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ROCÍO RUIZ DE LA BARRERA. Doctora en historia por El Colegio de México, fue rectora de la Universidad Politécnica de Tulancingo y subsecretaria de Educación Superior, Media Superior y Capacitación para el Trabajo, de la SEP en el estado de Hidalgo. Actualmente se encuentra a cargo de esta Secretaría a nivel estatal. Se especializa en la historia económica de la entidad.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

HIDALGO

ROCÍO RUIZ DE LA BARRERA
 
 

Hidalgo

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2000
Segunda edición, 2010
Tercera edición, 2011
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

PRÓLOGO

EL DEVENIR HISTÓRICO DEL ESPACIO que en la actualidad conocemos como estado de Hidalgo permite comprender la concentración de la actividad social, económica y política en la parte sur de la entidad y el rezago del resto del territorio, que, en mayor o menor medida, ha estado al margen de un proceso gradual y permanente que hiciera posible una adecuada y progresiva articulación de su población y la explotación de sus recursos con los grandes movimientos sociales y políticos que tuvieron lugar en el país desde la época prehispánica hasta los albores del siglo XX. Si bien esta situación se modificó a partir de la década de 1930 —al iniciarse la paulatina incorporación de la entidad al México moderno—, su transformación aún no ha concluido, a pesar de infatigables esfuerzos.

Con un alto índice de población dispersa, la difícil atención a las necesidades básicas origina un elevado grado de marginación y grandes desajustes entre potencialidad y uso de recursos respecto de la localización de los asentamientos humanos. Puesto que este hecho, como otros que caracterizan a Hidalgo, no tuvo lugar de manera espontánea, el presente trabajo tiene como objetivo fundamental comprender el comportamiento histórico del espacio que nos ocupa en función de las variables que determinaron su evolución en el marco de la vida nacional. Se pretende mostrar, a grandes rasgos, el papel que desempeñó la conjugación de las variables que constituyen el gobierno, la sociedad y su cultura, la economía, la tecnología y los vínculos con el ámbito internacional, en diversos periodos y formas, a lo largo de la existencia de lo que hoy es el territorio hidalguense.

Desarrollar, aunque de manera breve, una historia general que pueda servir de punto de referencia ha requerido la consulta obligada de crónicas y estudios de la historia local, así como de obras con temas más amplios en los que se inserta, de manera parcial, información sobre Hidalgo. Pese a esta amplitud bibliográfica, en la que destacan recientes aportaciones, existen periodos y regiones que no han sido investigados o que están en ese proceso. Aunque insalvables estas ausencias en el corto plazo, confío en que con el tiempo lograremos rescatar el pasado escondido bajo tierra hidalguense, rica en vestigios arqueológicos y en amplios y múltiples acervos documentales de archivos propios y foráneos.

Aprovechar de manera adecuada las fuentes consultadas requirió necesariamente la búsqueda de un equilibrio entre la vasta información sobre algunos temas y periodos, y la escasa y limitada sobre otros. En lo tocante a la época prehispánica, se estudia el paso del hombre desde tiempos remotos y el establecimiento de variados grupos sociales, hasta quedar, en buena medida, bajo el control de los mexicas, con lo que el espacio hidalguense (a excepción del noroeste, considerado, con las reservas del caso, parte de la frontera chichimeca) pasó a formar parte del ámbito político-territorial que respaldaba la Triple Alianza. En cuanto a la Colonia, resalta el surgimiento y desarrollo de actividades económicas con formas de explotación extensiva que se convirtieron en tradicionales, a la par que se devastaban núcleos indígenas en proceso de evangelización, hechos determinantes que influyeron en la división política del territorio, arraigada hasta nuestros días. A partir de la consumación de la independencia transcurre un siglo de turbulencias en medio del cual se gesta el futuro del estado, para finalmente iniciarse el impulso hacia un progreso que ha resultado por demás heterogéneo hacia el cambio de milenio.

Dividida en cuatro partes, en las que se abordan estas etapas, esta historia breve hace una revisión de los acontecimientos y busca darles el significado que han tenido en la conformación de lo que hoy es el estado. Lograr este objetivo significó enfrentarse a diferentes problemas metodológicos, pues se trataba de estudiar un espacio integrado por distintas regiones geográficas y culturales durante un prolongado periodo, desde la época prehispánica hasta nuestros días. Ante el riesgo de incurrir en análisis particulares, como sucede cuando se trata de escribir una historia general, se eligieron elementos unificadores que dan una explicación de conjunto, mientras se sacrificaron otros de carácter local, tanto por su acontecer como por sus consecuencias de mediano y largo plazo. Asimismo, para facilitar esta visión global, la presentación de los apartados se definió en un sentido más bien temático —de manera especial en la segunda parte—, aun cuando se atiende un orden cronológico. Finalmente, en el marco del gran esfuerzo de síntesis que significa este trabajo, se recurrió a la minería como hilo conductor entre la Colonia y las primeras décadas del siglo XX, debido a su preponderancia en el impulso de la economía regional.

Concluyo este preámbulo con mi agradecimiento a la doctora Alicia Hernández Chávez, por la confianza depositada al invitarme a formar parte de un magnífico equipo de académicos involucrados en este proyecto de historias regionales, así como por su prolongada paciencia para ver concluida la del estado de Hidalgo. En el entusiasta y constante rescate del pasado hidalguense, agradezco de manera particular a mis colegas sus atinados comentarios: a Oswaldo Sterpone, a José Vergara Vergara y, especialmente, a Verónica Kugel, por el detenido análisis del texto y la acertada orientación sobre inquietudes específicas, y a Miriam Ita, quien, desde otra perspectiva, me orientó con sugerencias.

Confío en que esta historia breve sea una aportación tanto para el versado en la historia de la entidad, por su visión de conjunto, como para el lector que la desconoce, al descubrirle un nuevo panorama.

ROCÍO RUIZ DE LA BARRERA

I. NUESTRO ESTADO: LOS CONTRASTES GEOGRÁFICOS DE UN ESPACIO EN COMÚN

EL ESTADO QUE SE UFANA de haber sido designado con el nombre del Padre de la Patria posee una superficie sumamente accidentada de 20 664 km2 (equivalente a 1% del territorio nacional), situada al oriente de la zona central del país, entre los límites de seis entidades: San Luis Potosí, al norte; Veracruz y Puebla, al oriente; Tlaxcala y México, al sur, y Querétaro, al poniente.

Si bien el medio natural se ha modificado desde la prehistoria hasta la fecha a causa de efectos naturales o de la intervención humana, aún prevalecen los rasgos fundamentales de la configuración geográfica del territorio. Las particularidades de relieves, cuencas y suelos, en estrecha correspondencia con el clima, y su interrelación, han determinado diversos ámbitos naturales. A su vez, éstos fueron decisivos en el desarrollo del hombre al facilitarle distintos tipos de recursos para subsistir —de manera esporádica o permanente—. Es decir, existe congruencia entre espacios físicos, entendidos como escenarios de grupos sociales, y acontecimientos, en términos de procesos económicos, políticos y sociales. En el periodo del México prehispánico al colonial, y de éste al desarrollo del sistema capitalista, en el marco de un Estado-nación independiente, la articulación de esos hechos permitió la integración y el crecimiento de áreas que en un inicio estaban aisladas, además de vínculos más o menos estrechos entre ellas.

En los albores de la vida independiente, el actual territorio hidalguense era la porción que prácticamente, fuera de la cuenca hidrográfica, conformaba el norte del antiguo Estado de México. Décadas después, en 1869, se constituyó en la entidad federativa que hoy conocemos, con la aspiración de convertirse en un todo compacto, homogéneo, con intereses comunes y medios uniformes para conseguir prosperidad. Desde entonces Hidalgo ha caminado hacia ese objetivo, entre las sacudidas que significaron la transición de la administración de Benito Juárez a la de Porfirio Díaz, y de ésta a los gobiernos revolucionarios. Finalmente, a partir de la época contemporánea se han reforzado acciones tendientes a lograr el desarrollo del estado, no obstante la acentuada disparidad de las distintas regiones geográficas que lo conforman.

 

MAPA I.1. Hidrología y orografía

NOTA: La zona montañosa corresponde a la Sierra Madre Oriental, y el resto del territorio, a valles, cuencas y planicies dentro del Eje Neovolcánico.

    FUENTE: Mapa topográfico 1:500 000, INEGI, 1980.

Aunque esta heterogeneidad obedece a distintas causas, tiene como origen la accidentada orografía que caracteriza al territorio hidalguense —resultado de convulsiones del planeta hace millones de años—, que da lugar a espacios contrastantes. La cálida Huasteca, al noreste de la entidad (perteneciente a la cuenca del bajo Pánuco, en lo que aún es parte de la planicie costera del Golfo de México), se caracteriza por lomeríos de poca altura, selvas de flora tropical, extensos pastizales y campos propios para cultivos de tierra caliente drenados por ríos jóvenes que bajan por cañadas y barrancos.

Por el oriente, prominentes y escarpadas cumbres de rocas sedimentarias, generalmente carbonatadas, dan lugar a la imponente Sierra Madre Oriental. Esta cadena montañosa, al internarse en la parte central del estado de oriente a noroeste da lugar a la abrupta morfología del suelo, que recibe distintas denominaciones: Sierra Alta, entre Molango y Zacualtipán, caracterizada por cumbres elevadas y abruptas con peñascos erizados; Sierra Baja, en el entorno de Metztitlán, con profundos acantilados; Sierra de Tenango, no tan escarpada y con menos abismos que las anteriores, y Sierra Gorda, entre Jacala y Zimapán, ya en el occidente, con notables barrancas.

Hacia el centro-sureste, entre los montes de esa barrera fisiográfica, se forma una depresión que da lugar a la estepa conformada por el fértil Valle de Tulancingo, que es regado por el río del mismo nombre (el cual nace en los montes de Ahuazotepec, en la frontera con el estado de Puebla); la limitada planicie de Atotonilco el Grande (por donde dicho afluente se prolonga) y la vega de Metztitlán (donde el río adquiere esta denominación), para continuar y unirse con el Amajac (cauce que se origina en los escurrimientos del costado noroeste de la serranía) al norte de Pachuca, capital del estado.

Por otra parte, la Sierra Madre Oriental determina no sólo la conformación de la superficie, sino también las condiciones climáticas. En el área noreste de la entidad, a lo largo de la serranía, la temperatura es templada y el suelo se encuentra permanentemente húmedo gracias a los vientos procedentes del Golfo, que propician la descarga de las nubes cuando tropiezan con sus ya muy devastadas laderas de encino, pino y oyamel. En contraste, las condiciones son totalmente opuestas en el flanco contrario de las cumbres y, por ende, en el área suroeste de la entidad. La misma sierra constituye una muralla natural que, al impedir el paso de dichas ráfagas, limita el nivel de precipitación pluvial y, en consecuencia, la concentración de humedad. Este fenómeno, sumado a la porosidad del suelo, explica en parte la naturaleza semidesértica del Valle del Mezquital (denominado así desde mediados del siglo XVIII por sus formaciones xerófilas, entre las que destaca el mezquite). Aunque con algunas excepciones, la aridez es particularmente acentuada en el oriente de esa región geográfica (Actopan e Ixmiquilpan) por estar a la sombra inmediata de la serranía.

Menos deshidratada es la porción restante, debido a que la ausencia de cadenas montañosas en el norte permite la caída de un poco de lluvia hacia el suroeste, en torno a Chapantongo. Este espacio corresponde al Eje Neovolcánico, dominio litológico más reciente que el de la sierra, a la cual se superpone al atravesar la parte sur del estado. Su topografía es menos intrincada que la anterior, pues se caracteriza por macizos de cerros boludos, mesetas y afloramientos montañosos aislados en forma de conos volcánicos. La composición del suelo a lo largo de esta franja (lavas porosas, escorias y tobas) propicia su permeabilidad, con la consecuente filtración de aguas superficiales que limitan la acumulación de humedad y la formación de cuerpos sustantivos de agua. Y si bien esta característica da lugar a la formación de mantos freáticos, en función de la precipitación pluvial, éstos quedan más o menos distantes de la superficie, dependiendo del grosor de los estratos residuales.

Así, esta franja comprende el suroeste del Valle del Mezquital, cuya aridez también obedece al acentuado espesor de material residual que coexiste en ambos dominios litológicos. Esta área se refresca gracias a la cuenca del Río Tula (procedente del Estado de México), que riega los terrenos de aluvión, por los cuales fluye en dirección hacia Ixmiquilpan, donde converge con el Río Actopan para luego correr hacia el occidente y, más tarde, enriquecer su caudal con la vertiente del Río Alfajayucan. Su recorrido continúa hasta confluir con el Río San Juan, al cual ya se han sumado los afluentes menores que irrigan Huichapan para dar origen al Moctezuma, que se prolonga bordeando la frontera noroeste de la entidad y recibe, ya al norte del estado, el desagüe del Amajac, al salir éste de suelo hidalguense.

En el sureste, esta provincia fisiográfica está conformada por la serranía que corre entre Pachuca y Singuilucan, después de haber bordeado la planicie que va de Pachuca a Tizayuca (única población del territorio hidalguense que constituye parte de la Cuenca del Valle de México), para, por fin, dejar frente a sí la extensa y salobre Llanura de Apan, característica que también responde, aunque en menor proporción, al material residual sobre la que se encuentra.

Con el transcurrir del tiempo, medido en siglos, estos distintos ámbitos geográficos dejaron poco a poco de ser espacios totalmente desarticulados entre sí para integrar, dentro de una estructura político-territorial, un conjunto de regiones geográficas interrelacionadas en torno a realidades comunes. Este proceso, en el que han participado desde grupos humanos que formaron parte de distintas civilizaciones precolombinas hasta los integrantes del pueblo hidalguense en la época contemporánea, distribuidos en 84 municipios, es el que se describe a lo largo de las páginas siguientes.

Si bien es cierto que estos protagonistas sumaron esfuerzos para cimentar las bases de una comunión de intereses, también lo es que a quienes formamos parte del Hidalgo moderno nos corresponde su consolidación.

Ya en el siglo XXI, frente a nuevos retos, con tecnologías innovadoras y la transición política que se vive, quizá los tiempos se aceleren para dejar atrás la simple unificación de espacios geográficos diversos en torno a un devenir común y pasar a una estrecha compatibilidad armoniosamente estructurada, que facilite el desarrollo homogéneo de la entidad, en respuesta al anhelo de quienes impulsaron su creación.

PRIMERA PARTE

TESTIMONIOS DE UN PASADO LEJANO