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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Romance clandestino, n.º 106 - junio 2014

Título original: Affairs of State

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4287-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

–El príncipe te está mirando.

–A lo mejor quiere que le rellene la copa.

Ariella Winthrop envió un mensaje de texto en el que pedía que sacasen otra ronda de salmón y caviar. La gala tenía como objetivo recaudar fondos para un hospital local y había casi seiscientos invitados.

–Voy a mandarle a un camarero.

–Ni siquiera lo has mirado –le dijo a Ariella su elegante amiga, Francesca Crowe, que también estaba invitada a la fiesta.

Francesca llevaba el pelo, largo y moreno, suelto y se había puesto un vestido muy caro, que realzaba su curvilínea figura. Su imagen encajaba bien con la de los multimillonarios que habían asistido esa noche a la fiesta. En ocasiones, Ariella se sentía incómoda cuando invitaba a una amiga a una de sus fiestas y esta no era consciente de que tenía que trabajar y pretendía pasarse toda la noche charlando con ella. Por suerte, con Francesca podía ser sincera.

–Estoy trabajando. Y tú te estás imaginando cosas.

No miró al príncipe y tuvo la esperanza de que este tampoco estuviese mirándola a ella.

–Quizás se sienta tan intrigado como el resto del mundo por la misteriosa hija del presidente de los Estados Unidos.

–Voy a fingir que no he oído eso. Y, si sigues así, no apareceré en el programa de televisión de la cadena de tu marido.

Era broma, aunque lo cierto era que Ariella estaba muy nerviosa. Iba a encontrarse con su padre biológico por primera vez delante de las cámaras de televisión.

–Míralo. Es muy guapo –insistió su amiga.

Y Ariella no pudo evitar levantar la vista.

Su mirada se cruzó con la de un hombre alto que había al otro lado del salón. Su pelo corto y rubio contrastaba con el esmoquin negro. Ariella se estremeció al ver que echaba a andar hacia ella.

–Oh, no, viene hacia aquí.

–Ya te he dicho que te estaba mirando –comentó Francesca sonriendo–. Y no necesita champán. Mira, tiene la copa llena.

–¿Qué le pasará?

A Ariella se le aceleró el pulso. Sonrió de manera profesional y se preguntó si debía presentarse, dadas las circunstancias. Estaba allí trabajando, no como invitada, ¿se estaría saltando la etiqueta si saludaba al príncipe? Ojalá estuviese allí su socia, Scarlet, que formaba parte de la alta sociedad de Washington y sabía cómo actuar en aquellos casos.

Antes de que le diese tiempo a tomar una decisión, tenía al príncipe delante. Este le tendió la mano, así que ella se la dio. Como era de prever, el apretón de manos fue firme y autoritario.

–Señorita Winthrop, soy Simon Worth.

¿Sabía su nombre? En realidad, era normal, seguro que leía los periódicos como todo el mundo.

–Encantada de conocerlo –le respondió ella en tono profesional.

Sus ojos de color miel la estudiaron.

–Estoy impresionado –añadió con voz profunda y masculina.

Y Ariella no pudo evitar sentirse atraída por él.

–Gracias. Qué detalle –le contestó ella, que no estaba acostumbrada a que los invitados la felicitasen personalmente–. Nos gusta organizar este tipo de eventos.

Él le soltó la mano, pero no apartó la vista.

–No me refería a la fiesta, sino a lo bien que ha soportado la intromisión de la prensa en su vida privada.

–Ah.

Ariella sintió calor en las mejillas, a pesar de que no se solía ruborizar. Aquel hombre estaba consiguiendo desestabilizarla.

–Supongo que el hecho de no tener vida privada ayuda bastante. Me paso el día trabajando, así que no tienen mucho que escribir de mí.

Se dio cuenta de que lo que estaba diciendo era una tontería y se sonrojó todavía más.

–Y es fácil mantener las distancias cuando, en realidad, la mitad del tiempo no sé de qué están hablando –añadió.

–Sé cómo se siente –dijo él sonriendo–. He sido el objetivo de las cámaras desde antes de que supiese hablar. Y he llegado a la conclusión de que, si no tienen nada interesante que contar, al final se lo inventan y esperan a que montes un escándalo.

Ariella sonrió.

–Entonces, ¿es mejor taparse los oídos y esperar a que se marchen?

–Más o menos –respondió él sonriendo de nuevo.

Ariella se dio cuenta de que le salía un hoyuelo en la mejilla izquierda. Era más alto de lo que había pensado. Y más corpulento.

–También ayuda viajar mucho, porque les cuesta más seguirte –agregó.

–Tendré que organizar más fiestas en el extranjero –dijo Ariella, pensando que era fácil hablar con él–. Organicé una en París hace un par de meses, y tenemos otra en Rusia dentro de poco, así que supongo que será fácil llegar a dominarlo.

Él se echó a reír.

–Eso es. Yo viajo bastante a África ahora que he dejado el ejército. Es más fácil despistar a los fotógrafos en la selva.

Ariella se rio al imaginárselo.

–¿Y qué hace en África? –le preguntó con sincera curiosidad.

No le sonaba que Gran Bretaña siguiese teniendo colonias allí.

–Dirijo una organización llamada World Connect que lleva la tecnología y la educación a zonas apartadas. Toda la plantilla es local, así que nos lleva mucho tiempo contratar a personas en los pueblos y ayudarlas a levantar el proyecto.

–Debe de ser muy gratificante.

Era un hombre adorable. Un príncipe que hacía algo más que divertirse.

–Pensé que no sabría qué hacer con mi vida cuando saliese del ejército, pero estoy más ocupado y feliz que nunca. Espero poder conseguir algunas donaciones ahora que estoy en Washington y he pensado que usted podría ayudarme.

–¿Quiere que organicemos una gala benéfica? –preguntó Ariella, sabiendo que a su amiga Scarlet le encantaría tener a alguien de la realeza entre sus clientes.

–¿Por qué no? –dijo él, acercándose tanto que Ariella pudo sentir su calor corporal–. ¿Podría tomar el té conmigo mañana?

Ella se puso tensa. Había algo en el lenguaje corporal del príncipe que le decía que quería algo más que tomar el té. Tenía fama de ser un hombre encantador y, a pesar de que no recordaba que hubiese protagonizado ningún escándalo amoroso, lo último que necesitaba era dar a la prensa algo más de qué hablar.

–Me temo que mañana no puedo –le contestó, retrocediendo un poco.

En vez de poner gesto de enfado o de decepción, él inclinó la cabeza y sonrió.

–Por supuesto. Está ocupada. ¿Y a la hora de desayunar? Supongo que, para usted, será el momento más tranquilo del día.

Ariella tragó saliva. Sabía que tenía que alejarse de aquel hombre tan guapo y, seguramente, experto en seducir a mujeres en un estado emocional vulnerable, pero era un príncipe, así que no podía ofenderlo. Al menos, no en público. Y para su empresa, DC Affairs, ocuparse de la gala de su organización benéfica sería estupendo. Además, Scarlet la mataría si se enteraba de que había rechazado el encargo. ¿Y qué podía pasar durante un desayuno?

–A la hora de desayunar está bien.

–Mi chófer pasará a recogerla a su casa. Será discreto, se lo aseguro.

–Ah.

Aquello la preocupó todavía más. Si era una reunión de negocios, no necesitaban tanta discreción. No obstante, consiguió sonreír.

–Vivo en…

–No se preocupe, la encontrará.

El príncipe inclinó la cabeza, retrocedió un par de pasos y después se perdió entre la multitud.

Ariella deseó apoyarse en algo y suspirar aliviada, pero no tenía ninguna pared cerca. Además, le estaba sonando el teléfono.

–Bueno, bueno, bueno –le dijo Francesca, sobresaltándola.

–Se me había olvidado que estabas aquí.

–Ya me he dado cuenta. Y también se te ha olvidado presentarme a tu amigo. Muy atractivo, por cierto. Y eso que se supone que su hermano mayor es el más guapo.

–Su hermano mayor es el heredero al trono.

–Si en Estados Unidos hubiese una monarquía, como en Inglaterra, tú serías la siguiente en la línea sucesoria –comentó Francesca–. Tu padre es el presidente y tú, su única hija.

–Pero no sabía de mi existencia hasta hace un par de semanas –replicó Ariella–. Y todavía no lo conozco en persona.

Aquello le dolía cada vez más.

–Liam está negociando con la oficina de prensa de la Casa Blanca la fecha de la grabación. Estoy segura de que tu padre también tiene ganas de conocerte –le dijo, apretándole el brazo cariñosamente.

–O no. Al fin y al cabo, fui un accidente –dijo Ariella mirando a su alrededor–. No deberíamos estar hablando de esto aquí. Alguien podría oírnos. Y, además, se supone que yo estoy trabajando. ¿No te apetece codearte con ningún pez gordo?

–De eso se ocupa mi marido. A mí me gustaría estar mañana en ese desayuno.

–Ojalá hubiese podido poner una excusa para no ir –confesó ella.

El corazón se le aceleró al pensar que iba a desayunar con el príncipe Simon. Seguro que no estaban todo el tiempo hablando de negocios. ¿De qué hablaba uno con un príncipe?

–¿Estás loca? Es absolutamente encantador.

–Sería más sencillo si no lo fuese. Lo último que necesito es meterme en un escándalo con un príncipe –comentó Ariella, notando un cosquilleo en el estómago–. Aunque tampoco pienso que él esté interesado, pero las cosas siempre pueden complicarse todavía más.

–Umm, creo que alguien está vomitando encima de los lirios –dijo Francesca, señalando discretamente a una joven que llevaba un vestido palabra de honor.

Ariella sacó su teléfono.

–¿Ves? Ya te lo decía yo.

 

 

El enorme Mercedes negro que había aparcado delante de su casa no llevaba ningún distintivo de la realeza británica, pero tampoco era precisamente discreto. Y el chófer uniformado que llamó a su puerta parecía llegado de otra época. Ariella se metió rápidamente en el asiento trasero y esperó que no hubiese ningún fotógrafo cerca.

No preguntó adónde iban y el chófer tampoco se lo dijo, así que le sorprendió ver que salían de la ciudad y se dirigían hacia una zona más residencial. Cuando también dejaron esta atrás y empezaron a ver granjas de caballos, Ariella se inclinó hacia delante y preguntó:

–¿Adónde me lleva?

–A Sutter’s Way, señora. Ya casi hemos llegado.

Ariella tragó saliva y volvió a echarse hacia atrás. Sutter’s Way era una preciosa mansión antigua, construida por la familia Hearst en el apogeo de su riqueza y de su influencia. No sabía a quién pertenecía en esos momentos.

El coche atravesó por fin unas altas puertas de hierro forjado y avanzó por un camino de grava para detenerse ante la elegante casa. Cuando Ariella salió, los tacones se le hundieron entre las piedras y ella se estiró la falda del recatado vestido azul marino que había escogido para la ocasión.

Simon bajó las escaleras dando saltos y se acercó a ella.

–Siento haberla traído hasta aquí, pero me he imaginado que preferiría tener intimidad.

Ariella se preparó para recibir un abrazo o un beso, y se reprendió a sí misma al ver que el príncipe le tendía la mano. Tenía que estar volviéndose loca para pensar que un príncipe iba a besarla.

Él estaba todavía más guapo con el primer botón de la camisa desabrochado y unos pantalones de pinzas. Estaba bronceado y despeinado. Aunque eso diese igual. Para ella era solo un cliente en potencia, y muy influyente, además.

–Últimamente estoy paranoica con la prensa. Aparece en los lugares más inesperados. No sé en qué situación esperan encontrarme.

¿Tal vez besándose con un príncipe inglés?

Ariella tragó saliva. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Lo más probable era que Simon solo quisiese que le diese algunas ideas acerca de cómo conseguir dinero para su organización.

Él le hizo un gesto para que entrase en la casa.

–Yo he aprendido a la fuerza que los fotógrafos están dispuestos a seguirte a todas partes, así que lo mejor es hacer solo actividades que no te importe que publiquen.

Su sonrisa era contagiosa.

–¿Será ese el motivo por el que me da miedo hasta cambiarme de peinado?

–No permita que la asusten. De todos modos, tengo la sensación de que está llevando a la prensa como una profesional.

–Tal vez lo lleve en la sangre –dijo ella sin pensarlo.

–Sin duda. Estoy seguro de que su padre también está impresionado.

–Mi padre es… era un buen hombre llamado Dale Winthrop. Él fue quien me crió. Sigo sin acostumbrarme a que la gente diga que el presidente Morrow es mi padre. Si no hubiese sido por la prensa, en estos momentos ni siquiera conocería mi existencia.

Entraron en una luminosa habitación en la que los esperaba un desayuno que olía deliciosamente. Él le ofreció una silla y Ariella tuvo la extraña sensación de que… la cuidaban.

–Sírvase lo que quiera. La casa es nuestra por el momento. Ni siquiera está el personal de servicio, así que no tiene que preocuparse de que nos oigan.

–Estupendo –respondió ella, tomando un panecillo y sin saber qué más hacer.

–Así que se ha enterado de quién es su padre biológico gracias a la prensa. Tal vez no sean tan malos, después de todo –comentó Simon mirándola de forma cariñosa.

–¿Que no? Ha sido una pesadilla. Antes de que se supiese la noticia, era una persona tranquila, que llevaba una vida muy sencilla –respondió Ariella, cortando el panecillo por la mitad y untándolo de mantequilla.

–Me sorprende que no haya decidido hacer una película o escribir un libro.

–A lo mejor lo haría si tuviese algo que contar –dijo ella riéndose.

¿Cómo era posible que le resultase tan fácil hablar con un príncipe extranjero? Estaba más relajada hablando de aquel tema con él que con sus amigas.

–La situación me sorprendió a mí tanto como a todo el mundo. Siempre supe que era adoptada, pero nunca tuve interés en encontrar a mis padres biológicos.

–¿Y qué piensan del tema sus padres adoptivos?

A Ariella se le encogió el corazón.

–Fallecieron hace cuatro años. En un accidente de avión. Iban a la fiesta de cumpleaños de un amigo.

Todavía no era capaz de hablar del tema sin emocionarse.

–Lo siento mucho –le respondió él, mirándola con preocupación–. ¿Cree que habrían querido que conociese a sus padres biológicos?

Ariella frunció el ceño.

–¿Sabe qué? ¿Que creo que sí?

Suspiró.

–Si estuviesen aquí podría pedirles consejo. Mi madre siempre sabía qué hacer en las situaciones más complicadas.

–A mí me parece una buena oportunidad para conocer a unos padres nuevos. No podrán reemplazar a los que la criaron, por supuesto, eso sería imposible, pero sí podrían ayudarla a llenar ese vacío que han dejado en su vida.

Su comprensión la conmovió. Sabía que su madre también había fallecido de manera súbita y trágica cuando el príncipe era un niño.

–Es una manera muy bonita de verlo, pero, por el momento, ninguno de los dos parece querer tener contacto conmigo.

–¿Todavía no los conoce? –preguntó él sorprendido.

Ariella negó con la cabeza.

–El despacho del presidente todavía no ha hecho ninguna declaración oficial, aunque han dejado de negar que sea hija suya desde que los resultados de las pruebas de ADN se hicieron públicos –le contó ella suspirando–. Y mi madre… ¿Me promete que me guardará el secreto?

–Por supuesto –le respondió muy serio.

–Mi madre biológica se niega a salir a la luz. Me ha escrito una carta y yo se lo agradezco, pero lo que me dice es, sobre todo, que no quiere hacer ninguna declaración pública. Ahora vive en Irlanda.

–¿De verdad? –preguntó él sonriendo–. Tendrá que cruzar el Atlántico para ir a conocerla.

–No me ha invitado –admitió Ariella, ya sin ganas de comerse el panecillo que se le estaba enfriando en la mano–. Y la comprendo. Es normal que no quiera formar parte de este circo.

–Ya, pero fue ella la que tuvo una aventura con el presidente. Aunque supongo que, por aquel entonces, todavía no lo era.

–No, solo era un joven alto y guapo. He visto fotografías suyas en televisión, como todo el mundo –le contó, sonriendo con tristeza–. Mi madre me dijo en la carta que no le contó que estaba embarazada porque él se marchaba a la universidad y no quería estropear lo que sabía que sería una brillante carrera.

–En eso acertó –comentó Simon, sirviéndole café–. Tal vez necesite tiempo para acostumbrarse a la situación. Apuesto a que, en realidad, se muere por conocerla.

–Yo estoy aprendiendo a no esperar ya nada de nadie. Así no me llevo decepciones.

–No obstante, es mejor no volverse paranoico. No es bueno. Yo intento dar por hecho que todo el mundo tiene buenas intenciones, hasta que me demuestran lo contrario.

Su expresión la hizo reír. Ariella supuso que le demostraban lo contrario con frecuencia, pero eso no le hacía perder el sueño.

No supo qué pensar de las intenciones de Simon. Tenía la sensación de que no la había invitado a ir allí para organizar una fiesta, pero no podía preguntárselo directamente. Tal vez solo quisiera enseñarla a lidiar con su inoportuna fama.

–Entonces, ¿debo pensar que todo el mundo que se me acerca puede ser un amigo en potencia, aunque intente hacerme una fotografía comprando el pan?

–En la medida de lo posible. Al menos, así no sacarán una mala imagen suya y no se meterá en líos por romperles la cámara –comentó él, hablando en serio y en broma al mismo tiempo.

–Desde que su hermano mayor se casó, se ha especulado en la prensa acerca de su vida amorosa, pero no han salido noticias al respecto. ¿Cómo hace para mantener en secreto su vida privada?

Ariella se arrepintió de haberle hecho aquella pregunta nada más formularla, pero, al mismo tiempo, sentía curiosidad por conocer la respuesta. ¿Estaría saliendo con alguien?

–Solo hay que ser astuto.

Los ojos le brillaron. Eran del color del whisky, y también estaban empezando a tener un efecto embriagador en Ariella. No se había afeitado y ella se preguntó cómo sería pasar la mano por su rostro. Aquel era el Simon al que no conocía el público, y la había invitado a entrar en su exclusivo universo.

A ella se le había acelerado el pulso y se dio cuenta de que todavía tenía el panecillo en la mano. Lo dejó en el plato y, en su lugar, dio un sorbo del zumo de naranja que tenía delante. Eso la tranquilizó.