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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Sara Morgan

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De repente, el último verano, n.º 105 - junio 2016

Título original: Suddenly Last Summer

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8144-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Querido lector

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

Querido lector,

 

(Si has comprado este libro, eres mi lector favorito).

 

Dicen que el corazón de un hombre se conquista por el estómago. Por eso, cuando la apasionada chef francesa Élise Philippe conoce al fantástico cirujano Sean O’Neil, nada debería haberse interpuesto en el camino hacia el amor verdadero. Nada, excepto que a ninguno les interesaba el amor verdadero.

 

Al igual que sus dos hermanos, Sean había crecido en el precioso Snow Crystal Resort en Vermont, aunque él había estado deseando salir de allí para trabajar como cirujano y disfrutar de la vida en una gran ciudad. Reacio a hacer los sacrificios que creía que acompañaban a una relación estable, se ha mantenido firmemente en un estado de soltería. Pero cuando las circunstancias lo obligan a volver a casa, se ve enfrentándose a algo más que a las emociones encontradas que siente hacia su familia.

 

Escribir esta historia ha sido divertidísimo. Me ha encantado unir a dos personajes empeñados en mantenerse separados y me ha encantado escribir sobre Snow Crystal en verano. También me ha abierto el apetito, porque me ha obligado a pasarme horas babeando consultando libros de cocina de Vermont (y es posible que alguna que otra botella de pinot noir haya resultado perjudicada durante el proceso de investigación, pero de eso no vamos a hablar). Por desgracia, escribir me deja poco tiempo o nada para comprar, así que lamentablemente tengo las mismas probabilidades de encontrarme un delicioso pan de romero y sal marina recién horneado en mi cocina que de abrir la puerta de casa y encontrarme ahí a Henry Cavill cubierto únicamente por una toalla (¡Un momento! ¿Eso ha sido el timbre?).

De repente, el último verano es el segundo libro de mi serie de Los Hermanos O’Neil, pero no es necesario haber leído el primero para entenderlo (de todos modos, por si os apetece, se llama Magia en la nieve).

 

Estoy emocionada de que hayáis decidido elegir esta historia. Espero que la disfrutéis, y si os apetece darme vuestra opinión, el mejor modo de poneros en contacto conmigo es por correo electrónico a través de mi Web, o por Twitter, @SarahMorgan_ (no olvidéis el guion bajo) o www.facebook.com/AuthorSarahMorgan.

 

¡Que tengáis un feliz verano!

 

Con cariño, Sara

 

 

Para Flo. Detrás de un autor feliz siempre hay un brillante editor. Tengo mucha suerte de tenerte.

Capítulo 1

 

–Tiene una llamada, doctor O’Neil. Dice que es una emergencia.

Sean rotó los hombros para soltar la tensión; aún tenía la mente puesta en la mesa de operaciones.

Su paciente era un prometedor jugador de fútbol que se había roto el ligamento anterior cruzado de la rodilla izquierda, una lesión bastante común que había puesto fin a muchas carreras de deportistas. Pero Sean estaba decidido a que no pudiera terminar con esa en concreto. La intervención había ido bien, aunque la cirugía solo era el principio. Lo siguiente sería una larga rehabilitación que requeriría dedicación y determinación por parte de todos los implicados.

Aún pensando en cómo gestionar las expectativas, agarró el teléfono.

–Sean O’Neil.

–¿Sean? ¿Dónde demonios estuviste anoche?

Preparado para una conversación distinta, Sean frunció el ceño con irritación.

–¿Veronica? No deberías estar llamándome aquí. Me han dicho que era una emergencia.

–¡Porque es una emergencia! –la mujer alzó la voz y también se alzaron sus ánimos–. La próxima vez que me invites a cenar, ten la decencia de presentarte.

«¡Mierda!».

Una enfermera salió de la sala de operaciones y le entregó un informe.

–Veronica, lo siento –sujetó el teléfono con la mejilla y el hombro y le señaló a la enfermera que le diera un bolígrafo–. Tuve que volver al hospital. Un colega tenía problemas con un paciente. Estaba operando.

–¿Y no podías haber llamado? Te estuve esperando una hora en el restaurante. ¡Una hora, Sean! Un hombre se me insinuó.

Sean firmó el informe.

–¿Y era majo?

–No te lo tomes a broma. Fue la hora más humillante de mi vida. No vuelvas a hacerme eso nunca.

Él le devolvió el informe a la enfermera esbozando una breve sonrisa.

–¿Preferirías que hubiera dejado a un paciente desangrándose hasta morir?

–Preferiría que cumplieras con tus responsabilidades.

–Soy cirujano. Mi primera responsabilidad son mis pacientes.

–¿Entonces estás diciendo que si tuvieras que elegir entre tu trabajo y yo, elegirías el trabajo?

–Sí –el hecho de que le hubiera formulado esa pregunta indicaba lo poco que lo conocía–. Eso es lo que estoy diciendo.

–¡Maldito seas, Sean! Te odio –gritó, aunque con voz temblorosa–. Dime sinceramente, ¿esto es solo por mí o te pasa con todas las mujeres en general?

–Es por mí. Se me dan mal las relaciones, ya lo sabes. Ahora mismo me centro en mi carrera.

–Uno de estos días vas a despertarte solo en ese bonito apartamento que tienes y vas a lamentar todo el tiempo que pasas trabajando.

Él decidió no señalar que si se levantaba solo era por elección propia. Nunca invitaba a mujeres a su apartamento. Ni siquiera él pasaba mucho tiempo allí.

–Mi trabajo es importante para mí. Lo sabías cuando me conociste.

–No, «importante» significa que te dedicas a ello pero sigues teniendo una vida privada. Para ti, Sean O’Neil, el trabajo es una obsesión. Estás volcado en él y es lo único en lo que piensas hasta el punto de excluir todo lo demás. Puede que eso te convierta en un médico brillante, pero también en una pareja pésima. Y te comunico una noticia de última hora: ser encantador y bueno en la cama no evita que seas un capullo egoísta y adicto al trabajo.

–¿Sean? –de pronto apareció otra enfermera a su lado y tanto sus mejillas sonrojadas como su actitud sugerían que había oído la última frase–. El entrenador del equipo está esperando fuera con los padres del chico. ¿Vas a hablar con ellos?

–¿Me estás escuchando? –dijo Veronica chillando e irritada–. ¿O estás hablando con otra persona mientras hablas conmigo?

«Joder».

Sean cerró los ojos.

–Acabo de salir del quirófano –se frotó la frente–. Tengo que hablar con los familiares.

–¡Pueden esperar cinco minutos!

–Están preocupados. Si fuera tu hijo el que estuviera en reanimación, querrías saber qué ha pasado. Tengo que colgar. Adiós, Veronica. Siento mucho lo de anoche.

–¡No, espera! ¡No cuelgues! –gritó ella con tono apremiante–. Te quiero, Sean. Te quiero de verdad. A pesar de todo, pienso que tenemos algo especial. Podemos hacer que esto funcione. Solo tienes que ser un poco más flexible.

El sudor le caía por la nuca. Vio a la enfermera abrir los ojos de par en par.

¿Cómo se había dejado arrastrar hasta esa situación?

Por primera vez en años había calculado mal, había pensado que Veronica era la clase de mujer que se sentía satisfecha viviendo el momento. Pero ahora resultaba que se había equivocado.

–Veronica, tengo que colgar.

–De acuerdo, yo seré más flexible. Lo siento, estoy siendo una arpía. Deja que te prepare una cena esta noche, te prometo que no me quejaré si llegas tarde. Puedes venir a la hora que quieras…

–Veronica –la interrumpió–, no te disculpes cuando soy yo el que debería disculparse. Tienes que encontrar a un hombre que te dé toda la atención que te mereces.

Se produjo un tenso silencio.

–¿Estás diciendo que hemos terminado?

Por lo que a Sean respectaba, lo suyo ni siquiera había llegado a empezar.

–Sí, eso es lo que estoy diciendo. Ahí fuera hay cientos de tipos dispuestos a ser flexibles. Consigue a uno –colgó consciente de que la enfermera seguía mirándolo.

Estaba tan cansado que ni siquiera recordaba su nombre.

¿Ann? No, no era ese. Angela… sí, era Angela.

El agotamiento iba descendiendo sobre él como una niebla gris, ralentizando su pensamiento. Necesitaba dormir.

Por la noche lo habían llamado para atender una urgencia y llevaba en pie operando desde el amanecer. Pronto la adrenalina comenzaría a disiparse y sabía que entonces se derrumbaría. Y cuando eso sucediera, preferiría estar cerca de su cama. Disponía de una habitación en el hospital, pero prefería volver a su apartamento junto al río, tomarse una cerveza y contemplar la vida acuática.

–¿Doctor O’Neil? ¿Sean? Lo siento mucho. No le habría pasado la llamada de saber que era personal. Me ha dicho que era un médico –la expresión de sus ojos indicaba que esa mujer no tendría ninguna objeción en ocupar el lugar de Veronica, pero Sean suponía que no se sentiría muy halagada si supiera que por un instante él se había olvidado de su existencia.

–No es culpa tuya. Iré a hablar con los familiares… –se vio tentado a darse una ducha primero, pero entonces recordó la palidez de la madre del chico cuando había llegado al hospital y decidió que la ducha podía esperar–. Iré a verlos ahora mismo.

–Ha tenido un día muy largo. Si quiere venir a mi casa después del trabajo, hago unos macarrones con queso riquísimos.

Era una chica muy dulce, cariñosa y bonita. Angela podía acercarse a la idea de mujer perfecta de cualquier hombre.

Pero no a la suya.

Su idea de mujer perfecta era una que no quisiera nada de él.

Las relaciones implicaban un sacrificio y un compromiso. Él no estaba preparado para hacer ninguna de esas cosas, razón por la que había permanecido firmemente soltero.

–Como acabas de presenciar, soy pésimo como pareja –esbozó lo que esperaba que fuera una sonrisa encantadora–. O estoy trabajando y no se me ve, o estoy tan cansado que me quedo dormido en el sofá. Está claro que tú puedes aspirar a algo mejor.

–Me parece impresionante, doctor O’Neil. Trabajo con muchos médicos y usted es, con diferencia, el mejor. Si alguna vez necesito un cirujano, querría que fuera usted el que se ocupara de mí. Y no me importaría que se quedara dormido en el sofá.

–Sí, sí que te importaría –al final, a todas les importaba–. Iré a hablar con la familia.

–Es usted muy amable. La madre está muy preocupada.

 

 

Vio esa preocupación en el momento en que miró a los ojos de la mujer.

Estaba sentada sin moverse agarrándose con fuerza la tela de la falda como intentando contener los nervios que se habían intensificado por tanta espera. Su marido estaba de pie con las manos metidas en los bolsillos y los hombros caídos mientras hablaba con el entrenador. Sean conocía al entrenador ligeramente. Le resultaba un hombre implacable y despiadadamente avasallador, y parecía que la cirugía a la que se había visto sometido su jugador no le había suavizado el carácter.

Ese tipo quería milagros y los quería ya. Sean sabía que la prioridad de ese entrenador en particular no era el bienestar a largo plazo del chico que ahora se encontraba en reanimación, sino el futuro de su equipo. Como especialista en lesiones deportivas, se relacionaba con jugadores y entrenadores constantemente. Algunos eran geniales, pero otros hacían que deseara haberse hecho abogado en lugar de médico.

En cuanto el padre del chico lo vio, fue hacia él como un rottweiler lanzándose contra un intruso.

–¿Y bien?

El entrenador estaba bebiendo agua de un vaso de plástico.

–¿Lo ha arreglado?

Hizo que sonara como si se tratara de un agujero en el tejado, pensó Sean. Como si hubiera bastado con poner unos cuantos guijarros encima para dejarlo como nuevo. Como si fuera igual que cambiar un neumático para que el coche volviera a la carretera.

–La cirugía solo es el principio. Va a ser un proceso largo.

–A lo mejor debería haberlo operado antes en lugar de esperar.

«Y a lo mejor usted debería dejar de jugar a ser médico».

Sin embargo, al ver que la madre del chico estaba prácticamente clavándose las uñas en las piernas, Sean decidió no generar una discusión.

–Todas las investigaciones muestran que el resultado es mejor cuando una cirugía se lleva a cabo en una articulación móvil sin dolor –les había dicho lo mismo una semana atrás, pero ni el entrenador ni el padre quisieron escucharlo entonces y tampoco querían hacerlo ahora.

–¿Cuándo podrá volver a jugar?

Sean se preguntó cómo debía de haber sido para el chico crecer con esos dos tipos a sus espaldas.

–Es demasiado pronto para programar su vuelta. Si lo fuerzan demasiado, terminará sin poder jugar nada. Ahora hay que centrarse en la rehabilitación. Tiene que tomárselo en serio. Y ustedes también –en esa ocasión su tono fue tan rotundo como sus palabras. Había visto carreras prometedoras arruinarse por entrenadores que presionaban demasiado pronto y por jugadores sin la paciencia necesaria para entender que el cuerpo no se curaba de acuerdo a un calendario deportivo.

–Este es un mundo competitivo, doctor O’Neil. Para estar en lo alto hace falta determinación.

Sean se preguntó si el entrenador estaba hablando de su jugador o de sí mismo.

–También hace falta un cuerpo sano.

La madre del chico, que había estado callada hasta el momento, se levantó.

–¿Está bien? –la pregunta hizo que su marido la mirara con mala cara.

–¡Maldita sea, mujer, acabo de preguntarle eso! Intenta escuchar un poco.

–No lo has preguntado –contestó con voz temblorosa–. Le has preguntado si volvería a jugar, eso es lo único que te importa. Es una persona, Jim, no una máquina. Es nuestro hijo.

–A su edad yo…

–Ya sé lo que hacías a su edad, pero te aseguro que si sigues así arruinarás tu relación con él. Te odiará para siempre.

–Pues debería estar dándome las gracias por presionarlo a jugar. Tiene talento, ambición, y eso hay que alimentarlo.

–Es tu ambición, Jim. Esta era tu ambición y ahora estás intentando vivir todos tus sueños a través de tu hijo. Y lo que estás haciendo no es alimentar nada. Estás presionándolo y echándole más y más peso encima hasta dejarlo aplastado debajo de todo eso –la mujer se detuvo un instante, como impactada consigo misma por lo que había dicho–. Lo siento, doctor O’Neil.

–No se disculpe. Entiendo su preocupación.

La tensión se apoderó de sus músculos. Nadie entendía mejor que él lo que era verse presionado por las expectativas de la familia. Había crecido con eso.

«¿Sabes lo que es verse aplastado por el peso de los sueños de otra persona? ¿Sabes lo que es eso, Sean?».

La voz dentro de su cabeza era tan real que tuvo que contenerse para no mirar atrás y comprobar si tenía a su padre detrás. Había muerto hacía dos años, pero en ocasiones le parecía como si fuera ayer.

Apartó ese repentino dolor, incómodo por la intrusión de su vida personal en su vida laboral. Necesitaba dormir mucho más de lo que creía.

–Scott está bien, señora Turner. Todo ha salido según lo esperado. Podrá verlo pronto.

La mujer se relajó.

–Gracias, doctor. Yo… Ha sido usted muy bueno con él desde el principio. Y conmigo. Cuando empiece a jugar… –se detuvo para mirar a su marido con dureza–, ¿cómo sabremos que no volverá a pasar? Ni siquiera tenía cerca a otro jugador. Se cayó sin más.

–El ochenta por ciento de los ligamentos cruzados anteriores se rompen sin que haya habido ningún tipo de contacto –ignoró al padre y al entrenador y se dirigió exclusivamente a la mujer. Se sentía mal por ella, era como el árbitro en un partido de ambiciones–. Este ligamento conecta el fémur con la tibia. No afecta mucho si lleva una vida normal, pero es una parte esencial a la hora de controlar las fuerzas de rotación que se desarrollan en los desplazamientos rotatorios.

Ella lo miró extrañada.

–¿Desplazamientos rotatorios?

–Saltar, girar y cambios bruscos de dirección. Es una lesión común entre jugadores de fútbol, de baloncesto y esquiadores.

–Su hermano Tyler tuvo lo mismo, ¿no? –preguntó el entrenador–. Y supuso el fin para él. Acabó con su carrera como esquiador. Menudo palo para un atleta con tanto talento.

La lesión de su hermano había sido mucho más complicada, pero Sean nunca hablaba de su famoso hermano.

–Nuestro objetivo con la cirugía es que la articulación de la rodilla recupere una estabilidad lo más normal posible y su funcionalidad, pero es un esfuerzo de equipo y la rehabilitación supone gran parte de ese esfuerzo. Scott es joven, está en forma y se siente motivado. Estoy seguro de que se recuperará por completo y que volverá a estar tan fuerte como lo estaba antes de la lesión, siempre que lo animen a afrontar la rehabilitación con el mismo grado de dedicación con que se entrega al fútbol –endureció el tono porque necesitaba que le prestaran atención–. Si lo presionan demasiado o demasiado poco, eso no sucederá.

El entrenador asintió.

–¿Y podemos empezar ya con la rehabilitación?

«Sí, claro, lánzale un balón ahora que sigue inconsciente».

–Normalmente consideramos que es positivo esperar a que el paciente despierte de la anestesia.

El hombre se ruborizó.

–Cree que estoy siendo demasiado insistente, pero este chico quiere jugar y es mi trabajo asegurarme de que consigue lo que necesita. Por eso estamos aquí –dijo el hombre con aspereza–. La gente dice que es usted el mejor. Todas las personas con las que he hablado me han dado la misma respuesta. Si es una lesión de rodilla, ve a ver a Sean O’Neil. Las reconstrucciones de ligamentos cruzados anteriores y las lesiones deportivas son su especialidad. No me enteré de que es el hermano de Tyler O’Neil hasta hace unas semanas. ¿Qué tal lleva no poder competir? Debe de ser muy duro.

–Está muy bien –respondió de manera automática. Cuando Tyler se encontraba en lo más alto de su éxito como esquiador, la familia al completo se había visto bombardeada por los medios de comunicación y había aprendido a desviar las preguntas indiscretas tanto sobre el impresionante talento de Tyler como sobre su agitada vida personal.

–Leí que ahora solo puede practicar esquí por diversión. Tiene que ser duro para un tipo como Tyler. Lo conocí en una ocasión.

Anotándose mentalmente que debía darle el pésame a su hermano por eso, Sean volvió al asunto que los ocupaba.

–Centrémonos en Scott –dijo y repitió las palabras que ya había dicho.

Tardó otros veinte minutos en dejarles todo claro y hacerles comprender la situación. Cuando terminó de ducharse y de ir a visitar a unos pacientes y se estaba subiendo al coche, ya habían pasado dos horas.

Se quedó ahí sentado un momento, reuniendo la energía necesaria para conducir hasta su casa junto al río.

Tenía por delante el fin de semana, un periodo de tiempo lleno de posibilidades infinitas.

Las próximas cuarenta y ocho horas serían solo para él y estaba preparado para saborear cada minuto de ellas. Pero primero dormiría.

Justo en ese momento, el teléfono que guardaba para uso personal sonó. Primero maldijo dando por hecho que se trataría de Veronica, y después frunció el ceño al ver en la pantalla que era su hermano gemelo, Jackson. Ver su nombre despertó su sentimiento de culpa. Estaba enconado en su interior, hundido bien al fondo, pero siempre ahí presente.

Se preguntó por qué su hermano estaría llamándolo un viernes por la noche.

¿Habría pasado algo en casa?

El Snow Crystal Resort llevaba cuatro generaciones en su familia y a ninguno se les pasaba por la cabeza que no fuera a seguir con ellos durante cuatro más. La repentina muerte de su padre había destapado la verdad: el negocio llevaba años arrastrando problemas. Y descubrir que su hogar corría peligro había supuesto un enorme impacto para toda la familia.

Era Jackson el que había renunciado a un próspero negocio en Europa para volver a Vermont y salvar al Snow Crystal del desastre que ninguno de los tres hermanos había sabido siquiera que existiera.

Sean miró el teléfono que tenía en la mano.

La culpabilidad reptaba por su piel porque sabía que no era la presión de su trabajo lo que lo mantenía alejado.

Respiró hondo y se sentó, preparado para recibir noticias de casa y prometiéndose que la próxima vez sería él el que haría la llamada. Se esforzaría más por mantener el contacto con todos.

–Hola… –respondió a la llamada con una sonrisa–. ¿Te has caído, te has destrozado la rodilla y ahora necesitas un cirujano decente?

En la respuesta a esa pregunta no hubo ni bromas ni charla trivial.

–Tienes que volver. Es el abuelo.

La regencia del Snow Crystal Resort suponía una guerra constante entre Jackson y su abuelo.

–¿Qué ha hecho ahora? ¿Quiere que echéis abajo las cabañas? ¿Cerrar el spa?

–Ha sufrido un ataque. Está en el hospital y tienes que venir.

Tardó un momento en asimilar las palabras y, cuando finalmente lo hizo, se sintió como si alguien le hubiera arrebatado el oxígeno del aire.

Al igual que todos, consideraba a Walter O’Neil invencible. Era fuerte como las montañas que habían sido su hogar durante toda su vida.

Y tenía ochenta años.

–¿Un ataque? –agarró con fuerza el teléfono al recordar el número de veces que había dicho que el único modo de sacar a su abuelo de su adorado Snow Crystal sería en una ambulancia–. ¿Qué significa eso? ¿Cardíaco o neurológico? ¿Un infarto? Háblame en términos médicos.

–¡No me sé los términos médicos! Es el corazón, creen. ¿Recuerdas el dolor que tuvo el invierno pasado? Le están haciendo pruebas. Está vivo, y eso es lo que importa. No nos han dicho mucho y yo he estado pendiente de mamá y de la abuela. Tú eres el médico y por eso te llamo, para decirte que vengas aquí y nos traduzcas el idioma de los médicos. Yo puedo llevar el negocio, pero este es tu terreno. Tienes que venir a casa, Sean.

¿Casa?

Su casa era su piso en Boston, con un sistema de sonido de última tecnología y no un lago con montañas de fondo y rodeado por un bosque que tenía la historia de su familia tallada en los árboles.

Apoyó la cabeza y miró el perfecto cielo azul que desentonaba con las oscuras emociones que se arremolinaban en su interior.

Se imaginó a su abuelo, pálido e indefenso, atrapado en el estéril ambiente de un hospital lejos de su preciado Snow Crystal.

–¿Sean? –la voz de Jackson salió por el auricular–. ¿Sigues ahí?

–Sí, estoy aquí –con la otra mano agarraba con fuerza el volante; había cosas que su hermano no sabía, cosas de las que no habían hablado.

–Mamá y la abuela te necesitan. Tú eres el médico de la familia. Yo me puedo ocupar del negocio, pero no de esto.

–¿Estaba alguien con él cuando le pasó? ¿La abuela?

–Con la abuela no. Estaba con Élise. Actuó muy deprisa. Si no lo hubiera hecho, ahora estaríamos teniendo otra conversación.

Élise, la jefa de cocina del Snow Crystal.

Sean miraba al frente pensando en aquella única noche del verano anterior y por un instante volvió allí, respiró su aroma, recordó lo salvaje que había sido todo.

Esa era otra cosa más que su hermano no sabía.

Maldijo para sí y entonces se dio cuenta de que Jackson seguía hablando.

–¿Cuánto tardarías en llegar?

Sean pensó en su abuelo, pálido y tendido en la cama de un hospital mientras su madre, la figura aglutinante de la familia, se esforzaba por mantenerlo todo en orden y Jackson hacía más de lo que se podía esperar de un hombre.

Estaba seguro de que su abuelo no lo querría allí, pero el resto de la familia lo necesitaba.

Y en cuanto a Élise… había sido una sola noche, nada más. No tenían una relación y jamás la tendrían, así que no había motivos para mencionárselo a su hermano.

Hizo unos rápidos cálculos mentales.

El viaje serían unas tres horas y media, eso sin contar lo que tardaría en llegar a casa y hacer la maleta.

–Estaré allí en cuanto pueda. Ahora llamaré a sus médicos y me enteraré de lo que está pasando.

–Ven directo al hospital. ¡Y conduce con cuidado! Ya tenemos suficiente con un miembro de la familia en el hospital –hubo una breve pausa–. Será genial tenerte de vuelta en Snow Crystal, Sean.

La respuesta a ese comentario se le quedó atascada en la garganta.

Había crecido junto al lago, rodeado de exuberantes bosques y de montañas. No podía identificar el momento exacto en el que había sabido que no era el lugar donde quería estar, cuándo ese sitio había empezado a agobiarlo y a fastidiarlo. No era algo que hubiera podido expresar porque admitir que podía existir un lugar más perfecto que Snow Crystal habría sido considerado herejía en la familia O’Neil. Excepto para su padre. Michael O’Neil también había tenido sentimientos encontrados hacia ese lugar. Su padre era la única persona que lo habría entendido.

La culpa se retorcía en sus costillas como un cuchillo porque, además de la discusión con su abuelo y de su salvaje aventura con Élise, había algo más que jamás le había contado a su hermano.

Jamás le había contado cuánto odiaba volver a casa.

 

 

–¡He matado a Walter! ¡Todo esto es culpa mía! Estaba tan desesperada por tener terminado el cobertizo para la inauguración de la cafetería que he dejado que un octogenario trabajara en el embarcadero –Élise, desesperada por la preocupación, caminaba de un lado para otro en el embarcadero de su preciosa cabaña junto al lago–. Merde, soy una mala persona. Jackson debería despedirme.

–Snow Crystal ya tiene suficientes problemas sin que Jackson despida a su jefa de cocina. El restaurante es la única parte del negocio que resulta rentable. Ay, mira, buenas noticias… –dijo Kayla apoyada sobre la baranda junto al agua y leyendo un mensaje de texto–. Según los médicos, Walter está estable.

Comment? ¿Qué significa aquí «estable»? Eso es donde se mete a los caballos, ¿no?

–Eso es «establo». Y lo otro significa que no lo has matado –respondió Kayla mientras respondía al mensaje a toda velocidad–. Tienes que calmarte o tendremos que pedir una ambulancia también para ti. ¿Todos los demás franceses son tan dramáticos como tú?

–No lo sé. No puedo evitarlo –se pasó la mano por el pelo–. No se me da bien ocultar mis sentimientos. Puedo hacerlo un momento, pero al instante exploto.

–Lo sé. He tenido que limpiarlo todo después de algunas de tus explosiones. Por suerte tu equipo te adora. Ve a hacer masa de pizza o lo que sea que haces cuando quieres reducir tus niveles de estrés. Se te nota mucho el acento y eso nunca es buena señal –Kayla envió el mensaje y leyó otro–. Jackson quiere que vaya al hospital.

–¡Voy contigo!

–Solo si me prometes no explotar en mi coche.

–Quiero ver con mis propios ojos que Walter está vivo.

–¿Crees que te estamos mintiendo todos?

A Élise le temblaban las piernas y se dejó caer en la silla que tenía junto al agua.

–Es muy importante para mí. Lo quiero como a un abuelo. No como a mi abuelo de verdad, porque él era una persona horrible que dejó de hablar a mi madre cuando me tuvo y por eso no llegué a conocerlo. Pero lo veo como al abuelo de mis sueños. Sé que lo entiendes porque tu familia también era un asco.

Kayla se limitó a esbozar una leve sonrisa.

–Sé lo unida que estás a Walter. No tienes que darme explicaciones.

–Es lo más parecido que tengo a una familia. Además de Jackson, por supuesto. Me hace muy feliz pensar que pronto se va a casar contigo. Y también tengo a Elizabeth y a mi querida Alice. Y Tyler es como un hermano para mí, aunque a veces me dan ganas de darle un puñetazo. Es normal que en ocasiones los hermanos se quieran pegar, creo. Os quiero a todos con toda mi alma –el lado oscuro de la vida de Élise estaba cuidadosamente encerrado en su pasado. La soledad, el miedo y la profunda humillación eran ya un lejano recuerdo. Ahí estaba a salvo. Estaba a salvo y la querían.

–¿Y Sean? –Kayla enarcó una ceja–. ¿Qué lugar ocupa en tu familia adoptiva? No creo que lo veas como a otro hermano.

–No –solo pensar en él hizo que el corazón se le acelerara–. No como a un hermano.

–¿Entonces a él no le vas a decir que lo quieres? ¿No te da miedo que pueda sentirse un poco excluido?

Élise frunció el ceño.

–No tiene gracia.

–¿Es este buen momento para avisarte de que vuelve a casa?

–Por supuesto que vuelve a casa. Es un O’Neil. Los O’Neil siempre están unidos cuando hay problemas y Sean lleva tiempo fuera de casa.

Y le preocupaba que eso fuera culpa suya. ¿Sería debido a lo que había pasado entre los dos?

–¿Y no va a ser una situación incómoda?

–¿Por qué iba a serlo? ¿Por lo del verano pasado? Fue solo una noche. No es tan difícil de entender, ¿no? Sean es un beau mec.

–¿Que es qué?

Un beau mec. Un tío bueno. Sean es muy sexy. Somos dos adultos que eligieron pasar una noche juntos. Estamos solteros. ¿Por qué iba a resultar una situación incómoda? –aquella había sido una noche perfecta. Sin ataduras. Sin complicaciones. Una decisión que había tomado con la cabeza, no con el corazón. Nunca más volvería a permitir que su corazón se viera implicado en nada.

Nada de riesgos. Nada de errores.

–¿Entonces no te va a incomodar verlo?

–En absoluto. Y no es la primera vez. Lo vi en Navidad.

–Y ni os mirasteis ni os dirigisteis la palabra.

–La Navidad es la época más ajetreada para mí. ¿Sabes a cuántas personas doy de comer en el restaurante? Tenía cosas más importantes de las que preocuparme que Sean. Y ahora pasa igual. Probablemente ni siquiera tendremos tiempo para saludarnos. Él únicamente piensa en el trabajo y yo también. Solo falta una semana para que abramos el Boathouse Café y ahora mismo ni siquiera tiene embarcadero.

–Mira, sé cuánto significa para ti este proyecto, para todos nosotros, pero no es culpa de nadie que Zach se estrellara con la bicicleta.

Élise refunfuñó.

–Es su primo. Es su familia. Debería haber sido más responsable.

–Es un primo lejano.

–¿Y qué? ¡Debería haber terminado mi embarcadero antes de estrellarse!

–Seguro que eso es lo que le dijo a la roca que se le cruzó en su camino –Kayla se encogió de hombros con actitud fatalista–. Lleva el ADN de los O’Neil. Está claro que se puede permitir dedicarse a los deportes de riesgo y tener accidentes. Tyler dice que es una pasada haciendo snowboard.

–¡No debería haberse permitido el capricho de practicar ningún deporte letal hasta que mi embarcadero hubiera estado terminado!

–¿Significa eso que Zach queda excluido de la lista de las personas que quieres?

–Tú búrlate de mí, pero es importante decirle a la gente que la quieres –para ella no solo era importante, sino vital. La tristeza se filtró en sus venas y respiró profundamente intentando evitar que se propagara. A lo largo de los años había aprendido a controlarla, a mantenerla aislada para que no interfiriera en su vida–. No debería haber dejado que Walter ayudara. Es culpa mía que esté en una cama de hospital lleno de tubos y agujas y…

–¡Para! –gritó Kayla con el gesto torcido–. ¡Ya basta!

–Es que no paro de imaginarme…

–¡Pues para! ¿Hablamos de otra cosa?

–Podemos hablar sobre cómo lo he estropeado todo. El Boathouse Café es importante para Snow Crystal. Hemos incluido los ingresos proyectados en nuestras previsiones. ¡Tenemos una fiesta organizada! Y ahora ya no se podrá celebrar.

Frustrada consigo misma, Élise se levantó y miró al lago en busca de algo de paz. El sol de la tarde proyectaba reflejos dorados y plateados sobre la inmóvil superficie del lago. Para ella era raro ver ese lugar a esas horas. Normalmente estaba en el restaurante preparándolo todo para el servicio de noche y el único momento en el que se sentaba en su embarcadero era cuando volvía de madrugada o al amanecer, cuando se preparaba café y se lo tomaba en el silencio del alba.

La mañana era su momento favorito del día en verano, cuando el bosque estaba bañado por la bruma y el adormilado sol aún tenía que disolver la fina telaraña blanca que cubría los árboles. Eso siempre le recordaba al telón del teatro ocultando la emoción del acto principal ante un entusiasta público.

La cabaña Heron Lodge era pequeña, solo tenía una habitación y un salón abierto, pero el tamaño no le importaba. Había crecido en París, en un diminuto apartamento en la orilla oeste con vistas a las azoteas y sin apenas espacio para moverse. En Snow Crystal vivía exactamente junto a la orilla del lago y su cabaña estaba resguardada por los árboles. En las noches de verano dormía con las ventanas abiertas, e incluso cuando todo estaba demasiado oscuro como para poder ver el paisaje, encontraba belleza en los sonidos del lugar. El agua golpeando delicadamente su embarcadero, el susurro de las alas de un pájaro sobrevolando su casa, el suave ululato de un búho. Las noches en las que era incapaz de dormir se quedaba tumbada durante horas respirando los dulces aromas del verano y escuchando la llamada del zorzal ermitaño y el parloteo de los carboneros de capucha negra.

Si en París hubiera dormido con la ventana abierta, la habría molestado constantemente la discordante sinfonía de los cláxones de los coches salpicada de insultos proferidos por conductores que se paraban en la calle a gritarse unos a otros. París era una ciudad ruidosa y muy concurrida. Una ciudad con el volumen al máximo mientras todo el mundo corría de un lado para otro intentando, siempre con retraso, estar donde debía estar.

Snow Crystal era un lugar tranquilo y apacible. Nunca durante su agitado pasado podría haberse imaginado llegar a vivir en un sitio así.

Sabía lo cerca que habían estado los O’Neil de perderlo y sabía que aún existía una posibilidad real de perderlo. Pero estaba decidida a hacer todo lo posible para asegurarse de que eso no llegara a suceder.

–¿Puedes encontrarme otro carpintero? ¿Seguro que has probado con todo el mundo?

–No hay ninguno. Lo siento –con aspecto de cansada, Kayla sacudió la cabeza–. Ya he hecho algunas llamadas.

–En ese caso estamos todos condenados.

–¡Nadie está condenado, Élise!

–Tendremos que retrasar la inauguración y cancelar la fiesta. Has invitado a mucha gente importante. Gente que podría correr la voz y ayudar a que creciera el negocio. Je suis désolée. El Boathouse es mi responsabilidad. Jackson me pidió una fecha de inauguración y le di una. Di por hecho que tendríamos un verano muy ocupado. Pero si ahora el Snow Crystal tiene que cerrar, todos perderemos nuestros trabajos y nuestra casa, y será culpa mía.

–No te preocupes, con tu talento para el drama podrías conseguir fácilmente un trabajo en Broadway –dijo Kayla, caminando de un lado a otro del embarcadero y claramente pensando–. ¿Podríamos celebrar la fiesta en el restaurante?

–No. Tenía que ser una noche mágica, al aire libre, que reflejara el encanto de nuestra nueva cafetería. Lo tengo todo preparado: comida, luces, una pista de baile en el embarcadero… ¡En el embarcadero que no está terminado! –frustrada y hundida, Élise entró en la pequeña cocina y agarró la bolsa de comida que había preparado para la familia–. Vamos. Llevan horas en el hospital y estarán hambrientos.

De camino al coche, Élise volvió a pensar en lo positivo que había sido que Jackson hubiera contratado a Kayla. Había llegado a Snow Crystal hacía solo seis meses, justo la semana anterior a Navidad, para crear una campaña publicitaria que estimulara el éxito del complejo turístico. En un principio su idea había sido quedarse allí una semana para luego volver a su empleo de altos vuelos en Nueva York, pero eso había sido antes de enamorarse de Jackson O’Neil.

Élise se vio invadida por la emoción.

El apacible y fuerte Jackson. Él era la razón por la que estaba allí, viviendo esa maravillosa vida. Él la había salvado. La había rescatado de las ruinas de su vida. Le había dado un modo de salir de un problema que ella misma había creado. Él era el único que sabía la verdad. Se lo debía todo.

Y el Boathouse Café era una forma de devolverle todo lo que le había dado.

Élise siempre había sabido que el Snow Crystal necesitaba algo más que el restaurante formal y la pequeña y estrecha cafetería que había formado parte del complejo desde que lo habían construido.

Durante el primer paseo que había dado por el lago había visto el cobertizo para botes abandonado y se había imaginado una cafetería en la orilla del agua. Ahora su sueño casi era una realidad. Había trabajado con un arquitecto de la zona y juntos habían creado algo que encajaba con su visión y que convencía a los planificadores del proyecto.

La nueva cafetería tenía cristaleras por tres lados con el fin de que los que estuvieran dentro no se perdieran nada de las vistas. Durante el invierno las puertas estarían cerradas, pero en los meses de verano, cuando el tiempo lo permitiera, los paneles de cristal podrían plegarse para que los clientes disfrutaran al máximo del imponente enclave.

En el verano la mayoría de las mesas estarían colocadas en el amplio embarcadero, una zona soleada que se extendía sobre el agua. Las obras deberían haber estado terminadas en junio, pero el mal tiempo había retrasado el trabajo básico y después Zach había tenido el accidente con la bici.

Kayla se sentó tras el volante y salió del complejo con precaución.

–¿Cuánto tiempo crees que se quedará Sean?

–No mucho.

Y eso a Élise le parecía perfecto.

Lo más probable era que no llegaran a pasar ni un solo momento a solas y no iba a preocuparse por algo que no representaba una amenaza.

Sean era una persona divertida, encantadora y, sí, increíblemente sexy, pero ella no permitía que sus sentimientos se vieran comprometidos. Nunca lo haría. Otra vez no.

De pronto unos recuerdos oscuros y agobiantes la invadieron. Estremeciéndose, miró al bosque y se recordó que estaba en Vermont, no en París. Que ahora ese era su hogar.

Y allí no podía decirse que estuviera viviendo sin amor.

Tenía a los O’Neil. Ellos eran su familia.

Ese pensamiento seguía en su cabeza cuando llegaron al hospital y siguió en ella cuando Kayla abrazó a Jackson.

La vio alargar la mano y entrelazar los dedos con los de su novio. Vio a su amiga ponerse de puntillas y darle un beso que fue discreto e íntimo a la vez. En ese momento había dejado de existir para los dos. Entre ellos sí que había sentimientos comprometidos.

Y presenciarlo le robó el aliento.

Sintió un fuerte golpe por dentro y desvió la mirada rápidamente.

Ella no quería eso.

–Iré a ver a Walter y les dejaré la comida mientras vosotros dos habláis. Dame las llaves, Kayla –dijo alargando la mano–. Luego puedes volver con Jackson y yo intentaré convencer a Alice de que vuelva conmigo ahora.

Pero no tuvo suerte. Walter estaba pálido y frágil y, cuando al cabo de un rato Élise salió de la habitación, lo hizo con la imagen de Alice, que llevaba sesenta años casada con él, sentada a su lado, con sus labores de costura sobre el regazo y agarrándole la mano como si eso pudiera evitar que la vida que habían compartido se deshilachara.

Sean era lo único sobre lo que había hablado Alice. Su fe en la capacidad de su nieto para obrar milagros resultaba tan conmovedora como preocupante.

Estaba saliendo del hospital cuando lo vio.

Él caminaba con seguridad y autoridad, se sentía cómodo en la estéril atmósfera del avanzado centro médico. Ese traje tan bien confeccionado y la impoluta camisa blanca no podían ocultar ni la anchura de sus hombros ni el poder de su cuerpo, y, al verlo, el corazón le dio un vuelco.

A pesar del aire acondicionado, se le encendió la piel.

Había sido solo una noche, pero no era una noche que fuera a olvidar fácilmente y dudaba que él fuera a hacerlo.

Como ella, Sean no tenía ningún interés en mantener relaciones románticas profundas. Su trabajo requería control y desapego emocional. El hecho de que aplicara las mismas reglas en su vida personal hacía que todo fuera más sencillo.

Cruzó el vestíbulo apresuradamente en dirección a él, decidida a demostrarles a cualquiera que los estuviera viendo y a ella misma que ese encuentro no le resultaría embarazoso.

–Sean… –se puso de puntillas, apoyó una mano en su hombro y le dio dos besos–. Ça va? Siento lo de Walter. Debes de estar muy preocupadísimo.

Bien. No se sentía nada incómoda. Tal vez su inglés no estaba sonando tan fluido como de costumbre, pero eso solía pasarle cuando estaba cansada o estresada.

Cuando sus mejillas rozaron contra la aspereza de su mandíbula, casi se cayó redonda al suelo por la intensidad de la química sexual. Sintiendo que perdía el equilibrio, se agarró a su hombro con más fuerza y pudo notar la dureza de su músculo bajo la tela del traje. Si se movía ligeramente a la izquierda, estaría besándolo en la boca, y le impactó darse cuenta de lo mucho que lo deseaba.

Sean giró la cabeza ligeramente. La miró y por un momento se quedó hipnotizada.

Sus ojos tenían el mismo azul maravilloso que los de su hermano gemelo, aunque ella nunca había sentido nada tan peligrosamente poderoso cuando había tratado con Jackson. Algunos se habrían puesto poéticos y los habrían descrito como cielos azules o zafiros, pero para ella sus ojos eran puro sexo. Por un momento se olvidó de la gente que los rodeaba, se olvidó de todo excepto de la energía sexual y los recuerdos de aquella noche. No había cerrado los ojos y tampoco él. Durante toda aquella locura habían mantenido la conexión y eso fue lo único en lo que pudo pensar cuando bajó los pies y dio un paso atrás.

Tenía el corazón acelerado y la boca seca. Necesitó mucha fuerza de voluntad para soltarle el hombro.

–¿Qué tal el viaje?

–Los he tenido peores.

–¿Has comido? He traído comida. Alice tiene la bolsa.

–Imagino que dentro no habrá un buen pinot noir, ¿verdad?

Fue una respuesta muy típica de Sean, que incluso en momentos de crisis transmitía serenidad. Esa sensación la invadió como un chorro de aire fresco en una oleada de calor y, por primera vez desde aquel espantoso momento en que Walter se había desmayado a sus pies, se sintió ligeramente animada. Era como si alguien le hubiera quitado de encima parte del peso que había estado arrastrando.

–No hay pinot noir, pero sí que hay limonada casera.

–Bueno, un hombre no puede tenerlo todo. Si la has hecho tú, seguro que está buena –con unos dedos largos y una actitud fría y serena, se soltó la corbata y ella recordó que era un pinot noir el vino que habían bebido aquella noche–. ¿Y el resto de mi familia?

–Están con tu abuelo.

–¿Cómo está? –la voz de Sean sonó áspera y sus espesas y oscuras pestañas no lograron ocultar la preocupación de su mirada–. ¿Algún cambio?

–Parece muy frágil. Espero que los médicos sepan lo que hacen.

–Es un buen hospital. ¿Y tú cómo estás? –le agarró la barbilla y le giró la cara para que lo mirara–. Tienes un aspecto terrible.

–¿Es una opinión médica?

–Es la opinión de un amigo. Si me estás preguntando como médico, tendré que pasarte la factura… –bajó la mano y ladeó la cabeza como calculando el precio–. Digamos… seiscientos dólares. De nada.

Lentamente, su corazón fue recuperando un ritmo normal.

–¿Has estudiado tantos años para decirle a la gente que tiene un aspecto terrible?

–Es una vocación –estaba sonriendo y esa sonrisa hizo que el corazón le golpeteara las costillas.

–Y yo que me estaba felicitando a mí misma por tener buen aspecto en un momento de crisis –había olvidado lo fácil que era relajarse y charlar con él. Era encantador. Y peligrosamente atractivo.

–Tengo que irme. Tengo que ver a la abuela.

–Se niega a moverse de su lado y está agotada. Cree que tú podrás hacer un milagro.

–Ahora mismo voy a verla –sus duros rasgos se relajaron parcialmente al hablar de su abuela–. ¿Vas a volver conduciendo a Snow Crystal?

–Solo quería verlo unos minutos, hacer compañía a Kayla y traer algo de comida.

–Aún no me has dicho cómo estás –la mirada de Sean no se despegaba de la suya–. Estás muy unida al abuelo.

¿Que cómo estaba? La persona que más quería en el mundo estaba en el hospital y el Boathouse no estaba terminado y no abriría a tiempo.

No habría fiesta de inauguración. Había decepcionado a Jack.

Ya había tenido días malos antes, pero ese estaba siendo de los peores.

Sin embargo, Sean no necesitaba oír todo eso. Su relación no implicaba confidencias tan íntimas.

–Estoy bien –mintió–. Para mí es distinto. No soy de vuestra familia. Aunque me gustaría mucho que obraras un milagro si tienes tiempo.

–Creo que mi abuelo sería el primero en cuestionar eso de que no eres de la familia.

–Walter cuestionaría cualquier cosa. Ya sabes cómo le gusta discutir. Es mi hombre perfecto. Lo quiero mucho.

–Ahora me has roto el corazón.

Sabía que estaba de broma. Sean estaba demasiado ocupado con su carrera como para interesarse por tener una relación, y a ella eso le parecía perfecto.

–Luego te veo.

–¿Estás bien para volver conduciendo?

La agarró de la muñeca, la llevó hacia él y, por un momento, Élise se olvidó de todo lo que la rodeaba.

–Por supuesto –por un lado la conmovía que se hubiera fijado en lo afectada que estaba y por otro estaba disgustada por el hecho de ser tan predecible. ¿Por qué no podía ser fría y enigmática como Kayla?–. Ha sido un día largo, eso es todo.

Sean la miró detenida y profundamente y después le soltó la muñeca.

–Conduce con cuidado.

De camino al coche, Élise se felicitó por lo bien que había manejado el encuentro. Nadie que los hubiera estado mirando habría adivinado que en una ocasión habían generado tanto calor como para derretir un casquete glaciar.

Tenía los sentimientos bajo control.

Nada que tuviera relación con Sean O’Neil podría amenazar su vida allí.

Cuando se trataba del amor, no era una mujer vulnerable.