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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2011 Sharon Kendrick. Todos los derechos reservados.
BODA IMPOSIBLE, N.º 2064 - marzo 2011
Título original: The Forbidden Innocent
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9822-5
Editor responsable: Luis Pugni

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Boda imposible

Sharon Kendrick

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Capítulo 1

LO ÚLTIMO que deseaba era ir caminando desde la estación. El aire era helado, el cielo de un color gris plomizo y Ashley estaba cansada e inquieta. Había pasado la mañana en el tren, viendo el triste paisaje por la ventanilla mientras se preparaba para conocer a su nuevo jefe. Intentando convencerse a sí misma de que no había necesidad de estar nerviosa porque Jack Marchant no podía ser tan formidable como la mujer de la agencia de empleo le había dado a entender, tomó el camino que llevaba a Blackwood.

Desgraciadamente, su llegada a la impresionante mansión no la había animado mucho porque el poderoso Jack Marchant no estaba allí. Y cuando le preguntó a Christine, su ama de llaves, a qué hora lo esperaba la mujer levantó los ojos al cielo.

–Nunca se sabe –le respondió–. El señor Marchant hace sus propias reglas.

Ahora, mientras paseaba por un camino helado, flexionando los dedos bajo los guantes de lana para hacerlos entrar en calor, se dio cuenta de que Jack Marchant parecía ejercer ese efecto en las mujeres de cierta edad. La propietaria de la agencia de empleo lo había descrito como «formidable», una palabra que podía esconder multitud de pecados.

¿Significaba eso que era malhumorado o sencillamente tan grosero que no se molestaba en aparecer para conocer a su nueva secretaria?

Aunque daba igual cómo fuera, su personalidad era irrelevante. Ella necesitaba aquel trabajo y, sobre todo, necesitaba urgentemente el dinero. Era un contrato de corta duración, pero muy lucrativo y ella podía aguantar cualquier cosa, incluso aquel triste paisaje donde hasta el propio aire era tan frío, tan inclemente.

Pero aún le daban miedo los cambios, incluso con la práctica que había adquirido pasando de una familia de acogida a otra durante su infancia. Aún tenía cierta sensación de miedo cada vez que conocía a alguien o debía enfrentarse a una nueva situación. Había tenido que aprender lo que a la gente le gustaba y no le gustaba, escuchar lo que decían, pero mirarlos a los ojos para saber lo que en realidad querían decir.

Porque casi desde la cuna había aprendido a leer entre líneas, a diferenciar entre las palabras y la intención para encontrar la verdad detrás de una sonrisa. Había aprendido bien la lección, sí. Era una técnica de supervivencia en la que ella era experta y una que seguía practicando de forma instintiva.

Ashley se detuvo un momento para mirar alrededor. El páramo era un lugar solitario, pensó, las ramas secas de los árboles dándole un aire lúgubre, casi siniestro. Pero cuando llegó al final de una pendiente pudo ver la torre de un campanario y varios tejados puntiagudos. De modo que al menos había un pueblo cerca, con gente y tiendas y a saber qué más.

Y si se volvía hacia el otro lado podía ver los muros grises de la mansión Blackwood, que a aquella distancia tenía un aspecto imponente. También podía ver el bosque y los edificios que la rodeaban, cobertizos y establos, y el brillo distante de un lago.

Ashley intentó imaginar cómo sería poseer tantas tierras, ser un rico hacendado que nunca tenía que preocuparse por el dinero. ¿Sería eso lo que hacía a Jack Marchant tan formidable? ¿Tener montañas de dinero corrompía a la gente?

Estaba tan perdida en sus pensamientos que al principio no oyó el ruido de algo que se acercaba a toda velocidad. El ruido parecía reverberar en el silencio de la tarde y Ashley tardó unos segundos en darse cuenta de que eran los cascos de un caballo.

Sorprendida y desorientada, una sensación que aumentó al ver un colosal caballo negro galopando hacia ella, no sabía qué hacer. Era un animal enorme, como salido de una pesadilla infantil, y sobre la silla iba un hombre de pelo negro alborotado por el viento.

Era muy alto, muy fuerte, de rostro duro e implacable. Ashley se encontró mirando unos ojos de acero, tan negros y profundos como la noche.

Transfigurada, no se dio cuenta de que debía apartarse hasta que el caballo estuvo casi encima de ella y, por fin, dio un salto hacia atrás.

Pero el animal, asustado, lanzó un relincho, levantando las patas delanteras. En ese mismo instante, un perro enorme de pelaje blanco y negro apareció corriendo y ladrando...

Y, de repente, todo ocurrió muy deprisa. Ashley escuchó un relincho, un ladrido y una maldición seguida de un golpe seco. El caballo había caído al suelo con su jinete.

El perro ladraba mientras corría hacia ella como para pedir su ayuda y Ashley se acercó, asustada de lo que podría encontrar. El caballo intentaba levantarse, pero su jinete estaba inmóvil y, asustada, se inclinó sobre él.

¿Estaba... muerto? Ashley tocó su hombro con dedos temblorosos.

–¿Se ha hecho daño? ¿Está bien?

El hombre dejó escapar un gemido.

–¿Me oye? –Ashley insistió porque había leído en alguna parte que lo mejor en esos casos era evitar que el herido perdiese el conocimiento–. ¿Puede oírme?

–¡Claro que puedo oírla, está a un metro de mí!

Su voz era sorprendentemente enérgica y más que un poco irritada. El hombre abrió los ojos y Ashley dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba vivo.

–¿Está herido?

Él hizo una mueca. Qué pregunta tan tonta. ¿Por qué se mostraba preocupada cuando había sido ella quien provocó la caída?

–¿Usted qué cree? –murmuró, sarcástico, intentando mover las piernas.

–¿Puedo hacer algo?

–Podría empezar por darme algo de espacio –dijo él–. Apártese y déjeme respirar.

El tono era tan autoritario que Ashley se apartó sin pensar, observándolo mientras intentaba levantarse... pero sólo pudo ponerse de rodilla sobre el camino. El perro se volvió completamente loco entonces, ladrando y saltando a su alrededor hasta que el hombre lo silenció con una orden:

–¡Cállate, Casey!

–No debería moverse –dijo Ashley.

–¿Cómo sabe lo que debo hacer?

–Lo leí en un libro de primeros auxilios. Si está herido, y es evidente que lo está, yo podría ir a pedir ayuda. O llamar a una ambulancia. Podría haberse roto algo.

Impaciente, él negó con la cabeza.

–No me he roto nada, seguramente será un simple esguince. Déjeme descansar un momento.

Ashley aprovechó para mirarlo de cerca. Incluso en aquel estado era un hombre imponente, altísimo, de anchos hombros y piernas poderosas. Tenía el pelo alborotado, negro como la noche, tan negro como sus ojos. Debía haber tenido una pelea en algún momento de su vida, o tal vez un accidente, porque podía ver una pequeña cicatriz a un lado de su boca... una boca muy sensual, pensó. Aunque tenía un rictus severo que parecía grabado de forma indeleble. Tal vez por el dolor.

Sus facciones eran demasiado marcadas como para decir que eran convencionalmente bellas, pero había algo en él que lo hacía muy atractivo. Exudaba una masculinidad que debería haberla puesto nerviosa, pero no era así. Quizá porque en ese momento estaba herido y vulnerable.

–No puedo dejarlo así. Tengo que pedir ayuda –insistió.

–Claro que puede. Se está haciendo tarde y no es buena idea pasear por aquí de noche. Especialmente cuando pasan coches. O tal vez es usted de la zona...

–No, no soy de aquí.

–No, claro, si fuese de por aquí sabría que no debe quedarse parada en el camino de un caballo que va al galope –murmuró él, pasándose una mano por el cuello–. ¿Dónde vive?

–En realidad, acabo de mudarme aquí.

–¿Dónde vive?

Parecía absurdo ponerse a charlar sobre su vida cuando él estaba tirado en el suelo, malherido. Pero la miraba con tal intensidad que resultaba imposible no contestar. E imposible no sentirse un poco mareada...

–En la mansión Blackwood.

–Ah, entonces vive allí –dijo él, frunciendo el ceño–. En la casa gris, sobre el páramo.

Ashley asintió con la cabeza.

–No es mía, claro. La casa es de mi nuevo jefe.

–¿Ah, sí? ¿Y cómo es ese jefe suyo?

–No lo sé, aún no lo conozco. Soy su nueva secretaria y... –iba a decir que Jack Marchant la había contratado para que hiciera una transcripción de su novela, pero se preguntó por qué iba a contarle nada de eso a un extraño. ¿Sería por la extraña intensidad con que la miraba? ¿O porque la hacía sentir un cosquilleo extraño?

Ashley se apartó un poco. La discreción era parte fundamental del trabajo de una secretaria. ¿Y si el señor Marchant se enteraba de que había estado hablando de él con un extraño?

–Bueno, si está seguro de que no se ha roto nada será mejor que me marche. Mi jefe podría haber vuelto a casa y no quiero hacerle esperar.

–Espere un momento –dijo él entonces–. Puede ayudarme si quiere. Sujete a mi caballo.

Ashley tuvo que tragar saliva. El animal era más imponente que su jinete. A unos metros de ellos, estaba golpeando el suelo con sus cascos y soltando una nube de vaho a través de la nariz.

–¿O le da miedo? –le preguntó él.

En realidad, le daba más miedo esa mirada oscura, pero Ashley tenía un gran instinto de supervivencia y sabía cuándo era necesario admitir la verdad.

–Yo no sé mucho de caballos.

–Entonces no se acerque, ya me las arreglaré. Espere, no se mueva.

El hombre puso las dos manos sobre sus hombros para levantarse y Ashley experimentó una extraña sensación al notar la presión de sus dedos. Tal vez porque no estaba acostumbrada a que la tocasen. Era como si el roce la quemase a través de la ropa.

En el frío atardecer, sus ojos se encontraron y sintió como si estuviera derritiéndose bajo el impacto de su mirada. ¿Era su imaginación o él había apretado la mandíbula? ¿Sólo a ella se le había ocurrido el extraño pensamiento de que sería totalmente natural que la tomase entre sus brazos?

Él se apartó abruptamente y empezó a caminar despacio hacia el caballo, hablando en voz baja como para calmarlo.

Ashley lo observaba, como hipnotizada mientras subía a la silla de un salto. Era como si no se hubiera caído del caballo, como si no hubiera pasado nada.

Poesía en movimiento, pensó, cuando se inclinó para dar una palmadita en el flanco del animal.

Por un segundo, quiso pedirle que no se fuera, que se quedase y la hiciera sentir viva otra vez. Pero, afortunadamente, el momento de locura pasó enseguida.

–Gracias por su ayuda –dijo él–. Y ahora, váyase. Váyase antes de que se haga de noche y asuste a otro caballo con esos ojazos suyos. ¡Casey, ven aquí, chico!

El perro se acercó corriendo y el hombre golpeó los flancos del caballo con los talones, mirándola por última vez antes de lanzarse al galope de nuevo.

Ashley se quedó donde estaba, perpleja, viendo cómo se perdía por el camino, el ruido de los cascos haciendo eco en el solitario páramo.

Nadie le había dicho nunca que tuviera unos «ojazos», pensó. Y, desde luego, nunca un hombre tan increíblemente atractivo como él.

¿Quién sería aquel extraño de cuerpo poderoso y expresión amarga?, se preguntó.

Ashley volvió a la mansión Blackwood y cuando Christine abrió la puerta, un enorme perro blanco y negro salió de la casa y empezó a dar saltos a su alrededor.

–¡Casey! –exclamó Ashley–. ¿De quién es este perro?

–Del señor Marchant.

–Ah, ¿entonces ha vuelto?

Christine asintió con la cabeza.

–Sí ha vuelto, pero no por mucho tiempo. Ha tenido un accidente.

–¿Un accidente? –Ashley tragó saliva, con el estómago encogido.

–Por lo visto, se cayó del caballo. Acaba de irse al hospital.

El perro, el accidente...

El corazón de Ashley se desbocó al darse cuenta de que el hombre que se había caído del caballo era su nuevo jefe, Jack Marchant.

Capítulo 2

LAS RAMAS de un árbol golpeaban el cristal de la ventana, pero Ashley apenas se daba cuenta mientras miraba el jardín. Sólo podía pensar en el hombre de los ojos negros que se había caído del caballo y en cómo se había encontrado con su nuevo jefe en las circunstancias más extrañas.

Su nuevo jefe.

Ashley tragó saliva. ¿Estaría herido, se habría roto algo? Tal vez había tenido que quedarse en el hospital, con una hemorragia interna o algo así. Tal vez nunca volvería a tener la oportunidad de hablar con él.

Ella sabía que la vida podía cambiar de un minuto para otro. Jack Marchant estaba galopando alegremente, disfrutando de la vida, y un minuto después...

Christine le había dicho que no había noticias y que no había nada que pudiera hacer hasta que volviese el señor Marchant, de modo que subió a su habitación para intentar tranquilizarse.

Ella estaba acostumbrada a habitaciones pequeñas, pero la suya era enorme, con una cama grande, cubierta por una manta de cachemir. Y había más en el armario, le había dicho Christine, porque la temperatura bajaba mucho por las noches. Además de la cama había un sofá lleno de cojines y una televisión sobre la cómoda.

–El señor Marchant no suele ver la televisión –le había contado el ama de llaves–, pero yo le dije que no se podía traer a alguien de fuera sin ofrecerle algo con lo que entretenerse por las noches.

Ashley tuvo que sonreír. No, no podía imaginar al serio Jack Marchant viendo una telenovela o alguno de esos ridículos concursos.

Tampoco ella era fan de la televisión y, tomando una novela de las que había llevado en la maleta, se sentó en el sofá y empezó a leer mientras esperaba noticias del hospital.

Pero, por una vez, era incapaz de concentrarse en el mundo imaginario que prefería a la vida real. En lugar de eso veía imágenes de un cuerpo poderoso tirado en el camino...

De modo que él era Jack Marchant. Había esperado a alguien mayor, un anciano con gafas tal vez. Eso era lo que pegaba con el autor de varias biografías militares que había decidido escribir una novela autobiográfica. Pero era todo lo contrario. Diferente a cualquier otra persona que hubiese conocido.

El libro olvidado por completo, Ashley miró alrededor. Ella había crecido con muchos chicos, pero eran sólo eso, chicos. Mientras Jack Marchant exudaba una virilidad desconocida para ella. Y no sabía cómo iba a lidiar con un hombre como él a diario.

«Pero no tendrás que lidiar más que con el trabajo que te encargue», pensó. «Es tu jefe y estás aquí para trabajar, para vivir en su casa y, a finales de mes, cobrar el generoso salario que va a pagarte. Ésa es la razón por la que estás aquí».

Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos. Al otro lado estaba Christine, con el abrigo puesto y una bolsa en la mano.

–Me voy a casa –le dijo–. Y el señor Marchant ha vuelto del hospital. Está abajo, en la biblioteca, y dice que quiere verte.

–¿Está bien?

–Sí, claro que está bien. Haría falta algo más que una caída para que alguien como él se hiciese daño.

–Tal vez debería cambiarme de ropa –murmuró Ashley, nerviosa, tocando el elástico de sus vaqueros.

–Será mejor que no te retrases, no le gusta esperar. Te veo en un par de días –se despidió Christine–. Que lo pases bien.

¿Pasarlo bien? ¿Por qué tenía la impresión de que aquel trabajo no iba a ser precisamente divertido?

Después de ponerse una blusa y una sencilla falda, se hizo una trenza y bajó a la biblioteca. La puerta estaba cerrada y el autoritario: ¡Entre! como respuesta al tímido golpecito en la hoja de madera casi la hizo salir corriendo.

Ashley empujó la pesada puerta y vio una oscura figura frente a la chimenea, de espaldas a ella, una figura que reconoció inmediatamente y que, sin embargo, le parecía más formidable que antes. ¿Sería porque las llamas creaban sombras en la habitación, dándole aspecto de gigante? ¿O porque el físico de aquel hombre era sencillamente formidable?

De repente, se sentía insustancial, diminuta. Como si pudiera dominarla a ella del mismo modo que dominaba la habitación.

–¿Señor... Marchant?

Él se volvió y las llamas iluminaron su rostro, creando sombras sobre unas facciones que parecían esculpidas en granito.

Daba una sensación de soledad, como si se hubiera aislado del resto del mundo... pero cuando se fijó vio un brillo de dolor en sus ojos. O de furia. Pero enseguida desapareció. En lugar de eso, la miraba con expresión fría.

–Nos encontramos de nuevo.

–Sí.

Jack Marchant sonrió. La misma sonrisa burlona que había esbozado en el camino.

–Mi salvadora.

Ashley se encogió de hombros, incómoda.

–La verdad es que no pude hacer mucho por usted.

–No, supongo que no –Jack la estudió, recordando sus ojos verdes y sus labios temblorosos, la suavidad de sus manos cuando lo tocó en el hombro. Qué poderosa podía ser la suavidad, pensó. Y cuánto tiempo había pasado desde la última vez que experimentó su dulce seducción–. Y, sin duda, se sentía demasiado culpable como para valerme de mucho.

–¿Cómo dice?