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¿POR QUÉ TANTO CÁNCER?

EL AUMENTO DEL CÁNCER Y EL DESARROLLO DE SOLUCIONES

«Siempre he pensado que el problema de la medicina científica consiste en que no es lo suficientemente científica. La medicina de hoy en día solo llegará a ser verdaderamente científica cuando médicos y pacientes hayan aprendido a manejar las fuerzas, tanto físicas como mentales, que actúan a través de la «vis medicatrix naturae» (el poder curativo de la naturaleza).»

PROF. RENÉ DUBOS

No deja de ser significativa esta observación, hecha por el descubridor del primer antibiótico comercializado en 1939. En una línea coherente de su sincera preocupación por la salud, este profesor de la Universidad Rockefeller de Nueva York iniciaba en la ONU, en 1972, la primera «Cumbre de la Tierra».

En estas últimas décadas el cáncer ha ido creciendo de forma espectacular en los países «desarrollados» y ya es reconocido como «la epidemia del siglo XXI». Su incidencia va en aumento y se calcula que una de cada tres personas, nada menos, lo padecerá a lo largo de su vida.

A cambio, cada vez sabemos más sobre las causas de fondo que lo provocan y sobre la forma de remediarlo. Todo el mundo reconoce lo difícil que resulta vivir sanos en un planeta enfermo, y en estos últimos años, diversos científicos e investigadores, como el Dr. Richard Béliveau, desde el Quebec, Canadá, han descubierto la decisiva importancia de lo que comemos en el desarrollo y en el tratamiento del cáncer. Un 35% de los cánceres están causados directamente por la alimentación, pero de forma indirecta el porcentaje es aún mayor. La buena noticia es que se conocen ya muchas de las sustancias que pueden inhibirlo y los alimentos que las contienen, como las frutas y verduras frescas (arándanos, granada, limón, açai, remolacha, té verde, ajos, coles…); por eso las estadísticas son tan elocuentes: una alimentación vegetariana (o incluso flexitariana) y un estilo de vida naturista reducen los casos de cáncer de forma espectacular.

¿Sólo la alimentación?

Sin embargo, nada es la panacea. La alimentación es decisiva, pero sucede algo más, porque se trata de una enfermedad policausal y también hay algún caso de cáncer entre personas vegetarianas. Así que trataremos de ver alguna de esas «otras causas» para dar respuesta a este interrogante.

Por otra parte recordaremos a todos aquellos médicos y naturistas que, hace más de un siglo, establecieron con sus maravillosas intuiciones y observaciones las bases de la medicina natural de hoy día. Un conjunto de tratamientos, visiones y aproximaciones sobre la salud que actúa unida a las corrientes terapéuticas actuales más eficaces. En resumen, una forma de ver la salud mucho más global, preventiva, integrada y personalizada.

Actualmente sabemos mucho más sobre cáncer y alimentación gracias a la labor pionera de aquellos terapeutas entusiastas. Y también disponemos de un caudal de información útil, rigurosa y fiable sobre el cáncer como nunca antes, por la labor divulgativa de médicos como el Dr. David Servan-Schreiber (1961-2011), un auténtico pionero que sobrevivió durante veinte años a un tumor cerebral y logró reunir los elementos importantes que lo producen, junto a los recursos disponibles más destacados.

Junto a Béliveau y Servan-Schreiber, en nuestro país disponemos del testimonio personal de la Dra. Odile Fernández, médica de familia que en 2010 superó un cáncer de ovario en estadio IV con múltiples metástasis. Su importante labor divulgativa es una referencia imprescindible anticáncer, a través de sus libros, blogs, conferencias y actividades de todo tipo.

Hemos procurado resumir, hasta donde nos ha sido posible, todas estas informaciones. Comenzaremos por el entorno del cáncer.

Carcinogénesis

En su introducción al informe de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, el director general de la OMS concluía que «los factores externos, tales como el modo de vida y el medio ambiente, pueden llegar a influir en un 80% de los cánceres». De hecho, el mayor triunfo de la medicina occidental en la lucha contra el cáncer es la práctica desaparición del cáncer de estómago en los países industrializados.

En la década de 1960, los médicos residentes estaban muy familiarizados con un tipo de cáncer, el cáncer gástrico, que entonces era muy frecuente; sin embargo, hoy día se trata de una dolencia de la que se habla muy poco en las facultades de Medicina. La desaparición del cáncer gástrico en un lapso de cuarenta años se atribuye a la mejora de la cadena del frío en la alimentación y al menor uso de nitratos y de sal para la conservación de los alimentos: una intervención meramente «medioambiental».

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En el ámbito de la Biología y la Medicina, está ampliamente reconocido que muchas sustancias tóxicas presentes en nuestro entorno desempeñan un papel significativo (y a menudo, determinante) en la aparición de las primeras células cancerosas en un organismo, así como, posteriormente, en su transformación en un tumor más agresivo. Este proceso se conoce con el nombre de «carcinogénesis».

El proceso de carcinogénesis no solo hace aparecer la enfermedad, sino que también prosigue su curso después de que haya empezado un cáncer. Por tanto, es esencial buscar formas de protegernos contra las toxinas que estimulan el crecimiento de los tumores, tanto si estamos sanos como si ya tenemos la enfermedad.

Desintoxicación

En la mayoría de las tradiciones médicas de la Antigüedad, desde Hipócrates hasta el Ayurveda, la «desintoxicación» era un concepto fundamental y, hoy día, absolutamente necesario. La idea de desintoxicar, depurar el organismo significa, por un lado, poner fin a la acumulación y, por otro, llevar a cabo una eliminación activa. En el caso del cáncer lo utilizaremos principalmente para referirnos a poner fin a la acumulación de toxinas.

Cualquier persona a la que le hayan diagnosticado un cáncer quiere saber qué podía haber hecho para prevenirlo y qué puede hacer a partir de ahora para evitar que vuelva a aparecer. Hasta hace unos pocos años, las respuestas eran confusas, como mucho se aconsejaba «no fumar» y el resto era muy poco concreto.

La evidente relación entre tabaco y cáncer de pulmón apenas se establecía entre un alimento en particular o nuestro estilo de vida y un cáncer concreto. Por suerte, las cosas han cambiado.

Como hemos comentado, el cáncer es la epidemia de este siglo y su incidencia va en aumento. La OMS estima que, en los próximos quince años, crecerá en un 70% y lo más alarmante es que cada vez es más frecuente entre personas jóvenes.

Las estadísticas señalan que, en 2012, fallecieron más de ocho millones de personas a causa del cáncer de los 13.926.867 de casos diagnosticados. La enfermedad es mucho más frecuente en Estados Unidos y Europa que en Asia y África. Y, además, que los cánceres cuya incidencia ha aumentado más en los últimos años son los de pulmón, mama, colon y próstata, que son precisamente los más relacionados con una mala alimentación y con la exposición a tóxicos ambientales. Se estima que la incidencia de cáncer podría reducirse casi a la mitad (más de un 40%) con una alimentación sana, y de ahí la importancia de cambiar nuestro estilo de vida y alimentación: porque se trata de una poderosa herramienta que nos puede ayudar a prevenir y tratar tan grave enfermedad.

Azúcar, sal y grasas

El periodista y premio Pulitzer Michael Moss ha analizado en su libro Salt, sugar, fat (publicado en español bajo el título Adictos a la comida basura), cómo manipula la industria los alimentos para que nos convirtamos en adictos a sus productos. Cualquier padre puede comprobarlo cuando su hijo se niega en redondo a comer verdura o, incluso, a masticar. La industria, para estos casos, inventa «panes sin corteza» y, puesto que la fruta, cosechada aún verde, no sabe a nada, la ofrecen preparada en forma de postres y añadiéndole azúcar y todo tipo de aditivos. Los niños han de caminar a través de un campo minado: un sinfín de chuches, trampas y trucos que convierten su educación nutricional en una tarea realmente titánica.

¿Y los mayores? Una gran parte de personas parece relajar sus costumbres alimentarias. Se prefiere masticar menos o una vida más dulce. Se empieza con la introducción de platos preparados junto a productos frescos y la introducción de platos preparados va en aumento.

No se trata de «tener o no tener tiempo», pues esta manera de verlo se convierte en un autoengaño: en realidad preferimos un reparto distinto del tiempo. Queremos estar menos tiempo en la cocina, de forma que los minutos en ella se reducen, mientras que los minutos ante las pantallas aumentan.

Además, todo parece comenzar y terminar con esta triple combinación letal: azúcar, sal y grasas, en sofisticadas formulaciones trabajadas por auténticos especialistas de la industria para que las ventas de sus productos se consoliden y aumenten.

Con todo, podemos disponer de importantes ventajas: junto a los cultivos sin venenos de la agricultura ecológica, podemos poner en marcha una infinidad de medidas nutricionales para reeducar el paladar y lograr una vida saludable. La alimentación señala un cambio en nuestro destino.

Células

El cáncer es una enfermedad multifactorial relacionada con el mal funcionamiento de las células, que están programadas para realizar determinadas funciones según el órgano donde se originan, y para crecer, reproducirse y morir de forma controlada. De esta forma, nuestro organismo puede vivir en perfecta armonía y pleno de salud.

Cuando la información que les llega a nuestras células se distorsiona, dejan de recibir las instrucciones correctas para crecer de forma armónica y controlada, comienza el caos y, con ello, el desarrollo del cáncer.

El problema básico de la célula cancerígena es la mala comunicación: el cáncer puede ser considerado como una rebelión de un grupo de células dentro de una sociedad ordenada, pacífica y serena. Cuando un grupo de células se distancian y aíslan de sus vecinas, y crecen de forma autónoma, alteran el orden establecido e invaden al resto de las células. La comunicación intercelular tiene un papel importante en el mantenimiento de esta sociedad ordenada, mientras que el bloqueo de la comunicación intercelular es un factor clave en el proceso de promoción de la carcinogénesis, es decir, el proceso que desemboca en un tumor.

Cuando nuestras células sanas detectan que hay un fallo en su mecanismo, reciben la orden de «suicidarse» para no crear un daño a esta sociedad ordenada, pero cuando existe una mala comunicación y esta célula dañada no recibe la orden adecuada, puede iniciarse el proceso tumoral.

El cáncer es un proceso durante el cual las células sanas, tras sufrir diversos ataques, van experimentando transformaciones que las convierten en «malas y rebeldes», y comienzan a organizarse para crear su propio reino (el tumor) independiente. Si esta nueva población rebelde que se instaura en nuestro organismo consigue crecer y organizarse, puede invadir todo nuestro cuerpo en forma de metástasis.

Cuando la información o las instrucciones que contienen nuestras células en su ADN se distorsiona, se habla de mutación genética y este es el origen del cáncer. Este fallo en la información celular puede ser promovido por un agente externo (carcinógenos), como las radiaciones, las sustancias químicas o la dieta insana, o por la presencia de oncogenes (genes heredados responsables de la transformación de una célula sana en una maligna).

El sistema inmunitario

El sistema inmune de nuestro organismo se encarga de eliminar estas células cuya información está dañada y, con ello, evitar la aparición del cáncer. Este sistema viene a ser como un ejército capaz de eliminar las células que se rebelan e intentan escapar del orden establecido.

Cuando una célula consigue burlar las barreras naturales que nuestro organismo tiene para eliminarlas, aparece el cáncer. A lo largo de la vida todos tendremos, en algún momento, células dañadas (rebeldes), pero no necesariamente desarrollaremos cáncer porque nuestro cuerpo será capaz de eliminarlas.

Desde que se inician las mutaciones hasta que se forma una masa tumoral pueden pasar años, incluso décadas. No se trata, pues, de un proceso instantáneo. El cáncer tiene que ingeniárselas para ganarle la batalla a nuestras defensas naturales y así ir avanzando.

Ahora mismo puede ser un buen momento

Al ser un proceso largo y reversible, nunca es demasiado tarde para empezar a hacer cambios saludables y protectores que pueden retardar o detener el proceso. Porque hoy día sabemos a ciencia cierta (repetimos: «a-ciencia-cierta») que con nuestra alimentación y estilo de vida podemos detener ese proceso.

En los alimentos vegetales existen unas sustancias llamadas «fitoquímicos» que pueden ayudar a nuestras defensas naturales a eliminar células dañadas e, incluso, reparar las células mutadas.

¿Qué causa el cáncer?

Ante todo, es necesario que exista un entorno que estimule y facilite la transformación; un entorno favorable al desarrollo del cáncer. Para que las células mutadas o dañadas se conviertan en células malignas y aparezca el cáncer, se deben dar estas condiciones.

Las células malignas necesitan nutrirse para crecer, así como materiales para construir su propio reino y armas para invadir y destruir los tejidos. Si pensáramos en las células rebeldes como en semillas, veríamos claramente que necesitan obtener de su entorno luz, agua y abono para desarrollarse. Dependiendo de si los obtienen o no, lograrán progresar.

La estrategia para eliminar ese reino maligno sería tratar de atacar y eliminar las semillas, creando un entorno desfavorable para que, si quedan rebeldes con vida, no consigan volver a organizarse y crear un reino independiente.

La medicina oncológica actual procura envenenar las células rebeldes con veneno (quimioterapia) o quemarlas (radioterapia), o bien arrancarlas de raíz (cirugía), pero en ocasiones esto no es suficiente, bien porque no todas las células llegan a envenenarse o quemarse, o bien porque la cirugía no puede llegar a la raíz del problema. Y cuando quedan rebeldes con vida, aprenden a organizarse de forma que se vuelven invulnerables a los venenos y consiguen progresar.

La Oncología trata de buscar nuevas estrategias que se basan en robarle al cáncer el suministro necesario para formar su reino. En medicina natural, como sabemos, existe un interés primordial en el terreno que favorece la creación y progresión de las células rebeldes, y en cómo podemos crear un ambiente desfavorable a través de la alimentación para que el cáncer no se desarrolle. Veamos de qué modo podemos privar a las semillas rebeldes de luz, agua y abono.

El sistema inmunitario

Nuestro «ejército», el sistema inmunitario, se compone de natural killers, linfocitos y macrófagos, que todo el tiempo andan vigilando en busca de células rebeldes que eliminar. Si el ejército, que como decimos trabaja infatigablemente día y noche en el organismo, no está alerta o bien las células malvadas aprenden a despistarlo, el cáncer conseguirá progresar. La alimentación basada en comida rápida y procesada deprime nuestras defensas, ocupadas precisamente en metabolizar estos nutrientes de pésima calidad, a menudo de sabores grasientos y exagerados. En cambio, alimentos como las setas, las algas, los fermentados o las semillas de lino estimulan el sistema inmunitario y las defensas.

La inflamación

Un ambiente que favorece la inflamación está relacionado con uno de cada seis cánceres. Así, las personas que toman antiinflamatorios de manera continua por motivos de enfermedad (artrosis, artritis, reumatismos, dolores, etc.) presentan un menor índice de cáncer que quienes no los consumen. Curiosamente, el consumo crónico de aspirina disminuye la inflamación y crea un terreno desfavorable para el desarrollo del cáncer. Pero la solución, como es lógico, no consiste en atiborrarnos de aspirinas, ni una siquiera, porque tienen muchos efectos secundarios y pueden causar graves hemorragias. Lo más natural es eliminar de la dieta los alimentos que causan inflamación e incorporar otros que sean antiinflamatorios.

¿QUÉ FAVORECE EL «TERRENO» O MICROAMBIENTE DEL CÁNCER?

En la génesis del cáncer existen ciertos mecanismos que constituyen el terreno que favorece el desarrollo de los tumores:

Conociendo el terreno que favorece la aparición del cáncer, podremos crear un ambiente que impida su crecimiento. Si retiramos el alimento y las armas al ejército tumoral, si creamos la discordia entre estas células y no las dejamos organizarse, estaremos impidiendo su crecimiento y progresión. Si, además, favorecemos nuestras defensas naturales, el éxito llegará y podremos disfrutar por fin de buena salud.

¿Qué produce inflamación?

El humo del tabaco, la obesidad, la infección crónica por virus y bacterias, las enfermedades inflamatorias crónicas (tiroiditis, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.), la alimentación occidental basada en alimentos inflamatorios (grasas trans, omega-6, alimentos azucarados y refinados, etc.).

Los alimentos afectan a la inflamación de una manera compleja e imprevisible. Se sabe que algunos de ellos favorecen los procesos inflamatorios, mientras que otros tienen el efecto contrario. Existe un sistema, llamado «IF Rating», que sirve para determinar exactamente la inflamación que los alimentos provocan en el organismo.

Alimentos antiinflamatorios

Las frutas con valores más altos de IF son la acerola, el melón, la uva roja, la piña, las frambuesas y las fresas. Y en cuanto a los vegetales, la zanahoria, el ajo, la cebolla, las espinacas y las patatas con piel. Las especias más antiinflamatorias son el jengibre, el romero, el ajo, el orégano, el curry y la cúrcuma.

Para los que coman pescado, el pescado azul o de aguas frías es la fuente animal natural más rica en ácidos grasos omega-3, la grasa antiinflamatoria.

En cuanto a los frutos secos y semillas, son antiinflamatorios las nueces, las semillas de lino, las almendras, las avellanas y los pistachos. El aceite de oliva virgen extra y el aguacate contienen grasas con efectos antiinflamatorios.

Los alimentos ricos en vitamina K también son antiinflamatorios: hierbas aromáticas, vegetales de hoja verde, cebolla, crucíferas (coles, coliflor, bróquil), etc. Por último, los suplementos de vitamina D reducen la inflamación.

Alimentos inflamatorios

Ante todo conviene eliminar todas las grasas trans (presentes a menudo en alimentos que parecen muy apetitosos a los paladares «infantiles») y los aceites refinados, que tienen los efectos más negativos sobre la salud, pues están claramente relacionados con la inflamación.

Hay que evitar las grasas vegetales sólidas (margarinas) y repasar bien las etiquetas de galletas, barritas tentempié, cereales y muchos alimentos procesados para eliminar completamente de nuestra dieta las grasas o los aceites hidrogenados o parcialmente hidrogenados. Evitaremos los aceites de girasol, soja y palma.

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Las carnes producen inflamación, en especial las de pollo, cordero, ternera y cerdo. La única carne que no lo hace es, curiosamente, el jamón serrano. En cuanto a los quesos, los más grasos son más inflamatorios, así que elegiremos los quesos frescos.

Los cereales deben ser siempre integrales y, en cuanto a golosinas, chicles, caramelos, bollería, pastelería, galletas, azúcar y endulzantes artificiales, los evitaremos totalmente al producir mucha inflamación.

Grasas saludables

Equilibrio de ácidos grasos omega-3 / omega-6

Hay grasas especialmente relacionadas con la inflamación: los ácidos grasos omega-3 y omega-6. Los primeros son excelentes antiinflamatorios, mientras que los segundos son inflamatorios, sobre todo si han sido hidrogenados y manipulados por la industria (son las llamadas «grasas trans»).

Los omega-6 hidrogenados se encuentran en las margarinas, los aceites vegetales refinados, la carne y la leche de ganadería convencional. Por el contrario, los omega-3 se encuentran en el lino, las semillas de chía, las algas, los vegetales de hoja verde, la leche materna y el pescado azul.

Lo ideal sería consumir la misma proporción de ambos, es decir, 1:1, pero el problema es que en la alimentación actual la proporción habitual es de 1:20 a 1:45, lo que significa que consumimos mucho omega-6 y muy poco omega-3, y ello provoca una inflamación crónica en los tejidos y un estímulo para que, en caso de darse, el cáncer pueda progresar.

La glucosa y el cáncer

Las células malignas actúan, aparentemente, como las células sanas: ambas necesitan glucosa para sobrevivir y de ella obtienen la energía, pero la extraen de manera diferente. Puesto que no necesitan oxígeno para transformar la glucosa en energía, las células lo hacen mediante un mecanismo llamado «glicolisis», que es una forma poco eficiente de obtener energía.

La célula tumoral necesita consumir glucosa para obtener la misma energía que mediante la respiración celular realizada en presencia de oxígeno. Para conseguir este azúcar o glucosa, eleva el número de receptores de insulina en su membrana, de modo que capta así para ella toda la glucosa circulante en sangre. Las células tumorales tienen diez veces más receptores de insulina que las células sanas.

Si ingerimos alimentos que elevan la glucosa en sangre (alimentos con carga glucémica alta), estaremos facilitándole al tumor la energía que necesita para crecer. Al ingerir tanta glucosa, los tumores producen como producto de desecho gran cantidad de ácido láctico, un subproducto que afecta negativamente a la respuesta inmunitaria del organismo, lo cual reduce la eficacia de la terapia habitual contra el cáncer.

Reducir la ingesta de carbohidratos de absorción rápida logrará reducir significativamente los niveles en sangre de glucosa, los niveles de ácido láctico sintetizado por los tumores y el crecimiento tumoral, lo que aumenta la supervivencia después de la quimioterapia y la radioterapia.

¿Qué es el IGF-1?

Así que, puesto que las células tumorales tienen avidez por la glucosa, crecen a un ritmo descontrolado y necesitan alimentarse, y a través de lo que ingerimos podemos facilitarles ese alimento que necesitan. Cuando a un enfermo con cáncer se le realiza un PET, una prueba habitual en Oncología para saber si existen metástasis, se le inyecta glucosa marcada con flúor radiactivo por vía intravenosa y posteriormente se le realiza una tomografía axial computarizada (TAC) para captar las zonas con hiperglucemia. Allí donde se detecta hiperglucemia, es decir, donde hay zonas que captan azúcar, existe hiperactividad metabólica, inflamación y posiblemente cáncer.

Cuando el nivel de azúcar en sangre es elevado (hiperglucemia), se segregan dos hormonas: la insulina y el factor de crecimiento similar a la insulina (IGF-1), con el objetivo de hacer descender de forma rápida esos elevados niveles de glucemia (nivel de azúcar en sangre medido en mg/dl). En pocas palabras, el IGF-1 es una hormona que estimula el crecimiento del cáncer y genera inflamación crónica.

El número de receptores de IGF-1 está incrementado en las células tumorales y, si no se producen estos picos de glucosa en sangre, esta hormona tan perjudicial no se libera. Para evitarlos es recomendable que las personas con cáncer eliminen la ingesta de azúcares y de alimentos que elevan la glucemia y mantengan unos niveles de glucosa en sangre óptimos, recurriendo a aquellos alimentos que ayuden a mantener la glucemia controlada de manera constante.

Todos los consejos que se dan a las personas con diabetes son interesantes en este caso, pues aunque los pacientes con cáncer no sean diabéticos, es muy útil regular la glucemia y la producción pancreática de insulina e IGF-1.

Y de nuevo, en lugar de recurrir a un fármaco para regular los niveles de azúcar en sangre, podemos recurrir a la alimentación. Limitar los carbohidratos en la dieta puede reducir la secreción de IGF-1 y, a la larga, reducir el riesgo de recaída en el cáncer de mama, por ejemplo.

Obesidad y colesterol. Alimentos e Índice Glucémico (IG)

Si la secreción de insulina es alta, no solo se eleva el IGF-1, sino que se generan otros efectos negativos para la salud: se estimula la lipogénesis (proceso de generación de los indeseables michelines) y se inhibe la lipolisis (utilización de las grasas de reserva), por lo que se tiende a engordar. Además, aumenta el apetito y se sintetiza más colesterol en el hígado.

La secreción de insulina y la hiperglucemia mantenida están relacionadas con la diabetes, la obesidad, la hipercolesterolemia y las enfermedades cardiovasculares, además de con el cáncer, que son las enfermedades más frecuentes en la sociedad occidental.

Los alimentos que presentan un alto índice glucémico (IG) tienen la capacidad de elevar rápidamente los niveles de glucosa en sangre y, por tanto, son ideales para alimentar a las células tumorales. Algunos de estos alimentos son la glucosa, el jarabe de glucosa, las patatas fritas, las harinas blancas, el arroz blanco, el almidón de maíz o las pastas blancas de trigo. Por tanto, contamos con otra herramienta más para sitiar a las células tumorales, que consiste en eliminar de nuestra dieta los alimentos con un IG alto y sustituirlos por otros con un IG bajo, que nos ayudarán a mantener el azúcar a raya.

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Entre los alimentos que tienen un IG bajo se encuentran los vegetales, los frutos secos, el pescado, las legumbres y la fruta fresca.

Índice Glucémico (IG) y Carga Glucémica (CG): ¿es lo mismo?

No, y ahora se tiende más a valorar la carga glucémica que el IG. Como hemos dicho alguna otra vez, el IG es un sistema para clasificar los alimentos en una escala de 0 a 100, de acuerdo a lo elevado que sea el pico de glucosa en sangre que se produce durante las dos horas siguientes a haber consumido un alimento. Los alimentos a los que se les asigna un IG alto son aquellos que producen un mayor incremento de glucosa e insulina en sangre, en comparación con alimentos de IG bajo. Sin embargo, estos valores están basados en tamaños de raciones de 50 g de carbohidratos, lo cual no es necesariamente la cantidad del alimento que una persona consume de forma habitual.

La carga glucémica (CG) se basa en el IG, pero tiene en cuenta la cantidad de carbohidratos que se consumen en cada ración del alimento estudiado. De esta forma, se salva una de las limitaciones del uso del IG. Habrá alimentos que aporten por ración 50 gramos de carbohidratos, sin embargo, otros muchos los consumimos normalmente en raciones que aportan muy poca cantidad de carbohidratos.

El ejemplo de la sandía

Podemos ver la diferencia entre IG y CG con el ejemplo de la sandía. Esta fruta aporta unos 5 gramos de carbohidratos por cada 100 gramos. Una ración habitual de sandía es de unos 150 gramos (7,5 gramos de carbohidratos). Para lograr consumir los 50 gramos de carbohidratos que se utilizan para el cálculo del índice glucémico a través de la sandía, tendríamos que comer 1 kilo de sandía. La fórmula que se usa para calcular la carga glucémica es:

CG = (IG x cantidad de carbohidratos) : 100.

Volviendo a la sandía, su IG es de 75 (alto); sin embargo, su CG es de 5,6 (baja) para una ración de 150 gramos, y el impacto que producen en la glucemia es escaso por la poca cantidad de carbohidratos que aporta. A menor carga glucémica de un alimento, menor aumento de la glucosa en sangre después de comerlo. Por el contrario, a mayor CG más aumentarán los niveles de insulina y glucosa en sangre.

No siempre coinciden IG y CG, como hemos visto que ocurre con la sandía. Un alimento puede contener una CG baja en las raciones habituales y elevarse esta CG al duplicar su consumo, como es el caso del azúcar de mesa.

Lo ideal es consumir alimentos con bajo IG y baja CG, como es el caso de los vegetales y los frutos secos.

Podéis consultar las tablas de CG e IG de los diferentes alimentos en: www.glycemicindex.com y en algunas otras páginas web.

Al elegir los alimentos

En la alimentación para prevenir el cáncer, haremos como en el caso de la diabetes, es decir, descartaremos los alimentos con IG y CG altos, y optaremos por aquellos con IG y CG bajos. Si consumimos alimentos con IG o CG altos, debemos acompañarlos de alimentos con IG bajo, es decir, alimentos con grasas y alto contenido en fibra; así el impacto sobre la insulina será menor. Por ejemplo, si tomamos mijo, que tiene una alta CG, es aconsejable acompañarlo de una grasa como el aceite de oliva, los frutos secos o el aguacate, y de un alimento rico en fibra, como pueden ser los vegetales de hoja verde tipo espinacas o las legumbres.

Diferentes estudios han demostrado que la alimentación basada en alimentos con CG baja e IG bajo pueden ayudarnos a prevenir el cáncer, mientras que las dietas basadas en alimentos con IG y CG altos contribuyen al desarrollo del cáncer. Se considera que una alimentación basada en alimentos con una CG alta puede incrementar el riesgo de cáncer colorrectal y de mama (además de muchas enfermedades crónicas).

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Si reducimos la ingesta de carbohidratos refinados y azúcar, habrá menos elevación de la glucemia y, por tanto, menos glucosa disponible para el tumor. Otra forma de ponérselo más difícil al tumor a la hora de obtener energía es comer abundantes vegetales, como aguacates. Los aguacates contienen manoheptulosa, un azúcar que es capaz de bloquear el exceso de receptores de glucosa presentes en la membrana de las células tumorales. De esta forma, el tumor no puede crecer tan rápido y el sistema inmunitario podría tener tiempo de reconocer y destruir el tumor.

¿Qué modifica el Índice Glucémico (IG) y la Carga Glucémica (CG)?

Entre los factores que modifican el IG y la CG tenemos: