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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Brenda Novak, Inc.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En mi corazón, n.º 125 - abril 2017

Título original: This Heart of Mine

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9731-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

Para mis hijos, el amor que siento por vosotros ha convertido esta novela en lo que es.

 

Querida lectora,

A estas alturas he escrito ya más de cincuenta libros, así que cuando me preguntan cuál es mi favorito, cada vez me resulta más difícil responder a esa pregunta. La trilogía (Silencio mortal, Acusación mortal y Verdad mortal) ha estado siempre entre mis favoritas. También En tus brazos y Sin culpa. Algunas novelas me han resultado más fáciles de escribir. O ciertos personajes me han resultado más accesibles, lo que permite crear lazos más fuertes con ellos. Esta novela es una de aquellas historias extraordinarias que parecen fluir en cada página (¡ojalá ocurriera lo mismo con todas las novelas!). Creo que es porque, como madre de cinco hijos, puedo identificarme con el deseo de Phoenix de tener una oportunidad para demostrar a su hijo adolescente el amor que siente por él.

Seguro que las que habéis leído mis libros sabéis que me centro a menudo en temas relacionados con la redención. Después de todo lo que ha sufrido Phoenix, se merece un final feliz y yo he disfrutado a conciencia proporcionándoselo.

Me encanta recibir noticias de mis lectoras. Por favor, sentíos libres de poneros en contacto conmigo vía online en brendanovak.com o a través del correo ordinario en PO Box 3781, Citrus Heights, CA 95611. Si os queréis apuntar a mi lista de correo, podré avisaros cuando haya ventas especiales y obsequios, y enviaros un mensaje cada vez que escriba un libro nuevo. También podéis encontrarme en Facebook (BrendaNovak.Author) y en Twitter (@Brenda_Novak).

Y ahora espero que disfrutéis viendo cómo Phoenix y Riley se redescubren el uno al otro.

 

Brenda

Reparto de personajes de Whiskey Creek

 

Phoenix Fuller: acaba de salir de prisión. Es la madre de Jacob Stinson, que está siendo criado por Riley, su padre.

Riley Stinson: contratista. Padre de Jacob.

Gail DeMarco: propietaria de una agencia de relaciones públicas en Los Ángeles. Casada con la estrella de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor de best sellers de misterio. Está casado con Sophia DeBussi.

Eve Harmon: directora del hotel Little Mary’s, propiedad de su familia. Se ha casado recientemente con Lincoln McCormick, un recién llegado al pueblo.

Kyle Houseman: propietario de una empresa de paneles solares. Estuvo casado con Noelle Arnold. Es el mejor amigo de Riley Stinson.

Baxter North: agente de bolsa en San Francisco.

Noah Rackham: ciclista profesional. Propietario de la tienda de bicicletas Crank In Up. Casado con Adelaide Davies, chef y directora del restaurante Just Like Mom’s, propiedad de su abuela.

Callie Vanetta: fotógrafa. Está casada con Levi McCloud/Pendleton, veterano de Afganistán.

Olivia Arnold: es el verdadero amor de Kyle Houseman, pero ella se casó con Brandon Lucero, el hermanastro de Kyle.

Dylan Amos: es dueño, junto a sus hermanos, de un taller de chapa y pintura. Está casado con Cheyenne Christensen y tienen un hijo.

Capítulo 1

 

Era la primera vez que veía a su hijo desde su nacimiento. Phoenix Fuller había pasado una eternidad esperando aquel momento. Tenía la sensación de haber estado contando cada segundo durante dieciséis años, deseando posar de nuevo sus ojos en Jacob.

Pero, por ansiosa que estuviera, se había prometido a sí misma no llorar, no intentar abrazarle ni hacer nada que pudiera incomodar a un adolescente. Para él era una extraña. Aunque esperaba que su relación cambiara a partir de su regreso al pueblo, no podía presionarle en exceso o su hijo se cerraría en banda, incluso en el caso de que no fuera su padre el que se asegurara de mantenerla a distancia. Para ellos, su presencia debía de ser un motivo de vergüenza. Todos eran del mismo pueblo; era imposible ocultar que Phoenix había pasado toda la vida de Jacob en prisión.

El corazón se le subió a la garganta al ver a Jacob y a su padre, Riley Stinson, saliendo de una camioneta Ford y caminando a grandes zancadas hacia el restaurante.

¡Qué alto era su hijo!, pensó, devorándole con la mirada. Le parecía increíble que hubiera crecido tanto. Ella apenas medía un metro cincuenta. Y, aunque tenía treinta y cinco años, con el pelo recogido hacia atrás y sin maquillar podían confundirla con una chica mucho más joven.

Pero Jacob había salido a su padre en complexión y altura. Aquellos hombros anchos, las caderas estrechas y las piernas largas eran idénticos a los de Riley.

–Perdone. Cuando quiera, tiene la mesa preparada.

Phoenix no habría oído a la camarera si esta no le hubiera tocado el brazo mientras hablaba.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo, pero consiguió apartar la mirada de su hijo para responder.

–Gracias. El resto del grupo está a punto de llegar.

–No se preocupe. Avíseme cuando esté lista.

Y, con una sonrisa educada, la joven condujo a su mesa a una pareja que esperaba de pie a su lado.

Phoenix volvió a clavar los ojos en Jacob y en aquella ocasión fue tal la oleada de emoción que la asaltó que estuvo a punto de salir disparada al cuarto de baño. Pero no podía derrumbarse.

«Dios mío, no me dejes llorar. Como me vea llorando no querrá verme ni de lejos».

Pero cuanto más intentaba contener las lágrimas, más la superaba la emoción. Aterrada, giró en una esquina, se escondió en una pequeña alcoba que había junto al cuarto de baño y se apoyó contra la pared.

«Respira. No eches esto a perder».

La campanilla de la puerta tintineó, anunciando la entrada de Riley y Jacob. Les imaginó mirando a su alrededor, enfadándose quizá al no encontrarla. Pero continuó petrificada donde estaba. Era incapaz de moverse.

–¡Hola! –oyó decir a la camarera con una familiaridad que le había faltado a su saludo–. Esta mañana estamos muy llenos, como todos los sábados. Pero si esperáis un poco, podré conseguiros una mesa.

–En realidad, hemos quedado con una persona que ya debería estar aquí.

Aquel tenía que ser Riley, pero Phoenix no podía decir que hubiera reconocido su voz. Tenía muy vivos los recuerdos de Riley. Pero ambos eran muy jóvenes la última vez que se habían visto y él había cambiado mucho. Ya no era el adolescente larguirucho que ella había conocido en el instituto, era un hombre musculoso y de constitución fuerte. Un hombre en la plenitud de la vida, algo que había resultado más que evidente cuando le había visto avanzar hombro con hombro junto a su hijo segundos antes.

–¿Con quién habéis quedado? –preguntó la camarera.

–Con Phoenix Fuller –respondió Riley.

–¿Qué aspecto tiene?

–A estas alturas ya no estoy seguro –contestó.

Phoenix esbozó una mueca. Su melena, negra y larga, no estaba mal. Tenía una espesa melena que era, seguramente, su rasgo más atractivo. Tampoco eran feos sus ojos. En general, no tenía la sensación de ser fea. Pero las cicatrices que marcaban su rostro serían una novedad para Riley. No las tenía cuando había entrado en prisión.

–No era muy alta –le oyó añadir como si aquel fuera el único rasgo que todavía la podía caracterizar.

–Hace un momento estaba aquí una mujer que me ha dicho que estaba esperando a alguien –le informó la camarera–. Pero no sé a dónde ha ido…

Decidida a no perder aquella oportunidad después de haber esperado durante tanto tiempo, Phoenix apretó los puños, tomó aire y dobló de nuevo la esquina.

–Lo siento… He ido a lavarme las manos.

El ceño que apareció en el rostro de Riley la hizo ruborizarse. No tenía ganas de verla. Sin duda alguna, había pasado los últimos diecisiete años esperando no volver a verla. Sobre todo después de que hubieran postergado en dos ocasiones la fecha de su liberación, alargando la sentencia original.

Pero ya sabía que aquello no iba a ser fácil. Cuadró los hombros, ignoró su desaprobación y se volvió hacia Jacob.

–Hola, soy tu madre.

Había ensayado aquella frase infinitas veces y, aun así, estuvo a punto de atragantarse. Consiguió controlarse a pura fuerza de voluntad.

–Pero puedes llamarme Phoenix si eso te resulta más fácil. No espero… –notaba la lengua tan rígida y gruesa que apenas podía hablar– no espero que hagas nada que no quieras en lo que a mí respecta.

A Jacob pareció sorprenderle que soltara aquello nada más verle, pero Phoenix también creyó advertir que disminuía la rigidez que tensaba su cuerpo. Así que le tendió la mano.

–Me alegro de conocerte. Gracias por venir. Espero que te guste el restaurante. Just Like Mom’s era mi restaurante favorito cuando vivía aquí y pensé que… que a lo mejor todavía seguía siendo un establecimiento popular.

Jacob miró a su padre antes de estrecharle la mano.

–Hola –farfulló, pero no la miró a los ojos.

Diciéndose a sí misma que era normal, que era de esperar que mostrara cierta reticencia, Phoenix le soltó en cuanto se estrecharon la mano. No quería que notara lo mucho que estaba temblando.

–¿Ya estáis preparados para sentaros?

La camarera, que hasta aquel momento había estado distraída despidiendo a unos clientes que se marchaban, les observó con ávida curiosidad. Era probable que para entonces ya hubiera averiguado que ella era la famosa Phoenix Fuller de la que todo el mundo hablaba, la misma que había sido condenada por haber atropellado a su rival con el viejo Buick de su madre justo antes de la graduación del instituto.

–Sí, por favor.

Consciente en extremo de las dos personas que caminaban tras ella, Phoenix siguió a la camarera a través del restaurante hasta una mesa situada en una esquina.

Una vez sentados, se reclinó hacia atrás mientras otra camarera les llevaba el agua.

–Puedes pedir lo que quieras –le dijo a Jacob cuando este abrió la carta.

Era demasiado pronto para una propuesta como aquella. Pero estaba nerviosa. Y había trabajado duramente durante las semanas previas a su liberación para poder pagar aquel desayuno. Quería que su hijo lo disfrutara.

–Me gustaría pedir un gofre con helado y fresas.

Agradeciendo que hubiera elegido una comida elaborada y propia de una celebración, Phoenix sonrió.

–Pues lo tendrás.

Cuando ya era demasiado tarde, comprendió que su padre tendría algo que decir al respecto. No era una comida saludable y ella no tenía ninguna autoridad sobre la vida de Jacob. De modo que se volvió hacia Riley.

–Si tu padre está de acuerdo.

En cuanto Riley dio su permiso, ella bajó la mirada. Le resultaba más fácil no mirarle. Si hubiera podido invitar solo a Jacob, lo habría hecho. Sus sentimientos hacia su hijo ya eran suficientemente dolorosos. Añadir la presencia de su padre complicaba una situación ya de por sí compleja.

–Tú también puedes pedir lo que quieras, por supuesto –le ofreció a Riley–. Invito yo.

En el instante en el que pronunció aquellas palabras, sintió que su rostro se acaloraba todavía más. ¡Qué estupidez acababa de decir! Riley era un contratista de éxito. No necesitaba que una expresidiaria le pagara el desayuno. Y sabía que, aunque ella había enviado hasta el último centavo que había podido ahorrar para mantener a su hijo, sus contribuciones habían sido irrisorias comparadas con lo que había hecho Riley por Jacob año tras año. Era probable que aquella invitación le resultara ridícula. Pero ella quería mostrarse generosa, aunque estaba en una situación tan apurada que, para ella, treinta dólares constituían toda una fortuna.

–Yo tomaré una tortilla de camarones –dijo Riley, y dejó la carta a un lado sin haberla mirado siquiera.

El gofre y la tortilla de camarones eran los platos más caros de la carta, pero a Phoenix no le importó. Calculó a toda velocidad cuánto dinero le quedaba y comenzó a buscar algo que costara menos de cinco dólares.

–Yo no tengo hambre –comentó para que no les pareciera extraño que pidiera algo ligero–. Creo que tomaré una tostada y un café.

Bajó la carta, pero estuvo a punto de volver a levantarla para utilizarla como escudo. Tanto Riley como su hijo la estaban estudiando con la mirada con expresión escéptica. Aunque esperaba aquel escrutinio, era duro ser examinada como si fuera un insecto raro y no precisamente bienvenido. Pero aquel no era el único problema, aquel escrutinio la hacía consciente de las cicatrices que cubrían su rostro y lo último que le apetecía era que se convirtieran en objeto de atención.

–¿Cuánto tiempo llevas en casa? –preguntó Riley, rompiendo un silencio que comenzaba a hacerse violento.

Phoenix apartó la carta y cruzó las manos en el regazo.

–Tres días.

Debería haberse puesto en contacto con él nada más llegar, pero le había costado reunir el valor para hacerlo. Riley había dejado bien claro que esperaba que se instalara en cualquier lugar que no fuera Whiskey Creek.

Le vio agarrar el vaso con fuerza.

–¿Quién te fue a buscar?

Había tenido que pagar un taxi, pero no quería admitirlo.

–Una conocida que… Es como una amiga.

Una respuesta confusa, pero Riley no pareció cuestionársela.

–Pensé que, a lo mejor, tu madre…

–No. No puede… Mi madre ya no conduce.

La madre de Phoenix pesaba más de doscientos kilos y ya no podía ni meterse en el coche. Vivía como una reclusa desde que Riley y Phoenix habían empezado a salir. Además del problema del peso, Lizzie tenía otros, como su síndrome de Diógenes y la depresión. No tenía coche, ni internet. Y si no fuera por un hombre de gran corazón perteneciente a la Iglesia baptista, que le llevaba la compra y se ocupaba de las ocasionales visitas al veterinario por solo diez euros al mes, no habría sobrevivido. No podía decirse que al padre de Phoenix le importara. Ni a sus hermanos, por cierto. Su padre había abandonado a su familia poco después de que Phoenix naciera; ella ni siquiera sabía dónde estaba. Y sus dos hermanos mayores habían quedado tan devastados tras su marcha que se habían alejado de Whiskey Creek y de todo lo que tenía relación con aquel pueblo cuando ella todavía estaba en el colegio.

Riley tenía que ser consciente de la situación de Lizzie. ¿Sería aquel comentario una manera de insistir en el asunto que le había planteado en la última carta que le había enviado a prisión? ¿Consideraría que Jacob estaría mejor sin que ella formara parte de su vida? Había mencionado a su madre como otro punto negativo a la hora de relacionarse con ella. Los problemas de Lizzie eran la razón por la que Riley había impedido que Jacob visitara a su abuela más de tres o cuatro veces en su vida y, por supuesto, ella nunca había intentado ir a verle a él. Aunque Lizzie a menudo lo justificaba por su propio rechazo, en el fondo se sentía indigna del trato con nadie y más aun de relacionarse con una familia tan respetada y querida como la de los Stinson.

Riley bebió otro sorbo de agua.

–¿Qué tal está?

Pero Phoenix se negaba a que la conversación se centrara en su madre. No estaba dispuesta a abordar ningún tema que pudiera restringir sus probabilidades de ver a Jacob.

–Bien.

–¿Bien? –repitió él–. Hace años que no la veo por el pueblo.

Jacob le miró con el ceño fruncido.

–Ya sabes cómo está, papá.

Phoenix se aclaró la garganta.

–Ahora que estoy en casa, estará mejor. Yo me encargaré de ello. Y no molestará a Jacob. De eso también me encargaré yo.

–¿Cómo va a molestarnos si no puede salir de casa? –preguntó Jacob, fulminando a su padre con la mirada–. ¿Acaso nos ha molestado durante todo este tiempo?

–Este asunto lo manejaré yo –contestó Riley, pero Phoenix sintió la necesidad de intervenir.

No podía permitir que pensara que Jacob se estaba poniendo de su parte. Riley tenía el corazón de Phoenix en sus manos porque controlaba lo que ella más deseaba: una relación con Jacob. Así que era de crucial importancia cuidar también la relación con Riley.

–Tu padre tiene razón. Mi madre puede llegar… a avergonzarte. Me acuerdo de cómo me sentía cuando estaba en el instituto. Ella es… Bueno, como tú mismo has dicho, ya no puede ir a ninguna parte, así que no creo que vaya a representar un problema.

Excepto en el caso de que Jacob fuera a su casa, pero entonces ya buscaría la manera de manejar la situación.

Enfadado por el hecho de que su padre se mostrara tan protector, Jacob gruñó:

–Eso no es algo que me preocupe.

Phoenix esperaba que fuera cierto. Jacob tenía que enfrentarse a lo que significaba ser hijo suyo. No había muchos chicos que tuvieran que vivir con el estigma de tener una madre que había sido acusada de asesinato.

–He oído decir que eres un gran jugador de béisbol –dijo, deseando cambiar de tema.

Aquel comentario le arrancó una tímida sonrisa que reveló el atractivo y el encanto de su hijo. Se parecía a su padre incluso más de lo que en un principio le había parecido, con aquellos ojos ambarinos y el pelo casi negro.

–Me gusta jugar –respondió Jacob.

–Debe de ser importante ser el nuevo pitcher del equipo de secundaria –le dijo ella–. Por aquí el béisbol es algo importante.

El humor de Riley pareció mejorar mientras le daba a su hijo un pequeño empujón en el hombro.

–La semana pasada estuvo a punto de lanzar un juego sin hits.

Jacob arqueó las cejas.

–Estuve a punto, pero no lo conseguí.

–La temporada es joven –respondió su padre.

A Phoenix le encantó el orgullo que transmitía la voz de Riley. Ella sentía el mismo orgullo. Pero, en aquel momento, continuar aquella conversación le resultaba una tarea ardua. Por una parte, excepto por algunas amigas que había hecho en prisión, había estado muy sola durante aquellos años. Y no se consideraba una persona divertida. Por otra, lo único que a ella le apetecía era estar allí sentada, mirando a su hijo, memorizando hasta el último detalle de su rostro. Las fotografías que le habían enviado habían sido pocas y distantes en el tiempo y no le hacían justicia. En la última, que había llegado en una tarjeta de Navidad dos años atrás, llevaba un aparato de ortodoncia. Aunque era poco el esfuerzo que aquellos envíos requerían por parte de Riley, le estaba muy agradecida. Todavía conservaba tanto la tarjeta como la fotografía. Formaban parte de las escasas pertenencias que se había llevado a casa de la prisión.

–¿Piensas jugar en la universidad? –le preguntó a Jacob.

–Claro que sí –replicó–. Hay varias universidades interesadas en mí. Las mejores. Estoy esperando una beca.

Tenía todo un futuro por delante, muchas cosas que esperar de la vida. Era algo que Phoenix le debía a Riley. Había hecho un gran trabajo con su hijo.

–¡Qué ilusión! Estoy segura de que la conseguirás.

Llegó la camarera para tomarles nota, así que Phoenix le dijo lo que querían y pidieron zumo de naranja para acompañar el desayuno. Como no quería ponerse en evidencia cuando llegara la hora de pagar si no le llegaba el dinero, al final, para asegurarse, ella dijo:

–Yo solo tomaré un café.

–¿No vas a pedir nada más? –preguntó Jacob.

–No suelo desayunar mucho –y, de todas formas, aunque tuviera hambre, estaba demasiado nerviosa para comer mucho.

–No me extraña que seas tan pequeña. La mayoría de las chicas del instituto son dos veces más grandes que tú –dijo Jacob–. Y algunas todavía no han terminado de crecer.

–Es posible que sea pequeña, pero soy fuerte –bromeó ella, flexionando el brazo.

–Sí, ya lo sé. Te metiste en unas cuantas peleas estando…

–No hablemos de eso –le interrumpió Riley.

Jacob se sonrojó y permaneció en silencio.

–No pasa nada. Puede decir lo que quiera –le tranquilizó Phoenix antes de contestar a Jacob–. Me vi obligada a defenderme, y lo conseguí.

Unas veces mejor que otras. Eso había dependido de la cantidad de mujeres a las que había tenido que enfrentarse.

–¿Qué pasó? –quiso saber Jacob.

–¿En qué incidente en particular?

Phoenix suponía que se refería al que le había dejado una cicatriz en el labio. No quería ahondar en el tipo de vida que había llevado en prisión, pero tampoco que su hijo sintiera que había temas que debía evitar.

–Las mujeres en aquella prisión podían llegar a ser… muy territoriales –le explicó–. Hubo ocasiones en las que tuve que pelear para evitar que continuaran acosándome durante el resto de mi estancia en prisión, ¿sabes? Estoy segura de que has visto actitudes parecidas en el instituto.

La necesidad de defender su vida le había dejado pocas opciones en aquel aspecto, pero no quería sonar demasiado dramática.

Jacob arrugó la nariz con expresión dubitativa.

–¿Entonces tú no empezaste la pelea?

–¿Tú empezarías una pelea si tuvieras mi tamaño? –preguntó Phoenix con una risa, esperando arrancarle una sonrisa.

Jacob no sonrió, pero algunas de sus dudas parecieron disiparse.

–No, pero ni siquiera me puedo imaginar cómo te defendiste.

–Ya te lo he dicho –Phoenix le guiñó el ojo para disimular toda una carga de sentimientos mucho más profundos–. Soy más fuerte de lo que parezco.

Jacob la estudió en silencio durante algunos segundos.

–¿Esas cicatrices te las hiciste en esas peleas?

Phoenix se acarició el labio con la lengua con un gesto automático. Se la había hecho justo antes de estar a punto de ser liberada dos años atrás: un corte y veinte puntos. La cicatriz había llegado después.

–Sí.

–¿Y te la hicieron de un puñetazo?

–No, fue con una cuchilla de afeitar.

Se movió en el asiento, consciente de que Riley no podía aprobar que describiera una escena tan horripilante. Pero quería satisfacer la curiosidad de Jacob para que pudieran avanzar a partir de ahí. No quería que tuviera la sensación de que eludía sus preguntas.

Jacob la miró con el ceño fruncido.

–Eso tiene que doler.

Sí, le había dolido, pero no había sido lo peor. Aquellas mujeres, con la ayuda de una vigilante que siempre había ido a por ella, le habían tendido una trampa. La habían culpado de iniciar la pelea, lo que había aumentado su pena en dos años de prisión. Seguramente, aquella era la razón por la que Jacob preguntaba con tanto recelo. Cuando se había retrasado su salida de prisión, debían de haberle dicho que era una persona problemática.

Aunque aquel día había sido uno de los más oscuros de su vida, Phoenix se encogió de hombros para ocultárselo.

–No tanto. En cualquier caso, me gustaría verte lanzar en alguna ocasión, si no te importa que vaya a ver un partido –hizo un gesto con la mano antes de que pudiera responder–. Me sentaré en las gradas de los visitantes, así que por eso no tienes que preocuparte.

En la frente de Jacob aparecieron arrugas provocadas por su confusión.

–¿Por qué vas a tener que sentarte en las gradas de los visitantes?

Porque Phoenix no podía imaginar que una madre que había estado encarcelada se mostrara en un lugar en el que la gente podría reconocerla y relacionarla con él.

Preferiría no dar que hablar.

Miró a Riley, buscando confirmación. Él había utilizado el estigma del crimen como una de las razones por las que Jacob estaría mejor sin ella, por eso quería asegurarle que no le pondría las cosas difíciles. Pero Riley no hizo comentario alguno, ni en un sentido ni en otro, no dijo que no podía ir a verle, como ella temía. Se tapó la boca durante unos segundos, se frotó la mandíbula y enderezó los cubiertos. Había sido Jacob el que había insistido en que podía sentarse donde quisiera. Pero cualquier chico bien educado lo haría.

–De acuerdo, en ese caso… avísame cuando tengas un partido.

Imaginaba que si al final no la avisaba tendría la respuesta a si prefería evitarla en público.

–¿Y cómo se supone que puedo avisarte? –le preguntó–. ¿Tienes teléfono en casa? ¿Tienes móvil?

No tenía. Tampoco se lo podía permitir. Tenía otras muchas necesidades que atender antes que esa.

–Todavía no. Pero tengo un ordenador portátil y me he enterado de que en el Black Gold Coffee tienen Wi–Fi. Abriré una cuenta de Facebook para que puedas escribirme, con permiso de tu padre, claro.

También podría localizarla en el teléfono de su madre, que vivía en un tráiler separado del suyo en la misma finca, pero no se atrevió a sugerirlo, consciente de la mala opinión que tenía Riley sobre Lizzie.

–¿Tienes un portátil?

–Sí, fue un regalo de una de las funcionarias cuando me soltaron. Es viejo, pero… funciona.

–¿Entonces puedes agregarme como amigo? ¿Sabes cómo se hace?

Phoenix bebió otro sorbo de café. Al tener el estómago vacío, la cafeína la estaba poniendo nerviosa, pero necesitaba la taza para poder tener las manos ocupadas.

–Hice algunos cursos de informática cuando estaba… Bueno, hice algunos cursos de informática.

–¡Ah!

–¿Y qué planes tienes ahora que has vuelto a casa? –preguntó Riley–. ¿Estás buscando trabajo o…?

–No, todavía no –contestó–. Tengo que terminar de limpiar el tráiler en el que voy a vivir antes de hacer ninguna otra cosa.

Estuvo a punto de ponerse a hablar de lo mal que estaba el tráiler, de lo insalubre de aquella vivienda. El afán acumulador de su madre estaba peor que nunca. Pero se reprimió. Si su primer objetivo era conseguir un alojamiento para Jacob que Riley pudiera considerar seguro, en el caso de que su hijo estuviera de acuerdo en pasar alguna noche con ella, no sería sensato obsequiar a su padre con los detalles más sórdidos. Cuando había comenzado a limpiar el tráiler, ni siquiera le había parecido digno de convertirse en pocilga. Y, aunque ya estaba mucho mejor, pensaba dejarlo sin mácula para cuando terminara.

–¿Y después dónde piensas pedir trabajo?

–En cualquier lugar en el que haya algún puesto vacante.

Riley también le había dejado claro lo difícil que le resultaría encontrar trabajo en Whiskey Creek, un pueblo de solo dos mil habitantes. En el instituto le habían permitido graduarse a pesar de que había faltado las últimas tres semanas del último curso, pero un diploma de bachillerato no bastaba para compensar su historial delictivo. No quiso hablar del negocio que había emprendido estando todavía encarcelada. No sabía si tendría éxito. Pero estaba consiguiendo algunos ingresos estables haciendo pulseras de cuero para hombre. La mujer que le había regalado el ordenador, Cara Brentwell, había colgado sus pulseras en Etsy.com y eBay durante los tres años anteriores. Así era como había conseguido el dinero que le había enviado a Jacob durante esos tres años. Cara y ella se habían repartido los beneficios, pero, una vez libre, ya no necesitaba la ayuda de Cara.

–Yo, eh… te he traído un regalo –le dijo a Jacob–. No te emociones, no es un gran regalo. Ni siquiera tienes que ponértela si no te gusta. Solo quería ver si… bueno, a lo mejor te gusta.

Buscó en el bolso y sacó la bolsita de cuero en la que había guardado la pulsera en vez de envolverla. Le había parecido más apropiada para un chico que un papel de regalo y un lazo.

–Gracias –le agradeció Jacob mientras la aceptaba.

Phoenix no le dijo que la había hecho ella. No quería darle ningún motivo para que no le gustara.

–Si lo prefieres, puedes abrirla más tarde –comenzó a decir.

Pero Jacob había metido la mano en la bolsa y la había sacado antes de que hubiera podido terminar de hablar.

–¿Qué es? –preguntó Riley.

–Una pulsera –le informó Jacob, y el tono complacido de su voz la tranquilizó un poco.

Al menos no parecía que le desagradara.

–¿Entonces te gustan las pulseras? –preguntó Phoenix, intentando averiguar si solo estaba evitando ofenderla.

–Sí, pero nunca había visto una como esta –la giró en aquella mano que tenía ya el tamaño de la de un hombre.

Por suerte, la pulsera trenzada en la que había insertado una pieza de madera petrificada con la forma de un pájaro, una alusión al nombre de Phoenix que seguramente Jacob no entendería, se cerraba con una tira graduable.

–Es preciosa –continuó diciendo Jacob–. ¿Dónde la has comprado?

En aquel momento llegó la camarera con la comida y Phoenix fingió no haber oído la pregunta. Jacob estuvo tan distraído poniéndose la pulsera y comiendo después que no insistió en obtener una respuesta.

Como la conversación parecía estar resultando un poco forzada, Phoenix comenzó a preguntarle por las notas, expresó su orgullo por lo buen estudiante que era y le animó a continuar. Después le preguntó que si tenía novia. Él le dijo que no, que le gustaban varias chicas, aunque solo como amigas. Después, la conversación volvió a languidecer. Habría sido más natural hablar también con Riley, pero Phoenix evitaba dirigirle ninguna pregunta. No quería que pensara que seguía sintiendo algo por él. A veces, su fugaz relación reaparecía de nuevo en sus pensamientos, sobre todo a última hora de la noche. Aquellos recuerdos eran algunos de los mejores que tenía. Pero se dijo a sí misma que solo continuaban teniendo importancia para ella porque no había compartido aquella intimidad con ninguna otra persona. Apenas tenía dieciocho años cuando había entrado en prisión y, aunque a lo largo de aquellos años la habían abordado algunos de los vigilantes de la prisión, para resentimiento de sus compañeras, Riley era el único hombre al que había besado. Un guardia le había enviado algunas cartas después de renunciar a su trabajo en la prisión, pero ella nunca había respondido. Vivía en Bay Area y ella tenía pensado volver a Whiskey Creek; en todo momento había sido consciente del poco tiempo que tenía para conocer a su hijo antes de que se convirtiera en un adulto. No quería perder el tiempo con un hombre, sobre todo teniendo en cuenta lo volubles y poco fiables que podían llegar a ser, a juzgar por la velocidad a la que Riley se había enamorado y desenamorado de ella.

Aunque Phoenix nunca se dirigiera a él, Riley aportaba algún que otro comentario para apoyar lo que Jacob decía. Cada vez que lo hacía, Phoenix se volvía hacia él con una sonrisa educada, reconociendo su contribución, pero concentraba la atención en su hijo, algo que funcionó bien hasta que llegó la cuenta. Porque entonces no le quedó más remedio que dirigirse abiertamente a él cuando Riley intentó agarrarla.

Por suerte, ella se hizo con la cuenta antes que él. No podía permitir que le pagara el desayuno. No podía permitir que le pagara nada. Era una cuestión de orgullo; del poco orgullo que le quedaba, en cualquier caso. Había sido ella la que les había invitado y la que pagaría la cuenta. Cualquier otra cosa podría hacerle pensar que pretendía conseguir algo de él, además de su permiso para ver a Jacob y, desde luego, no era cierto.

–No me importa invitarte –dijo Riley, como si pensara que debía seguir insistiendo mientras la veía contar el dinero.

Gracias a Dios, tenía suficiente incluso para dejar propina.

–Invito yo, pero te lo agradezco –dijo con firmeza.

Phoenix dejó el dinero en la mesa y se levantó.

–El desayuno estaba muy rico –dijo Jacob.

El hecho de que pareciera haber disfrutado generó una inyección de alegría y esperanza. El camino que tenía por delante no iba a ser fácil, pero había sobrevivido a su primer desayuno con Jacob y no tenía la sensación de que estuviera a punto de derrumbarse. Seguramente la ayudaba el hecho de tener tanta práctica con las decepciones. Esperaba que su próximo encuentro fuera más fácil, y el siguiente más fácil todavía. Pero por alguna parte tenía que empezar.

–Para mí ha sido un placer –le confesó.

Aunque Phoenix intentó quedarse rezagada, ambos esperaron a que les precediera. Ella no tenía coche y eso significaba que tendría que recorrer a pie los ocho kilómetros que la separaba del pedazo de tierra yerma que su madre había heredado de sus propios padres. Lizzie tenía dos viejos tráileres en aquella propiedad. Uno de ellos, en el que había metido tanta basura que era inhabitable, se había convertido en su vivienda y el otro lo ocupaba ella junto a cinco perros, dos hámsteres y un loro.

Una vez en la calle, Phoenix se hizo a un lado para que pudieran adelantarla y dirigirse al aparcamiento.

–Gracias por venir –les dijo.

Riley entrecerró los ojos para protegerse del sol y miró a su alrededor, como si esperara que hubiera ido alguien a buscarla.

–¿Cómo vas a ir a tu casa?

Phoenix no contestó con sinceridad por miedo a que lo considerara una indirecta.

–¡Oh! No te preocupes por mí. Ya lo he resuelto.

–¿Qué es lo que has resuelto?

–¿No estamos hablando de mi vuelta a casa?

–¿Va a venir alguien a buscarte? ¿Necesitas mi teléfono para llamar a alguien?

Al sentirse acorralada, comprendió que tendría que contarle la verdad. No necesitaba ningún teléfono. No tenía a nadie a quien llamar.

–No tengo por qué molestar a nadie. Hace un día tan bonito que me apetece ir andando.

Riley bajó la mirada hacia sus sandalias.

–¿Y vas a poder caminar hasta allí con ese calzado?

–Ya he venido hasta aquí –contestó–. Estas sandalias son muy cómodas.

Daba igual que fuera o no cierto. Eran las únicas que tenía.

Riley no parecía muy convencido, pero en cuanto ella hizo un gesto de despedida con la mano y se volvió para marcharse, él comenzó a caminar hacia la camioneta. Pero Jacob la llamó.

–¿Mamá?

El corazón de Phoenix dio un vuelco gigante en su pecho. Jacob nunca la había llamado de ninguna forma, y mucho menos «mamá». No esperaba que utilizara aquella palabra, y mucho menos tan pronto, sobre todo después de que ella le hubiera dicho que podía llamarla por su nombre de pila.

–¿Sí? –esperaba que su voz no sonara tan estrangulada como a ella le parecía.

–Antes has dicho que podía preguntarte cualquier cosa.

–Jacob –Riley pronunció el nombre de su hijo en tono de advertencia.

Pero Jacob ignoró tanto su tono como su ceño.

–Claro que puedes.

–¿Sea lo que sea?

Phoenix tragó con fuerza. Tampoco esperaba que las preguntas empezaran tan pronto.

–Por supuesto.

Jacob miró a su padre, pero era evidente que su propio torbellino interno le obligó a ignorar el gesto con el que Riley sacudía la cabeza.

–¿Lo hiciste? –preguntó–. Porque quiero que me lo digas tú. Quiero saber la verdad después de haber estado preguntándomelo durante todos estos años.

A Phoenix no le importó aquella pregunta. Anhelaba decirle la verdad. Pero le habría resultado mucho más fácil abordar aquel tema durante una noche tranquila, cuando Riley no estuviera con ellos, porque sabía que pondría en duda todo lo que ella dijera. Temía incluso que se burlara de su respuesta, si no delante de ella, sí cuando se montara con Jacob en la camioneta.

Aun así, cuando por fin se le ofrecía la oportunidad de decirle a Jacob que era inocente, tenía que aprovecharla. Los niños no siempre esperaban el mejor momento o el mejor lugar y si perdía aquella oportunidad quizá no tuviera otra. No como aquella, estando su hijo tan… abierto.

Dejándose llevar por la tentación de agarrarle los brazos o hacer algo para demostrarle el fervor de su respuesta, dio un paso adelante. Pero seguía temiendo asustarle, de modo que bajó la voz en un intento de imprimir un mayor énfasis a sus palabras.

–No fui yo. Te lo juro. Yo no fui.

–¡Pero eras tú la que conducías el coche! Tuviste que ser tú.

Aunque parecía dispuesto a discutir, hablaba como si quisiera que le convenciera de lo contrario y ella agradeció aquella actitud mucho más de lo que él podría llegar a imaginar nunca.

–Había otra persona en el coche, Jacob. ¿No lo sabías?

A lo largo de todos aquellos años, debía de haberle llegado la información muy sesgada. Él ni siquiera había nacido cuando se había celebrado el juicio y era probable que, para cuando había comenzado a enterarse de lo ocurrido, tuviera ya diez o doce años. Eso significaba que cualquiera que le hubiera contado la historia habría simplificado un incidente que había tenido lugar una década atrás. Y, una vez entrado Jacob en la adolescencia, habría empezado a ser consciente de que aquel era un tema que su padre no quería tocar.

–No –contestó él sacudiendo la cabeza–. ¿Quién era?

¿Aquello significaría que Riley estaba tan convencido de que le había mentido cuando había dado su versión del accidente que ni siquiera lo había tenido presente?

No sabía de qué otra manera podía interpretarlo.

–Una chica de mi edad. Una amiga con la que estaba haciendo un proyecto para el instituto –contestó–. Mi madre me dejó el Buick para que pudiéramos ir a su casa al salir del instituto. Cuando vimos a Lori Mansfield volviendo al instituto después de haber terminado una carrera campo a través, me dijo que deberíamos darle un buen susto. Yo me eché a reír. Y a lo mejor ella interpretó mi risa como un asentimiento. No me acuerdo, porque, lo siguiente que supe, fue que ella estaba dando un volantazo.

Jacob tragó con fuerza, moviendo la nuez.

–¿Fue otra persona la que giró el volante?

–Sí. No creo que pretendiera matar a Lori. No tenía ninguna razón para hacerle daño Supongo que pensaba que yo sería capaz de rectificar la dirección a tiempo, pero no pude –esbozó una mueca de dolor–. Todo ocurrió muy rápido.

Jacob extendió las manos con un gesto suplicante.

–¿Por qué no se lo contaste a todo el mundo?

En aquel momento salió un grupo del restaurante. Phoenix permaneció en silencio hasta que volvieron a quedarse a solas. Después, dijo:

–Lo dije –lo había contado todo en el juicio. Riley no había estado presente el día que había declarado, pero estaba segura de que le habían contado su declaración–. Nadie me creyó.

Se preguntaba cómo estaría tomándose Riley todo aquello, pero no se atrevía a mirarle.

–La chica que iba conmigo lo negó.

–¿Quieres decir que mintió?

Penny Sawyer se había marchado de Whiskey Creek en cuanto había terminado el instituto y no había regresado desde entonces. Phoenix sabía que era muy probable que nunca lo hiciera.

–Sí. Bajo juramento.

–¿Y por qué hizo una cosa así?

–Estoy segura de que tenía miedo, Jacob. No quería que le pasara lo que me estaba pasando a mí.

–Así que dejó que recayeran en ti todas las culpas.

–Básicamente, sí.

–¿Pero por qué la creyeron a ella en vez de a ti?

En ese momento, Phoenix no pudo evitar desviar la mirada hacia Riley. Le descubrió mirándola con tanta intensidad como Jacob, como si estuviera intentando averiguar si podía creerla más de lo que lo había hecho en el pasado. De modo que Phoenix decidió confesar toda la verdad, por embarazoso que pudiera resultarle.

–Porque sabían que… que estaba locamente enamorada de tu padre. Decían que era una obsesión, y a lo mejor era cierto. Para entonces, también sabía que estaba embarazada. Ya ves. Antes del accidente, no se lo había contado a nadie. Tenía miedo de que mi madre, el psicólogo del colegio o cualquiera que conociera a tu padre quisieran que… que pusiera fin al embarazo o te diera en adopción. No quería hacer ninguna de las dos cosas.

–Ellos pensaban que estabas celosa de Lori.

Phoenix imaginaba que aquella era la versión que le había llegado, puesto que toda la historia giraba alrededor de su ruptura con Riley. ¿Pero habría sido Riley el que se la había transmitido? ¿Habrían sido sus padres? ¿O lo habrían hecho otros vecinos del pueblo? Siempre se había preguntado qué le contaría la gente a Jacob sobre ella.

–Dieron por sentado que yo pensaba que tu padre volvería conmigo si la hacía desaparecer de escena. Y la chica que iba conmigo en el coche no tenía nada contra ella. Solo estaba… haciendo tonterías.

–¡Pero es injusto!

Jacob se volvió como si quisiera recabar el apoyo de su padre, pero Riley permanecía en silencio, con las manos hundidas en los bolsillos delanteros del vaquero.

–Si lo que estás diciendo es verdad, has pasado todo este tiempo en la cárcel sin haber hecho nada –añadió Jacob cuando se volvió de nuevo hacia ella–. ¿Por qué no luchaste con más fuerza para que la gente te creyera?

Porque era una chica rara de dieciocho años, arreglándoselas como podía para crecer con una madre obesa, con síndrome de Diógenes, que no salía nunca de casa. Sin apoyos, sin dinero para contratar a un buen abogado, en vez de a un abogado de oficio que había hecho un trabajo mediocre, por decirlo suavemente, no había tenido a nadie a quien acudir. Para empeorar las cosas, los padres de Riley se habían compadecido hasta tal punto de Lori que habían comenzado a hablar de la cantidad de veces que Phoenix había llamado a Riley o había pasado en coche por delante de su casa, le habían contado a todo el mundo que se dedicaba a perseguirle por el pueblo. El hecho de que también hubiera gastado bromas telefónicas a Lori después de que hubiera empezado a salir con Riley también se había vuelto contra ella.

Sencillamente, todo lo que podía salir mal había salido mal.

–No tenía la manera de hacerlo –le explicó–. Solo tenía dos años más de los que tienes tú ahora y estaba sola. No podía hacer gran cosa.

Sobre todo porque no podía negar que estuviera loca por Riley. El día que él había entrado en su vida todo había cambiado; había sido como sentir el sol en la cara por primera vez. Pero al cabo de seis semanas de un intenso amor del tipo «no puedo separarme de ti ni un solo segundo», Riley había roto de forma inesperada con ella.

A pesar de lo dura que había sido su vida, Phoenix nunca había sentido un dolor como aquel.

Pero no había matado a nadie.

–La culpa es de esa chica, de la que mintió –dijo Jacob–. ¿Sabes dónde está? ¿Vas a intentar buscarla para que admita la verdad?

Phoenix había pasado diecisiete años pensando en salir de prisión e ir en busca de Penny. Había sentido ansia de venganza. Pero sabía que sería una pérdida de tiempo. Incluso en el caso de que pudiera encontrar a Penny, continuaría siendo su palabra contra la de una persona más fiable que ella. Nadie quería considerar la posibilidad de que una mujer inocente hubiera pasado tanto tiempo en prisión. Y, aunque por alguna suerte de milagro inesperado, Penny decidiera intervenir a su favor, aquello no cambiaría todo lo que ella había pasado. En cualquier caso, no serviría para convencer a las personas que necesitaba convencer, puesto que no querían saber la verdad.

–No.

Al principio, le había enviado infinitas cartas a Penny, suplicándole que dijera la verdad. Aquellas que habían llegado después de que los Sawyer abandonaran Whiskey Creek le habían sido devueltas. Ni siquiera sabía si las que habían llegado a sus manos habían servido de nada.

–Tengo que concentrarme en mirar hacia delante y olvidar el pasado.

Jacob clavó la mirada en el suelo. Cuando alzó de nuevo la cabeza, parecía desgarrado.

–No estoy seguro de si puedo creerte.

–No importa –no le costaba perdonarle. Le estaba muy agradecida por el esfuerzo que estaba haciendo para intentarlo–. Comprendo lo difícil que es y no quiero presionarte. Si no quieres, no tenemos por qué volver a hablar de ello. Nosotros…

–Creo que ya es bastante por hoy –la interrumpió Riley–. Jacob, vamos. Tenemos trabajo.

Por la espalda de Phoenix corría el sudor provocado por la ansiedad, pero sonrió para que su hijo supiera que podía marcharse sin sentirse mal. No le culpaba por su confusión y, desde luego, lo último que quería era retenerle y causarle problemas con su padre. Desde el primer momento había sabido que ganarse a Jacob sería cuestión de tiempo.

Entrelazó las manos delante de ella y les siguió con la mirada mientras se subían a la camioneta. Acababa de tomar aire y estaba a punto de emprender su largo camino a casa cuando Jacob se volvió para despedirse de ella con la mano y supo que el recuerdo de su titubeante sonrisa la acompañaría durante el resto de su vida.