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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atracción prohibida, n.º 10 - octubre 2016

Título original: The Bride Wore Blue Jeans

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Este título fue publicado originalmente en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8985-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LOS echaba de menos.

Kevin Quintano colocó la fotografía que había estado mirando durante más de diez minutos sobre el aparador y dejó escapar un suspiro. Casi podía escuchar la risa con solo mirar al retrato de la graduación de Jimmy de la facultad de Medicina. Alison, Lily, Jimmy y él. Realmente los echaba de menos.

Echaba de menos el sonido de sus voces, la alegría de la casa, el buen humor entre sus hermanos pequeños. Echaba de menos la vida de antes.

Había veces en las que el silencio se hacía demasiado opresivo. Para alejarse de él, encendía la radio o la televisión, o las dos cosas con tal de oír el ruido de voces por la casa.

Pero el silencio no era lo peor; lo peor era la soledad.

Se podría decir que a la edad de treinta y siete años, sin deudas y más dinero del que podía necesitar, por primera vez en su vida, uno se podía divertir y pasárselo bien.

–¡Qué envidia, Kevin! Ahora sí que puedes pasártelo en grande –le había dicho Nathan en su fiesta de despedida. El hombre grande y alto y los demás taxistas que habían trabajado para él se habían reunido y le habían dado una fiesta.

El problema era, pensó Kevin, que tenía que prepararse la comida cuando en realidad no tenía ganas de comer y tampoco quería pasárselo en grande.

Lo único que quería era estar ocupado; llevar una vida que no le dejara tiempo libre.

Kevin miró fijamente al frigorífico. Estaba vacío. Había olvidado hacer la compra en el supermercado. Otra vez. Lily solía encargarse de eso porque él siempre estaba muy ocupado.

Demasiado ocupado.

Siempre había sido así desde que cumplió los diecisiete años. Desde entonces, aunque había necesitado hacer alguna trampa con su certificado de nacimiento, se había ocupado de sus hermanos. De la noche a la mañana, se había convertido en el padre y la madre de tres niños.

Y ahora, pensó, también de golpe, estaba experimentando el síndrome del nido vacío.

Ese era probablemente el motivo por el que había vendido la compañía de taxis. En un momento de debilidad, Nathan y Joe le habían convencido de que quizá lo que necesitaba era un gran cambio en su vida.

La empresa de taxis le había permitido sacar a su familia adelante y pagar la universidad de Jimmy. En su momento, también había servido para pagar los estudios de Enfermería de Alison, la pequeña, y colocar a Lily en su primer restaurante.

¿Y para qué le había servido todo aquello?

Para estar bien solo.

Solo mientras todos los demás, las tres personas más importantes para él, se habían ido, uno a uno, a vivir a Alaska, en un lugar perdido llamado Hades.

Kevin volvió al salón y se sentó enfrente del televisor donde una mujer intentaba desesperadamente escapar de una multitud de arañas. Los programas de mediodía eran una basura.

Se sentía muy solo.

Sabía que tenía que sentirse orgulloso de sus hermanos y de la generosidad que habían demostrado. Alison se había ido la primera porque en Hades necesitaban una enfermera y ella necesitaba trabajar. En principio solo iba a ser algo temporal, hasta que apareciera algo más cerca de casa; pero el problema llegó cuando se enamoró.

Cuando Jimmy fue a verla, le ocurrió lo mismo; también perdió su corazón. Pero no por el paisaje, sino por April Yearling, la nieta de la jefa de correos. Hades y sus alrededores necesitaban un médico urgentemente y Jimmy encontró su puesto.

Lily, cuando rompió con su novio, fue a verlos para recuperarse. Pensaba quedarse allí durante dos semanas, pero el alivio a sus heridas y a su corazón partido lo encontró en el sheriff de Hades, Max Yearling, casualmente el hermano de April.

Era como si el destino estuviera conspirando contra él para llevarse a su familia a un lugar remoto, alejado de la civilización, donde se pasaban seis meses al año a temperaturas bajo cero.

Kevin había esperado que Alaska solo fuera una fase transitoria para Lily. Ella siempre había sido muy cambiante y nunca se arriesgaba a entregar su corazón del todo para que no le hicieran daño. La última vez que había hablado con ella le había dicho que estaba pensando en llevarles comida de verdad a los habitantes de Hades y que tenía pensado abrir allí un restaurante. Y él conocía aquellas señales porque ya las había vivido antes. Lily, al igual que Alison y Jimmy, estaba instalándose para quedarse.

Incapaz de seguir mirando cómo las arañas destruían otro campamento y a varios de sus ocupantes, Kevin cambió de canal. Las noticias de la tarde tampoco resultaban muy entretenidas. Dejó el mando sobre la mesa y desistió.

La inquietud persistía.

Era aquella inquietud la que lo había dejado tan susceptible a la sugerencia de Nathan y Joe para que vendiera el negocio. Al principio se había tomado todo el asunto como una distracción; pero, luego, la oferta que le llegó había sido tan buena que hubiera sido una locura rechazarla.

Así que allí estaba, un hombre ocioso que no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Estaba empezando a odiar aquella inactividad porque él no era un hombre que pudiera estar con los brazos cruzados.

Ese era el motivo por el que había estado buscando en el periódico del domingo, negocios para invertir su dinero, para hacer algo que lo alejara de aquella casa solitaria; la casa donde sus hermanos y él se habían criado.

–Lo que tú necesitas es una mujer bien guapa que te haga olvidarte de todo –esa había sido la solución que Nathan le había dado a sus problemas mientras tomaban una cerveza.

Las mujeres guapas eran la solución a todos los problemas, según Nathan, incluyendo el calentamiento global de la Tierra y la amenaza de invasión alienígena. Sin embargo, esa no era su solución, pensó Kevin. Ni siquiera remotamente.

Se levantó y apagó el televisor y volvió al periódico. Quizá hubiera algo que había pasado por alto la primera vez.

La apariencia nunca había significado nada para él. El corazón sí. El corazón y el alma y la paciencia. Pero todas las mujeres a las que conocía con esas características estaban casadas desde hacía mucho tiempo.

Además, tampoco había muchas posibilidades de que una mujer fuera a su puerta y esa sería la única forma de conocer a alguien. No creía en los modos tradicionales de conocer a personas del sexo opuesto. Nunca había creído en ellos. Y ahora que no conducía un taxi, ni siquiera de manera ocasional, no tenía la más mínima oportunidad de conocer a nadie.

Kevin hizo una pausa, intentando recordar la última vez que había salido con alguien.

Pero ese no era el motivo por el que buscaba un negocio en el que invertir su flamante fortuna. Simplemente quería hacer algo. Algo productivo.

Lo que fuera.

Llevaba fuera del negocio del taxi cinco días y se estaba volviendo loco.

El teléfono sonó y él agarró el auricular como un náufrago que se aferra a una tabla de salvamento.

Si era un vendedor, ese iba a ser su día de la suerte, decidió él. Pensaba comprar, siempre que comprar significara escuchar el sonido de la voz de otra persona.

–¿Diga?

–¿Kev?

Kevin sintió que se encendía como si fuera un árbol de Navidad. La voz de su hermana Lily era lo mejor que le podía suceder.

–¡Lily, qué alegría oírte!, ¿cómo estás? –se mordió la lengua para no hacerle la pregunta que merodeaba por su mente: «¿Vas a volver a casa?». Él ya conocía muy bien la respuesta y por preguntar no iba a cambiar nada.

–Estoy genial, Kev. Más que genial: estoy radiante.

Él no tenía que verla para saber que estaba brillando. Se le notaba en la voz y aquello significa que no volvería a Seattle.

También había otra cosa en su voz que reconoció de inmediato.

–¿Vas a casarte, verdad?

Al otro lado hubo una pausa.

–Pero… pero ¿cómo has sabido lo que iba a decirte?

Él soltó una carcajada.

–Ya he tenido esta conversación antes, ¿sabes? Dos veces, para ser exactos –le recordó–. Cuando Alison llamó para decirme que se casaba con Luc y cuando Jimmy llamó para decirme que se quedaba allí de médico, que se casaba.

Si Jimmy, un tipo conocido por ser un soltero empedernido, sucumbía a los encantos de una nativa del lugar, Kevin había intuido que Lily no tardaría mucho. Especialmente, cuando no hacía mucho que lo había llamado para hacerle una descripción completa de Max Yearling. Solo había sido cuestión de tiempo.

Kevin estaba feliz por ella; pero triste por él. Hizo todo lo que pudo por sonar alegre.

–¿Así que el sheriff te hace feliz?

Lily dejó escapar un suspiro. Es su voz había tanta satisfacción que era imposible no notarlo.

–Mucho más de lo que te puedas imaginar.

Kevin no pudo evitar sonreír.

–No necesito detalles, Lily.

–No pensaba darte ninguno –le informó ella entre risas–. Pero quiero que vengas. Para la boda. Es dentro de tres semanas y no sentiría que me caso a menos que te tuviera a ti de padrino.

Él pensó que iba a echarla de menos.

–Estaré muy orgulloso, Lily.

Él la escuchó aclararse la garganta; Lily odiaba ponerse sentimental.

–Sé que no te gusta alejarte del negocio, pero quizá Nathan o Joe puedan hacerse cargo mientras…

Él la interrumpió.

–No hay problema. Lo he vendido.

Al otro lado no se escuchó nada. Solo silencio por respuesta. Todo había sucedido tan rápidamente que no había tenido ni tiempo de decirle a ninguno de ellos que estaba pensando en vender o que ya había firmado el contrato de venta y que Taxis Quintano era algo del pasado.

–Lily, ¿sigues ahí?

Él la escuchó tomar aliento.

–Sí, me imagino que la conexión falló. Me pareció oírte decir que…

Él no quería escucharlo de sus labios. No podía explicar el motivo exacto, pero no quería oír a ninguno de sus hermanos mencionar lo que él había hecho de manera tan impulsiva.

–Has oído bien.

–Pero, Kevin, ¿por qué?

Lo último que le apetecía en aquel momento era hablar de aquello por teléfono. Primero, tenía que reconciliarse con el asunto él mismo.

–Me pareció lo más oportuno –dijo y cambió de tema–. ¿Dentro de tres semanas, eh? Eso es muy poco tiempo. Seguro que vas a tener que hacer un montón de cosas.

–Lo sé –dijo ella con un suspiro, como intentando hacerse a la idea de lo que le esperaba–. Me las puedo arreglar…

De repente, él supo lo que hacer para pasar el tiempo; por lo menos, durante las próximas tres semanas.

–Sobre todo si tienes ayuda. Iré antes para ayudarte.

–¿Ah, sí? –preguntó ella sin salir de su asombro–. ¿Cuándo?

Si no estaba equivocado, acababa de sorprender a Lily por segunda vez esa tarde.

–En este momento no estoy haciendo nada. Llegaré lo antes posible –dijo de camino al aparador donde guardaba las guías de teléfono–. Voy a reservar un vuelo y te llamaré para decirte la hora a la que llego.

Lily todavía estaba muda.

–Vale –dijo de manera casi inaudible.

–Genial. Te llamo después, adiós.

Lily colgó el auricular lentamente; después, se giró para mirar al resto de la familia que estaba con ella. Sus hermanos estaban con sus respectivas parejas. También estaban allí Max y June, que se negaba a que la dejaran fuera de nada que tuviera que ver con la familia. Alison y Jimmy la miraron sorprendidos, claramente molestos por no haber tenido la oportunidad de hablar con Kevin.

Jimmy se quedó mirando al teléfono de la clínica, uno de los pocos de Hades en los que no había que meter el dedo en el disco para marcar. Después miró a su hermana.

–Has colgado.

–Él colgó primero –murmuró ella, mirando al auricular sintiendo como si una parte de su mundo se hubiera colapsado.

Max se acercó a ella.

–Lily, ¿qué pasa? ¿No va a venir?

Ella asintió lentamente. Había vendido el negocio. ¡Vaya! Jamás pensó que su hermano fuera a deshacerse del servicio de taxis.

–Oh, sí. Sí va a venir –levantó los ojos y miró a los otros.

–¿Qué pasa entonces? –preguntó Max.

Lily se dirigió a él.

–Kevin me ha dicho que ha vendido el negocio.

–¿Que qué? –preguntó Jimmy con los ojos muy abiertos. Había pasado siete veranos de su vida conduciendo uno de los taxis de Kevin. De repente, sintió como si alguien de la familia hubiera muerto.

Lily se volvió a mirarlo.

–Ha vendido el negocio –incapaz de hacerse a la idea, movió una mano en el aire–. Le pareció oportuno.

Los miró de uno en uno, como esperando que alguno descifrara el misterio, que alguno tuviera la explicación. ¿Por qué iba Kevin a hacer algo así? Él adoraba su trabajo.

June Yearling levantó sus hombros redondeados, preguntándose por qué parecían todos tan extrañados. La gente vendía negocios todos los días. De hecho, no hacía mucho que ella había vendido el suyo: el único taller de coches en doscientos kilómetros a la redonda. Se había deshecho del taller porque le había parecido lo más indicado en aquel momento.

–Quizá lo era –le dijo a la prometida de su hermano–. Quizá tenía una intranquilidad y esa ha sido la única manera que tenía de liberarse de ella.

Lily dejó escapar un suspiro. Aquello no tenía ningún sentido para ella. Kevin se había precipitado y ese no era su estilo. ¿Por qué no le había pedido opinión a ninguno de ellos? Miró a Jimmy y a Alison, pero ellos parecían tan atónitos como ella.

Lily se acarició los brazos, a pesar de que no hacía frío.

–Pero es que ha tenido ese negocio desde siempre.

June pensó en ella misma, en sus sentimientos cuando tomó la decisión de vender.

–Siempre es mucho tiempo. Quizá necesitaba algo nuevo. Quizá se cansó y… –se mordió el labio al darse cuenta de que estaba dando sus propios motivos para vender el taller y que quizá aquello no tuviera nada que ver con él–. Bueno, en realidad hay un dicho que dice que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, ¿no?

Max se rio sin poder evitarlo, meneando al cabeza. June, June. Quizá tuviera la cara de un ángel, pero era la más salvaje de la familia, especialmente desde que April había dejado de trotar por el mundo y había vuelto a Hades. June nunca había dicho nada de marcharse, algo que las tres cuartas parte de la juventud hacía. A pesar de todo, siempre había sido muy inquieta. De una manera u otra. Era una mujer llena de sorpresas.

–Si ese fuera el caso –le dijo–. Tú no habrías vendido el taller a Walters Haley y no habrías anunciado que ibas a sacar adelante la granja familiar.

La granja familiar.

Aquello casi era un eufemismo a aquella alturas. En realidad, la tierra llevaba años abandonada. La habían dejado sin pensárselo dos veces cuando Alison, June y Max se mudaron con su madre a casa de su abuela después de que su padre se marchara con rumbo desconocido. La idea de sacar adelante la propiedad también había cruzado por la mente de Max en alguna ocasión, pero en seguida la había desechado. El pueblo necesitaba un sheriff y a él le gustaba el puesto; había sido muy afortunado al encontrar el trabajo que realmente quería hacer.

June se miró las manos con el ceño fruncido. Ahora estaban muy limpias, de tanto frotárselas, pero todavía tenía marcas oscuras. Nunca había sido una chica a la que le gustara arreglarse mucho y nunca había intentado competir con su hermana, ni con ninguna otra chica del pueblo. Pero incluso ella tenía sus límites.

–Estaba cansada de quitarme aceite de las manos –respondió. Miró a su hermano mayor, al que adoraba–. Una mujer tiene derecho a tener las manos limpias.

Max la miró con inocencia.

–Yo nunca he dicho lo contrario.

Alison seguía preocupada por su hermano.

–Quizá esté pasando la crisis de los cuarenta –dijo pensativa.

Luc no puedo evitar una carcajada por la ocurrencia de su mujer. Siempre le había gustado Kevin.

–Solo tiene treinta y siete; no le pongas años.

June lo miró. Quizá fuera la más joven del grupo, pero parecía que la edad no tenía nada que ver con la comprensión.

–Bueno, quizá tengas razón y treinta y siete no sea una edad para tener una crisis –dijo condescendiente–. Quizá lo único que necesitaba era un cambio –con la franqueza de la juventud, miró a los hermanos de Kevin–. Después de todo, todos vosotros recogisteis y lo dejasteis.

Aquello sonó como una acusación. Lily intercambió una mirada con Jimmy.

–Ninguno de nosotros lo planeó –protestó Alison por todos ellos.

June se encogió de hombros. Tenía que volver al trabajo. La tierra no iba a cuidar de sí misma. Y todavía tenía que ordeñar a las vacas.

–Pero eso es lo que ha ocurrido. Quizá él piense que ha llegado el momento de empezar de cero.

Jimmy la miró pensativo.

–Para Kevin sería empezar por primera vez. Él nunca ha tenido mucho tiempo para sí mismo –le dijo a sus cuñados–. Siempre estuvo trabajando para todos nosotros y nunca se dedicó ni un momento.

June lo miró triunfante.

–Misterio resuelto –anunció.

Alison miró a Jimmy con una sensación extraña.

–De todas formas, me siento muy rara al saber que ha vendido los taxis.

Jimmy asintió. Los tres habían conducido los taxis alguna vez, hasta Lily lo había hecho en alguna ocasión. Y en un taxi fue como Alison conoció a Luc. Luc había ido a Seattle en busca de alguien que se hiciera pasar por su mujer para cubrir una mentira piadosa. Había acabado salvando a Alison de un atracador y recibiendo un golpe a cambio. Para agradecérselo, especialmente después de descubrir que había una plaza de enfermera en Hades, Alison había aceptado el papel encantada. June se dirigió hacia la puerta y antes de abrir se volvió.

–Quizá se sienta él más raro sin ninguno de vosotros allí –abrió la puerta–. Bueno, tengo que irme a trabajar. Hasta luego.

Max meneó la cabeza. Le pasó un brazo por la cintura a Lily y la apretó para apartar de sus ojos aquella mirada de culpabilidad.

–Siempre dije que June era la alegría de la casa.

Jimmy se había quedado muy pensativo. La última vez que Kevin había ido a Hades había sido para asistir a su boda. Por aquel entonces, June, con veinte años, le había parecido demasiado joven. Ahora, ya no lo era tanto.

–Quizá eso es lo que podemos hacer para alegrar a Kevin.

–¿Hacer? –repitió Lily–. ¿Hacer qué? ¿De qué estás hablando?

Pero Alison ya había pillado su intención.

–Le diremos a Kevin que June necesita que la alegren un poco –dijo encantada–. Cuando se trata de solucionar los problemas de los demás, Kevin es el mejor –miró a los otros–. Echa de menos tener que ayudarnos.

Lily respiró hondo.

–Podría funcionar.

–Quizá –opinó su prometido.

Capítulo 2

 

KEVIN miró lentamente a la gente que le rodeaba en el aeropuerto de Anchorage. Acababa de descender del avión proveniente de Seattle hacía unos quince minutos.

Parecía mucho más tiempo. Tenía la sensación de que ya echaba de menos su casa, lo cual era extraño porque Seattle nunca había sido para él nada más que vigas de acero ascendiendo hacia un cielo plomizo.

Suponía que debía ser por su necesidad de estar rodeado de algo familiar. Él no era un hombre al que le gustaran los cambios, aunque no estuviera dispuesto a admitirlo.

Mientras seguía buscando a alguien conocido, pensó en la ironía de todo aquello. A él no le gustaban los cambios y, sin embargo, en aquel instante estaba metido de lleno en uno.

¡Cambio!

La estructura de la familia había cambiado desde que todos se habían mudado a Alaska, dejándolo a él solo. Ahora, al vender su negocio, un negocio en el que había pasado los últimos veinte años, hasta el último detalle de su vida había cambiado.

Su primer trabajo había consistido en conducir un taxi. Había empezado como conductor de una compañía, ahorrando y trabajando sin descanso, hasta que, con la ayuda de un dinero que sus padres le habían dejado, había logrado comprar el negocio cuando este salió a la venta.

Cuando él se hizo cargo, la empresa solo tenía tres coches y el negocio parecía arriesgado; pero él sentía que aquella era la única manera de asegurar el futuro de las tres personas que dependían de él.

Aquel pensamiento lo entristeció. Hoy en día, nadie dependía de él. Ni su familia, ni la gente del trabajo, porque ya no había nadie trabajando para él.

Se sentía realmente extraño al estar tan libre.

La libertad, decidió Kevin mientras tomaba otro pasillo en el concurrido aeropuerto, era algo que no le llenaba en absoluto.

Miró el reloj irritado. El vuelo había salido tarde y, al hacer transbordo, había perdido aún más tiempo. Miró a su alrededor buscando a alguno de sus hermanos.

Quizá les había sucedido algo y no habían podido ir a recogerlo. Quizá había habido algún problema en la mina y todo el pueblo se había visto envuelto en una operación de rescate.

No sería la primera vez.

No entendía por qué no podían volver todos juntos a Seattle.

Volvió a mirar a su alrededor. Esa vez, buscando algún mostrador de alquiler de coches. Era finales de verano y todavía no había empezado a nevar por lo que el pueblo donde su familia había decidido vivir todavía no estaría aislado. Si al final nadie se presentaba a recogerlo, tendría que ir el solo con la ayuda de algún mapa. Por suerte, era una persona que se orientaba bastante bien.

–¿Kevin?