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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Sarah M. Anderson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Olvida mi pasado, n.º 144 - agosto 2017

Título original: A Beaumont Christmas Wedding

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-015-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Matthew Beaumont se sorprendió al ver su correo electrónico. Las aves de rapiña estaban al acecho. Aunque esperaba que así fuera, el enorme volumen de mensajes pidiendo más información era impresionante. Había correos de las principales publicaciones y páginas web, todos ellos enviados en los últimos veinte minutos.

Todos querían saber lo mismo: ¿quién demonios era Jo Spears, la afortunada que con su matrimonio iba a entrar a formar parte de la familia Beaumont y de su fortuna? ¿Y por qué su hermano Phillip Beaumont, conocido playboy, había elegido a una mujer desconocida cuando podía haber tenido supermodelos y estrellas de Hollywood?

Matthew se frotó las sienes. La verdad era bastante más aburrida. Jo Spears era una adiestradora de caballos que había pasado los últimos diez años entrenando a algunos de los caballos más valiosos del mundo. No había mucho más que contar a los medios del chismorreo.

Pero si los periodistas indagaban y establecían la conexión entre Jo Spears, la adiestradora de caballos, y Joanna Spears, acabarían dando con una noticia publicada hacía una década sobre un accidente en el que el conductor había muerto por conducir borracho y Joanna era la pasajera. Quizá incluso dieran con la gente que había conocido a la Joanna de aquella época alocada.

Podrían convertir la boda en un circo.

Un nuevo correo electrónico entró. Era de Vanity Fair. Leyó el mensaje. Excelente, enviarían a un fotógrafo si accedía a que un reportero asistiera como invitado.

Matthew sabía que la única manera de evitar que aquella boda se convirtiera en un circo era controlando el mensaje. Tenía que combatir el fuego con fuego, y si eso suponía meter a la prensa en la boda, así se haría.

Era estupendo que Phillip fuera a casarse. Por primera vez en su vida, Matthew estaba convencido de que todo iba a salirle bien a su hermano. Pero para Matthew, la boda significaba mucho más que el sagrado matrimonio del hermano al que estaba más unido.

Aquella boda era una oportunidad única en el mundo de las relaciones públicas. Matthew tenía que demostrarle al mundo que la familia Beaumont estaba más unida que nunca y que no había disputas en su seno.

Era de dominio público que los Beaumont, en otra época la familia más influyente de Dénver, había caído tan bajo que nunca volvería a recuperar su posición.

Al infierno con lo que pensaran los demás.

Aquella era la ocasión para que Matthew demostrara su valía, no solo ante los ojos de la prensa sino ante los de su familia. Les demostraría de una vez por todas que ya no era aquel hijo ilegítimo que se había convertido en un Beaumont tardío. Era uno de ellos, y aquella era la oportunidad de borrar las desafortunadas circunstancias de su nacimiento de la mente de todos.

Una boda perfectamente organizada mostraría al mundo que, en vez de desmoronarse, la familia Beaumont estaba más unida y fuerte que nunca. Y dependía de Matthew, el anterior vicepresidente de las relaciones públicas de la cervecera Beaumont y actual jefe de marketing de Cervezas Percherón, hacerlo realidad.

Despertar expectación era una de las cosas que Matthew hacía mejor, y era el único de la familia que tenía contactos en la prensa para conseguirlo.

«Si controlas la prensa, controlas el mundo. Así es como un Beaumont consigue lo que quiere».

Las palabras de Hardwick Beaumont surgieron en su mente. Con cada escándalo que había conseguido frenar, su padre le había dicho eso. En aquellas escasas ocasiones en que Hardwick había felicitado a su ignorado tercer hijo, le había hecho sentir todo un Beaumont en lugar del bastardo que durante una época había sido.

Matthew había llegado a ser muy bueno controlando la prensa, y no estaba dispuesto a decaer. Aquella boda demostraría no solo que los Beaumont seguían teniendo su hueco, sino que él también tenía el suyo en aquella familia. Podía recuperar el prestigio de los Beaumont y, al hacerlo, redimirse.

Había contratado a la mejor organizadora de bodas de Dénver. Habían reservado la capilla del campus de la universidad de Colorado Heights y habían invitado a doscientas personas a la boda. La recepción sería en Mile High Station, adonde los felices recién casados llegarían en un carruaje tirado por un par de percherones. Ya habían elegido el menú, encargado el pastel y el fotógrafo estaba avisado. Matthew contaba con la promesa de las cuatro exexposas de su padre y de sus nueve hermanastros de que se comportarían.

Las únicas que escapaban a su control eran la novia y su dama de honor, una mujer llamada Whitney Maddox.

Jo le había contado que era una criadora de caballos que llevaba una vida tranquila en California, así que Matthew no preveía que fuera a dar problemas. Iba llegar dos semanas antes de la boda y se quedaría en el rancho con Jo y Phillip. Así podría ocuparse de todas las cosas que las damas de honor hacían, como ir a las pruebas del vestido y disfrutar de la fiesta de despedida de soltera. Todo lo cual había sido organizado con antelación por Matthew y la organizadora de bodas. Nada podía salir mal.

La boda tenía que ser perfecta. Había que demostrarle al resto del mundo que los Beaumont seguían siendo una gran familia.

Lo que importaba era que Matthew apareciera como un legítimo Beaumont.

Abrió un nuevo documento en la pantalla y empezó a escribir un comunicado de prensa como si su vida dependiera de ello.

 

 

Whitney se detuvo ante el edificio que parecía la fusión de tres diferentes. No podía ponerse nerviosa por las dos semanas que iba a pasar en casa de un extraño ni por la prensa que acudiría a aquella boda navideña de los Beaumont.

Sabía quién era Phillip Beaumont. ¿Acaso no lo conocía todo el mundo? Era el atractivo rostro de la cervecera Beaumont, o al menos lo había sido hasta que su familia había vendido la compañía. Jo Spears era una buena amiga, probablemente la mejor amiga que tenía, por no decir la única. Jo conocía bien su pasado y no le importaba. A cambio de su amistad incondicional, tenía que hacer de tripas corazón y ser su dama de honor.

Era la boda del año, con cientos de invitados, fotógrafos, prensa y…

Jo salió a recibirla.

–¡No has cambiado nada! –exclamó Whitney cerrando la puerta del coche.

Sintió un escalofrío. El diciembre de Dénver era completamente diferente al de California.

Jo sonrió y le dio un abrazo de bienvenida a Whitney.

–¿Qué tal el viaje?

–Largo –contestó Whitney–. Por eso he venido sola. Pensaba traer a los caballos, pero hace demasiado frío aquí para que pasen tanto tiempo en un remolque y a mis perros no les gusta viajar en coche.

Le habría gustado llevar a Fifi o a Gater, los perros con los que vivía y que tanta compañía le hacían. Pero a Fifi no le sentaban bien los viajes y Gater no iba a ninguna parte sin Fifi.

A los animales no les importaba quiénes fueran sus dueños. Ellos no leían titulares. Les daba igual las veces que hubieran sido arrestados por conducir borrachos. Lo único que les importaba era ser alimentados y que les acariciaran las orejas.

Además, Whitney estaba de vacaciones, unas vacaciones con boda incluida. Iría de turismo a Dénver, se haría la manicura y se divertiría. No le parecía bien llevarse a los perros para tenerlos encerrados en una habitación la mayor parte del tiempo.

–¿Quién va a cuidar de ellos? –preguntó Jo mientras la observaba sacar el equipaje del maletero.

–Donald, ¿te acuerdas de él? Del rancho de al lado.

–¿El viejo cascarrabias al que no le gusta ver televisión?

Jo y Whitney intercambiaron una mirada. En ese momento, Whitney se alegró de haber ido. Jo la entendía mejor que nadie.

El resto de la gente pensaba que Donald estaba al borde de la locura, que se trataba de un viejo hippie que en los años sesenta había abusado demasiado de las drogas. Vivía sin electricidad, hablaba con los animales y discutía con la madre naturaleza como si la tuviera delante. Lo cual suponía que Donald no estaba al tanto de lo que ocurría, por lo que tampoco sabía quién era Whitney o quién había sido. Donald la consideraba simplemente la vecina que debería instalar más paneles solares en el tejado de su granero y sanitarios de compostaje.

Iba a echar de menos a sus animales, pero conociendo a Donald, seguramente en aquel momento estaría sentado en el suelo del picadero, contándoles a sus caballos cuentos para dormir.

Además, no podía perderse la boda de su mejor amiga.

–¿Qué es eso que he oído sobre Phillip Beaumont y tú?

Jo sonrió.

–Vamos –dijo cargando con uno de los bolsos de viaje de su amiga–. Cenaremos dentro de una hora y nos pondremos al día.

Luego acompañó a Whitney al interior. Toda la casa estaba decorada con lazos rojos y ramas de pino. Un enorme árbol con luces blancas y rojas, con la mayor estrella que Whitney había visto jamás, se erguía junto a un ventanal. El lugar rezumaba un rústico encanto navideño y sonrió para sí. Iban a ser unas maravillosas navidades.

Un pequeño animal oscuro con unas orejas muy largas apareció a su lado y la olió.

–Hola, pequeña Betty –dijo Whitney, y le acarició las orejas–. ¿Te acuerdas de mí? Pasaste una buena temporada en mi sofá el invierno pasado.

–Si no lo recuerdo mal –comentó Jo, dejando en el suelo la bolsa de Whitney–, a tus cachorros no les gustaba tener un burro en casa.

–No, no demasiado –convino Whitney.

A Fifi no le había importado que estuviera allí, siempre y cuando Betty no se metiera en su lecho, pero Gater se había tomado como un insulto el que Whitney hubiera permitido un animal de pezuñas en la casa. En opinión de Gater, debería haberse quedado en la cuadra.

Betty se frotó con las piernas de Whitney para que la acariciara.

–No vas a creértelo –dijo Jo mientras se ocupaba de otra de las maletas de Whitney–. Matthew quiere que recorra el pasillo hasta el altar. Ha preparado una cesta para que lleve pétalos y le va a ajustar un cojín para los anillos. La niña de las flores irá a su lado, lanzando los pétalos. Dice que va a ser una imagen impactante.

Whitney parpadeó.

–Espera… ¿Matthew? Pensé que ibas a casarte con Phillip.

–Y así es.

Un atractivo hombre alto y rubio entró en la estancia, y al instante lo reconoció.

–Hola –añadió sonriendo, acercándose a la recién llegada y extendiendo la mano–. Soy Phillip Beaumont.

Así que aquel era Phillip Beaumont. Habiendo sido famosa en otra época, no se dejaba impresionar con facilidad. Pero por la manera tan intensa en la que Phillip la estaba mirando, por un momento se olvidó incluso de su propio nombre.

–Tú debes de ser Whitney Maddox –continuó–. Jo me ha hablado de la temporada que pasó contigo el invierno pasado y de esos preciosos Trakehner que crías.

–Pride y Joy –dijo Whitney sacudiendo la cabeza.

Phillip era un conocido caballista, y hablar de caballos resultaba un tema de conversación apropiado.

–¿El semental que ganó el oro en el Campeonato Mundial Ecuestre? No tengo ningún Trakehner y creo que debería hacer algo al respecto.

Phillip le sonrió y Whitney se dio cuenta de que no le había soltado la mano. Volvió la vista hacia su amiga, sin saber muy bien qué hacer. Jo sonrió y tomó del brazo a su prometido.

–Phillip, te presento a Whitney. Whitney, este es Phillip.

Whitney asintió, tratando de recordar las más elementales normas de cortesía.

–Es un placer. Enhorabuena por la boda.

Phillip le sonrió, pero enseguida le dedicó aquella sonrisa irresistible a Jo.

–Gracias.

Se quedaron mirándose unos segundos. Era evidente que se adoraban, y Whitney apartó la mirada.

Hacía mucho tiempo que ningún hombre la miraba a ella así. Lo cierto era que ni siquiera estaba segura de que Drako Evans la hubiera mirado alguna vez así. Su breve compromiso no había tenido nada que ver con el amor. Lo habían hecho simplemente para fastidiar a sus padres, y había funcionado. Los titulares habían sido espectaculares, y quizá por eso todavía la obsesionaban.

Mientras acariciaba a Betty reparó en que la mesa estaba puesta para cuatro. También percibió el olor a comida, a lasaña y a pan horneándose.

–En unos cuarenta minutos, Matthew estará aquí para la cena –dijo Phillip mirándola con sus penetrantes ojos azules.

–¿Quién es Matthew?

–Matthew Beaumont, mi hermano pequeño y padrino.

–Ah.

–Se ha encargado de organizar la boda –continuó Phillip como si tal cosa.

–Está convencido de que es la boda del año –dijo Jo–. Ya le he dicho que no me importa si nos casa un juez o si…

–O si huimos a Las Vegas para casarnos –la interrumpió Phillip, tomándola por la cintura y estrechándola contra él.

–Pero insiste en que tiene que ser una gran boda al estilo Beaumont, y como a partir de ahora voy a convertirme en una Beaumont… Se está ocupando de todo y va a ser un espectáculo.

Whitney se quedó mirando a Jo y Phillip sin saber qué decir. La Jo que conocía no permitiría que nadie la obligara a celebrar una boda por todo lo alto.

–Va a ser increíble –continuó Jo–. La capilla es preciosa y un carruaje tirado por percherones va a llevarnos desde allí a la recepción. El fotógrafo es muy bueno y el vestido…, ya lo verás mañana. Tenemos una prueba a las diez.

–Parece que todo va a ser perfecto –comentó Whitney.

Lo decía de verdad. Una boda en Navidad, carruajes tirados por caballos, vestidos…

–Será mejor que así sea –dijo Phillip.

–Te enseñaré tu habitación –anunció Jo, tomando la bolsa de viaje.

A Whitney le pareció bien. Necesitaba un momento para poner en orden sus pensamientos. Llevaba una vida tranquila sin tener que preocuparse por relaciones familiares o por acontecimientos sociales. De lo único que tenía que preocuparse cuando estaba en su rancho era de que Donald no la sermonease demasiado.

Jo la llevó por la casa, mostrándole las partes que eran originales y las que habían sido añadidas posteriormente, que eran la mayoría. También le enseñó la habitación que Phillip había mandado construir, con una bañera al aire libre.

Volvieron a cambiar de pasillo y aparecieron en la zona construida en los años setenta. Allí estaban las habitaciones de invitados según le explicó Jo. Whitney contaba con un cuarto de baño privado y estaba lo suficientemente apartado del resto como para no oír a nadie más.

Jo abrió una puerta y encendió la luz. Whitney esperaba encontrarse una habitación con decoración de los años setenta, pero lo que se encontró fueron motivos navideños rojos y verdes. Sobre la encimera de la chimenea había ramas frescas de pino.

Jo se acercó a la chimenea y apretó un interruptor. Al instante unas llamas recobraron vida. Al otro lado de la cama había una cómoda.

–Ahí tienes mantas extras. Aquí hace más frío que en tu rancho.

–Bueno es saberlo.

Whitney dejó su bolsa de viaje a los pies de la cama. Una pequeña mesa y una butaca eran los únicos muebles de la habitación. Parecía un lugar perfecto para pasar el invierno.

–Así que Phillip y tú…

–Sí, Phillip y yo –dijo Jo como si aún le costara creerlo–. Es… Bueno, ya lo has visto en acción. Tiene una manera de mirar a las mujeres que resulta… sugerente.

–Así que no me lo estaba imaginando.

Jo rio.

–No, así es él.

Aquello no explicaba cómo Jo había acabado con Phillip. De todos los hombres del mundo, habría puesto a un playboy juerguista al final de la lista de posibles candidatos a marido de Jo. Pero Whitney no sabía cómo hacer la pregunta sin que se entendiera mal.

Era posible que el Phillip que había visto en la cocina fuera muy diferente al que salía en la prensa. Quizá todo se tergiversaba tanto que lo único que compartían era el nombre. Whitney sabía mejor que nadie que esas cosas pasaban.

–Tiene un caballo que se llama Sun, Kandar´s Golden Sun.

Whitney la miró con los ojos abiertos como platos.

–Espera, he oído hablar de ese caballo. ¿No es el que se vendió por siete millones de dólares?

–Sí, estaba hecho un desastre –explicó sonriendo para sí–. ¿Sabes? Tardé una semana en conseguir que se quedara quieto.

Whitney trató de imaginarse un caballo así de alterado. Cuando Jo había ido a su rancho para ocuparse de Sterling, aquel caballo suyo que había desarrollado un miedo irracional al agua, apenas había tardado unas horas en permitir que Jo le acariciase.

–¿Una semana?

–Cualquier otro caballo habría muerto de agotamiento, pero por eso Sun es especial. Si quieres, podemos ir a verlo después de cenar. Es un semental magnífico.

–¿Así que fue ese caballo el que os unió?

Jo asintió.

–Conozco la reputación que tenía Phillip. En parte, es por eso por lo que Matthew ha insistido en que celebremos una boda a lo grande, para demostrarle al mundo que Phillip va a asumir un compromiso. Lleva sobrio siete meses. Su terapeuta estará cerca durante la recepción –explicó Jo, y se sonrojó–. Si quieres…

Whitney sacudió la cabeza. No era la única que tenía problemas para hablar de sus preocupaciones.

–No creo que vaya a haber problemas. Llevo limpia casi once años. ¿Sabe Phillip quién soy?

–Claro –contestó Jo arqueando una ceja–. Eres Whitney Maddox, la conocida criadora de caballos.

–No, no digo eso. Me refiero a… Bueno, ya sabes a qué me refiero.

–Lo sabe. Pero ambos sabemos que el pasado es simplemente eso, el pasado.

Whitney suspiró, sintiéndose aliviada.

–Eso está bien, muy bien. No quiero ser un incordio, es tu gran día.

–No habrá ningún problema –le aseguró Jo–. Y tienes razón, va a ser un gran día.

Ambas rieron. Le gustaba volver a reírse con Jo. Apenas habían pasado dos meses juntas el año pasado, pero habían congeniado a la perfección porque las dos habían tenido que superar un pasado. Después de ayudar a Sterling a superar sus miedos, Jo se había quedado durante una temporada y le había enseñado a Whitney algunas de sus técnicas de entrenamiento. Habían sido dos buenos meses. Por primera vez en mucho tiempo, Whitney no se había sentido tan sola.

Y ahora, volvería a disfrutar de la misma sensación durante dos semanas.

–¿De veras? Debe de ser una familia poco usual.

Jo volvió a reír.