bian1328.jpg

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Anne Mather

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Por amor a un hombre, n.º 5514 - febrero 2017

Título original: A Rich Man’s Touch

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-XXXX-X

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Ese que está sentado junto a la ventana no es Gabriel Webb? ¡Guau! —dijo Stephanie con los ojos como platos—. ¿Qué estará haciendo aquí? ¿Visitando los barrios bajos?

—¿Te importa? —dijo Rachel sacando una bandeja de pastas del horno rezando para que su amiga creyera que su rubor provenía del calor—. ¡Venir a mi café no es visitar los barrios bajos!

—Bueno, ya sabes a lo que me refería —exclamó Stephanie atándose el delantal—. Nunca lo había visto aquí, ¿y tú? Vamos, admite que no suele venir a la Despensa de Rachel.

—No tengo ni idea de dónde se suele tomar el café —contestó Rachel fingiendo que no llevaba veinte minutos preguntándoselo—. Lo único que importa es que lo pague.

—Ya, claro, no importa que elija este local en particular. Ya sé que Kingsbridge no es muy grande, pero tiene un par de buenos hoteles y sé de buena tinta que, cuando viene un ejecutivo de Webb’s Pharmaceuticals, suele hospedarse en el County —contestó—. ¿Qué ha dicho?

—No he hablado con él —contestó Rachel—. Patsy le tomó nota.

—¿Y qué ha pedido?

—¡Vamos, por Dios, Steph! —dijo Rachel mirando a su amiga con incredulidad—. Una taza de té, para que lo sepas. ¿Satisfecha?

—¿Té? —dijo Stephanie mirando al ocupante de la mesa de la ventana—. ¿No ha pedido café?

—Té —repitió Rachel en voz baja—. ¿Te importaría ponerte con la lasaña? A este paso, nos va a dar la hora de comer sin haber hecho nada.

—De acuerdo, de acuerdo —contestó Stephanie levantando las manos con sorna—. Ya voy —añadió poniéndose a recoger una pila de platos—. ¿Sabes qué? Me he encontrado con la señora Austen en High Street y me ha estado contando que Mark y Liz están fenomenal en Australia. No había manera de hacerla callar. Por eso he llegado tarde. Parece ser que tienen una casa preciosa cerca de Sidney y que Mark tiene una empresa de barcos, esquís acuáticos y esas cosas. Qué bien, ¿no?

—¿Qué? Oh, sí —contestó Rachel.

No se había enterado de nada. Estaba pendiente de Gabriel Webb aunque quisiera fingir lo contrario. Tenía la sospecha de que, quizás, había ido allí para hablar de Andrew.

No podía ser. Era ridículo. Hacía más de un año que no veía a Andrew. Lo único que sabía era que vivía en Londres y que su padre había vuelto a vivir hacía un año a la mansión que tenían en Kingsbridge, pero eso no tenía nada que ver con ella.

Andrew le había hecho daño en muchos aspectos y Rachel no quería nada ni con él ni con su familia. Su madre había muerto, pero, si Gabriel había ido a advertirle que no intentara ponerse en contacto con su querido hijo, perdía el tiempo. Rachel no tenía ninguna intención de dejar que aquel hombre volviera a entrar en su vida.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí?

Rachel sabía perfectamente que Steph se refería a Gabriel, pero, como no quería hablar del tema, decidió malinterpretarlo a propósito.

—Cinco años, me parece. Liz y él se fueron cuando Hannah tenía un año. ¿Te ha dicho la señora Austen si han tenido niños?

—Muy graciosa —contestó Stephanie—. Sabes que no me refería a Mark Austen. ¿Qué te pasa? ¿Te da miedo ese hombre o qué?

—¿Gabriel Webb? —dijo Rachel sonrojada—. Pues claro que no, pero no entiendo a qué viene tanto revuelo. ¡Es un cliente más, por Dios! El hecho de que yo saliera con su hijo hace un tiempo…

—Así dicho parece que fue una cosa de una noche —protestó su amiga poniendo queso sobre la pasta—. Andrew y tú estuvisteis meses saliendo. Todo el mundo creía que ibais en serio hasta que su padre se metió por medio y lo obligó a dejarte.

—No fue…

Rachel se mordió la lengua para no decir nada inconveniente. Había preferido que sus amigos creyeran que la culpa de su ruptura la había tenido Gabriel Webb a admitir que la decisión la había tomado el propio Andrew. Había sido mejor para ella y para Hannah. No quería mezclar a su hija en todo aquello. Estaba segura de que el padre de Andrew se habría sentido tan aliviado como su hijo.

—Prefiero no hablar de eso —dijo dándose cuenta de que Stephanie estaba esperando a que terminara la frase—. Oh, Patsy —dijo volviéndose hacia la adolescente que acababa de limpiar las mesas—. ¿Te importaría colocar estos platos? Y pregúntale… al caballero de la ventana si quiere algo más.

—Muy bien.

Rachel cruzó los dedos para que aquello hiciera que Stephanie no siguiera preguntando. Sin poderlo evitar, miró hacia Gabriel Webb.

—¿Qué le debo?

Su voz era más atractiva y profunda que la de Andrew, más sensual. Aunque había salido con él varios meses, nunca le había presentado a su familia. La mayor parte de los habitantes de Kingsbridge sabía quién era Gabriel Webb, sobre todo porque salía continuamente en los periódicos, pero era la primera vez que Rachel lo veía cara a cara.

Se le secó la boca. Era más joven de lo que lo había imaginado. Debía de tener cuarenta y tantos. Tenía el pelo oscuro salpicado de canas y unas profundas ojeras. Rachel se preguntó si estaría enfermo y luego se arrepintió de preocuparse por él. El hecho de que tuviera mala cara y no llenara el traje no quería decir que fuera a aceptar su preocupación. No creía que fuera a ver con buenos ojos nada que procediera de ella… ni de su hija.

—Yo…

Stephanie debía de estar escuchando y le había dicho que su presencia le daba igual, que era un cliente más, así que debía seguir comportándose como si tuviera la situación bajo control.

—Eh… uno noventa y cinco, por favor —contestó.

—Bien —dijo él entregándole un billete de cinco dólares—. Gracias.

—¡Espere! —dijo Rachel. No quería su caridad—. El cambio —añadió Rachel tomando el dinero de la caja—. Ha olvidado el cambio.

—No lo he olvidado —contestó él yendo hacia la puerta.

Rachel lo siguió a pesar de que Stephanie la miraba sin poder creérselo.

—El servicio está incluido —le dijo tendiéndole el dinero—. Si quería dejar una propina, habérsela dado a Patsy.

Gabriel Webb tomó el dinero con resignación.

—¿Es necesario? —dijo en voz baja—. Sé que probablemente no le gusto, Rachel, pero creí que lo intentaría disimular delante de sus empleados.

Rachel se quedó de piedra. No solo porque la llamara por su nombre sino porque esperara que le cayera mal.

—No lo conozco, señor Webb —contestó en un hilo de voz.

—Precisamente por eso podría haberme concedido el beneficio de la duda —dijo él con los ojos oscuros brillantes—. Siento mucho que lo haya tomado como una ofensa. No ha sido mi intención, pero le pido disculpas.

Rachel dio un involuntario paso atrás. Había algo en él que la confundía. No sabía qué era, pero sintió pánico, como si su cuerpo sintiera una conexión que no quería sentir. Había aparecido de repente, sí, ¿pero era aquello suficiente para hacerla sentir incómoda? Decidió que era porque se parecía mucho a Andrew.

Pero era algo más. Ambos eran altos, morenos y de piel aceitunada, como sus antepasados mediterráneos, pero los rasgos agotados de aquel hombre no se podían comparar a la belleza de los de su hijo. Además, Gabriel Webb tenía rasgos más duros, su belleza era menos convencional… lo habría sido aunque no tuviera señales de… ¿enfermedad?… Aun así, era guapo.

—Me alegro de haberla conocido por fin —dijo el hombre. Rachel no lo creyó. Obviamente, no podía pensar bien de una mujer a la que su familia y él se habían negado a conocer.

Gabriel se subió el cuello del abrigo para salir al frío de abril y se fue. Sin pensar en lo que hacía, Rachel se acercó a la ventana y descorrió la cortina para verlo cruzar la calle. Había sido un encuentro desconcertante y lo último que le apetecía era tener que vérselas con Stephanie. Tenía muy claro que su amiga iba a querer saber de qué habían hablado y no acababa de entender por qué no quería contárselo.

—Es guapo, ¿eh? —dijo su amiga—. ¿Qué te ha dicho? Parecía que estabais teniendo una conversación muy interesante.

—No ha sido así —contestó Rachel sonrojándose—. ¿Te ha parecido que estaba bien?

—¿Lo dices en serio? —preguntó Steph mientras volvían a la barra—. Sí, me ha parecido que estaba bien, todo lo bien que puede estar un hombre con una cuenta millonaria.

Rachel suspiró.

—No me refería a eso. Es como si hubiera estado enfermo o algo. Estaba muy pálido y tenía unas ojeras terribles.

—Se me parte el corazón —se burló su amiga—. Venga, Rachel, será porque no ha dormido bien. Los hombres como él suelen salir por ahí.

—Tú no tienes ni idea de lo que hacen los hombres como él —le espetó Rachel encantada de que entrara un grupo de clientes. Cruzó los dedos para que, a la hora de comer, Stephanie se hubiera olvidado de Gabriel Webb y del estúpido interés de Rachel por él.

 

 

La madre de Rachel llevó a Hannah al café cuando estaban cerrando. Solía esperar a que la niña llegara del colegio para ir a hacer los recados y terminaban en el café de su hija tomando un té y un trozo de tarta, si había sobrado algo.

Rachel se alegró de verlas. Aunque Steph no había vuelto a mencionar a Gabriel Webb en todo el día, habían estado tensas.

—Hola, cariño —le dijo a su hija dándole un abrazo.

—Hola, mamá —contestó la niña—. ¿Puedo tomarme una coca-cola, mamá? Por favor, por favor.

—No sé, no sé —contestó Rachel colocando la silla de ruedas de su hija junto a una mesa—. ¿Tú, mamá, quieres té como siempre?

—Estupendo —contestó la señora Redfern sentándose junto a su nieta—. ¿Pasa algo? —añadió con su acostumbrado sexto sentido.

—No —contestó Rachel apresuradamente—. ¿Por qué? —añadió yendo hacia la barra—. Un té y una coca-cola marchando.

—Ya me encargo yo —dijo Stephanie.

—¿No te importa?

—Claro que no —contestó su amiga—. Cualquier cosa por mi niña preferida. ¿Qué tal en el cole, preciosa?

—Me han dado una estrella de oro —contestó Hannah—. ¿Quieres verla?

—¿Me la enseñas? —dijo Steph mientras colocaba el té con dos tazas y el refresco en una bandeja—. Madre mía, eres la chica más lista de la clase. ¿Por qué te la han dado? ¿Por hablar en clase?

—No, tonta —contestó la niña riéndose. Rachel se sintió agradecida por que las diferencias con su amiga no interfirieran en el maravilloso trato que Steph siempre le dispensaba a su hija—. Estuvimos deletreando y yo escribí bien todas las palabras. ¡Veinte de veinte!

—¡Vaya, vaya! —exclamó Rachel fingiendo sorpresa—. Eso merece algo especial. ¿Te apetece un banana split?

—Sí, sí —contestó la niña.

Stephanie se fue tras servir el banana split a Hannah y un helado de vainilla a la señora Redfern. Rachel puso el cartel de Cerrado, bajó los estores y volvió a la mesa.

—Pareces cansada —dijo su madre—. Trabajas demasiado, Rachel. Deberías tomarte un día libre de vez en cuando.

—Tengo todos los domingos libres —contestó Rachel sonriendo—. Recuérdame que hable con Joe Collins antes del fin de semana. Hay un horno que no funciona bien. Espero que aguante hasta el domingo.

Su madre asintió.

—Te va a decir que te compres otro. No es la primera vez que falla.

—Si se puede arreglar, él lo arreglará —dijo Rachel muy segura. Miró a su hija—. Te gusta, ¿eh?

—Hmmm —contestó la niña con helado por toda la cara.

La señora Redfern aprovechó que la niña estaba concentrada en su merienda para hablar con su hija.

—¿Te has peleado con Stephanie? Cuando he entrado, he notado el ambiente un poco tenso.

—No me digas eso. Los clientes entran aquí a relajarse, no a que les dé la bienvenida una oleada de hostilidad.

—Así que os habéis peleado… Bueno, no te preocupes. No creo que nadie más que yo se haya dado cuenta. Te conozco demasiado bien. ¿Qué ha pasado? ¿Ha vuelto a llegar tarde?

—Sí, pero no ha sido por eso.

—¿Entonces?

—Ha sido porque Gabriel Webb ha estado aquí esta mañana.

—¿Gabriel Webb? —repitió la señora Redfern sorprendida—. ¿El padre de Andrew?

—¿Conoces a algún otro Gabriel Webb?

Su madre negó con la cabeza.

—¿Qué quería?

Rachel suspiró y miró a su madre.

—¿Qué suele querer la gente que va a un café? Un té. ¿Qué iba a ser?

—Nunca habría dicho que alguien como Gabriel Webb viniera aquí.

—Eres la segunda persona que me lo dice hoy.

—Stephanie —adivinó la señora Redfern—. ¿Ha sido por eso la pelea?

—No.

—Espero que le hayas dejado muy claro la opinión que te merecen su familia y él.

—¡Mamá! Esto es un café. ¿Dónde estaría si adoptara ese tipo de actitud con mis clientes?

—No con todos los clientes. Solo con los que no te gustan.

—No puedo hacerlo.

—Claro que puedes. ¿No hay una ley que dice que existe el derecho de admisión?

—Esto es un café, mamá, no una discoteca —contestó ella limpiándole a la niña la barbilla—. Además, no tengo motivos para decirle nada. Vino, Patsy lo atendió, se tomó su té, pagó y se fue. Fin de la historia.

—Entonces, ¿por qué has discutido con Stephanie? Seguro que a ella no le ha hecho gracia que viniera.

—¿De quién habláis? —preguntó Hannah de repente.

—No lo conoces —contestó Rachel mirando a su madre—. No me importa si a Stephanie le parece bien que venga o no.

—Lo sabía. Sabía que él tenía algo que ver. Rachel, llevas años sin ver a los Webb, pero, en cuanto te mezclas con ellos, aparecen los problemas.

—¡No digas tonterías! —exclamó Rachel sin saber por qué estaba defendiendo a Gabriel—. Para que lo sepas, me ha molestado que Stephanie hiciera un comentario sobre su aspecto —suspiró—. Parecía enfermo, mamá, y no creo que fuera por unas cuentas noches sin dormir.

Su madre la miró ofendida.

—No sabía que te preocupara.

—¿He dicho yo eso? —dijo Rachel empezándose a cansar—. Eres peor que Steph. Ese hombre tiene derecho a venir cuando quiera. ¿Quién soy yo para oponerme?

—Nunca creí que te oiría defender a un Webb —contestó su madre—. Había oído que se había instalado en Copleys, pero pensé que tendrías cabeza como para no mezclarte con ellos.

—No lo había visto antes de hoy —protestó Rachel—. De todas formas, los problemas no fueron con él sino con Andrew.

—Andrew se limitó a hacer lo que su padre le dijo —dijo su madre con impaciencia—. Me gustaría saber por qué decidió venir a Kingsbridge. Me habían dicho que había estado un tiempo en Italia. Allí se podría haber quedado.

Rachel no dijo nada. A juzgar por su palidez, más bien parecía que hubiera estado encerrado en su piso de Londres.

Aunque el laboratorio original estaba en Kingsbridge, tenían filiales por todo el continente y la oficina central estaba en Londres. Eso le había contado Andrew, que también le había dicho que su padre trabajaba mucho. Seguramente, esa sería la causa de su aspecto y no las juergas, como había sugerido Stephanie.

Fuera lo que fuere, se alegró mucho de cambiar de tema cuando Hannah anunció que había acabado el helado y rezó para que su madre diera el asunto por zanjado.