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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Anna Turró Casanovas

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bellini, n.º 99 - diciembre 2015

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7239-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Decicatoria

Bellini

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Bis

Si te ha gustado este libro…

Decicatoria

 

Para todos los que creen en la fuerza del amor

(y para Marc, Agata y Olivia)

Bellini

 

 

Cuando surgió la idea de esta antología y me pidieron que eligiera un cóctel no lo dudé y escogí el bellini porque era el cóctel preferido de mi abuela y en mi familia lo preparamos siempre que surge cualquier excusa para celebrar algo. Si quieres prepararlo, solo necesitas champán o prosecco, melocotones naturales, preferiblemente blancos o amarillos, hielo y una batidora. Mezclas los ingredientes, lo bates y lo bebes bien fresquito.

Los lugares que aparecen a lo largo de la historia de Alba y Daniel existen y puedes consultarlos aquí www.pinterest.com/CasanovasAnna/Bellini y la información sobre el cóctel también es cierta. Lo que me temo que no es cierto es la historia del cuadro de Giovanni Bellini.

 

P.D. El amor de Alba y Daniel también es de verdad, muy de verdad.

 

Anna Casanovas

Capítulo 1

 

Hacía un año que Daniel Liveux dirigía la orquesta del Liceo de Barcelona y podía afirmar que profesionalmente había sido la mejor decisión de su vida, en lo personal no estaba tan seguro. Cambiar París por Barcelona le había resultado muy fácil, de Francia echaba de menos a sus mejores amigos y las comodidades de su casa, y también esa sensación de tranquilidad que conlleva estar en el lugar donde has nacido y crecido. Pero no echaba de menos la condescendencia de la prensa y los paparazzi que en París lo seguían a todas partes.

En España la máxima «vive y deja vivir» se llevaba a rajatabla y Daniel, si quisiera, podría salir a la calle medio desnudo sin que ninguno de sus vecinos se inmutase. En Francia seguían hablando de él, pero ahora solo aparecía en la prensa rosa muy de vez en cuando y probablemente lo sacaban para rellenar un hueco. Sin embargo, la prensa musical especializada y los círculos intelectuales que orbitaban alrededor de la Ópera de París estaban pendientes de todas y cada una de sus apariciones en el Liceo español y las aplaudían con entusiasmo. Era como si ahora que ya no estaba allí, en Francia, lo hubiesen descubierto.

Daniel sentía que por fin se estaba quitando de encima la etiqueta de niño mimado que le habían colgado esos mismos críticos musicales que ahora tanto lo adoraban cuando fue elegido director de la orquesta de París. En los artículos que recortaba y guardaba (aunque nunca lo reconocería) ya no aparecía la coletilla «el niño prodigio de Casel» ni mencionaban sus fiestas o sus amantes en medio de una reseña de una ópera.

Por fin era solo Daniel Liveux, músico, compositor, director de orquesta.

Para un hombre que con diecinueve años ganó un César por la banda sonora de la película más taquillera en la historia del cine francés y que a los veintitrés tenía ya seis Grammys, el respeto de la prensa de su país era el santo grial, y por fin lo tenía.

Y le importaba una mierda.

La mañana que leyó en Le Figaro una crítica donde calificaban su batuta de magistral y se dio cuenta de que no sentía ninguna emoción, que no le subía por la espalda ningún cosquilleo o que no sonreía orgulloso de sí mismo, Daniel se asustó.

La apatía le dejó helado, la mano con la que sujetaba el periódico tembló, era la que más utilizaba para dirigir la orquesta, y flexionó los dedos hasta arrugar las hojas de papel. Él no podía no sentir nada.

Imposible.

Él se ganaba la vida dejándose llevar por la pasión, sucumbiendo siempre a los instintos más básicos, escuchando atentamente cualquier capricho o petición de sus sentidos. Daniel no podía «no sentir» y, sin embargo, eso fue lo que pasó esa mañana.

Daniel no tenía por costumbre dedicarle demasiado tiempo a la introspección, así que se dijo que debía de estar resfriado, se tomó un café como a él le gustaba y salió a correr por la playa. El ático que tenía alquilado estaba frente al mar, en un exclusivo edificio de la zona olímpica de Barcelona, y a su alrededor se encontraban algunos de los hoteles más caros de la ciudad. Siempre que corría por allí atraía el interés de alguna que otra turista. No solía hacerles caso, para Daniel correr era casi tan sagrado como su música, pero esa mañana, si tenía suerte, haría un excepción.

La hizo, ella era guapísima, divertida, atrevida, y aunque el encuentro le dejó exhausto físicamente en sus entrañas no sintió nada.

NADA.

Él no se enamoraba de las mujeres con las que se acostaba, pero siempre sentía algo cuando estaba desnudo con una de ellas. No era una máquina y le gustaba saber que aunque era solo sexo él siempre sentía respeto por la mujer que lo acompañaba y unos instantes de conexión.

La chica no se dio cuenta, gracias a Dios, y después de una ducha y de vestirse con la ropa de deporte (toda de licra y de colores extremadamente llamativos) volvió a su hotel con una sonrisa en los labios y dejándole a Daniel sus datos de contacto. Él volvió a ducharse, esta vez solo y dejando que el agua helada cayese con fuerza sobre sus hombros, y se fue al Liceo con la certeza de que no iba a llamarla. Lo mejor sería que no estuviese con nadie hasta que se quitase de encima ese virus que sin duda estaba incubando.

Cuando llegó a la Rambla y cruzó la puerta del Liceo ya se sentía mejor. Había ido hasta allí en moto y durante el trayecto no había pensado en nada. Se había dejado llevar por la música que había sonado a todo volumen dentro del casco. Si los motoristas o los conductores de los coches que se detenían a su lado supieran que escuchaba música clásica, ese día Wagner, para ser más exactos, no se lo creerían. A Daniel le gustaba el rock, el pop, el soul, el jazz, el heavy metal, el folk. Podía disfrutar casi con cualquier composición siempre que tuviese sentimiento, que fuese de verdad. Pero solo ciertas piezas de música clásica lograban erizarle la piel y hacerle sentir vivo.

—Buenos días, Daniel —la directora de la fundación que gestionaba el Liceo lo miró sorprendida—, me habían dicho que hoy no estabas.

Pilar Fortuny giró su delicado cuello hacia la derecha para fulminar con la mirada a su secretario.

—Y no iba a estar —se apresuró a puntualizar Daniel al ver el rostro aterrorizado del joven—. ¿Me necesitas para algo?

El ayudante, Ricardo, suspiró aliviado y le entregó una carpeta de piel negra a Pilar cuando esta le tendió la mano.

—Sí, ¿por qué no vamos a tu despacho? —En realidad ya estaba caminando hacia él—. Anula la reunión de las diez y encárgate de que nadie nos moleste —añadió en voz más alta para Ricardo.

El joven musitó un gracias en dirección a Daniel y se fue a cumplir con las órdenes de su jefa. Daniel pensó que nadie se merecía tener que soportar a Pilar ocho horas diarias. Él tenía que lidiar con ella de vez en cuando y se podía permitir el lujo de torearla porque en última instancia ella era sustituible y él no.

—Adelante, siéntate donde quieras —la invitó sarcástico cuando entró en su despacho y vio que Pilar había apartado una pila de partituras de una silla para ocuparla.

—Tienes esto hecho un desastre, le diré a Ricardo…

—Deja a Ricardo en paz. Pedí que no entrase nadie a limpiar porque después no encuentro nada.

—Es imposible que puedas trabajar aquí.

—No lo es.

Ella le aguantó la mirada, el collar de perlas se levantó un poco cuando soltó el aire para conceder esa batalla a Daniel.

—Está bien.

Daniel sonrió y fue a sentarse. Él nunca se sentaba en su escritorio, le gustaba mucho más leer partituras tumbado en un sofá o en el suelo. La alfombra de ese despacho era magnífica y si se ponía uno o dos cojines bajo la cabeza podía pasarse horas en ella. Algo le dijo que a Pilar no le gustaría saberlo, y mucho menos hablar con él de esa manera, y optó por dejar encima de la mesa los libros que había amontonado en la silla del escritorio y sentarse en ella.

—¿En qué puedo ayudarte, Pilar? —Entrelazó los dedos y esperó.

A pesar de su apariencia de mujer de la alta sociedad y de que cualquiera que la viese creería que se pasaba horas y horas en la peluquería o en el gimnasio, Pilar Fortuny era una directiva muy agresiva y había salvado de la ruina a tres fundaciones en los últimos años. Su aspecto cuidado era un ejemplo más de lo exigente y meticulosa que era y no una muestra de frivolidad. Aunque Daniel estaba convencido de que ella lo sabía y lo utilizaba como arma o técnica de despiste contra sus adversarios.

—Tenemos que recaudar más fondos.

A Daniel se le tensó la espalda y durante un segundo sintió cierto alivio al comprobar que había cosas que aún le hacían reaccionar, como por ejemplo su odio a hacer de mono de feria.

—Me dijiste que era la última vez.

—Eso fue hace tres meses.

—Pues organiza algo sin mí. Puedes hacer un concierto de esos que tocan bandas sonoras, tienen mucho éxito y a mí no me necesitas para eso, cualquier director de orquesta puede dirigir eso.

—No seas engreído, Liveux. Me pediste que contratase un segundo pianista, dos oboes y que remodelase dos salas de ensayos. Por no mencionar tus peticiones personales como lo de vivir cerca del mar. Todo eso vale dinero.

—El Liceo nunca había estado tan lleno, los abonados se han duplicado —le recordó Daniel, que solía prestar atención a esos datos cuando ella se los facilitaba.

—Cierto, pero si quieres seguir contratando a músicos con «alma» —imitó el gesto que había hecho él cuando hizo tal petición— y que continuemos mejorando las instalaciones, hace falta más.

Daniel la miró a los ojos, la estudió con el respeto que se merecía como adversaria.

—¿Cuánto más?

Pilar fue lo bastante astuta y elegante para no sonreír.

—La cantidad no tiene importancia —le contestó y Daniel arqueó una ceja—. Además, creo que en cuanto sepas en qué consiste te entusiasmará la idea.

—Dímelo de una vez.

—¿Has estado alguna vez en Venecia?

—Fui de viaje de fin de curso en el instituto —se burló Daniel.

—Pues ahora vas a volver sin profesor y nadie te obligará a ir de museos. —La frase consiguió que él se inclinara hacia delante, así que Pilar siguió adelante con su explicación—: La Fundación Lamborghini está de aniversario y quieren celebrarlo por todo lo alto.

—Ve al grano, Pilar.

—Hay fotos tuyas encima de tu Ducati prácticamente en todas las revistas del mundo y los de la Fundación quieren que dirijas el concierto que darán en Venecia, en el palacio de Santa Sofia. Lamborghini es propietaria de Ducati y…

—No soy un músico de bodas, bautizos y comuniones, Pilar.

Ella entrecerró los ojos y soltó el aire que tenía en los pulmones.

—No se trata de una boda, ni de un bautizo, ni de una comunión ni de un funeral —añadió—. La Fundación está dispuesta a pagar una cantidad indecente de dinero para que dirijas un simple cuarteto de cuerda y toques una pieza. Una, Daniel. Vas, te quedas en Venecia unos cuantos días en un hotel de lujo y dejas que te paseen, sí, lo sé, odias esas cosas, y después vuelves aquí y no tendrás que volver a verme en un año.

—¿Un año?

—Ya te he dicho que están dispuestos a pagar mucho dinero.

Daniel se echó hacia atrás y pensó en lo que acababa de oír. Era imposible que ese trabajo fuera tan sencillo como Pilar Fortuny insinuaba, no tenía ninguna duda de que en Venecia tendría que hacer algo más que «tocar una pieza», pero, por otro lado, quizá ese viaje fuese exactamente lo que necesitaba para sacudirse de encima esa apatía que le acompañaba últimamente. Había visitado Venecia en dos ocasiones más aparte del viaje de fin de curso y siempre le había gustado, seguro que encontraría algo con lo que distraerse. Además, iba invitado por la Fundación Lamborghini, no le costaría demasiado convencerles de que le dejaran probar alguna moto nueva. A él los coches le dejaban bastante indiferente, pero sentía pasión por su Ducati. Quería más a esa moto que a muchas personas, los únicos que sin duda situaría por delante de ella eran Sergio, Cleo y poco más. Quizá, pensó de repente, podía quedarse en París unos días antes o después de ir a Venecia, así vería a sus dos mejores amigos, que para hacerle la vida más fácil habían decidido enamorarse perdidamente el uno del otro, y volvería a Barcelona siendo el mismo de siempre.

—Está bien —ocultó lo mucho que empezaba a gustarle la idea—, ¿cuándo tengo que irme?