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OCTAVIO HERRERA PÉREZ. Oriundo de Matamoros, es doctor en historia por El Colegio de México. Ha sido profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Tamaulipas y actualmente es titular del Programa del Noreste del Museo de Historia Mexicana (Monterrey). Sus temas de interés son la historia del noreste y de la frontera, así como las relaciones de México y Estados Unidos y la cartografía de sus áreas, que incluyen el conjunto del continente americano.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

TAMAULIPAS

OCTAVIO HERRERA
 
 

Tamaulipas

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 1999
Segunda edición, 2010
Tercera edición, 2011
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

I. ESCENARIO GEOGRÁFICO TAMAULIPECO

EL ESTADO DE TAMAULIPAS FORMA PARTE de la República Mexicana y se localiza en el extremo noreste del país. Colinda con Estados Unidos, el Golfo de México y los estados de Nuevo León, San Luis Potosí y Veracruz. Se localiza entre los 97° y 100° de longitud oeste y entre los 22° y 27° de latitud norte. Por su territorio atraviesa el Trópico de Cáncer, situación que lo convierte en una frontera climática, biótica y continental. Tiene una superficie de 79 829 km2, lo que representa 4% del territorio nacional, y se integra por 43 municipios.

A vuelo de pájaro, la disposición fisiográfica de su territorio tiene la apariencia de un plano inclinado entre las eminencias de la Sierra Madre Oriental y el litoral del Golfo de México, cuyas llanuras se ven interrumpidas por serranías menores y son surcadas por tres ríos de importancia que forman sus propias cuencas dentro del país: el Pánuco-Guayalejo, el Soto la Marina y el Conchas. Otro de ellos es de extensión continental: el Bravo o Grande del Norte.

La Sierra Madre Oriental es un macizo montañoso que forma el flanco oriental del Altiplano Mexicano y la Mesa del Norte, desprendiéndose desde el Cofre de Perote hacia el norte, girando bruscamente a la altura de Ciudad Victoria para ir a culminar en los desiertos de Coahuila. Ocupa una gran porción del territorio meridional de Tamaulipas, donde se compone primero de una secuencia de cordilleras plegadas —que ascienden progresivamente en altitud hasta formar valles intramontanos y finalmente el Altiplano—, sobre las que existen otras formaciones montañosas, desprovistas de vegetación relevante, ya que el parteaguas pluvial quedó atrás, donde sí proliferan distintos escalonamientos de flora, desde el monte subtropical o espinoso hasta los bosques de encinos y de coníferas, lo mismo que la presencia singular del bosque mesófilo o húmedo de montaña en la Sierra de Guatemala, donde se localiza la reserva de la biosfera de El Cielo. Como altura promedio, la Sierra Madre en Tamaulipas tiene 2 000 metros sobre el nivel del mar (msnm), en tanto que en el Nudo de Miquihuana su altura es mayor y ahí se encuentra la máxima eminencia del estado, el Cerro Peña Nevada, de 3 500 msnm, cumbre compartida con el estado de Nuevo León.

Por su ubicación en la vertiente del Golfo de México, la Sierra Madre Oriental forma la colecta de agua de tres de las cuencas del estado. La del Río Guayalejo se forma casi en su mayoría dentro del territorio del estado, en tanto que las de los ríos Purificación-Soto la Marina y Conchas o San Fernando se originan en el estado de Nuevo León pero drenan al mar en Tamaulipas. El primero de los ríos nace en Palmillas, baja al Plan de Jaumave y llega a las llanuras costeras luego de atravesar un gran cañón que cruza la serranía; más adelante recibe los importantes afluentes del Sabinas, el Frío y el Mante, los tres formados por manantiales copiosos que surgen del gran receptáculo o “caja” de agua que es la sierra tamaulipeca. El Purificación nace del macizo de los cerros del Viejo y la Vieja, enclavados en la Sierra Madre, a la vez que recibe las aportaciones de los ríos Blanco y San Antonio; avanza por el centro del estado y es contenido en la presa Vicente Guerrero, en Las Adjuntas, donde cruza la Sierra de Tamaulipas y ya con el nombre de Soto la Marina busca el Golfo de México. El Conchas, a su vez, surge de las alturas serranas neoleonesas y forma en un tramo el límite interestatal, para luego recibir las corrientes del Río San Lorenzo y de los arroyos Burgos y Chorreras, para ir a drenar a la Laguna Madre, no sin antes formar las lagunas dulces de Anda la Piedra y Nacha.

Las llanuras tamaulipecas tienen dos clasificaciones fisiográficas. Una, en su mayor parte, se clasifica como un espacio costero aledaño al Golfo de México, en tanto que el resto, ubicado en el extremo norte del estado, forma parte de las praderas de Norteamérica. En el primer caso son interrumpidas por tres accidentes orográficos principales: la Sierra de Tamaulipas, la Sierra de San Carlos y el Bernal de Horcasitas. La primera de ellas es un complejo montañoso de formación geológica reciente, con una altura máxima de 1 450 msnm, formado por extensas plataformas elevadas con pocas escarpaduras. La segunda, de composición geológica más compleja y antigua, es más abrupta y alcanza la altura de 1 900 msnm. Por su parte, el Bernal es un impresionante relieve basáltico de 810 msnm en medio de la inmensa llanura. Otras elevaciones menores son las sierritas de Maratines y Pamoranes, ambas con nomenclatura de antiguos grupos indígenas.

Las llanuras costeras del estado también se dividen regionalmente. Las situadas al sur del Trópico de Cáncer pertenecen a la Huasteca y por ellas discurre el Río Guayalejo-Tamesí en su curso para unirse al Pánuco cerca de la Barra de Tampico. En términos ambientales, es una zona semitropical, caliente y más húmeda. En contraste, las llanuras ubicadas hacia el norte de esa demarcación continental son más secas y áridas, con un clima extremoso y cubiertas con la formación vegetal tipo monte espinoso o sabana de mezquite, mucho del cual ha sido desmontado para la utilización agrícola o ganadera de esas tierras, lo que ha traído en consecuencia la desertificación de algunas de esas áreas.

Más hacia el norte comienzan las llamadas Llanuras de Norteamérica, que ocupan en Tamaulipas apenas una parte del largo brazo geográfico extendido que tiene la entidad, desde el municipio de Mier hasta el de Nuevo Laredo. Por aquí es por donde el curso del Río Bravo busca su salida al mar. Tiene su origen en las Montañas Rocallosas, en el estado de Colorado, para enseguida discurrir hacia Nuevo México y llegar al antiguo Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez-El Paso, formando en un gran segmento la frontera México-Estados Unidos.

Aguas abajo el Bravo recibe al Río Conchos, proveniente de la Sierra Madre Occidental, y ya en su curso bajo capta las de los ríos Salado, Álamo y San Juan, que se forman en los planos inclinados del oriente de Coahuila, en la Sierra de Picachos y en la Sierra Madre Oriental, respectivamente. A su paso por este segmento el Bravo es retenido en la presa Falcón, en tanto que el San Juan alimenta la presa Marte R. Gómez, en ambos casos para irrigar originalmente los distritos de riego números 25 y 26. Por último, el Bravo desemboca en el Golfo de México, donde antes existía un extenso delta que dio lugar en antiguas épocas geológicas a la formación de grandes lagunas costeras, tanto al norte como al sur.

La Laguna Madre tamaulipeca es un inmenso cuerpo de agua de unos 180 km de largo y una anchura variable que en su parte más extensa es de 30 km; es decir, es un auténtico mar interior, con la presencia incluso de un sistema insular, pero con la característica de ser una albufera, esto es, que sus aguas son más saladas que las del mar en virtud de la alta salinidad que generan los rayos del sol. Se trata de la mayor laguna en su tipo en el país y en el mundo. Está separada del Golfo de México por delgados islotes de arena que en forma natural formaban barras, las que han sido dragadas para mantener el flujo y el nivel del agua. Dadas sus condiciones ambientales y ecológicas, su suelo lodoso está cubierto por un zacate subacuático que es el hábitat y el sitio de anidación de numerosas especies marinas altamente comerciales para las actividades pesqueras.

En cuanto a la condición climática y ambiental del estado, si bien se han experimentado notables cambios en las décadas recientes tanto a escala local como en el mundo entero en virtud del sobrecalentamiento por el efecto invernadero, en Tamaulipas predominan los climas cálidos, con lluvias en el verano, en tanto que en las zonas serranas la temperatura es templada, como también se observa en las llanuras durante el otoño y el invierno, a no ser, en esta última época, que se dejen sentir las masas polares de los llamados “nortes”, cuando descienden notablemente las temperaturas y se pueden presentar heladas.

Dada su ubicación geográfica costera en el Trópico de Cáncer, el territorio de Tamaulipas siempre ha estado muy expuesto a los fenómenos meteorológicos llamados huracanes, que se generan en el Océano Atlántico, el Mar Caribe y el propio Golfo de México.

II. LA ANTIGÜEDAD INDÍGENA

DESDE LOS ORÍGENES DEL HOMBRE AMERICANO, el territorio de Tamaulipas fue un corredor de la migración humana que pobló el continente. Más tarde fue uno de los escenarios de la sedentarización humana y del surgimiento de las civilizaciones indígenas por medio de la domesticación del maíz y la invención de la agricultura. Posteriormente, en tres regiones de su territorio se desarrollaron pueblos pertenecientes al patrón cultural de Mesoamérica: la Sierra de Tamaulipas, la Sierra Madre Oriental y la Huasteca, mientras que hacia el norte se definió la frontera con los indios nómadas, pertenecientes a Aridoamérica.

Es un hecho científicamente documentado que el origen y la evolución de la especie humana se dieron en el bloque continental África-Asia. De la misma manera se reconoce que su difusión hacia América se debió a corrientes migratorias propiciadas por un puente terrestre intercontinental creado por las glaciaciones durante el Pleistoceno. Hace unos 50 000 años los primeros grupos humanos poblaron el nuevo continente y dieron lugar a los indios americanos.

La presencia humana primitiva en Tamaulipas se registra en el Pleistoceno (30000-10000 a.C.), con bandas de cazadores-recolectores. Primero se identifica la tradición de los cazadores de megalofauna, tipificada por puntas de proyectil Clovis (12000-8000 a.C.); después aparecieron las puntas Folson (ca. 7500 a.C.), y en seguida las puntas Plainview (7000-5000 a.C.). Otra tradición primitiva fue la llamada del desierto, presente en gran parte del norte de México, que permaneció viva desde la prehistoria hasta el contacto con los españoles. No se desarrolló entonces el uso de la agricultura, pues la subsistencia se basaba en la recolección y la caza.

En Tamaulipas existen tres sitios prehistóricos explorados arqueológicamente: el Cañón del Diablo, en la vertiente oriental de la Sierra de Tamaulipas; los lomeríos aledaños al Río Bravo, a la altura de la presa Falcón, y un área localizada al norte de Xicoténcatl. En el primer sitio hay evidencias de la existencia de vida humana 12 000 años antes de nuestra era; definido como complejo Diablo, en este lugar se encontraron artefactos toscos como navajas, machacadores y raspadores lasqueados por percusión y presión, así como fragmentos de huesos de caballo fosilizados. Los grupos humanos se componían de pequeñas bandas de familiares que vagaban en busca de animales pequeños y algunos vegetales. Acampaban temporalmente y sólo algunas veces mataban mamíferos mayores.

En el Río Bravo hay pruebas de que los primeros hombres se asentaron allí 10 000 años antes de nuestra era, y más tarde se inició la etapa Paleoindia. En fases posteriores, la ocupación constante de las riberas del río aumentó la población de los cazadores-recolectores primitivos, que entre 8000 y 6000 a.C. elaboraban una variedad de puntas de proyectil llamadas Plainview, Golondrina, Angostura y Scottbluff. En el municipio de Xicoténcatl, en las faldas erosionadas de unas mesas cercanas al Río Guayalejo, se han detectado muestras prehistóricas con una antigüedad de 9 000 años antes de nuestra era, materializadas en herramientas burdas y en restos óseos del proboscideo Mammuthus cf. imperator, así como en algunos artefactos líticos rústicos.

El cambio de la vida primitiva a la civilizada ocurrió cuando estos grupos empezaron a cultivar el maíz, con lo que se estableció la vida agrícola y sedentaria, según lo demostró el arqueólogo norteamericano Richard MacNeish, a quien debemos la periodización cultural de la que enseguida se hace un recuento. En la Sierra de Tamaulipas, luego del complejo Diablo, siguió la fase cultural Lerma, un estadio previo a la sedentarización (ca. 6700 a.C.). Los hombres primitivos dejaron de ser predominantemente tramperos para convertirse también en recolectores de alimentos vegetales, y fue cuando empezaron a cultivar calabaza. Entre las variedades silvestres que consumían hubo diferentes clases de frijoles, chile y amaranto. Usaban utensilios de piedra como cuchillos y muelas, morteros con mango y mazos. Las incipientes cosechas motivaron la socialización y el arraigo, y se formaron campamentos más estables a los que acudía gran número de familias, aunque divididas en bandas unifamiliares durante la época de estiaje y escasez.

MAPA II.1. Geografía cultural del Tamaulipas prehispánico

El hallazgo de entierros sugiere la existencia de sacerdotes o chamanes que dirigían las ceremonias del culto a la muerte. Hacia 5000 a.C. se perfiló la fase Nogales, definida por la domesticación experimental de plantas, que sólo significaban 10% de los alimentos consumidos; el resto era producto de la recolección, la caza o la captura con trampas. Entre las plantas estaban algunas variedades de calabaza, amaranto, zapotes blancos y negros, chile, frijol y maíz. Las herramientas de piedra tuvieron poca evolución, aunque se fabricaron los antecesores del metate con mano.

Mil quinientos años después se inició la fase denominada La Perra, que comenzó con la sedentarización y el establecimiento de comunidades indígenas permanentes. Ocurrieron cambios significativos para la agricultura al consolidarse el cultivo del maíz con una hibridación evolutiva bastante clara entre 3600 y 2500 a.C., especialmente del tipo nal-tel en su forma temprana, maíz que aún existe en México. La continuidad de este proceso derivó en el cultivo pleno del maíz híbrido, y apareció también la cerámica. Había acontecido una verdadera revolución agrícola, que permitió la paulatina maduración de la vida aldeana y el consiguiente progreso que sentó las bases para las culturas urbanas con un alto nivel de civilización, como el que se dio en la zona nuclear de Mesoamérica.

La cultura mesoamericana en la Sierra de Tamaulipas se definió durante la fase arqueológica Laguna (650-50 a.C.), que se caracterizó por el establecimiento de numerosas aldeas, desde dos o tres casas hasta grandes poblados con 400 casas, de planta ovalada y paredes de bajareque, construidas sobre plataformas circulares y recubiertas con piedras lajas. Había plazas con templos alrededor donde destacaba un cúe principal, con una altura de tres a 10 metros, en forma de cono o pirámide truncada. Esta simple planificación y construcción sugiere la existencia de un gobierno quizá de tipo sacerdotal. La agricultura representaba 42% de la alimentación; el resto provenía de la recolección de frutas y plantas silvestres (50%) y de la cacería (8%). Se cultivaba maíz de varias especies, frijol, mandioca, calabaza (Cucubita pepo), guajes (lagenaria) y chile. Los implementos eran el metate con un soporte angular, manos circulares y rectangulares, morteros y tejocotes, azuelas rectangulares de piedra pulida, navajas prismáticas de obsidiana y machacadores de piedra para tratar cortezas. Se construyeron depósitos de agua en las poblaciones, lo que hace evidente el trabajo comunitario. La cerámica desarrolló el modelaje de figurillas humanas y de sonajas y flautas de barro. También se tejían telas de fibra de maguey, de yuca y de algodón, y se elaboraban petates o esteras de palma. Para la cacería se empleaba el átlatl o lanzadardos. Como mesoamericanos, estos hombres rendían culto a la muerte con ofrendas y cementerios, pues, además de realizar entierros múltiples y secundarios, inhumaban en vasijas o urnas.

La fase Eslabones (50 a.C.-450 d.C.) fue una continuación cultural. Apareció entonces el juego de pelota, como se aprecia en las ruinas de San Andrés y San Antonio Nogalar. Los tanques o represas se construían de piedra y eran de grandes dimensiones. Hubo pueblos extensos hasta con 1 000 casas, asentados en lugares planos o en lo alto de los cerros, como la Laguna de Moctezuma, El Pueblito, Guadalupe, Los Laureles y El Sabinito. En estos sitios se encuentra un núcleo central constituido por una plaza principal y otras secundarias, pirámides con gruesas alfardas, adoratorios, terrazas, calzadas y conjuntos residenciales a su alrededor, lo cual denota la existencia de una autoridad central con una visión urbanista, aunque ningún asentamiento sugiere que haya desempeñado el papel de capital, de lo cual se deduce que el poder político se ejerció en pequeños señoríos o cacicazgos. Respecto al arte, aparecen figurillas de barro elaboradas en moldes tipo retrato, al estilo teotihuacano, lo que indica las relaciones comerciales con la Mesoamérica nuclear.

El siguiente estadio cultural fue La Salta (490-900 d.C.), cuando ya se nota la decadencia de los pueblos y, por ende, la declinación del poder de los gobernantes. Se construyeron estructuras arquitectónicas en forma de caracol, como en El Pueblito, y cerámica esgrafiada zaquil negra, similar a la elaborada en la Huasteca. En esta etapa culminó la civilización mesoamericana en la Sierra de Tamaulipas.

La más definida y típica área cultural mesoamericana en Tamaulipas fue la Huasteca, que floreció a lo largo de la cuenca baja del Guayalejo-Tamesí, en los valles intermontanos de la Sierra Madre y en una pequeña área del Altiplano. Esta cultura, que abarcó también porciones de los actuales estados de San Luis Potosí, Veracruz, Querétaro, Hidalgo y Puebla, da nombre a todo un contexto regional geográfico, ecológico y cultural que aún permanece: la Huasteca.

Los huastecos son la rama tenek del tronco lingüístico mayense; quedaron separados del resto y evolucionaron con características propias a lo largo de la historia prehispánica. Esta cultura tuvo una etapa formativa en las fases de Pavón, Ponce y Aguilar (1400-500 a.C.), conforme a las investigaciones hechas por el arqueólogo estadounidense Gordon Ekholm en el área aledaña a Tampico, caracterizadas por comunidades agrícolas agrupadas en pequeñas aldeas. Más tarde se definieron seis nuevos horizontes culturales, comenzando con los denominados I y II —Chila y El Prisco—, relacionados con la etapa formativa tardía de Mesoamérica; los periodos III y IV —Pitahaya y Zaquil—, que corresponden al Clásico, y las etapas V y VI —Las Flores y Pánuco—, vinculadas con las culturas del centro de México y Veracruz, coincidiendo al final con el arribo de los españoles a la Huasteca. Una nueva propuesta arqueológica paralela eslabona las fases denominadas Pujal, Tampoán, Tantuán I, Tantuán II, Coy, Tanquil, Tamul y Tamuín, con una temporalidad que abarca desde 1600 a.C. hasta 1550 de nuestra era.

Los numerosos pueblos huastecos se distribuyeron en su mayoría en terreno llano y abierto, con uno o varios centros ceremoniales rodeados de pirámides (algunas de ellas enormes túmulos), plataformas rectangulares y áreas residenciales. Construyeron juegos de pelota y emplearon la decoración de pinturas murales. Sin embargo, los asentamientos reflejaban falta de rigidez en la planificación de los centros urbanos, aunque tenían una arquitectura sobria, que contrasta con la complejidad monumental de la Mesoamérica nuclear. Entre los numerosos sitios de estas características que existen en Tamaulipas, cabe mencionar las zonas arqueológicas de Las Flores, Tancol, Celaya, Vista Hermosa, Tanguanchín, Librado Rivera y Tammapul.

Los huastecos no constituyeron un Estado, sino que conformaron políticamente un conjunto de señoríos o cacicazgos sin más cohesión que su cultura. Esta ausencia de instituciones mayores se manifestó en la sencillez de sus asentamientos. Sin embargo, poseyeron una estratificación social tipo piramidal, con dignatarios nobles, sacerdotes, militares y mercaderes en la cúspide, y en la base plebeyos, macehuales y esclavos. Socialmente, el pueblo se integraba por familias nucleares, pero se aceptaba la poligamia entre los caciques.

Los huastecos eran gente de baja estatura, braquicéfalos (“chatos”). Se deformaban el cráneo, se mutilaban los dientes y se perforaban el tabique nasal y el pabellón auricular. También se pintaban el pelo de diversos colores y se embijaban la piel; usaban brazaletes y medias calzas de pluma en brazos y piernas, y portaban elaborados tocados o simples gorritos cónicos. Su atuendo principal era una vistosa manta, conocida como centzontilmatli, y complementaban su ornamentación con joyas de jade, chalchihuites, cascabeles, pendientes y pedernales. Fueron diestros alfareros, toda vez que elaboraron una fina cerámica y grandes cantidades de figurillas tipo retrato. Destacaron como escultores y representaron continuamente a las deidades de la fertilidad; la célebre escultura El adolescente caracteriza el alto grado de perfección alcanzado en este arte. En Tamaulipas han sido localizadas recientemente dos piezas notables: una diosa Ixcuinan, en Altamira, y un señor de la muerte o Ajhactictamtzemlab, en El Mante. Por ser un pueblo costero, los huastecos fueron hábiles para trabajar la concha y elaboraron diversos objetos con materiales marinos, como los pectorales hechos con caracol strimbus o echecailacózcatl, en los que labraban escenas mítico-religiosas. Desarrollaron también la metalurgia, principalmente de cobre, con la que fabricaron adornos e implementos simbólicos, como pequeñas hachas y cascabeles; un descubrimiento notable de cascabeles se hizo recientemente en una excavación arqueológica de un entierro en Tierra Alta, Tampico, que incluyen fragmentos de textiles, alhajas de oro, jadeíta y concha.

En la Huasteca se generó una vigorosa expresión religiosa ligada a los fenómenos de la naturaleza; de ahí la aportación de trascendentales elementos a la visión cosmogónica mesoamericana. Tlazoltéotl es una deidad huasteca perfectamente identificada con atributos ligados a los placeres carnales, las inmundicias y la lujuria; los mexicas la conocieron como Ixcuina y estigmatizaron sus rituales al considerarlos sucios, perversos y amorales. Ehécatl, el dios del viento y la lluvia, posiblemente de origen huasteco, era el encargado de regular los fenómenos meteorológicos a favor de las cosechas; invariablemente era ligado a Quetzalcóatl, dios mayor de Mesoamérica, en cuya concepción se perciben las influencias de los huastecos. La práctica de la hechicería fue común en la Huasteca, ejecutada por magos-hechiceros que fungían como prestidigitadores.

Por carecer de códices de la época prehispánica y de documentación importante de los siglos XVI y XVII, es difícil reconstruir la cosmogonía religiosa de la Huasteca. No obstante, existe noticia sobre su mito primigenio, que señala a los cuaxtecas como nativos de la provincia de Cuextlan, llamados a sí mismos pentecas o panotecas, o sea, “hombres del lugar del pasadero”, por habitar en la provincia de Pánuco, Pantlán, Panotlan o Pancayan, es decir, “el lugar por donde pasan a orillas o riberas del mar”.

También hay referencia a una antigua migración, en busca del mítico Tamoanchán, dirigida por sabios en números, ciencias, artesanías, cuenta de los días, astrología y religión. Fue cuando ocurrió la invención calendárica y se descubrió el pulque en el monte de Chichinauhtia, donde el jefe Cuaxtecatl lo bebió y se embriagó, poniendo al descubierto sus genitales; pasada la borrachera, la culpa lo obligó a retirarse con su gente a Panutla. Dicha mitología enraizó entre los huastecos los rituales de la embriaguez, el desnudismo, la sodomía y el culto a la fertilidad y al falo.

Fragmentos de la historia prehispánica de la Huasteca se consignan en las crónicas toltecas, chichimecas y mexicas. Los toltecas se asentaron temporalmente en esa región durante su migración, que culminó en Tollan o Tula. Más tarde, hacia el siglo XIII, coincidiendo con el colapso de Tula, aparecieron los chichimecas y su caudillo Xólotl, quien se casó con la princesa huasteca Tomiyau. En esta época se inició el predominio de los pueblos de habla nahoa en la Mesoamérica nuclear. Durante el reinado de Moctezuma I (1450-1560 d.C.), la Triple Alianza organizó una incursión militar sobre la Huasteca que sojuzgó a los señoríos aledaños a Tuxpan, pero sin generar una ocupación permanente, ya que Axayácatl los reconquistó en 1475. Tizoc reanudó las campañas pero, al fracasar contra el señorío de Meztitlán, perdió influencia en la costa; por ello su sucesor, Ahuizotl, emprendió una enérgica ofensiva para ocupar gran parte de la zona. Tras la caída de Tenochtitlan, esta región fue una de las primeras en ser ocupadas por los españoles, al mando del propio Hernán Cortés, quien estableció Santi Esteban del Puerto (Pánuco, Veracruz).

El horizonte arqueológico Infiernillo corresponde al inicio de la secuencia cultural en la Sierra Madre Oriental, en la región de Ocampo, entre 7000 y 5000 a.C., cronología propuesta también por el arqueólogo Richard MacNeish. Entonces, los primitivos pobladores dejaron de ser esencialmente tramperos y cazadores para comenzar a recolectar vegetales. Basaban 50% de su alimentación en la cacería y en el uso de trampas, 49% en la recolección y sólo 1% en la incipiente agricultura. Entre las variedades de plantas recolectadas estaban la opuntia (tuna), el Phaseolus coccineus (frijol), el capsicum (chile) y el agave (maguey); la calabaza fue su primera planta cultivada y no conocían aún el maíz. En ese tiempo se elaboraron puntas de proyectil tipo Abasolo y Almagre, muelas de piedra pulida, morteros con mango y mazos, lo mismo que cestería. Las microbandas estacionales caracterizaron el periodo; estaban compuestas por familias nómadas, cazadoras-recolectoras, que se reunían temporalmente cuando maduraba la floresta y acampaban para explotar sus recursos y cultivar plantas. Enterraban a sus muertos, lo que sugiere la existencia de sacerdotes o de médicos-brujos.

La fase Ocampo (4000-2300 a.C.) continuó el proceso de evolución, que se distinguió por la aparición del maíz, al que se agregó el frijol verde (Phaseolus vulgaris), el carthammus y la setaria (mijo cola de zorro). La alimentación se integraba en 70% a 80% de la recolección; las plantas domesticadas representaban de 5% a 8% del total. La tecnología produjo puntas de proyectil tipo Nogales, Almagre y Abasolo y se desarrolló una activa manufactura de fibras vegetales duras para producir petates, telas, sandalias, mecates, redes, trampas y bolsas. La sociedad se componía de macrobandas con hábitos de nomadismo y sedentarismo cíclicos. Siguió la fase Flacco (2300-1800 a.C.), que se caracterizó por la presencia de más agricultura (20%), mientras las plantas recolectadas constituían 65%. Hubo nuevas plantas, como el alos, el helianthus annusvar, el lenticularis (girasol), la yuca y el amaranthus. Las puntas de proyectil características fueron las de tipos Palmillas, Almagre, Gary, Abasolo, Flacco y Tortugas. La cestería se desarrolló y proliferaron los morteros, muelas, metates y manos. El tipo de organización comunitaria era de macrobandas semisedentarias, con casas permanentes. Durante el Horizonte Guerra (1800-1400 a.C.) predominó la elaboración de abundantes artefactos y un cambio fundamental en la dieta humana. La subsistencia proveniente de la agricultura ya era de 30%; se cultivaban nuevas plantas y más variedades de las anteriores, como la Cucurbita moschata. Se implantó un menú alimentario más completo con base en maíz, frijol, calabaza y setaria, y disminuyó el consumo de agave, opuntia, frijol y huesos. El algodón hizo su aparición, y no se observaron cambios importantes en la lítica. El patrón de organización social fueron las macrobandas radicadas en pequeños asentamientos tipo villas y que ocupaban las cuevas en diversos ciclos.

La transición entre el nomadismo y el sedentarismo ocurrió en el Horizonte Mesa del Guaje (1400-400 a.C.), cuando ya hubo villas en forma y se inició la elaboración de cerámica y figurillas de barro. Surgieron individuos especializados como brujos, chamanes, acróbatas y músicos; es decir, se practicaba intensamente la magia, la adoración de tótems y el culto a la tierra y al agua en las festividades agrícolas. Aquí, como en otras partes del México antiguo, se fue perfilando la simiente cultural de Mesoamérica. La agricultura aportaba 40% de la subsistencia; la recolección de plantas silvestres, 50%, y sólo 10% provenía de la cacería. Aparecieron plantas como la teosinta, el prosopis, la legenaria, la tillandsis usnecides y el T. usneoides (“musgo español”), típico de los bosques de lluvia tropical, o rain forest, característico de la vertiente pluvial de la Sierra Madre.

Palmillas (50-900 d.C.), el periodo de mayor apogeo cultural en la sierra, coincidió con el Clásico y el Posclásico de Mesoamérica. Existió una concentración de la población, presente en numerosas villas, cuyos habitantes tenían casas tipo choza construidas sobre plataformas que formaban barrios. Erigieron centros ceremoniales compuestos por pirámides, plazas, plataformas y juegos de pelota —de los que son ejemplo las ruinas de San Lorenzo de las Vallas—, lo cual revela la existencia de un gobierno quizá de tipo sacerdotal. La agricultura se consolidó con el manejo y aprovechamiento de una amplia variedad de plantas. Tres razas de maíz híbrido se produjeron: el breve Padilla, el dzi.-bacal y el nal-tel, además del temprano nal-tel sin hibridar. También se cultivó el tabaco. La proporción de la dieta proveniente de las plantas domesticadas era de 45% y la recolección aportaba 50%. La cerámica monocroma presentaba distintas formas para el uso utilitario o ritual. Se elaboraron figurillas de barro modeladas, o bien, hechas en moldes estilo Teotihuacan. Igualmente hubo pipas, tal vez las más antiguas de Mesoamérica, cuya influencia pudo provenir de la cuenca del Misisipi. La manufactura de cestería tuvo pleno desarrollo y fueron perfeccionados los instrumentos de piedra.

Recientemente, los trabajos realizados por el arqueólogo Jesús Nárez han revelado nuevos datos sobre la historia antigua de Tamaulipas en otra zona de la Sierra Madre Oriental: el Balcón de Montezuma, un sitio localizado en lo alto de la montaña frente a Ciudad Victoria, donde existen otros sitios similares, incluso más complejos, como Antonio de las Ruinas. La cronología del sitio abarca desde el Clásico hasta el siglo XVI. Hubo allí notables obras de nivelación para fincar el asentamiento que denotan la planificación propia de un grupo organizado. El área principal se componía de dos plazas rodeadas de plataformas circulares de piedra, que servían de base para templos y residencias de la clase dominante. Una gran escalinata construida sobre una pendiente enlazaba el área principal con otro núcleo, actualmente destruido, situado en una cota inferior del cerro; aunque una hipótesis reciente, planteada por el arqueólogo Gustavo Ramírez, sugiere que se trata de terrazas de cultivo.

Sus constructores elaboraron también abundantes objetos de molienda y una lítica burda de piedra caliza, así como cuchillos, tajadores, raspadores y raederas. Emplearon el pedernal negro para puntas de proyectil, pero muy poco la obsidiana, porque no existía en su entorno y su comercio era limitado. Las puntas de proyectil tuvieron gran variedad tipológica y estuvieron relacionadas con tradiciones tanto de Aridoamérica como de Mesoamérica, con una temporalidad muy amplia. Los huesos de animales —como las astas de venado— fueron aguzados a manera de punzones o se usaron en ritos religiosos típicos de los grupos del desierto. Un rasgo destacado de esta cultura fueron las pipas de barro, que denotan contactos comerciales distantes, particularmente con los pueblos de Texas o más al norte. Las pipas eran sencillas y de varios tipos, como las de cazoleta antropomorfa, tipo retrato, que representaban personajes de rostro tatuado o escarificado, una práctica común en los nómadas norteños.

La cerámica era utilitaria y eminentemente local en cuanto a materia prima, elaboración y estilo; no obstante, manifiesta algunas influencias mesoamericanas. La arcilla empleada era de baja calidad, y la técnica de cocimiento, rústica. Aunque se desconoce su capacidad agrícola, que debió de ser reducida, la dieta presumiblemente se basaba en maíz, frijol y calabaza, complementada con la caza y captura de animales de la sierra, como tortugas, roedores, aves, venados, zorrillos, reptiles, ardillas, cacomixtles, tejones, zorras, conejos y tapires. La recolección incluía palmito, maguey, nopal, chile y otros vegetales.

Se enterraba a los muertos bajos los basamentos, generalmente en posición sedente, sin ser esto un patrón específico; algunos eran cubiertos con una capa fina de lodo. Las inhumaciones eran sencillas, con escasos ornamentos, como ollitas ceremoniales y algunos objetos de procedencia externa, entre ellos conchas marinas, caracoles, cuentas y piedrecillas semipreciosas, como bien lo documentó la arqueóloga Araceli Rivera. Su religión y su cosmogonía son desconocidas, pero hay pruebas de que se guardaba respeto por la muerte y de que había altares en las dos plazas principales. La presencia de cristales de cuarzo, artículos importados, denotan un uso ritual.

Una excepción a la regla del arcaísmo entre los grupos norteños tamaulipecos fue la manifestación cultural que se desarrolló en el delta del Bravo alrededor del año 1100 de nuestra era, caracterizada por la manufactura de miles de ornamentos de concha finamente elaborada, por contactos comerciales ligados a la exportación de productos concheros y a la importación de jadeíta, obsidiana y cerámica, especialmente de la Huasteca, así como por el empleo de cementerios para enterrar a los muertos. Esta cultura se identifica con el nombre de complejo Brownsville, vinculado a otro denominado Barril, una tradición similar detectada en el lado mexicano del Río Bravo.

En cuanto a la ubicación de la frontera entre Aridoamérica y Mesoamérica, las fuentes coloniales señalan que para el siglo XVI se encontraba a orillas del Pánuco, es decir, que tuvo un desplazamiento hacia el sur. Esto significa que durante el Posclásico se colapsaron o involucionaron las manifestaciones culturales situadas en la Mesoamérica septentrional o marginal, lo que parece confirmarse arqueológicamente en la Sierra de Tamaulipas, donde la fase Los Ángeles (1200-1750 d.C.) ya no tiene conexiones con las anteriores típicamente mesoamericanas y muestra un claro retroceso cultural. Las cuevas se volvieron a habitar, pero también había algunos poblados semipermanentes y sin estructuras religiosas en algunos asentamientos antiguos. La cerámica era exclusivamente doméstica, y aunque se practicaba la agricultura, aumentaron considerablemente la caza y la recolección. En esta época se importó cerámica y cobre de la Huasteca del periodo VI. No se conoció el algodón y desaparecieron las azuelas rectangulares del Clásico. El arco y la flecha constituyeron el arma principal, y se utilizaron boquillas para fumar y flautas de caña para emitir sonidos musicales elementales.

Un caso similar de retroceso se apreció en la Sierra Madre Oriental en torno de la región de Ocampo, evidente en la fase San Lorenzo (1000-1500 d.C.). En la agricultura desaparecieron muchas plantas cultivadas anteriormente, como el teosinte, el girasol y algunas variedades de maíz y calabaza, y una de las plantas básicas de la dieta fue la Manihot dulcis (cazabe). No obstante lo anterior, 40% de la alimentación se integró con plantas domesticadas, lo que aumentó la cacería en 10%. Son poco conocidos los patrones sociales de este horizonte, pero al parecer hubo tendencia a abandonar la vida urbana. Hubo cerámica de pocos tipos, sin figurillas, y cierto desarrollo en la fabricación de instrumentos líticos punzantes y de corte. El último horizonte cultural en la Sierra Madre fue el San Antonio (1500-1750 d.C.), que coincidió con los tiempos históricos de la conquista de México y de la costa del Seno Mexicano. Aunque agricultores, los grupos tenían un nivel cultural mucho menos complejo. Sus plantas domesticadas fueron una o dos variedades de maíz, frijol, chile y calabaza, así como tabaco y algodón. Su cerámica era pobre y carente de decoración. En este tiempo el arco y la flecha se impusieron sobre el átlatl. La estructura social se formaba de pequeñas comunidades tipo ranchos, con casas ovales; además, se ocuparon otra vez las cuevas y se reanudó la práctica del seminomadismo.

Finalmente, en tiempos ya históricos, Tamaulipas fue ocupado en su mayor parte por un mosaico de grupos y tribus nómadas denominados comúnmente “chichimecas”. En la parte norte predominaron un sinnúmero de grupos vinculados a los troncos lingüísticos coahuilteca, comecrudo y otros. En la región meridional destacaron por su presencia histórica los indios janambres, pintos, bocas prietas y palahueques, mientras que la Sierra de Tamaulipas estuvo habitada por numerosos grupos que aprovecharon las tradiciones agrícolas antiguas, como los mariguanes. En lo que se refiere a la Sierra Madre Oriental, en esa época predominaban los pisones y se distinguían algunas parcialidades como los naolas y los seguyones.