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JESÚS GÓMEZ SERRANO. Doctor en historia por la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor del Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Es autor de muchos libros y artículos referidos a diversos aspectos y épocas de la historia de Aguascalientes. Su trabajo le ha valido varios reconocimientos, entre otros el Premio Nacional de Historia Francisco Javier Clavijero, concedido por el INAH, y el Premio de Historia Regional Mexicana Atanasio G. Saravia, concedido por Fomento Cultural Banamex.

FRANCISCO JAVIER DELGADO AGUILAR. Maestro en historia moderna y contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr.7. José María Luis Mora y candidato a doctor en historia por El Colegio de México. Ha publicado artículos sobre historia política y urbana de México en los siglos XIX y XX. Es autor del libro Jefaturas políticas. Dinámica política y control social en Aguascalientes, 1867-1911.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

AGUASCALIENTES

JESÚS GÓMEZ SERRANO
FRANCISCO JAVIER DELGADO AGUILAR
 

Aguascalientes

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010
Segunda edición, 2011
   Primera reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

I. LA FORMACIÓN DEL TERRITORIO

EL ESTADO DE AGUASCALIENTES se encuentra en el centro-norte de la República Mexicana, entre los paralelos 21°28’03” y 22°28’06’’ de latitud norte y los meridianos 101°53’09” y 103°00’51” de longitud oeste. Por el norte, oeste y noreste limita con Zacatecas, y por el sur, este y sureste con Jalisco. Junto con Tlaxcala, Morelos y Colima, el de Aguascalientes es uno de los estados más pequeños del país, con una extensión estimada de 5 600 km2, aunque la inexistencia de límites oficiales entre los estados de Jalisco y Aguascalientes dificulta un cálculo exacto.

Es importante tener en cuenta que los límites geopolíticos del estado no coinciden con los de la región cuyas actividades han girado históricamente en torno a la ciudad de Aguascalientes. Esta falta de coincidencia entre las unidades geohistóricas y las entidades político-administrativas es bastante frecuente. En el caso de Aguascalientes las diferencias son particularmente notables por el oriente, pues con certeza puede afirmarse que la mayor parte del Llano del Tecuán tuvo en Aguascalientes su principal foco de atracción. Esta hegemonía, de la que ya hay vislumbres en el siglo XVII, se consolidó en el XIX, cuando la ciudad de Aguascalientes se liberó de la tutela política zacatecana y se erigió en capital de un departamento independiente, lo que fue un auténtico detonador de su desarrollo económico y social. De manera sintomática, los límites de la región históricamente dominada por la ciudad de Aguascalientes corresponden menos a los de la entidad política que a los de la diócesis religiosa, que incluye, aparte de las municipalidades aguascalentenses, buena parte de las de Ojuelos, Encarnación de Díaz, Teocaltiche y Villa Hidalgo, pertenecientes a Jalisco, así como porciones de las de Loreto y Villa García, pertenecientes a Zacatecas. No es una casualidad que por lo menos en tres ocasiones los vecinos de la villa de La Encarnación hayan intentado separarse de Jalisco y agregarse a Aguascalientes. Por su parte, los trabajos de regionalización económica que se han hecho durante los últimos años coinciden en darle a la región que se aglutina alrededor de la ciudad de Aguascalientes una extensión mayor que la que tiene el estado. Como tendremos oportunidad de ver a lo largo de este libro, estas diferencias tienen una explicación histórica.

Desde el punto de vista de la conformación geológica es notable que el Valle de Aguascalientes, un corredor más bien estrecho que va de sur a norte, divida al estado en dos partes casi iguales. La mitad oriental pertenece a la provincia geológica de la Mesa Central y sus formaciones rocosas más importantes provienen del periodo terciario; la otra mitad forma parte de la provincia de la Sierra Madre Occidental y en su estratigrafía hay pequeños afloramientos que datan del periodo jurásico, es decir, de una edad geológica anterior a la que cubre el periodo terciario. A estas dos provincias principales debe agregarse el Eje Neovolcánico, que hace por el sur una pequeña penetración en el estado de Aguascalientes, el cual conforma una “zona de transición” entre la altiplanicie meridional, que comprende los estados de Guanajuato, Querétaro y el Distrito Federal, así como partes de los de Zacatecas, Michoacán, Hidalgo y Jalisco, y la altiplanicie septentrional, que abarca los estados de Coahuila, Chihuahua y Durango, al igual que la mayor parte del de Zacatecas.

El Valle de Aguascalientes se encuentra a una altitud promedio de 1 800 metros sobre el nivel del mar, aunque en las partes más altas de la Sierra Fría, que divide por el poniente el estado del de Zacatecas, se rebasan ligeramente los 3 000 m (la mayor altura se encuentra en el Cerro de La Ardilla, de 3 050 m). El Valle de Huejúcar, que forma una pequeña pero bien definida depresión del imitada por la Sierra Fría y la Sierra del Laurel, tiene casi la misma altura que el de Aguascalientes, aunque un poco más al sur, en Jalpa, desciende hasta 1 450 m. En sus puntos más altos (el Cerro de La Antorcha y el de los Díaz), la Sierra del Laurel alcanza 2 800 m. Al oriente, las mesas que forman el Llano del Tecuán se encuentran a una altitud media de 2 200 m, con algunas prominencias (el Cerro del Espía y la Mesa del Toro) que alcanzan 2 700 metros.

La temperatura media anual que se registra en el estado oscila en torno de 17°C. Las temperaturas mínimas ocurren en enero, con valores de alrededor de 13°C en promedio, y las más altas en junio, cuando el termómetro promedia valores cercanos a 25°C. En general, durante los últimos 100 años el clima parece haberse vuelto mucho más extremoso, sobre todo en la estación cálida, en la que los termómetros rebasan con frecuencia 35°C. Si tomamos como referencia los registros que hizo el ingeniero Miguel Velázquez de León en su hacienda de Pabellón en 1873, año en el que la máxima temperatura alcanzada fue de 30°C, tendremos una idea de la magnitud de los cambios que se han operado en el clima de la región. Las perturbaciones son aún más acentuadas si advertimos que se han operado en un lapso de sólo un siglo, insignificante en comparación con la edad del planeta y con el sistema del que forma parte.

La precipitación pluvial en el estado promedia unos 500 mm anuales; la variación más importante se registra en la Sierra del Laurel, dentro del municipio de Calvillo, y en las partes altas de la Sierra Fría, donde se acumulan poco más de 600 mm de agua al año y el clima en general es más templado y húmedo. Es notable que las lluvias se concentren entre los meses de junio y septiembre, por lo que el estiaje, que por regla general es muy riguroso, abarca de mediados de octubre hasta fines de mayo. La mayor incidencia de lluvias se da en los meses de julio y agosto, durante los cuales el pluviómetro registra precipitaciones acumuladas de 120 a 130 mm. Este patrón de distribución de las lluvias, al que se añaden las fuertes y continuas heladas que se presentan desde fines de noviembre hasta principios de marzo, ha constituido a lo largo de la historia una condicionante de la mayor importancia para las prácticas agrícolas. De hecho, en toda la Mesa Central del país los índices de precipitación pluvial no aseguran el éxito de los cultivos de temporal. A la escasez e irregularidad de las lluvias debe agregarse la temible evaporación, que durante el verano es muy alta a causa del calor. En esas condiciones, las siembras de maíz y frijol necesitarían un mínimo de 700 mm de agua para lograrse. Si en el corazón del Bajío ello no se da, mucho menos en su extremo septentrional, en el Valle de Aguascalientes, donde el calor es un poco más fuerte y las lluvias más escasas e irregulares. De esta manera, la idea misma de un cultivo de temporal está asociada a la inseguridad.

Como resultado de la altura sobre el nivel del mar, la temperatura, la precipitación pluvial y la evaporación potencial, los climas dominantes en el estado de Aguascalientes son de tipo estepario o semidesértico y templado subhúmedo, extremosos en ambos casos, pues las temperaturas medias mensuales oscilan entre 7°C y 14°C. El clima templado subhúmedo sólo se registra en las partes altas de la Sierra Fría y la Sierra del Laurel, mientras los climas esteparios dominan en la inmensa mayoría de la superficie estatal.

Con excepción del municipio de Calvillo, el estado forma parte de la cuenca hidrológica del Río Verde, del cual son tributarios el San Pedro (también llamado Pirules o Aguascalientes), el Chicalote, el Encarnación y el Morcinique. La subregión de Calvillo, por su parte, está drenada por el Río Juchipila, que conforma otra cuenca hidrológica. Tanto el Río Verde como el Juchipila son afluentes del Lerma-Santiago y forman parte de esa región hidrológica. Por su caudal, el más importante de los pequeños ríos del estado es el San Pedro, que aun antes de la construcción de presas y bordos se secaba por completo durante el estiaje. Este río se forma en el Valle de Ojocaliente, en el sur de Zacatecas, con pequeños escurrimientos que corren de norte a sur y que atraviesan el municipio de Rincón de Romos, en donde su caudal se enriquece notablemente gracias a la confluencia de los ríos Pabellón y Santiago, a los que se añaden otros escurrimientos menores que bajan de la Sierra Fría. Muy cerca del antiguo pueblo de indios de Jesús María, en el corazón del Valle de Aguascalientes, el Río Chicalote une su caudal al San Pedro, permitiéndole a éste alcanzar la mayor amplitud y profundidad de todo su trayecto. Después de rodear por el poniente la ciudad de Aguascalientes, el Río San Pedro sigue corriendo hacia el sur, hasta unirse, cerca de Teocaltiche, al Río Verde.

La insuficiencia de las aguas superficiales se ve compensada por las subterráneas, muy abundantes en los valles de Aguascalientes y Calvillo e indispensables tanto para el desarrollo de la agricultura como para el consumo humano. De hecho, los manantiales de Ojocaliente fueron capaces de satisfacer los requerimientos de agua de la villa a lo largo de toda la época colonial. Sin embargo, no sería hasta fines del siglo XIX cuando el desarrollo tecnológico permitió un aprovechamiento más sistemático de estos veneros. Actualmente, las cantidades ingentes de agua que consume la ciudad se obtienen de pozos profundos.

Lo mismo que en cualquier otra región, en Aguascalientes las características de los suelos dependen del clima y la geología. La acción de los componentes del clima (altitud, temperatura, precipitación pluvial y evaporación) condiciona las características del intemperismo y de la flora y fauna de un lugar dado; los suelos son el resultado del accionar de esos elementos sobre el material geológico. En la región montañosa occidental (apenas 8% de la superficie del estado) los suelos dominantes son litosoles, feozems y planosoles. Son suelos oscuros y suaves en su superficie, ricos en materia orgánica y nutrientes, razonablemente fértiles y con una profundidad mayor a 30 cm. Su potencial agrícola es alto, pero su aprovechamiento se dificulta por el carácter tan pronunciado de las pendientes. En el Valle de Calvillo se encuentra el rogosol como principal unidad de suelo; no es un suelo muy rico ni profundo, pero su aprovechamiento es factible en el pastoreo de ganado y el cultivo de cereales y frutales. En el Valle de Aguascalientes los principales suelos son el xerosol, el planosol y el fluvisol, característicos los tres de las planicies y los valles semiáridos. Por la moderación de sus pendientes (10 grados como máximo), su suavidad, la relativa abundancia de materia orgánica y su profundidad (el tepetate se localiza a más de 50 cm), estos suelos son en principio aptos para la agricultura. Su principal limitación estriba en la facilidad con que se erosionan, a lo que desde luego hay que añadir la inconsistencia de las lluvias. En las extensas mesas que forman el Llano del Tecuán, aunque el suelo dominante sigue siendo el planosol, las prácticas agrícolas enfrentan restricciones más serias. En general los suelos son más delgados y más pedregosos en la superficie, y hay algunas pendientes más acusadas. Puede cultivarse el maíz gracias a que su raíz es muy somera, pero el trigo exige obras de drenaje y fertilización. La relativa abundancia de pastos propicia el desarrollo de la ganadería extensiva.

Los españoles encontraron a su llegada un sistema de vegetación prácticamente virgen, dominado en los valles bajos (1 500 2 000 m) por bosquetes de huisaches, mezquites y nopales. En las mesetas de la sierras Fría y del Laurel, entre 2 000 y 2 400 m de altitud, había encino, ocotillo y manzanilla. En las partes más altas de esas sierras se encontraban bosques medianamente extensos de encino y pino. El desarrollo de la agricultura y la ganadería alteró desde un principio esos sistemas de vegetación; de hecho, en el Valle de Aguascalientes los bosques chaparros de mezquite y nopalera casi han desaparecido por completo, convertidos en campos de cultivo (y más recientemente en parques industriales), mientras que en las sierras se han extendido los matorrales.

Con una superficie de casi 1 200 km2, el Valle de Aguascalientes se ha destacado históricamente como la subregión agrícola más importante de todo el estado. Las tierras son laborables y moderadamente productivas, las pendientes suaves y menos pedregosas, el drenaje es bueno y casi no se presentan inundaciones, todo lo cual propicia que las prácticas agrícolas puedan darse sin necesidad de emplear métodos especiales. En el Llano del Tecuán la aptitud es menor, de donde surge la necesidad de utilizar fertilizantes y combatir la erosión. En el Valle de Calvillo las tierras son mejores que en el Llano, pero es tan pequeño (apenas 76 km2) que su potencial agrícola siempre ha sido muy limitado. Estas tres áreas, cuya superficie conjunta alcanza 2 000 km2 (poco más de la tercera parte de la superficie estatal), concentraron desde los inicios de la época colonial los afanes de cultivadores y señores de ganados.

La villa de Aguascalientes se fundó en 1575, pero sólo con el paso del tiempo se convirtió en eje de la vida política y económica regional. A principios del siglo XVII fue erigida en cabecera parroquial y capital de alcaldía mayor, lo que le dio a ese proceso una sólida base institucional. Pero, sin exagerar, puede decirse que sólo a finales del siglo XVII, más de 100 años después de fundada, la villa logró distinguirse con claridad de los campos que la circundaban y convertirse en el centro de una compleja red de relaciones administrativas, políticas y comerciales. El historiador francés Fernand Braudel ha dicho que las ciudades no existen más que “por contraste” con esa vida “inferior a la suya” que es la de los campos y pequeños pueblos que las circundan, y que, por más modestas que sean, las ciudades configuran su propia campiña y le imponen “las comodidades de su mercado, el uso de sus tiendas, de sus pesos y medidas, de sus prestamistas, de sus juristas, e incluso de sus distracciones”. El ser mismo de la ciudad, dice Braudel, depende de su capacidad para “dominar un espacio, aunque sea minúsculo”. En este sentido, puede decirse que poco a poco la villa de Aguascalientes logró erigirse en un auténtico “emplazamiento central”, es decir, un poblado cuyas funciones económicas, políticas y sociales constituían el eje de un sistema jerárquico que incluía otros asentamientos de importancia menor ligados a él en forma permanente, como los pueblos de indios y las haciendas de la jurisdicción. Como tal, la villa vertebraba la región, le imponía su ritmo al desarrollo económico y se destacaba como una especie de eje natural de todas las transacciones.