UNA AUSENCIA ILUMINADA

SILENCIO, CONCIENCIA Y CONTEMPLACIÓN

 

 

Martin Laird

 

Para Mónica y Tom Cornel,

del The Catholic Worker

 

 

Yo soy

(ÉXODO 3,14)

 

Permaneced en mí

(JUAN 15,4)

 

Tú estabas dentro y yo fuera

(SAN AGUSTÍN)

 

Tú eres el espacio que envuelve todo mi ser

y lo encierra en sí

(EDITH STEIN)

 

Esa es la cuestión –dice Shug–. Lo que yo creo.

Dios está dentro de ti y dentro de cada cual.

Tú vienes al mundo con Dios.

Pero solo lo encuentra aquel que lo busca

dentro de sí

(ALICE WALKER, El color púrpura)

AGRADECIMIENTOS

 

En contraste con las deudas financieras, las de gratitud nos sostienen en vez de desgastarnos. Mis deudas de gratitud contraídas hace ya mucho tiempo son numerosas: a Joan Rieck, que durante más de veinte años me ha enseñado más sobre el camino del silencio que el sosiego de cualquier bosque; a Dom Cyril, de la cartuja de St. Hugh, Parkminster (Reino Unido), así como a Dom Bernard (d.e.p.), de la abadía de Guadalupe, Lafayette, Oregon (Estados Unidos); a Pauline Matarasso por su amistad inquebrantable y destreza en la corrección de pruebas; a Carolyn Osiek, RSCJ, a mis hermanos en la Orden, Paul Graham, OSA, y Mark Minihane, OSA, del priorato de Santa Mónica, Londres, por compartir generosamente el primer silencio de la mañana y cederme la planta superior del priorato para poder trabajar en este libro. Me siento eternamente agradecido a Werner Valentin por su receptiva ayuda en el pasado, y, por último, a un viejo amigo al que querré siempre.

Cynthia Read, de Oxford University Press, y Elizabeth Wales, de Wales Literary Agency, me han alentado constante y compasivamente en épocas difíciles. Gracias también a Lisbeth Redfield por toda su asistencia técnica.

La Universidad de Villanova ha sido mi comunidad académica y mi hogar durante los últimos trece años, y estoy muy agradecido por el apoyo del Departamento de Teología y Estudios Religiosos. Siento especial gratitud por la amistad de Christopher Daly, Kevin Hughes y Thomas Smith, entre otros muchos colegas y amigos.

Los libros se escriben mayormente en soledad y, como toda soledad fructífera, esta es esencialmente eclesial, el don de la comunidad. Por ello mi gratitud alcanza a tantos: John FitzGerald, OSA; Mary Grace Kuppe, OSA; Richard Jacobs, OSA; Brian Lowery, OSA; Thomas Martin, OSA; Gerald Nicholas, OSA; Benignus O’Rourke, OSA; Raymond Ryan, OSA; Theodore Tack, OSA, y James Thompson, OSA. Me gustaría expresar también mi gratitud por la amistad y el apoyo de Kay Buxton, Michael Coll, Betty Maney y Polly Robin. En último lugar, pero de ninguna manera en menor medida, mi gratitud también a los muchos monasterios carmelitas diseminados por toda Gran Bretaña, que me han acogido como a un hermano querido.

Las citas bíblicas, si no son de memoria, proceden de varias traducciones inglesas: la Nueva Biblia de Jerusalén, la Nueva Biblia Americana, la Nueva Versión Estándar Revisada. Mi agradecido reconocimiento por permitirme citar las obras que rezan a continuación: a Bloodaxe Books, Ltd., por permitirme citar a David Scott, Piecing Together, y R. S. Thomas, Collected Later Poems. A Pauline Matarasso por permitirme extraer citas de The Price of Admission (Cambridge, Broughton House Books, 2005). Al Orion Publishing Group por permitirme citar a R. S. Thomas, Collected Poems 1945-1990 (J. M. Dent, sello editorial de The Orion Publishing Group, 1993). «Trece maneras de mirar a un mirlo», extraído de The Collected Poems, de Wallace Stevens (copyright 1954 de Wallace Stevens, revisado en 1982 por Holly Stevens, utilizado con autorización de Alfred A. Knopf, una división de Random House, Inc., y de Faber and Faber, Inc. A The Estate of Robert Penn Warren por permitirme citar «The Enclave», en Selected Poems: 1923-1975 (Random House, Inc., 1975; copyright 1975 de Robert Penn Warren). Extracto de «Sunlight», tomado de «Mossbawn: Two Poems in Dedication», de Opened Ground: Selected Poems 1966-1996, de Seamus Heaney (copyright 1988 de Seamus Heaney. Reimpresión autorizada por Farrar, Straus and Giroux, LLC, y Faber and Faber, Inc.).

INTRODUCCIÓN

ERIZOS Y ZORROS

 

Isaiah Berlin y santa Teresa de Ávila no suelen comparecer juntos en la misma frase. El ensayo más popular del filósofo británico del siglo XX, El erizo y el zorro, es conocido por invocar al antiguo poeta griego Arquíloco: «Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande» 1. La doctora de la Iglesia del siglo XVI, santa Teresa de Ávila, se postula como un buen ejemplo de erizo, especialmente en su obra más conocida, Castillo interior o Las moradas. Ella sabe «una sola [cosa] y grande», y vuelve sobre ella una y otra vez desde distintos ángulos a través de sus escritos: por lo que respecta a la relación entre Dios y las profundidades más recónditas del ser humano, «todo es amor con amor» 2. La unión de Creador y criatura es tan absolutamente convincente que Teresa dice: «Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río o lo que cayó del cielo» 3. El agua de lluvia no es el agua de la tierra, pero esta distinción, aunque real, habla prácticamente a un paso de la experiencia misma. «O como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse» 4. El agua corriente no es el agua salada, pero estas no pueden separarse en la bahía de nuestra creación a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Es más, santa Teresa nos pide que equiparemos esta unión entre Dios y el ser humano con una gran luz: «O como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz» 5. Teresa intenta expresar con palabras la paradoja central que subyace en el corazón de la relación entre Creador y criatura, la paradoja de la «unión en la diferencia».

Este libro, como su compañero, En la tierra silenciosa, también trata de «una sola [cosa] y grande» 6. Por obra de la creación y la redención hay una unión primigenia entre Dios y el ser humano. En las honduras de este origen, el «entre» no puede percibirse porque es completamente permeable a la Presencia divina. En realidad, hay más Presencia que preposición. Si bien este es el hecho más simple y esencial de nuestra vida espiritual, se necesita una vida para materializarlo. Aunque esta unión originaria en la que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28) es inconmovible, uno de los rasgos de la condición humana es que pasamos muchas décadas en una ignorancia supina a este respecto. La razón de nuestra ignorancia respecto al hecho más obvio y simple de nuestra vida espiritual es el constante ruido y parloteo interior que genera y alimenta la ilusión de estar separados de Dios, quien, como nos recuerda san Agustín, ya está «dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío» 7.

Si el ruido interior alimenta la alienación que percibimos en nuestro ser más íntimo, por fuerza nos sentiremos también alienados de Dios. Pero esta sensación de alienación o separación es generada por una ignorancia ciega y ruidosa que se insinúa en las regiones superficiales de nuestra conciencia 8. Nuestra cultura nos educa mayormente para que fijemos la atención en este ruido superficial, que, a su vez, prolonga la ilusión de Dios como un objeto distante que debemos buscar en tanto en cuanto estamos convencidos de que nos falta. Uno de los grandes misterios del camino contemplativo es el descubrimiento de que, apenas caen los velos de la separación, percibimos que el Dios que hemos estado buscando ya nos ha encontrado, nos conoce, nos sostiene en el ser desde toda la eternidad. Ciertamente, «[Dios] es tu ser», como dice el autor de La nube del no saber (aunque nosotros no somos el ser de Dios) 9.

No deberíamos subestimar hasta qué punto puede ser persuasivo el ruido en nuestra cabeza. Alipio, el amigo de san Agustín, constituye un vívido retrato de ello cuando Agustín describe la relación casi adictiva de Alipio con la industria del entretenimiento de la época: los espectáculos de gladiadores de Roma. San Agustín nos dice que Alipio se había dejado «arrebatar de nuevo, de modo increíble y con increíble afición, a los espectáculos de gladiadores» 10. Hizo todo lo que pudo, pero, «aunque aborreciese y detestase semejantes juegos», una tarde algunos amigos se sirvieron de «amigable violencia» para llevarlo a los juegos 11. Estaba determinado a mantener los ojos cerrados durante todo el espectáculo. Sin embargo, no bien llegó a sus oídos el griterío de la turba al caer derribado un gladiador, cuando abrió los ojos, y «fue herido en el alma con una herida más grave que la que recibió en el cuerpo el gladiador a quien había deseado ver; y cayó más miserablemente que este, cuya caída había causado aquel griterío, el cual, entrando por sus oídos, abrió sus ojos» 12. Alipio se sintió impotente. «Porque tan pronto como vio aquella sangre, bebió con ella la crueldad y no apartó la vista de ella, sino que la fijó con detención, con lo que se enfurecía sin saberlo, y se deleitaba con el crimen de la lucha, y se embriagaba con tan sangriento placer. Ya no era el mismo que había venido» 13.

San Agustín observa sagazmente el calvario que sobrevino a su amigo y futuro santo. Alipio «se enfurecía sin saberlo». Como resultado, «ya no era el mismo que había venido» desde que puso los ojos en los espectáculos de gladiadores. Ser conscientes es, en cierto modo, la clave para saber quiénes somos.

Las tradiciones espirituales le dedican muchísima atención al paisaje siempre cambiante de la conciencia. Nuestra conciencia tiene sus praderas llanas y accidentadas, pero también sus montañas y precipicios. Como expresa Gerard Manley Hopkins: «¡Oh, la mente, sí, la mente tiene montes, precipicios a pico, de horror, por nadie sondeados!» 14.

Estas profundidades deben explorarse porque tocan fondo en Dios, la profundidad sin profundidad que es el fundamento de todo.

Este libro pretende mostrar cómo la tradición cristiana de la práctica contemplativa tiene que ver tanto con la expansión de la conciencia tal cual es como con la concentración de nuestra atención en una palabra o frase de oración. De hecho, la expansión de la conciencia y la concentración de la atención son las dos caras de la moneda de nuestro espíritu. Son como si fuesen una.

Este libro procederá como sigue. Para aquellos que no han leído el volumen que lo acompaña, En la tierra silenciosa, el capítulo 1 presentará aspectos clave del argumento central de ese libro que se prolonga en este, a saber, nuestra experiencia con las distracciones. Las distracciones hay que darlas por descontado en la práctica contemplativa; nuestra práctica no puede ahondar sin ellas. Lo que cambia en el curso del tiempo es nuestra relación con ellas. Progresivamente vemos que las distracciones albergan en su seno el silencio que buscamos; por consiguiente, no tenemos que desembarazarnos de ellas para que se despliegue nuestra práctica contemplativa.

En el capítulo 2 observaremos el mundo de las distracciones en todo su esplendor, escuchando cómo algunos estudiantes universitarios se sirven de la sabiduría de Evagrio, un monje del siglo IV, para comprender mejor sus propias dificultades. A resultas de ello también nosotros comprenderemos mejor algunos de los conflictos que debemos afrontar si queremos descubrir la quietud interior.

El silencio juega un papel determinante en la vida espiritual. El silencio ambiental es la tierra en la que arraiga una práctica contemplativa saludable. Pero ¿podemos reducir el silencio a la ausencia de ondas sonoras? El capítulo 3 explora algunas verdades fundamentales sobre el silencio: no tiene contrario, y es el cimiento tanto del sonido como de la ausencia de sonido. Es más, el silencio está intrínsecamente relacionado con la expansión de nuestra conciencia. El fortalecimiento de la concentración mediante el uso de la palabra o frase de oración es inseparable de la expansión de la conciencia.

La expansión de la conciencia no significa que seamos conscientes de aún más cosas. Este libro indaga en la expansión que acontece dentro de la conciencia misma, antes de que la conciencia tome conciencia de este o aquel objeto en particular. Es la eclosión en la conciencia (por decirlo así, de dentro hacia fuera) de la luminosa y fluida inmensidad que constituye el silencio interior. El ruido y la agitación no alcanzan a esta conciencia silenciosa y fluida que, sin embargo, es al mismo tiempo suficientemente generosa y abierta como para aglutinar calma y calamidad. El capítulo 4 muestra cómo la tradición contemplativa cristiana percibe esta expansión de la conciencia luminosa en el marco de una triple dinámica.

Donde hay crecimiento hay dolor. Esto es verdad en la vida en general, y lo es, con creces, en la vida de oración. Profundizamos en la oración a golpe de calvario. Los capítulos 5, 6 y 7 exploran algunas facetas de estos calvarios que acontecen como resultado de la progresiva eclosión de la conciencia. Al capullo le duele florecer. En este proceso, como veremos en el capítulo 5, el aburrimiento desempeña un papel capital a medida que vamos descubriendo un silencio más hondo que el que las facultades superficiales de la mente pueden percibir. En una cultura del entretenimiento como la nuestra, la irrupción del aburrimiento en la oración puede sobrevenir como un despertar bastante brusco. Nos parecerá que se pierde nuestra vida de oración cuando en realidad se está haciendo más profunda. El capítulo 6 aborda cómo la práctica contemplativa puede contribuir a suavizar el control que la depresión y el pánico ejercen sobre nuestras vidas. El capítulo 7 se asoma a un sufrimiento aún más profundo. Una cosa es aprender a aceptar la dosis de aburrimiento que acompaña al crecimiento espiritual y otra muy distinta hacerse plenamente consciente de la arrogancia, la propensión a juzgar al prójimo, la envidia o la inquietud excesiva por la propia reputación (vanagloria). Cuando ya estamos muy hechos a las arenas del tedio en la oración y comenzamos a ser conscientes de estos pecados intelectuales, nos sumergimos en lo que san Juan de la Cruz llama «las grandes tinieblas del entendimiento». Estas pruebas no son ni para los principiantes ni para los impacientes.

El capítulo 8 es un capítulo independiente que recoge respuestas a algunas de las preguntas e inquietudes más frecuentes que las personas me han hecho llegar a través del correo electrónico o en el curso de las charlas.

Todo el libro obedece a una opción deliberada por ceñirse a la tradición cristiana. Si bien el budismo, el hinduismo y muchas otras tradiciones espirituales tienen sin duda mucho que decir sabio y provechoso acerca de la concentración y la conciencia, la sabiduría cristiana sobre esta materia es poco conocida incluso entre los cristianos. A muchos cristianos les sorprende descubrir que el cristianismo pueda aportar algo en absoluto a este respecto.

Este libro no solo recoge abundantes ejemplos tomados de los escritos de los antiguos santos y sabios cristianos –así como de autores modernos, especialmente poetas– para subrayar algún aspecto o avanzar alguna tesis, sino que también contiene historias y conflictos de peregrinos espirituales de nuestro tiempo. Gente normal y corriente. Para quienes transitamos el camino contemplativo es importante observar que, si bien nuestras historias individuales son personales y únicas, todos podemos compartirlas. Es un alivio advertir que nuestro dolor, nuestra lucha, nuestra pérdida, nuestra alegría, nuestro triunfo, están tejidos en la urdimbre mucho más amplia de los que buscan el rostro de Dios (Sal 27,8).

Evagrio dice: «Sé como un hábil hombre de negocios que todo lo evalúa en función de la hesyquía, y que conserva sobre todo las realidades que, mediante ella, son apacibles y útiles» 15. A medida que luchamos por mantenernos quietos en la oración, hoy o cualquier otro día, nos convertimos en parte de una tradición viva que se remonta muchos siglos atrás y que testimonia que el Dios que buscamos ya nos ha buscado y encontrado desde toda la eternidad: «Antes de haberte formado yo en el seno materno te conocía» (Jr 1,5).