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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Barbara Hannay

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasado y presente, n.º 2100 - enero 2018

Título original: Claiming the Cattleman’s Heart

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-763-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DANIEL Renton se lanzó a las aguas frescas y transparentes del río Star. Su cuerpo desnudo se hundió en el oscuro silencio verde hasta llegar al fondo. Luego, de una patada, se impulsó de nuevo hacia arriba y vio, sobre su cabeza, el cielo sin nubes y las hojas verdes de los árboles.

Salió a la superficie y nadó hacia la otra orilla disfrutando del contacto del agua fría sobre su espalda, entre sus muslos, entre sus dedos, lavándolo todo. Limpiándolo.

Limpiando.

Si fuera verdad…

Daniel nadó poderosa, casi salvajemente, como hacía cada día desde que volvió a Ironbark, su rancho ganadero en Queensland. Pero siempre le pedía a aquel río más de lo que podía ofrecerle.

Sí, el agua lo libraba del sudor y el polvo acumulado durante la mañana de trabajo reparando cercas, pero no podía librarlo de la suciedad que había en su interior.

Dudaba que algo pudiera librarlo de eso.

Había salido de la cárcel al fin, pero la mugre emocional de aquellos vergonzosos meses en cautiverio se pegaba a él con una tenacidad que no podría borrar ningún baño.

Poniéndose de espaldas, Daniel empezó a flotar, intentando dejar la mente en blanco. La corriente del río era lenta y apenas se movía… Siempre le había gustado la tranquilidad de aquel sitio.

A mediodía, los pájaros no cantaban y las copas de los árboles apenas se movían. El río era tranquilo y silencioso como una iglesia y Daniel intentó relajarse, olvidar el dolor y la rabia que tenía dentro. Si la oscuridad que había en su interior pudiera alejarse flotando…

–¡Hola! ¡Perdona…!

Aquel grito en medio del silencio lo sobresaltó. Daniel giró la cabeza y vio entre los arbustos una figura moviendo los brazos locamente para llamar su atención.

–Perdona que te moleste –era una chica con sombrero de paja.

Daniel hizo una mueca. ¿Quién podía ser? Casi nadie sabía que había vuelto.

La chica estaba a la orilla del río, inclinada hacia delante. Además del sombrero llevaba una camiseta blanca sin mangas que dejaba su ombligo al descubierto, pantalones cortos y sandalias. Al hombro, un bolso de paja.

Una turista, seguro.

No le hacía gracia que lo molestasen, pero sería más fácil lidiar con ella que con algún vecino. Alguien del pueblo se mostraría curioso o suspicaz y Daniel no estaba preparado para lidiar con eso.

–¿Qué haces en mi propiedad? –le espetó, olvidando sus buenas maneras.

–Es que se me ha estropeado el coche…

«Genial», pensó él, suspirando.

Un millón de años atrás una chica con problemas mecánicos le habría parecido una diversión. Pero los días en los que intentaba impresionar a las chicas habían terminado. Ahora sólo quería, no, necesitaba, estar solo.

Un año y medio en prisión le hacía eso a un hombre. Le robaba las ganas de hacerle favores a nadie. Casi le había robado el deseo de levantarse de la cama por las mañanas.

–Lo siento, pero… ¿podrías ayudarme?

Estaba tan inclinada que parecía a punto de lanzarse al agua.

–¡Espera un momento! –fue un ladrido más que una respuesta.

Aquél era un rancho ganadero, no un taller mecánico. A pesar de todo, se acercó nadando a la orilla y cuando estaba a punto de llegar se detuvo, con el agua por la cintura.

No podía verle la cara, pero sí pudo ver que tenía el pelo rubio y que, aparte de llevar pantalones cortos, tenía aspecto de maestra de escuela.

Y, sin embargo… lo estaba estudiando con claro interés. Tanto que se quedó con la boca abierta mientras observaba su torso desnudo.

–¿Cuál es el problema?

Ella tragó saliva.

–Pues… me temo que… me he quedado sin gasolina. Debería haber tenido más cuidado, pero ahora no sé qué hacer. He llamado por teléfono a la única persona que conozco por aquí, pero no hay nadie en casa… aunque se supone que estaban esperándome. Entonces vi la cerca de tu rancho y una camioneta y…

–Bueno, bueno… ya lo entiendo. Necesitas gasolina.

–Sí –sonrió ella, como si le hubiera ofrecido llevarla a Sidney en un jet–. Si pudieras prestarme algo de gasolina sería estupendo. Eres muy amable.

¿Amable? Daniel estuvo a punto de soltar una carcajada. Hacía mucho tiempo que nadie llamaba «amable» a Daniel Renton, especialmente una chica joven. Y hacía mucho más tiempo que una mujer lo miraba con tan obvio interés.

–Si no te das la vuelta no puedo salir del agua –dijo entonces, irónico.

–¿Darme la vuelta? Ah, claro… estás desnudo. Perdona –murmuró ella. Pero no parecía particularmente preocupada y se tomó su tiempo para hacerlo–. Ya puedes salir –dijo después, sujetando el ala de su sombrero con las dos manos, como si fueran orejeras–. Te prometo que no miraré hasta que me digas.

Sorprendido de que no hubiera salido corriendo, Daniel salió del agua y se puso los vaqueros a toda prisa.

–Ya está.

Ella se volvió, sonriendo, y lo observó mientras sacudía la cabeza para quitarse el agua del pelo.

–Siento haberte molestado.

Daniel se encogió de hombros.

–Estaba descansando un momento, pero la verdad es que no tengo mucho tiempo.

Luego sacó un reloj del bolsillo de una camisa azul que había dejado en el suelo y miró la hora antes de ponérselo. Era la una de la tarde y su estómago empezaba a protestar.

–¿Dónde está tu coche?

–En la carretera.

–¿En medio de la carretera?

–Oye, que no soy tonta. Conseguí empujarlo hasta el arcén. Está debajo de un árbol, a unos quinientos metros de la cerca de tu casa.

–¿Qué clase de coche es?

–Un Toyota Corolla.

–Y necesitas gasolina sin plomo.

–Pues… sí. Ya te lo he dicho. ¿Hay algún problema?

–Que yo sólo uso diesel.

–Ah –la joven se mordió los labios.

–Así que tendré que llevarte a Gidgee Springs.

Sabía que debería haberlo dicho con más amabilidad, pero tener que ir al pueblo significaba tener que soportar las miraditas de sus vecinos.

–No quiero que te molestes por mí. Si tienes una guía telefónica puedo llamar a la gasolinera… Seguro que pueden enviarme una lata de gasolina.

–¿En domingo? Lo dirás de broma –suspiró Daniel–. Te llevaré yo, pero me temo que tendrás que esperar. Primero tengo que comer algo.

–Sí, claro, por supuesto. Cuando tú digas.

Daniel se dirigió hacia la camioneta abrochándose los botones de la camisa. La chica lo seguía, apartando las ramas de los arbustos.

–Por cierto, me llamo Lily Halliday.

–Daniel –murmuró él, mirándola por encima del hombro.

–¿Daniel Renton?

–Sí –él se detuvo, sorprendido–. ¿Cómo sabes mi nombre?

–Lo he visto en el buzón, en la carretera. D. Renton. Rancho Ironbark.

Por supuesto.

Daniel siguió caminando. Había salido de la cárcel, pero estaba constantemente en guardia. Siempre a la defensiva. Se le había olvidado lo que era estar relajado, confiar en los demás. Cosas tan normales como que alguien supiera su nombre porque estaba pintado en el buzón a la entrada del rancho o que un extraño le sonriera le ponían nervioso y se preguntaba si algún día podría volver a comportarse como el hombre que había sido.

Llegaron a la camioneta, aparcada a la sombra de un árbol y, cuando iba a abrirle la puerta, la joven se adelantó.

–No hace falta –dijo Lily Halliday, subiendo de un salto.

Cuando se colocó tras el volante, la chica se había quitado el sombrero.

Tenía el pelo largo y sedoso, de color miel; un pelo que caía en cascada sobre sus hombros. Pero no pudo disfrutar de esa visión durante mucho tiempo porque enseguida sacó una goma del bolso y se hizo una coleta… dejando al descubierto su largo cuello.

Daniel la miraba, transfigurado.

Lily se dio cuenta de que estaba mirándola y sus ojos se encontraron. Los dos contuvieron el aliento.

Algo había pasado.

Algo en los ojos azul oscuro de Lily Halliday había tocado el corazón de Daniel, que sintió una emoción extraña… como una conexión. Fue completamente inesperado.

Lily tragó saliva.

Oh, no.

Oh, no… esa reacción era completamente absurda. Ya había quedado como una tonta a la orilla del río, mirándolo con la boca abierta mientras salía del agua. Una reacción así en una chica que había crecido en una comuna hippie, donde todo el mundo se bañaba desnudo…

Pero ¿cómo no iba a sentirse impresionada? Aquellos hombros tan anchos, el estómago plano, las caderas estrechas… El David de Miguel Ángel parecía un crío a su lado.

Y ahora, encerrada con él en el interior de la camioneta, a unos centímetros de su cara… de esos ojos azules, las cejas oscuras, la sombra de barba… estaba sin aliento.

Nunca había conocido a un hombre que fuera tan atractivo, tan cautivador, tan…

Masculino.

Daniel Renton destilaba masculinidad. Y tenía un aspecto ligeramente peligroso. Tan tenso, tan reservado. Suspicaz, casi. Lily sintió que un escalofrío recorría su espalda. ¿Por qué la miraba de esa forma… como si fuera una amenaza para él, como si escondiera algo?

¿Había cometido una locura subiendo a la camioneta de aquel desconocido? Estaba desesperada por encontrar gasolina, pero… quizá había sido un error. Quizá debería saltar de la camioneta y buscar ayuda en otra parte.

¿O estaba exagerando? Que Daniel fuese tan reservado era algo normal en un hombre que vivía en un rancho alejado de la civilización.

Lily se abrazó a sí misma, tapando el ombligo desnudo. Pero no era eso lo que Daniel estaba mirando. Estaba mirando su cara… aunque no entendía por qué. La suya era una cara muy corriente; redonda, con pecas y unos ojos de un azul bastante vulgar. Unos segundos antes estaba mirando su pelo casi como si nunca hubiera visto una melena larga. Pero tampoco era para tanto… ¿no?

Daniel levantó una mano y Lily se sobresaltó. Por un segundo, pensó que iba a tocar su pelo y sintió miedo. Pero enseguida sintió otra emoción que la sorprendió… un cosquilleo de excitación.

¿Cómo sería si la tocara aquel hombre?

Afortunadamente, él pareció recuperar el sentido común en ese momento y puso la mano sobre el volante.

Lily respiró profundamente y vio que Daniel tragaba saliva, incómodo. Parecía descontento y también lo estaba ella. Aquello no habría pasado si hubiera parado en la última gasolinera que vio, dos horas antes. Pero en ese momento estaba cantando: Hit the road, Jack a pleno pulmón, sin pensar que no iba a encontrar otra gasolinera antes de llegar a Gidgee Springs.

Lily hizo una mueca al pensar en su madre, en el brillo de dolor en los ojos de Fern cuando se había despedido de ella por la mañana. Haría lo que fuera para que su madre pudiese volver a andar, por eso estaba haciendo aquel viaje. Su plan era verse con Audrey Halliday, la viuda de su padre, la mujer con la que Marcus Halliday se había casado después de abandonar a Fern, y pedirle el dinero que necesitaba para la operación de su madre. Una operación que evitaría que acabase en una silla de ruedas.

Pero ahora su misión estaba en peligro. A menos que aquel hombre extraño y taciturno quisiera ayudarla.

Mientras ella estaba perdida en sus pensamientos, Daniel arrancó la furgoneta y se lanzó por el camino a tal velocidad que Lily, que no había tenido tiempo de ponerse el cinturón de seguridad, cayó sobre su hombro. Cuando intentó agarrarse a algo, lo único que encontró fue el muslo masculino.

Bajo la tela, aún mojada, pudo notar unos músculos de hierro.

–Perdona –se disculpó, cortada.

Él murmuró algo incomprensible y Lily no respondió. Su corazón latía a toda velocidad y, con más dignidad de la que era necesaria, volvió a su sitio y se puso el cinturón.

El camino estaba lleno de matojos y piedras que rozaban los bajos de la furgoneta.

–La finca está un poco descuidada, ¿no?

–No siempre ha sido así. Es que… he estado fuera –contestó él.

–¿De viaje?

Daniel se encogió de hombros.

–Estaba… trabajando en otro sitio.

–Yo también. He estado trabajando en Sri Lanka y ha sido una experiencia increíble. He pasado un año trabajando como voluntaria en un pueblo de la costa.

Lily lo miró, expectante, esperando que le preguntase qué había hecho en Sri Lanka, pero él seguía mirando hacia delante.

–Cuando volví no me acostumbraba a mi antigua vida en Sidney. Ir de copas con mis amigos ya no me apetecía, así que volví a Sugar Bay con mi madre.

–¿Sugar Bay? Allí hay una comuna hippie, ¿no?

–Sí –contestó ella.

Pero Daniel no parecía muy interesado, así que decidió no contarle lo que había descubierto cuando volvió a Australia: que su madre estaba enferma, que apenas podía andar y necesitaba urgentemente una operación.

Fern no había querido contarle la verdad por carta para que no volviese de Sri Lanka a toda prisa. Pobrecilla.

Lo peor era que no tenía seguro médico y tampoco dinero para la operación. Y la lista de espera en los hospitales públicos era de casi dos años. Desgraciadamente, Lily tampoco tenía dinero porque había puesto casi todos sus ahorros en el pueblecito de Sri Lanka…