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COMITÉ CIENTÍFICO de la editorial tirant humanidades

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada

Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española

Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación

Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración

Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones

Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

http://www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

DESARROLLO PROSOCIAL EN LAS AULAS

PROPUESTAS PARA LA INTERVENCIÓN

Coordinadoras

Mª VICENTA MESTRE

PAULA SAMPER

ANA Mª TUR-PORCAR

Colaboradoras en la edición

ELISABETH MALONDA VIDAL

ANNA LLORCA MESTRE

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Valencia, 2014

Copyright ® 2014

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito de los autores y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com (http://www.tirant.com).

Agradecimientos: Proyecto I+D para grupos de investigación de Excelencia (Prometeo, 2011/009). Generalitat Valenciana. Proyecto I+D subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (referencia PSI 2011-27158). Redes de excelencia ISIC (Institutos Superiores de Investigación Cooperativa) en la Comunitat Valenciana (ISIC/2013/001).

Director de la colección:

juan manuel fernández soria

© Mª VICENTA MESTRE

PAULA SAMPER

ANA Mª TUR-PORCAR Y OTROS

© TIRANT HUMANIDADES

EDITA: TIRANT HUMANIDADES

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DEPÓSITO LEGAL: V-1696-2014

ISBN 978-84-16062-31-7

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PRESENTACIÓN

La empatía, es decir, la capacidad para ponerse en el lugar de la otra persona que tiene un problema o una necesidad y la preocupación empática ante lo que ocurre a los demás; la conducta prosocial, es decir, la tendencia a ayudar cuando los demás lo necesitan, son procesos que facilitan la convivencia y mejoran la calidad de vida en la familia, la escuela, los grupos y en general en la sociedad. Estudiar estos procesos es especialmente importante en la infancia y la adolescencia, etapas en las que la socialización, la educación, la interacción social con iguales y adultos contribuye decisivamente a la configuración de la personalidad, a la interiorización de valores y de principios que rigen la toma de decisiones y la conducta.

La investigación muestra que hay unas variables personales, cognitivas y emocionales que motivan la conducta prosocial y la empatía, y otras relacionadas con la conducta agresiva y desadaptada. Pero también la educación recibida en la familia, los estilos de crianza de los padres, las experiencias vividas; en general el ambiente escolar y social en el que los niños y adolescentes crecen, contribuye al desarrollo de la prosocialidad.

A lo largo de este libro se pretende dar una visión de las diferentes variables que influyen en la disposición prosocial: las emociones, especialmente la empatía, la autorregulación de las emociones e inhibición de la impulsividad, la autoeficacia, entre las más relevantes. Además, se constata que la conducta prosocial y la empatía inhiben la agresividad y la conflictividad. Se trata de presentar a través de la investigación realizada en contextos y países diferentes resultados que permiten concluir los procesos que contribuyen al desarrollo de la empatía y la conducta prosocial y aquellos que impulsan la agresividad y la conducta desadaptada.

Se dedica especial atención al contexto familiar, la educación, las prácticas de crianza del padre y de la madre como elementos decisivos en la tendencia prosocial o agresiva en la infancia y la adolescencia.

Finalmente, se incluyen modelos para la promoción de la conducta prosocial y diferentes programas de intervención en la escuela y la familia para dotar a los niños y adolescentes de buenos mecanismos de afrontamiento y de resolución de problemas, así como estrategias de autocontrol. En definitiva de recursos para que sean más capaces de tomar decisiones de una manera controlada, razonada, de forma no impulsiva, desde una disposición empática, para que sean más prosociales y esto lo que hace en definitiva es mejorar la convivencia, la calidad de vida de las personas y de nuestra sociedad.

El libro pretende acercar el conocimiento de la prosocialidad y la empatía, y también de la agresividad y la impulsividad a familias y educadores, dotándoles de estrategias para fomentar la conducta prosocial, la empatía y el control de las emociones en la escuela y en la familia. Se trata de acercar a los lectores a los conocimientos actuales sobre esta temática, así como poner de relieve los beneficios que la promoción de la prosocialidad pueden aportar a la familia, la escuela y la sociedad.

Las investigaciones contrastadas por grupos de investigación relevantes en la temática que se aborda y los programas de intervención aplicados en contextos escolares de diferentes países hacen de este libro una herramienta para la investigación futura en el estudio de la prosocialidad y los factores relacionados; así como, para la aplicación de programas orientados al desarrollo de la empatía, la conducta prosocial, el control de las emociones y la inhibición de la agresividad en los diferentes niveles educativos desde la infancia a la adolescencia.

Vicenta Mestre

Capítulo 1

Contexto familiar y escolar. Relaciones con el desarrollo en la adolescencia

CRIANZA Y DESARROLLO DE LOS HIJOS E HIJAS EN LA ADOLESCENCIA

Ana Mª Tur-Porcar y Vicenta Mestre

Universidad de Valencia

1. Crianza y relaciones con los padres/madres

La persona nace y se desarrolla en un contexto cultural y social, el macrosistema, que va marcando las reglas de actuación y va enviando mensajes de los comportamientos sociales o antisociales. En este contexto socio-cultural se inserta el microsistema familiar, como agente socializador por excelencia. La teoría social cognitiva entiende la conducta en uno de los vértices de un triángulo equilátero, compartiendo vértices con la persona y el ambiente. Así pues, se entiende que la forma en que la persona se comporta, la conducta, se encuentra en estrecha relación con lo que la persona puede hacer —por edad, capacidad, aptitud, enseñanza, etc.— y por el ambiente en el que se desarrolla, ambiente marcado por el entorno social y cultural.

Desde esta perspectiva, y atendiendo al papel crucial de la familia en el desarrollo de los hijos e hijas, los padres/madres establecen un estilo de relación característico y propio, que se traduce en mensajes, bien de conexión y acercamiento hacia las demandas de los hijos/as, bien de rechazo o de indiferencia. Tradicionalmente las dos dimensiones con mayor peso en la crianza son, de un lado, el calor (warmth), el amor o la capacidad de respuesta de los padres/madres hacia las necesidades del hijo/a, conocido como Apoyo. De otro, el control estricto y negativo (demandingness), basado en valoraciones negativas del hijo o hija.

La dimensión Apoyo se refiere al afecto positivo que se respira en el ambiente y está presente en las relaciones intrafamiliares. La calidez maternal/paternal conecta con la presencia de cariño y afecto positivo, así como con la capacidad de respuesta. Conecta también con las reglas que marcan la convivencia. Dichas reglas atienden no sólo a las necesidades del padre/madre, sino también a las necesidades del hijo/a. Como resultado se va creando un modus vivendi donde los derechos y las obligaciones de cada uno de los miembros son claros y coherentes. Por tanto, se rige por una comunicación bidireccional que tiene en cuenta las necesidades de cada uno de los miembros. La calidez materna/paterna está acompañada de manifestaciones abiertas de comprensión por las cosas del hijo. Esta variable se relaciona con la simpatía y el razonamiento moral prosocial (Carlo, 2006); así como con la conducta prosocial y con los comportamientos agresivos y la inestabilidad emocional, éstos últimos, en negativo (Mestre, Tur, Samper, Nácher y Cortés, 2007; Tur, Mestre y del Barrio, 2004).

La otra dimensión alude al Control estricto y negativo. Esta dimensión dirige la atención hacia la dureza y la rigidez, presentes a la hora de marcar las reglas y normas de convivencia, así como el control negativo emocional, acompañado de valoraciones peyorativas de las conductas del hijo/a. Esta rigidez puede crear barreras de incomprensión que levantan muros y van abriendo distancias entre los padres y los hijos. En este contexto, la convivencia viene marcada por reglas de dominio unidireccional impuestas por los progenitores. Esta forma de marcar las relaciones alimenta conductas negativas en los hijos como falta de confianza, sumisión o deseo de esconder lo que hacen. Se han demostrado relaciones negativas entre el control estricto-negativo y las conductas prosociales (Eisenberg, Fabes y Spinrad, 2006; Carlo, 2006) y positivas con la inestabilidad emocional y la agresividad (Mestre, Tur, Samper y Latorre, 2010).

En la década de los 60, del s. XX, D. Baumrind (1968, 1996) defnió el modelo tridimensional de estilos de crianza, estableciendo tres estilos de crianza, autorizado, autoritario y permisivo. Esta primera aproximación tipológica evoluciona hacia un enfoque bidimensional de carácter ortogonal, marcado por un eje afectivo-actitudinal y otro de exigencia-control (Maccoby y Martin, 1983). La interacción entre los ejes de afecto-actitud de apoyo y cariño y exigencia-control converge en una tipología multidimensional de patrones de crianza, que los clasifica en autorizados, autoritarios, negligentes e indulgentes.

Los padres y madres, que dan respuesta a las necesidades del hijo, tienden a estar abiertos y ser más receptivos, lo que potencia el desarrollo de vínculos paterno-filiales (Carlo, McGinley, Hayes, Batenhorst & Wilkinson, 2007). En estas situaciones se va desarrollando una comunicación paterno-filial que fomenta el acercamiento y la actitud abierta hacia los mensajes familiares. Como resultado se va estimulando la interiorización de reglas familiares. Estas reglas, por lo general, suelen ser congruentes con otras más amplias de carácter socio-cultural.

Además, la respuesta de los padres suele ser más fácil cuando los hijos son receptivos hacia los mensajes paternos/maternos. Esto facilita un comportamiento esperado positivo. Como resultado de este feedback producido, la convivencia paterno-filial puede ser más armoniosa.

En la actualidad se van estudiando los mecanismos que subyacen en las interacciones sociales, bien fluidas, bien enquistadas. La teoría social cognitiva postula que los pensamientos llegan a anticipar las consecuencias de las acciones, en curso o futuras. A su vez, pueden afectar al modo en que se desarrollan. De esta forma, la creencia de eficacia o ineficacia influirá positiva o negativamente en la autoconfianza por conseguir el objetivo e irá marcando el curso de ejecución de la tarea. Estas creencias de autoeficacia pueden incrementar el empeño de la persona por conseguir el objetivo, por el contrario, las creencias de ineficacia pueden dificultarlo.

De esta forma, el sentimiento de éxito o fracaso con el que una persona se enfrenta a una acción hará que ponga más o menos empeño por conseguirla. Una acción valorada como alcanzable tiene muchas probabilidades de ser conseguida, entre otras cosas, porque la persona confía en conseguirla y persevera hasta lograrla. En el lado opuesto, creer que una meta es elevada e inalcanzable marca barreras en la ejecución y tiene muchas probabilidades de ser abandonada de forma precipitada. En el fondo, el sentimiento de éxito o fracaso fortalecerá los mecanismos personales, que dirigirán la acción hacia el mismo éxito o el fracaso (Eccles y Wigfield, 2002; Bandura, 1997). Además, el éxito fortalece los sentimientos de éxito para futuras acciones; mientras que el fracaso los debilita.

Las relaciones paterno-filiales son más fluidas cuando se establece una buena sintonía entre los mensajes de los padres/madres y los hijos desde las primeras edades. Los hijos son más receptivos a las demandas paternas en ambientes donde reina la comprensión y el cariño. Y, a la inversa, los padres reciben mejor las críticas de los hijos cuando hay buena sintonía. En este contexto las reglas que marcan la convivencia pueden ser más fluidas.

Algunos estudios han mostrado las relaciones entre la crianza y el comportamiento de los hijos, tanto en contextos americanos como europeos. Las prácticas de crianza autorizadas y competentes, basadas en una disciplina más inductiva, son mejor recibidas por los hijos y tienen mayores posibilidades de interiorizarse, promoviendo la socialización y los comportamientos prosociales (Eisenberg y Valiente, 2002; Eisenberg et al, 2006). En el contexto español también se ha observado que el estilo de crianza autorizado, o competente, se relaciona positivamente con la conducta prosocial (Mestre et al., 2006). Estos efectos positivos para el desarrollo de los hijos/as se dan prácticamente en todas las culturas (Sorkhabi, 2005) y también en población de riesgo (Steinberg, Blatt-Eisengart y Cauffman, 2006).

En este mismo sentido, las familias que estimulan la ayuda mutua, compartiendo tareas domésticas y asignando responsabilidades a los hijos/as, promueven comportamientos interpersonales positivos, que facilitan las respuestas positivas ante las necesidades de los demás. Con esto tienden a ser más prosociales (Carlo et al., 2007; Knight et al.; 2010). Por otra parte, los padres que fomentan acciones prosociales crean un clima familiar donde la prosocialidad está presente en las conversaciones y en las tareas cotidianas (Laible, 2004). El aprendizaje de la prosocialidad, a través de acciones experienciales, es una buena forma de inculcar la conducta prosocial (Carlo et al., 2007). De esta forma los jóvenes aprenden a responder a conductas prosociales en situaciones que promueven la respuesta prosocial (Eisenberg et al., 2006; Hardway et al., 2006).

Además, la disposición prosocial forma un factor de protección de la agresividad y de la inestabilidad emocional (Tur, Mestre y el Barrio, 2004), favorece la adaptación e interacción social y tiene un impacto positivo en el rendimiento académico (Caprara, Barbaranelli, Pastorelli, Bandura y Zimbardo, 2000; Mestre, Tur, Samper y Malonda, 2010).

En el lado opuesto, en culturas occidentales, consideradas individualistas, el estilo punitivo, basado en el control estricto o la negligencia tiene efectos negativos en el desarrollo de los hijos (Cova y Maganto, 2005; Tur-Porcar, Mestre, Samper y Malonda, 2012).

Siguiendo a Carlo et al. (2007) se distinguen diferentes modos de afrontar las prácticas de crianza desde una visión prosocial, entendiéndolas como la forma que tienen los padres de estimular las conductas prosociales en los hijos. La forma de estimular puede ser mediante recompensas sociales, alabanzas y palabras gratificantes; mediante recompensas materiales, como ofrecer dinero o regalos; mediante la comunicación con argumentos, escuchando las opiniones de los hijos y ofreciendo argumentos; a través del aprendizaje experiencial, es decir, compartiendo con los hijos/as experiencias prosociales y, por último, a través de conversaciones sobre temas prosociales y morales

2. Diferencias de género

Como se ha comentado las conductas prosociales constituyen conductas de ayuda que benefician a los otros. En términos generales, se sabe que varones y mujeres desarrollan conductas prosociales. Además, la disposición prosocial en la infancia, bien porque está presente en el ambiente familiar, bien porque se educa en ella, se mantiene a lo largo del desarrollo y estará presente en la edad adulta (Eisenberg, 2000), a la vez, será un importante protector de la conducta agresiva (Penner, Dovidio, Pilivian y Schroeder, 2005). Con todo, en el comportamiento prosocial se han comprobado diferencias entre varones y mujeres, manifestando las mujeres índices más elevados de conducta prosocial.

En relación con el rol que se asigna a varones y mujeres se ha observado que las mujeres mantienen una orientación más comunal, altruista, expresiva y relacional, mientras que los varones se muestran más enérgicos, instrumentalistas y agentic (Eagly, 2009). El rol de género femenino comunal y expresivo lleva a considerar a las mujeres más generosas, interesadas en el bienestar de los demás y altruistas. Por otro lado, la consideración de agentic de los varones hace enmarcarlos en un plano más energético, competitivo, dominante y autoritario, cuando se les compara con las mujeres.

Estas acepciones hacen que los varones se muevan en términos de posiciones jerárquicas, establezcan comparaciones con los demás y sean competitivos. Como resultado tienden a ocupar los puestos más altos de la pirámide. En estas situaciones se entorpece el desarrollo de la conducta prosocial, como conducta de ayuda, altruista, que busca el beneficio del otro. En el lado opuesto, las mujeres muestran mayor propensión a mantener conductas cooperativas que buscan el bien común, son más altruistas, empáticas y prosociales (Mestre, Samper, Frías y Tur, 2009). Asimismo, las mujeres tienen tendencia a ponerse en el lugar del otro, mientras que los varones son más instrumentalistas, es decir, tienden a emprender acciones que persiguen un objetivo o una meta a alcanzar (Hoffman, 1991).

Por otro lado, en el desarrollo de la prosocialidad juegan un papel fundamental variables sociales y de interacción con los demás. Los menores que tienen oportunidades —bien en la familia, bien en el entorno— de ejercitar el cuidado y la protección de los hermanos o se les inculca el valor de ayudar a los demás, perciben la ayuda y el apoyo hacia los otros como algo natural, dado que este principio está presente en los criterios disciplinarios y marcan las relaciones paterno-filiales.

Sea como fuere, lo bien cierto es que en reiteradas ocasiones se han comprobado diferencias de género en la disposición prosocial (Eisenberg et al., 2006; Dávila, Finkelstein y Castiene, 2011) y en la empatía (Mestre et al., 2006, Mestre, Samper, Frías y Tur, 2009), siempre a favor de las mujeres.

Sobre esta base teórica el estudio que se presenta se plantea dos objetivos. Por una parte, analizar las diferencias entre chicos y chicas en la percepción de prácticas de crianza prosociales y los estilos de crianza percibidos por ellos mismos. Por otra, analizar las relaciones de la crianza (estilos y prácticas prosociales) con la agresividad, la conducta prosocial y la inestabilidad emocional en chicos y chicas adolescentes.

3. Método

Participantes

La muestra está formada por 1451 adolescentes (759 chicos-52% y 692 chicas-48%) de 14 y 17 años (M= 15.32, DT= .467) escolarizados en 11 centros escolares de la Comunidad Valenciana de titularidad pública (69%) y concertada (31%). Los alumnos y alumnas participantes están cursando el segundo ciclo de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (57% cuarto y 43% tercer curso).

La selección de la muestra se ha realizado con criterios de aleatoriedad simple acorde al criterio de catalogación de centros de Enseñanza Secundaria y de zonificación, intentando, para ello, que estuvieran representados todos los distritos de la ciudad de Valencia y aledaños. La evaluación estuvo precedida por los permisos necesarios, de la administración autonómica, del centro y de las familias, preservando el anonimato y teniendo en cuenta los criterios básicos de ética internacional determinados para este tipo de investigaciones.

La evaluación se realizó en el espacio del aula, de forma colectiva y en los mismos centros educativos. Las sesiones tuvieron una duración ente 45 y 50 minutos. La aplicación de los cuestionarios se llevó a cabo por el equipo investigador, junto con una selección de estudiantes del último curso de Psicología, que previamente recibieron la formación y las instrucciones necesarias para conseguir la unificación de criterios metodológicos y el rigor en el proceso de evaluación.

Al finalizar las sesiones, los cuestionarios eran recogidos por el equipo y se procedió a introducirlos en una base de datos, diseñada al efecto, que después se procesó con el apoyo del paquete estadístico SPSS, versión 19.

Instrumentos

Escala de Conducta Prosocial (Prosocial Behavior Scale, Caprara y Pastorelli, 1993): Evalúa la conducta de ayuda y simpatía, a través de 15 ítems con tres alternativas de respuesta, que responden a la frecuencia con que se den las conductas descritas. Se ha obtenido un índice de fiabilidad de .76 en el alpha de Cronbach.

Escala de Agresividad Física y Verbal (AFV, Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno y López, 2001). A través de sus 20 ítems evalúa la conducta de hacer daño a otros física y verbalmente. El formato de respuesta es de tres alternativas, según la frecuencia de aparición de la conducta. El índice de fiabilidad alpha es de .78.

Escala de Inestabilidad Emocional (Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno y López, 2001). Describe la conducta que indica una falta de autocontrol en situaciones sociales como resultado de la escasa capacidad para frenar la impulsividad y emocionalidad. Ejemplo ítems: “Interrumpo a los demás cuando hablan”, “No puedo estar quieto/a”. La escala alcanza una fiabilidad adecuada (α = .80).

Cuestionario de estilos parentales adaptado del Child Reports of Parental Behavior Inventory (Schaefer, 1965; Samper, Cortés, Mestre, Nácher y Tur, 2006). Consta de 38 ítems dirigidos a evaluar los estilos de crianza que marcan las relaciones paterno-filiales según la percepción de los hijos. Ejemplos de ítems son: “Le gusta hablar conmigo”, “A menudo me alaba” o “Pierde el control conmigo cuando no sigo su consejo”. Los participantes indicaron su acuerdo con algunas situaciones familiares en una escala (1 = total acuerdo, 2 = algunas veces, 3 = totalmente diferente). El menor ha de contestar pensando en la conducta del padre y de la madre de forma diferenciada. Los factores que evalúa son: Apoyo y comunicación, expresa el sentimiento de apoyo emocional por parte de los padres, se envían mensajes a los hijos e hijas de afecto y apoyo, fomentando la autonomía sobre la base de criterios disciplinarios y con un alto nivel de comunicación entre padres e hijos. Control negativo, describe las relaciones basadas en el control estricto, la irritabilidad y la evaluación negativa y de rechazo hacia el hijo. Permisividad y Negligencia, basadas en la autonomía extrema, con ausencia de normas y de criterios disciplinarios donde todo está permitido, lo que lleva a los hijos a percibir una falta de atención hacia sus necesidades. Las escalas muestran adecuados índices de fiabilidad (Apoyo y comunicación madre α = .85 y padre α = ,84; Control negativo madre α = .73 y padre α = .78; Negligencia madre α = .71 y padre α = .62 y Permisividad madre α = .65 y padre α = .61). En el presente estudio hemos utilizado únicamente el factor de Apoyo y comunicación y el factor de Control negativo.

Medida de Prácticas Parentales (PPM, Carlo, McGinley, Hayes, Batenhorst, y Wilkinson, 2007). El adolescente debe describir el comportamiento de la madre en una variedad de situaciones que reflejan el uso de prácticas de crianza para estimular la prosocialidad. Evalúa los siguientes factores: Recompensas sociales, como alabanzas o palabras gratificantes tras un acto prosocial (un ejemplo de ítem “Te elogia cuando ayudas a alguien que tiene una necesidad”). El alpha de Cronbach es de .82; Recompensas materiales, como ofrecer dinero o regalos para estimular los acercamientos prosociales (por ej. “Deja que te compres alguna cosa por haber ayudado a alguien). Presenta un alfa de Cronbach de .83; Comunicación argumentada, se refiere a si la madre escucha la opinión de los hijos/as y ofrece argumentos verbales para estimular comportamientos prosociales (por ej. “Escucha tu punto de vista moral sin imponer su propia opinión”). El alfa de Cronbach es de .74; Aprendizaje experiencial, evalúa el grado en que la madre comparte con los hijos/as experiencias prosociales (ejemplo de ítem “Te lleva con ella cuando acude voluntariamente a una asociación de caridad: ONG, iglesia…”). (α = .77) y, finalmente, Conversación referido a la estimulación de conversaciones sobre temas prosociales y/o morales (Ejemplo de ítem “Habla contigo sobre otros niños/as con problemas acentuando la compasión y la empatía). El alpha de Cronbach es .76 en este caso.

4. Resultados

La prueba de igualdad de medias (Gráfica 1) ha mostrado diferencias significativas entre chicos y chicas adolescentes en los factores de crianza de permisividad, del padre y de la madre, y negligencia de la madre. En todos ellos los chicos obtienen mayores índices. A esto se unen las diferencias en las prácticas prosociales de crianza en los factores de recompensas materiales y comunicación. Los chicos informan en mayor medida haber recibido recompensas materiales como medio para estimular las conductas prosociales, mientras que las chicas se mueven más por la comunicación en temas morales. Además, aparecen diferencias significativas en conductas prosociales y en agresividad física y verbal. En el primer caso los valores son a favor de las chicas y en el segundo a favor de los chicos, es decir, los chicos se muestran más agresivos y las chicas más prosociales.

Gráfica 1. Análisis comparativos entre chicas y chicos adolescentes

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* Apoyo (M)= Apoyo de la madre; Permisividad (M)=Permisividad de la madre; Negligencia (M)= Negligencia de la madre; Permisividad (P)=Permisividad del padre; AFV= Agresividad física y verbal; CP= Conducta prosocial

Con todo, no aparecen diferencias entre chicos y chicas en inestabilidad emocional, tampoco en los factores de crianza de control negativo del padre y de la madre, junto con apoyo y negligencia del padre, todos estos percibidos por los hijos. En cuanto a las prácticas prosociales de crianza no aparecen diferencias significativas en los factores de recompensas sociales y aprendizaje experiencial.

Los resultados de los análisis correlaciónales aparecen a continuación. En primer lugar, en la Gráfica 2 se reflejan los factores que han resultado tener relaciones significativas entre la crianza, estilos y prácticas prosociales de crianza, con la conducta prosocial en chicos y chicas adolescentes. Por lo que se refiere al colectivo de los varones, la conducta prosocial mantiene relaciones significativas y positivas con apoyo y comunicación percibido por el adolescente, tanto por parte del padre (r=.175; sig.=.001) como de la madre (r=.186; sig.=.001), además de las prácticas prosociales de crianza estimuladas mediante recompensas sociales (r=.223; sig.=.001) y fomentando la comunicación en temas prosociales (r=.103; sig.=.001).

En cuanto al colectivo de las mujeres adolescentes, en la misma Gráfica 2 se refleja que la conducta prosocial se relaciona con apoyo y comunicación del padre (r=.209; sig.=.001) y de la madre (r=.220; sig.=.001), y negligencia, también del padre (r=-,139; sig.=.001) y de la madre, ambas en términos negativos (r=-,118; sig.=.001), además de recompensas sociales (r=.264; sig.=.001), comunicación en temas prosociales (r=.225; sig.=.001) y aprendizaje experiencial (r=.113; sig.=.001), lo que puede dar lugar bien a considerar que compartir experiencias prosociales y estimular conversaciones sobre estos temas tiene mayor influencia en las chicas que en los chicos, bien que las madres conversan y comparten más experiencias prosociales con las hijas que con los hijos, por lo que la influencia en mayor en las chicas. En esta línea parece que van los resultados, dadas las diferencias significativas, a favor de las chicas, en la comunicación de temas prosociales-morales.

Gráfica 2. Relaciones entre las prácticas de crianza y la conducta prosocial en chicos y chicas adolescentes

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*Apoyo(P)=Apoyo del padre; Apoyo(M)=Apoyo de la madre; Negligencia(P)=Negligencia del padre; Negligencia(M)=Negligencia de la madre; A. Experiencial= Aprendizaje experiencial; R. Sociales=Recompensas sociales

Las restantes variables no mantienen relaciones significativas con la conducta psosocial o, en caso de mantenerlas, éstas son muy bajas y a un nivel de significatividad del 0.05.

Por lo que se refiere a la agresividad física y verbal, informada por los adolescentes, y su relación con los estilos y prácticas prosociales de crianza, los resultados en el colectivo de los chicos y de las chicas, indicados en la Gráfica 3, muestran las relaciones positivas y significativas, a nivel de 0.001, entre la agresividad física y verbal y los factores de crianza de control psicológico negativo, negligencia y permisividad, procedentes del padre y de la madre. Las relaciones son negativas y significativas con apoyo y comunicación del padre (varones r=-,193; sig.=.001; mujeres r=-,265; sig.=.001) y de la madre (varones r=-,189; sig.=.001; mujeres r=-,153; sig.=.001). Con referencia a las prácticas prosociales de crianza, sólo aparecen relaciones significativas con recompensas sociales de forma negativa en ambos colectivos, de las chicas (r=-,134; sig.=.001) y de los chicos (r=-,140; sig.=.001).

Gráfica 3. Relaciones entre las prácticas de crianza y la agresividad física y verbal en chicos y chicas adolescentes

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*Apoyo(P)=Apoyo del padre; Apoyo(M)=Apoyo de la madre; Negligencia(P)=Negligencia del padre; Negligencia(M)=Negligencia de la madre; Control (P)= Control negativo del padre; Control (M)= Control negativo de la madre; R. Sociales=Recompensas sociales

Finalmente, cabe señalar que estimular las prácticas de crianza prosociales mediante las recompensas materiales, las conversaciones en temas morales-prosociales y el aprendizaje experiencial no tienen incidencia en la agresión, ni positiva ni negativamente, tanto en chicos como en chicas adolescentes.

Por último, las relaciones de las mismas variables de crianza, estilos y prácticas prosociales, con la inestabilidad emocional (Gráfica 4) indican que esta última variable se relaciona, de forma significativa y positiva, con control psicológico, permisividad y negligencia el padre y de la madre, y de forma negativa y significativa con apoyo y comunicación del padre (varones r=-,203; sig.=.001; mujeres r=-,221; sig.=.001) y de la madre (varones r=-,169; sig.=.001; mujeres r=-,116; sig.=.001). Las relaciones con las prácticas prosociales de crianza son semejantes a las observadas con la agresividad. En este caso, la inestabilidad emocional se relaciona negativamente con recompensas sociales, tanto en chicos (r=-,102; sig.=.001) como en chicas (r=-,082; sig.=.05) en este último caso de forma más débil. No mantiene relaciones significativas con los restantes factores de crianza prosocial, es decir, con recompensas materiales, aprendizaje experiencial o comunicación, en ambos colectivos de chicos y chicas.

Gráfica 4. Relaciones entre las prácticas de crianza y la inestabilidad emocional en chicos y chicas adolescentes

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*Apoyo(P)=Apoyo del padre; Apoyo(M)=Apoyo de la madre; Negligencia(P)=Negligencia del padre; Negligencia(M)=Negligencia de la madre; Control (P)= Control negativo del padre; Control (M)= Control negativo de la madre; Permisividad(P)=Permisividad del padre; Permisividad(M)=Permisividad de la madre; R. Sociales=Recompensas sociales

5. Discusión

A la vista de los resultados resaltan, en primer lugar, las diferencias entre chicos y chicas en conducta prosocial y en agresividad física y verbal, registrando las chicas mayores índices en prosocialidad y los chicos mayores puntuaciones en agresividad. Estos resultados siguen otros realizados en el contexto español (Dávila et al, 2011; Sánchez-Queija, Oliva y Parra, 2006; Mestre, Tur, Samper, Nácher y Cortés, 2007), así como en otros contextos del norte de Europa y estadounidenses (Pakaslahti, Karjalainen y Keltikangas-Järvinen, 2002; Eisenberg et al., 2006; Hoffman, 1991) donde los varones adolescentes muestran mayor agresividad y las chicas mayores comportamientos prosociales y de ayuda a los otros. Estos resultados pueden estar conectados con los procesos de socialización y de asignación cultural de los roles de género. A las mujeres se les asignan roles comunales (Eagly, 2009), ligados a la expresividad y la búsqueda del bienestar de los demás, que guardan relación con la empatía y la búsqueda del bien ajeno. Además, se ha demostrado que estas diferencias pueden ser distintas según se den en culturas individualistas o en colectivistas, donde se estimula en mayor medida el apoyo de mujeres en las tareas cotidianas del hogar relacionadas con el bien común, como atender a los hermanos y hermanas más jóvenes, mantener en orden la casa, hacer recados, etc. (Carlo, Resch, Knight y Koller, 2001). En el otro extremo, a los chicos se les asignan roles instrumentalistas y energéticos, que van unidos con la dominancia, la competitividad y el autoritarismo, mucho más conectados con la agresividad.

En cuanto a las prácticas prosociales de crianza parece que los resultados apuntan que las madres mantienen en mayor medida conversaciones sobre temas morales con las hijas que con los hijos. Además, las chicas perciben una mayor ascendencia como resultado de estas conversaciones. A los chicos, por su parte, les mueven más las recompensas materiales, como recibir dinero por haber realizado una acción de ayuda.

Y en esta situación, la crianza inductiva, estilo y prácticas prosociales, mantiene una relación positiva con las prácticas prosociales de crianza basadas en las recompensas sociales. Entender a los hijos y definir las normas disciplinarias, fundamentadas sobre el respeto y la comunicación, contribuye a inculcar la prosocialidad en los hijos e hijas adolescentes. Además, puede elevar el impacto cuando van unidas a situaciones cotidianas prosociales desarrolladas. No se puede olvidar que los padres son modelos para los hijos, por ello, a través de las actuaciones de los padres se incrementa la probabilidad de interiorizar conductas prosociales en los hijos, lo que fomentará la reproducción de este tipo de conductas en el futuro.

La conducta prosocial como comportamiento de protección se relaciona negativamente con la agresividad y con la inestabilidad emocional (Caprara, Regalia y Bandura, 2002; Tur, Mestre y Samper, 2004; Garaigordobil, 2005; Mestre, Tur, Samper y Latorre, 2010). El papel de la falta de control emocional, entendido desde la posición de relación con los mecanismos de autorregulación de la conducta y control de las emociones, se une a las inestabilidad emocional, y ambas contribuyen a la falta de control ante situaciones complejas que requieren analizar y observar cuál será la mejor alternativa de actuación para evitar los conflictos. En el otro extremo, si esto se produce de forma impulsiva sin un análisis previo, se recurre a procedimientos poco eficaces como son los basados en la agresión, física o verbal (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino y Pastorelli, 2003).

En este sentido, se observa que la agresividad y la inestabilidad emocional, como procesos psicológicos de vulnerabilidad, contribuyen a acrecentar los problemas en las relaciones sociales entre los adolescentes y se relacionan con una crianza más punitiva. En cualquier caso, una crianza basada sobre el control emocional ejercido por los padres, —donde el único objetivo es lograr que los hijos obedezcan cueste lo que cueste y donde se fomentan las valoraciones negativas de las conductas de los hijos, con imposiciones y fórmulas de poder—, tiene consecuencias bastante negativas en los comportamientos de los hijos e hijas. Éstos tienden a esconder lo que hacen, porque llega a ser más importante que los padres no se enteren para evitar el castigo. Además, los menores educados en este tipo de disciplina tienden a reproducir en otros contextos lo que ven en el entorno familiar.

Finalmente, cabe señalar que este trabajo empírico tiene sus limitaciones centradas fundamentalmente en la recogida de la información. De un lado, se trata de una investigación de corte transversal, que hubiera sido más rica si pudiera contrastarse con una longitudinal. De otro, se basa en autoinformes realizados por los propios adolescentes. Respecto a esto último se ha observado que la recogida de datos procedentes de los adolescentes puede ser bastante fiable y estar menos expuesta a deseabilidad social, que los datos procedentes de otros colectivos, como los padres (Lamborn, Mounts, Steinberg & Dornbusch, 1991). Además, los resultados que aquí se muestran forman parte de un trabajo más amplio desarrollado por el equipo, y se enmarcan en algunos proyectos de investigación concedidos de ámbito nacional y autonómico.

6. Referencias

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PRÁCTICAS DE CRIANZA Y COMPORTAMIENTO PROSOCIAL EN ADOLESCENTES

Concetta Pastorelli, B. Paula Luengo Kanacri,

Valeria Castellani, Rosalba Ceravolo,

Eriona Thartori, Jennifer Lansford

1. Introducción

La literatura psicológica sobre la crianza de los hijos es amplia y rica, siendo cada vez más difícil dar cuenta de su vastidad. En general, podemos decir que la mayoría de los estudios que han examinado el papel de las prácticas de crianza de los padres en el desarrollo infantil de sus hijos destacan sus efectos en el funcionamiento social, emocional y cognitivo del niño a corto y largo plazo (Baumrind, 1971; Maccoby y Martin, 1983). Hasta el momento, los aportes empíricos han permitido principalmente identificar en qué medida la utilización de las prácticas de crianza negativas y los comportamientos y estrategias violentas de educación de los padres, producen efectos negativos sobre el crecimiento integral y el ajuste social de los niños. Sólo recientemente estamos siendo testigos de un aumento en la frecuencia de estudios destinados a comprender qué es lo que determina una crianza negativa. En estos aportes científicos se presta una mayor atención a las diferencias individuales (de padres y niños), así como a los aspectos del contexto que pueden afectar el utilizo de estrategias de crianza perjudiciales e ineficaces.

Por otro lado, el estudio de los factores que determinan una crianza positiva despierta un interés cada vez más sistemático. Entender cómo fomentar conductas parentales constructivas, capaces de contrarrestar los efectos del desajuste infantil y promover la buena adaptación de los niños es uno de los principales objetivos de los estudios que serán presentados en este capítulo. En particular, pretendemos ofrecer algunas corroboraciones empíricas presentando los resultados de dos estudios:

• El primer estudio tiene como objetivo examinar la relación entre irritabilidad materna, crianza violenta, y externalización/internalización de los hijos;

• El segundo estudio se propone examinar la relación entre autoeficacia de los padres, crianza positiva y los comportamientos prosociales y agresivos de los hijos.

2. El concepto de la crianza de los hijos

La crianza de los hijos se configura como un conjunto de comportamientos y estrategias que los padres ponen en marcha para garantizar el cuidado, la protección y el desarrollo de sus hijos. Según Darling y Steinberg (1993) es importante distinguir entre “estilo” y “prácticas” de crianza: “los estilos de crianza” se refieren a una constelación de actitudes y comportamientos de los padres hacia el niño, los que en su conjunto dan forma al clíma emocional de la las interacciones entre padres e hijos; las “prácticas de crianza” de los padres, en cambio, corresponden a un conjunto de conductas específicas de los padres realizadas con el objetivo de responder a la tarea de socialización de sus hijos en contextos determinados. Los estilos de crianza han sido ampliamente estudiados por Baumrind (1991) a través de dos dimensiones: la capacidad de respuesta y la capacidad de solicitud o exigencia: