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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Debra Webb. Todos los derechos reservados.

UNA MISIÓN ESPECIAL, Nº 58 - julio 2017

Título original: Undercover Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-004-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

1

 

—¿Qué hay tan importante que no pueda esperar a mi informe de pasado mañana? —John Logan se dejó caer en una de las altas sillas que flanqueaban el escritorio del director. Ni él ni su compañera de trabajo habían tenido mucho tiempo libre durante los ocho últimos meses. Y aquel pequeño viaje al Distrito de Columbia no había figurado en su agenda de aquel día.

Se obligó a relajarse. Definitivamente, el jet lag le estaba afectando. O tal vez fueran los margaritas de la noche anterior. Una sonrisa asomó a sus labios cuando evocó la pequeña fiesta privada que había compartido con cierta señorita. Era una pena que una intempestiva llamada lo hubiera sacado de la cama poco antes del amanecer…

—Tenemos un problema —pronunció Lucas Camp, máximo responsable de la oficina de operaciones especiales. Estaba apoyado en la mesa del director Casey, mirando a Logan con expresión seria.

El tono de su voz devolvió a Logan a la realidad. Se inquietó. Conocía aquel tono. Era el que empleaba para buscar la mejor manera de decirle algo. Fuera lo que fuera, sabía que no se trataría de nada bueno.

Logan se irguió en su silla, revisando mentalmente una lista de posibles opciones y escenarios.

—¿Qué clase de problema?

El director Thomas Casey lo miraba desde el otro lado del escritorio, detrás del círculo de luz que proyectaba la lámpara. Aquel hombre siempre parecía estar envuelto en sombras. Nuevo como era en la organización, ya se había rodeado de un halo de misterio y secretismo.

Logan, todos sus sentidos alerta, concentró su atención en Casey. Algo importante estaba a punto de suceder.

—Puede que tengamos que abortar la misión de Sudamérica. Taylor ha muerto.

¿Muerto? Logan se levantó. Jess Taylor era su compañera de trabajo. Hacía tan sólo cuarenta y ocho horas habían estado juntos, descansando antes de su siguiente misión. ¿Cómo podía haber muerto? Sacudió la cabeza, negándose a aceptarlo. Tenía que tratarse de un error.

—Nosotros… ella… —le falló la voz. Se recordó que aquellos hombres, sus superiores, no podían mentirle—. ¿Cómo ha sido?

—Sánchez la disparó en la puerta del aeropuerto de Los Ángeles —respondió Lucas—. Sabemos que fue él porque hubo tres testigos presenciales. A juzgar por su descripción, no hay ninguna duda.

Una oleada de rabia lo barrió por dentro. Sánchez, el muy canalla… Debió haberlo matado cuando tuvo la oportunidad. Pero Sánchez le pidió clemencia, jurándole y perjurándole que denunciaría sin dudarlo a los traficantes de drogas que Mission Recovery llevaba cerca de un año intentando atrapar. Jess se había dejado engañar, cayendo en la trampa. Logan no le había creído, pero se había fiado del juicio de su compañera. Ahora se arrepentía de ello.

Pero no tanto como se arrepentiría el propio Sánchez.

—¿Dónde está?

—Nos estamos encargando de él.

—No, yo me encargaré de Sánchez —lo desafió Logan, tenso.

—Tú ya tienes asignada una misión —le señaló Casey con su tranquilidad habitual.

Thomas Casey era un ser frío, sin entrañas, absolutamente letal. La misión era siempre su máxima prioridad. Así funcionaban las cosas en Mission Recovery, la más importante organización secreta dependiente del gobierno de los Estados Unidos. Había sido creada para subvenir a las necesidades de las otras agencias del gobierno, CIA, FBI y DEA, en casos de emergencia que exigieran su intervención. El grupo de especialistas de elite que lo componía había sido entrenado en todos los campos de la lucha antiterrorista y la infiltración. Cuando todos los demás fallaban, uno de esos especialistas entraba en acción. Aquella era una de esas ocasiones. Pero la muerte de Jess lo había cambiado todo.

—Jess está muerta. Ahora va a resultarnos tremendamente difícil culminar esa misión. Ya no tenemos a nadie en el cerrado grupo de Esteban. Y teníamos un acuerdo. Sólo parejas.

—Existe una alternativa —Lucas abrió una carpeta y le mostró una fotografía—. Erin Bailey.

El cabello era rubio en vez de negro, y demasiado largo. Y los labios quizá algo más llenos. Pero, por lo demás, la mujer de la foto habría podido pasar por la propia Jess.

—¿Quién diablos es? —inquirió sin dejar de contemplar aquella imagen.

El delicado contorno de su rostro, la fina línea de la nariz y los maravillosos ojos color azul oscuro eran exactamente los mismos. El parecido resultaba… inquietante.

—Es una hacker, licenciada con las mejores notas, especialista en seguridad informática. Al parecer tuvo ocasión de desarrollar sus dotes como hacker mientras trabajaba como analista para una empresa.

La informática había sido precisamente la especialidad de Jess. El éxito de la misión en Sudamérica exigía un gran conocimiento del mundo de los ordenadores.

—¿Cómo la han encontrado?

—Por puro accidente —explicó Lucas—. Forward Research.

Logan lo sabía todo sobre Forward Research. El grupo estaba compuesto por una docena de hombres y mujeres especializados en reclutar a personas singularmente destacadas en diversos campos. Fue Forward Research quien descubrió a Logan tres años atrás. En la actualidad era un especialista ya formado, con todos los requisitos mentales y físicos necesarios para formar parte de un cuerpo de elite.

—¿Ya ha sido reclutada?

—No —fue Casey quien respondió a su pregunta—. Primero queríamos conocer tu opinión.

«Claro», pensó Logan, irónico. Sabía perfectamente que su opinión no contaba nada. Si aquella mujer podía servir, la contratarían sin dudarlo.

—Lógicamente no querrás arrojar por la borda una misión a la que Jess y tú habéis dedicado tantos meses —intervino Lucas—. Erin Bailey es nuestra única esperanza de salvarla.

A Logan le entraron ganas de mandar al diablo la misión. Jess estaba muerta. Pero su instinto profesional, arraigado en lo más profundo de su alma, no se lo permitía. La misión era la máxima prioridad. Si Jess hubiera estado en su lugar, habría reaccionado igual.

—¿Dónde está ella?

—En una prisión federal de Atlanta.

Logan volvió a mirar la fotografía.

—¿Qué es lo que ha hecho? —la mujer de la foto parecía incapaz de cometer el menor delito. Un punto en su contra. ¿Cómo se las arreglaría para sobrevivir en el mundo de Esteban, el cerebro de la red de traficantes?

—Ella dice que nada —un brillo de diversión asomó a los ojos de Lucas—. Pero eso es lo que dicen todos los presos.

—Saboteó los sistemas de seguridad de algunas de las mayores corporaciones del país. Y todo ello para favorecer a la pequeña empresa para la que trabajaba —explicó Casey—. Fue condenada a cinco años. Sólo lleva cuatro meses y al parecer no se está adaptando nada bien a su nueva vida.

Lucas y Casey intercambiaron una mirada de complicidad. Logan estaba seguro de que los problemas que debía de estar padeciendo aquella chica en la cárcel tenían más que ver con Mission Recovery que con una simple casualidad. En cualquier caso, recogió la carpeta y leyó el informe. Según la descripción física, tenía aproximadamente el mismo peso y altura que Jess. Uno sesenta, cuarenta y cinco kilos. Frunció el ceño.

—¿Tiene familia? ¿Un novio, quizá, que pueda crear algún problema?

—Ni un alma —Lucas sacudió la cabeza—. Al parecer estaba liada con su jefe cuando la detuvieron. Él juró que no sabía nada de sus actividades delictivas. No creo que la eche de menos, a juzgar por la morenita que no se separa de él en estos días.

—¿Por qué creen que aceptará el caso? —desvió la mirada hacia el director—. Todos sabemos el enorme riesgo que entraña.

—Erin Bailey quiere recuperar su antigua vida. Y está deseosa de jugarse la oportunidad de volver a recuperarla a cambio de vengarse. Está claro que su novio la engañó. De todas formas, en caso de que no esté lo suficientemente interesada, podríamos utilizar algún pequeño incentivo para convencerla… —Casey sonrió, un gesto que lo hacía aparecer casi humano—. Todo está preparado para que le propongas el trato.

Logan se preguntó, inquieto, si aquella mujer sería lo suficientemente estúpida como para hacer un trato con el diablo en persona.

—¿Y si acepta nuestra oferta?

La sonrisa de Casey se disolvió en la fina y severa línea que siempre solían formar sus labios.

—Entonces dispondrás de una semana para convertir a Erin Bailey en Jessica Taylor.

 

 

Erin estaba soñando. Se hallaba en el centro de una hermosa pradera verde, salpicada de flores. Un radiante cielo azul se extendía hacia el infinito.

En el sueño, cerró los ojos y empezó a girar lentamente. Estaba descalza. Un delicioso y fresco aroma la envolvía por completo. Un aroma a flores silvestres, a hierba verde, a libertad…

—De pie.

Se despertó sobresaltada, intentando distinguir la silueta que, en medio de la oscuridad, se cernía sobre su catre. ¿Y si el guardia Roland había decidido ejecutar su amenaza? O tal vez fuera su compañera de galería, aquella mujer que parecía tenerle tanta inquina… Sintió una punzada de terror cuando una mano se cerró sobre su hombro y la sacudió con fuerza.

—¿Qué… qué es lo que quiere? —murmuró. Era más de la medianoche. La galería estaba sumida en un absoluto silencio.

—He dicho que de pie —ordenó la áspera voz.

Aquella voz era distinta. No era la del guardia que la había amenazado. Aliviada, apartó la fina manta y se apresuró a vestirse. Cuando terminó, el guardia le puso las esposas.

—Mantén la boca cerrada. No quiero que despiertes al maldito edificio.

Le enfocó con la linterna. Cegada por la luz, Erin asintió sin comprender. ¿A dónde la llevarían a esa hora de la noche? ¿Qué querrían de ella? ¿Y por qué la habían esposado? Antes de que pudiera hacerse más preguntas, el guardia la sacó de la celda.

El rumor de sus pasos en el suelo de cemento era el único sonido que se oía en la galería. Ansiaba preguntarle a dónde iban, pero el miedo la mantuvo callada. Demasiadas veces había visto a compañeras suyas pagar con creces su desobediencia. El terror le aceleraba el pulso. La oscuridad del largo pasillo contribuía a intensificar la sensación de encierro. ¿Cómo podría soportar los cuatro años y ocho meses que le quedaban de estar allí?

En la oficina de la galería, otro guardia esperaba para abrirle la reja. El círculo de luz de la lámpara del escritorio iluminó sus severos rasgos. Una vez en el pabellón de visitas, el guardia se detuvo delante de la puerta de uno de los locutorios. Era el mismo en el que Erin se había entrevistado con su abogado, durante las dos únicas ocasiones en que había mostrado algún interés por su caso.

—Esperaré aquí para llevarte a tu celda —parecía más una amenaza que un aviso.

—No entiendo. ¿Por qué me han traído aquí?

—Anda, pasa —el guardia le señaló la puerta—. Tienes visita.

¿Una visita? ¿De quién? ¿El muy canalla de Jeff habría venido a disculparse? ¿A decirle que todo aquello no había sido más que un enorme malentendido? Erin casi soltó una carcajada al imaginárselo. La había utilizado. Apretó los dientes. Aquel hombre había arruinado su vida, había destruido su carrera, todo. Nunca volvería a trabajar en el campo de la seguridad informática. Y Jeff había salido del apuro tan fresco como una rosa. Ella había pagado los platos rotos. Todas sus promesas no habían sido más que mentiras.

Suspirando profundamente, se dispuso a entrar en el locutorio. Quienquiera que hubiera ido a visitarla, no podía ser Jeff. Ni su abogado tampoco. Desde un principio, el abogado le había asegurado que su caso no tenía remedio. Por supuesto, lo había contratado Jeff. Hasta en eso había pecado de ingenua.

La puerta se cerró con un seco estruendo. Cómo odiaba que la encerraran… Era como si las paredes se cernieran lentamente sobre ella, envolviéndola. Una vez más, se preguntó cómo podría soportar lo que le quedaba de condena. Se le aceleró la respiración. El destino y Jeff la habían dejado sin opción alguna.

«Tranquila», se ordenó. «Piensa en cualquier otra cosa». En aquella habitación, por ejemplo. Ya había estado una vez antes. Pero esa vez estaba sumida en la penumbra. Una solitaria bombilla colgaba del techo, sobre una mesa vacía. Las dos sillas estaban desocupadas.

—Tome asiento.

Sobrecogida, se volvió al escuchar aquella voz. No reconoció al hombre alto y de pelo oscuro que entró en el círculo de luz. Había estado esperando allí, en lo oscuro, y ella ni se había dado cuenta. Era atractivo. Una sombra de barba le oscurecía el mentón y la mandíbula cuadrada. Llevaba una camisa blanca de algodón, algo arrugada, y unos vaqueros. Tenía un aspecto cansado, como si acabara de llegar de un largo viaje.

Dado que no se molestó en presentarse, Erin tampoco le preguntó por su nombre. Estaba acostumbrada a aquel trato. Cruzó la habitación y se sentó ante la mesa. El hombre tomó asiento frente a ella y abrió una carpeta.

—Me llamo John Logan. Señorita Bailey, he venido a hacerle una propuesta —pronunció, mirándola fijamente.

Tenía una mirada inquietante, demasiado penetrante. Sus ojos castaños eran casi negros. Erin intentó reprimir su expectación. Sería inútil esperar que aquel hombre pudiera rescatarla de aquel infierno.

—Todavía no ha amanecido —le recordó—. ¿No le parece una hora muy poco adecuada para hablar de negocios, señor Logan?

Erin había aprendido, y de la peor manera, que aquellos encuentros intempestivos nunca presagiaban nada bueno. Además, no conocía a aquel hombre. ¿Qué tipo de propuesta querría hacerle? Quizá habían decidido que, después de todo, merecía la pena dar caza a Jeff…

Logan cerró la carpeta y se recostó en la silla, sin dejar de mirarla. Erin le sostuvo la mirada. No le daría la satisfacción de bajar la vista. Estaba encerrada en una cárcel, por el amor de Dios… ¿qué más podían hacerle?

—Lleva cumplidos ya cuatro meses de su condena —se frotó la mandíbula con gesto cansado—. Cinco años es mucho tiempo, señorita Bailey.

Erin se miró las muñecas doloridas. No entendía por qué el guardia le había dejado las esposas puestas.

—Soy perfectamente consciente de ello, señor Logan.

—Por eso mismo yo, en su lugar, no me quejaría de que me liberaran a una hora como esta. De hecho, me daría igual cualquier hora con tal de salir de aquí.

¿Liberarla? ¿Quién era aquel hombre? ¿De qué estaba hablando?

—¿Quién lo envía?

—No puedo decírselo —cruzó los brazos, apoyándolos sobre la carpeta que parecía contener información sobre ella—. E incluso aunque se lo dijera, usted no sabría mucho más de lo que sabe ahora.

—No entiendo —por primera vez desde que entró en aquella habitación, temió por su seguridad. Se preguntó si el guardia seguiría apostado en la puerta—. Creo que debería volver a mi celda ahora mismo…

Se dispuso a levantarse, pero lo que oyó a continuación la dejó clavada en el asiento.

—Yo puedo hacer que termine esta pesadilla.

—¿Cómo? —le preguntó Erin, sabiendo que aquello no podía ser verdad.

—La gente para la que trabajo es muy poderosa. Si acepta cooperar con nosotros, le limpiaremos su expediente. Será libre para rehacer su vida de la manera que guste.

Aquello parecía demasiado bueno para ser verdad. Tenía que haber alguna trampa.

—¿Qué tengo que hacer a cambio? —su expresión no decía nada. Y tampoco sus ojos. ¿Cómo podía confiar en él? No lo conocía. Era un extraño. Un desconocido con el poder suficiente para entrar en una prisión federal en mitad de la noche

—La necesitamos para una misión relacionada con la seguridad nacional. Asumirá la identidad de otra persona. Trabajará estrechamente conmigo. Sin usted, la misión no podrá realizarse.

¿Seguridad nacional? ¿La identidad de otra persona?

—¿Qué identidad? —tenía que estar soñando. Aquello no podía ser real. Esas cosas sólo sucedían en las películas.

—Se le informará de todo lo que necesite saber antes de que comience la misión —colocó un maletín sobre la mesa, lo abrió y guardó la carpeta. Luego se levantó, sin dejar de mirarla a los ojos—. ¿Alguna pregunta?

—Espere —resistió el impulso de agarrarlo, de tocarlo… sólo para ver si era real. Aquello era demasiado increíble. No podía esperar que tomara semejante decisión a partir de una información tan mínima… —. No puedo decidir algo así con los pocos detalles que me ha dado. Necesitaré tiempo para pensarlo…

—No tenemos tiempo —apretó la mandíbula, impaciente—. Si decide cooperar, hará exactamente lo que yo le diga, sin discusiones —recogió el maletín—. Y ahora… ¿se viene o se queda?

Erin sacudió la cabeza. Aquello era una locura.

—¿Qué tipo de misión? ¿Dónde?

—No puedo responder a esas preguntas. Ahora mismo no necesita saber más. ¿Cuál es su decisión?

—No puede esperar que le diga que sí —protestó con una mezcla de miedo e irritación—. Hay cosas que tengo que saber y sobre las que reflexionar…

—¿Como cuáles? —la fulminó con la mirada, ladeando la cabeza—. ¿Como si sobrevivirá o no si la interna Evans decide hacerle a usted lo que le hizo a aquel juez de Savannah? ¿O quizá prefiera esperar al siguiente movimiento del guardia Roland, para saber si cumplirá o no sus amenazas?

¿Cómo podía saber aquellas cosas? Nadie lo sabía. No se lo había contado a nadie.

—¿Quién es usted?

—Soy su benefactor, Erin Bailey. Puedo hacer realidad sus mayores anhelos. Puedo limpiar su nombre, y hacer que su viejo amigo Jeff pague cara su traición —Logan se la quedó mirando directamente a los ojos antes de girar en redondo y retirarse. Sólo se volvió en el último momento, con una mano en la puerta—. Insisto: ¿se queda o se viene conmigo?

Erin tuvo que tragarse el miedo que le subía por la garganta. ¿Y si tenía razón? ¿Y si aquella era la única posibilidad que tenía de salir de allí? Recordó sus palabras: «yo puedo hacer que termine esta pesadilla».

—Sólo quiero saber una cosa —insistió, retrasando su respuesta—. La misión en la que usted quiere que lo ayude… ¿es peligrosa?

Algo cambió en la expresión del hombre. Su anterior expresión condescendiente se evaporó por completo. Con el corazón acelerado, Erin esperó a que contestara.

—Mucho.

El eco de aquella única palabra resonó en torno suyo, para mayor desesperación. Sin dejar de mirarla, Logan llamó una vez a la puerta. Se abrió al instante y salió rápidamente, dejándola abierta de pan en par. Permitiéndole tomar su propia decisión.

Quedarse dentro o irse con él.

2

 

Una simple palabra: «acepto».

Logan se la había quedado mirando durante lo que le pareció una eternidad, con una especie de vago arrepentimiento en sus ojos oscuros, antes de volverse hacia el guardia para informarle de que Erin se marchaba con él. El hombre le había quitado inmediatamente las esposas. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, las palmas de las manos húmedas de sudor, veinte minutos después se encontraba sentada en el asiento trasero de un enorme coche negro.

Era increíble que aquello estuviera sucediendo, pero así era. Logan le cerró la puerta y se sentó delante.

—¿Al aeropuerto? —inquirió el conductor.

—Sí.

El vehículo se puso en marcha, ganando velocidad. Erin contuvo el aliento cuando se abrió la gran verja de entrada y salieron a la calle. La sensación de alivio fue tan abrumadoramente intensa que casi se mareó. Pero al cabo de unos segundos comenzó a tomar conciencia de su situación. ¿Qué era lo que había aceptado hacer? Un escalofrío le recorrió la espalda, congelando la dulce sensación de alivio anterior, mientras especulaba sobre su destino. Se volvió para ver cómo los grises muros de la prisión se alejaban por momentos. Al fin había abandonado aquel horrible lugar. Aquello no era ningún sueño. ¡Estaba fuera!

Cuando las luces desaparecieron en la distancia, se volvió de nuevo para mirar hacia delante. Para enfrentar las consecuencias de la decisión que había tomado.

Atrás quedaba el uniforme penitenciario que tanto había odiado. En su lugar llevaba los vaqueros, la camiseta y las zapatillas con las que había entrado. El resto de sus efectos personales, su carné de identidad, joyas, fotos, etcétera, seguían en un gran sobre marrón, ahora en poder de Logan. Le había dicho que no los necesitaría por el momento. De repente se le ocurrió algo. Se mordió el labio inferior, estremecida. ¿Y si simplemente había cambiado una prisión por otra?

—¿Por qué vamos al aeropuerto? —su voz sonaba débil en medio de aquel silencio opresivo.

—Tenemos que tomar un avión —respondió Logan, sin mirarla—. Eso es todo lo que necesitas saber por el momento.

Erin abrió la boca para protestar, pero la cerró de nuevo. No tenía sentido hacer preguntas cuando sabía que no se las iban a contestar. Lo último que deseaba era enfrentarse con el hombre que tenía su destino en sus manos. Las autoridades de la prisión le habían conferido su responsabilidad sobre ella. Estaba a su merced, en su poder.

Igual que con Jeff.

Se estremeció involuntariamente, asaltada por una oleada de recuerdos. No. Aquel hombre no era como su antiguo prometido. La información que le había facilitado Logan hasta el momento, por muy parca y mezquina que fuese… parecía verdadera. Trabajaba para el gobierno. Había visto sus credenciales y los documentos que confirmaban su jurisdicción sobre ella cuando firmó en su orden de liberación. Nadie en la cárcel le había pedido explicación alguna.

Le había asegurado que la necesitaba para una misión relacionada con la seguridad nacional. Al parecer, tendría que asumir la identidad de otra persona. La misión sería muy peligrosa. ¿Pero qué tipo de habilidad o experiencia podía ella ofertar a aquel hombre, o a su país?

Un nuevo tipo de estrés hizo presa en ella, pero intentó controlarlo. Abrazándose, se obligó a permanecer tranquila, o al menos a parecerlo. Cuando llegase el momento adecuado, tendría las respuestas que necesitaba. Logan así se lo había asegurado. No había ninguna necesidad de que se derrumbara tan pronto.

Cuadró los hombros y alzó la barbilla. Lo que tuviera que hacer para volver a su antigua vida… lo haría sin dudarlo. Ya no era la joven ingenua y estúpida que había sido dos años atrás. Había aprendido, y de la peor manera posible, a no confiar en nadie, y sobre todo en un hombre que anteponía su trabajo a todo lo demás. Desvió la mirada hacia la cabeza oscura de Logan. «Un hombre como él», pensó instintivamente.

Bueno, al menos no tendría que confiar en él en ese aspecto. Y, definitivamente, no tenía intención alguna de llegar a conocerlo demasiado. Aquel era un trato exclusivamente profesional. Lo único que tenía que hacer era seguir sus instrucciones y volvería a retomar su antigua vida. Lo necesitaba tanto como respirar.

Y, sucediera lo que sucediera al día siguiente, una cosa era segura: en aquel momento, en aquel preciso segundo… volvía a ser libre. Con eso debería bastarle.

Para su sorpresa, no fueron a Hartfield, al aeropuerto internacional de Atlanta, como Erin había supuesto. El chófer aparcó cerca de un hangar del otro aeródromo, el de PDK, donde esperaba un pequeño reactor, del tipo que solían usar los altos ejecutivos de grandes corporaciones. Siguió a Logan y al conductor hacia allí. Un hombre los estaba esperando.

—Listos para despegar —le informó a Logan. Era mayor, fuerte, casi tan alto como él.

Erin supuso que sería el piloto. A pesar de la dureza de sus rasgos, parecía afable. En su opinión, aquellos tipos no parecían agentes secretos. Bueno, a excepción de Logan. Él sí que tenía un halo de peligro… y de sensualidad.