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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Escapada hacia el amor, n.º 95 - agosto 2014

Título original: A Scandal in the Headlines

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de paisaje

utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4553-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

 

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

 

Qué demonios estás haciendo en mi barco?

Elena Calderon se quedó paralizada al oírlo. Había estado puliendo la barra de teca del salón superior del yate cuando esa voz masculina hizo que se detuviera al instante. Había mucha autoridad en su tono. Supuso que estaba acostumbrado a que lo obedecieran de inmediato.

No tuvo que mirarlo para saber quién era.

Sintió cómo esa voz se estrellaba contra ella y la atravesaba.

Alessandro Corretti.

No entendía por qué estaba allí, no había contado con ello. Sabía que llevaba más de un año sin utilizar ese barco, que solía alquilar a extranjeros millonarios.

—Estoy puliendo la barra —logró decir ella.

Habló con un tono neutro y uniforme. Pensaba que era así como hablaría la azafata de un yate de lujo cuando se dirigía a los invitados. Y con más amabilidad aún si se trataba del propietario del mismo. Pero seguía sin atreverse a mirarlo.

Oyó que soltaba una amarga carcajada.

—¿Es una broma?

—No, no es una broma —repuso mientras le daba unos golpecitos a la madera que tenía frente a ella—. Es una barra de teca y acebo, según me ha dicho el sobrecargo.

Se había dicho a sí misma en más de una ocasión que lo que había sucedido durante aquel baile hacía ya seis meses no había sido más que un error, algo que había tenido más que ver con el vino, la música y el ambiente romántico del lugar que con el hombre...

Pero no había conseguido convencerse.

Muy despacio, levantó la mirada.

Estaba medio escondido entre las sombras de la entrada al salón. Con el brillante sol siciliano tras él, no podía distinguir su rostro, pero lo reconoció. No pudo evitar estremecerse y notó que se quedaba un segundo sin aliento.

Alessandro Corretti. El hombre que había dado un giro radical a su vida con un solo baile. Por atractivo que fuera y por mucho que le siguiera atrayendo, sabía que no era un buen hombre. Creía que era aún peor que Niccolo, el mentiroso y violento delincuente con el que había estado prometida.

Elena no se había atrevido a ir a la policía cuando huyó de Niccolo por temor a las conexiones que tenía su familia. La de Alejandro, sin embargo, era mucho peor. Era tan poderosa que estaba por encima de la ley.

Pero, a pesar de todo, cuando vio que daba un paso más y entraba en el salón, se quedó de nuevo sin aliento y se le aceleró el corazón. Su cuerpo lo seguía deseando, como le había pasado hacía seis meses, como si creyera que ese hombre era bueno para ella, que podía hacer que se sintiera segura.

—Muy graciosa —le dijo él con dureza y sin dejar de mirarla—. Pero todavía no has contestado a mi pregunta, Elena.

Siempre había visto al heredero de la familia y director general de Corretti Media como un hombre impecable y sofisticado, pero ese día parecía... Tenía muy mal aspecto.

Estaba despeinado, tenía el traje arrugado y los zapatos sucios. Vio que la chaqueta tenía descosida una solapa y que uno de sus ojos estaba amoratado.

También vio arañazos y cortes en su cara que no hacían sino acentuar sus aristocráticos pómulos. Tenía el labio algo hinchado y los nudillos raspados.

Cuando vio que sus ojos verdes se estrechaban mientras la miraban, volvió a quedarse sin respiración.

No había pensado que Alessandro fuera a reconocerla si llegaba a tener la mala suerte de encontrárselo en el barco. Le habían asegurado que nunca iba al yate.

Había estado convencida de que, aunque la viera, no iba a reconocerla. Había dado por supuesto que Alessandro conocería a muchas jóvenes en fiestas como la de hacía seis meses. Ella, en cambio, había tratado de olvidarlo sin conseguirlo.

A pesar de todo, una voz en su interior siempre había tratado de convencerla de que quizás no hubiera sido un encuentro tan intrascendente para él como creía. Pero era una voz que siempre trataba de ignorar.

—No me he colado en el barco —le dijo fingiendo una calma que no sentía—. Trabajo aquí.

—¡Sí, claro!

—Aquí estoy, ¿no? —respondió ella mientras le mostraba su atuendo con un movimiento de su mano—. Con uniforme y todo.

Llevaba una falda de color tostado, una camiseta negra y zapatos náuticos.

Alessandro la miraba con sus penetrantes y fríos ojos. Recordó en ese instante el fuego y el deseo que había visto en ellos aquella noche de hacía ya seis meses y le dolió saber que no iba a volver a ver esa mirada.

—¿Y qué se supone que eres exactamente? ¿Una criada? —le preguntó Alessandro con incredulidad.

Tuvo que controlarse para no dar un paso atrás cuando Alessandro fue hacia ella. Era alto, fuerte y muy masculino. Emanaba fuerza por los cuatro costados y, a pesar de la paliza que le habían dado, seguía siendo muy atractivo.

Estaba enfadada consigo misma. No entendía cómo podía seguir afectándole de esa manera. Trató de convencerse de que ese hombre le repugnaba, que eso era lo que sentía.

—Soy una azafata. La limpieza es solo una de mis tareas.

—Por supuesto —repuso Alessandro de nuevo con incredulidad—. Y, cuando te dio el impulso de cambiar tus vestidos de diseño y los coches de lujo por un trabajo de verdad, no se te ocurrió otra cosa que trabajar en mi yate, ¿verdad? Es solo una casualidad, ¿no?

—No sabía que fuera tu barco.

Al menos, no lo había sabido cuando había contestado al anuncio de trabajo, cuando decidió que, si no quería que la encontraran, iba a ser demasiado arriesgado trabajar como camarera en restaurantes turísticos de la costa siciliana. En esos momentos, lamentaba no haber hecho caso de su primer impulso, el de salir corriendo, cuando había descubierto la verdad. No entendía por qué no lo había hecho.

—Cuando me enteré, ya llevaba trabajando aquí una semana. Y me dijeron que casi nunca lo usabas.

Además, una parte de ella había creído que Alessandro le debía de alguna manera esa oportunidad. Le había gustado la idea de que ese hombre tuviera que pagarle su sueldo, aunque fuera de manera indirecta, que se viera afectado de alguna forma por lo que aquel baile había provocado, aunque él no lo supiera. Esa situación la había hecho sentirse poderosa y era algo que necesitaba.

—¿No te has arriesgado mucho por un trabajo tan insignificante? —murmuró Alessandro acercándose más aún.

Ya lo tenía frente a ella, allí mismo, al otro lado de la barra.

Tragó saliva cuando él puso las manos sobre la superficie brillante. Había algo muy amenazador y sensual en ese gesto, aunque le costara reconocerlo.

De haber estado en el mismo lado que él, la habría enjaulado entre sus manos. Era una imagen que no lograba quitarse de la cabeza y que hacía que se sintiera más débil, sobre todo al ver cómo la miraba.

—Es un trabajo como otro cualquiera —se defendió ella—. Un trabajo honesto.

—Sí, lo es.

Vio algo nuevo en su mirada. Casi parecía apenado, pero era algo que le parecía imposible en alguien como él.

—Pero tú no eres una mujer honesta, ¿verdad?

No pudo evitar estremecerse al oírlo. No sabía qué le dolía más, que la viera así o el hecho de que le importara lo que ese hombre pensara de ella. Sobre todo porque creía que en realidad no la conocía.

Todo lo que Alessandro sabía de ella era la reacción tan abrumadora y explosiva que había surgido entre ellos durante aquel baile benéfico.

No podía saber hasta qué punto lamentaba su propia responsabilidad en lo que había pasado esa noche ni cómo la avergonzaba aún la reacción que había tenido ante él. Alessandro no podía saber lo que Niccolo había planeado, lo que ella había estado a punto de ayudarle a hacer. Alessandro no sabía lo ciega que había estado. Pero, por desgracia, nunca iba a poder saber la verdad.

Recordó entonces que ese hombre era como Niccolo y que tenía que ignorar cómo reaccionaba su cuerpo ante su presencia. Era el mismo tipo de hombre, al frente del mismo tipo de negocio familiar y dispuesto también a explotar de la forma más brutal a cualquiera para conseguir sus propósitos. Había tenido mucho tiempo para leer e informarse sobre Alessandro Corretti y su familia durante los seis meses que había estado escondida. No tenía forma de averiguar lo que Alessandro sabría sobre su rival, Niccolo Falco, ni sobre su exnovia. No quería ni imaginarse lo que podría hacer si llegaba a tener esa información.

Recordó entonces que debía tener cuidado.

—Ya sé lo que piensas de mí —le dijo ella tratando de parecer tranquila—. Pero la gente cambia.

—Las circunstancias cambian.

Se dio cuenta de que había mucha amargura en su voz y también en su arrogante y malherido rostro. Trató de convencerse de que no le importaba verlo así, pero le estaba costando ignorar la necesidad que tenía de acercarse a él y tocar su mano para tratar de consolarlo.

—La gente nunca lo hace —añadió Alessandro.

Por desgracia, sabía que tenía razón. Porque creía que, si ella hubiera cambiado algo durante esos últimos meses tan duros, ya no encontraría nada atractivo a ese hombre y su primera reacción habría sido salir corriendo en la dirección opuesta nada más verlo, tirarse del barco e ir nadando hasta la costa de Palermo, de donde habían salido hacía ya noventa minutos.

—Si no quieres que esté aquí...

—No, no lo quiero —la interrumpió Alessandro.

Tragó saliva, tratando de mantener la calma. No podía permitirse el lujo de perder los estribos, no cuando él podía echarlo todo a perder con una sola llamada telefónica. Creía que no haría falta nada más que eso para conseguir que Niccolo saliera de esa villa a las afueras de Nápoles a la que ella había estado a punto de mudarse. Pensaba que a Alessandro le encantaría tener la oportunidad de lanzarla de nuevo a ese fuego. Después de todo, los Corretti se habían llevado mal con la familia de Niccolo durante generaciones y suponía que no le importaría en absoluto hacerles más daño.

Sobre todo cuando tenía muy claro que Alessandro la veía como el tipo de mujer que aspiraba a ser un peón en ese tipo de juegos entre hombres tan poderosos como Niccolo y él.

«Piensa, trata de mantener la calma», se dijo.

—Bueno, entonces me iré, por supuesto.

Teniendo en cuenta lo que sabía que él pensaba de ella, estaba segura de que la creería completamente inmune a las amenazas. Y decidió que eso era lo que tenía que hacer.

—Pero estamos en el mar —agregó ella mientras le sonreía con frialdad.

Alessandro se movió entonces, solo un poco, pero lo suficiente para que le faltara el aliento y notara un aire de peligro en el ambiente. Se le aceleró el pulso y vio cómo le brillaban sus oscuros ojos verdes.

—Entonces, espero que sepas nadar.

—La verdad es que no sé nadar —repuso ella inclinando a un lado la cabeza y dedicándole una coqueta sonrisa—. ¿Me estás ofreciendo acaso clases de natación?

—Bueno, supongo que puedo prescindir de uno de los botes salvavidas —reflexionó Alessandro en voz alta con más brillo en los ojos—. Seguro que acabas pronto en alguna costa, el Mediterráneo es un mar pequeño. Bueno, relativamente pequeño —añadió con media sonrisa.

No entendía cómo podía parecerle atractivo, pero no podía controlar su mente ni su cuerpo. Le recordaba a los dioses griegos. Aunque acababa de amenazarla con echarla del barco, le parecía un hombre salvaje y seductor. Pero sabía que no podía dejarse llevar por lo que sus ojos veían ni por su cuerpo traidor. Debía ignorar el deseo que crecía en su interior y no olvidar en ningún momento quién era ese hombre.

No entendía tampoco por qué se veía continuamente en la necesidad de recordarse a sí misma cómo era Alessandro ni por qué no lo temía como había llegado a temer a Niccolo. Después de todo, sabía que el heredero de los Corretti era mucho más peligroso de lo que podría llegar a ser Niccolo.

—No me vas a tirar por la borda —le dijo ella con certeza y algo más de tranquilidad.

Notó que iba en aumento la tensión que parecía llenar el ambiente y no pudo evitar recordar de nuevo aquel baile, la forma en la que Alessandro la había sostenido, tan cerca de él, y lo que había sentido. Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que él también estaba pensando en lo mismo. Estaba segura.

—Por supuesto que no —respondió Alessandro con calor en sus ojos oscuros.

Esa mirada le parecía mucho más peligrosa y alarmante que la furia que había visto en ellos unos minutos antes. Las sensaciones y el deseo seguían allí.

Sabía que debía tener cuidado.

—Tengo personal para que se ocupe de eso —agregó Alessandro.

—Por otra parte, aunque sea mucho menos dramático —le dijo ella de nuevo con una sonrisa—. Podrías simplemente dejar que me vaya cuando lleguemos al siguiente puerto.

Alessandro se echó a reír y se pasó las manos por su magullado rostro. Vio que se estremecía ligeramente, como si se le hubiera olvidado que estaba herido.

—Veo que no estoy siendo lo suficientemente claro.

Cuando bajó las manos, su mirada ardía aún más. Era algo que no había podido olvidar y le produjo la misma reacción en ese instante. El deseo la consumía y ardía por todo su cuerpo.

—La mujer de Niccolo Falco no es bienvenida en este barco. Tampoco en mi isla ni en ningún otro sitio donde esté yo. Así que puedes irte nadando o en barco, tú eliges.

—Lo entiendo —repuso ella después de un momento como si no le preocupara nada la conversación.

Sabía que la reacción más normal habría sido sentirse aterrorizada o dejarse llevar por el pánico. En vez de eso, se limitó a encogerse de hombros.

—Quieres vengarte. No quise tener nada contigo y por eso reaccionas ahora de esta forma tan exagerada, amenazándome con tirarme del yate. Sé demasiado bien cómo sois los hombres como tú.

—¿Los hombres como yo? —repitió Alessandro en voz baja como si acabara de insultarlo.

Le pareció que estaba cansado y algo se retorció dentro de ella, pero no se calló.

—Eres un Corretti —le dijo ella—. Y los dos sabemos lo que eso implica.

—¿Crees que lo que nos va son las venganzas y la posibilidad de dar clases de natación a alguien? —le preguntó Alessandro con frialdad.

A pesar de sus secas palabras, le pareció que había sombras en su mirada. Pero no quería preocuparse por eso, a pesar de la extraña sensación que tenía en su interior.

—Eres conocido por ser tan cruel como el resto de la organización criminal a la que llamas familia —le dijo ella—. ¡Qué suerte he tenido al encontrarme contigo aquel día y ahora de nuevo! —añadió con ironía.

—¡Ah! ¡Por supuesto! —respondió Alessandro sin dejar de fulminarla con su oscura mirada—. Ya recuerdo esta parte. Los ataques personales, los insultos hacia mi familia... Deberías cambiar de tema de conversación, Elena. ¿Siempre con lo mismo?

Él no se movió. Pero, aun así, sentía que se cernía sobre ella, que la rodeaba por completo. Supo que estaba recordando, igual que lo hacía ella, las duras palabras que se habían dirigido el uno al otro en medio de un salón de baile en Roma. Entonces, había sentido cómo todo su cuerpo se encendía, recordaba demasiado bien la forma en la que Alessandro la había mirado y cómo había hecho que su cuerpo despertara. Era así como se sentía en ese instante. Sentía el mismo calor y con la misma fuerza.

Como le había pasado entonces, en Roma, ese hombre le resultaba demasiado tentador. Quería saltar a las llamas y quemarse viva...

Pero sabía que no debía pensar en esas cosas. Podía sentir los latidos de su acelerado corazón. Sabía que tenía mucho que perder si no manejaba bien esa situación. No quería ni pensar en la posibilidad de que Niccolo la encontrara. No podía olvidar lo que estaba haciendo ni por qué lo estaba haciendo. Sabía que no podía dejarse llevar por el oscuro y salvaje fuego que parecía desprender Alessandro Corretti. Aunque habían pasado meses desde que se lo encontrara en el baile de Roma, seguía deseando hacerlo, a pesar de lo que había sucedido desde entonces.

—¿Quieres que hable de otra cosa? No hay problema —le dijo ella apartando la mirada.

Después, salió de donde estaba, aún detrás de la barra, y se dirigió a la puerta que daba a la cubierta. Señaló con la mano el cielo y el sol.

—Es un día perfecto para darse un baño, ¿no te parece? Hace un tiempo muy veraniego para estar aún en mayo. Estoy segura de que no me voy a ahogar en un mar tan pequeño...

—Elena, detente —la interrumpió Alessandro.

Pero ella no le hizo caso y siguió andando.

—No me obligues a tener que sujetarte con mis propias manos —la amenazó él.

Su tono era normal, pero había algo oscuro y sensual en esas palabras y estuvo a punto de tropezar. Y, muy a su pesar, consiguió que dejara de caminar.

—Y ¿quién sabe qué podría llegar a pasar si te pongo una mano encima? Aquí no hay nadie más, nadie que vigile nuestros movimientos. No está tu novio observándote celosamente desde el otro lado de la pista de baile. Por cierto, ahora que me acuerdo, ¿tengo que felicitarte? ¿Te has convertido ya en la señora de Falco?

A Elena le costaba respirar con normalidad y le temblaban las rodillas. Una parte de ella sabía que debía decirle la verdad, pero creía que era mejor no contarle nada a ese hombre. Era demasiado peligroso y cruel, sabía que no podía confiar en él.

No entendía por qué una parte de ella parecía pensar que podía llegar a hacerlo.

Pensó entonces en sus padres, en su cariñosa madre y en su pobre y enfermo padre. No quería ni imaginar lo que debían pensar de ella, lo que Niccolo les habría dicho. Sentía un dolor tan profundo cada vez que pensaba en ellos que se quedó sin respiración. Creía que, de alguna forma, se merecía lo que le había pasado.

Pensó en su pequeño pueblo, enclavado en una colina rocosa al lado del mar. Era una aldea que apenas había cambiado durante siglos y sentía que tenía que protegerla. Porque ella era la única que podía hacerlo y porque, con su estupidez, egoísmo y vanidad, había sido la causante del problema.

Era algo que había provocado al tomar la decisión de huir de Niccolo, algo que ya no podía cambiar.

No sabía qué le pasaba con Alessandro. A pesar de lo hosco y frío que estaba siendo ese día, tenía ganas de dejarse llevar e ir hasta sus brazos como si creyera que así iba a estar a salvo, como si él pudiera o quisiera salvarla.

—No —le contestó ella carraspeando después para aclararse la garganta.

Sabía que tenía que mantener la calma y no dejarle ver cómo se sentía. Creía que era mejor que se mostrara como la mujer que él pensaba que era. Una mujer que no se dejaba llevar por las emociones ni los sentimientos.

—Todavía no —agregó.

—¿Todavía no has tenido ese honor? —insistió él como si estuviera tratando de provocarla.

No supo qué demonio la poseyó en ese momento, pero giró la cabeza hacia él y lo fulminó con la mirada como si sus palabras la hubieran ofendido. Alessandro estaba recostado contra la barra del bar y seguía mirándola con fuego en sus ojos. Sabía muy bien qué significaba ese fuego, ya lo había visto en Roma, y su cuerpo reaccionó al instante.

—No se me ocurre un honor mayor que ese —mintió ella.

Alessandro siguió observándola durante unos segundos sin decir nada.

—Entonces, ¿cómo es que has decidido tomarte unas vacaciones recorriendo el mundo como camarera en un yate? Y, para más detalles, en mi yate. Toda la costa del Mediterráneo está llena de barcos como el mío en esta época del año. Llenan cada puerto europeo. Pero solo uno es el mío.

—Me quedé con ganas de tomarme un año sabático antes de empezar mis estudios en la universidad —le explicó ella con aparente tranquilidad—. Así que, esta es mi oportunidad para poder hacerlo por fin.

—Y dime, Elena —le pidió Alessandro con una voz tan sensual que no pudo evitar estremecerse—. ¿Qué va a pasar cuando termine este pequeño viaje? ¿Vas a correr entonces de nuevo a los brazos de tu prometido para tener el gran honor de poder casarte con él? ¿Agradeciéndole además que te haya permitido disfrutar de estas breves vacaciones? ¿Te mostrarás entonces tan dócil y mansa como sin duda le gusta a Niccolo que sean sus mujeres?

No quería oírle hablar de Niccolo ni de la boda de la que le había hablado hacía seis meses en términos muy crudos. Sintió un estremecimiento dentro de ella al pensar en eso y un dolor muy profundo que prefería ignorar. Siempre prefería hacerlo.

«Esto no tiene nada que ver contigo y mucho menos con él», le dijo Elena sin pronunciar las palabras en voz alta. Se recordó a sí misma cuánto tenía que perder esa vez.

—Por supuesto —respondió ella con aire de sorpresa.

Se lo dijo como si Alessandro realmente pudiera creerse que la prometida de Niccolo Falco iba a trabajar como azafata de yate con el objetivo de ampliar sus horizontes antes de casarse.

—De eso se trata —añadió ella.

—He sido testigo de varios matrimonios fallidos —le dijo él con algo de desolación en su voz—. Ayer mismo, me dejaron plantado en la iglesia antes de que pudiera embarcarme en uno de esos matrimonios. Mi preciosa novia iba ya a mitad de camino hacia el altar cuando se lo pensó mejor —agregó con una cínica y dura sonrisa—. Y, aun así, te garantizo que tu matrimonio va a ser peor. Mucho peor.

Prefería no pensar en la boda de Alessandro, aunque al final no se hubiera realizado y la novia hubiera salido huyendo. Pero le costaba mucho más pensar en su propia boda. Una vez más, luchó contra la extraña urgencia que sentía de contarle la verdad acerca de Niccolo y su compromiso. Pero recordó que Alessandro no era su amigo y que tampoco era un puerto seguro. Creía incluso que era peor que Niccolo. Por eso no entendía por qué le resultaba tan difícil olvidarlo.

—Siento mucho lo de tu boda —le dijo ella.

Pero, aunque le costara admitirlo, se dio cuenta de que acababa de mentirle.

—Yo no lo siento —repuso él en un tono que reconoció al instante.

Parecía sentir desprecio por sí mismo. Era un sentimiento con el que estaba muy familiarizada, pero le sorprendió notarlo en Alessandro.

—No lo siento tanto como debería.