bian2435.jpg

5584.png

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Sharon Kendrick

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su joya más valiosa, n.º 2435 - diciembre 2015

Título original: The Ruthless Greek’s Return

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7258-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Algo había cambiado. Jessica lo notó nada más entrar en el edificio. Había emoción y expectación en el ambiente y la garganta se le encogió con algo que parecía ser miedo. Porque no le gustaban los cambios.

Por fuera, la sede de la cadena de joyerías seguía siendo la misma. Seguía habiendo los mismos sofás mullidos, las mismas velas aromáticas y las mismas lámparas de araña. Los mismos pósters de joyas brillantes tendidas sobre terciopelo oscuro. Fotografías de mujeres que miraban de manera soñadora anillos de compromiso mientras sus guapos prometidos las observaban. Había incluso un póster en el que aparecía ella, apoyándose en un malecón y mirando hacia lo lejos, con un enorme reloj de platino brillando en su muñeca. Clavó la vista en él un instante. Cualquiera que viese aquella fotografía y viese a la mujer con camisa blanca y cola de caballo impecable pensaría que tenía la vida solucionada. Sonrió con ironía. Quien pensase que la cámara nunca engañaba estaba confundido.

Bajó la vista a sus botas de cuero claro que habían sobrevivido al viaje desde Cornwall sin salpicarse, y se acercó al mostrador. La recepcionista llevaba una blusa nueva e iba enseñando el escote. Aquello la sorprendió. El olor a barniz se mezclaba con el de gardenia de las velas. El jarrón con rosas que había encima del mostrador de cristal también parecía nuevo.

–Hola, Suzy – la saludó Jessica, inclinándose sobre las flores para olerlas y dándose cuenta de que no tenían fragancia–. Tengo una cita a las tres en punto.

Suzy miró la pantalla de su ordenador y sonrió.

–Es cierto. Me alegro de verte, Jessica.

–Y yo me alegro de estar aquí – respondió ella, aunque no fuese del todo cierto.

Vivía en el campo y solo iba a Londres cuando era estrictamente necesario. Y, al parecer, ese día lo era. Había recibido un correo electrónico muy enigmático, que la había dejado algo confundida. Por eso se había quitado los pantalones vaqueros y el jersey y estaba allí, vestida de manera profesional, sonriendo. Aunque por dentro estaba sufriendo porque Hannah ya no estaba… pronto se acostumbraría a aquello. Había tenido que acostumbrarse a cosas mucho peores.

Se limpió las gotas de agua del chubasquero y bajó la voz para añadir:

–¿No sabrás tú qué pasa? ¿Por qué he recibido de repente un misterioso correo, cuando el catálogo nuevo no sale hasta principios de verano?

Suzy miró de un lado a otro.

–Lo cierto es que sí – respondió–. Tenemos jefe nuevo.

Jessica no dejó de sonreír.

–¿De verdad? No sabía nada.

–Es normal, ha sido una operación muy importante. El nuevo dueño es griego. Muy griego. Un playboy de la cabeza a los pies – le contó Suzy–. Y muy peligroso.

A Jessica se le erizó el vello de la nuca, como le ocurría siempre que oía la palabra «griego». La reacción ya no era tan fuerte como un tiempo atrás, pero seguía ahí. Era como uno de los perros de Pávlov, que salivaban siempre que oían una campana.

–No me digas – añadió–. ¿Con peligroso te refieres a que va armado?

Los rizos rojizos de Suzy se movieron cuando esta negó con la cabeza.

–Me refiero a que es muy atractivo, y lo sabe.

Una luz brilló en el mostrador y ella tocó el botón con una uña perfectamente pintada.

–Estás a punto de averiguarlo por ti misma.

Jessica pensó en lo que le había dicho Suzy mientras subía en el ascensor hacia los despachos del ático y se dijo que le daba igual lo guapo que fuese su nuevo jefe. Ya había conocido a otros hombres que rezumaban testosterona y se había quemado por jugar con ellos. Miró su reflejo en el espejo del ascensor. En realidad solo había habido un hombre que había hecho arder todo su cuerpo, que le había calcinado el corazón y el alma y, como consecuencia, Jessica guardaba las distancias con cualquier hombre peligroso y todo lo relacionado con estos.

El ascensor se detuvo y en lo primero en lo que se fijó fue que las cosas también estaban distintas allí. Había más flores, pero, además, todo estaba vacío y demasiado tranquilo. Había esperado ver a una pequeña delegación de ejecutivos, pero ni siquiera estaba la secretaria que guardaba aquel santuario. Miró a su alrededor. Las puertas del despacho de dirección estaban abiertas. Se miró el reloj. Las tres en punto. ¿Podía entrar y presentarse? ¿O quedarse allí y esperar a que alguien saliese a buscarla? Todavía estaba dudando cuando una voz con acento extranjero la sobresaltó.

–No te quedes ahí, Jess. Entra. Te estaba esperando.

Se le encogió el corazón y pensó que se había vuelto loca. Se dijo que todas las voces mediterráneas sonaban parecidas y que no podía ser él. ¿Cómo iba a reconocer una voz que no había oído en años?

Estaba equivocada. No podía ser.

Entró en el despacho y se detuvo en el centro de la enorme habitación. Y se dio cuenta de que no había ninguna confusión.

Era él.

Loukas Sarantos, sentado frente a un enorme ventanal con vistas a la ciudad, como si fuese el amo de todo lo que tenía delante. Estaba sonriendo de medio lado. Tenía las largas piernas extendidas bajo el escritorio y las manos apoyadas encima, como enfatizando que todo le pertenecía. Jessica estudió sorprendida el caro traje negro que llevaba puesto y se sintió todavía más confundida. Porque Loukas era guardaespaldas. Un guardaespaldas de alguien importante, que llevaba ropa que hacía que pasase desapercibido, no que resaltase. ¿Qué estaba haciendo allí, así vestido?

Para ella siempre había sido un hombre prohibido, desde el principio, y era sencillo entender por qué. Podía intimidar a cualquiera con una mirada de aquellos ojos negros. No se parecía a nadie que hubiese conocido antes. La hacía desear cosas que nunca antes había querido, y cuando se las había dado, le había hecho desear todavía más. Era peligroso. Loukas era la noche y ella el día. Y Jessica lo sabía.

Se le nubló la vista un instante y deseó que su presencia la dejase fría. Que no fuese nada más que un recuerdo remoto de otra época y otra vida.

Loukas apoyó la espalda en el sillón de cuero negro, que brillaba como el pelo que se le rizaba a la altura de la nuca. Su sonrisa no transmitía alegría y a ella le causó un escalofrío. La estaba mirando fijamente y, por un instante, Jessica pensó que iba a desmayarse, y una parte de ella le dijo que tal vez fuese buena idea. Si se caía al suelo, tal vez pudiese escapar de allí. Tal vez él llamaría a urgencias y su imponente presencia se diluiría en presencia de otras personas.

Pero la sensación pasó enseguida y, como llevaba toda la vida ocultando sus emociones, fue capaz de mirar a su alrededor con gesto de curiosidad y decir en tono casi natural:

–¿Dónde está la secretaria que suele haber aquí?

Aquello pareció molestarlo. Se inclinó hacia delante y respondió:

–Ocho años. Han pasado ocho largos años desde la última vez que nos vimos, ¿y lo único que me preguntas es dónde está la secretaria?

Su seguridad la puso casi tan nerviosa como su aspecto. Incluso con el traje hecho a medida desprendía sensualidad. ¿Era ese el motivo por el que ella estaba empezando a recordar sus besos y sus caricias por debajo de la falda con la que jugaba al tenis, y… y…?

–¿Qué estás haciendo aquí? – le preguntó.

Ya no sonaba tan tranquila y no supo si él se habría dado cuenta.

–¿Por qué no te quitas el abrigo y te sientas, Jess? – le sugirió amablemente–. Te has puesto muy pálida.

Ella deseó decirle que prefería quedarse de pie, pero lo cierto era que verlo la había desequilibrado. Y tal vez desmayarse ya no fuese tan buena idea. Si acababa en posición horizontal, sería desconcertante encontrarse a Loukas inclinándose sobre ella. Inclinándose sobre ella como si quisiera besarla… cuando la realidad era que la estaba mirando como si acabase de resucitar.

Se acercó a la silla que él le estaba señalando, se sentó y dejó el bolso en el suelo mientras clavaba la mirada en la suya.

–Estoy… sorprendida – admitió.

–Ya imagino. Dime… ¿Qué has sentido al entrar en la habitación y darte cuenta de que era yo?

Ella levantó los hombros como si no tuviese palabras para responder a aquella pregunta en particular y, aunque las hubiese, no estaba segura de que Loukas quisiese oírlas.

–Supongo que debe de haber algún tipo de… explicación.

–¿A qué, Jess? Quizás podrías ser más específica.

–Al hecho de que estés ahí sentado, comportándote como si…

Él volvió a sonreír de medio lado.

–¿Como si estuviese en mi casa?

Jessica tragó saliva y pensó en lo arrogante que era.

–Sí.

–Es que estoy en mi casa – continuó él, con impaciencia–. He comprado la empresa, Jess. Pensaba que era obvio. Ahora todas las tiendas Lulu son mías, en todas las ciudades, aeropuertos y cruceros del mundo.

Aquello la dejó de piedra. «Céntrate», se dijo a sí misma. «Puedes hacerlo. Se te da bien el arte de estar centrada».

–No sabía… – empezó con naturalidad.

–¿Que fuese tan rico?

–Bueno, eso, por supuesto. Ni que te interesasen las joyas y los relojes.

Loukas unió los dedos de las dos manos y la miró a los ojos color aguamarina. Como de costumbre, el pelo rubio de Jessica estaba impecablemente peinado y él recordó que, incluso después de haberse acostado con ella, su pelo siempre había parecido volver solo a su sitio después. Estudió el brillo rosado de sus labios y se estremeció. Jessica Cartwright. La única mujer a la que no había podido olvidar. Su pálida e inesperada némesis. Espiró lentamente y la recorrió con la mirada, porque se había ganado el derecho a mirarla como a cualquier otro bonito objeto que acabase de comprar.

Como siempre, iba vestida de manera clásica y fría. Tenía el cuerpo atlético y nunca le había gustado la ropa provocativa ni el maquillaje exagerado, su aspecto siempre había sido natural y eso no había cambiado. La fuerza de la atracción que había sentido por ella lo había sorprendido y nunca había podido entender el motivo. En esos momentos se fijó en cómo se ceñía la camisa blanca a sus pequeños pechos y el sutil brillo de las perlas que llevaba en las orejas. El pelo rubio recogido en una cola de caballo enfatizaba sus pómulos marcados. Parecía una mujer intocable y distante, pero era mentira. Porque detrás de aquella fría imagen había una mujer tan superficial y codiciosa como las demás. Una mujer que conseguía lo que quería y después te dejaba casi sin aire, como un pez recién sacado del agua.

–Hay muchas cosas que no sabes de mí – añadió, apretando los labios y sintiendo que se excitaba.

Y muchas otras que estaba a punto de averiguar.

–No lo entiendo… La última vez que te vi eras guardaespaldas. Trabajabas para un oligarca ruso – comentó Jessica, frunciendo el ceño mientras intentaba recordar–. Dimitri Makarov, ¿no?

–Así se llamaba – asintió Loukas–. Yo era el tipo que llevaba la pistola bajo la chaqueta. El hombre que no conocía el miedo. La pared de músculos que podía romper un tablón de madera de un solo golpe.

Se interrumpió y la miró, porque recordaba cómo había recorrido Jessica aquellos músculos con sus largos dedos.

–Pero un día decidí empezar a utilizar mi cerebro en vez de mi fuerza. Me di cuenta de que, si dedicaba mi vida a proteger a los demás, no llegaría muy lejos, y que tenía que mirar al futuro. Algunas mujeres piensan de esos hombres que son casi salvajes, ¿no, Jess?

Esta palideció y apretó los puños sobre el regazo. Loukas se dio cuenta y le gustó. Quería ver cómo se venía abajo.

–Sabes que yo nunca he dicho eso – respondió ella con voz temblorosa.

–No, pero tu padre sí que lo dijo, y tú no te enfrentaste a él, sino que le diste la razón. Fuiste cómplice con tu silencio. La princesita estaba de acuerdo con papá. ¿Quieres que te recuerde qué más me dijo?

–¡No!

–Me llamó matón. Dijo que, si seguías conmigo, te llevaría a la cueva de la que había salido. ¿Lo recuerdas, Jess?

Ella sacudió la cabeza.

–¿Qué hacemos aquí hablando del pasado? – preguntó–. Salí contigo cuando era una adolescente y es cierto que mi padre reaccionó mal cuando se enteró de que éramos…

–Amantes – terminó él en su lugar.

Jessica tragó saliva.

–Amantes – repitió, como si le doliese decirlo–, pero de eso ha pasado mucho tiempo y ya nada importa. Yo… he pasado página, y esperaba que tú también lo hubieses hecho.

Loukas se hubiese echado a reír si no hubiese estado tan enfadado. Lo había humillado como ninguna otra mujer. Se había entrometido en sus sueños, ¿y pensaba que nada de eso importaba? Pues estaba a punto de demostrarle lo contrario. Que cuando traicionabas a otra persona, antes o después eso se volvía contra ti.

Tomó un bolígrafo de oro que había encima del escritorio y empezó a hacerlo girar entre sus dedos sin apartar la mirada de ella.

–Tal vez tengas razón – le dijo–. No deberíamos pensar en el pasado, sino en el presente. Y, por supuesto, en el futuro. O, lo que es más importante, en nuestro futuro.

Vio cómo Jessica se ponía tensa. ¿Sabría lo que la esperaba? Debía de saber que, en su situación, lo normal sería despedirla lo antes posible.

–¿Qué pasa con nuestro futuro? – preguntó ella, poniéndose a la defensiva.

–¿Cuánto tiempo llevas trabajando en la empresa, Jess?

–Estoy segura de que ya lo sabes.

–Tienes razón. Lo sé. Tengo tu contrato delante de mí – admitió, bajando la vista y volviendo a levantarla–. Empezaste a trabajar para Lulu justo después de dejar la carrera de tenista, ¿verdad?

Jessica no respondió inmediatamente por miedo a delatarse. No quería mostrar nada que la hiciese vulnerable ante aquel Loukas tan intimidante. ¿Que había dejado su carrera de tenista? Lo había dicho como si hubiese sido tan sencillo como dejar de ponerse azúcar en el café. Como si no hubiese perdido de repente el deporte al que había dedicado toda la vida, por el que había vivido y respirado desde que era poco más que un bebé. Aquello había dejado un enorme vacío en su vida y, como había ocurrido justo después de que rompiese con él, recuperarse del golpe había sido mucho más difícil. Pero lo había hecho, porque había tenido que elegir entre hundirse o nadar, y poco después también había tenido que empezar a cuidar de Hannah. Así que hundirse nunca había sido una opción.

–Eso es – respondió.

–¿Por qué no me cuentas cómo conseguiste el trabajo? Supongo que eso sorprendió a muchas personas, teniendo en cuenta que no tenías ninguna experiencia como modelo – comentó él, arqueando las cejas–. ¿Te acostaste con el jefe?

–No seas idiota – replicó ella sin poder evitarlo–. Era un hombre mayor.