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Tan lejos de Dios

© 2014, Juan Manuel de Castells Tejón

© 2014, Intermedio Editores S.A.S.

 

Edición, diseño y diagramación

Equipo editorial Intermedio Editores

Diseño de portada

Agencia-Central

 

Intermedio Editores S.A.S.

Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto

www.circulodelectores.com.co

Bogotá, Colombia

Primera edición. marzo de 2014

Este libro no podrá ser reproducido,

sin permiso escrito del editor.

 

ISBN: 978-958-757-372-5

 

Epub por Hipertexto/www.hipertexto.com.co

 

 

 

 

Dedicatoria

 

 

 

 

Durante los últimos veinticinco años cerca de 100 mil niños en todo el mundo han sido abusados sexualmente por sacerdotes sin que sus victimarios, en su inmensa mayoría, hayan tenido que responder por sus crímenes o resarcir a sus víctimas.

Cada año se producen 80 millones de embarazos no deseados, principalmente de adolescentes, buena parte de los cuales hubieran podido evitarse con acceso adecuado a educación sexual o a preservativos.

Cada año mueren 70 mil mujeres, de las cuales 50 mil son adolescentes, por haber abortado sin asistencia médico-sanitaria adecuada.

Por falta de acceso a preservativos, principalmente, existen en la actualidad 35 millones de afectados por el vih.

En cerca de ochenta países los homosexuales son objeto de persecución judicial y en algunos la homosexualidad es sancionada con la pena capital.

Este libro está dedicado a las víctimas de estos hechos causados en gran parte por un fundamentalismo religioso que atenta con creciente agresividad contra el bienestar de la humanidad.

 

 

 

Introduccion: Crisis y reforma

 

 

 

La Iglesia católica lleva más de cuarenta años en crisis. Aunque no todas las regiones del planeta se ven afectadas con la misma intensidad, en general todas comparten los siguientes fenómenos: disminuye el número de católicos que frecuentan la iglesias, asisten a la misa o se casan según el rito de la Iglesia; disminuye el número de sacerdotes ordenados, muchos sacerdotes dejan los hábitos y aumenta enormemente el número de feligreses a quienes debe en promedio atender cada sacerdote; una mayoría de los creyentes no comparte muchas de las doctrinas de la Iglesia, sobre todo en cuanto a la moral sexual; muchos de los creyentes se sienten defraudados por el encubrimiento de la pederastia, los escándalos financieros del Banco Vaticano, las noticias permanentes sobre corrupción en la administración vaticana, las luchas de poder, la ostentación sin medida.

El abandono de la Iglesia por sus fieles es una realidad incontrovertible. En el hemisferio norte muchos dejan cualquier afiliación religiosa, mientras que en el hemisferio sur adoptan otras religiones cristianas, principalmente evangélicas y pentecostales. En los países centroeuropeos se trata de una verdadera hemorragia, en Alemania 250 mil católicos abandonaron la Iglesia en 2010, aproximadamente el doble que el año anterior y en Austria el abandono fue de 80 mil católicos en el mismo año1. En Italia, la proporción de quienes se consideran católicos ha caído en un veinte por ciento desde el 2004 hasta la actualidad2. La misma o peor situación se observa en ee.uu.: En 1974, el 46 por ciento de los católicos se consideraban fuertemente identificados con su Iglesia, proporción que había caído al veintisiete por ciento en el 2012. Es inútil achacar el descenso a una crisis de la religión en general, fruto de los males de la modernidad, como pretende la Iglesia; en el mismo periodo, la proporción de protestantes que se consideran fuertemente identificados con sus iglesias aumentó del 43 al 54 por ciento, luego, si hay crisis de religión, afecta sobre todo al catolicismo3. Durante la última generación, un diez por ciento de los creyentes de ee.uu. han abandonado la Iglesia católica4. En la actualidad hay en ee.uu. 22 millones de excatólicos, que supondrían la segunda religión del país5. En el hemisferio norte la hemorragia nutre las filas de quienes no reconocen adscripción religiosa alguna, en Holanda por ejemplo, los “sin religión” han pasado en una generación del veintitrés al 59 por ciento6. América Latina sigue siendo el gran bastión del catolicismo, pero pierde importancia frente a los evangélicos y pentecostales. En el país con mayor número de católicos en la región, Brasil, la proporción de católicos ha caído del 92 por ciento en 1970 al 65 por ciento en el 20137.

El abandono de sacerdotes es estimado por la misma Iglesia en casi 70 mil entre 1964 y 2004, aunque existen estimados más altos de otras fuentes. Cuando el carismático papa Juan Pablo II ocupó el pontificado en 1978, la Iglesia contaba con 421 mil sacerdotes en todo el mundo, cuando lo dejó en el 2005, contaba con 406 mil, lo cual significa, dado el aumento de la población, que por cada sacerdote había 1.800 bautizados en 1978 y 2.800 al final del 2005.

El catolicismo se encuentra en vías de convertirse en un fenómeno más de tipo cultural que religioso. Una enorme proporción de quienes se reconocen católicos, no asisten a misa, ni practican los sacramentos. En varios países del norte de Europa las proporciones de católicos que asisten a misa al menos una vez por semana han caído a un solo digito: en Holanda un siete por ciento, en Francia un 4,5 por ciento8. En Europa y en ee.uu. se cierran iglesias, que se reconvierten en restaurantes o discotecas. Lo mismo ocurre con los matrimonios religiosos, que pierden terreno frente a los matrimonios civiles, en algunas regiones como Cataluña, por ejemplo, se registran ya tres veces más matrimonios civiles que religiosos. En Colombia, aunque un ochenta por ciento de la población se declara católica, solo un 58 por ciento asiste semanalmente (una o dos veces) a la iglesia y un 72 por ciento de los católicos considera que se puede ser buen religioso sin ir a la iglesia9.

En varios temas de doctrina moral, la mayoría de los católicos no aceptan las creencias propuestas por la Iglesia. Según la Encuesta mundial de católicos, realizada en 2013 para Univisión, a nivel mundial el 58 por ciento están en desacuerdo10 con la prohibición del matrimonio a los divorciados; el 65 por ciento cree que debe permitirse el aborto en todos o en algunos casos; el 78 por ciento están de acuerdo con el uso de anticonceptivos; cincuenta por ciento está de acuerdo con permitir el matrimonio de sacerdotes, mientras que 47 por ciento están en desacuerdo. Las cifras son sustancialmente más altas en los países del hemisferio norte.

Como consecuencia de todo lo anterior, la religión católica pierde peso frente a otras religiones, especialmente frente al Islam. A mediados de la década de los sesenta, en el mundo había 550 millones de católicos y 322 millones de musulmanes, en el 2010 hay unos 1.386 millones de musulmanes, el 19,8 por ciento de la población mundial y unos 1.218 millones de católicos, el 17,4 por ciento de la población mundial11.

Juan Pablo II fue un papa carismático, que despertó un gran afecto entre los creyentes. Sin embargo, durante su pontificado la crisis se agudizó, las deserciones fueron cuantiosas. Como suele decirse, la gente amó al mensajero, pero rechazó el mensaje. Sus gestos, sus besos a la tierra de los países que visitaba, sus visitas a sinagogas y mezquitas, sus oraciones conjuntas en Asís con líderes de otras religiones, su visita al muro de los lamentos en Jerusalén, sus solicitudes de perdón, encantaban. Nada de ello sirvió para contener la desbandada. La comunidad católica rechazó sus doctrinas, su restauración de la situación que Vaticano II había querido cambiar. A la hora de la verdad, los escándalos que salpicaron su pontificado influenciaron más a los creyentes que su carisma.

La situación empeoró con Benedicto XVI, cuyas propuestas doctrinales fueron igualmente rechazadas, pero quien además no tenía el carisma de su antecesor.

Y así llegamos a lo que algunos llaman ya la “primavera de la Iglesia”, cuando un papa con cautivadora sonrisa, atractiva personalidad y propósito firme de reforma de la curia romana ocupa el pontificado desde hace un año.

¿Podrá Francisco recuperar el terreno perdido, volver a cautivar a los fieles desencantados? El ejemplo de Juan Pablo II nos revela que el carisma no es suficiente, si la Iglesia sigue proponiendo doctrinas que los fieles no están dispuestos a aceptar y si la curia romana sigue produciendo escándalos, la crisis no podrá ser superada. Y aquí es donde viene el problema, cambiar la curia y cambiar las doctrinas es una tarea gigantesca. Dos papas, también de gran bondad y enorme carisma, lo han intentado durante los últimos cincuenta años. El primero convocó un concilio para hacer las paces con el mundo moderno, que los papas anteriores habían rechazado; los obispos se reunieron, impusieron muchas reformas a una curia que deseaba que todo siguiera igual; los obispos regresaron satisfechos a sus lugares de origen, el papa murió y la curia eligió papas salidos de sus filas, que hicieron marcha atrás en las reformas que el concilio había decidido. El segundo quiso hacer las cosas de otra manera: llegó, estudió y al cabo de un mes decidió cambios y destituciones, la noche del día en que dio las órdenes correspondientes fue asesinado.

Cambiar la curia romana, la “lepra del papado” en palabras del papa actual, no será tarea fácil. Lo primero que Francisco y la Iglesia necesitan es reconocer los errores y modificar radicalmente los objetivos. La curia romana lleva cometiendo y cobijando todo tipo de delitos desde la creación del Estado del Vaticano, cuya soberanía le ha asegurado una impunidad que le permite una y otra vez no recibir ningún tipo de sanción. Las doctrinas que la gente rechaza, no solo son incompatibles con las exigencias de la vida moderna, sino que muchas de ellas no tienen nada que ver con el cristianismo, no tienen sustento en el Nuevo Testamento, sino que responden a los objetivos de riqueza y poder de una Iglesia definitivamente alejada de Dios.

Una reforma de la curia no puede dejar de tener en cuenta la historia delincuencial que afecta al Estado del Vaticano desde su creación. Las razones y estructuras que promueven el delito deben ser conocidas, si se aspira seriamente a desmontarlas. Por ello, en la primera parte presento la historia poco aleccionadora del Estado del Vaticano, desde su creación por Mussolini: las alianzas con el nazismo y el fascismo; la colaboración en el holocausto judío y los genocidios que el nazismo y el fascismo provocaron en varios países; la ayuda para que los criminales de guerra escaparan a su castigo; la alianza con las mafias italianas y con los políticos corruptos en Italia después de la guerra; los fraudes financieros del Banco del Vaticano; el apoyo a dictadores y juntas militares violadores de los derechos humanos; el encubrimiento de la pederastia; el saqueo de los bienes de muchas parroquias en ee.uu.; el desvío de los fondos recogidos para obras de caridad; el encubrimiento de varias muertes sospechosas, incluyendo las de dos pontífices, que la curia no permitió que fueran investigadas; la persecución y sanción de una gran cantidad de teólogos, irrespetando todos los principios del debido proceso; la lista es larga. Todos los hechos que presento en la primera parte son conocidos, han sido profusamente investigados, existe información suficiente para no dudar de la responsabilidad del Vaticano en ellos. ¿Por qué razón o razones se ha convertido el Vaticano en una entidad, que si no tuviera la cobertura de la religión, sería objeto de todo tipo de sanciones de organismos internacionales, más allá de las recientes condenas por parte del Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas o de varios organismos internacionales de control bancario? Eso es lo que necesitamos saber, cual es la ideología que subyace todas las actividades delictivas que iremos presentando.

En la segunda parte presento una serie de creencias, que los últimos papas han venido desarrollando o enfatizando y que le hacen mucho daño a grupos específicos de la población y al bienestar de la humanidad. Trato de demostrar que la visión de la mujer subordinada al varón que la Iglesia mantiene, agrava la violencia de género; que la calificación de la conducta homosexual como inmoral y perversa, agrava la violencia y discriminación contra la población lgtbi; que el reclamo de ser el único poseedor de toda la verdad, mientras que los demás solo poseen errores, frena los diálogos con otras religiones, cristianas o no cristianas, tan necesarios para la paz mundial; que la lucha contra la planificación familiar y la distribución de preservativos, agrava el problema del sida y la crisis ecológica; que la prohibición del aborto en todas las circunstancias, induce 70 mil muertes al año por abortos inseguros; que la demonización de la sexualidad genera traumas psíquicos en muchas personas; que la muy poco respetada norma del celibato eclesiástico, provoca enorme sufrimiento a las compañeras de muchos sacerdotes y a sus hijos; que las órdenes de confidencialidad de los procesos por pederastia y el encubrimiento de los sacerdotes pederastas, le han hecho mucho daño a un número incalculable de niños en todo el mundo; que la intolerancia doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha dañado sin razón la carrera profesional de los mejores teólogos católicos; que la persecución contra los teólogos de la liberación fue una injusticia monumental; que el abandono de la opción por los pobres alejó definitivamente a la Iglesia del cristianismo. Pero no se trata solo del daño que hacen todas estas y otras creencias y prácticas, se trata de mucho más: ninguna de ellas tiene fundamento en los evangelios y algunas los contradicen claramente. Eso es nada más y nada menos lo que espero demostrar. También espero revelar los fundamentos de la ideología que subyace al alejamiento de la Iglesia de la práctica del evangelio, ideología que en la primera parte de la historia denomino como integrista y en la segunda parte como neointegrista, pues aunque comparten los mismos objetivos, se basan en premisas diferentes. Frente a cada doctrina evaluada trato de señalar cual es la posición del papa Francisco, en algunos casos coincide, en otros no tanto.

En el epílogo presento algunos aspectos que una verdadera reforma de la Iglesia debiera incluir.

Nota sobre términos utilizados:

Teóricamente el Vaticano engloba dos entidades: La Santa Sede, que es en principio una entidad extraterritorial, el conjunto centralizado de entidades como dicasterios, prefecturas y otras, que gobiernan la Iglesia, por un lado, y la Ciudad Estado del Vaticano, que es el territorio situado en Roma, reconocido como Estado soberano. La Iglesia es un término que debería aplicarse a la comunidad de bautizados o pueblo de Dios, pero que, en realidad, debido al clericalismo que reconoce a los sacerdotes como un grupo privilegiado, se aplica en la práctica al conjunto de los ordenados, especialmente aquellos con cargos de poder. El Magisterio es un término reservado a quienes en la Iglesia tienen facultad para enseñar. En la práctica, dada la centralización en un monarca absoluto que reúne los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y los ejerce junto con su corte o curia, todos estos términos llegan a ser prácticamente equivalentes en el lenguaje ordinario. La curia y el papa mandan sobre el Estado del Vaticano, la Santa Sede, la Iglesia y son el Magisterio, por eso todos estos términos son en la práctica equivalentes.

 

 

 

 

 

Primera parte:

 

AL AMPARO

 

DE LA IMPUNIDAD

 

VATICANA

 

 

 

 

1. LA CREACIÓN DEL ESTADO DEL VATICANO

 

 

 

 

Varios de los delitos que iremos examinando en esta primera parte no hubieran sido posibles si el Vaticano no hubiera adquirido el estatus de Estado independiente reconocido por las Naciones Unidas. Ni el asilo y ayuda en la evasión de criminales nazis después de la Segunda Guerra Mundial, ni los numerosos delitos y fraudes financieros cometidos por el Banco Vaticano, el ior (Instituto para las Obras de la Religión), ni el asilo de personajes perseguidos por la policía del Estado italiano, ni la evasión de investigaciones penales, ni la impunidad en muertes sospechosas que no fueron debidamente investigadas, ni la influencia decisiva que en foros de Naciones Unidas el Vaticano ha ejercido en contra del reconocimiento de derechos de igualdad de género y de la comunidad lgtbi, ni la evasión de responsabilidades en los procesos judiciales por pederastia del clero, hubieran podido ocurrir si la Santa Sede de la Iglesia católica no hubiera accedido al estatus de Estado independiente, del cual no gozan las sedes de otras religiones.

El antecedente del actual Estado del Vaticano se remonta a la supuesta “donación de Constantino”, que permitió al papa Esteban II (752-757) reclamar la propiedad de unos territorios que habrían sido legados al papa Silvestre por el emperador Constantino en el siglo IV, con base en un documento falsificado cuatro siglos más tarde. En el 751 los lombardos tomaron Rávena, sede del representante del emperador de Bizancio (el Imperio Romano de oriente) y a continuación conquistaron los territorios bizantinos de Italia, incluyendo Roma. Pepino, rey de los francos, arrebató estas tierras a los lombardos, pero en vez de devolverlas a Bizancio se las entregó al papa de Roma, quien las mantuvo en su poder hasta 1870, creando con ellas los Estados Pontificios del centro de Italia. En realidad se trataba de un intercambio de favores, Esteban coronaba a Pepino como nuevo rey de los francos, rompiendo así la previa alianza con la dinastía merovingia, y a cambio recibía los territorios mencionados. La supuesta donación de Constantino fue elaborada para legalizar el expolio de los territorios que habían pertenecido a Bizancio. Aunque la autenticidad del documento fue puesta en duda ya hacia el año 1000 por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Otón III, solo en 1440 Lorenzo Valla pudo demostrar mediante análisis lingüístico que se trataba de un fraude de la curia romana.

El papado perdió los Estados Pontificios en 1870, cuando Víctor Manuel II los conquistó y anexó al naciente reino de Italia. El 2 de octubre un plebiscito convirtió a Roma en la nueva capital del reino. El 13 de mayo, mediante la “ley de garantías”, el reino de Italia declaró al papa persona sagrada e inviolable, garantizó la extraterritorialidad de la Santa Sede, cuyos territorios se limitaban a la basílica de san Pedro, los palacios vaticanos y la residencia de Castelgandolfo, otorgó la inmunidad diplomática a los diplomáticos de la Santa Sede y concedió al papa una renta anual de 3,2 millones de liras.

El papa Pío IX no tomó muy bien la pérdida de su reino, se refugió en el Vaticano, se proclamó prisionero de Víctor Manuel II y excomulgó al rey, a su gabinete de gobierno y a su Parlamento. Además rechazó la “ley de garantías”, que será aplicada unilateralmente por los reyes de Italia e ignorada por los sucesores de Pío IX durante casi sesenta años.

La situación cambia drásticamente con la llegada al poder de Mussolini y de su régimen fascista en 1922, acogido por la Santa Sede con entusiasmo, según veremos. Después de años de negociaciones, se firman el 11 de septiembre de 1929 los acuerdos de Letrán, por los que se reconoce a la Santa Sede la soberanía plena e independiente sobre la ciudad fortificada del Vaticano, el palacio de Castelgandolfo, las basílicas de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros, así como una indemnización de 90 millones de dólares por la pérdida de los Estados Pontificios. El concordato adopta el catolicismo como religión oficial de Italia, vuelve obligatoria la enseñanza religiosa en los colegios de primaria y secundaria y prohíbe el divorcio. Las organizaciones católicas quedan exentas del pago de impuestos y el Estado se hace cargo del pago de los salarios de los sacerdotes. A cambio de estos y otros obsequios, la Santa Sede otorga su reconocimiento al reino de Italia y abandona toda pretensión sobre los antiguos Estados Pontificios.

 

 

 

 

2. EL RECHAZO DE LA MODERNIDAD:

LA VISIÓN INTEGRISTA

 

 

 

 

El mundo que surge desde el siglo XVIII, con la Ilustración, la revolución científica, el racionalismo, la democracia y la separación del Estado y de la Iglesia fue rechazado por la Iglesia desde entonces hasta el concilio Vaticano II (1959-1963). El mundo moderno significaba para la Iglesia una pérdida de poder y control social y cultural que se negó a aceptar. La ciencia moderna reemplazaba a la religión en muchas creencias, como el origen del hombre o del universo; para curar epidemias o enfermedades se recurría a la medicina y no a la intercesión de los santos; la educación y el matrimonio se convierten en temas que controlan las autoridades civiles y no ya las religiosas; los reyes, cuya autoridad derivaba de Dios reconocida por la Iglesia, son reemplazados por autoridades civiles, fundamentadas en el consenso ciudadano y ya no por el reconocimiento de la Iglesia. Ante esta nueva situación, la Iglesia declara la guerra a la modernidad y desde el siglo XIX emprende una cruzada contra ella que va a arrastrar al mundo hacia una serie de conflictos que todavía no termina.

El 15 de agosto de 1832, el papa Gregorio XVI, en su encíclica Mirari Vos, califica como “pestilentísimo error” “aquella plena e inmoderada libertad de opinión [...] aquella pésima y nunca suficientemente execrada libertad de prensa para la difusión de cualesquiera escritos [...] es propio del hombre soberbio o más bien necio examinar con balanzas humanas los misterios de la fe, que superan todo sentido, y confiar en el razonamiento de nuestra mente, que por la condición de la naturaleza humana es débil y enferma”.

El sucesor de Gregorio XVI, Pío IX, en su encíclica Quanta Cura de 1864 y en su Syllabus (Resumen de los principales errores de nuestra época) de 1861, incluye en el conjunto de males que aquejan a la Iglesia, los siguientes: el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas, las sociedades clérico-liberales, el liberalismo moderno y la libertad de conciencia, de opinión y de culto.

Pío X, en su encíclica Pascendi de 1907, resumió todos los errores y herejías que sus predecesores venían denunciando, en un solo concepto: la modernidad, a la que define como “el agregado de todas las herejías”.

Es comprensible que este papa se haya convertido en el patrón de los integristas. En 1988, el arzobispo Marcel Lefebvre, denominará como “Fraternidad sacerdotal San Pío X” su movimiento integrista contradictor de Vaticano II, en cuyo manifiesto fundacional se acusa a la reforma conciliar de que “habiendo surgido del liberalismo y el modernismo, está toda entera envenenada”. En 1910, Pío X promulgó el motu proprio o decreto, Sacrorum Antistitum, conocido como «Juramento antimodernista», que debía ser pronunciado por cualquiera que quisiera conservar o acceder a un oficio eclesiástico, incluida la docencia en teología, el cual se mantuvo vigente desde esa fecha hasta julio de 1967, cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe lo suprimió. Como parte del Juramento, el declarante se sometía y adhería con todo su corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la mencionada encíclica Pascendi. La lucha contra la modernidad emprendida por Pío X no era solo un concepto, sino que se convirtió en realidad mediante la creación en 1909 de la organización de contraespionaje vaticano denominada como Sodalitium pianum12 (sp, Asociación de Pío), a cargo de monseñor Umberto Benigni, con el fin de identificar y castigar a quienes dentro del Vaticano y de las instituciones de la Iglesia predicasen el modernismo y a crear un sistema de propaganda destinado a combatir los argumentos de los modernistas, para lo cual creó un periódico propio, Correspondencia romana. Aparte de las informaciones suministradas por los obispos, los delegados apostólicos y los nuncios, las principales fuentes de información de sp procedían de una red de contraespionaje papal, que utilizaba la interceptación del correo y telegramas, vigilancias personales y seguimientos. Sp era conocido como el sagrado terror. Durante el reinado de Pío X fueron denunciados por la sp y castigados por la Iglesia, casi tres centenares de religiosos, incluyendo varios cardenales y rectores de universidades católicas13.

Aunque Pío X es considerado el patrón de los integristas, fueron dos sucesores suyos quienes llevaron esta versión del cristianismo hasta sus últimas consecuencias. El primero, de quién nos ocupamos a continuación, fue Pío XI, cuya visión integrista abrió el camino de la colaboración de la Iglesia con nazis y fascistas. El segundo, de quién nos ocuparemos más adelante, fue Benedicto XVI, cuyo neointegrismo acabó con la apertura al mundo moderno del concilio Vaticano II y profundizó la crisis que hemos analizado en el capítulo introductorio.

La visión integrista de Pío XI se encuentra contenida principalmente en sus encíclicas Ubi arcano (1922), Quas primas (1925) y Cuadragésimo anno (1931). En ellas desarrolla su visión de la primacía de la Iglesia en la organización familiar, social, económica, cultural y moral; su rechazo del mundo moderno, al que manifiesta preferir la edad media y especialmente de la democracia representativa, el laicismo, el liberalismo y el socialismo; finalmente elogia la organización corporativista que el fascismo había implantado en la Italia de su época. A continuación examinaremos algunos aspectos de estas encíclicas que ayudan a entender el pensamiento del papa que acababa de alcanzar el pontificado cuando nacía el fascismo en Italia y que iba a suscribir, bajo la forma de concordatos, una alianza con la Italia fascista y otra con la Alemania nazi.

En Ubi arcano, Pío XI desarrolla ante todo su idea del reino de Cristo o de la “paz de Cristo en el reino de Cristo”. Esta idea puede resumirse así: la tragedia que acaba de conocer el mundo (la Primera Guerra Mundial) y en general todos los males que conoce la humanidad se originan en el olvido de que Cristo es quién debe reinar en las mentes y corazones de los individuos, en la organización familiar (que debe ser patriarcal), en la organización social y en las relaciones entre países, tal y como ocurría durante la edad media. La paz mundial y la prosperidad solo se alcanzarán cuando los pueblos reconozcan el reinado de Cristo, ejercido a través de la Iglesia presidida por su vicario en la tierra (el autor de la encíclica). En definitiva, Cristo es el rey del mundo y el papa, es su virrey. Las “modernas formas representativas” y la participación del pueblo en el gobierno se oponen, sin embargo, al reino de Cristo.

En su encíclica Quas primas, Pío XI desarrolla nuevamente el concepto de reino de Cristo, que en la práctica se convierte en reino de la Iglesia y del papa que representa a ambos. Expone el concepto complementario de que toda autoridad deriva de Dios (representado por la Iglesia) y no de los hombres. Ataca al laicismo, que consiste simplemente en el no reconocimiento de la primacía de la Iglesia, de lo cual se derivan todos los males que aquejan a la humanidad.

En Cuadragésimo anno, Pío XI declara nuevamente de manera clara y contundente la pretensión integrista de los papas de Roma: “Tanto el orden social como el orden económico están sometidos y sujetos a Nuestro supremo juicio, pues Dios nos confió el depósito de la verdad y el gravísimo cargo de toda la ley moral, e interpretarla y aun urgirla oportuna e importante”.

En la misma encíclica condena en forma extensa el socialismo, como incompatible con el cristianismo, lo cual reviste una enorme importancia, según veremos, por cuanto fue precisamente la negativa de la Iglesia a permitir una alianza entre el partido confesional católico (el Partido Popular Italiano ppi) y el Partido Socialista Italiano (psi) la responsable del triunfo del fascismo.

También en esta encíclica se describe y elogia la organización corporativista del fascismo: “Recientemente, todos lo saben, se ha iniciado una especial organización sindical y corporativa […] El Estado reconoce jurídicamente el sindicato […] él solo, así reconocido, puede representar a los obreros y a los patronos respectivamente […] Las Corporaciones se constituyen por representantes de los sindicatos de obreros y patronos de la misma arte y profesión y, como verdaderos y propios órganos e instituciones del Estado, dirigen y coordinan los sindicatos en las cosas de interés común. La huelga está prohibida; si las partes no pueden ponerse de acuerdo interviene el juez. Basta un poco de reflexión para ver las ventajas de esta organización, aunque la hayamos descrito sumariamente: la colaboración pacífica de las clases, la represión de las organizaciones y de los intentos socialistas, la acción moderadora de una magistratura especial”. Pío XI se adhiere así con entusiasmo al modelo de organización social totalitario, en el cual el Estado fascista (el partido fascista en la práctica) controla todas las actividades económicas y las relaciones obrero-patronales mediante sus corporaciones profesionales.

Estas encíclicas nos permiten, más que cualquier otro documento, entender el estado mental en que se encuentran Pío XI y la curia romana cuando Mussolini llega al poder. Los partidos que gobiernan Italia (y otros países europeos), después de la Primera Guerra Mundial, principalmente de orientación liberal o socialista, ya no reconocen la primacía de la Iglesia en la organización social. Varias dinastías que fundamentaban su poder en Dios y en la religión han pasado a la historia (los Romanoff en Rusia, los Hohenzollern en Alemania, los Absburgo en Austria principalmente y pocos años después, en 1931, los Borbones en España). Para una institución que mantiene la monarquía absoluta como forma de gobierno y que ha dominado la cultura y la organización social desde fines del Imperio Romano, resulta muy difícil adaptarse a la nueva situación, cuando aparecen tres personajes y tres movimientos en los que ven la posibilidad de combatir todos estos males de la modernidad: Mussolini en Italia, Hitler en Alemania y Franco en España, sin olvidar a Ante Pavelic en Croacia y Joseph Tiso en Eslovaquia. No es de extrañar que el Vaticano ayudara al triunfo de estos personajes y percibiera como salvadores de la humanidad a quienes eran solo unos dictadores sedientos de poder.

 

 

 

 

3. RESPONSABILIDAD EN EL TRIUNFO

DEL FASCISMO Y EL NAZISMO

 

 

 

 

Los tres regímenes totalitarios que asolaron Europa durante el siglo XX con sus guerras y con la secuela de torturas, asesinatos y violaciones de los derechos humanos de todo tipo que provocaron, no hubieran llegado al poder si no hubieran contado con el apoyo de la Iglesia. La Iglesia no solo contribuyó poderosamente a la llegada al poder de Mussolini, Hitler y Franco, sino que colaboró por acción u omisión con el holocausto judío y con los genocidios que estos regímenes llevaron a cabo en varios países, principalmente en Eslovaquia, España y Croacia. Finalmente, la Iglesia ayudó a un buen número de criminales de guerra nazis a evadir la justicia, dándoles primero asilo en instituciones religiosas y organizando después su traslado a diferentes países de América Latina. Estos sucesos han sido analizados desde hace varias décadas, aunque el debate ha perdido claridad por haberse radicalizado, desde la aparición de la obra de teatro El vicario, de Rolf Hochhuth, en 1962, en torno a la figura del papa Pío XII. En realidad, la colaboración con el fascismo se había iniciado quince años antes del nombramiento de este papa y sus posiciones frente a nazis y fascistas coincidieron con las de la inmensa mayoría de la curia romana. Dicho de otra forma, las responsabilidades por los sucesos que vamos a examinar no pueden personalizarse, aunque la participación de Pío XII fue muy importante, dichas responsabilidades atañen a la Iglesia en su conjunto.

Tanto Mussolini primero, como Hitler y Franco después, fueron juzgados por la Iglesia como salvadores enviados por Dios o por el destino para el bien de la humanidad y de la propia Iglesia. Como veremos, esto puede explicarse a partir del contexto de la época, pues los tres personajes coincidían con la Iglesia en muchos aspectos que esta consideraba esenciales. Lo que es imposible de justificar es la colaboración activa de sacerdotes, obispos y cardenales en varios genocidios y el apego que altos dignatarios eclesiásticos mantuvieron hacia varios genocidas una vez terminada la guerra.

El punto de partida para entender las razones de la colaboración de la Iglesia con nazis y fascistas es el rechazo de la modernidad, especialmente de la democracia parlamentaria, la secularización, el laicismo, el liberalismo, el socialismo, el comunismo, la libertad de opinión y en general de la concepción de los derechos humanos que empieza a gestarse en Europa desde fines del siglo XVIII. Nazis y fascistas compartieron en buena parte este rechazo con la Iglesia y coincidieron con ella en la promoción de los valores del orden, la autoridad, la jerarquía y el sometimiento del individuo a fines fijados por instancias superiores (el Estado o la Iglesia). A continuación veremos los casos de Italia y de Alemania, la colaboración de la Iglesia con los genocidios que ocurrieron en estos países, en Croacia y en Eslovaquia y en anexo de la primera parte el caso de España.

 

Colaboración con el fascismo italiano

El triunfo del fascismo italiano hubiera podido evitarse durante el periodo 1919-1925, durante el cual el país mantuvo un régimen parlamentario, en el cual el Partido Nacional Fascista, pnf, participaba junto con otros partidos, como el liberal, el moderado, el socialista, el socialdemócrata, el comunista y el católico. Aunque el pnf fue aumentado sus votaciones durante este periodo, hasta la proclamación de la dictadura en 1925, una coalición en su contra de los dos principales partidos que se le oponían, el socialista y el católico, hubiera podido llegar al poder y bloquear el triunfo del fascismo. Ello hubiera sido factible y la violencia creciente que el fascismo ejerció desde 1920 hacía que ello fuera muy aconsejable. Si ello no ocurrió, pese a varios esfuerzos por parte de líderes de ambos partidos, fue básicamente por la oposición de Pío XI.

El mismo año, 1919, en que nació el Partido Fascista Italiano (“Fasci italiani di combattimento” inicialmente y Partido Nacional Fascista, pnf, desde 1921) nació también el Partido Popular Italiano, ppi, antecedente de la futura Democracia Cristiana. El ppi fue creado bajo la inspiración de Benedicto XV y la dirección del sacerdote Luigi Sturzo, secretario de la Acción Católica Italiana, como instrumento de oposición frente a los partidos de izquierda, el psi y el pci, principalmente. Desde su creación, se convirtió en el segundo partido de Italia, solo superado por los socialistas. En las elecciones generales de 1919 el partido obtuvo el 20,5 por ciento de los votos, solo superado por los socialistas, y cien escaños en la Cámara de Diputados, aumentando a 108 escaños en las de 1921.

El pnf no inició con tanto éxito su vida parlamentaria, en 1919 solo obtuvo 4 mil votos. Se trataba de un partido con simpatizantes de muy distinto origen, incluyendo comerciantes, exsoldados, militares, industriales y terratenientes. Su ideología política era muy contradictoria, aunque resultaba clara su oposición a la democracia parlamentaria y su talante dictatorial, pero no fue la ideología el factor que le hizo ganar paulatinamente apoyo popular, sino el uso de la violencia para enfrentar las huelgas en las fábricas en el norte del país y las ocupaciones de tierras en el sur. La violencia fascista produjo ya cerca de quinientas muertes en 1921. El uso de la violencia armada para combatir a los simpatizantes socialistas y comunistas generó el apoyo de industriales, banqueros, comerciantes y militares y de parte de la población cansada de gobiernos liberales y conservadores, que no lograban controlar el descontento popular causado por la crisis económica de la postguerra, caracterizada por una deuda muy alta, inflación galopante y enorme desempleo. Mussolini y sus fascistas se presentaron como un partido nacionalista, partidario de un Estado fuerte, del mantenimiento del orden, la autoridad y la disciplina en la sociedad y ello atrajo a parte de la población.

El 31 de julio 1922 se produjo una huelga general, el gobierno no actuó y el pnf acabó con la huelga con gran despliegue de violencia que sembró de víctimas el país, lo cual acrecentó el apoyo de los sectores mencionados. En octubre, aprovechando el éxito de su triunfo sobre los huelguistas, las milicias fascistas marcharon hacia Roma, tratando de convencer al rey Víctor Manuel III de que solo el pnf podía asegurar la autoridad y el orden en el país. Lo lograron, el rey invitó a Mussolini a formar gobierno en coalición con otros partidos, incluyendo conservadores, liberales, socialistas, socialdemócratas y el ppi. En su primer gobierno Mussolini solo incluyó cuatro ministros de su partido y repartió los otros ministerios entre los otros partidos de la coalición.

Mussolini había llegado al poder a fines de 1922, pero Italia seguía siendo una democracia parlamentaria y la situación podía cambiar, si futuras elecciones hacían triunfar mayorías parlamentarias opuestas al pnf. Los dos partidos opositores principales eran el psi y el ppi. Entre ambos se dieron varios intentos de formar un frente unido antifascista. En el ppi estos intentos enfrentaron el veto de Pío XI. Ya el 2 de octubre de 1922, poco antes de la marcha sobre Roma, Pío XI había emitido una circular prohibiendo a obispos y sacerdotes su militancia en el ppi e instándoles a la neutralidad política, lo cual debilitaba a este partido, de naturaleza confesional católica, al punto que sus reuniones solían tener lugar en los mismos salones parroquiales. En 1923 el papa obligó a dimitir a Luigi Sturzo, partidario de la unión con los socialistas, reemplazándolo por Alcide de Gasperi, opuesto a dicha coalición. Sturzo, respondió amargamente al papa, ante la solicitud de dimisión, que “esta sería entendida como un apoyo de la Iglesia al fascismo y al gobierno fascista, cuyos métodos en el terreno de la política y de la ética tenían mucho que condenar”14.

En 1924 se presentó una última oportunidad de derrocar a Mussolini, cuando las milicias fascistas asesinaron al líder socialista Metteotti, lo cual puso en contra de los fascistas a la prensa internacional y a una gran parte del pueblo italiano, cansado de la violencia fascista. El régimen fascista perdió apoyo ante una oleada de indignación popular y su debilidad fue evidente, con ataques de la prensa nacional y con todo tipo de manifestaciones en su contra. Tanto el psi como el ppi pidieron al rey la destitución de Mussolini. Intervino entonces Pío XI en defensa de Mussolini y “advirtió severamente a los cristianos que cualquier alianza con los socialistas, incluido su sector más moderado, estaba estrictamente prohibida por la ley moral, según la cual la cooperación con el mal constituye un pecado”15. La oportunidad terminó en 1925, cuando Mussolini, cansado de tanta crítica, canceló la democracia parlamentaria, reemplazándola por el Gran Consejo Fascista, dirigido por él mismo; los partidos políticos dejaron de existir realmente desde dicho año y legalmente en 1928. El jefe del ppi se refugió en el Vaticano hasta el final del régimen fascista y presidió después de la guerra el Partido Demócrata Cristiano.

El 31 de octubre de 1926, cuando la violencia fascista y la supresión de las libertades civiles acumulaban ya seis años de duración, el cardenal Merry del Val, quien había sido secretario de Estado con Pío X, saludaba a Mussolini en la forma siguiente: “Mi agradecimiento también se dirige a él, que sostiene en sus manos las riendas del gobierno de Italia. Con su perspicaz visión de la realidad ha deseado y desea que la religión sea respetada, honrada y practicada. Visiblemente protegido por Dios, ha mejorado sabiamente la fortuna de la nación, incrementando su prestigio en el mundo”. El mismo Pío XI declaró en diciembre del mismo año que Mussolini “es el hombre enviado por la providencia”. Apenas unos pocos años antes hubiera sido muy difícil predecir este entusiasmo del Vaticano por Mussolini y sus fascistas. El pnf había sido un partido anticlerical en sus orígenes, Mussolini, que se presentaba como no-creyente, había publicado en 1910 dos libros cuyos títulos hablan por sí solos: Dios no existe y La amante del cardenal. Su vida personal distaba también sobremanera de la que hubiera podido agradar a la Iglesia, pues ni estaba casado con su compañera, Rachele, ni había bautizado a sus hijos. Mussolini era, sin embargo, un político astuto y pronto comprendió la necesidad de poner de su lado la influencia del Vaticano en un país tan católico como Italia. Sabía sin duda cómo convencer a la Iglesia: prohibió la masonería en Italia, consagró fondos públicos a rescatar instituciones de la Iglesia al borde de la quiebra y otorgó exención fiscal al clero; adicionalmente legalizó su matrimonio en el altar y bautizó a sus hijos. Su nueva visión de la religión fue expresada claramente el 23 de septiembre 1924: “Un pueblo no será grande y poderoso si no abraza la religión y la considera un elemento esencial de la vida pública y privada”16. Para él, la religión fue solo eso, un instrumento al servicio de sus fines personales.

Con todo ello logró una firme alianza con Pío XI, que se mantuvo hasta 1938, cuando se rompió por motivos que veremos más adelante.

Mientras que las relaciones de Pío XII con el nacionalsocialismo han sido objeto de numerosas investigaciones y debates desde hace varias décadas, no ha ocurrido lo mismo con las relaciones del Vaticano y de Pío XI con el fascismo italiano. Estas resultan, sin embargo, tan difíciles de entender y tan criticables como aquellas. Desde 1925, el régimen fascista violaba todos los derechos humanos, ejercía violencia sobre sus opositores, incluyendo torturas y asesinatos con total impunidad, había cancelado la libertad de opinión y de prensa, estableciendo un régimen totalitario sujeto a la voluntad del dictador. Su organización corporativista, alabada por Pío Xl en su encíclica Cuadragésimo anno, según vimos, era un fraude, pues parecía permitir los sindicatos, pero en la práctica los únicos sindicatos tolerados eran los afiliados al pnf y sujetos además a la autoridad del Ministerio de Corporaciones. Su invasión de Abisinia en 1935, contra un país tribal, indefenso frente a las armas modernas, incluyendo armas químicas, había horrorizado al mundo por su crueldad. La Iglesia no había levantado ninguna objeción y desde 1926 inició las conversaciones conducentes a los tratados de Letrán, que concluyeron en 1929, suscitando una nueva ola de entusiasmo en la Iglesia sobre “el hombre que la providencia nos ha enviado”, al punto que la Civiltà Cattolica (la revista jesuita, portavoz del Vaticano junto con L’Osservatore romano) en abril 1929 celebró los tratados como “el inicio de una restauración cristiana de la sociedad”.

Pío XI hubiera podido evitar la llegada del fascismo al poder. Hubiera podido permitir la alianza del ppi con el psi o hubiera podido alertar al pueblo italiano sobre la naturaleza de Mussolini y de su régimen. Como afirma Santiago Camacho: “La innegable influencia que tenía el parecer del papa sobre buena parte de la opinión pública italiana hubiera hecho que cualquier comentario sobre el ateísmo, la integridad moral o los métodos violentos de Mussolini pesara como una losa en la pretensión de éste de convertirse en el césar de la nueva Roma”17.

Por encima de cualquier otro hecho, incluyendo los crímenes que ocurrían en su país y en la ciudad de la cual era el obispo, Pío XI vio en Mussolini alguien que compartía su rechazo de la democracia, su amor por Estados autoritarios, con los cuales la Iglesia podía establecer alianzas para afianzar su control social y la lucha por reestablecer aquellos valores de autoridad, familia, orden y jerarquía, que habían prevalecido hasta la irrupción de la tan detestada modernidad.

Desde 1938, Pío XI entendió su error y comprendió cuál era la verdadera naturaleza del régimen fascista, que no había querido admitir durante casi veinte años, haciéndose cómplice, por acción y omisión, de los delitos de lesa humanidad que constituyen el legado de Mussolini y de su régimen fascista.

 

Responsabilidad en el triunfo del nacionalsocialismo alemán

La misma operación que el Vaticano había llevado a cabo a partir de 1923, al impedir una colaboración entre católicos y socialistas que le cerrara el paso al fascismo italiano, la repitió diez años después en Alemania, logrando el triunfo del nazismo, que muy seguramente nunca hubiera ocurrido sin la ayuda de Pío XI y de su secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. Las circunstancias eran idénticas en ambos casos. También en Alemania, la primera fuerza, cuando los nazis inician su conquista del poder, era la socialdemocracia y la segunda era el partido católico de centro (Zentrum). Una colaboración con fines electorales entre ambos partidos hubiera podido impedir el triunfo del nazismo, pero esto no es lo que deseaban el papa y su secretario de Estado, quienes lucharon por impedir tal colaboración, consiguiendo el triunfo de Hitler y, como premio, el concordato de 1933, que además legitimó el nazismo a los ojos del mundo.

El partido católico de centro alemán no era un partido reciente, como en el caso de Italia, sino un partido con una larga y gloriosa tradición. Se había creado, en 1871, con objeto de defender al catolicismo alemán frente al Kulturkampf o combate cultural emprendido por el canciller del nuevo imperio alemán o Segundo Reich (Segundo Imperio, 1871-1918), Otto von Bismarck, contra la Iglesia católica. Bismarck, prusiano y protestante, consideraba al catolicismo como un elemento extraño que amenazaba la unidad del nuevo imperio alemán. La proclamación del dogma de la infalibilidad papal en 1870 había generado un clima de enemistad entre los católicos y la mayoría protestante alemana. Adicionalmente, Bismarck juzgó que este nuevo dogma (que examinaremos en la segunda parte) comprometía la obediencia al Estado de numerosos católicos. Por si esto fuera poco, los católicos, representados por el Zentrum, se oponían al centralismo prusiano de Bismarck, defendiendo una estructura federal para el nuevo Reich. El canciller mantuvo una política de enfrentamiento contra el catolicismo entre 1871 y 1887, incluyendo varias medidas, tales como la supresión del departamento católico del Ministerio de Cultura de Prusia, la pena de cárcel para los predicadores que criticaran al Estado, el control de las escuelas católicas por el Estado, la expulsión de los jesuitas, el control de la formación y del nombramiento del clero, la imposición del matrimonio civil y la supresión de las subvenciones a la Iglesia. Parte del clero, opuesto a estas medidas, fue objeto de penas de encarcelamiento y expulsión, varias órdenes religiosas fueron disueltas, numerosos obispados de Prusia quedaron vacantes y se rompieron las relaciones con el Vaticano. La oposición del Zentrum a esta política anticatólica no hizo sino fortalecer al partido católico. En 1878, Bismarck se vio obligado a clausurar el Kulturkampf, al convertirse el partido católico en el más votado de Alemania en 1874, ganando las elecciones al Reichstag (la Asamblea nacional) y convirtiéndose, junto con otros grupos conservadores, en un aliado imprescindible de Bismarck frente al partido socialdemócrata y a los nacionalistas liberales.

spd