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Títulos originales:

"Colección Fantasy: Presentación"

© 1985, Ed. Martínez Roca, S.A.

Reproducido con permiso del autor, Alejo Cuervo.

"La Enciclopedia Galáctica: Presentación", "La biblioteca ideal: Ciencia ficción"

© 1993, Alejo Cuervo

"Gigamesh libros: A modo de presentación"

© 1999, Alejo Cuervo

"Ostras con salsa picante"

© 2000, Alejo Cuervo

"Introducción", "Enredando con las musas", "Reproches al sector editorial"

© 2014, Alejo Cuervo

Primera edición en Gigamesh Breve: marzo del 2014

Primera edición en esta colección: julio del 2014

Segunda edición en esta colección: enero del 2017

Ilustración de cubierta:

© 2014, Cels Piñol y Àlex Santaló

Derechos reservados en lengua castellana:

© 2014, Gigamesh, S. L.

Ediciones Gigamesh

C/ Aribau, 26, entlo. 1.ª

08011 Barcelona

www.gigamesh.com

ISBN: 978-84-16035-87-8

Depósito legal: B-8186-2014

Conversión a formato digital: www.elpoetaediciondigital.com

Se prohíbe la reproducción de cualquier parte de esta publicación, así como su almacenaje o transmisión por cualquier medio, sin permiso previo de la editorial.

INTRODUCCIÓN

Llevaba años dándole vueltas a la idea de dedicarme a mí mismo uno de esos libritos promocionales que regalamos cada año a los clientes de la librería con motivo de Sant Jordi. Este año, aprovechando que tengo un flamante estreno entre manos, me he decidido. Porque digo yo que la ocasión lo merece... Si el libro ha llegado a tiempo para la inauguración del nuevo local, todos los que leéis esto sabréis ya a qué me refiero. ¿Verdad que es una preciosidad?

Pues entre que hay motivos para celebrarlo y que, de algún modo, lo de la tienda puede entenderse como un síntoma más de que las cosas friquis están condenadas a prosperar y los friquis, cada vez más, somos legión, hoy no os libráis: voy a dedicarme a contar batallitas.

Todo empezó en un humilde puesto dominical en el Mercat de Sant Antoni...

En algún momento a principios de los ochenta, no recuerdo el año con precisión, supe por un amigo que se ampliaba el mercado y que salían no sé cuántos números a subasta. Me inscribí y tuve suerte: conseguí un puesto que acabó especializado en libros de ciencia ficción, tanto nuevos como usados. Con el puesto dominical como centro de operaciones fui conociendo a otros aficionados y le cogí el gusto a elaborar malvados planes de dominación mundial.

Mi primera maniobra fue empezar a publicar un fanzine, Tránsito, y mi primera victoria, una sección de crítica de novedades en la revista de cómics Cimoc, que dirigía Joan Navarro para Norma Editorial, cuyas oficinas estaban a tiro de piedra de casa. La sección ‘Novedades S. F.’ se publicó en ella durante varios años y sirvió en particular para abastecerme de mi vicio favorito con los codiciadísimos servicios de prensa que empecé a conseguir de las editoriales. Bueno, y también para regalarles fotocopias de la sección a los clientes de Sant Antoni, que todo se aprovecha y al cliente hay que mimarlo.

Mi rutina semanal incluía la visita a varias editoriales y distribuidoras para abastecerme de novedades para Sant Antoni. En la ruta se solían contar Edhasa, Acervo y Martínez Roca, las oficinas de Nueva Dimensión en el Born y la Distribuidora Popular de la calle Unió. Entre una cosa y otra, las reseñas para Cimoc y las compras para los domingos, fui conociendo a varios de los responsables editoriales de la época, incluyendo a mis dos ídolos de juventud: Pedro Domingo Mutiñó, más conocido como Domingo Santos, y Francisco Porrúa, que en aquel entonces colaboraba activamente con Edhasa. Supongo que Paco Porrúa, en última instancia, es la persona que más ha influido en mis gustos y criterios literarios, y mi admiración por él no ha dejado de crecer en todos estos años.

Pero donde acabó por saltar la liebre fue en Martínez Roca. Les propuse la puesta en marcha de una colección especializada en fantasía (todavía no existía ninguna en España, salvo un intento previo en Madrid por parte de Francisco Arellano) y acabaron presentándome a Manel Martínez Alsinet, que era el responsable de contratación y que aceptó el proyecto. Aquello desembocó en la puesta en marcha de la colección Fantasy y el principio de mi trabajo como asesor editorial en Martínez Roca. Poco después de hacerme cargo de Fantasy preparé, en colaboración con Albert Solé y con Juan Carlos Planells, el Super Ficción 100. Volumen conmemorativo (1986), que celebraba los cien títulos aparecidos en la histórica colección negra de la casa y fue un éxito. Entre Fantasy, la segunda época de Super Ficción y más tarde Gran Fantasy, Gran Super Ficción, Alcor Fantástica y la Biblioteca Asimov, acabé seleccionando para ellos un centenar largo de títulos de ciencia ficción y fantasía en poco más de diez años.

Recuerdo una conversación con Porrúa de la que salí completamente indignado. Yo me enorgullecía de mi trabajo de asesor en Martínez Roca, que desempeñaba con una pasión proselitista importante, buscando equilibrar comercialidad e interés divulgativo. Este último aspecto se reflejaba con más o menos fortuna en los textos de cubierta y, sobre todo, en notas acerca del autor al final de los libros, que incluían bibliografías completas, con indicación de todas las ediciones en cualquier editorial. Ahora es algo bastante común, pero entonces no lo hacía nadie, y yo era consciente de estar subiendo el listón.

Paco era ya perro viejo y tenía poco que aprender de aquel chaval impetuoso. Él, más que nadie que haya conocido, tenía claro qué era lo realmente importante a la hora de editar: la calidad de la traducción. Y como era un obsesivo del control, publicaba muy poco. Desde su punto de vista, todo el trabajo que hacía para Martínez Roca era demasiado mercenario, y hablando de Gene Wolfe, llegó a decirme que había escritores que sería preferible que no se tradujeran antes de que se editaran mal. Salí cabreado del encuentro, y no fue hasta muchos años después, cuando ya llevaba tiempo editando por mi cuenta, que me di cuenta de que tenía más razón que un santo. Para variar. Las buenas traducciones son la excepción y hay muchísimos escritores cuya reputación ha sido severamente dañada por trabajos mediocres.

La sección de Cimoc tuvo un final abrupto. Rafa Martínez, el dueño de Norma, decidió que los servicios de prensa que recibía por la sección deberían quedarse en la editorial; yo me negué y se acabó la fiesta. Pero volví a tener tratos con él por otro motivo: Norma Cómics, la librería, abrió sus puertas en 1983, y algo después, Rafa ofreció en traspaso un semisótano que había descartado en el número 53 de la ronda de Sant Pere. Allí acabó estableciéndose la librería Gigamesh, los primeros años compartiendo local con una tienda de cerámica y cazuelas, propiedad de mi madre.

Un paréntesis: La primera sesión de firmas de un autor en la librería fue nada menos que de Robert Silverberg, que vino de turismo a España y se puso en contacto con nosotros anunciando la visita. Era 1988, y Santos preparaba la edición de Gilgamesh el Rey para la colección Cronos de Destino. Las tripas del libro estaban impresas, pero la editorial no tenía previsto publicarlo ni imprimir las cubiertas hasta después de la visita, así que improvisamos: cien juegos de tripas más otras tantas cubiertas de cartulina impresas deprisa y corriendo se convirtieron en una edición especial limitada y numerada (y un poco cutre) que se vendió íntegramente durante la sesión de firmas. Hay fotos de la visita... con cerámica de fondo.

Rafa cerró un acuerdo conmigo: Gigamesh no se metería en el terreno de Norma, y Norma no se metería en el terreno de Gigamesh. Alguna vez nos hemos solapado en algunos temas, pero los dos comercios se han ido haciendo cada vez más fuertes, cada uno en su propia especialidad, y los que han ido llegando al barrio después se han adaptado también al modelo. A día de hoy, el Triángulo Friqui de Barcelona es famoso en toda España por la diversidad y profundidad de oferta del conjunto de los establecimientos que lo definen. Y gracias a eso, seguirá creciendo. (Nos falta una tienda Workshop, más gente de videojuegos y un multicine. Por si alguien se anima, que esto es el puto centro.)

La librería Gigamesh (y corrijo aquí el resultado que dimos por bueno en un concurso de Twitter) se abrió en 1985, el lunes, 10 de junio, al término de la Fira del Llibre de passeig de Gràcia. Nos toca celebrar treinta años de aquí a nada. (Me casé con Catherine en 1984 y abrimos la librería un año después.)

En un encuentro reciente, Paco Porrúa me recordó una visita que le hice en aquella época: le pedí permiso para llamarla librería Minotauro. Se negó, claro (téngase en cuenta que yo andaba por ahí asesorando a otro editor), pero después reconoció que había sido un error. Pocas veces me he sentido tan halagado: yo me había olvidado, pero él lo sopesó muy en serio. Para bien o para mal, la librería Minotauro no llegó a existir. En su lugar abrió las puertas vuestra vieja conocida Gigamesh.

Tránsito, el fanzine que editaba desde Sant Antoni, arrancó como un folleto de dos páginas de «difusión gratuitita» [sic] para los clientes. El fanzine que «crece y crece como un imperio galáctico cualquiera (© Mario X)» acabó independizándose por el número 8. Poco antes de poner en marcha la librería y mientras trabajaba como ayudante en el Departamento de Física Teórica de la UAB, empecé a publicar otro: Gigamesh. Al fallar la opción de Minotauro, decidí reutilizar el nombre para la tienda.

Gigamesh es una referencia velada a una de las obras más brillantes de Stanisław Lem y un homenaje a este autor. Nunca doy más detalles por escrito: es un atrapamoscas maravilloso. Que se equivoquen por ahí pensando que hace referencia al texto babilónico y nos regalen eles de forma recurrente forma ya parte de nuestras vidas.

El número 12 (y último) de Gigamesh fanzine lucía una portada maravillosa de Alfredo Esteban Arroyo dedicada a la visita de Silverberg. Me asombra ver que, aparte de intercambio de publicidad con otros fanzines (Cuasar, de Luis Pestarini, de Buenos Aires; Nexus y El grito, de Madrid; Troll, de Lluís D’Estrés, y Alea, ambas dedicadas a juegos y de Barcelona), no solo había conseguido enredar a Martínez Roca y les había sacado un anuncio de pago, sino que la contraportada lucía otro de Timun Mas.

Con la librería como cuartel general, mis pinitos editoriales se volvieron más ambiciosos. La visita de Silverberg fue en 1988, las colecciones de Martínez Roca tiraban a buen ritmo, empezamos a importar con buenos resultados de venta y al cabo de no mucho reformamos el local. Mi madre cerró la tienda de cerámica y nos quedamos todo el espacio para la librería. (Siguió entrándonos gente preguntando por las cazuelas durante años.) Los géneros ganaban popularidad y el mercado aguantaba más colecciones especializadas que nunca, pero Nueva Dimensión había cerrado a principios de los ochenta y no había revistas. Tras un intento fallido de colaboración con la efímera Blade Runner Magazine (1990), decidí tirar la casa por la ventana y en 1991 resucité Gigamesh, en formato (más) profesional y con distribución de quiosco.

La hostia fue mayúscula. Por muy orgulloso que estuviera del contenido, la estética no era para tanto y la venta que encontró fue misérrima. La ciencia ficción y la fantasía seguían siendo géneros demasiado minoritarios. La revista duró dos números en quiosco, un tercero con distribución de fanzine y paró máquinas. El número cuatro se publicó en 1995, tras un paréntesis de tres años. Desde entonces, se convirtió en costumbre que las suscripciones fuesen hereditarias: si tardábamos tres años entre número y número, y la gente podía suscribirse por doce números..., más valía que lo fuesen.

En realidad, ese periodo es uno de los de actividad más frenética que recuerdo. Más o menos en la época en la que empezamos a sacar la revista descubrimos un juego que arrasó en ventas y del que mantuvimos un monopolio de facto en Barcelona durante dos años: el Warhammer, que venía acompañado de todo el resto de la gama de juegos de Games Workshop, Space Hulk a la cabeza. Fue una primera revolución en la incipiente comunidad friqui de la época, que venía de los juegos de Avalon Hill y aprendía a jugar a rol con manuales de Joc Internacional (maravillosas portadas de Das Pastoras, por cierto).

Durante dos años tuvimos colas de gente comprando figuritas de Warhammer. Hasta que Workshop abrió tienda propia en Barcelona. En la librería liquidamos y a otra cosa, mariposa. Y la otra cosa resultó ser un juego que vio la luz en 1993 de la mano de una indie de Seattle: Magic: The Gathering, la creación de Richard Gardfield para Wizards of the Coast que puso patas arriba el mercado de los juegos.

Catherine y yo jugamos la primera partida a Magic de España, o eso sospecho, y creo también que fui el primero que se enganchó al juego por aquí. Con Juanma Lektu Barranquero (menciono su nick porque cobrará relevancia en breve) acabé preparando para Wizards las primeras traducciones del juego al castellano, que empezó a editarse aquí en 1995, a cargo de Martínez Roca.

La cosa acabó mal, al menos para mí. No cobré ni un duro como asesor tras conseguirles la licencia del Magic, y acabaron absorbidos por Planeta. Dejé de hacer trabajos para terceros.

Pero estuvo bien mientras duró. Antes de que se tradujera, las ventas del juego en inglés habían sido colosales y las habíamos usado como punta de lanza para abrir mercado y montar un canal de distribución especializado (de «venta directa», que dicen los yanquis) basado en el modelo de Capital City Distributors y Diamond Comics. Todos los socios que fundamos la empresa, Catherine, Juli Céspedes (mi antiguo compañero de despacho en la facultad) y un servidor, habíamos estudiado físicas, y la empresa se bautizó con un guiño en consonancia: Distribuciones Dirac. El logotipo incluía una delta de Dirac. Dirac se fusionó primero con Camaleón Ediciones y después con su competencia directa, Samurai. El resultado fue SD Distribuidores, que sigue atendiendo ese canal de venta especializado en la actualidad, aunque ya sin ninguna vinculación económica con nosotros.

El empeño en potenciar un canal especializado venía de mis tiempos de editor de fanzines: qué bonito habría sido contar con un servicio de distribución como el que ofrecía Capital en EE. UU., que les permitía a las indies llegar a casi cualquier parte trabajando sobre pedido. Una de las cosas que nos dejó el fenómeno Magic fue justamente eso: SD Distribuciones. Funcione mejor o peor con los detalles (y funciona bien), su mera existencia simplifica el trabajo de un montón de pequeños comercios y permite que las independientes puedan trabajar con tirajes ajustados. Es una de las em­presas que más ha contribuido a la proliferación y el crecimiento de las librerías friquis en España y, desde el punto de vista editorial, un estupendo canal de ventas complementario para la distribución tradicional de libros.

Con la inestimable ayuda de Julián Díez, recién formado como periodista, y coincidiendo con la puesta en marcha de esos nuevos canales de venta, que ayudaban a subir un poco las limitadas expectativas de los antiguos fanzines, en 1995 resucitó Gigamesh. La coartada para sostenerla durante los años siguientes sin que despegaran las ventas fue publicitaria: estimaba que si gastáramos lo mismo que costaba la revista en publicidad de la librería, no conseguiríamos el mismo efecto. Era un instrumento eficaz para darse a conocer.

Al nuevo formato revista de Gigamesh se sumaron primero Stalker (1998), dedicada al cine fantástico y dirigida por Armando Boix, y más tarde Yellow Kid (2001), centrada en estudios de cómic y a cargo de Rafa Marín, de la que solo llegamos a editar seis números. Ninguna logró ventas mejores que las de Gigamesh y el conjunto de las tres acabó resultando insostenible.

Pero Stalker y Yellow Kid no fueron mis proyectos más ambiciosos. En 1999, en el número 19 de Gigamesh anuncié la aparición inminente de los dos primeros títulos de Gigamesh Ficción, la colección de libros. Había pasado un tiempo prudencial desde que dejé el trabajo de asesor en Martínez Roca y decidí ponerme en marcha por mi cuenta.

Para la librería, la colección de libros representó otro empujón importante: su efecto publicitario era más palpable que el de editar una, dos o las revistas que fueran. Acabé dando marcha atrás, cancelé las nuevas cabeceras y me concentré en la edición de libros, que encontraron bastante mejor respuesta de mercado. La revista, que quedó al cuidado de Juanma Santiago, pasó a formato libro y se probó a distribuirla también por canales de librería junto a los libros. Las ventas siguieron sin mejorar significativamente, y después de ocho números de la nueva etapa, cerró definitivamente. Veo poco factible que llegue a resucitar en papel.

Suelo explicar que en la época en la que empecé a editar, la librería conseguía llegar a vender un centenar de ejemplares al cabo del año de los libros que vendía mejor. Eran muy pocos los que lograban alcanzar esa cifra, pero la colección propia empezó a conseguirlo regularmente y, en el caso de Snow Crash, rebasamos la cota de los doscientos.

Y entonces llegó Martin.

Juego de tronos pulverizó nuestros récords de venta desde el día uno. En la librería se vendieron más de quinientos ejemplares... en menos de seis meses. Desde entonces no ha abandonado nuestro top de ventas.

En todos mis años de experiencia en el mundillo editorial nunca he visto ningún fenómeno parecido, y al ver cómo cobraba fuerza, pronostiqué que llegaría a destronar a Harry Potter. (George podría desquitarse de ese Hugo gordo que le mangó la Rowling. Está en ello. Con los empujoncitos que le da la HBO, será rápido.) Eso sí, la presión financiera que ha representado el éxito de Martin para una editorial de pequeña envergadura como Gigamesh ha acabado convirtiendo mi vida en un infierno. Me viene a la mente aquello que dicen los chinos de cuidado con lo que deseas, que puede convertirse en realidad. Hubo una época en la que conseguí que mi trabajo consistiera en leer, pero...

Es broma. Estoy encantado y tengo un juguete nuevo entre manos.

Bienvenidos a #NuevaGigamesh y #FelizSantJordi para todos.

ALEJO CUERVO

Barcelona, marzo del 2014

EXÉGESIS

Para Manolo Belmonte, alias el Fejulín,

Pedro Domingo Mutiñó y Francisco Porrúa.

Colección Fantasy:

Presentación

 

Como primer texto rescatado he acabado eligiendo el que escribí como presentación de la colección Fantasy de Martínez Roca. Me tentaba incluir el primer editorial de Tránsito, que era corto, ingenuo y entusiasta, pero me he contenido. O el primero de Gigamesh fanzine, que era algo menos corto, igual de ingenuo y bastante más pedante, pero también me he contenido. O alguno de la época de Cimoc, que al fin y al cabo fue mi primera publicación profesional, pero tampoco.

Me he tenido que contener mucho mucho para no incluir al menos una muestra de las reseñas que diseminé por ahí en fanzines, el Cimoc o en otras revistas, como Líder y Troll, con las que también colaboré en ocasiones. Pero haceros leer una pila de reseñas no parecía el tipo de tortura más indicado para la ocasión. En su lugar he preferido textos que exhiban mi faceta más docta y erudita: aquellos en los que elaboré alguna de las piezas que he ido incorporando a mi discurso.

Este tenía una intención divulgativa declarada, y lo abrí con una encendida defensa del género. En aquella época, la fantasía, más todavía que la ciencia ficción, y ya es decir, andaba muy devaluada, así que esgrimir un discurso reivindicativo acababa siendo inevitable. Hoy en día me corto bastante menos y digo más o menos lo mismo, pero resumido en una frase más contundente: «El realismo es pernicioso». Le Guin era más fina.

La fantasía es verdadera, por supuesto. No es real, pero es verdadera. Los niños lo saben. Los adultos lo saben también, y precisamente por ello muchos temen la fantasía. Temen a los dragones porque temen la libertad.

URSULA K. LE GUIN, “Why Are Americans Afraid of Dragons?”

La ocasión que se me brinda de presentar esta nueva colección dedicada a la fantasía es única para lucir profundos conocimientos de erudición literaria y desarrollar un sesudo análisis paradigmático destinado a justificar la existencia de un anhelo popular hacia el producto que se propone ofrecer esta editorial. Por ello, e inspirado en parte por el texto citado en la cabecera, aprovecharé para esbozar unas cuantas inconsistencias.

Permítaseme en primer lugar que divida el mundo en dos mitades: los buenos y los malos. Los buenos, faltaría más, somos nosotros, ardientes defensores del derecho inalienable de imaginar lo imposible. Los malos son todos aquellos enanos mentales que defienden la superioridad de los valores de la narrativa realista frente al fantástico, mirándolo desde su pedestal como a una especie de pariente pobre que ha sucumbido a las desidias del escapismo. (Hay una tercera mitad que comprende a todos aquellos que nunca leen una novela: desde los analfabetos hasta los que dicen no tener tiempo. Obviamente, esa mitad no cuenta.)

Por suerte los malos son cada vez menos numerosos y dentro de poco serán calvos. Hay una diferencia sustancial entre leer un libro escapista y el placer de leer una novela imaginativa, porque si en algo se distingue el hombre de otros animalitos que a veces también caminan sobre dos patas es en su capacidad de llegar a imaginar algo tan improbable como, por ejemplo, un hobbit. Y si algo muestra con claridad inequívoca la esencia de sus aspiraciones más secretas es la magia, el deseo de todo lo que representa y el temor a su precio. La fantasía es verdadera, y quienes la desprecian han matado al niño que llevan dentro, han matado la eterna capacidad de maravillarse de su propia naturaleza y de sus sueños.

En los últimos años se ha visto un resurgimiento de las formas más clásicas de la fantasía, y su creciente popularidad está acaparando el mercado del fantástico. Dejando aparte la consideración de factores externos como podría ser la creciente desconfianza en la primacía que el racionalismo y la ciencia tienen en la sociedad contemporánea, su impacto puede entenderse por la aceptación de un reto que nunca antes había encarado directamente la literatura. El moderno cultivador del género se enfrenta a la elaboración de universos enteros y a la elaboración simultánea de sus reglas y debe conseguir que lo que no es real se sostenga a sí mismo como verdadero.

Y me perdonará el lector que no corte todavía mi indigesta verborrea, pero queda pendiente uno de los puntos esenciales de todo prólogo que se precie (y este, aunque a ratos no lo parezca, se precia muchísimo): hay que situar a los autores y obras que se anuncian. Para ello, daré un breve y muy superficial repaso de lo que ha llevado a la fantasía a ser lo que es. Obviando la influencia de Poe o fuentes como Las mil y una noches, me centraré en su desarrollo como género durante el siglo XX.

El punto de partida podría ser el británico Henry Ridder Haggard, autor de obras imperecederas como Las minas del rey Salomón (1885) y Ella (1887), a las que siguieron una cantidad considerable de otras novelas hasta bien entrados los años veinte. Con ellas se popularizó el uso de elementos como la inmortalidad y los mundos perdidos en el seno de la novela de aventuras. También en la Inglaterra de la época cabe mencionar a E. R. Eddison y su notable La serpiente Uróboros (1922), y sobre todo a Lord Dunsany, quien, con obras como La espada de WelleranCuentos de un soñadorLa hija del rey del país de los elfos