COMITÉ CIENTÍFICO de la editorial tirant humanidades

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada

Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española

Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación

Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración

Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones

Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

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EL MARCO GLOBAL DE ATENCIÓN AL MENOR

Prácticas basadas en la evidencia, reflexiones y experiencias de éxito

(Coordinadores)

José Javier Navarro Pérez

Mª Vicenta Mestre Escrivá

Valencia, 2015

Copyright ® 2015

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Director de la colección:

juan manuel fernández soria

© j.j. navarro pérez,

mª.v. mestre escrivá y otros

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depÓsito legal: v-131-2015

isbn 978-84-16349-20-3

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A favor de la infancia y de quien con ellos trabajan

Un libro necesario, polifónico, una contribución de saber y compromiso a favor de la infancia.

Una visión amplia, actual, rigurosa, comprometida y valiente.

Ya el inicio engancha, ante los nuevos retos, de la economía, del individuo. Ubicación de la adolescencia son muchísimas las citas, pero ensambladas desde un hilo conductor de coherencia y respeto al lector, que termina en unas irrefutables conclusiones referentes al nuevo orden social.

Continuamos con otro capítulo interesantísimo sobre socialización. Gusta leer lo esencial tan bien dicho.

Nos adentramos en las políticas de infancia, terreno resbaladizo pues es de opinión, de criterio político. Tan es así que este prologuista que fue el Primer Defensor del Menor y Presidente de la Red Europea de Defensores del Menor discrepa en algunos puntos pero sin poner en entredicho el interés de este capítulo y la acertadísima critica que lo sostiene.

Sin descanso se aborda el tema de los proyectos sociales para la promoción de la infancia, algo esencial, breve capítulo pero profundo en busca de la eficiencia y eficacia.

Ponerse en el lugar del otro, es la invitación de las siguientes páginas que llevan por sugerente título “Conducta prosocial, empatía y regulación emocional”.

A estas alturas ya somos conscientes de que el libro merece la pena, es una verdadera contribución para los profesionales que tenemos la suerte de colaborar a favor de la infancia, de disfrutar con y de cada niño.

No es menos trascendente la incursión en los factores de riesgo y protección en el ámbito de la familia. ¡Qué bueno unir en y entre los autores a académicos y personas que intervienen en el día a día!

La educación formal y más específicamente la atención necesaria a la diversidad nos es expuesta en detalle, de forma clara y contundente.

Buenísimo el capítulo sobre dificultades en el ámbito familias, que se detiene con criterio y sin caer en tópicos en estructura, relaciones… deteniéndose en la familia adoptiva.

Se agradece mucho que al final de cada capítulo se seleccionen unas conclusiones. También resulta de aplauso la actualizada y amplia bibliografía que constata la magnitud de la obra.

Se afronta ulteriormente una realidad candente, la de los siempre vulnerables extranjeros no acompañados y se hace como en todo el libro poniendo la lupa en lo que acontece en la Comunidad de Valencia, pero sin perder la visión amplia, la cosmovisión del problema.

Y es que una de las virtudes del texto es la conjunción de un aporte poliédrico.

El texto nos conduce a la intervención con adolescentes en medio abierto dentro del ámbito de la Justicia Juvenil. Se describen desde la experiencia las distintas medidas que harán al lego conocedor de una realidad apasionante y siempre esperanzada.

Con la lógica del texto, la siguiente propuesta es referida a las medidas judiciales privativas de libertad, que son mostradas con nitidez, siendo muy de agradecer la explicitación en detalle de los programas y trabajar en los centros.

Reitero la conjunción de la práctica y el estudio que rezuma un volumen que invita a seguir trabajando con coherencia y constancia.

Añádase que el siguiente capítulo nos regala un trabajo realmente novedoso y empírico sobre tres tendencias en España bajo el objetivo de la resocialización.

Este prólogo se alarga ya en demasía, pero no he de obviar la interesante aportación de la intervención con adolescentes desde el enfoque sistémico.

Mucho ha leído quien esto escribe, por eso se muestra gratamente sorprendido y sinceramente agradecido cuando encuentra capítulos tan novedosos y sugerentes como el que versa sobre la relación de ayuda.

Poder leer: Adolescentes y violencias: Programas y experiencias efectivas es una bocanada de aire fresco, un gusto.

Siempre es un honor prologar un libro, cuando uno se identifica con los autores aún más.

Creo que lo que me acredita para escribir estas palabras es el ser precursor de tantos y tan buenos.

Llegamos al muy documentado capítulo sobre el capítulo que afronta la prevención del consumo de drogas en adolescentes. Agradezco además que con acierto se incluya el alcohol.

Realmente era necesario el espacio dedicado a los trastornos mentales relacionados con la violencia filio-parental, en la que se citan a tan buenos compañeros de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-parental.

Resulta esclarecedor el capítulo sobre agresores sexuales, por ejemplo en lo referente al sentimiento de culpabilidad o a la diferenciación entre agresor sexual y abusador sexual. Un texto también interesante y novedoso.

Concluye este magnífico libro con dos temas de máxima actualidad e interés: Violencia filio-parental. Etiología y modelos explicativos y su tratamiento. No podríamos terminar mejor que de la mano de profesionales vocacionales que siguen las directrices de los Terciarios Capuchinos (Amigonianos) que han sido el faro de todos los pasos que hemos dado tantos y tantos a favor de la infancia y de cada niño. Amigonianos que cuidan con esmero su biblioteca única de la historia de la protección de la infancia y que se implican más allá de expedientes, protocolos o casos, de cada persona y entorno.

Gracias por estudiar tanto, por trabajar tanto y por compartirlo.

Javier Urra

I. INTRODUCCIÓN

El marco global de atención a la infancia supera, per sé, cualquier manual sobre la socialización o el desarrollo evolutivo de los adolescentes. El presente trabajo recoge la visión de un amplio grupo de profesionales y académicos especializados en infancia y adolescencia. No se trata de ofrecer un recetario sobre cómo aproximarse y trabajar con los adolescentes, sino que su lectura invita a la reflexión y a la profundización sobre esta etapa del ciclo vital y los efectos colaterales que vehiculizan su proceso.

El libro presenta tres segmentos fundamentales; el primero que recoge una contextualización global de la adolescencia y de las políticas públicas rodean el proceso socializador; el segundo parte en la que se ofrece una panorámica de las acciones preventivas, protectoras y reeducativas; y por último, intervenciones específicas con adolescentes en situación de dificultad que requieren de la atención e intervención profesional para orientar sus procesos de riesgo y promocionarse personal, familiar y socialmente.

Con el compromiso de evitar cualquier solapamiento en las diferentes temáticas abordadas, y desde un punto de vista multidisciplinar se ha tratado por un lado de afrontar las dinámicas que caracterizan a la adolescencia, y por otro las conexiones que en este periodo de búsqueda, conflicto y aprendizaje se desarrollan.

La obra que presentamos, se orienta principalmente a estudiantes y profesionales de disciplinas psico-sociales y educativas, que desean profundizar en las dinámicas de riesgo que envuelven a los adolescentes. Para ello, las prácticas basadas en la evidencia constituyen una estrategia interesante para demostrar la fiabilidad de diferentes propuestas de innovación y desarrollo profesional.

Como material de consulta y bibliografía de apoyo, este conjunto de reflexiones y experiencias permite transportar la práctica tanto a las redes de planificación profesional como a la propia aula. Es objetivo de este trabajo analizar y establecer propuestas transversales que permitan enriquecer tanto el curriculum individual de los estudiantes, como la intervención clínica o educativa de los profesionales.

José Javier Navarro Pérez

María Vicenta Mestre Escrivá

SECCIÓN PRIMERA

II. CONTEXTUALIZACIÓN PSICOSOCIAL DE LA ADOLESCENCIA Y LA FAMILIA

Capítulo 1

Cambios globales en la estructura social postmoderna que inciden en la adolescencia

José Javier Navarro Pérez1

1. INTRODUCCIÓN: EL TRÁNSITO DE LA MODERNIDAD A LA POSTMODERNIDAD

La noción de modernidad aparece como definición ante los modos de vida y organización social surgidos en Europa, desde el siglo XVII en adelante, cuya influencia y traslación los convirtió en fenómenos mundiales (Braschi, 1988).

Hoy, en los inicios del S. XXI, nos encontramos frente al comienzo de una nueva era a la que las ciencias sociales tienen el deber de responder sus apresuradas confusiones y que trasciende exponencialmente a la esencia misma de la modernidad. Las definiciones alrededor de esta nueva era, han sido múltiples atendiendo al espacio o características que trate de conceptualizar; algunos hacen referencia directa a la aparición de un nuevo sistema social como son “sociedad de la información” o “sociedad de consumo”, apadrinados por Baudrillard (1974). Sin embargo, la mayoría de estos términos vienen a sugerir un nuevo orden estructural (Habermas, 1987). En este sentido, se acuñaron conceptos como Postcapitalismo, sociedad Post-Industrial (Bell, 1976) o Postmodernidad (Lyotard, 1979).

Algunos de los debates relacionados con estas cuestiones se centran sobre las transformaciones institucionales, especialmente aquellos que plantean que evolucionamos al compás del utilitarismo de los bienes de consumo o desde una perspectiva asociada a los canales de la información. No obstante, el principal debate que marca la orientación del discurso, se debe a razones epistemológicas y filosóficas que influencian a nivel multidisciplinar desde la sociología, a la economía pasando por el derecho o la educación.

La popularización del concepto Posmodernidad, fue acuñado por Jean Francois Lyotard (1979). Según éste, la era postmoderna consiste en un periodo de tiempo indeterminado, difuso, que mantiene una pluralidad heterogénea de pretensiones entre las que la ciencia no queda contemplada en lugar privilegiado. Responde Giddens (1993), que el origen de la Postmodernidad coincide con el final de la Modernidad, que entroncó con una etapa intermitente del llamado desarrollo social moderno.

Las formas de vida introducidas por la modernidad golpearon las estructuras tradicionales. Definía Giner (1985) que tanto en extensión como en intensidad, las transformaciones que acarreó la modernidad fueron más profundas que la mayoría de transformaciones sociales acaecidas hasta ese momento. “Extensivamente sirvieron para establecer formas para la conexión social a nivel planetario, e intensivamente llegaron a alterar algunas de las más intimas y privadas características de la esfera cotidiana de los individuos” (1985: 87).

Los últimos coletazos de la modernidad constituyeron según Giddens (1993: 20) “un arma de doble filo”. El desarrollo de las instituciones sociales modernas y su expansión mundial, crearon oportunidades mayores que cualquier otro sistema premoderno, pero a su vez el llamado coste de oportunidad de la propia modernidad se erigió como una dificultad añadida que permitió la aparición de lo que Giddens (1993) definió como discontinuidades, o irregularidades que acabarían por descalificar las potencialidades de la propia modernidad.

A este respecto, tanto Marx como Durkheim, vieron la era moderna como una era azotada. Sobre este enclave, la pérdida de la esperanza en el progreso, se convirtió en uno de los factores que subrayan la disolución de la modernidad, dando paso a un espacio sórdido, muchas veces indescriptible y que vino predeterminado por la indefinición y las garantías de una versión evolucionada de la modernidad mucho más imprecisa.


1 Profesor Titular del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Universidad de Valencia. J.Javier.Navarro@uv.es.

2. LA POSTMODERNIDAD EN LA SOCIEDAD ACTUAL

La década de los 60 y 70 amparadas en el concepto modernidad ejercen de predecesoras de la actual Postmodernidad. A continuación nos interesa identificar el origen de este nuevo orden social e identificar las circunstancias que caracterizan este periodo, conjuntamente con los aspectos que la han identificado.

2.1. Complejidades asociadas a la postmodernidad

El momento histórico en el que vivimos ha recibido diferentes conceptualizaciones; Modernidad involucionada (Jameson, 1996), Modernidad reflexiva (Giddens, 1983), Modernidad desgastada (Touraine, 2000), Sociedad transparente (Vattimo, 1989), Modernidad líquida (Bauman, 2000), Sobremodernidad (Habermas, 1989) o Postmodernidad (Binns, 1999). Este debate sobre el concepto, o más bien, esta ausencia de criterio en una definición conjunta se traslada a lo que Bateson (1993) consideró como “un tipo de estado que no concuerda con la dotación heredada e innata a la especie humana y desde el punto de vista de esta, como patológico” (Bauman, 2000: 145).

Cada uno de los puntos de orientación que simularon la solidez y la prosperidad ante nuevas posibilidades, empezaron a desvanecerse: empleo, bienestar colectivo, desarrollo cultural, evolución social, aceptación de la diferencia, innovación tecnológica, avances científicos, asociaciones humanas, extensión en las previsiones de salud, acrecentamiento de las democracias, respeto a la tradición… etc, todas estas cuestiones y muchas más, anteriormente estables, comienzan a verse en tela de juicio en constante discusión y con acuerdos temporalmente parciales. Dada esta situación, Lewkowicz (2004) identifica que cada uno de los elementos que proporcionaron en el pasado reciente estabilidad y ánimo de progreso en el mundo, se hallan en discrepancia.

Por su parte, Arendt (2003) en su tratado sobre la condición humana, refiere la existencia influencias que manejan importantes y diferentes dinámicas que simultáneamente se implementan y entrelazan en el mundo. En este sentido, los diferentes intereses que las desarrollan, impiden un protocolo de consenso capaz de unificar, orientar y coordinar los intereses de las sociedades avanzadas.

Lash (1999), caracteriza el actual momento histórico por una etapa en la que destaca el desmantelamiento de reglas básicas, la “desaparición” de pautas y la exposición a los deseos del azar y del destino, sin un conocimiento previo de las consecuencias a las que se somete la sociedad. Es por ello, que en tales circunstancias se aprecia lo que el autor define como “instrucción narcisista” que consiste en una ruptura con el consenso, con la regularidad, una tendencia hacia la liberación de los hábitos, a reorganizar experiencias que permitan la fragmentación de los logros, las fracturas familiares, el parcelamiento de los intereses, la segmentación del ocio, el barullo de las ideas que afecta proporcionalmente a una reformulación sobre el significado sobre los intereses colectivos. Una nueva orientación cuyo fin se encuentra en la incertidumbre.

Ante este panorama de complejidades, Bauman (2000) relata que los seres humanos posmodernos, deben ser capaces de liberarse de los viejos hábitos, despreocuparse por las pautas que en el pasado adquirieron un valor productivo. Refiere el autor, que el secreto de los nuevos tiempos se basa en la adaptación a los nuevos cambios. Como en la Teoría de la selección natural de las especies de Darwing (1859), aquellos que mejor consigan adaptarse a los nuevos tiempos sin pensar en lo que fueron o tuvieron en el pasado, alcanzarán con mayores posibilidades el éxito. Por ello, el patrimonio que confiere la tradición familiar, la seguridad de una buena educación, un estatus económico medio o alto, un buen empleo, el reconocimiento social, etc. no evitan la inmunidad ante la dificultad y los procesos de riesgo. Lipovetsky (1995) incide en que la transitoriedad de las transacciones cotidianas, producen una constante sensación de inseguridad que se manifiesta en una cultura débil, una educación politizada, unos sistemas de justicia burocratizados, una sanidad sin consenso, un clima de inestabilidad laboral que alberga las contingencias del mercado, dificultad de las exportaciones, desconfianza en las transacciones económicas y una visión confusa de la realidad que describe un bienestar con demasiadas fragilidades.

3. EL DECLIVE DEL ESTADO DE BIENESTAR

Iniciamos este punto explicando los orígenes del Estado de Bienestar y la representación de sus grandes puntos de apoyo, para desde estos comprender mucho mejor como se origina la decadencia de las estructuras que tiempo atrás permitieron su luminosidad.

El Estado de Bienestar encuentra su punto de partida en las ideas keynesianas dominantes durante la notoria década de los años 30. Este nuevo enfoque del Estado Social, incentivó al Estado la responsabilidad de desarrollar una política económica capaz de asegurar las condiciones para el crecimiento y el empleo de sus conciudadanos, junto a una política de solidaridad para el reparto equitativo de los esfuerzos y de los resultados del crecimiento. Mishra (2000) señala que, en este proceso, el Estado pasó a desempeñar un rol central en la economía, de sostenimiento ante las fluctuaciones y desequilibrios de la economía en general y de protección ante la ciudadanía mediante la mediación entre los actores del proceso de crecimiento económico y persecución de fines de justicia social.

El crecimiento económico de la sociedad industrial posibilitó la transformación del Estado Social en Estado de Bienestar, cuyos rasgos más representativos fueron la prestación creciente de servicios públicos de interés social como educación, vivienda, salud, justicia y asistencia social; un sistema impositivo progresivo; la tutela de derechos urbanos, obreros, agrarios; la redistributivos; la persecución del pleno empleo con el fin de garantizar a todos los ciudadanos trabajo y, por lo tanto, las posibilidades de crecer y desarrollarse; la repartición a todos los trabajadores de una pensión para asegurar un retiro de seguridad, capaz de garantizar los niveles de renta, aún en el caso posterior al cese de la relación laboral.

El modelo keynesiano sobre el que se construyó el estado de bienestar, concede al estado una función mediadora entre la ciudadanía y los niveles de bienestar que según Todd (1999), se sintetiza en dos escenarios fundamentales:

I. Política económica, mediante la cual el estado se convierte en un elemento dinamizador del sistema económico, cuyo objetivo básico es el mantenimiento de la actividad, impulsando la producción, orientando la política de gasto y de inversión, y corrigiendo los desajustes que se van produciendo. En este contexto, según Picó (1990) el estado adquiere la función dinamizadora de la economía, especialmente en aquellas situaciones que tienden a perjudicar a los individuos y a afectar sus necesidades inmediatas.

II. Política social, a los efectos de alcanzar un triple beneficio:

– distribuir equitativamente y de manera consensuada los niveles de renta, mediante la inversión de un amplio sistema de servicios sociales de carácter universal y de un sistema objetivo de seguridad social, articulado en torno a un principio de reparto.

– promover el pleno empleo, fortaleciendo una política de concertación social que garantice una regularidad salarial.

– viabilizar los recursos suficientes para fomentar el consumo interno y contribuir al mantenimiento de la productividad.

Rubio (2005: 212) refiere que “estamos alineados en el materialismo del consumo que los medios han exportado”. Un mundo en el que el valor hacia lo material se convierte en una parte importante hacia lo que el individuo aspira. A este respecto Bauman (2010: 106) añade que “la formación que brinda la sociedad contemporánea a sus miembros está dictada, ante todo, por el deber de cumplir la función de consumidor”. En definitiva, la condición humana se moldea a imagen y semejanza de las tendencias representativas y de las formas y usos de lo global.

Esping-Andersen (2006) incide en que los estados desarrollados se han tenido que reinventar para evitar la precarización de la ciudadanía a través de políticas de inversión pública, beneficios fiscales, y un sinfín de estrategias con el ánimo de reflotar el consumo, manteniendo el poder adquisitivo en los ciudadanos y el intercambio de capital. Asimismo otras opciones para mantener los niveles se han basado en políticas activas del mercado de trabajo y en el desarrollo de beneficios fiscales de carácter empresarial. Maffesoli (2005) refiere que el Estado de Bienestar ha motivado cierto grado de seguridad en los individuos y que el hecho de perderla no solo repercute en la pérdida de calidad de vida individual, en el incremento de las preocupaciones, tensiones familiares…etc, sino en un “problema microsocial que los tentáculos de la globalización se encarga de reproducir macrosocialmente” (Ob. Cit. 2011: 42) y que sin duda, afecta al mantenimiento de los niveles de prosperidad de la ciudadanía.

Hemos recogido la herencia del capitalismo y de esa obstinación por disponer de seguridad y de bienes materiales. Esto en las sociedades postmodernas emerge en un ambiente de inseguridad, donde la dispersión de los valores y dogmas ha impedido la concreción de alternativas sobre las que la ciudadanía pueda agarrarse para superar sus dificultades. Esta desintegración que Bauman (2005) conceptualiza como hostilidad de los nuevos tiempos, afecta a todas las estructuras incluso a las de organización política del estado y por tanto, acaba por precarizar a la ciudadanía.

Por tanto, este periodo de dificultades se encuentra supeditado a la ausencia de un liderazgo institucional capaz articular consensos para el desarrollo sostenible de la administración pública. En lugar de esto, nos vemos sometidos a una política social y asistencial, que en palabras de Garcés, Ródenas y San José (2005: 151) “se distingue cada vez más restringida”, para enfrentarse a la difícil tarea de reducir la desigualdad y marginalidad que el mismo mercado ha ido creando. Una política social, a la que la ciudadanía clama derechos reconocidos y que afectan a áreas sociales, generadoras de bienestar y seguridad, educación, sanidad, pensiones, vivienda,… Al mismo tiempo los expertos interpelan una política asistencial dirigida hacia aquellos grupos que afecta de manera más grave sus niveles de bienestar, tanto por las fluctuaciones e inercias del mercado (Rea y Piñón, 2009), como por la falta de recursos materiales y personales.

Sampedro y Taibo (2006) señalan que el Estado ha omitido sus funciones a favor de servir a los grandes grupos de presión e influencia encabezados por la banca y sus lobbies de poder.

Los principales planteamientos para una recuperación del estado de bienestar ponen su punto de interés en la infancia como sujetos de crecimiento y desarrollo que a largo plazo habrán de devolver la inversión realizada. De hecho Esping Andersen (2006: 27) refiere que “los gastos que benefician al bienestar de los niños hoy producirán un retorno positivo dentro de muchos años”. En términos socioeducativos, el autor plantea la necesidad de invertir en prevención para alcanzar un futuro en clave de desarrollo argumentando que “ “ en el núcleo del nuevo edificio de bienestar descansa por lo tanto un fuerte componente de inversión social” (2006: 27). Este discurso va más allá del corto plazo afianzando la idea de sembrar en el presente para recoger en el futuro. Desde esta óptica, la inversión en políticas de bienestar familiar no supone gasto, sino una inversión.

En esta línea de reducir las desigualdades y reparar en apoyos, la solidaridad del Estado de Bienestar se debe a la igualdad de oportunidades de las personas, indistintamente de su poder adquisitivo. Las actuales perturbaciones se producen como consecuencia de las incertidumbres y de las complejidades que encuentran su cobijo en la sociedad postmoderna. Un orden social en el que se distingue el ocaso del Estado de Bienestar, el cual emana del individualismo de los sujetos y que está fuertemente influenciado por la inseguridad, la ausencia de alternativas fiables, la pérdida de valores y liderazgo de los gobiernos, las respuestas parciales ante los problemas globales y en definitiva, un escenario de crisis e inestabilidad que rompe el equilibrio social.

4. ALGUNAS NOTAS TEÓRICAS QUE EXPLICAN EL CAMBIO SOCIAL

Los siglos XX y XXI, han sido prolíficos en la conceptualización y diagnóstico de las sociedades desarrolladas. Hemos visto como la modernidad y posteriormente la sociedad post industrial o postmoderna, han albergado un amplio espectro de relaciones humanas, culturales, económicas, políticas, educativas… etc, que han condicionado el devenir de las civilizaciones. A continuación presentaremos algunos de los posicionamientos teóricos de la Postmodernidad que se desprenden de la actual teoría sociológica, y que hacen referencia a nuestra cotidiana relación global.

4.1. El paradigma de la sociedad del riesgo

En esta configuración donde el riesgo forma parte evidente de la actual caracterización de las sociedades postmodernas, Beck (1988), introduce el concepto de sociedad del riesgo. El cual, según el teórico alemán, es imposible entender sin realizar un análisis previo de la modernidad reflexiva a la que tanto éste, como Giddens y Lash (1994) hacen explícita referencia. Según estos, los individuos de las sociedades industriales avanzadas desarrollan una capacidad de reflexividad, pero sobretodo de cuestionamiento y crítica sobre las consecuencias que se derivan de los avances tecnológicos y científicos, estimando consecuencias improductivas y demoledoras en el medio-largo plazo. Beck (1988) realiza este cuestionamiento a raíz del accidente nuclear de Chernobil en 1986, documentando que el avance de la ciencia se asociará a un riesgo en las formas de comportamiento y desarrollo humano, hasta esa fecha desconocidas en la pasada modernidad.

Para Beck (1988), el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad del riesgo atraviesa dos periodos claramente diferenciados: en el primero de ellos se producen sistemática y reiteradamente amenazas omitidas tanto por la conciencia de la ciudadanía como por los poderes públicos. En esta etapa, los riesgos derivados de la sociedad industrial son asumidos y catalogados como de carácter colateral. Sin embargo, cuando estos peligros se apoderan de los debates públicos, las contingencias incontrolables que se producen quedan legitimadas y se alcanza la segunda fase, en la que la sociedad es plenamente consciente de su generación de peligros y amenazas, que emergen tras la ausencia de consenso sobre las previsiones ante el riesgo.

La evolución que determina la sociedad del riesgo, tiene lugar según Beck (Ob. Cit.), en el momento en el que los peligros que la sociedad decide y produce anulan los sistemas de seguridad establecidos por el estado de bienestar, manifestándose principalmente en tres áreas: la relación de la sociedad con los recursos de la naturaleza y la cultura, la relación con los peligros y problemas que produce y la disolución de los vínculos de los individuos con los grupos tradicionales de referencia, desde la familia a la clase, que le venían proporcionando consistencia y solidez. Dicho de otra manera, el florecimiento de la sociedad del riesgo culmina con el llamado proceso de individualización.

La definida como sociedad del riesgo abarca el espectro social a todos los niveles, siendo por ello que el riesgo no respeta ni la estructura de clase social, ni de nacionalidad, ni de género, estatus… Beck (1988) califica el riesgo como un fenómeno global, aunque el concepto de movilidad social introducido por Shorter (1990) permite que a mayores posibilidades de crecimiento, existan mejores armas para combatir el riesgo.

4.2. De la opulencia a la era del vacío

La sociedad opulenta fue una definición acuñada por Galbraith (1958) para explicar la riqueza de los Estados Unidos en bienes de consumo y su pobreza en servicios sociales.

Así, desde la sociedad opulenta, triunfa el rechazo de la ideología, convirtiendo ese proceso en una herencia del individualismo proyectado por Beck (2000) en un ambiente de aceleración social que trata de evitar la pausa y la reflexión e incentivar dilemas e incertidumbres (Bauman, 2000). La combinación de salud individual y progreso tecnológico, favorece una mezcla entre bienestar y seguridad que Giddens (2000) asocia a una acomodación de la especie humana y que favorece un decrecimiento de los valores que hasta hace escasas décadas se erigían como principales avales para alcanzar el éxito: esfuerzo, trabajo, honestidad, equidad, tolerancia, respeto, justicia… etc.

En este contexto, la opulencia que vehiculiza la sociedad de consumo ha dejado sin uso los valores sociales que tiempos atrás posibilitaban el desarrollo social. En este sentido, refería Fogel (1994: 243) “Nos hemos convertido en una sociedad tan opulenta que nos acercamos a la saturación del consumo —esto es, que las compras se dirigen a la sustitución de artículos gastados, en vez de ser originados por necesidades nuevas—”. La globalización y el mercado ejercen de látigo sobre los individuos, a los que someten en un mundo donde las diferencias entre Norte y Sur, siguen permitiendo esa diferencia entre la satisfacción de necesidades de unos a costa del sometimiento de otros (Touraine, 2003). La opulencia social sigue vigente porque las transformaciones socioeconómicas vienen acompañadas de avances tecnológicos que rápidamente dejan obsoletos los progresos de la ciencia, contribuyendo en la necesidad de adquirir bienes de consumo de rápida sustitución para según Sztompka (1995) mitigar las incesantes necesidades individuales.

En este escenario de garantías, las nuevas luchas sociales no pueden ya separarse del poder económico ni del poder político, precisamente porque en la sociedad postindustrial, los tecnócratas, al servicio de ambos poderes, han programado, conforme a supuestos tecnológicos y políticos, los modos de producción y de organización económica. En relación a esto, Sampedro (2002) valora que el sistema económico mundial, es resultado, del pasado inmediato y aparece condicionado robustamente por la élite tecnológica. Ello se produce como consecuencia del progreso e innovación de las redes virtuales, cuyos efectos no se han desplegado totalmente, pero “cuyo infinito alcance ha convertido ya ese instrumento en característica fundamental de nuestro tiempo y hasta en pieza clave de la denominada Nueva Economía” (2002: 52).

En este halo de evolución tecnológica, los primeros que se dejan seducir por los avances de la tecnología son aquellos que han nacido en el seno de esta sociedad tecnológica-transformadora, es decir, las nuevas generaciones que han socializado ya desde sus primeras etapas de vida en esta era dominada por la actualización de los contenidos y de las necesidades individuales.

En relación a este individualismo despersonalizado por los bienes, Lipovesky (1995) ampliando las aportaciones y hallazgos de Baudrillard (1974) respecto la sociedad de la abundancia, construye su teoría a la que denomina “la era del vacío”, en la que plantea sobre diferentes estructuras un problema general: la revolución de la sociedad, el cambio cultural sobre las costumbres, la percepción del individuo contemporáneo de la era del consumo masificado, la emergencia de un modo de socialización y de individualización inédito, que rompe con los moldes clásicos de la sociedad moderna.

Así, en la descripción de su teoría, el autor refiere que en la cultura posmoderna se acentúa el individualismo hasta el nivel del egoísmo, en un proceso de personalización que abarca todos los aspectos de la vida social y que significa, por un lado la fractura de la socialización disciplinaria, y por el otro la elaboración de una sociedad flexible basada en la información y en la estimulación de necesidades configuradas a través una cultura hecha a medida donde lo efímero adquiere un valor sustancial. Lipovetsky (2003) va más allá al identificar que la sociedad de la posmodernidad sufre de “adolescentismo”, ya que lo efímero ha pasado a ostentar un valor prioritario al igual que la estética y el consumo de bienes que permitan un rejuvenecimiento de los individuos que trate de satisfacer el “narcisismo del sujeto” (2003: 16).

En este sentido, el ensayista Rolan Barthes (2003) apoyado en las teorías de Lipovetsky incide en que la seducción de los adultos por las formas y mercado destinado a los adolescentes, ha generado que la adolescencia alargue su temporalidad. Señala además que lo que se espera de los adolescentes está marcado por la obviedad del momento que viven: respuestas irreflexivas, egoístas, atemporales, periodos críticos… etc, y que sin embargo la adolescencia que por extensión determina a los adultos viene prescrita por lo obtuso, lo complejo, lo individualizado, en definitiva, define el autor una adultez inmadura asociada a los modos y formas de la adolescencia.

5. TERRITORIO ADOLESCENTE: LA GLOBALIZACIÓN A ESCALA MICRO

La adolescencia emerge como una etapa de confusión y desorientación, un periodo en el que la influencia de los estímulos externos acentúa o reduce los conflictos. En paralelo, como define Funes (1998) y en términos geométricos, responde a patrones poliédricos, con diferentes aristas, miradas, aproximaciones y percepciones.

5.1. Valores postmodernos

El concepto explícito de valor no responde a una concepción holística (Vilar, 1991), sino que se debe a la evolución del término a través de los tiempos. Atendiendo a ello, los conflictos actuales en los sistemas de valores se producen al intentar adaptar los principios morales tradicionales a la sociedad contemporánea, de manera que estos axiomas ignorando la sociedad del cambio y su complejidad cultural alteran el sistema. Así pues, de ello deducimos que los valores implican un especial significado y atendiendo al uso o peso que se le dé, se mantienen, desaparecen o se transforman.

En la década de los sesenta, Kholberg (1963) ya apuntaba que la educación en valores suscita un gran interés social y educativo. Por ello, la significación social que presentan los valores enriquece o denigra las relaciones humanas. En este sentido, las investigaciones de Parra (2003) con adolescentes de secundaria, atendiendo a las actitudes y las nuevas formas de comportamiento, refieren que se corre un alto riesgo de que algunos valores sufran una involución a su concepto original; es decir, por ejemplo el valor de la tenacidad y el esfuerzo ha sido siempre considerado como elemento de aprecio; sin embargo, corren tiempos en los que no importa el cómo, sino el qué. Es decir, qué tienes y no cómo lo consigues. En definitiva, la depravación del concepto y su retroceso que afecta también a su depreciación semántica. Esto mismo afecta a otras cuestiones como por ejemplo la autenticidad en contraposición a la imitación, el esfuerzo ante la tolerancia al fracaso… etc.

Scheler (2000: 196) plantea que “los jóvenes, como los adultos, se enfrentan a un mundo de problemas y decisiones que reflejan la complejidad de la vida del ser humano. En estas decisiones están en juego los valores como fuerzas directivas de acción. Éstos con frecuencia entran en conflicto; en parte por la poca claridad del sistema de valores de la sociedad y la desorientación de la existencia humana”. Es decir, que no solo son los adolescentes responsables de ese cambio de rumbo en cuanto al esfuerzo, la coherencia, la racionabilidad… etc, sino que amamantados por la sociedad en constante tránsito, son sometidos al compás que dictan los materialismos de las modas, las nuevas tecnologías, la estética, los consumos… etc.

En este plano, las adolescencias agitadas por la influencia de las dinámicas globales condicionan el normal desarrollo que marcan los diferentes tratados de psicología evolutiva (Carretero, Palacios y Marchesi, 1999). Estas ascendencias que seducen a los adolescentes, requieren de una madurez personal y física que implica la aceptación de uno/a mismo/a.

5.2. Relaciones familiares

La evolución de los adolescentes de hoy poco tienen que ver con los de hace solamente unas décadas. No sólo por el hecho de que ellos y ellas hayan cambiado, sino porque la sociedad en la que viven y las dinámicas globales a las que se enfrentan, han provocado esta evolución. Paralelamente, las representaciones sociales que de la infancia y adolescencia se percibe por el mundo de los adultos, plantea un importante núcleo de distorsión. Los adolescentes se proyectan a medida que encuentran su espacio para hacerlo y por ello, se entiende necesaria una orientación por parte de los adultos para alcanzar un desarrollo evolutivo y madurativo adecuado.

Santillano (2010: 55) haciendo referencia a los diferentes tipos de adolescentes con los que hoy nos encontramos, describe que “los adolescentes de hoy, crecen en un contexto de desarrollo más favorable porque las condiciones de vida orientan”. Los padres de estos adolescentes acomodan más si cabe su escenario, pues desafortunadamente se tiene la creencia errónea que tener más, significa tener mejor y esta tendencia actual genera una situación de inconformismo afectivo compartido tanto por adultos como por adolescentes. Se plantea un modo de vida en el que sobresalen los argumentos individuales para tratar de encontrar el bienestar y es sobre este individualismo a través del que los adolescentes comienzan desde el hogar a entrelazar sus intereses.

Tal como refieren Calafat, Montserrat y Duch (2012: 43), hablamos de “adolescentes acomodados”, que han crecido sobreprotegidos por sus familias, con más derechos, más libertad, más conocimiento, más posibilidades, pero también con más sentimiento de fracaso en un mundo más competitivo, evitando responsabilidades, invirtiendo menos esfuerzos para alcanzar sus metas, desmarcándose de sus frustraciones y construyendo, al igual que los adultos con los que comparten vínculos familiares, una autoestima paralela a la real. Se trata de adolescentes desorientados, que se adentran en los canales del riesgo para huir de las rutinas y buscar nuevas experiencias, en competición por quien llega más lejos y quien asume más riesgos.

Así pues, no pocos son los adolescentes insatisfechos con su cotidianeidad, frustrados con sus relaciones en el hogar, pasivos con lo que les rodea y con esperanzas de futuro truncadas a pesar de las posibilidades que las condiciones de seguridad y protección familiar les reconocen.

Las características y circunstancias sociales de los adolescentes tienen bastante o mucho que ver, aunque los padres no lo sepan o no quieran reconocerlo, con el contexto sociofamiliar en el que se han desenvuelto desde la infancia. Es decir, la responsabilidad que los padres referencian para el comportamiento y actitudes de sus hijos en el medio plazo es enorme, y esta debilidad de comunicación condicionará el mantenimiento de las dificultades.

A pesar de los beneplácitos que se les presupone, estos adolescentes presentan problemas graves de comunicación con sus progenitores. La literatura científica describe relaciones marcadas por el exceso de tolerancia, la incomunicación y el desconocimiento mutuo, que provoca que los hijos adolescentes y los padres se alejen afectivamente (García Baceta, 2003; Fernández y Buela, 2007 y Flores, 2011). Estas distancias, evidencian posiciones cada vez más lejanas y enfrentadas entre los miembros, haciéndose presentes las crisis dados los escasos puntos de entendimiento; Sánchez, Ridaura y Arias (2010), relatan este aspecto como de orden prioritario en la tensión inicial producida en las relaciones familiares. Estas divergencias determinan en muchos casos la fragilidad de las estructuras familiares. Esta distancia afectiva produce que el diálogo se estanque y que las posturas se alejen. Las situaciones de conflicto son vividas por los adolescentes como ataques que penetran en su espacio individual, más que como una oportunidad para extraer experiencias positivas y aprender de los errores.

Lahire (2007: 26) refiere que “la familia ha perdido el monopolio del control de la educación infantil”. Ante esta argumentación, Mestre et al. (2007) consideran que es de suma importancia ejercer control y límites sobre los hijos adolescentes, ya que en ausencia de estas prácticas y desde la propia familia, se transfieren tanto los conflictos como los comportamientos violentos que no han podido ser atajados.

5.3. Apoyo social percibido

La familia constituye una importante fuente de recursos que permiten al adolescente afrontar con éxito los cambios asociados a la etapa de desarrollo madurativo, destacando entre estos el apoyo social proporcionado por los padres (Mestre et al. 2007) y las posibilidades que la red de relaciones intrínseca a ellos posibilita. En la mayoría de estas investigaciones se ha constatado la importancia del rol de los padres como fuente de apoyo en el ajuste afectivo y conductual de los hijos, incidiendo en padres, hermanos y adultos con ascendencia afectiva, como las principales estrategias para que los adolescentes puedan tejer redes de apoyo social positivas para su desarrollo.

Sin embargo, es muy escasa la producción científica que haya dedicado su objeto de análisis a la relación existente entre apoyo social y conducta inadaptada de los hijos adolescentes. Estudios como los de Lila y Buelga (1999) nos alentaron en que la falta de apoyo social de los padres repercutía en la conducta inadaptada de los hijos. Posteriormente, Musitu y García (2004) relacionaron la falta de apoyo social familiar con deficiencias en los niveles de ajuste psicosocial de los hijos adolescentes.

En este sentido, constituyen principalmente dos elementos, que consideramos de interés analizar:

– El primero de ellos, dedicado a los efectos que producía la presencia/ausencia de apoyo social familiar hacia los hijos adolescentes, hallando que el apoyo social ejercido directa y fluidamente de padres a hijos, constituye un efecto positivo en el ajuste psicosocial. Asimismo, cuando el apoyo es elevado, éste además ejerce de factor preventivo ante los circuitos de riesgo por los que atraviesan los adolescentes en su proceso de desarrollo (Chandler, Larnak y Bloosom, 2007). Sin embargo, la ausencia de apoyo y redes sociales positivas, condicionaban un elevado porcentaje de asunción de comportamientos inadaptados y por tanto de desajuste social.

– El segundo de ellos, refiere que el apoyo social cumple una función mediadora entre el riesgo asumido por el adolescente y las posibilidades de ajuste social, incidiendo en el efecto negativo que tiene el comportamiento de riesgo sobre el plano individual. Por tanto la calidad de las relaciones padres-hijos durante la adolescencia es una fuente importante de influencia, para generar una condición de ajuste social del adolescente, amparada en una red de apoyo social fuerte protegida desde el plano familiar.

En el ámbito de la delincuencia en adolescentes, se ha hallado evidencias significativas en que a elevados niveles de riesgo asumido por los adolescentes interactuando con altos niveles de apoyo familiar, han generado reducidos niveles de conducta desajustada. Es decir, el apoyo familiar, el hecho de seguir la opinión de los padres (Chu, 2005), compartir actividades de ocio con ellos u orientadas desde ellos (Claes, et al. 2005) y la satisfacción personal-familiar que los adolescentes perciben de sus relaciones sociales reducen en gran medida la asunción de comportamientos delictivos en esta etapa de desarrollo.

Sin embargo, los padres confían en la escuela como un recurso que ha de educar integralmente a los hijos, más que en una función instructiva y de aprendizaje curricular y de formación en valores (Parra, 2003 y Boethel, 2004), ello genera distancias que el adolescente puede aprovechar bien para potenciar sus responsabilidades en clave positiva o bien para adentrarse en una esfera compleja que en ausencia de apoyos y de una detección temprana podrá generar problemáticas vinculadas a su desarrollo madurativo y su relación con el medio escolar y familiar en el medio.

– Hemos señalado a esta adolescencia media, como el inicio en la autonomía que va configurando el adolescente. Ello incluye las relaciones socializadoras que mantiene la educación primaria y nuevos grupos de relación con los que realizará nuevos contactos, siendo el instituto o centro escolar según Daniels (2007) la plataforma indispensable para instrumentalizar y materializar los mismos. Se abre pues en esta etapa un abanico de nuevas posibilidades para el aprendizaje, la participación y también las relaciones de amistad, afectivas, lúdicas… etc, que favorecerán una dimensión nueva tanto para los padres como para los propios adolescentes, siendo el medio escolar, uno de los contextos más recurrentes (Matza, Kupersmidt y Glenn, 2001).

– Un apunte de interés parte de la idea que los padres de estos adolescentes de hoy, vivieron la experiencia propia de aprovechar una educación obligatoria regulada legalmente y de la posibilidad de culminar estudios primarios obligatorios, medios e incluso universitarios a diferencia de las generaciones anteriores. Sin embargo, ello no ha servido de óbice para evitar las dificultades e incluso transgresiones de sus hijos adolescentes en la escuela (Comellas, 2005 y Sánchez Liarte, 2006).