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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Kate Hewitt.

Todos los derechos reservados.

Título original: Mr. and Mischief

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-686-3

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Promoción

Capítulo 1

PARECE que me he perdido la fiesta. Emily Wood se volvió, sorprendida. Creía que ya se había ido todo el mundo. Stephanie se había marchado hacía una hora, muy animada y con miles de planes en la cabeza para su boda, que se celebraría en un mes. LLos demás empleados se habían ido poco después, dejando tan sólo unas cuantas mesas llenas de migas, platos y vasos vacíos en la sala de reuniones de la oficina.

–¡Jason! –exclamó al ver al hombre que se hallaba en el umbral de la puerta–. ¡Has vuelto!

–Mi avión ha aterrizado hace una hora –Jason miró a su alrededor–. Esperaba llegar al final de la fiesta, pero veo que estaba equivocado.

–Pero has llegado justo a tiempo para la limpieza –replicó Emily en tono desenfadado mientras cruzaba la habitación y se ponía de puntillas para besar a Jason en la mejilla–. Qué alegría verte –el aroma de su loción para el afeitado era más penetrante de lo que habría esperado para el estoico y recto Jason, el muchacho que la había protegido, el hombre que se fue de Highfield para progresar en el mundo de la ingeniería civil. Era su jefe y un viejo amigo de la familia, aunque no estaba claro si era «su» amigo. Viendo su expresión, recordó que Jason siempre parecía desaprobarla un poco.

Al apartarse de él captó un gesto prácticamente imperceptible de sus labios. Resultaba asombroso, pero casi pareció una sonrisa.

–No sabía que ibas a volver a Londres –como fundador y director de Kingsley Engineering, Jason viajaba todo el año. Emily no recordaba la última vez que lo había visto. exceptuando alguna vez que se había cruzado con él en el vestíbulo o habían coincidido en alguna reunión familiar. Y nunca había ido a verla a ella en concreto.

Pero en realidad no debía haber ido a verla, pensó mientras empezaba a recoger. Tan sólo se había perdido la fiesta.

–He pensado que ya era hora de volver a casa –contestó Jason mientras volvía a mirar a su alrededor–. Parece que la fiesta ha sido todo un éxito, aunque no habría esperado otra cosa.

Un éxito, pensó Emily, no «divertida». Típico de Jason.

–¿Por qué lo dices? –preguntó, arqueando las cejas.

–Porque sé que te encantan los acontecimientos sociales, Em.

Emily pensó que aquello no había sonado precisamente como un cumplido. Que le gustara disfrutar de una fiesta no la convertía en una chiflada por las fiestas. Y le había sorprendido que la hubiera llamado Em, su apodo de la infancia, apodo que sólo él solía utilizar. «Pequeña Em», solía llamarla mientras le tiraba de las coletas, sonriente. Pero no podía decirse que la conociera en la actualidad; a pesar de que trabajaba para su empresa hacía cinco años, apenas lo había visto, y ni siquiera recordaba la última vez que la había llamado «Em».

–No sabía que te mantuvieras al tanto de mis actividades sociales –dijo, medio en broma medio en serio.

–Dada nuestra historia, estoy moralmente obligado a ello. Además, has aparecido lo suficiente en las páginas de sociedad de la prensa como para no fijarse.

–¿Y tú lees las páginas de sociedad? –preguntó Emily, sonriente.

–Espero anhelante los periódicos cada mañana.

Emily se echó a reír, porque pensar en Jason interesándose por las páginas de cotilleo de la prensa resultaba ridículo, aunque tampoco esperaba que bromeara al respecto… o sobre cualquier otra cosa. En más de una ocasión se había preguntado si le habrían extirpado quirúrgicamente el sentido del humor.

–La verdad es que es mi secretaria quien echa un vistazo a esa sección de la prensa por mí –dijo Jason en un tono serio, casi severo–. Necesito saber qué se traen entre manos mis empleados.

Aquél era el auténtico Jason, el que Emily conocía y recordaba, siempre dispuesto a echarle una regañina o a dedicarle una mirada severa.

–Como verás, ésta ha sido una fiesta realmente salvaje –dijo con una sonrisa radiante–. Tarta, serpentinas, y creo que alguien ha traído un equipo de karaoke. Escandaloso.

–No olvides el champán.

–¿Cómo has adivinado que había champán?

–Porque me ocupé de enviarlo.

–¿En serio? –Emily no ocultó su sorpresa.

–En serio –Jason esbozó algo parecido a una sonrisa y apoyó un hombro contra el marco de la puerta–. Tampoco soy un tirano tan severo. Y es cierto que he intentado llegar a la fiesta a tiempo. Stephanie lleva en la compañía más de cinco años.

–Ah. Así que ese era el motivo. ¿Y piensas regalarle una placa honoraria?

–Ésas sólo las doy cuando los empleados llevan diez años de trabajo en la empresa –contestó Jason, y Emily se quedó boquiabierta.

Al captar un revelador destello en su mirada, comprendió que estaba bromeando. Dos bromas en un día. ¿Qué le habría pasado en África?

Sorprendida, dejó de recoger un momento para mirar a Jason con calma; vestía un elegante traje de seda gris con camisa blanca y corbata azul. Tenía los ojos color castaño, al igual que el pelo, que siempre llevaba corto. Al margen de elegante, resultaba distante e intocable, con una leve sonrisa de superioridad que nunca le había gustado, pero que siempre había aceptado como una parte de lo que era Jason, el cuñado de su hermana, doce años mayor que ella.

Nunca tomó parte en sus juegos infantiles. Jack, el hermano menor de Jason, su hermana Isobel y ella, siempre andaban metiéndose en líos, y era Jason quien se ocupaba de sacarlos de los apuros y de sermonearlos luego con su innato sentido de la autoridad.

Hacía meses que no lo veía, y habían pasado años desde la última vez que habían hablado.

Cuatro años antes, cuando Emily llegó a Londres en busca de trabajo, Jason le dijo que hablara con Stephanie, por aquel entonces jefa del Departamento de Recursos Humanos. Tras colocarla como secretaria, voló a Asia para ocuparse de un proyecto de construcción. Desde entonces, tan sólo lo había visto en las oficinas, donde mantenía una fría distancia profesional con ella, y en Surrey, en alguna reunión familiar, donde era lo que siempre había sido: Jason, mandón y tal vez un poco aburrido, pero, en esencia, Jason, una parte esencial del paisaje de su vida.

–¿Has vuelto para mucho tiempo? –preguntó mientras seguía recogiendo.

–Espero que para unos cuantos meses. Tengo algunos asuntos de los que ocuparme aquí.

–No sabía que la empresa tuviera algún proyecto local –como ingeniero de caminos, la especialidad de Jason era la dirección de proyectos relacionados con la distribución del agua en los países del Tercer Mundo.

–No tiene nada que ver con la empresa.

–¿Se trata de un asunto personal? ¿De algo relacionado con la familia? –Emily pensó en el taciturno padre de Jason, en su juerguista hermano, que se había convertido en su cuñado. ¿Tendría problemas alguno de ellos?

–Veo que estás llena de preguntas –Jason volvió a esbozar una sonrisa–. No, no tiene nada que ver con la familia. Como ya te he dicho, es algo personal.

–Lo siento. No insistiré –replicó Emily con una sonrisa, decidida a mantener el ambiente ligero, aunque se sentía realmente picada por la curiosidad. ¿Qué clase de asunto personal ocuparía a Jason Kingsley? Siempre se había especulado mucho en la oficina sobre la vida del jefe, pues cuando estaba en Londres siempre aparecía con una mujer diferente en los acontecimientos sociales a los que asistía, mujeres normalmente glamurosas y superficiales que Emily consideraba totalmente inadecuadas para él. Sin embargo, nunca se le había visto con una novia formal.

Tras unos momentos de silenciosa especulación, Emily se encogió de hombros y dejó a un lado el tema. Los asuntos personales de Jason no tenían nada que ver con ella. Probablemente, se trataría de algo totalmente aburrido, como el cobro de una vieja deuda, o algún problema físico menor. Al pensar en Jason tumbado en la camilla de un médico, no pudo evitar imaginarlo vestido tan sólo con una de aquellas ridículas batas de papel de los hospitales. La imagen mental resultaba a la vez absurda y extrañamente fascinante, pues su hiperactiva imaginación parecía tener una idea bastante clara del aspecto que tendría el pecho desnudo de Jason.

Un inesperado brote de risa la hizo llevarse la mano a la boca. Jason la miró y movió la cabeza.

–Siempre has sido capaz de ver el lado más ligero de la vida, ¿no?

Emily apartó la mano de su boca y le dedicó su sonrisa más radiante.

–Es uno de mis mejores talentos, aunque hay que esforzarse demasiado para sacarlo a relucir en determinada oficina.

Jason entrecerró los ojos y Emily ensanchó su sonrisa. Sabía que Jason desaprobaba su despreocupada actitud. Aún recordaba la mirada de escepticismo que le dedicó cuando acudió a Londres para pedirle un trabajo, dando por sentado que tendría algo para ella.

«Estás aquí para trabajar, Emily, no para divertirte», le dijo, dejando claro que dudaba de sus aptitudes.

Emily esperaba haber demostrado durante los cinco años transcurridos desde entonces que se le daba bien su trabajo. Estaba preparada para convertirse en la directora de Recursos Humanos más joven que había tenido nunca la empresa… a pesar de que lo cierto era que sólo había habido otros dos antes que ella, y de que, según Stephanie, había sido el propio Jason quien había sugerido su ascenso.

Sin embargo, la mirada que le estaba dedicando Jason en aquellos momentos la hizo sentirse como la jovencita atolondrada que fue en otra época. A pesar de haber sugerido su ascenso, parecía seguir pensando que era la de antes.

–Así que Stephanie va a casarse dentro de un mes –murmuró Jason–. ¿Qué tal es el tal Timothy?

–Es encantador –contestó Emily sin dudarlo–. De hecho, yo tuve algo que ver con el hecho de que acabaran juntos.

Jason arqueó una ceja con expresión escéptica.

–¿En serio?

–Sí –replicó Emily, ligeramente picada–. Tim es un amigo de un amigo de Isobel, y ella me dijo que Annie le había dicho…

–Parece una historia bastante complicada.

–Para ti, tal vez –dijo Emily–. A mí me pareció bastante sencilla. Annie dijo…

–Resume, por favor –interrumpió Jason, y Emily puso los ojos en blanco.

–Muy bien. Invité a ambos a una fiesta organizada para obtener fondos para niños en estado terminal. Se conocieron allí y…

–Y surgió entre ellos el amor a primera vista, ¿no? –interrumpió Jason en tono burlón.

–No, claro que no. Pero nunca se habrían conocido si yo no hubiera arreglado las cosas. No se puede hacer amar a la fuerza, por supuesto, pero…

–Imagino que no.

Emily miró a Jason con curiosidad, pues había captado en su voz un tono sorprendentemente sombrío.

–El caso es que se casan dentro de un mes, de manera que todo salió muy bien.

–Desde luego –Jason recorrió el espacio que los separaba y, al sentir el calor que emanaba de su cuerpo, Emily sintió un extraño cosquilleo por sus brazos desnudos y su espalda. Estaba realmente cerca–. Tienes un poco de glaseado en el pelo –dijo, y alzó la mano para retirar un pegajoso mechón de pelo de su mejilla.

Emily se hizo repentinamente consciente de lo desarreglada que debía estar, con el pelo revuelto y una mancha de café en la falda.

Rió con ligereza a la vez que apartaba otro mechón de pelo tras su oreja.

–Sí, estoy hecha un desastre, ¿verdad? Sólo tengo que terminar de recoger todo esto.

–Podrías dejarlo para la mujer de la limpieza.

–¿Alice? Se ha tomado el día libre.

–¿Sabes cómo se llama? –preguntó Jason, sorprendido.

–Estoy a punto de convertirme en directora del Departamento de Recursos Humanos –le recordó Emily–. Su madre está enferma y ha ido a Manchester para ayudarla a instalarse en una residencia. Le costó mucho tomar la decisión, por supuesto, pero creo que todo irá mejor…

–Estoy seguro de ello –murmuró Jason, interrumpiéndola.

–Lamento aburrirte con los detalles, pero pensaba que te mantenías al tanto de las vidas de tus empleados. ¿O sólo te interesan los que salen en las páginas de sociedad?

–Me preocupa más cómo pueda afectar un escándalo social a Kingsley Engineering –replicó Jason–. Pero sigue hablando. Resulta fascinante el interés que muestras por la vida de otras personas.

Emily sintió que se ruborizaba. ¿Se trataría de una crítica? Aunque ella se mostrara excesivamente atrevida en ocasiones, nunca se había visto implicada en un escándalo. Pero suponía que, desde el punto de vista Jason, el atrevimiento y el escándalo eran sinónimos.

–Supongo que eso es lo que me convierte en una buena jefa del departamento de Recursos Humanos.

–Entre otras cosas, desde luego –dijo Jason, con una auténtica sonrisa que hizo que apareciera un hoyuelo en su mejilla.

Emily había olvidado aquel hoyuelo, y que cuando sonreía de verdad, sus ojos se volvían de color miel. Normalmente eran marrones, como su pelo. Marrones y aburridos. Excepto cuando sonreía. Se volvió bruscamente hacia la mesa. Notó que Jason la estaba mirando, sintió que la recorría con la mirada…

–¿También estás organizando la boda de Stephanie? –preguntó Jason–. ¿Va a ser un gran acontecimiento?

Emily se volvió.

–¿La boda? ¡Cielos, no! Organizar una boda supera mis habilidades. Además, va a casarse en su tierra natal.

–Pero supongo que asistirás. ¿Vas a ser la dama de honor?

–Sí.

La sonrisa de Jason se acentuó, al igual que su hoyuelo. Algo destelló en sus ojos, algo oscuro e inquietante.

–Y supongo que bailarás en la boda, ¿no? –su voz se transformó en un ronco murmullo, un tono que Emily no creía haberle oído utilizar nunca y que le produjo un cosquilleo por todo el cuerpo.

Se quedó repentinamente paralizada al recordar a qué estaba aludiendo con aquel comentario… A la boda de Jack e Isobel, cuando bailaron juntos y ella tenía diecisiete años y era muy, muy tonta. En los siete años transcurridos desde aquel episodio, Jason jamás lo había mencionado, y ella tampoco. Suponía que lo había olvidado, como ella, pero, de pronto, la escena empezó a ocupar demasiado espacio en su cerebro.

–Por supuesto –contestó en tono ligero–. Me encanta bailar –miró de nuevo a Jason y, a pesar de sus veinticuatro años, se sintió como la torpe adolescente que había sido en la boda. Había hecho el ridículo de tal manera… pero en la actualidad podía reírse de ello.

–Lo sé –murmuró Jason–. Recuerdo cómo bailamos… ¿tú no?

De manera que iba a mencionarlo. Y, por el brillo de su mirada, seguro que pensaba burlarse de ella… aunque Emily no entendía por que había esperado siete años para hacerlo.

Sonrió con ironía.

–Ah, sí. ¿Cómo iba a olvidarlo? –rió con desenfado–. Menuda manera de hacer el idiota contigo.

Jason arqueó una ceja.

–¿Es así como lo recuerdas?

Estaba claro que no se lo iba a poner fácil. Nunca lo hacía. Ya debería estar acostumbrada a sus sonrisas ligeramente burlonas, a su elocuente manera de arquear una ceja; probablemente había olvidado aquellos detalles a causa del distanciamiento que implicaba su relación profesional. Había olvidado cuánto la afectaban aquellos gestos.

–¿Tú no lo recuerdas? –preguntó, simulando un estremecimiento–. Menos mal…

–Claro que lo recuerdo –dijo Jason en un tono carente de humor.

De pronto, sin que ninguno de los dos dijera nada más, Emily se sintió como si aquel recuerdo estuviera allí mismo con ellos, ocupando todo el espacio y dejándola sin aire. Qué joven, feliz… y tonta era entonces.

Jason le pidió que bailara con él, algo completamente lógico dado que él era el hermano del novio y ella la hermana de la novia. Por aquel entonces, Jason ya era un hombre hecho y derecho de veintinueve años, mientras que ella era una ingenua adolescente ligeramente aturdida por las tres copas de champán que había bebido. Sabía que Jason se lo había pedido por compromiso, y ella ni siquiera había querido bailar con el aburrido Jason Kingsley. A lo largo de su vida lo único que había hecho había sido burlarse de ella y regañarla.

Sin embargo, cuando la tomó entre sus brazos, manteniéndose prudentemente apartado de ella, sintió algo diferente. Algo nuevo, refrescante y muy agradable, aunque de un modo ligeramente inquietante. A sus diecisiete años, nunca había experimentado un arrebato tan dulce. De manera que, a pesar de la seria expresión de Jason, alzó el rostro y le sonrió con todo el insinuante encanto que creía poseer y dijo:

–¿Sabes que eres bastante atractivo?

Jason la había mirado con expresión solemne.

–Gracias.

De algún modo, Emily supo que no era eso lo que debería haberle contestado. No estaba segura de cuál era el guión, pero sabía que aquella no era la frase adecuada. Aún podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Jason, su fuerza, todo ello intensificado por el champán que recorría sus venas.

–Tal vez te gustaría besarme –había dicho, y alzó un poco más su bonita barbilla. Incluso tuvo la audacia de ofrecerle sus labios y esperar con los ojos cerrados. Habría sido su primer beso, y en aquellos momentos se sintió desesperada por recibirlo. Deseaba a Jason, algo absurdo, porque nunca había pensado en él de aquel modo… hasta que le había pedido que bailara con él.

Al cabo de unos segundos, al ver que no sucedía nada, abrió los ojos. Jason tenía los suyos entrecerrados, la boca tensa, y su expresión no era precisamente amistosa… ni aburrida. Emily sintió que todo su coqueteo se esfumaba. Casi sintió miedo.

Entonces la expresión de Jason cambió, dando paso a una semisonrisa.

–Me gustaría. Pero no voy a hacerlo –dijo y, a continuación, antes de que la música terminara, la apartó con firme delicadeza y abandonó la pista.

Emily permaneció varios segundos donde estaba, incrédula. La humillación pública que suponía haber sido plantada en medio del baile ya era bastante horrible, pero aún fue peor la humillación de haber sido rechazada por Jason Kingsley. Debido a sus diecisiete años, a que estaba un poco mareada, y a que habría sido su primer beso, no fue capaz de alzar la barbilla, echar los hombros atrás y salir de la pista de baile con la calma que habría querido. En lugar de ello, bajó la mirada, se alejó rápidamente y rompió a llorar incluso antes de salir del salón.