Por su apoyo a la realización de este libro, el autor expresa su gratitud a la dirección y especialistas
 de la biblioteca pública Rubén Martínez Villena, de La Habana Vieja, en especial a: Ileana Báez,
Esperanza González, María Micalea Pavón, Obdulia González, Juliana Uribe,
Diana Guzmán, Leonor Rodríguez,María del Carmen Arencibia,
Berenice Skim, Marta Sánchez y Yamilsis Martínez.

Saludo a la memoria

Desde el siglo xix La Habana, y también algunas de las ciudades del interior cubano, fueron visitadas por importantes artistas europeos, las más de las veces con sus compañías. Así llegaron y actuaron Fanny Elssler, Sarah Benhardt, Benito Constant Coquelin, Adelaide Ristori, María Tubau, Jenny Lind, Adelina Patti… En los inicios del siglo xx visitaron Cuba Enrico Caruso, Titta Rufo, Tito Schipa, Eleanora Duse y, de paso, para descansar, la bailarina norteamericana Isadora Duncan, todos ellos celebridades cuya gloria el tiempo ha preservado.

Pero el libro que tiene en sus manos recoge un período más reciente, aquel que se inicia con la llegada de la radio, hacia los años veinte, y se continúa con la irrupción del cine y la televisión, esta última en los años cincuenta del pasado siglo. Cada una de las manifestaciones citadas ha dado en Cuba a eximios representantes, convertidos en ídolos por la capacidad de estos medios de entrar en los hogares y hacernos compañía.

También han sido numerosos los artistas foráneos de la radio, el cine y la televisión que han desfilado por el país. Unos, los de habla española, para cumplir contratos en emisoras y teatros cubanos; otros, por lo general los norteamericanos y hablantes de otros idiomas, en estancias breves para tomarse unas vacaciones, promocionar sus películas o movidos por el afán de ensanchar horizontes culturales y satisfacer curiosidades.

De los de habla española —mexicanos, argentinos, venezolanos, puertorriqueños, latinoamericanos en general y, por supuesto, españoles— la relación es extensa y como es lógico se ha realizado una selección lo más representativa posible de épocas, géneros, nacionalidades y gustos, lo cual no excluye omisiones involuntarias.

Desde mediados del pasado siglo, numerosas fueron las películas filmadas total o parcialmente en Cuba con la participación de artistas extranjeros. También los cantantes, con una mayor independencia del idioma, actuaron en los centros nocturnos, en la radio y la televisión. Así continuó a lo largo de toda la centuria, para beneplácito de los que permanecen en casa.

Solo un gran ausente, Carlos Gardel, falta en estas páginas. Es dato confirmado que entre sus planes inmediatos se hallaba cantar en Cuba, pero el accidente de Medellín, en 1935, tronchó su vida. Salvo él, no hubo casi ninguna de aquellas estrellas que no se detuviera en Cuba contratada por los dueños de las emisoras y los programas de mayor audiencia.

De una apreciable popularidad gozaron la mayoría de los artistas que nos visitaron entonces y hoy forman parte de la memoria. Las páginas culturales de las publicaciones siempre les dedicaron gran espacio y sus rostros se hicieron familiares, tal como sucede en nuestros días con los protagonistas de las telenovelas brasileñas, varios de los cuales tienen su capítulo en estas páginas y son acogidos con mucha simpatía cuando nos visitan.

Este es pues, un libro para dar vuelo a los recuerdos y fijar algunos datos en su memoria. ¡Que la pase bien!

El Autor

Gloria Swanson
diva del celuloide

Una de las actrices de mayor atractivo físico fue Gloria Swanson, que cuando arribó a La Habana, en febrero de 1924, tenía 25 años y se hallaba en el esplendor de su fama. La revista Social, mensuario cuyas ilustraciones y fotografías marcaban la pauta tipográfica cubana por su calidad, recoge en sus páginas interiores el rostro sensual de la actriz, con ojos y labios intensamente maquillados. La escueta nota dice así: «En el lobby del [hotel] Sevilla-Biltmore, en la pelouse del Hipódromo, en el patio del Almendares, en la sala del Casino, por todas partes, hemos contemplado gentes que se atropellaban por llegar a un punto deseado. Eran los miles de fanáticos de cine, que querían estrechar la manita suave y blanca de Gloria Swanson que nos visitó este mes».

No vino sola: la acompañaba Allan Dwan, director de la poderosa compañía cinematográfica Paramount, interesado en realizar algunas producciones en La Habana.

La visita de Gloria Swanson, con más de cuarenta películas en su filmografía, sedujo a los habaneros, conocedores de que se trataba de una de las actrices mejor pagadas de Hollywood, y una de las estrellas más solicitadas durante las décadas del veinte y del treinta.

En La Habana, y en general donde hubiera una sala de proyección, la cinematografía se había convertido en un espectáculo atrayente que contaba con un público siempre motivado, por lo que la novedad del cine se incorporó como un pasatiempo favorito y no muy costoso, para numerosas familias. Era la época del cine mudo o silente, que popularizó a muchos galanes y a muchas divas del celuloide, un cine cuyo encanto aún perdura como raíz y esencia del séptimo arte. Los artistas norteamericanos, con la inclusión de algunos de origen latino, ganaron popularidad.

Para Gloria Swanson, la llegada y el afianzamiento del cine sonoro marcó, por un momento, un descenso de su popularidad. Se retiró, aunque permaneció con un programa de televisión, La hora de Gloria Swanson (The Gloria Swanson Hour) y en 1950 regresó por consejo del director George Cukor en la cinta El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), dirigida por Billy Wilder, que le valió una nominación al Oscar por mejor actriz en el personaje de Norma Desmond. Más tarde, filmó varias películas: La amante de Nerón, Las abejas asesinas y la última de ellas, Aeropuerto 75, en 1974.

La artista tuvo una vida sentimental agitada: varios matrimonios, romances famosos, grandes éxitos, incluida una cierta dosis de chismografía como parte de la necesaria publicidad. Recibió tres nominaciones al Premio Oscar: en 1929 por La frágil voluntad, al año siguiente en La intrusa y, por la ya citada, Sunset Boulevard, en 1951. Se dio el lujo de ser una de las pocas actrices que triunfó en el cine mudo y en el sonoro.

Hija de un soldado de ascendencia sueca, durante su infancia se trasladó a Puerto Rico, Chicago y La Florida. La interpretación en la pequeña Gloria se manifestó como una vocación temprana. Convertida en leyenda del séptimo arte, su deceso ocurrió en Nueva York, a los 84 años, el 4 de abril de 1983.

Tom Mix
con sombrero y sin caballo

El actor norteamericano del cine silente Tom Mix, uno de los más populares de todos los tiempos en personajes de cowboy, se detuvo en La Habana a mediados del decenio del veinte del pasado siglo. El Hotel Nacional, institución insignia de la hotelería cubana, lo incluye entre sus huéspedes ilustres, pero este no se inaugura sino en los años treinta. Por supuesto, Tom Mix pudo haber visitado la Isla en una segunda ocasión y haberse alojado entonces en el Hotel Nacional.

Lo que sí consta es la foto suya (con el típico sombrero de alas anchas y el pañuelo anudado al cuello), aparecida en la portada de la habanera revista Carteles fechada el 20 de septiembre de 1925, donde se lee: «Es indiscutible que esta vez nuestra portada tiene un aire de familia... Tom Mix aparece en ella, en compañía de su blonda esposa y de su hijita Tomasina, tal cual fueron fotografiados después de regresar de Europa donde realizaron recientemente un extenso viaje».

Más allá de esta escueta nota, Tom Mix queda en la memoria de cuantos admiraron sus dotes extraordinarias como jinete, que le abrieron las puertas del cine y le han permitido ser parte de la historia del séptimo arte, considerándosele la primera megaestrella en el género de western.

Tom Mix regresó a Cuba cuando en 1991 la cinta Mi querido Tom Mix se alzó con el Premio Coral del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana, lo que para muchos constituyó un rencuentro con la mítica figura.

En cuanto al actor, nunca se dejó doblar en las acciones peligrosas que ejecutaba, lo cual le costó numerosas lesiones. Nació en enero de 1880 e interpretó más de trescientas películas (algunas sonoras), durante una carrera de 25 años que se extendió entre 1910 y 1935. Jinete y tirador excelente, ambas condiciones le bastaron para triunfar, al menos en los inicios, cuando en los filmes prevalecía la acción y el argumento era bastante sencillo, con un final fácilmente predecible.

Millones de niños y adolescentes crecieron y soñaron viendo las películas de Tom Mix, quien cobraba salarios también «de película» para la época, que le permitieron construirse una hacienda que semejaba una ciudad del oeste.

También trabajó para el circo y, aún en la década del treinta, conservó la popularidad. El actor murió en un accidente de tránsito en 1940, a la edad de 60 años. Con justicia tiene una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, existe un museo que lleva su nombre y lo fundamental: sus filmes, aún al cabo de los años, conservan el encanto de la época y revelan la temeridad (sin dobles, insistimos) de su protagonista.

Buster Keaton
cara de piedra, y el jaibol

Algunas décadas atrás, la televisión cubana presentaba cada domingo en la mañana su espacio titulado La comedia silente. Estaba destinado a los niños y gozaba de una vasta teleaudiencia, pues el narrador, siempre el mismo, poseía el don de la comunicación y de la gracia. Allí muchos cubanos aprendieron a identificar a los grandes comediantes del cine mudo, entre ellos a Buster Keaton.

Lo que hizo Buster Keaton en La Habana de 1926, por la que pasó, está casi perdido. Recibido por los periodistas, se le tomaron algunas fotografías. El cine sonoro aún no había irrumpido en las artes y es bastante probable que, fuera del ámbito citadino, apenas se le conociera en la Isla. Una foto en particular conserva toda su gracia: Son tres hombres sentados a una mesa; uno es el periodista cubano Oscar Lombardo, otro es Mr. W. Schenck, cuñado del célebre comediante, y el del centro es Keaton. Toman jaiboles, pero el rostro del actor es todo un poema: esmirriado, taciturno, con una mueca infame que le desencaja la expresión. El pie de grabado es jocoso: «¡Mr Keaton, ni jalado se ríe…!»

Tuvo una carrera artística muy larga: empezó a trabajar a los tres años en un número acrobático que protagonizaban sus padres (lo lanzaban de un lado a otro del escenario) y se mantuvo activo hasta su muerte a la edad de 70 años.

Nació el 4 de octubre de 1895 y su nombre real fue Joseph Francis Keaton, fue sobrenombrado «Buster» por su padrino Harry Houdini, el célebre mago deshacedor de nudos.

Las habilidades físicas del chico le abrieron las puertas del naciente cine en el género de la comedia, que requería de grandes destrezas y exigía riesgos. Su primera cinta se tituló El carnicero (The Butcher Boy), de 1917, cuando contaba 22 años. El actor no solo ganó en facultades histriónicas, sino que se interesó por los aspectos técnicos de la cinematografía y llegó a ser guionista y director.

Llamado a filas en 1918 durante la Primera Guerra Mundial, sirvió en Francia, donde presentó espectáculos para las tropas aliadas, en esa etapa contrajo una infección que le afectó el oído de por vida.

Durante la década del veinte, rodó numerosas comedias que lo popularizaron: La mudanza, La casa eléctrica, El gran espectáculo y Convicto 3. Lo caracterizaron la originalidad de las situaciones y una hilaridad sofocante, en una época donde tuvo que alternar con figuras míticas como el gran amante latino Rodolfo Valentino, el inigualable actor de filmes de aventuras Douglas Fairbanks y otros dos comediantes de éxito: Charles Chaplin y Harold Lloyd.

Unos lo llamaron Cara de piedra, sobrenombre resultante del humor tragicómico del actor, quien modeló un personaje de rostro completamente inexpresivo, taciturno aun en medio de las situaciones simpáticas, por lo que los espectadores concurrían a la sala cinematográfica para disfrutar del rostro angustiosamente cómico del actor.

Participó en el elenco de películas tan famosas como Candilejas, de Chaplin, en 1952, y La vuelta al mundo en 80 días, con Mario Moreno, Cantinflas, de 1956 se mantuvo en los sets de filmación hasta 1966, año en que murió, el primero de febrero. Se le confirió un Premio Oscar honorífico en 1960.

En La Habana, donde ignoramos si hizo alguna de sus inolvidables bromas, seguramente pasó casi inadvertido con su cara de piedra.

Walt Disney
entre Mickey Mouse
y el ratón Miquito

En 1931 Walt Disney tenía 30 años. Había hecho estudios en una academia de Bellas Artes, y también seguido un curso, por correspondencia, de caricaturista. Después se unió al rotulista Ub Iwerks y comenzó a andar, o más bien a dar pasos sorprendentes, dentro de la cinematografía, aunque aún no había entrado en la historia del séptimo arte. Casi solo, con la ayuda de su secretaria y después esposa, Lilian, y de algún que otro soñador de incontenible imaginación, llevó a los dibujos animados los personajes clásicos del mundo de la literatura infantil —Caperucita Roja, Alicia…—. En 1927 se atrevió un poco más y creó a Mickey Mouse, el ratón Miquito o Miguelito, primero de varios personajes de dibujos animados que inundarían el mundo infantil.

Disney era un hombre laborioso y de talento, estaba dotado para ver lejos y realizar lo imaginado. Con el tiempo sería conocido como el mago del dibujo animado, crearía empresas, estudios, desarrollaría la técnica, contrataría a los dibujantes más notables y lograría vencer los obstáculos idiomáticos mediante la difusión internacional de aquellos cartoons de entonces, que vistos hoy día conservan el encanto del genio.

El éxito y las ganancias que acompañan a sus cartoons animados, amén de cierto grado de cansancio, lo llevan a iniciar una gira de descanso que incluye un viaje en barco por el Mississippi, una escala en La Florida y a continuación una visita a Cuba.

El Hotel Nacional, en La Habana, era la más reciente y lujosa joya de la hotelería cubana. El cantante José Mojica y el multicampeón olímpico de natación Johnny Weissmuller (después sería el primer Tarzán del cinematógrafo) ya habían sido sus huéspedes. También lo sería Walt Disney cuando con Lilian decidió pasarse algunas jornadas de descanso y sol. La habitación 445 lleva el nombre del célebre creador.

Se cuenta que el aristocrático y clasista hotel violó una de sus reglas para dar acceso a los músicos negros que tocaron para el equipo de Disney, porque también él descubrió la sonoridad de aquellos toques, el ritmo de las rumbas y de las congas, y aprovechó su estancia para grabar una música que más tarde hallaría cabida en sus producciones de historietas de animados, una prueba más del innegable talento y receptivo oído del artista y empresario visitante.

Existen razones para creer que el personaje de Bongo, cuya similitud fonética no es nada casual con el instrumento musical, creado con posterioridad a la estancia cubana, fuera una de los valores agregados de las experiencias acopiadas durante los días habaneros de Walt Disney. Es muy probable que entonces también conociera al caricaturista Conrado Massaguer, con quien se encontró nuevamente cuando este visitó Norteamérica.

Disney embarcó de regreso desde La Habana en el crucero California SS, hacia Los Ángeles, vía Canal de Panamá, el 3 de noviembre de 1931.

Más personajes ideó Walt Disney. En 1934, apareció el Pato Donald y en adelante continuaría desgranando otros caracteres inolvidables para la niñez: Tío Rico McPato, Pluto, Tribilín… En 1937, se filmó el primer largometraje en colores de la Walt Disney’s Productions: Blanca Nieves y los siete enanitos y comenzaron a llegarle a Disney los premios Oscar, hasta sumar más de veinte en su carrera, amén de algunos Emmy.

Multifacético en sus aristas creativas, construyó parques de diversiones en Estados Unidos y otros países, conocidos como Disneyland(ia) o DisneyWorld. El éxito de cuanto emprendió en la cinematografía fue enorme y duradero. Llega a nuestros días, aun cuando Walt Disney murió en California el 15 de diciembre de 1966, poco después de cumplir 65 años.

José Mojica
en dos tiempos

Estamos en diciembre de 1931 y los jardines del hotel Nacional, a un año apenas de su inauguración, están extraordinariamente animados. Una numerosa población femenina, integrada por elegantes damas de todas las edades, invade la planta baja de la edificación, ocupa los salones de espera, se pasea bajo los balcones. Ello es debido a la presencia, en una de las suites, del divo mexicano José Mojica, recién llegado a La Habana, donde tiene previstos dos conciertos, los días 14 y 16 de ese mes, en el Teatro Nacional.

El periodista de Bohemia que llega hasta su habitación y lo entrevista, anota en el cuaderno: «Mojica es un hombre agradable. Todo en él tiene un encanto de atracción íntimamente amable».

Mojica comenta: «Puede usted decir que estoy verdaderamente encantado del público de La Habana. No sabe cómo conforta y satisface al artista ese calor de afecto que ofrece el público con sus demostraciones de devoción».

Las actuaciones no defraudan y el actor cantante gana los elogios de la crítica, los de cuantos lo admiran y abarrotan plenamente el Teatro Nacional. Mojica triunfa en La Habana.

Luego vino lo inesperado, que con los días y las semanas se confirmó como noticia: el protagonista de El precio de un beso, Ladrón de amor, Hay que casar al príncipe, Mi último amor, La ley del harén, El rey de los gitanos, La cruz y la espada, Un capitán de cosacos, Fronteras del amor, películas de mucha taquilla en Hispanoamérica y Estados Unidos, abandona la vida alegre de teatros y estudios de filmación, de viajes y riquezas, para incorporarse a la disciplina eclesiástica. En 1947, fray José Francisco de Guadalupe se ordena de sacerdote en Lima.

Veinte años después de la primera visita, está de nuevo en La Habana. Lo acompañan unas cuantas libras de más, mientras el pelo negro se ha vuelto grisáceo y más escaso. Llega el 12 de marzo de 1951 y decide alojarse en el Convento Franciscano de la capital. Su arribo es noticia de primera plana en los diarios y las antiguas admiradoras lo encuentran «extraño» con su hábito de franciscano.

La expectación es mayúscula, pues la Orden le permite cantar, solo que el repertorio debe ser de música sacra. José Mojica, o mejor dicho, fray José Francisco de Guadalupe, ha de ofrecer varias actuaciones en el teatro Blanquita (hoy Karl Marx), con motivo de la celebración de la Semana Santa.

Retablo del Calvario, Retablo goyesco, Las campanas de gloria —con el acompañamiento al piano del padre Ernesto Arauco, del Orfeón Vasco de 100 voces y de la soprano Oneida Padilla— se escuchan en la voz del juglar franciscano, como la prensa ha dado en llamarle.

El sacerdote ronda por esos días los 56 años... ¡mas no ha dejado de ser noticia! En realidad, nunca dejaría de serlo: ni cuando ya como fraile filmara, en 1953, su última película, en España: El pórtico de la gloria; ni cuando se rodara su biografía fílmica (Yo pecador) en 1959. Porque, sencillamente, José Mojica fue un personaje irrepetible.

Agustín Lara
una y otra vez

En junio de 1951, estaba de visita por San Cristóbal de La Habana el compositor mexicano Agustín Lara. No era la primera ocasión, y regresaba para departir con viejos amigos, admiradores y gente de la farándula que lo echaban de menos.

Con su sobrenombre a cuestas, El flaco de oro se ajustaba muy bien a su figura enjuta y a su facilidad extraordinaria para convertir en éxito cuanto bolero salía de su inspiración. La revista Bohemia le dedicó tres páginas completas de fotografías y declaraciones. «Lara es un conversador interesante. El autor de Granada es un nostálgico y esto se encuentra latente en sus canciones», apuntaba un redactor.

La primera de las visitas es poco recordada. Tuvo lugar en 1932, y lo acompañó el cantante Pedro Vargas. Regresó siete años después, en 1939, de nuevo con Pedro Vargas, quien era muy popular en Cuba. La revista Carteles insertaba una entrevista donde Lara explicaba cómo escribió su primera canción y las razones que lo motivaron:

«Fue por contagio —confesó—. Se celebró un concurso de la canción en el teatro Lírico de México. Guty Cárdenas, que fue mi amigo entrañable e inolvidable, triunfó con su canción Nunca. Yo escribí entonces mi primera canción. Se titulaba Yo sé que es imposible que me quieras».

Ahora regresemos un poco más acá, y situémonos en otra visita del gran Agustín, la que efectuó en junio de 1952. De aquella estancia se ha recordado bastante su presentación en el cabaret Montmartre (donde después estuvo ubicado el restaurante Moscú, en el barrio del Vedado capitalino). Allí tocó el piano y condujo la orquesta acompañante de violines.

El creador de melodías tan populares como Noche de ronda, Mujer y otras muchas, hizo en Cuba grandes amistades con gente de pueblo y figuras de la cultura, por igual. La huella cubana en la obra de Agustín Lara quedó expuesta en varias de sus composiciones, como La Cumbancha, un homenaje a la percusión antillana, la clave Noche criolla, la canción Sueño guajiro, y el danzonete Pobre de mí, por mencionar unos pocos ejemplos.

Lara tuvo una vida bohemia, de amores muy comentados (¿quién no recuerda su matrimonio con la diva María Félix?), de algunos desengaños, pero sobre todo marcada por el éxito, que acompañó a su talento artístico y laboriosidad. Así, hasta su muerte en 1970.

Una de las últimas musas del compositor fue Yolanda Santacruz. Ella reveló valiosos comentarios años atrás, durante una de sus visitas a La Habana. Dijo entonces: «Agustín Lara le tenía mucho cariño a este país, de ahí sus canciones dedicadas a Cuba. Pienso que algún día se enamoró aquí».

Si María Félix es el gran mito del cine mexicano, Agustín Lara es el gran mito de la composición y el bolero en Hispanoamérica. Él integra el catálogo de los artistas que mayor popularidad y relieve internacional alcanzaron en el siglo xx en América Latina.

Pedro Vargas
tenor de las Américas

Por tres décadas fue Pedro Vargas una presencia asidua en los escenarios cubanos, fuera ya en los teatros, la radio o la televisión. El denominado Tenor de las Américas —para otros, el Ruiseñor de las Américas— se sintió como en casa en la Isla y los cubanos se acostumbraron a su voz, que sin duda guardaba la calidez y musicalidad de los elegidos.

Vargas nació en el estado de Guanajuato, México, en 1906, y templó su voz en los coros de las parroquias, pues su familia era de origen humilde. El maestro de aquella capilla descubrió sus facultades y se convirtió en su primer mentor. Ante diversos músicos demostró el joven Vargas sus aptitudes singulares y ello le valió para ganarse una beca en Ciudad México, realizar estudios teóricos y también de bachillerato. Sus inicios fueron en la ópera, en el teatro Esperanza Iris de Ciudad México, antes de enrumbar hacia los géneros populares.

José Mojica, ya una celebridad en los años treinta, le brindó apoyo; conoció además a Jorge Negrete, otro famoso de la canción mexicana y latinoamericana.

En 1932, como hemos comentado antes, llegó a La Habana acompañado de Agustín Lara, quien compondría canciones para él y de quien sería celebrado intérprete. En más de una ocasión coincidieron en La Habana de aquel decenio los dos artistas, ya encumbrados, Lara al piano, Vargas cantando los boleros del primero. La prensa cubana les prodigaba elogios y el público se agolpaba a las puertas de las emisoras para verlos salir.

Cuba estuvo en el derrotero de todas sus giras por Latinoamérica. Ninguna otra nación del continente —salvo su México natal— tuvo el privilegio de escuchar a Pedro Vargas tantas veces. El repertorio de numerosos autores cubanos lo nutrió y varios directores cubanos de orquestas lo dirigieron. Los cubanos tenían sus cantantes preferidos y aunque el listado de los grandes es muy extenso por aquella época, hay dos que me atrevo a distinguir especialmente: entre las damas, a la argentina Libertad Lamarque; entre los hombres, al mexicano Pedro Vargas. Ambos se convirtieron en ídolos de los auditorios cubanos y disfrutaron de una envidiable popularidad.

En mayo de 1957, celebró con una actuación especial sus Bodas de Plata (25 años) de actuaciones en Cuba. Aquel año, y el siguiente —fecha de sus últimas visitas—, grabó los números para el álbum que tituló El Tenor de las Américas en Cuba, uno de sus mayores éxitos musicales. Para quienes deseen escuchar un dúo antológico proponemos disfrutar el que integró, junto a Benny Moré, en el bolero Obsesión.

Pedro Vargas cantó en numerosos filmes, su presencia constituía una garantía de éxito de taquilla. Recibió distinciones, condecoraciones, órdenes de diversos países del continente, pues también en Norteamérica cantó y tuvo un público numeroso. Murió en Ciudad México a los 83 años, en 1989.

Douglas Fairbanks
artista y empresario

La historia de la cinematografía tiene con la carrera de Douglas Fairbanks, tanto en su faceta de actor como en la de productor y empresario, material suficiente para llenar más de un capítulo.

Él fue el gran protagonista de la aventura en el cine silente: La marca del Zorro (The Mark of Zorro, 1920), Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 1921), Robin Hood (1922), El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1924), El pirata negro (The Black Pirate, 1926) y La máscara de hierro (The Iron Mask,1929), nos muestran a un galán con habilidades acrobáticas, destreza física, atractivo personal y gancho de taquilla extraordinarios, que después se repetirían en Errol Flynn y, mucho más acá, en actores como Jean-Paul Belmondo, Harrison Ford y unos cuantos otros que, quiérase o no, tuvieron en Fairbanks su prototipo. Ello, sin pretender atribuir al aventurero Fairbanks cualidades histriónicas que no poseía, pero que tampoco le fueron imprescindibles para triunfar.

En el orden empresarial, Mary Pickford y él, junto a Charles Chaplin y D. W. Griffith fundaron en abril de 1919 la United Artists, asociación de artistas de larga vida que aún hoy perdura. Fairbanks se casó con la Pickford en 1920, para integrar la más famosa pareja del cine de Hollywod de entonces, aunque solo en una ocasión compartieron roles, en la cinta La fierecilla domada (The Taming of the Shrew), de 1929. Ella, llamada la novia de América, con su belleza y candidez fílmica, y él, en el ápice de la popularidad y la apostura, hicieron de sus rostros el mejor cartel de presentación de un cine que cautivaba por su ingenuidad, aun cuando ya estuviera echando los cimientos de la fábrica de sueños en que se convirtió.

Cincuenta y un años contaba el actor cuando en vuelo de la Pan American llegó a La Habana el 3 de octubre de 1934. No lo acompañaba Mary —el matrimonio confrontaba problemas y se disolvería en 1936—, sino el productor cinematográfico Joseph Schenk, ambos procedentes de México. Con traje elegante y sombrero, las fotografías muestran al actor sonriente, en plenitud física, a tono con sus personajes y la imagen que los espectadores tenían de él a través de los filmes, en que él mismo escenificaba las peripecias de un artista atleta.

No encontramos ninguna entrevista en la prensa, ni los detalles de lo que hizo en la que fue una breve estancia. Se afirma que tan pronto pisó suelo cubano encendió un cigarrillo criollo y respondió al saludo de los numerosos admiradores que lo aguardaban. En automóvil se le trasladó al Hotel Nacional y alguien especuló que en su rostro se observaba una cierta preocupación, atribuible a la presunta separación de Mary, pero esto pudiera ser muy bien parte de las habladurías que los magazines sobre artistas siempre incluyen para llenar páginas y estimular la curiosidad de los lectores.

Una actividad sí realizó mister Fairbanks en La Habana: se probó uno de los trajes (presumiblemente un dril 100 muy blanco y planchado) de la Sastrería Anatómica El Sol, en la Manzana de Gómez, y se dejó retratar con fines publicitarios.

Dos detalles más incluimos acerca de este actor: En 1918, y junto a Chaplin, convocó a una gran multitud en Nueva York para que contribuyeran adquiriendo bonos de guerra para la Primera Guerra Mundial, que ya tocaba a su fin. Y el segundo: tuvo el honor de ser el primer presentador en la ceremonia de los Premios Oscar, en 1929, cuando pocos podían imaginar el peso enorme que muy pronto alcanzaría la posesión de la estatuilla dorada en el panorama cinematográfico mundial.

El rey de Hollywood, así se le llamó, murió en Santa Mónica, California, el 12 de diciembre de 1939, a los 56 años.

Al Jolson
EL CANTANTE DE JAZZ

El nombre del actor y cantante Al Jolson tiene un espacio asegurado en las enciclopedias de cine, y aún más en la hwistoria del séptimo arte. Fue su voz la primera escuchada, en un filme, entonando una canción, con lo cual rompió la barrera del silencio cinematográfico y dio inicio al cine sonoro. Ocurrió en 1927, con la película El cantante de jazz, y aunque de entonces acá ha llovido bastante, el suceso sigue siendo memorable.

La celebridad de Al Jolson se extendió a todas partes. Para esa fecha tenía el artista 41 años. Llegó a La Habana por el mar, en el vapor Santa Elena, que ancló en medio de la bahía el 17 de junio de 1934. Lo acompañaba su esposa, Ruby Keeler, de quien el cronista de Bohemia apuntaba que «no tiene la mitad de años del cantante». Al barco llegaron los fotógrafos en una lancha y Jolson se dejó tomar instantáneas a bordo. Tan pronto desembarcó lo abordaron los periodistas y con ellos marchó hasta el hotel Plaza. Se trataba de una visita muy breve. La pareja se veía tostada por el sol y Jolson declaró:

«Nos vamos esta noche. Seguimos viaje en el Santa Elena para Nueva York. Y lo sentimos, porque tenemos noticias que por aquí pasan con frecuencia cosas raras».

¿Aludiría el artista al movimiento popular que el año anterior derrocó al dictador Machado, o al entusiasmo revolucionario generalizado en la Isla? Vaya usted a saber. Lo cierto es que ese mismo día, una o dos horas después del arribo de Jolson, el entonces presidente cubano Carlos Mendieta, quien se hallaba en Tiscornia, poblado de Casablanca, en un almuerzo al cual fue invitado, sufrió un atentado con bomba del cual salió solo con una ligera herida en una mano, aunque causó la muerte a dos personas que se hallaban justo detrás de él en la tribuna.

Al Jolson también hizo las siguientes declaraciones a Don Galaor (Germinal Barral):

«Soy judío, hijo de un rabino que quería de mí una levita, cumpliendo con la tradición. Me llamo Asa Yoelson y vine con mi padre para América siendo muy niño. Mi padre no quería acceder a mis aspiraciones histriónicas y un día me fui de casa, huí del rigor de la sinagoga y me uní a una compañía de acróbatas. Hice el payaso de pueblo en pueblo (…) Durante la guerra hispano americana (sic) decidí cambiar mi nombre por este. Fue entonces también cuando aprendí a pintarme el rostro de negro y a cantar las sentimentales canciones de sabor africano».

Después agregó: «El éxito de una obra me valió contratos para registrar mi voz en discos fonográficos. Más tarde el cine sonoro requirió mis servicios y debuté en El cantante de jazz (The Jazz Singer)».

Nacido en Lituania el 26 de mayo de 1886, la familia emigró a Estados Unidos en 1893. En la cinta sonora ya citada, Jolson interpreta varias piezas: Mammy; Toot, toot, tootsie, goodbye; Dirty hands, dirty face; Blue Skies; Mother; I still have you…

Un año después interpretó otra película que le dio aún mayor popularidad: El tonto cantador (The Singing Fool), donde se escucha la pieza Sonny Boy, la cual marcó un hito en su carrera. Wonder Bar, de 1934, representa otro momento importante, aunque no alcanza el éxito de las anteriores películas.

En vida del artista se filmaron dos películas biográficas dedicadas a él: The Jolson Story, en 1946, y Jolson sings again, en 1949, lo cual quizá dé una medida acerca del renombre que alcanzó y la importancia que tuvo su actuación en El cantante de jazz para la historia del cine.

El artista murió el 23 de octubre de 1950, en San Francisco, a los 64 años.