin inmutarse y soy yo quien se pone nervioso, no puedo dejar de mirarla y no entiendo el motivo.

—¿Es el lavabo de hombres? —pregunta como si no fuera obvio mientras saca sus botas y luego sus pantalones.

—Sí —contesto firme sin perderme detalle de sus movimientos.

—Pues estoy donde quiero estar, si no te importa, ya que estás, ¿puedes ser un caballero y ayudarme con la cremallera?, no llego. —Saca de la bolsa unas bailarinas a juego con el vestido, y una bolsa más pequeña que pone sobre el lavabo—. ¿Vas a ayudarme o te vas a quedar ahí?, porque si es así te voy a tener que cobrar el numerito.

Gira un poco la cabeza mirando sobre su hombro.

—Perdona, no eres un hombre —añado en forma de disculpa.

—¿No me digas? Si no me lo dices no me doy cuenta.

Descarada, me recuerda a alguien, aparto su pelo sobre su hombro, me acerco y poso mi mano en su cintura, sujetando el vestido, y con la otra voy subiendo la cremallera, recreándome en su piel con mis dedos, es tan suave como parecía. Cuando está arriba nos giramos hacia el espejo del lavabo, por fin veo su cara. Sus facciones son finas y perfiladas, pero sus ojos duros, sus cejas enmarcan unos profundos ojos azules, y su boca es rosada, en contraste con la piel, no tan bronceada como su cuerpo, sonríe y me mira a través del espejo, es preciosa y alta, nada parecida a las muñequitas que estoy acostumbrado a ver últimamente, esta es una mujer y presiento que de armas tomar.

Da un paso adelante sacando varias cosas de la bolsa que antes dejó sobre el lavabo, veo maquillaje, sombras y labial, con sus envoltorios, todo sugiere que viene directa de su viaje a lo que quiera que haga aquí, miro cómo recoge su pelo en una especie de moño que no le sale, sin su permiso, aparto sus manos…

—¿Pero qué hac...? —No acaba cuando ve cómo coloco su pelo en algo más decente de lo que ella estaba haciendo, se deja hacer, cuando acabo me quedo observando su cuello, qué ganas de pasar mis dedos, mueve su cabeza intentando ver lo que le he hecho y dice:

—¡Buen trabajo! ¿No sabrás maquillar? Porque ya sería la hostia —me dice y yo bufo, no suelo ver mujeres tan mal habladas, aunque me sigue recordando a alguien, no caigo a quién.

—¡Esa boca!, o también voy a tener que lavártela…, trae, a ver qué puedo hacer. —Se ríe.

—Por la boca no te preocupes que no tiene arreglo y por lo otro, gracias, me salvas el culo —lo dice para provocarme, lo sé, y no caigo.

—¿Tienes alguna cena?— pregunto casual, por hablar.

Justo cuando va a contestar se abre la puerta y entra mi cuñando todo apresurado, y nos mira.

—Te estaba buscando, ¡cuánto has tardado! —Cuando voy a contestar se me adelanta ella:

—El vuelo se retrasó. ¿Ya han llegado? —Estos dos se conocen, me estoy perdiendo algo.

—No, aún no. ¿Te vale lo que te ha elegido Sofí? Por lo que veo sí —dice observándola. ¿Sofí, mi hermana?—. Pues daos prisa e id saliendo. Por cierto, hacedlo por separado, no queda bien que los padrinos salgan juntos del baño, no al menos en los bautizos, el sexo de urinario es más para las bodas. —A este ser me recordaba, tienen el mismo humor de mierda—. Os espero fuera.

—¿Conoces a mi hermana? —le pregunto cuando ya ha salido mi cuñado.

—Eres su hermano, el famoso Jorge…, ahora entiendo lo del estilismo —lo dice con una sonrisa enorme, me encanta.

—Y tú eres Alba, su compañera de la universidad. —Espero no equivocarme, me dijo que la madrina del niño era su compañera.

—Corrijo: su compañera y amiga, así que vamos a compartir ahijado.

Me extiende la mano y yo se la cojo, cuando voy a llevarla hacia mi boca para besarla como un caballero, ella me la aprieta como si cerráramos un trato, esta mujer intuyo nos va a dar más de un dolor de cabeza.

Se agacha a por sus cosas, las recoge sin ningún cuidado, las mete todas juntas en la bolsa donde estaba el vestido, saca un bolso de mano y mete sus pertenencias más imprescindibles, además de una cámara que se ve un poco antigua y otra más pequeña y moderna.

—Con tu permiso, y sé que me lo darás, que para eso eres un caballero, voy saliendo, espera un poco, no queremos que nadie piense mal, ¿eh…? —Me guiña un ojo y se va riéndose con el bolsón en la mano, mientras yo me quedo parado como un pasmarote, esto pinta de todo menos aburrido.

Salgo del baño partiéndome de risa por dentro, creo que este hombre es demasiado fácil de provocar, lo que me voy a divertir.

¿Quién diría que Sofí tenía un hermano tan guapo?, bueno, en realidad, no es tan raro, ella es una de las mujeres más guapas que he visto en mi vida, soy fotógrafa y de eso entiendo un rato, tiene esa belleza atemporal, lástima que esta estúpida sociedad solo repare en su cuerpo fornido y no en su linda cara, claro que también viene con un carácter, bocaza y humor fuera de serie, la hicieron y rompieron el molde, le encanta reírse de sí misma y no para escudarse, sino porque puede, tiene una seguridad envidiable, ojalá se me hubiera pegado un poco, no se me pegó, pero me quedé con ella, bueno, y con Roberto, su marido, otro fuera de serie, los dos son mis amigos, lo más importante para mí, y desde que murió mi tío José, lo único, porque sí tengo familia, pero para los de mi sangre simplemente no cuento, aunque eso ya no me hace daño.

Hablando del diablo, no he avanzado tres pasos y del aseo de señoras salen mis tres hermanas, poco tardan en reparar en mí y yo voy sacando mi sonrisa de «¿qué tal?», más falsa que lo que recordaba.

—Pero mira lo que trajo el viento, mejor dicho, un huracán para levantar tal peso. —Y aquí vamos con la primera puñalada.

—¿Qué tal, Teresa?, yo también te veo bien, más delgada incluso diría yo. —Teresa es la hermana que va delante de mí, la menor de ellas tres, me mira con desdén, le jode no tener efecto en mí, ya no.

—¿Hace mucho que has llegado, has visto a padre? —Esa es Victoria, la segunda de ellas, es la única que parece que sabe que he estado fuera, le sonrío.

—Acabo de llegar, he venido directa y no he visto a nadie. —Giro mi mirada a la tercera—. ¡Hola, Elena! —saludo a mi hermana mayor en vistas de que no va a decir nada.

—Vamos, chicas, hay que tomar asiento, te veremos más tarde. —Sin mirar pasan al salón de la ceremonia.

Y me quedo ahí plantada en el pasillo de los aseos, realmente no sé qué esperaba al verlas, he estado fuera unos cuatro meses, ni una llamada, ni un mensaje, y ahora este cálido recibimiento, no puedo darme el lujo de lamentarme, ya no.

Se abre la puerta del lavabo de los hombres y deja salir al hombre que con tanto esmero me ha ayudado a parecer pasable, cambio mi cara… a una más risueña que tanto parece ser que jode, pero no es para hacerle daño, él no tiene la culpa de nada, a él se la pongo para que no vea lo que soy de verdad.

—Parece que al final saldremos juntos de aquí —dice con una sonrisa levantando sus cejas todo insinuante: otro terremoto como su hermana.

—Parece ser que sí. —Me ofrece su brazo y no dudo en cogerlo.

Pasa una camarera y le ofrezco mi bolsón para que me lo guarde, lo recogeré más tarde, dejo la bolsa con toda la confianza porque el sitio donde se celebra el bautizo es uno de los hoteles de Roberto, es dueño de una gran cadena de hoteles, y por ese motivo fue uno de los objetivos a conseguir por mis hermanas, chico listo que se libró de ellas.

Roberto ha sido de toda la vida el vecino de al lado, por ello nunca se dejó mangonear por ellas y fue de los pocos que siempre me ofreció una mano y cariño cuando en mi casa me lo negaban, razón por la cual somos grandes amigos y me llena el corazón que me haya elegido para ser la madrina de su bebé…, y eso a ellas las mata de envidia.

—Bueno, señorita, ¿vamos a darle un toque tórrido apareciendo juntos? —Nos reímos los dos, asiento y comenzamos a avanzar hacia el salón donde está todo el mundo.

Entramos en el lugar donde hay bastantes personas, familia de Sofí y Roberto, además, de amigos y vecinos, como es el caso de mi familia, motivo por el que se encuentran presentes, veo a mis hermanas sentadas con dos hombres que supongo serán la pareja de alguna de ellas, no los conozco, imagino que los habrán conocido estos meses que me ausenté.

Al fondo está mi padre acompañado de los de Roberto, pasamos de largo a mis hermanas, sin soltarme el brazo de Jorge, paseo erguida sin altanería, pero sí con postura, vamos junto a sus padres y Sofí, que se encuentra de espaldas. Cuando estamos llegando me adelanto y le tapo los ojos, es un poco infantil, pero es algo muy nuestro. Como no puede palparme, ya que sostiene a su hijo, suelta por su linda boquita:

—Sea quien sea, ya puede tener una buena excusa o estar fantástica para llegar tan apurada al bautizo de su ahijado. —Será bruja.

Bajo mis manos a sus hombros y miro por encima de ellos viendo al pequeño de la casa y digo:

—¡Hola, mi príncipe! Contigo es con quien voy a compartir a tu mamá, aunque me la vas a robar un poco te perdono por lo feliz que la vas a hacer. —Le doy un beso en la mejilla a Sofí y la abrazo por los hombros—. Gracias por el vestido, estás preciosa —digo en su oído solo para nosotras.

—Tú también, ya me han dicho que has conocido a mi hermano —dice ella de la misma forma, insinuante.

—Sí lo he conocido, creo que hasta lo he impresionado —le respondo con sorna y ella me sonríe.

—Eso no lo dudo. —Nos reímos las dos, hasta que una voz nos interrumpe:

—¿Ya has acabado de hacer el tonto? —Es la voz de mi padre, me enderezo, sereno mi cara y le miro.

—Hola, padre —le saludo, pero sin acercarme, no le gustan los gestos cariñosos y menos en público, mantengo mi distancia.

—Hola, Alba —saluda seco, aunque me conformo, al menos me ha saludado.

Se acercan los padres de mis amigos y la primera que se me abalanza es la madre de Sofí, una mujer muy alegre y cariñosa, debe ser fantástico crecer con alguien así, me da un beso y acto seguido lo hace su marido, un hombre aunque mayor muy masculino, muy guapo en su juventud y que ahora que lo miro, bastante parecido a Jorge. También se acercan los padres de Roberto saludando de la misma forma, para mí son como otros padres…, los que sí me querían, estaban al tanto de lo que en mi casa ocurría, pero jamás han dicho nada, siempre se limitaron a abrir las puertas de su casa para mí y reconfortarme con su cariño, su mamá dice que soy la hija que la vida le negó, tras el nacimiento de mi amigo, tuvo varios abortos hasta que tuvo que darse por vencida, la vida a cambio le puso en el camino una niña a la que sí le hacía falta el cariño que a ella le sobraba.

Mi padre no se dirige más a mí, llega el cura y comenzamos con el evento, es precioso, no paro de sacarle fotos. Es raro que la madrina lo haga, pero no voy a perderme ni un segundo del pequeño príncipe. En todo el tiempo no puedo quitarme la sensación de mal mirar de mis hermanas, las noto como si de puñales se tratasen.

Cuando todo acaba, pasamos al comedor, mis amigos han tenido el tacto de sentarme lejos de ellas, y lo han hecho haciéndome un sitio junto a ellos y sus familias. Compartimos risas y charlas agradables.

—Y, Alba, ¿qué tal este último viaje? Has estado en…—El padre de Roberto parece curioso, al tiempo que desconcertado. Descanso tan poco últimamente que parece que es difícil acordarse de cada lugar al que voy.

—En India.

Esto desata una agradable charla y sonrisas. Un contrato para fotografiar paisajes me gusta más que fotografiar personas.

—¿Recuerdas que Jorge es modelo? —Sofí al ataque—. Bueno ya has visto que es un figurín. —Se ríe la muy bruja, pero bien orgullosa que esta de su hermano.

Jorge me cuenta de su propia voz que se dedica a la moda, dato que ya conocía, pero le pega y la verdad no me extraña. Es un hombre guapo, alto, con facciones que parecen duras, pero unos profundos ojos azules, si no lo conoces intimida un poco, pero si lo haces de espaldas no tanto, pienso cuando me acuerdo de cómo lo he visto por primera vez.

—Entonces, ¿viajas mucho? —me pregunta directo, cuando cada quien charla con el de al lado.

—Bastante, la verdad, mi último viaje a la peluquería exprés del baño.

Su cara se descompone un segundo, pero se ríe.

—Que sepas que no encontraras mejor servicio.

Su orgullo por un trabajo bien hecho sale a flote.

—Cierto, ni tu mejor espectáculo.

Con un guiño y un rubor en sus mejillas le callo.

—No parecías un hombre —continúa, tratando de justificarse y yo me relamo por la siguiente:

—No creas, de espaldas tengo mi punto.

Hablamos de viajes y no dejamos de meternos pullas, pero de forma divertida, además de viajar no tenemos mucho más en común, él se dedica a la moda y la estética, ese desde luego no es mi mundo; soy una mujer grande, tosca y no muy agraciada, pero ha sido muy amable con la ayuda en el baño, lo cual agradezco.

Cuando la cena finaliza y sirven el postre, se bajan las luces un poco, se despliega una pantalla, comenzando a aparecer unas imágenes de Sofí y Roberto durante el embarazo, el hospital y fotos del pequeño Nico, el príncipe, todo esto adornado con textos, mensajes de sus familiares y amigos, finalizando con una foto tomada hace un rato, los miro mientras todos están pendientes de la pantalla, ellos me contemplan a mí y dicen: «Gracias» y yo igual vocalizo sin hablar: «Felicidades», no les queda duda de quién es el regalo, toda su familia me ha ayudado, pero es lo que ellos se merecen… y yo puedo darles un recuerdo para toda la vida, también no me queda duda, por la mirada de Jorge, que no se ha perdido detalle de nuestro cambio de palabras.

La loca de mi amiga se levanta y viene hacia mí.

—Gracias, gracias. —Alterna ricas palabras con besos, se nos une Roberto y por un momento volvemos a ser los tres amigos de la universidad. Se me llena el corazón tras un abrazo y lágrimas, nos separamos bajo la atenta mirada de todos, unas buenas y otras que matan.

Tras una noche llena de cariño para mis amigos, ya es tarde y tengo ganas de irme, discretamente recojo mis cosas y me despido de mis chicos, con la promesa de vernos mañana, no les gustó cuando desaparecí sin decir nada, pero soy una solitaria y así prefiero estar. Salgo a la calle y me encuentro con un Jorge elegante con su abrigo.

—Ya tardabas, vamos —me dice muy seguro para mi sorpresa.

—No recuerdo haber quedado contigo —le digo porque no me lo esperaba.

—Te he visto irte sin hacer ruido y no voy a dejar que alguien tan importante para los míos se vaya a casa sin escolta a estas horas —suelta, tan fresco, no sé si soy una imposición o lo dice porque de verdad quiere llevarme.

—Pues gracias, pero seguro que tienes algo o a alguien más interesante y bonita por ahí para acabar la noche, como para perder tu tiempo, no es necesario. —Cuando voy a ir hacia la parada de taxis, coge mi brazo y tira de mí hacia él.

—Ni tengo, ni quiero algo más interesante para hoy. —Eso no me lo esperaba—. Vamos que solo te voy a llevar, no comiences una disputa innecesaria. —Da por zanjado el tema y yo quedo vencida, me abre la puerta de su coche y acabo como nunca imaginé: llevada a casa por un caballero.

Es miércoles y tengo una reunión en el centro, no me gusta demasiado porque aparcar es un castigo, pero a la vez me encanta pasear por las calles viejas de la ciudad. He quedado con un socio para almorzar y poder cerrar un trato, un hombre un tanto excéntrico que huye de los convencionalismos de las oficinas y sus formalismos, aunque es bastantes años mayor que yo, lo considero más un amigo que un socio, él me guio en mis inicios en la industria y gracias a sus consejos he progresado en los negocios.

Elegimos un pequeño restaurante con una terraza, muy vistosa, un sitio acogedor y bonito, muy del carácter de mi amigo. Llegamos casi al mismo tiempo, nos saludamos con un abrazo como es nuestra costumbre, nos anunciamos y una camarera nos guía hasta nuestra mesa, cómo no, fuera. Marco es un fan del sol, su carácter mediterráneo prima ante todo, así nos disponemos a disfrutar de nuestra comida, pero algo al otro lado de la calle, llama mi atención.

Alba, ella está en un café en la acera de enfrente, parece ser que también en una reunión. Vestida con una camiseta holgada que no le hace ningún favor a su figura. Es una mujer alta y bonita, no está escuálida ni tampoco gruesa, tiene la carne donde debe, unos hermosos y generosos pechos, una cadera ancha, su cintura no es marcada pero sí femenina en todo su ser. Hoy lleva su pelo liso, lejos de la maraña con la que la conocí, está acompañada de otras dos personas y sujetan una especie de blog negro, seguro que habla de trabajo por cómo sonríe y gesticula, los ojos se le iluminan, no le puedo quitar la vista de encima, hasta que veo una mano tapándome los míos.

—Eh, no me escuchas —dice Marco, luego gira su mirada hacia la otra acera y no le hace falta ver mucho para adivinar lo que estaba mirando—. Es bonita. —Sigue observando—. Muy bonita y muy mujer, no como las muñecas que ahora se ven. —Marco fue todo un galán en su época de juventud, y aún hoy conserva sus dotes para seducir a una mujer, las ha conocido de todo tipo y es un experto.

—Quita tus ojos —suelto sin más, no sé qué se me pasa por la cabeza e incluso ha sonado un tanto brusco—. Perdona. —Me mira fijo, sin perderse detalle de mi reacción.

—Querido Jorge, esa es una mujer no un juego, jamás has reaccionado así, ¿la conoces?

—Es la madrina de mi ahijado, la amiga de Sofía y Roberto, la conocí el sábado en el bautizo, es una mujer, cómo decirlo, peculiar —contesto, quedando claro que no es una desconocida.

—Ya veo…ya, Jorge, te voy a decir algo, en mi vida he tenido muchas aventuras, pero pocas veces he dejado que las mujeres pasen esa raya, pero te diré una cosa. —Señala al otro lado de la calle—. Si me aceptas el consejo, esa es una por la que yo sujetaría la puerta de mi corazón y cuando estuviera dentro cerraría para no dejarla salir, aunque me temo que ya se te ha metido dentro.

—Marco, eres único, apenas la conozco… ¿cómo voy a ser tan intenso?, eres un romántico en la sombra —aseguro riendo.

—No, lo que soy es un viejo, pero hazme caso, que sabe más el diablo por viejo que por diablo. —Niego con la cabeza y los dos reímos, aunque creo que demasiado alto, porque cuando vuelvo a girar mi cara me topo con la de Alba mirándome con una gran sonrisa y eso me calienta el pecho.

Levanto mi mano a modo de saludo, acompañado de una sonrisa, ella me devuelve el mismo gesto. Se gira a sus acompañantes y se empieza a despedir, recoge su bolso y lo cuelga en su hombro, con la otra mano coge la bolsa donde estaba su blog, cuando va a cruzar la calle para venir a nuestro encuentro, un chaval le da un tirón del bolso, lo que hace que se caiga al suelo, pero como mujer tozuda no lo suelta. El ladrón intenta darle otro tirón, pero ella se aferra con más fuerza, salgo corriendo hacia ellos cuando veo lo que ocurre, él la arrastra un poco, pero justo en el momento en que iba a llegar a él para cogerlo, ve mis intenciones, suelta la correa y echa a correr perdiéndose entre la gente, vuelvo sobre mis pasos, encontrándome a una Alba magullada y caída en el suelo.

—Señorita, cae usted con mucha elegancia —le digo con guasa para quitarle hierro al asunto.

—Cierto, lo hago tantas veces que tiene usted razón, me caigo con elegancia, ¿podría el caballero ayudarme a levantar mi culo de la acera? —Será bruja, le voy a lavar la boca. Ofrezco mi mano, la agarra y cuando voy a tirar para ayudar a que se levante, su cara hace una mueca de dolor, me agacho para levantarla en condiciones, tiene dolor en el brazo y en un tobillo, la sujeto apoyándola en mi cuerpo, agarrándola por su cintura.

—Te llevaré a urgencias, tengo el coche cerca. —Ahora es cuando el pesar de tener que conducir hasta aquí, compensa.

—No te preocupes, puedo coger un taxi. —Cabezota, no se lo cree ni ella.

—Vamos. —No le doy opción, no la suelto. Con lo cabezona que es, la veo yéndose aunque sea a la pata coja.

—Te he dicho... —Se queda cortada por la voz de Marco.

—Jorge, no puedo quedarme más —habla Marco, lo había olvidado totalmente—, me ha surgido algo de última hora, señorita —dice cogiéndola de la mano para llevarla a su boca, no puedo evitar el recuerdo de cuando yo le hice el mismo gesto y ella me apretó la mano, pero a Marco le deja terminar la acción, siento un pellizco de celos, a él no hay mujer que se le resista.

—Soy Alba —dice ella.

—Lindo nombre, Alba, me lo cuidas, y Jorge, no olvides lo que te he dicho, hazle caso a este viejo, nos vemos. —Mira a Alba—. Señorita. —Asiente y se va con su porte de galán.

—Hasta luego, Marco —me despido.

—Caballero —se despide ella.

Sin más recojo sus pertenencias y la guío hacia mi coche, el cual está en un parking cercano. Acudimos a urgencias donde colocan el hombro de Alba, que finalmente tenía dislocado y vendan su tobillo, le recomiendan un par de días de reposo y unos antiinflamatorios para el dolor.

Cuando está dentro de la consulta, el curioso que habita dentro de mí saca el blog de la bolsa, comienzo a ver su trabajo, en una palabra: impresionante. Para ser tan joven es muy buena, lo guardo y no pasa demasiado tiempo hasta que sale.

—Ya estoy lista. —Risueña incluso magullada.

—Bien, pues vamos, te llevo a tu casa.

—Creo que ya has hecho suficiente. —No va a dejarme llevarla, ¿por qué siempre se está negando cuando quiero ayudarla? Empiezo a pensar que tiene miedo o es una especie de escudo, me intriga.

—Vamos, Alba, no seas así. —Cojo sus cosas con una mano y con la otra la agarro de la suya, avanzando a la salida. En menos de un cuarto de hora llegamos, la noche del sábado no subí, pero hoy está magullada, no voy a dejar que se niegue.

La ayudo a bajar del coche, con la suerte de que aparco en la puerta de su edificio.

—Las llaves. —Me las da y abro, subimos, cuando estamos delante de la puerta levanta su cara y me dice, con miedo:

—Eres la primera persona que viene a mi casa.

No la creo porque resulta imposible esa afirmación, tiene familia, amigos, aunque sea alguna vecina.

—Bien, no creo que sea tan espantoso —digo para quitarle hierro porque veo que se está agobiando, resopla, pero abre la puerta del todo para dejarme pasar.

Entramos en mi apartamento y cierro la puerta, de repente me siento insegura de tenerlo aquí. Jorge es un hombre sofisticado…, fino, no encaja en mi pequeño espacio, no sé en qué pensaba al traerlo, no ha querido creerme cuando le he dicho que es el primero en entrar, pero es así, ni Roberto, ni Sofí han venido y mucho menos nadie de mi familia, es más, estos últimos dudo que sepan que existe o que al menos es mío, es lo único que tengo de donde nadie me puede echar.

Como buen caballero me ayuda a acomodarme, quita mis zapatos y pone unas zapatillas, él me imita cuando le digo que no entro nunca con zapatos que vienen de la calle, soy un poco maniática, lo acata sin decir nada y deja los suyos en el recibidor, creo que le parece bien.

Entramos un poco más, no mucho porque se nos acaba el espacio, es muy pequeño, pero para mí me sobra, me ayuda a sentarme en el sofá, me duele el hombro mucho más que el pie, que apenas ha sido un traspié, un poco de descanso y estaré bien.

Él se queda de pie y recorre con la mirada todo el espacio, parece curioso y complacido con cada cosa que analiza.

—¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo —pregunta con preocupación.

—No, estoy bien, quizás un té para poder tomar las pastillas.

—Vale, dime dónde están las cosas y lo preparo —le voy indicando y en un momento lo tengo reposando en la mesita del salón, bueno salón comedor, casi dormitorio, la verdad es que no tengo paredes más allá de las del baño, es todo un espacio abierto.

—Jorge, eres una caja de sorpresas, qué resuelto. —La sorna se palpa, sonrío.

—Mira, pequeña, aquí donde me tienes, no podría vivir solo de ser guapo. —Nos reímos, pero bien sabemos los dos que podría vivir de ser guapo, antes era modelo, ahora, aunque lo sigue siendo, también tiene varias empresas dedicadas a la imagen, es un tío inteligente porque ha sabido evolucionar más allá de él mismo y labrarse un futuro.

—Bueno, hombre…, solo guapo, gracias por quedarte conmigo. —No quiero que piense que soy una desagradecida, solo que no estoy acostumbrada a que nadie esté pendiente de mi persona.

—No tienes que dar las gracias, si ya sabes que lo nuestro son los encuentros extremos. —Volvemos a reír.

—No, en serio, ¿qué querías que te dejase tirada en la calle?

—No, hombre, no seas tan radical, pero podías haberme dejado en el taxi e irte —digo como si fuera lo más normal.

—Alba, ¿se puede saber con qué clase de gente te relacionas tú? —Me callo porque no sé qué contestarle.

Se levanta de mi lado y repasa una pared, donde tengo unas pocas fotos, están Sofí, Roberto, algún paisaje que me ha marcado y mi tío José, el mejor hombre que he conocido. Se acerca a observarlas mejor.

—Me tienes que conseguir fotos indecorosas de mi hermana, para futuros tratos —dice mientras ve una foto de Sofí y yo haciendo el bobo en la universidad. Pasa un rato mirando la pared y yo a él, es tan masculino que intimida un poco.

Decido parar porque parezco una acosadora, me distraigo y observo por la ventana, el piso es enano, pero fue esa ventana por lo que me decidí. Tiene unas vistas de la ciudad únicas, al menos para mí, no me doy cuenta de que se ha sentado a mi lado hasta que toca un poco mi brazo para llamar mi atención.

—Alba, no me lo cuentes si no quieres, pero ¿por qué no hay fotos de tu familia? —Sin quererlo bajo mi mirada, ante el doloroso recuerdo de los míos—. Perdona, no he debido preguntar, no es asunto mío —dice con pesar ante el dolor de mi reacción.

—No, está bien, porque ahora que nos conocemos, seguro que vamos a vernos por aquí, y es mejor que lo sepas, así no habrá sorpresas. —Por qué no contárselo, para la gente que me conoce no es un secreto, bueno, o no todo al menos.

Suspiro y continuo:

—¿Sabes quién es mi padre? —le pregunto.

—¿El pastelero? O eso me pareció el otro día en el bautizo, cuando le llamaste.

—Si te oyera te daría de collejas, según él es el maestro confitero, te habrás fijado en mis tres hermanas, rubias, delgadas, muy femeninas, son el espejo de mi madre, mujeres para casarse. —Así nos lo enseñaron en casa, una mujer se debe a su imagen y esta la de su marido.

—Las Barbies las llamo yo, hay una que es un poco, cómo diría, pesada, en cada evento en el que me encuentro, se pega como una lapa.

Esa debe ser Teresa, por lo que vi la otra noche es la que aún sigue soltera, otro punto más para odiarme: la amistad con Jorge.

—Bien, ellas siempre han sido y serán las niñas de la casa, papá las adora, son sus nenas, yo en cambio no fui producto del amor como fueron ellas, mis padres me tuvieron para intentar solucionar una de sus múltiples crisis. Cuando yo nací la más pequeña de ellas tenía seis años, sus celos fueron descomunales y enfocados hacia mí, ellas están muy unidas, me vieron como algo que no debería de estar ahí, una intrusa. Yo soy morena, alta, tosca y gruesa, todo lo que ellas no quieren o repudian por imagen. Se han ocupado toda mi vida de hacerme saber cuál es mi lugar en la familia, el mismo que hay para ellas en mi pared. —A estas alturas ya estoy un poco implada, pero me controlo son demasiados años soportando la misma historia.

—¿Y tus padres? —pregunta Jorge.

—Cuando se separaron yo apenas tenía nueve años, era una niña, el juez me envió con mi madre, mi padre tampoco se opuso demasiado, ¿qué iba a hacer él con una nena?, mis hermanas eligieron quedarse con él, su estilo de vida pesó bastante, no estaban acostumbradas a vivir humildemente.

Jamás lo hubieran aguantado, pienso.

—Mamá no sacó mucho en el divorcio, se marchó con su familia y me llevó con ella, mis hermanas también la odiaron por irse lejos. A mí no me fue mejor con mi madre, soy la imagen de mi padre, ella siempre me tuvo rencor por ello, decía que mirarme a mí, era verlo a él, para cuando se separaron ya se odiaban bastante, yo era un recuerdo constante de ese hombre, nos marchamos con mis abuelos, ella no estaba a gusto allí, me dejaba durante días sola con ellos, nunca renunció a un nuevo marido que la mantuviese, y al final lo consiguió, ahí es cuando yo ya no le hacía falta para recibir dinero de mi padre y me envió con él devuelta, para entonces éramos extraños obligados a entendernos.

—¿Cuantos años tenías cuando volviste?

—Tenía dieciocho, no me aguantó mucho tiempo, enseguida buscó una universidad a la que mandarme, me dejó estudiar lo que quisiera, siempre y cuando no estorbara, elegí fotografía y conocí a Sofí, me reencontré con Roberto y lo demás…, más o menos lo sabes. —Para cuando acabo alguna lágrima se me ha escapado, él las ha dejado fluir libres por mi cara, lo cual agradezco, ya que me he abierto a contarle mi patética historia.

—Tus hermanas, ¿cómo te recibieron?

—Para ellas era la niñata que volvía del pueblo, una paleta según lo más suave que me dijeron la misma tarde que volví, dejaron claro que eran ellas y por otra parte yo, nadie apenas me recordaba y otros no me conocían, fue fácil hacerme el vacío social. Los padres de Roberto sí me recordaban, ellos me recibieron como si fueran mi familia, al menos alguien se alegró de mi regreso.

Espero que con eso se conforme.

—¿Ahora entiendes que no estén en mis paredes? —preguntó, al darme cuenta de su silencio.

—Y el señor, ¿quién es?

Mi cara se transforma en pura alegría ante el recuerdo del mejor hombre que he conocido.

—El señor es mi tío José, era el hermano de mi madre, vivía con mis abuelos cuando fuimos con ellos, él me hizo de figura paterna, se ocupó de mí cuando nadie me quería, los yayos eran mayores y oscos, mi madre andaba a la caza de marido y yo solo estaba allí, una niña entre adultos. ¿Sabes?, él me regalo mi primera cámara, gracias a él me enamoré del que hoy es mi oficio, nunca lo olvidaré. —Una lágrima de alegría escapa entre tanto mal recuerdo.

—La cámara es la que usaste en el bautizo, ¿verdad? —Asiento—. Eres una mujer fascinante, aun cuando la vida ha sido una cabrona contigo, tú muestras una sonrisa, ahora entiendo que seas tan diferente, eres tú misma. —Me sonríe y muero, qué guapo.

—¡Jorge, esa boca! A ver si todo se pega menos la hermosura, ¿sabes por qué no solté el bolso cuando me dieron el tirón? —Lo miro y niega—. Porque esa cámara va siempre conmigo, no quiero perder los pocos recuerdos que tengo buenos.

Zanjamos el tema en ese punto, el resto de la tarde la pasamos hablando de libros, viajes, su trabajo… Como ya he dicho es un hombre inteligente, de mi trabajo le cuento que publico libros con mis fotos y que se venden bastante bien, a pesar de la temática.

Cuando nos damos cuenta es muy tarde, ya hemos cenado algo, ha sido tan genial verlo moverse por mi cocina, no parecía que fuese la primera vez que venía, tan familiar, tan a gusto, me da miedo estar tan cómoda con alguien y más con un hombre.

Wow! ¿Has visto la hora que es? Es tarde —le digo haciéndolo reír.

—Sí, se ha pasado volando. —Sonrío y me mira fijamente—. Alba, ¿puedo llamarte alguna vez y cenar juntos?

¿De dónde ha salido eso?

—Jorge, no soy tu tipo, además, saldré de viaje, no creo que sea buena idea.

No hay más que verlo para darse cuenta de que hombres como él, no salen con chicas como yo.

—¿Mi tipo? ¿Cómo sabes cuál es mi tipo? No me gusta que me juzguen, soy guapo y lo sé, pero no estúpido —dice un poco serio—. Mira, no sé qué tienes contra ti misma, pero para mí eres una mujer preciosa a la cual me encantaría llevar a cenar porque he pasado una de las mejores tardes de mi vida.

Me quedo callada, eso no me lo esperaba, se levanta de su sitio, camina hasta mi lugar, coge mi mano y me levanta, sin esperar toma mi cara y acerca la suya, une nuestros labios, son suaves, húmedos, se mueven con agilidad, pero sin presión, la mano que no tengo inmovilizada se aferra a su cintura solo sosteniéndome, le respondo al beso y detecto una leve sonrisa en sus labios, baja una de sus manos hasta mi cintura y la otra la mantiene en mi mejilla, continuamos un poco más y, cuando rompe el beso nos miramos fijamente.

—Te voy a llamar, vamos a cenar, y voy a presumir de llevar del brazo a una mujer hermosa, que es lo que eres. —Me vuelve a dar otro beso corto—. Hasta pronto.

Con las mismas sale de mi pequeño reino que hoy ha sido invadido por un hombre roba besos.

Me quedo plantada como una idiota, mirando a la puerta por donde se ha ido y que nunca volveré a mirar igual, porque por ella hoy ha entrado y salido este hombre… que intuyo va a poner mi mundo patas arriba, solo espero no salir dañada, tengo tanto miedo de confiar en alguien que esa es mi peor piedra en el camino: yo misma.

Después de besar a Alba y dejarla sin palabras, salgo de allí porque no sé si hubiera aguantado no llevarla a la cama, ella es una mujer para saborear y no para saquear una noche.

Con todo lo que me ha contado hoy, tengo una idea de por qué tanta actitud defensiva, es normal que no se fíe, pero yo quiero ganarme su confianza y un lugar en esa pared, exclusiva para la gente que está en su corazón. Creo que las palabras de Marco tienen más sentido una vez formulo este pensamiento en mi cabeza, y sé que si es así estoy jodido porque ya he caído.

***

Esta semana hay trabajo fuera de la ciudad, haremos las fotos para los catálogos de verano y he decidido ir a supervisar. Hoy se hace la sesión en una bonita playa, y el equipo ha madrugado un montón para no tener que trabajar con tanto calor.

Mis compañeros se están esforzando para que todo salga bien, hoy la sesión es con las chicas y mañana con los chicos, la jornada será larga como para hacerlo con todos en un día. No tenía pensado venir, ya que el jefe no pinta mucho en una sesión, pero necesitaba un respiro; playa y sol sonaban a promesa de descanso.

Apenas llevamos una hora de trabajo, cuando aparecen un grupo de tres, dos chicas y un chico, nuestra sesión es privada, no puedo permitir ningún tipo de filtración, se trata de la campaña de verano y me juego mucho dinero.

Sin dejar que se acerquen más, escojo a uno de los ayudantes y me dirijo hacia ellos. Justo a unos metros de encontrarnos, llamo su atención:

—Perdonad. —Los tres levantan la cabeza, sorpresa inesperada, mira a quién me encuentro: Alba—. ¡Hola!, ¡cuánto tiempo!

Es ironía apenas nos vimos unos días atrás, abre sus ojos como platos, tampoco me esperaba y menos después de ese beso, que he estado recordando todos estos días.

—Hola, empiezo a pensar que tienes dobles que han decidido cruzarse en mi camino cada pocos días. —Sonríe de verdad, aún no la he visto ser falsa ni una sola vez.

—Te recuerdo que eres tú la que siempre se cruza en mi camino —la última palabra la mía, y sé que le mosquea—, dijiste que saldrías de la ciudad, pero no pensé verte aquí.

—Pues parece que estamos condenados a encontrarnos —dice con dramatismo, mira que es chistosa.

—Eso parece, encontrarnos y entendernos —le dejo caer como si nada—. No, ya en serio, estamos en una sesión de fotos y es privada, no sabíamos que habría alguien más.

Hay apuro en mi voz y sé que lo ha notado, me mira y ve que va en serio.

—Hablemos —dice ella y nos apartamos un poco—. Estoy aquí porque un hotel nos ha contratado para realizar un montaje sobre la isla, están renovando toda su publicidad y este es uno de los espacios elegidos —me explica.

—Vale, tienen a la mejor, será un éxito, seguro.

La halago, aunque sé que es verdad, desde que me la crucé en aquel baño, he investigado su trabajo y para ser tan joven es muy buena.

—No seas pelota, escucha, mi equipo es profesional, pero para evitar problemas tengo más localizaciones… Hoy me iré a otro lado, ya volveremos otro día.

—Gracias, de verdad, esto supone mucho dinero —le digo sin ninguna vergüenza—. Alba —la llamo y ella levanta su mirada hacia la mía—. Estaré varios días en la isla, ¿querrás cenar conmigo?, solo si quieres —le recuerdo con esto la cena que le dije que tendríamos, recalco porque ya me dejó claro, en otro de nuestros encuentros, lo arrogante que soy.

—Don Jorge, ¿se encuentra usted bien?, preguntando y no ordenándome, creo que solo por esa novedad se merece usted esa cena.

Muero. Por fin la va a aceptar sin luchar, me siento un pasito más cerca.

—Señorita Alba, no se pase usted de la raya. —La miro serio—. De verdad, gracias. —Cambio mi gesto.

Nos intercambiamos los números de teléfono, porque hasta hoy no los habíamos necesitado y quedamos en llamarnos, para ir a cenar.

Esa misma tarde, al terminar, la llamo, mi humor no puede ser mejor, el trabajo ha salido genial y la sesión de mañana apunta que va a ser igual de buena. Marco y espero con impaciencia.

—Sí. —Su voz suena un tanto pastosa, como si estuviera dormida, es raro porque es temprano y Alba no creo que sea de siestas, porque por lo poco que la conozco se la ve muy activa.

—¿Alba? —Me preocupa.

—Sí, soy yo, ¿quién es? —Suena más dormida que despierta.

—Alba, soy Jorge, pensé que habías guardado mi número.

Me enfada un poco que sea tan descuidada.

—Perdona…, sí lo hice, pero he descolgado sin mirar, estaba acostada.

—¿Te encuentras bien? ¿Se te han acabado las pilas? —bromeo.

—Muñeco, yo soy incombustible, pero claro, un vejete como tú no me puede seguir el ritmo. —Se ríe sin muchas ganas.

—Mira, niña, este vejete te va a terminar dando un par de azotes por descarada, y ahora en serio, ¿qué te ocurre?

—Me he pillado una insolación, cuando hemos querido llegar a la otra localización era un poco tarde, pero tengo los días contados para hacer todo el trabajo y se me ha ido un poco la mano, y cuando hemos vuelto me encontraba mal.

—¿Te ha visto un médico?

—No hace falta, un poco de descanso, agua y comida, será suficiente, tranquilo, que no es la primera vez que me pasa.

—Vale, ¿has comido ya? —le pregunto un poco seco, estoy molesto, ¡que mujer testaruda!

—No, bajaré en un rato.

—¿Por qué no pides que te suban algo a la habitación?

—Porque este lugar no tiene ese tipo de atenciones.

—Alba, ¿dónde estás alojada? —exijo una respuesta.

—Jorge, tranquilo, que no estoy en la calle.

—Alba, ¿dónde? —Se calla un momento.

—Vale, es un hotel cerca del puerto.

—Yo estoy cerca de ahí, ¿cómo es el nombre del lugar?

—No estás cerca —me corrige—. Es en el puerto, pero al otro lado de la isla, donde están los pequeños pescadores.

—¿Tú no sabes lo que es trabajar cómodo, o llegar y descansar con comodidad? —la riño.

—Jorge, ya vale, lo que para mí es comodidad… para ti no lo es, ya dejamos claro que pensamos diferente.

En nuestros pocos encuentros hemos discutido por diferentes cosas, aún no he encontrado una persona a la que le gusten las cosas tan diferentes como a ella.

—Dime el lugar, quiero ver que estás bien.

—Jorge, para, no estoy de humor para una sesión de control, gracias por preocuparte, pero hasta aquí.

—Alba...

Mis palabras se quedan en el aire. Me ha colgado. Desde luego que esta tía tiene más huevos que cualquier tío que conozco. Otra estaría lloriqueando por estar mal y esta se enfada y me cuelga.

Llamo a mi chico de confianza y en menos de diez minutos, sé dónde está, marco al servicio de habitaciones y pido que preparen una cena para llevar, la comida no tarda en llegar, ni yo en ir a su encuentro.

Localizo el hotel, o mejor dicho pensión, bueno, no sé cómo llamarlo, pregunto por ella y me dan el número de habitación, llamo y espero, se oye de fondo un «voy», y al momento se abre la puerta. Una Alba somnolienta abre con su pelo suelto, melena rizada con vida propia, una ancha camiseta sin mangas, que se ve que están cortadas por ella, y unas bragas de algodón negras. Se cruza de brazos dejando claro que no lleva sujetador, sin saber cómo, mi cuerpo reacciona, jamás una mujer tan desaliñada me había puesto tanto, hago un esfuerzo por aparcar mi instinto, pero cuando voy a hablar no me da tiempo y lo hace ella con voz y cara de cabreo.

—¿Qué cojones haces aquí? Te dije que no hacía falta que te preocuparas.

—Hola, Jorge, ¿quieres pasar a mi humilde morada? Porque sí, Alba, de humilde te has pasado a rácana, ¿qué haces en este lugar? —le pregunto por no decir que le voy a lavar la boca con un estropajo por mal hablada.

—Este lugar es perfecto para mí, tú no puedes entenderlo y no creo que tenga que dar cuentas a nadie, hace mucho que no lo hago y no tengo intenciones de empezar a hacerlo ahora, gracias por venir, pero puedes irte por donde has venido.

Me va a cerrar la puerta en la cara, pero me da tiempo a poner la mano y abrirla, paso sin permiso, porque ha dejado claro que no me va invitar a entrar.

—Joder, Jorge, en serio, no estoy para juegos, por favor, no tengo ganar de discutir, mañana si quieres quedamos y diferimos sobre lo que quieras, pero no ahora.

Según me va soltando el discursito, sus manos van hacia sus sienes, las frota y sus ojos se van cerrando, señal de que le duele la cabeza. La contemplo cuando no se mueve de al lado de la puerta, con la intención de que me vaya.

—Alba, no he venido a discutir, sino a ver si estabas bien, y veo que no lo estás, déjate ayudar. —Me acerco a ella y la sujeto por los hombros sacudiéndola un poco para que abra los ojos y me preste atención—. ¿Por qué te cuesta tanto entender que alguien se preocupe por ti? Comes algo, te veo y me voy, prometo no ser más molesto.

Me mira dudosa y dice: