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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

UNA ATREVIDA PROPOSICIÓN, N.º 2080 - mayo 2011

Título original: His Virgin Acquisition

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-313-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

CREO que las cifras hablan por sí solas. El matrimonio es indudablemente la medida a tomar. Parecía que Elaine Chapman había puesto fin a su larga presentación.

Marco de Luca recorrió con la mirada el despacho, en busca de cámaras ocultas o cualquier otra señal que indicara que estaba allí enviada por algún programa. No era posible que aquella mujer hablara en serio.

No vio ninguna luz parpadeante ni detectó falsedad en su voz. Abandonó su búsqueda y fijó la mirada en aquel rostro decidido. Hablaba en serio. Aunque no sabía por qué le sorprendía tanto. La señorita Chapman tenía fama de hacer cualquier cosa con tal de salirse con la suya.

–¿Matrimonio? ¿Con usted? –preguntó él mirándola de arriba abajo–. ¿Y qué beneficio saco yo de ello?

Elaine se sonrojó ante aquel tono de incredulidad. Sabía que no era una belleza y evidentemente Marco también se había dado cuenta, pero tampoco estaba tan mal.

Él se acomodó en su asiento y puso las manos detrás de la cabeza, marcando los músculos de sus brazos. Elaine se obligó a fijar la mirada en sus ojos. ¿A quién le importaban sus músculos? ¿Y qué si los tenía? Después de todo, todos los hombres los tenían. No debía distraerse en aquel momento.

–¿Se ha fijado en el cuadro? –preguntó ella, alzando el gráfico para que lo estudiara.

–He escuchado lo que ha explicado, pero nada de lo que ha dicho tiene sentido. Le he dedicado veinte minutos de mi valioso tiempo y la propuesta empresarial que me hace, ¿es una propuesta de matrimonio? Tiene suerte de que no haya llamado a seguridad.

Se quedó estudiando a la mujer cansada y con aspecto deprimido que estaba de pie frente a él. La había visto unas cuantas veces a lo lejos, y siempre, incluso en fiestas de etiqueta, la había visto vestida con trajes serios y con el pelo rubio recogido en un moño. Era una de aquellas mujeres empeñadas en parecer hombres para competir en el mundo empresarial. La clase de mujeres que se esforzaban por ocultar cualquier signo de feminidad. Aquélla en particular había hecho un excelente trabajo. También sabía que, si pudiera usar su feminidad, se aprovecharía sin vergüenza ni escrúpulos, aunque no lo había experimentado personalmente.

–Ya se lo he explicado –dijo Elaine estirándose el traje antes de continuar–. Es un hombre inteligente, señor De Luca y sabe que los hombres casados ganan más que los solteros. No puede fingir que las estadísticas no le interesan. Es conocido su deseo de expandir su compañía a cualquier precio. Un matrimonio entre nosotros sería una buena estrategia empresarial.

James Preston. Aquel nombre saltó a su cabeza. James se resistía a cerrar un acuerdo multimillonario porque no quería vender su querido hotel a un hombre que no conociera las alegrías de una familia. Por ello, estaba buscando un hombre casado que tomara el mando. Marco quería llegar a un acuerdo, pero se le resistía. Llevaba semanas intentándolo. No le gustaban los fracasos. Ya había sufrido bastantes.

Una boda parecía una solución desesperada. Llevaba treinta y tres años eludiendo los compromisos y no tenía quería caer en ello ahora.

–¿De veras crees que estoy dispuesto a casarme contigo para mejorar mis beneficios?

Ella apretó los labios, incómoda ante sus palabras.

–Sí, así es. Usted es una leyenda en la industria. No sólo por todo lo que ha conseguido, que bastante impresionante es, sino por su determinación, y eso es algo que compartimos, aunque los objetivos sean diferentes.

–¿Y qué beneficio saca usted de esto, señorita Chapman? –preguntó levantándose de la mesa y rodeándola para acercarse a ella–. Porque, siendo una mujer empresaria como es, tiene que haber algún interés.

Elaine respiró hondo para calmarse. Había preparado respuestas a todas sus objeciones, pero al ser el centro de su intensa mirada oscura, sus argumentos se mezclaban en su cabeza. Nunca había visto a un hombre tan atractivo. Era el prototipo de hombre alto, moreno y guapo.

Trató de recomponer sus pensamientos y continuó con lo que había ensayado, aunque le resultó difícil concentrarse estando tan cerca de alguien tan alto, guapo e intimidatorio. Su masculinidad era tan intensa que casi se podía acariciar alargando la mano. No recordaba haber tenido antes una fantasía y allí estaba, en medio de una presentación de trabajo, teniendo pensamientos perturbadores con el hombre que tenía frente a ella. Estaba empezando a pensar que había hecho mal los cálculos.

Respiró hondo para apartar aquellas ideas e insistió.

–Mi padre, como todos los hombres de su edad, piensa que el sitio de una mujer está en la cocina. Y aunque no tengo inconveniente en que una mujer esté en la cocina, no es lo que quiero. Quiero hacerme con la compañía, pero mi padre cree que no soy capaz de dirigirla.

–¿De veras es capaz de dirigir una compañía?

Marco se apoyó en el escritorio y Elaine se fijó en sus grandes manos. Eran unas manos bonitas, masculinas y curtidas. Odiaba las manos finas en un hombre. Al menos en teoría, ya que hasta entonces nunca se había detenido a pensar en ello.

Se estaba distrayendo de nuevo. No era el momento de dejar que sus hormonas hicieran acto de presencia. Deseaba llevar a cabo su plan, lo necesitaba y no iba a dejar que aquel hombre se interpusiera.

–Soy más que capaz y estoy preparada –dijo ella poniéndose de pie–. Soy licenciada en empresariales y actualmente soy la directora financiera de una pequeña compañía. Puede estar seguro de que, con o sin esas cualificaciones, si fuera un hombre, mi padre me entregaría las riendas de la compañía con mucho gusto.

–Si tan competente es, ¿por qué no ha creado una empresa propia? Sus labios, exuberantes cuando no los apretaba, se tensaron y entrecerró los ojos.

–Lo habría hecho, pero mi padre me hizo firmar un contrato de no competencia cuando trabajé para él. Tengo prohibido empezar un negocio que pudiera competir con Chapman Electronics.

–¿Y tan tonta fue como para firmarlo?

Disfrutaba viendo cómo se ruborizaban sus mejillas. Se preguntó si le pasaría lo mismo cuando se excitaba. Eso le llevó a cuestionarse cómo sería despertar la pasión en una mujer como Elaine.

–En aquel momento pensé que el negocio me lo pasaría cuando se retirara, así que no le di importancia –dijo ella cortante.

–¿Y piensa que un matrimonio de conveniencia le va a ayudar a salir de esta situación en la que usted misma se ha metido?

–Ya se lo he dicho. He hecho mis averiguaciones –dijo dando un paso hacia él y poniendo los brazos en jarras, marcando su estrecha cintura y la redondez de sus pechos–. Sé que usted está decidido a hacerse con la compañía de mi padre una vez se jubile.

–¿Y qué ventaja saca con la boda?

–La operación ya está cerrada y los contratos ya están firmados, ¿verdad? –dijo ella a modo de respuesta y él asintió–. Ahora, mi padre no puede echarse atrás.

–Bueno, podría intentarlo, pero no sería cómodo para él.

Su voz era enérgica, lo que dejaba pocas dudas de que estaba diciendo la verdad. Parecía completamente despiadado. Eso le gustaba.

–Si me caso con usted, como su esposa poseeré la mitad de sus bienes, lo que me hará copropietaria de los negocios de mi padre. Podría negociar simplemente una compraventa, pero hay una cláusula en su contrato que dice que, si me vende a mí, perderá la compañía.

–Sí, conozco la cláusula de la que me habla. Lo cierto es que me hizo gracia. No sé si la añadieron por su sexo o por su competencia.

Su voz grave tenía una nota de burla que la hizo estremecerse.

–Mi padre es un consumado machista. Lo ideal sería mandarle al psiquiatra para que resolviera sus problemas. Quizá así pudiéramos llegar a algún tipo de acuerdo –dijo ella con amargura–. Pero eso no es posible, así que aquí estoy. Mi padre es un buen empresario, un adversario a tener en cuenta. Pero yo soy mejor. He encontrado un vacío legal. El contrato dice que no puedo comprar el negocio, pero no dice nada de hacerme con él por medio de un divorcio –dijo sin poder disimular su satisfacción.

Elaine se quedó estudiando su rostro, tratando de averiguar lo que estaba pensando, pero no lo consiguió. Aquel hombre parecía de piedra.

Marco reparó en el montón de documentos.

–Señorita Chapman, a mí me parece que sólo ha considerado el acuerdo desde un punto de vista. Usted consigue un negocio familiar, ¿y yo qué? ¿Un incremento de beneficios basado en estadísticas hipotéticas? Creo que no. Así no se hacen los negocios.

–Sé cómo se hacen los negocios –replicó ella–. Estoy preparada. Estudié en Harvard.

–Las horas de clase no enseñan la realidad del mundo empresarial. Usted sabe de números, de escenarios teóricos, pero no sabe nada de cómo funcionan las cosas de verdad. Como prueba, su disposición a firmar cualquier cosa que su padre le ponga por delante.

Ella alzó la barbilla en señal de desafío.

–Sé cómo funcionan las cosas. El dinero es lo que hace que el mundo gire. Y lo que propongo le reportará dinero. Obtendrá mayores beneficios con esto que con el insignificante negocio de mi padre. Chapman Electronics apenas factura el quince por ciento de lo que cualquiera de las filiales de De Luca Corporation obtiene al año. Casarse conmigo puede suponer disparar los beneficios en un diez por ciento en cada una de las compañías del imperio De Luca.

La punta de su lengua rozó su labio inferior. Sus labios eran gruesos y tentadores. Podía imaginárselos abriéndose bajo los suyos, mientras le permitía acceder a su boca. Se la imaginó desprendiéndose de su dura coraza y derritiéndose ante él.

Había hecho un gran trabajo disimulando su natural feminidad. Un trabajo tan bueno que para la mayoría de la gente habría pasado inadvertido. Pero una belleza tan natural como la suya era imposible de ocultar completamente. Tenía unos ojos grandes de color azul, finas cejas arqueadas y piel clara. No iba tan maquillada como las mujeres con las que él solía salir y había una frescura en su aspecto que lo intrigaba.

Hacía tiempo que una mujer no lo intrigaba de aquella manera. Según su experiencia, las mujeres siempre se comportaban de la misma manera ante un hombre rico. Eran seductoras, transparentes y, una vez apagada la llama, aburridas.

–¿Y cuánto debería durar ese matrimonio?

El atrevimiento de aquella proposición le hacía plantear aquellas preguntas. Era interesante conocer a alguien tan decidido como él a conseguir éxitos.

–Desde luego que no hasta que la muerte nos separe. Imagino que doce meses son suficientes para parecer que lo hemos intentado. Por desgracia –dijo encogiéndose de hombros–, como ocurre en el cincuenta por ciento de los matrimonios, el nuestro no superará la prueba del tiempo.

Seguía sin creer que tan sólo quisiera Chapman Electronics. Una mujer que estaba dispuesta a vender su cuerpo por un contrato, no podía estar interesada en algo insignificante.

–¿Y después de esos doce meses es cuando piensa conseguir un acuerdo? ¿Qué alegará como motivo de divorcio? ¿Una infidelidad?

–Ya le he dicho que mi interés es la compañía, ni más ni menos.

–Entonces, ¿cómo se incrementarán mis beneficios cuando nos divorciemos?

–Eso es lo bueno –dijo sonriendo–. Cuando su esposa le abandone y rompa su corazón, sus beneficios se incrementarán aún más.

–Lo que usted diga.

Ella le dirigió una mirada lastimera y continuó:

–La empatía es un sentimiento muy poderoso. La mayoría de los hombres con los que trata están divorciados, normalmente porque están más comprometidos con su trabajo que con sus esposas. Cuando su esposa lo abandone, muchos de ellos estarán cerca dispuestos a ofrecerle su compasión y sus puros.

Todo él se puso en alerta. Su sangre bombeaba con fuerza, al igual que lo había hecho al alcanzar aquel acuerdo tan rentable. Vivía para aquello, para los desafíos y los peligros, y no iba con él eludirlos.

No necesitaba más dinero, pero lo deseaba. El muchacho que había dormido en callejones mugrientos y en abarrotados albergues para vagabundos, ansiaba seguridad. Necesitaba tirar para adelante y olvidar todo lo que había sido. Necesitaba constantes éxitos para olvidar los fracasos y esfuerzo.

–Tendrá que haber un acuerdo prenupcial y no crea que me contentaré con que lo redacte usted o su abogado. Tal y como yo lo veo, podría echarla por esa puerta y no perdería nada. Sin embargo, usted lo perdería todo.

Elaine se sorprendió al comprobar que estaba a punto de aceptar su oferta. Evidentemente, había confiado en que así fuera, pero no las había tenido todas consigo.

–No tengo ningún problema en firmar un acuerdo prenupcial. No quiero nada de usted, salvo lo que es mío por derecho.

Él la miró de arriba abajo, haciéndola sentir como si fuera una pieza de subasta.

–¿Consumaremos el matrimonio?

Parecía importante saberlo. Sorprendentemente, su cuerpo estaba reaccionando a la idea. La silueta que había adivinado bajo su atuendo masculino le resultaba tentador. Y había algo en aquella blusa de cuello alto que parecía pedir a gritos ser desabrochada botón a botón.

Se sorprendió al ver que se ruborizaba desde el cuello hasta las mejillas. No había visto ruborizarse a una mujer desde... Bueno, las mujeres con las que solía relacionarse no eran de las que se sonrojaban. Eran como él, entusiastas en lo que a la vida y a las relaciones se refería. Le gustaban las mujeres que sabían complacer a los hombres, mujeres que entendían que el sexo no era amor.

Normalmente no le atraían las mujeres inocentes, porque sabía que aquello era una fachada. Pero le resultaba sugerente verla sonrojarse. El aspecto de empresaria serena parecía desvanecerse y revelar una mujer capaz de mostrarse cálida y sexy.

–¡No!

No quería que pareciera que su pregunta la había alterado, pero no era tan buena actriz como para fingir que no le había afectado la mención del sexo que había hecho. No estaba acostumbrada a comentar aquel tema a plena luz del día.

–Quiero decir que es libre para hacer lo que quiera, con quien quiera –continuó ella–. Por supuesto que con discreción. Sinceramente, dudo que cualquier de esos viejos y conservadores empresarios sientan compasión si se enteran de que ha tenido aventuras a espaldas de su mujer.

Él recorrió su cuerpo con su mirada y de repente descubrió el encanto de las mujeres que ocultaban más que revelaban. Le estaba despertando una insoportable curiosidad.

Se preguntó qué sería necesario para que se relajara y se soltara la melena. Se la imaginó con su pelo rubio revuelto alrededor del rostro, con las mejillas sonrojadas por la pasión y con los labios hinchados por los besos, sus besos. Decidió calificarla como una amante agresiva. Una mujer tan decidida a dar tanto como lo que obtenía en una sala de juntas, tenía que comportarse del mismo modo en el dormitorio.

Tuvo una erección tan sólo de pensarlo. Dejó que sus ojos pasearan por su silueta, reparando en las huellas de la exuberancia que se adivinaban bajo su ropa amplia. Sí, debajo de aquella armadura había toda una mujer, delgada y curvilínea.

–¿Con quien quiera? –preguntó bajando la voz y acariciando su mejilla con los nudillos.

A Elaine nunca le había mirado así un hombre. Era como si pudiera atravesarla con la mirada. Sus ojos transmitían deseo. Se quedó inmovilizada por la sacudida de atracción que la invadía. Nunca antes había experimentado aquella sensación que se le había formado en el estómago.

–¿Y si le digo que la deseo?

Se dio cuenta de que estaba empezando a aproximarse a él. Sus labios ligeramente separados, como invitándolo, sus ojos entrecerrados... Rápidamente, se apartó como si se hubiera quemado, con el rostro ardiendo.

–¡No! Esto es un asunto de negocios y no tengo ningún interés en enturbiar las aguas. Además, no sería apropiado.

Le ardía el rostro y sabía que estaba brillando como un faro. Estaba empezando a desear no haber ido.

Él rió. Resultaba muy divertida, tratando de mostrarse correcta y formal.

–Entendido.

Sería mejor así. Era preferible mantener los negocios y el placer separados, sobre todo si había una licencia de matrimonio de por medio. No quería estar atado a una mujer durante un año y tenía la sensación de que, si se acostaba con ella, la oferta de «cualquiera en cualquier momento» sería revocada.

De todas formas, si cambiaba de opinión podría tenerla si quisiera. Lo había visto en sus ojos y en los acelerados latidos de la base de su cuello. No era inmune a él. Claro que por su experiencia sabía que pocas mujeres lo eran. Adoraban su estatus, su riqueza y su destreza en la cama. A veces incluso se enamoraban de él. Pero él nunca se dejaba embaucar.

–Tendrá que mudarse a mi ático –dijo él.

–¡Por supuesto que no!

De nuevo, volvía a ponerse nerviosa, lo que le daba un aspecto más femenino y resultaba más deseable.

–Mi esposa no puede vivir al otro lado de la ciudad –dijo él dando un paso hacia ella–. Tengo una reputación que mantener. Me gusta tener a la mujer con la que estoy lo más cerca posible.

Su tono de voz, suave y seductor, le causó un estremecimiento en la espalda. Cuando pensó en aquella solución, no se había imaginado viviendo juntos. La idea de verse compartiendo hogar con un hombre tan perturbador como Marco, la hacía sentirse exaltada.

Pero podía hacerlo. Para hacerse con el negocio estaba dispuesta a lo que fuera. No quería que la ambición de su vida se le escapara.

–Si tenemos que vivir juntos, puede mudarse a vivir conmigo.

–No, usted se vendrá a vivir a mi casa... Y llevará mi apellido.

–¿Cómo? –dijo ella y su rostro volvió a sonrojarse–. Nunca lo haría ni aunque fuera un matrimonio real. Me parece muy machista hacer que una mujer pierda su identidad sólo porque se case. Es una manera arcaica de control.

–Entonces, llámame cavernícola –dijo encogiéndose de hombros–. No soy precisamente un hombre moderno y sensible. En lo que a relaciones se refiere, al igual que en los negocios, me gusta estar al mando. Nadie se lo creería si me mudo a vivir con usted y mantiene su apellido de soltera. Mis clientes conservadores me perderían el respeto.

Elaine había tomado aquella decisión hacía tiempo y no podía echarse atrás ahora.

–De acuerdo –dijo entre dientes.

–Y quiero que entienda que como mi esposa, mi satisfacción es su prioridad. Estoy decidido a aprovechar todos los beneficios que este acuerdo pueda reportarme.

–Ya se lo he dicho. No voy a dormir con usted. No haga que me sienta como una buscona.

¿Cómo podía ser un hombre tan arrogante?

–No es eso lo que he dicho. No tendré problema alguno en encontrar una mujer con la que compartir mi cama. Lo que necesito es una mujer del brazo y que me mire embelesada. Cuando tenga algún evento que re quiera su presencia, será una prioridad por encima de su trabajo o de su vida social.

Podía adivinar la discusión que estaba teniendo consigo misma con tan sólo mirar sus ojos azules.

–De acuerdo. Acepto sus términos.

–No tengo ninguna intención de que este acuerdo sea indefinido. No es así como trabajo. Incluso aunque acabara en mi cama, tan sólo será hasta que termine el acuerdo. No se enamore de mí, porque yo no me enamoraré de usted.

Aquello era una versión de la advertencia que solía hacer al inicio de una relación. Si había algo que no soportaba, era que una mujer se pusiera sentimental y se mostrara sorprendida al terminar la relación. Y las relaciones siempre tenían un final.

–Lo intentaré –dijo Elaine fríamente.

Aquello la devolvió a la realidad. Era un mujeriego dominante, la clase de hombre que más detestaba, y haría bien en recordarlo.

¿Que no se enamorara de él? Había tenido que evitar reírse en su cara. Ni siquiera le caía bien. Además, ¿cómo iba a enamorarse si habían dejado a un lado toda emoción?

–Muchas mujeres antes que usted se han enamorado de mí. O de mi cartera, que para el caso es lo mismo.

–Créame cuando le digo que no estoy interesada en usted o en su cartera. Soy capaz de mantenerme económicamente y mi gusto por los hombres no incluye reliquias de tiempos pasados.

–Trato hecho –dijo él, dibujando una sonrisa en su rostro.

Ella alargó la mano y él la estrechó. Aquella mujer sólo pensaba en negocios, excepto cuando se sonrojaba.

–Bien, señor De Luca, será un placer trabajar con usted –dijo mostrando una sonrisa profesional–. Haré que mi abogado llame al suyo para que empiecen a redactar el acuerdo prenupcial. Consulte su agenda para que podamos elegir el día de la boda.

–Claro –dijo él y ella se giró en dirección a la puerta–. ¿Señorita Chapman? –la llamó, haciéndola detenerse–. Mañana la recogeré a las ocho. Iremos a elegir el anillo de compromiso por la mañana.

A punto estuvo de decir algo, pero se mantuvo callada.

–Ah, y asegúrese de ponerse algo femenino.

Capítulo 2

ELAINE miró el reloj de su mesilla, mientras la alarma le recordaba que era hora de levantarse de la cama. No había dormido nada. No había dejado de dar vueltas en la cama, analizando todo lo que había pasado el día anterior.

Estaba lejos de ser romántica. Era una mujer práctica hasta la médula. Aquel matrimonio era tan sólo un asunto de negocios. La firma del contrato obligaría a ambas partes, siendo de aplicación una penalización si él rompía el acuerdo. Pero de pronto, parecía algo más importante que la mera firma de un contrato. Se iba a casar con aquel hombre.

Salió de la cama y se dirigió al armario. Le había dicho que se pusiera algo femenino. Si no necesitara tanto su ayuda, le habría dicho dónde podía meterse sus opiniones acerca de su forma de vestir. Pero no estaba dispuesta a estropear aquel acuerdo poniéndose cabezota por un asunto tan tonto. Se reservaría para cosas más importantes. Aquello, aunque fuera una herida en su orgullo, podía superarlo.