Portada

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Kathryn Ross.

Todos los derechos reservados.

SED DE VENGANZA, N.° 1841 - junio 2011

Título original: The Greek Tycoon’s Innocent Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-402-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capitulo 1

Capitulo 2

Capitulo 3

Capitulo 4

Capitulo 5

Capitulo 6

Capitulo 7

Capitulo 8

Capitulo 9

Capitulo 10

Capitulo 11

Capitulo 12

Capitulo 13

Promocion

Capítulo 1

NICHOLAS Karamanlis no tardó en localizar a su presa. Aunque el salón de baile estaba repleto de invitados a la boda, él la vio enseguida. Estaba ligeramente apartada de la gente que se agolpaba entre la zona del bar y la pista de baile, y su aislamiento entre la multitud le llamó la atención.

Durante un rato se contentó con observarla desde el ventanal de la terraza. Las brillantes luces de discoteca giraban y esparcían su luz sobre la larga y rubia cabellera y la iluminaban con miles de tonos que se esparcían por su fina figura envuelta en un vestido verde y largo.

Ella se volvió y sus miradas se encontraron. El quedó momentáneamente hechizado por su belleza. Las fotos que había tomado el detective privado no le hacíanjusticia.

Sostuvieron la mirada durante lo que pareció una eternidad y él sintió una repentina explosión de adrenalina. El hecho de que fuera deseable añadía un placentero atractivo a su tarea.

Cat desvió la mirada ante la llegada de sus amigos. Estaba acostumbrada a que los hombres la miraran, pero había algo distinto en la oscura e intensa mirada de ese hombre. No se trataba simplemente de que fuera guapísimo, sino de la manera en que la miraba, como un cazador que vigila a su presa. De repente se sintió vulnerable y, al mismo tiempo, sin aliento. Nunca se había sentido así, y eso la inquietaba. Incluso rodeada de sus amigos, sentía el fuerte latir del corazón, casi tan estruendoso como la batería de la orquesta.

Mientras intentaba pensar en otra cosa, bebió un sorbo de agua. Seguramente no era más que calor. Londres sufría una ola de calor y, a pesar de ser casi medianoche, y de que todas las puertas y ventanas del salón estaban abiertas, la temperatura rondaba los treinta grados.

También podía deberse a que, últimamente, se mostraba muy recelosa de los hombres. Cada vez que uno le dirigía la palabra, ella se preguntaba si habría sido enviado por su padre o su hermanastro. Era una locura, pero cuanto más se acercaba a su vigésimo primer cumpleaños, más fuerte era esa sensación de desconfianza y ansiedad. Faltaban tres meses para su cumpleaños y estaba impaciente por que pasara. Deseaba poder olvidarlo cuanto antes.

Pensó, con tristeza, que no debería sentirse así. Debería ser una fecha deseable, un momento de felices celebraciones en familia. De haber vivido su madre las cosas habrían sido diferentes, pero la única familia que le quedaba era su padre y su hermanastro, Michael, y lo único que les obsesionaba era la suma de dinero que heredaría ella si cumplía con los requisitos del testamento de su abuelo y se casaba antes de su cumpleaños. Ella no era más que un peón por lo que a ellos respectaba. Si movían la ficha hacia el matrimonio.. .jaque mate, y el dinero llegaría a raudales. Pero ella no iba a casarse por dinero, preferiría ir al infierno antes que seguirles el juego. Y se lo había dicho claramente, aunque ellos no habían prestado mucha atención.

¿Por qué no podía obsesionarse su padre con la felicidad de su hija? ¿Era demasiado pedir?

La pregunta despertó las sombras del pasado. Estaban en su interior y le hacían sentir la aguda soledad que la había acechado desde la niñez. Esa sensación no desaparecía nunca, ni siquiera en un salón lleno de personas. Era la maldición del dinero McKenzie.

-Oye, Cat, ¿te apetece bailar? -algunos de sus amigos la arrastraron hasta la pista de baile. Agradecida por la interrupción, Cat se dejó llevar por ellos.

Durante unos minutos, ella consiguió olvidar y fue absorbida por la música. Estaba allí, junto al resto de los empleados de la compañía de publicidad en la que trabajaba desde hacía tres meses, para celebrar la boda de sus compañeros, Claire y Martin. La pareja se había casado en el Caribe la semana anterior y en esos momentos celebraban una fiesta en un lujoso hotel de Knightsbridge. Cat los veía en el centro de la pista, abrazados mientras bailaban lentamente, a pesar de que el ritmo de la música era muy animado.

«Así debería ser el amor», pensó Cat. A lo mejor algún día ella encontraría a alguien que le hiciera sentir así. Alguien que la amara, alguien en quien pudiera confiar. Un año antes, ella creyó haber encontrado a esa persona, Ryan Malone, atractivo y encantador, que, poco a poco la había hechizado y la había hecho pensar que era el definitivo. Después, descubrió que Ryan era socio de su hermano y que el único interés que tenía en casarse con ella era por la herencia. Aún dolía al recordarlo y, desde entonces, ella se había vuelto mucho más precavida con los hombres.

Ella se volvió y, sin querer, dirigió la mirada hacia la terraza, donde había estado ese hombre. Tenía la extraña sensación de que sus ojos seguían fijos en ella. Pero él no estaba allí, ni en ninguna parte. Era obvio que se lo había imaginado. Intentó rechazar esa sensación para concentrarse en la música, pero no lograba olvidar la oscura y profundamente intensa mirada.

Nicholas observaba a Cat desde su posición de ventaja. Bailaba bien, con movimientos ágiles y un ritmo natural muy sexy. Recordó haber oído una vez que si se baila bien, se es bueno en el sexo. A lo mejor podría verificar esa teoría más adelante. Ansiaba el momento de sentirla moverse sensualmente debajo de él. Poseer ese cuerpo curvilíneo iba a ser todo un placer.

Sin embargo, debía evitar precipitarse. Tenía que evaluar cuidadosamente la situación para averiguar quién se acercaba a ella. Quería saber si su padre o hermano tenían algún espía allí. Seguramente querrían proteger a la heredera de oro. Tenían tres meses para asegurarse la herencia. El sabía que Cat era igual de avariciosa que el resto de la familia y, sin duda, los tres estarían decididos a poner sus manos sobre todo ese dinero.

Pues bien, Nicholas tenía otros planes. Mientras él viviera, no iba a permitir que tuvieran ese dinero. No serviría más que para provocar más destrucción.

La simple mención del apellido McKenzie le hacía estremecerse como si le hubiera mordido una serpiente. Cárter McKenzie era una serpiente, un reptil sigiloso, manipulador y deshonesto. Ocho años antes, Nicholas había cometido el error de confiar en él. Cárter le había mentido y engañado. Por su culpa, Nicholas había perdido mucho dinero intentando arreglar la situación, pero, lo que más le había enfurecido era que había estado a punto de perder algo mucho más importante que el dinero. Cárter había intentado despojarlo de su reputación... y casi lo había conseguido.

Había aprendido la lección a la fuerza. Desde entonces, Nicholas había levantado un imperio que le había hecho más rico de lo que jamás había soñado, pero no había olvidado a su viejo enemigo. Se había tomado tiempo para observar y esperar su momento. Había comprobado que el hijo y la hija de Cárter McKenzie eran idénticos a su padre. Michael McKenzie no era más que un artista de poca monta, y Catherine... les había financiado un negocio turbio tras otro y les igualaba en avaricia.

Según la información que tenía, no quedaba mucho dinero en el fondo del que ella había estado disponiendo y, sin el resto de la herencia McKenzie, no podría financiarles mucho tiempo más.

Nicholas soñaba con ese día, porque tenía intención de intervenir, seducir a Catherine McKenzie y recuperar lo que era suyo. Cárter iba a lamentar haberse cruzado en su camino. La venganza iba a ser muy dulce.

Cat abandonó la pista de baile y, con discreta determinación, él la siguió, sorprendido al ver que se dirigía a toda prisa hacia la puerta principal. Parecía que, de repente, huyera de algo.

Instantes después, Cat se detuvo en el exterior. La calle estaba extrañamente desierta, incluso el portero que había estado de servicio horas antes se había marchado.

Lejos de la multitud, ella se sintió mejor, y le pareció absurdo el ataque de pánico que había sentido sobre la pista de baile. Por supuesto, nadie la vigilaba. Aun así, lo único que quería era volver a la seguridad de su piso.

Había una parada de taxis en la acera de enfrente, y ella había salido con la intención de subirse al primero y salir de allí, pero la parada estaba desierta. Aparte del sonido de las hojas de los árboles que se movían al compás de una suave brisa, sólo había silencio. Cat rebuscó en el bolso, sacó el móvil y llamó a un taxi. Después, se dirigió de nuevo hacia el hotel para esperar.

Al volverse, tropezó con un joven vestido con unos vaqueros y una camiseta. Durante un segundo, ella estuvo a punto de disculparse por no haberlo visto, pero, de repente, él la empujó bruscamente mientras agarraba su bolso y el móvil. Presa del pánico, Cat fue consciente de que sufría un atraco.

El teléfono fue arrancado con facilidad, pero ella se aferró instintivamente al bolso y se produjo un forcejeo. Todavía tuvo tiempo de ver su rostro antes de que el bolso le fuera arrancado y el joven saliera a la carrera. Sin embargo, no llegó muy lejos, pues un segundo después cayó pesadamente sobre la acera. Cat escuchó el golpe del cuerpo al caer, y el sonido del móvil y el contenido del bolso al esparcirse por el suelo.

Entonces vio una forma oscura que salía de las sombras. Alguien había atrapado al atracador.

-Yo no me la jugaría -dijo un hombre mientras pisaba la mano deljoven que intentaba recuperar el bolso-. La policía está en camino.

Eljoven no esperó más. En un segundo estaba de pie y abandonaba el lugar a toda prisa, mientras sus pisadas resonaban en la calle desierta.

-¿Está bien? -el rescatador se agachó para recoger las pertenencias de Cat, y ella percibió la tranquilidad, y el ligero acento, en su voz profunda. Al ponerse en pie, ella vio perfectamente su rostro, iluminado por una farola. Unos oscuros e intensos ojos se encontraron con los suyos. Era el hombre que la había observado minutos antes.

Le calculó unos treinta y dos años. Su pelo era negro, espeso y liso. Era muy atractivo, pero no del modo habitual, más bien de un modo duro y peligroso. Todo en él, desde los negros ojos hasta los sensuales labios, hablaba de poder y control.

-Creo que sí -ella fue consciente de que él esperaba una respuesta-. Gracias por ayudarme.

-No debería haber forcejeado por el bolso, podría haberla lastimado -dijo él-. La vida es más importante que una simple posesión.

Tenía razón, y ella empezaba a darse cuenta de lo que podría haberle sucedido. El le entregó el bolso, y la mano de Cat tembló ligeramente.

-Entremos en el hotel -dijo él con voz amable, aunque la agarraba el brazo con fuerza.

Cat no intentó resistirse y se dejó llevar de vuelta a la seguridad del hotel. Había una fuerza en él que la abrumaba, y el contacto de la mano sobre su piel le produjo un salvaje escalofrío. Era una sensación que no entendía. Al fin y al cabo, ya no corría peligro... ¿o sí?

-Señor Karamanlis, ¿va todo bien? -preguntó el recepcionista cuando entraron en el vestíbulo.

A Cat no le pasó desapercibido que conociera el apellido del hombre. También observó que, cada vez que hablaba, los empleados se ponían firmes. El gerente del hotel apareció, llamaron a la policía y, de repente, ella se encontró camino del ascensor.

-Puede esperar a la policía arriba, en mi suite privada.

No era una invitación, más bien una orden. La puerta del ascensor se cerró y se encontraron solos en el reducido espacio.

Ella lo miró a los ojos y, de nuevo, sintió una sensación de alerta. No conseguía identificar los sentimientos que él le provocaba. Era algo más que la habitual cautela que sentía frente a los hombres.

Cat no comprendía cómo un extraño podía producir tal efecto en ella. A lo mejor se debía al hecho de que era enormemente atractivo, al estilo mediterráneo. A lo mejor se debía al modo en que la miraba, como si intentara descifrar los secretos de su alma.

El oprimió el botón de la última planta e iniciaron el ascenso en silencio. Nicholas la observó apoyar la cabeza contra el espejo. Parecíajoven, pálida y frágil. Tenía unos ojos de un imposible color jade, que lo miraban fijamente.

No era lo que él había esperado, y eso le inquietaba. Jamás habría imaginado que sentiría la necesidad de protegerla, pero lo había sentido al devolverle sus pertenencias, y le irritaba ese momento de debilidad. Se trataba de la hija de Cárter McKenzie, se recordó. Sabía bien que esa mujer era tan traicionera y astuta como el resto de su familia. Había leído los informes del detective, y no permitiría que ese aire de vulnerabilidad le distrajera de su misión de venganza.

-Es muy... amable por su parte

-Cat rompió el silencio mientras intentaba recuperar la calma.

-Es un placer -dijo él con voz melosa.

¿Había un tono cínico en su expresión, o se lo había imaginado ella?

-Lo vi en la fiesta -dijo ella con los ojos entornados-. ¿Conoce a Martin y a Claire?

-No. La sencillez de la respuesta hizo que el pánico se apoderara de ella. ¿Había acertado en su primera impresión? ¿Le había enviado su hermano?

-Entonces, ¿qué hacía en la fiesta?

-Puedo hacer lo que quiera, puesto que soy el dueño del hotel.

-Ah, ya veo -era lógico, dado ese aire de superioridad con el que se paseaba por allí. Ella se sintió como una estúpida por haber pensado que su hermano había tenido algo que ver. Si era el dueño de ese hotel, debía de ser un hombre muy rico y poderoso, y no la clase de persona que cumplía las órdenes de otro.

-Me llamo Nicholas Karamanlis -se presentó él mientras buscaba algún gesto de reconocimiento en el rostro de ella. Ocho años antes, él había sido socio de su padre y, aunque nunca se habían visto, a lo mejor el nombre le era familiar. Pero ella ni siquiera pestañeó.

-Cat McKenzie -dijo ella mientras le tendía la mano.

El dudó antes de estrecharle la mano y, cuando lo hizo, provocó una descarga de escalofríos en el cuerpo de Cat.

Sus miradas se fundieron, y ella se preguntó si él habría notado la salvaje química sensual entre ellos, o si no era más que su imaginación.

Temblorosa, se soltó, aliviada al ver que se abrían las puertas del ascensor, liberándola de la intensidad de la situación.

Nicholas sonrió para sus adentros mientras la acompañaba hasta la suite. De momento, la noche iba viento en popa.

Era evidente que ella no tenía ni idea de quién era él.

Había planeado seducirla durante la semana siguiente, ya que sabía que su padre estaría fuera del país, lo que reducía el riesgo de ser descubierto. Pero, cuando el detective privado le informó de que Cat asistiría a la celebración de una boda en uno de sus hoteles, había decidido adelantar sus planes y, esa misma tarde, había llegado en avión desde Atenas.

Y en aquellos momentos se alegraba de haberse arriesgado. Además, había poco tiempo.

El ladrón había sido de lo más oportuno, y el inmenso atractivo de Cat, que había despertado su deseo de llevársela a la cama, no hacía sino mejorar la situación.

Vengarse iba a resultarle muy fácil. El pez había mordido el anzuelo. Sólo quedaba tirar del sedal.

Capítulo 2

LA SUITE de Nicholas parecía un ático. De diseño ultramoderno, los suelos eran de terrazo negro y los sofás, blancos y redondos, estaban situados para aprovechar la vista sobre Londres.

-Este lugar es fabuloso -dijo Cat, pegada a la ventana y mientras admiraba eljardín y la piscina.

-No está mal -admitió Nicholas, aunque la miraba a ella ynoal paisaje. El vestido de seda verde se ajustaba a las finas curvas de su cuerpo, un cuerpo de lo más deseable. La fina cintura podría ser abarcada por sus grandes manos, y los pechos invitaban a que la boca de un hombre los explorara. Sólo con pensar en ello, Nicholas se excitó-. Tengo una suite así en cada uno de mis hoteles. Resulta útil por motivos profesionales aunque, como viajo tanto, apenas las utilizo.

-¿Y dónde se considera en casa? -ella lo miró con curiosidad.

-Tengo una casa en la isla de Creta -contestó él.

-Es griego -fue una observación, más que una pregunta-. Creta es un lugar hermoso. -¿Ha estado allí?

-Sí, mi abuelo tenía una villa a las afueras de Xania y, de joven, pasaba las vacaciones allí.

Durante un instante, ella recordó la belleza de aquella mansión sobre el mar. Había adorado los veranos en aquel lugar, rodeada de amor y felicidad. Después ocurrió el accidente y su madre murió. Cat no tenía más de diez años, pero, desde el día en que el coche de su padre perdió el control en aquella carretera, su vida también había sufrido un vuelco. Y Creta había dejado de ser un lugar de felices recuerdos.

-¿Ha estado allí recientemente?

-Nicholas percibió la seriedad del rostro de ella y, por algún motivo, sintió el impulso de consolarla y ahuyentar los oscuros nubarrones.

Cat no quería ni pensar en su visita el año anterior. Su padre le había obligado a avalar a su hermano en un ruinoso negocio. Al llegar allí, había descubierto que Michael había organizado deliberadamente una estafa, y ella había pasado una semana buscando a las personas a las que había timado para devolverles el dinero.

-Últimamente no tengo tiempo para vacaciones.

Nicholas percibió su vacilación. No le había mentido, simplemente había sorteado la verdad. El sabía por sus fuentes que había vuelto a Creta el año anterior para apoyar económicamente a su hermano en uno de sus negocios. El detective privado había tomado fotos de sus visitas a las víctimas de la estafa. Poco después, y tras volver Cat a Londres, habían cometido una estafa aún mayor. Era algo que no debía olvidar. Ella era una auténtica McKenzie. Todos ellos parecían tener la costumbre de mentir por omisión.

Cat se sorprendió al percibir un destello en los oscuros ojos que la miraban fijamente y sintió un escalofrío, como si alguien se paseara sobre su tumba.

-Debería volver -dijo él mientras le daba la espalda. La ligereza en la voz contrastaba con la feroz intensidad de la mirada-Voy a prepararme un whisky. ¿Le apetece tomar algo? -preguntó él-. Puede que un brandy, dicen que es bueno tras sufrir una impresión.

-No. Estoy bien, gracias.

-Deduzco que se encuentra mejor.

-Más que nada, me siento avergonzada.

-¿Avergonzada? -él arqueó una ceja.

-Por haber organizado todo este lío. Debería haberme ido a casa. No me han robado nada y la policía no podrá hacer gran cosa. Ese tipo ya estará lejos.

-Eso no tiene nada que ver. Si lo atrapan, evitarán que otra persona pase por lo mismo.

-Supongo que sí.

Ella lo contempló mientras él se servía una copa. El traje oscuro parecía caro y resaltaba sus anchos hombros. Cat no pudo evitar apreciar el impresionante físico de aquel hombre, fibroso y torneado, que daba la impresión de ser capaz de manejar cualquier situación.

No podía negar que le resultaba enormemente atractivo, pero no era su tipo. Tenía demasiado dinero y poder. Ella había crecido rodeada de riqueza y no le había gustado, ni le gustaba cómo transformaba a las personas. Sin duda era un tipo arrogante que siempre lograba lo que deseaba. Y tenía un aire peligroso que le hacía desconfiar intensamente en él.

El hombre parecía estudiarla atentamente y, aunque no la tocaba, ella fue repentinamente consciente de una cierta intimidad. Casi sentía los negros ojos recorrer su rostro y detenerse en los labios. Inconscientemente, Cat se los humedeció mientras el corazón se le aceleraba.

A medida que la mirada de él descendía, ella sintió endurecerse los pechos contra la seda del vestido. Era una sensación de lo más extraña. Por mucho que insistiera en que él no era su tipo, el cuerpo de Cat parecía hacer caso omiso. El ardor del deseo sexual crecía en su interior con feroz intensidad. Ella deseaba que la tocara... que la besara. En realidad, quería algo más. Deseaba compartir con él una intimidad que jamás había conocido. Era una locura.

-Me parece que le he hecho perder mucho tiempo -dijo ella tras tragar con dificultad y mientras rezaba para que su voz no revelara la ansiedad que sentía-. ¿Cuánto tardará en llegar la policía?

-Es viernes por la noche, y la llamada no fue de emergencia -él se encogió de hombros.

-Creo que debería irme -ella intentaba pensar racionalmente, pero sentía que el pánico la dominaba. Ni-cholas Karamanlis provocaba en ella un extraño efecto y, si se quedaba podría hacer algo que lamentaría más tarde. Al abrir el bolso se dio cuenta de que las llaves no estaban.

-¿Sucede algo?

-Nicholas la miraba imperturbable mientras ella revolvía el bolso.

-¡Mis llaves no están!

-Recogí todo lo que había sobre la acera -dijo Ni-cholas con calma. -¡No podré entrar en mi casa! Y no tengo llave de repuesto.

-Bueno... veamos. A primera hora de la mañana, puede hacer que cambien todas las cerraduras. Mientras tanto, puede quedarse aquí -la invitación sonó de lo más casual.

-Es muy amable por su parte -ella lo miró mientras él apuraba su copa-, pero sé que el hotel está completo. Algunos de mis compañeros intentaron reservar una habitación para esta noche.

-Me refería a que puede quedarse en mi suite -aclaró él mientras la miraba a los ojos. La inocente sugerencia hizo que los sentimientos de ella se desbordaran.

Hubo un largo silencio durante el cual se palpaba la electricidad entre ellos. Cat observó que los ojos de él se posaban de nuevo sobre sus labios y el corazón volvió a latir descontrolado. ¿Cómo sería acostarse con ese hombre y que la besara y la tocara de manera íntima? La pregunta hizo que se acalorara y sintiera despertarse un intenso deseo de hallar la respuesta.

Apresuradamente, intentó controlarse. Cat era virgen. Le hubiera gustado decir que había elegido serlo hasta encontrar a la persona adecuada, pero la verdad era mucho más compleja. Lo cierto era que ningún hombre la había hecho sentir el deseo de entregársele por completo.

El único que casi lo había conseguido resultó que sólo iba tras su dinero y, afortunadamente, ella lo había descubierto antes. Después de aquello, le costaba confiar en los demás.