Hugo Chávez logró hacer lo que hizo, porque se formó en los valores de “la patria germinal”, según la definiera un intelectual venezolano: logró captarlos, interpretarlos y convertirlos en fuerza transformadora permanente.

Tenía una personalidad recia, de convicciones claras y elevada voluntad para buscar las cosas en las que creía. Es lo que uno descubre en los relatos de Adán, su hermano, y de quienes lo conocieron desde niño.

Su personalidad durante la infancia logra encauzarse correctamente por la formación que le inculca su abuela Rosa Inés, en la solidaridad, el trabajo, la humildad, y la sabiduría ancestral del pueblo humilde.

En Venezuela siempre existió una espiritualidad vinculada a las luchas continuas de resistencia, en los dos primeros siglos de la conquista y la colonización, que dieron paso a las luchas donde los criollos pobres, los blancos de orilla –conocidos así–, manifestaron su inconformidad con el reinado de España, y hubo una tradición cimarrona muy fuerte. A pesar de que la resistencia indígena aquí duró casi siglo y medio y fue totalmente derrotada, ellos se fueron reagrupando hacia la selva, y después hubo un proceso de rebeldía, de inconformidad, al igual que sucedió con los blancos de orilla.

Caracas era un espacio de conspiración permanente. Existía una larga tradición en lo que hoy es la Plaza Bolívar, como centro donde se encontraban mestizos, mulatos, los niños y jóvenes mantuanos y durante todo el siglo xviii, ahí convergieron las ideas de rebeldía. Por eso se explica el surgimiento de un Francisco de Miranda, un niño caraqueño que se formó en esa plaza, y luego un Simón Bolívar, un José Félix Ribas.

Todo esto te lo cito, porque la sabiduría de esa mujer humilde: Rosa Inés, la abuela del Comandante, viene de todo un cuerpo de sentimientos, de valores, de una forma de ser del pueblo venezolano, que fue muy marcado después por Bolívar, en el caso del llano por Zamora y por toda la tradición de lucha del pueblo durante varios siglos.

Su bisabuelo “Maisanta” es una figura legendaria que cala en todas sus fibras. “El último hombre a caballo” desempeña un papel esencial contra la dictadura gomecista, y se convierte en símbolo de la brega del pueblo venezolano contra la primera dictadura impuesta por las transnacionales petroleras y el imperio estadounidense, luego del golpe de Estado de diciembre de 1908 contra Cipriano Castro.

Chávez sobresale desde joven por su pasión hacia esas tradiciones de luchas y rebeldías, y de admiración a los héroes nacionales. Él logra expresar el orgullo y la sabiduría populares alrededor de nuestra historia y convertirla en energía transformadora, en grandes metas y causas que eran necesarias para cambiar de manera radical la nación postrada y desesperanzada. Postrada frente al saqueo realizado por la burguesía y desesperanzada, sobre todo después de las masacres de los años ochenta, en particular la gran masacre del 27 de febrero de 1989, que la deja llena de miedo colectivo a nuevas represalias por parte del Estado.

En aquel país sumido en la desesperanza y desmoralizado, Chávez surge en un punto especial de nuestra historia, que es el desgaste absoluto del régimen neocolonial –de falsa democracia–, que estaba pasando a una nueva fase de entrega a través del neoliberalismo; un régimen sin liderazgo, sin partidos, sin sustento real. Es un escenario donde se ha agotado el modelo económico del capitalismo populista y también el neoliberal, y ahí irrumpe, el 4 de Febrero de 1992, la esperanza de Chávez y del movimiento bolivariano.

A mí me tocaba trabajar en el metrobús el lunes 3 de febrero y terminé tarde en la noche. Recuerdo que fui al norte de la ciudad, a San José, dejé a un compañero de apellido Monje, y después fui a llevar a otro más, y cuando pasamos por la ave­nida Baralt, vi movimientos militares, camiones militares, había algo.

Vivía en la parroquia El Valle, en la calle 14, y llegué a mi pequeño apartamento como a la una de la madrugada del 4 de Febrero; me sentía muerto de cansancio, porque todo el día –desde la mañana– estuve trabajando en el metrobús y atendiendo asuntos sindicales, haciendo asambleas, en nexo con los traba­jadores. Al llegar, vi un rato la televisión y me acosté. Estaba bien dormido, y como a la una y treinta de la madrugada, sonó el teléfono de la casa. Y me paré borracho de sueño: era una hermana mía. Me dijo: “Nico, hay un golpe de Estado”… Enseguida abro los ojos, sorprendido: “¿Qué?”. Y ella: “Prende el televisor”. Eso hice, y de repente aparece Carlos Andrés con cara de loco, pálido, nervioso.

Yo dije: “¡Dios mío, qué es esto!”. Me preocupé mucho: “La derecha dio un golpe”. Pensé que no aguantaba más la crisis, y que venía una dictadura tipo Pinochet para masacrar e imponer el paquete económico neoliberal. Prendí la radio. Llamé a alguna gente, que me iban contando, y escuchaba por el teléfono la balacera: pa, pa, pa, pa, y comencé a seguir los acontecimientos. Amaneció y en el pequeño apartamento de El Valle yo no paraba de caminar para acá, para allá, pensando: “¡Ajá, vamos a ver qué pasa, si se impone una dictadura de derecha aquí! ¿Qué hacer? ¿Cómo proteger a la familia? ¿Hacia dónde movernos?”. Y toda esa preocupación…

Amanece el 4 de Febrero y empiezan a correr los rumores de que al jefe de la intentona –como decían los periodistas–, ya lo habían capturado y que lo iban a presentar en la televisión. Hasta que, como a las once de la mañana, informan que el jefe de la intentona está en el Ministerio de la Defensa, y que va a hablar… Y ocurre la famosa situación, que en buena parte cambia la historia de Venezuela, al canalizar la fuerza que había surgido en el pueblo y que estaba como represada. De súbito, todas las cámaras enfocan el suceso, el periodista hablando, abren una puerta y aparece un joven militar, y nada más al ver su imagen, la simple imagen, me dije: “¡Coño, esta es la gente! Este es el jefe militar bolivariano y admirador de Zamora de quien me habían hablado”. Fue lo que pensé, nada más de verlo.

Parecía que era él quien controlaba el poder allí, porque la cara de los militares que lo tenían preso era de desmoralización, de incertidumbre. Y al hablar Chávez –se lo decía a Cilia en estos días–, en mi apartamento había un mueble frente a un pequeño televisor, y pegué un brinco hasta el techo, caí al piso y dije: “¡Coño, era verdad!”. Me acordé de Ezequiel –un compañero que usaba ese seudónimo– quien me había hablado tres meses antes de un joven militar bolivariano y zamorano, que preparaba un golpe. Y no demoré en comprender que aquel a quien ahora veía en la televisión, por la coherencia de su discurso, su humildad, el coraje de asumir la responsabilidad frente al país y además por darle el carácter bolivariano a su movimiento, era la persona que me había descrito Ezequiel.

Para mí la marca fue cuando dijo: “Este movimiento militar bolivariano” y el “Por Ahora”, que resultó lo de mayor impacto en el pueblo: ¡La esperanza! O sea, Chávez en menos de un minuto abrió el tiempo a la esperanza del venezolano, que la había perdido. Y yo pegué un brinco que me trajo hasta aquí, hasta hoy, un solo brinco.

Después, en la cárcel, Chávez se niega a que lo conviertan en un mito, dice que es un hombre de carne y hueso y que va a ir al encuentro de la realidad, pero que si solo un núcleo de ese mito es verdad, él quiere demostrarlo en la calle. Y así comienza a surgir un poderoso liderazgo.

En Venezuela la izquierda nunca había tenido, ni sabíamos lo que era tener un líder, y el papel de él para la construcción de un movimiento revolucionario. No sabíamos qué era eso. Más bien, las tesis predominantes, después de la derrota de los años sesenta del pasado siglo, fueron las tesis del antilíder y del antijefe: nadie es jefe y nadie es líder. Nadie enseña a nadie, nadie sabe más que nadie, nadie es líder, nadie es jefe, todo es colectivo. Predominaba el criterio en contra de cualquier cosa que significara ser líder, jefe, y se hablaba en forma peyorativa del caudillo. Chávez no fue una excepción para muchos de la izquierda. La izquierda en general no comprendió a Chávez en los primeros días después del 4 de Febrero. Y algunas organizaciones o dirigentes trataron de manipular esa fuerza para sus intereses, tipo Bandera Roja o parte de la dirigencia de Causa R.

Pocos captaron que estaba emergiendo un nuevo proyecto nacional que rompía todos los paradigmas, todos los moldes, todos los esquemas; que hacía trizas la visión tradicional del país, rompía el lenguaje político, los símbolos, las formas… Chávez fue una revolución desde el 4 de Febrero, lo cambió todo en la política nacional, y después impactará en la política latinoamericana y mundial. Él mutó todo en Venezuela desde el primer día.

Eso te lo digo, porque pude vivir desde 1975 hasta 1992 –diecisiete años de mi quehacer político–, militando en la izquierda y en los movimientos populares. Eran dos mundos. El de la izquierda, que discutía mucho de ideas, a veces se mordía la cola dándole vueltas a cuatro ideas para tratar de interpretar a Lenin, o quién sabe qué otro escrito, sin ver el país, no se veía el país; no se buscaba el país, no se tenía visión de poder en la izquierda, ninguna visión de poder. Y otro mundo era el movimiento popular, que se conectaba con los anhelos de la gente, pero se quedaba en lo reivindicativo o en lo local, no trascendía lo reivindicativo y lo local. Viví esos dos mundos intensamente, porque participé en movimientos estudiantiles, en movimientos de barrios haciendo trabajo cultural, político, de todo tipo; y en los movimientos sindicales. Conocí muy bien esos dos mundos.

Cuando Chávez aparece, primero nos aporta una visión nacional: construir un proyecto revolucionario desde nuestras raíces. Se trataba de una revolución paradigmática, vital, que no era aceptada por los teóricos, de entonces, de sectores de izquierda, que estaban en una batalla entre el dogmatismo y el antidogmatismo, en debates fuera de nuestra realidad, aumentados por la confusión que generó la desaparición de la Unión Soviética. Mientras en diciembre de 1991 deja de existir tal potencia y comienza una nueva época en el mundo, el 4 de Febrero de 1992 en Venezuela aparece Chávez.

Él rompe con los viejos paradigmas con los que se elaboraba y hacía la política, con las antiguas metodologías y el viejo discurso. Nutre su proyecto de las raíces nacionales, lo conecta con nuestra historia y trae las banderas y los símbolos históricos al presente. Exalta la música recia venezolana, el sentimiento llanero y popular auténtico, recupera ingredientes esenciales de la cultura nacional. Y hasta venezonaliza el lenguaje y los modos de comunicarse de un líder con su pueblo.

Él escribía en clave de poesía y de dictamen, sus escritos son como dictámenes; exponía con absoluta certeza lo que estaba pasando y lo que debía suceder para cambiarlo todo, porque logró vincularse con el corazón de los aconteceres de la historia en los momentos que le tocó vivir.

Cuando conocí al Comandante, una de las cosas que más admiré fue su entrañable nexo con el corazón de la gente y de la historia. Son cosas más allá de las capacidades de comprensión de la política normal. Leía y releía los documentos que él escribía desde la cárcel, expuestos en otra clave, con una gran carga de poesía y de amor por nuestra historia y nuestro pueblo. Y lo hacía como si fueran dictámenes: con una orientación hacia dónde ir y la certeza de que el proyecto bolivariano pertenecía al siglo xxi. Desde entonces él ya cabalga sobre este siglo, que estaba por comenzar. Decía incluso que sería el siglo de nuestra América.

Chávez logra unir la esperanza nacional. La insurrección militar bolivariana del 4 de Febrero de 1992 es apoyada por 80 % o más de la población venezolana. Luego eso va decantándose en el devenir del tiempo, para dar paso a la construcción del poderoso movimiento que él erige para hacer la Revolución Bolivariana. Logra, por ejemplo, unir a factores revolucionarios de la izquierda, sumar incluso al perezjimenismo, un sentimiento popular venezolano, de admiración a Marcos Pérez Jiménez ante los fracasos, la corrupción, la represión y el desastre del puntofijismo en la descomposición final de la IV República.

Engendró un liderazgo muy claro que le decía al país: los militares bolivarianos están con el pueblo. Ese mismo pueblo masacrado por los uniformados el 27 de febrero de 1989, que habían dejado una marca muy grande. Al decir “Por Ahora”, todos entendimos su mensaje: “Bueno, aquí no se acaba esto, apenas empieza, esto va hacia delante”. Un mensaje muy claro de esperanza.

Generó un movimiento popular de solidaridad que nosotros nunca habíamos conocido; cuando digo nosotros, hablo de los muchachos que veníamos de la izquierda: nunca habíamos visto un movimiento de masas de esas características en las calles de Venezuela. Ya el 4 de Febrero en la noche, y después en los días siguientes, comenzaron a aparecer pintas en muros y paredes: “¡Viva Chávez, carajo!”. “¡Viva Chávez!”. Uno recorría la ciudad y, al ver tales letreros, eso emocionaba mucho.

Con Chávez surgen los movimientos de protesta masivos, hasta entonces tampoco imaginados: el cacerolazo. Yo estaba en El Valle, y por teléfono me mantenía en comunicación con los compañeros del 23 de Enero, de Catia, con Amparo, Pedro Infante, Víctor Vélez, un grupo de compañeros, y ellos me decían: “Hay un cacerolazo, hay cohetazos, la gente gritando, es impresionante”. Como a las ocho de la noche estalló aquello. A las nueve y treinta de la noche venía como una ola, igual que en los estadios de fútbol, una ola y llegó al Valle, y vecinos míos, gente del pueblo, que habían votado por AD o por Copei, en los balcones de sus casas gritando: “¡Viva Chávez!”, y tocando cacerolas. Y después ocurrió el primer cacerolazo organizado de la historia del país, que fue el 10 de marzo del año 1992, con la consigna: “El diez, a las diez, vete ya Carlos Andrés”.

Chávez significa un hecho histórico muy grande y sorprendente. La izquierda lo incomprendió, pero también muchos de sus propios compañeros no lo entendieron, porque el muchacho humilde de Sabaneta, el líder militar, buena gente, honesto, de un día para otro se convierte en un mito nacional, fuera de las proporciones históricas de lo que cualquiera pudiera entender. Es como alguien que va en un vehículo, acostumbrado a manejarlo a 60 km por hora y, de pronto, pasa otro carro a 300 km o 400 km con un gran conductor.

El joven comandante se convierte, de humilde soldado en líder militar y popular respetado, en un gigante de la historia, pasa a ser un mito y la gente hasta le prende velas. ¿Por qué el pueblo lo asume tan pronto como su mito, como su líder? Bueno, tendrán que estudiarlo no sé quiénes y cuánto en el futuro. Nosotros mismos a estas alturas no podemos comprender el porqué, uno pudiera dar una interpretación: el pueblo logró ver en Chávez a su redentor, a su salvador; logró ver en él a Bolívar y su proyecto; pudo verse a sí mismo y comprender lo que había sido su lucha, su rebeldía y lo convirtió en su gran esperanza.

Como decimos en Venezuela, “gracias a Dios y a la Virgen”, el líder militar que se convirtió en mito popular resultó ser un gran líder revolucionario, porque nunca defraudó al pueblo. En sus propias filas generó incomprensión de algunos, envidia de otros, lamentablemente. Y a Chávez le tocó pasar la cárcel de Yare acompañado por el amor del pueblo, pero a veces incomprendido por muchos de sus propios compañeros y hasta casi solo. Es así, eso les ha pasado a los grandes líderes, le sucedió a Bolívar.

Estábamos acostumbrados a un Volkswagen pequeño y comenzó a correr un Ferrari con tres motores, casi un avión. Entonces –nunca he contado esto–, tal realidad me desesperaba. Porque yo había comprendido el fenómeno de lo que es un líder revolucionario en Cuba, con Fidel, y el papel que puede desempeñar para abrirle camino a un proyecto revolucionario, y lo había comprendido mucho en la carta del Che a Fidel de 1965, donde dice que quizás su único error es no haber entendido desde el primer momento las cualidades de líder de Fidel. El Che lo asume en forma autocrítica. Pero la izquierda latinoamericana tendía a criticar a cualquier líder, el culto a la personalidad y ese tipo de cosas. Y no se entendía el papel que deben desempeñar los líderes, y los jefes, la necesidad de jefes revolucionarios de verdad. Yo había vivido el fenómeno de Fidel, otro gigante de la historia, y el proceso cubano, desde el Moncada, México, el Granma, y después el gran liderazgo de Fidel montado en la Sierra Maestra, pero con el apoyo nacional de todo un pueblo, que posibilitó el triunfo de la Revolución Cubana. Creo que eso me ayudó en forma determinante a entender el surgimiento del líder Chávez y del mito Chávez.

Cuando por primera vez fui a verlo a la cárcel de Yare, el 16 de diciembre de 1993, junto a otros compañeros, él quiso saber las razones de nuestro interés en el diálogo. Le dije: “Para ver qué piensas, y cuál es la estrategia, cuál es tu visión, unos dicen aquí que Caldera va a ser ya la transición, otros dicen que se van para sus casas… ¿cuál es el planteamiento tuyo? Pues allá afuera hay un pueblo que está pendiente, ustedes son la esperanza”. Entonces él nos brinda parte de la comida que le habían traído sus familiares ese día de visita y nos dice: “Ah, bueno, está bien, sigan comiendo ahí”. Y nos habló unos 50 minutos seguidos y dibujó la historia de Venezuela completica. Desde la época indígena hasta aquel momento. Y allí nos habló de lo que quería hacer. “Bueno, la estrategia tiene varias líneas: una, la construcción de un poderoso movimiento popular de nuevo tipo, con los campesinos, los obreros, los barrios…, una poderosa fuerza; dos, la alianza cívico-militar, una potente alianza cívico-militar, seguir cultivando el proyecto bolivariano en los cuarteles; y, tres, si el régimen y los mecanismos políticos del país no dan opciones, rematar con una nueva insurrección cívico-militar, ya con el pueblo organizado, consciente, y la fuerza armada unida al pueblo”. Más o menos esa fue la idea que él nos expresó.

Debemos recordar que en dicho momento todos los mecanismos estaban agotados por la gran represión del régimen de entonces. Además, porque era la visión para hacer una revolución profunda.

Luego le preguntamos sobre los elementos básicos del proyecto. Nos explica que es necesario llamar a una Asamblea Nacional Constituyente, plenipotenciaria. Y por primera vez escuché el concepto “proceso popular constituyente”, que no termina nunca y es la clave de una revolución verdadera en Venezuela; “un proceso popular constituyente que vaya constituyendo y reconstituyendo de manera permanente el cuerpo de la república”, no olvido esas palabras. Él siempre insistió mucho.

Lo cierto es que ahí surge un pacto eterno. Recuerdo que me levanté de esa silla, ya era la hora de salida, seis de la tarde, y uno de los compañeros que estaba conmigo, quien fue militar, le dijo que había un grupo de compañeros de él por allí; entonces Chávez, mirándome serio dice: “Bueno, tú te encargas de buscarlos, llévales el mensaje mío y cuando estés con ellos me llamas a este celular que tengo escondido”, y me da el número. Después, sonriente, me dice: “Tu nombre va a ser Verde”. Salí de Yare lleno de una gran alegría, con la seguridad absoluta de que ese era el camino. De ahí nos articulamos, yo lo llamaba al celular, le comentaba cosas, les pasé por teléfono a varios muchachos que él me mandó a buscar.

En ese tiempo había mucho debate en la izquierda, también en mi organización Liga Socialista. Y una vez un compañero dice, en tono despectivo: “Es que estos son los chavistas”. Fue la primera vez que escuché a alguien utilizar de manera despectiva el concepto de “chavista”. Incluso en ese instante llegué a pensar: “¿Nosotros somos chavistas?”. Porque Chávez era un hombre a quien apenas estábamos conociendo. Y yo le dije: “Si Chávez es el líder que ha levantado la esperanza popular y que va a ser una revolución, soy chavista”, lo cual era una herejía expresarlo delante de esos cuadros de izquierda en aquel momento, porque algunos decían: “Viste, viste, están detrás de un hombre y no de un proyecto”. Y yo replicaba: “Bueno, el hombre que encarna un proyecto, porque los proyectos no pueden ser asexuados, sin definición”.

Ese debate lo ganamos en el sentido positivo, pero la máquina de la historia iba acelerada. Y llegó un momento en esos días, en el cual ya se oía que Chávez salía de la cárcel, había un clamor popular, Rafael Caldera había ganado las elecciones de diciembre de 1993, con la promesa de poner en libertad a Chávez y a los militares patriotas, y realmente esa fue la promesa que lo llevó a ser presidente.

Frente a tales circunstancias, con los militares que iban saliendo en libertad y se incorporaban a la calle en situación de retiro, a hacer el trabajo del Movimiento Bolivariano, le planteé a un grupo de compañeros: “Yo creo que aquí lo mejor es liberarse de la militancia en la Liga Socialista, porque el carro de la historia va acelerado y el papel nuestro tiene que ser acompañar a Chávez en la vanguardia, con todo lo que eso significa”.

Desde el año 1993 conocí a Adán y él siempre traía orientaciones y escritos de su hermano Chávez, y nos hacía reproducir sus textos. Y previo a la salida de la cárcel hay contactos con Adán para confirmar la fecha y Chávez, a través de él, nos pedía opiniones acerca de qué debía hacer al alcanzar la libertad. Siempre consultaba todo, recogía opiniones y lograba sintetizar las mejores ideas. Adán indagaba: “El Comandante manda a preguntar qué creen ustedes que él debe hacer al salir a la calle”. Entonces, brotó una lluvia de ideas, desde las más locas hasta las menos locas, ideas de todo tipo, y Chávez las iba valorando y él mismo hacía su programación. Él tenía esa característica, elaboraba su agenda, él mismo, y eso nos lo enseñó, fue una gran escuela. Él hacía su agenda, él no dejaba que nadie le controlara lo que él debía hacer, lo que iba a decir, a dónde iba, y cómo llegaba.

Siempre fue así: consultaba y después él mismo, meditando, reflexionando, tomaba las decisiones de qué hacer, dónde meterse. Él sabía cuál era su papel en la historia y lo jugó conscientemente.

¿Y qué le dijimos a Adán? Le recomendamos que Chávez se metiera en los barrios, recorriera las ciudades y los pueblos, pues la gente lo esperaba, lo quería ver y tocar. En los primeros días organizamos una caravana por Caracas y a él lo llevaban en un carro cerrado, y cuando vio al pueblo aclamándolo se bajó en plena avenida… Y se montó en un yipi y de ahí nos fuimos a pie por toda la Avenida México, subimos a la Avenida Urdaneta, fuimos por la Avenida Sucre y eso era impresionante. Pasamos frente a Miraflores y los soldados que estaban allí todos se le cuadraron.

La gente venían con los niños cargados y tocaban a Chávez y persignaban a los niños, les daban la bendición, lo tocaban y todo el mundo decía: “Tú eres Bolívar, tú eres la reencarnación de Bolívar”. Así lo percibía el pueblo, muy impresionante verlo, lo recuerdo muy bien porque me tocó ir delante del yipi, caminando y corriendo, en el anillo de protección.

¿Qué conclusión sacamos en ese momento de lo que estábamos viendo? Él repetía: “Hay que tratar, después que pase la efervescencia, que quede abajo una estructura organizada”. Era su gran preocupación. El enemigo, siempre en campaña, decía: “Dejen a Chávez en la calle, eso va a pasar, la gente lo va a olvidar”. Y Chávez insistía: “No nos confiemos, porque hay que construir una fuerza por debajo”.

Siempre tuvo una visión de organizar a las fuerzas populares, a pesar de que venía de una formación militar y nosotros no salíamos de nuestro asombro, de nuestra emoción de ver al pueblo en la calle, con esa confianza. Sobre la marcha fue construyen­do su discurso de calle. Tendía a ser muy ordenado, más o menos cumplía una secuencia de temas que iba planteando. Sin leer jamás un papel y sin tener una guía a la vista.

Explicaba qué había sucedido en Venezuela, la traición a Bolívar y a Zamora, siempre exponía el proceso histórico, era lo primero; luego entraba al porqué del 4 de Febrero, y remataba con la necesidad de la organización popular para cambiar el país y hacer una revolución. Siempre habló de revolución bolivariana, era su planteamiento; decía que había que construir un camino y de que estábamos transitando el camino de los libertadores. Esa era su guía mental, los ejes principales de su discurso.

Un momento crucial de tal período es cuando decide cambiar de táctica y participar en las elecciones del 6 de diciembre de 1998. ¿Por qué ese giro? Chávez es un estratega, con un pensamiento dialéctico, no dogmático. Jamás, en ningún aspecto de la vida, ni del proyecto de país ni de la estrategia ni de la táctica ni de la política, él se encasilló en un formato, en un dogma, sino que él iba leyendo la realidad, iba tras los objetivos de la revolución sobre la base de lo que acontecía. Buscó siempre la pertinencia histórica de las ideas revolucionarias, y eso es algo muy im­portante.

Chávez superó ampliamente las visiones dogmáticas, apegado a los principios revolucionarios. Supo pasar por desiertos y pantanos, y salió limpio, fuerte, cada vez más sólido. Fue capaz de trabajar y lograr alianzas con diversos sectores, sabiendo quién era cada quien. Siempre Chávez supo quién era cada quien. Nunca se dejó halagar ni engañar por nadie, nunca, nunca, es impresionan­te. Él podía sentarse con un ultraoligarca o con los gringos –¿él no fue para Estados Unidos?– y dialogaba con ellos, sin dejarse manejar. Es decir, tenía una gran capacidad para ser fiel a los principios y además buscar el objetivo que quería tácticamente, en función del proyecto político. Chávez crea un pensamiento político integral de avanzada.

Un atributo definitorio suyo es que siempre estuvo junto al pueblo. Un líder militar vinculado a la gente, a sus fiestas culturales y patronales. Muchas de las cosas que después desarrolló al máximo nivel las experimentó como oficial del ejército, en los pueblos a los que llegaba. Favorecía a los estudiantes de liceos y de las universi­dades, para que sacaran sus periódicos; organizaba la fiesta de Elorza, declamaba versos y dirigía eventos dentro del ejército, obras de teatro…, o sea, que él ya había pasado como una primera escuela.

Tenía la experiencia de ese liderazgo como militar y luego tuvo una segunda escuela, que es recorrer el país, asambleas, mítines, desde que salió de la cárcel hasta que lanzó la candidatura a la presidencia en 1997. Así él fue levantando la esperanza del país, él mismo la construyó; perseguido, y censurado e ignorado por los medios de comunicación.

A partir del debate colectivo que tuvimos en el MBR-200 para participar en esas elecciones, él llena de argumentos la decisión del porqué ir, de cómo ir, de los riesgos que se corrían, del tipo de organización que había que desarrollar, de las amplias alianzas. O sea, todo eso lo madura Chávez en ese período con más claridad, y además lo hace para convencer a quienes se oponían a la idea. Siempre decía: “No se trata solo de vencer, hay que convencer y para convencer hay que dar argumentos”.

El Comandante se fue articulando con la sociedad y escuchó a todo el mundo. Tenía una visión muy unitaria de los factores que luchaban por hacer posible un cambio revolucionario en Venezuela, rescatar la independencia y reconstruir el país. De tal modo fue haciendo realidad el Proyecto Nacional Simón Bolívar, hechura suya en las grandes metas, en sus magnas causas y en su honda convicción. El diseño del proceso popular constituyente, de la Asamblea Nacional Constituyente, como estrategia para iniciar un proceso revolucionario, inédito en Venezuela, y luego que impactó en América Latina, es de Chávez, de nadie más. Él descubrió ese camino, y luego fue construyendo los programas de cada etapa.

Al comenzar 1998 sucede un fenómeno: los adversarios de la Revolución y de Chávez subestiman sus posibilidades de ganar la presidencia. Decían que Chávez era un fenómeno electoral importante para la izquierda, quizás llegaba a 10 % histórico que esa fuerza había sacado en otras elecciones. En enero arranca con 4 % o 5 %, porque el pueblo no veía todavía a Chávez como candidato presidencial. Cuando él empieza a recorrer el país y a llevar la propuesta de su candidatura presidencial, el pueblo lo va descubriendo. Ya para julio de 1998 es el fenómeno electoral de la nación y no saben cómo detenerlo.

En 1998 ocurre un despliegue total de fuerzas, de acuerdos y alianzas, de avance en todos los sentidos, de incorporación de miles de personas a la política y de impulso del liderazgo de Chávez, que es definitivo en el país. Por otra parte, es más evidente la ausencia de liderazgo en el campo de la oligarquía.

Nosotros no tuvimos nunca asesores electorales, ni nacionales ni internacionales, tampoco asesores en marketing. Nada de eso. Chávez fue haciendo él mismo la política comunicacional de la vida electoral, con apoyo de los equipos políticos del MVR, con algún comentario y asesoría de gente que pudiera venir por allí; pero él jamás se dejó modelar por nadie, ni por asesores, no. Él llevó de manera muy recia la política de abrirle camino a una nueva era en Venezuela. Y eso implicaba además de un nuevo discurso político, la forma de actuar, la autenticidad, el decir las verdades, el saber manejar los escenarios de las campañas.

En el año 1998 nuestros enemigos creyeron realmente que con el tema Cuba podían torcerle el brazo a Chávez o podían evitar su triunfo. Y él siempre tuvo una deferencia especial, de lealtad y amistad con el Comandante Fidel Castro y de solidaridad con el pueblo cubano.

Hicimos la campaña electoral de 1998 sin recursos, nada; lo logramos “pariendo”, y cada quien buscando cómo formar sus testigos en las mesas electorales. En un año pasamos de unos cientos de miles, a miles de miles de activistas, y además debíamos dirigirlos; la calidad desde el punto de vista de su preparación para la contienda electoral no era la mejor. El pueblo fue el que dio la batalla con sus ideas y Chávez haciendo un esfuerzo sobrehumano, para recorrer hasta el último palmo del territorio nacional.

Una de las grandes características de Chávez es su gran coherencia política e ideológica, y su capacidad de perseverar en la búsqueda de los grandes objetivos que él consideraba justos para el país. Quien escuche a Chávez el 26 de marzo de 1994, al salir de la cárcel, y después lo oiga el 6 de diciembre de 1998 cuando gana por primera vez la Presidencia, comprueba que es el mismo Chávez. Y si lo escucha en la despedida del 8 de diciembre de 2012, ve al mismo Chávez: es Bolívar otra vez, el Chávez patriótico, el Chávez revolucionario, el Chávez auténtico y leal con el pueblo.

Nunca tuvo un solo momento de desaliento. Lo pudo haber tenido en lo personal, en las vicisitudes que le impone la vida al ser humano todos los días; pero siempre tenía la palabra de confianza en el avance, en la victoria: un huracán de optimismo.

¿Qué lecciones para la Venezuela actual, tan compleja y fecunda, y también llena de experiencias, se pueden sacar de esa gran escuela que fueron los años que tú has rememorado en el libro?

Primero, que por primera vez en nuestra historia tenemos un proyecto nacional, un proyecto revolucionario. Nunca antes hubo un proyecto viable, pertinente y capaz de transformar la realidad venezolana, y esa es la gran obra de Chávez: haber dejado un proyecto revolucionario, que por ser bolivariano es un proyecto de liberación continental, con las características específicas del momento histórico que estamos viviendo, donde cada pueblo asume su opción particular y su liderazgo, y vamos caminando hacia el mismo proceso de liberación, de independencia, de encuentro, de unión regional.

El carácter bolivariano que le imprime Chávez a nuestra Revolución le da un sesgo continental y ha colocado a Venezuela en la avanzada que a nuestra patria siempre le tocó desempeñar desde Bolívar, o sea, un papel de defensa de los ideales, de realización de esos ideales en una condición totalmente distinta a la de hace 200 años.

Lo otro que Chávez dejó, sobre todo con el desarrollo de su liderazgo como Presidente, fue una forma de gobernar, que es el ejercicio del poder político por parte del pueblo. El pueblo gobernando, participando, formándose para dirigir la sociedad, el pueblo empoderándose. Es un largo camino, él cubrió una parte de ese sendero y lo dejó muy avanzado; pero el proyecto todavía va mucho más allá: el objetivo de crear el poder político del pueblo consciente y en ejercicio de su poder, hacer realidad plena la vocación de poder político del pueblo, de las capas mayoritarias de la población.

Debo agregar que Chávez perfila un nuevo antimperialismo, profundamente humanista, incluyente, y del nuevo antimperialismo de Chávez han surgido los conceptos de erigir un mundo pluripolar, multicéntrico; recuperó el concepto bolivariano del equilibrio del universo como forma de hacer funcionar bajo un nuevo esquema a los poderes mundiales, y el planteamiento central de la construcción en nuestra región de un poder de paz que pueda equilibrar al resto del mundo.

No se puede entender el pensamiento geopolítico de Chávez sin entender el antimperialismo renovado y sin entender el proyecto de mundo en equilibrio, multicéntrico, que mucho él buscó.

Chávez trasciende lo meramente nacional, siempre tuvo presente el tema internacional con una concepción geopolítica: el proyecto bolivariano continental. Nunca vi a Chávez ejercer su liderazgo ni en el período de 1994 a 1998, ni en el período como Presidente, sin una visión clara del mundo. Por eso también, desde aquellos años de su primera vida, nació el Chávez universal.



* Selección de ideas tomadas de la entrevista ofrecida por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, al autor de este libro.



Los recuerdos de Hugo Chávez sobre su vida, contados e interpretados por él en público y a periodistas, intelectuales, familiares y amigos, son los surtidores más importantes de estas páginas. Tuve la satisfacción de escucharle en forma personal –entre 1994 y 2009–, como parte de algún grupo de allegados o de manera bilateral, una porción significativa de esas historias. Chávez es, por consiguiente, además del actor principal de esta obra, su primer autor, pues gracias a sus evocaciones, escritos históricos y literarios, diarios personales, documentos, cartas, notas, crónicas y discursos, pude tejer esta aproximación a un segmento crucial de su existencia.

En la bibliografía se indican los textos y otras fuentes que utilicé, entre ellos entrevistas a individuos relacionados con él en diferentes períodos, documentos, prensa escrita y libros de autores diversos. Esas variadas referencias también me ayudaron en el propósito de crear una visión narrada de su biografía hasta el 2 de febrero de 1999 –vísperas de asumir por primera vez la banda presidencial–, que incluye breves análisis y los escenarios políticos en cada fase de su trayectoria, todo ello en un empaque que pretende ser coherente.

Adán Chávez –primer chavista de la historia– enriquece y premia esta obra con su evocador prólogo, que adentra al lector en la savia del biografiado hasta febrero de 1999, basándose en las vivencias compartidas con él, y en su elevada capacidad reflexiva que tanto ayudó a la génesis de las ideas revolucionarias del hermano. Gracias, Adán, por tus certeras palabras. Y gracias, sobre todo, por mantener en tu espalda –erguido, leal y optimista–, ese morral cargado de compromisos y victorias que te entregó el Comandante de los sueños azules.

Debo agradecer de manera especial al presidente Nicolás Maduro Moros, la generosa entrevista de seis horas que me concedió, donde obtuve abundantes testimonios de sus vivencias junto a Chávez desde diciembre de 1993 y hasta febrero de 1999. Pude reafirmar en esas memorias suyas y en las opiniones expresadas sobre Chávez, el origen de las razones que motivaron la sabia decisión de este de confiarle la jefatura de la Revolución Bolivariana. Seleccioné y ordené para incluirlas al principio del libro, varias de sus ideas que fluyeron en diferentes momentos del diálogo, por considerar que representan un aporte a la interpretación de la inmensidad de Chávez, durante los años en que el líder bolivariano engendró la nueva época histórica de nuestra América. Y al igual que los testimonios de otras fuentes, buena parte de las anécdotas de Maduro aparecen en la narración.

Cada suceso y la manera en que lo sintió y pensó Chávez u otros protagonistas, lo tomé de manera fidedigna de los relatos que ellos hicieran, a veces en diferentes ocasiones y con distintos interlocutores. Traté de captar la intensa y compleja subjetividad del líder bolivariano, sus pensamientos y emociones. Busqué ser fiel a la evolución de su personalidad y mostrar sus conflictos internos y los anhelos, penas, alegrías, frustraciones, temores, metas y arrebatos creativos. Aunque en ocasiones el lector podría suponer que uno u otro pasaje es ficción, todos ellos son verídicos, y en muy pocos casos se recrean matices, gestos, palabras… Por supuesto, soy el único responsable de cualquier equívoco o carencia de la obra.

Chávez es ecuménico, entre otras razones, porque él existe de vastas formas en la memoria y en el espíritu de cientos de millones de seres humanos. El autor es una de esas personas. Este libro es mi sencillo homenaje al insigne venezolano, quien galopó al frente de la resurrección de su pueblo y con ello hizo realidad el conocido verso de Neruda sobre el renacer de Bolívar cada cien años. Y Chávez, tan bolivariano, irradió sobre toda nuestra América la buena nueva.

Confieso que bucear en la existencia de ese ser que pertenece a tantos mortales, ha sido también motivado por un inefable deseo de mantener una conexión íntima con él, para seguir disfrutándolo y aprendiendo de sus virtudes, aportes y enseñanzas. No pretendí abarcar cada episodio de su vida, ni todos sus diversos sentimientos e ideas ni creo que alguien pueda hacerlo. Chávez es infinito. Solo me acerco a su biografía, desde que naciera en Sabaneta de Barinas en la madrugada oscura del 28 de julio de 1954, hasta la soleada mañana en la que salió vivaz hacia el Congreso Nacional, a recibir el mando presidencial, con Los Andes sobre sus hombros y una canción llanera en los labios. Intentaré en otro libro seguir el curso posterior de sus fecundos quehaceres para transformar Venezuela y la América bolivariana toda.

Hay, y habrá, muchos Chávez entre quienes lo amamos y también entre sus adversarios. Ofrezco con humildad esta obra, sin otra pretensión que incentivar al lector a que lo conozca más de cerca y siga explorando la historia y la espiritualidad de ese hombre inmenso, que pervive dentro de tanta gente. Como le escuché a un venezolano alguna vez en una plaza de Barinas:

“Chávez se parece a mí y por eso lo entiendo, por eso me ayuda, por eso lo quiero y lo sigo. Y por eso nunca lo traicionaré”.

No extiendo más esta nota: es mejor adentrarnos en Chávez.


 

Germán Sánchez Otero (Cuba, 1945). Licenciado en Sociología. Fue profesor de Filosofía en la Universidad de La Habana y en La Universidad Católica de Chile. Ha impartido conferencias y participado en eventos científico-sociales en veinte países de la América Latina, Europa y Norteamérica. Ha publicado en diversos países ensayos, artículos, prólogos, reseñas, entrevistas, testimonios y crónicas sobre temas históricos, políticos, sociológicos y económicos; además, una novela testimonio. Algunos de sus títulos son: Prólogo a la edición cubana de Economía y Sociedad, de Max Weber (1969); El Moncada, asalto al futuro (1969); La Revolción Cubana y sus antecedentes (1972); Las relaciones de Estados Unidos y Cuba durante la administración Carter (1979); Los partidos políticos en Cuba (Coautor) (1990); Diez reflexiones sobre el neoliberalismo (1991); Problemas de la democracia en América Latina (1992); Permiso para opinar sobre Cuba (2004); Cuba y Venezuela, reflexiones y debates (2005); Che sin enigmas (2007); Transparencia de Emmanuel (2008); El año de todos los sueños (2011); Abril sin censura (2012); y La nube negra (2012). Entre los numerosos reconocimientos recibidos destacan la Orden Libertador de la República Bolivariana de Venezuela, que le impuso el presidente Hugo Chávez, y la Medalla al Valor Calixto García, de la República de Cuba. Fue embajador de Cuba en Venezuela entre 1994 y 2009.