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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Susan Mallery, Inc.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Emocióname, n.º 133 - julio 2017

Título original: Thrill Me

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-041-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Carta de la autora

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Si te ha gustado este libro…

 

 

Como mamá de un perrito adorable y mimado, sé de la alegría que las mascotas pueden aportar a nuestras vidas. El bienestar de los animales es una causa que he apoyado durante mucho tiempo. En mi caso lo hago colaborando con Seattle Humane. En la gala Tuxes & Tails de 2014 ofrecí como premio «Tu mascota en una novela romántica».

 

En este libro conocerás a una beagle maravillosa llamada Sophie. Sus dueños fueron muy generosos en la subasta para conseguir que su adorable, lista y dulce mascota apareciera en este libro.

 

Una de las cosas que convierte el escribir en algo especial es interactuar de diferentes formas con la gente. Hay personas con las que hablo para obtener información. Otras son lectores que quieren hablar de los personajes y las tramas y otras, fabulosos adoptantes de mascotas. La mamá de Sophie fue muy generosa con su tiempo. Me envió un desternillante DVD y contribuyó a que su Sophie cobrara vida. Espero haberla hecho justicia en este libro.

 

Quiero dar las gracias a Sophie, a sus padres adoptantes y a toda esa gente maravillosa de Seattle Humane (SeattleHumane.Org). Porque toda mascota se merece una familia que la quiera.

 

Gracias especialmente a Dani Warner de Pixel Dust Productions por su ayuda en las cuestiones técnicas. Cualquier error que pueda aparecer en esta novela sobre la forma de hacer películas es culpa mía.

Capítulo 1

 

Maya Farlow se dijo a sí misma que tenía que haber una explicación para que la alcaldesa de Fool’s Gold tuviera la fotografía de un hombre desnudo en la pantalla de su ordenador. Por lo menos, esperaba que la hubiera. Siempre le había caído bien la alcaldesa Marsha y no quería descubrir nada desagradable sobre aquella mujer que era su nueva jefa.

La alcaldesa exhaló un hondo suspiro y señaló la pantalla.

–No te lo vas a creer –dijo, y presionó una tecla.

La fotografía se movió en cuanto se pusieron en funcionamiento el vídeo y el audio.

 

El concurso acaba el viernes a las doce del medio día. Envía tu respuesta a este número de teléfono.

 

Maya se quedó con la mirada clavada en el ordenador. Cuando la fotografía volvió a detenerse, estudió el número de teléfono que aparecía en la pantalla, la imagen de una septuagenaria en chándal y con el gesto congelado en el aire y la fotografía del trasero desnudo que tenía tras ella.

El trasero de un hombre desnudo, se corrigió Maya mentalmente sin estar muy segura de que el género importara más que la propia desnudez.

–Muy bien –dijo Maya lentamente, consciente de que se esperaba que dijera algo más.

Algo inteligente incluso. Pero la verdad era que no se le ocurría qué decir. ¿Qué sentido podía encontrarle al hecho de que una anciana en chándal hablara de traseros en un concurso? Por supuesto, aquella era una preocupación mucho más agradable que la de descubrir que la alcaldesa Marsha era una consumidora de pornografía.

La alcaldesa presionó un par de teclas en el ordenador y la imagen desapareció.

–Este es el problema que estamos teniendo con el programa que hacen Gladys y Eddie para la televisión local.

–¿Demasiados traseros desnudos? –preguntó Maya sin poder contenerse.

Plantear lo obvio nunca ayudaba, ¿pero qué otra cosa podía decir?

Marsha Tilson era la alcaldesa que más tiempo llevaba en el cargo en California. Y estaba igual que doce años atrás, cuando Maya era una adolescente nerviosa de dieciséis años que había ido a vivir al pequeño pueblo. Seguía vistiendo trajes de chaqueta de corte clásico adornados con collares de perlas y llevando su pelo blanco recogido en un cuidado moño. Cuando era adolescente, Maya no había sabido qué opinión formarse de la alcaldesa. En aquel momento, la consideraba una persona digna de admiración. Marsha gobernaba su pueblo con mano firme, pero justa. Y, lo que era más importante para ella, le había ofrecido un trabajo en el momento preciso en el que ella sabía que tenía que introducir algún cambio en su vida.

Y allí estaba, convertida en la flamante Directora de Comunicación de Fool’s Gold, California. Y, al parecer, aquella anciana del concurso de traseros era su problema.

–Eddie y Gladys siempre han sido muy originales –dijo la alcaldesa con un suspiro–. Admiro su capacidad para disfrutar de la vida.

–Y les interesan los jóvenes –musitó Maya.

–No te haces una idea. El programa que tienen en la televisión local es muy popular entre la gente del pueblo y los turistas, pero estamos recibiendo llamadas de teléfono y correos cuestionando algunos de sus contenidos.

–Y necesitas que las contenga.

–No estoy segura de que sea posible, pero sí. No queremos tener problemas con la Federal Communication Commision, la FCC. Conozco a dos de sus miembros y no quiero recibir ningún toque de atención por parte de amigos de las altas esferas, por decirlo de alguna manera –la alcaldesa se estremeció–. Ni tener que explicar qué está pasando en este pueblo.

Después de ver el vídeoclip del programa, Maya habría jurado que nada podría sorprenderla más que el hecho de que una mujer que se encaminaba hacia los ochenta años mostrara el trasero desnudo de un hombre en televisión e invitara a los telespectadores a imaginar a qué famosa celebridad local pertenecía. Pero, al parecer, se había equivocado. El que la alcaldesa conociera a un par de miembros de la FCC ganaba por goleada.

Por decirlo de alguna manera.

Tomó algunas notas en su tableta.

–De acuerdo. Hablaré con Eddie y con Gladys y les explicaré las restricciones y el código deontológico para los programas de televisión.

Sabía perfectamente cuáles eran los requisitos para un programa, pero tendría que echar un vistazo a lo que especificaba la normativa. Tenía la sensación de que aquellas dos no eran de las que se dejaban intimidar por lo que pudieran dictar las normas de ninguna comisión. De modo que tendría que abordar aquella conversación bien pertrechada.

–No te lo estamos poniendo fácil, ¿eh? –la alcaldesa le sonrió–. Este es solo tu segundo día. Espero que no te estés arrepintiendo de haber aceptado el trabajo.

–¡Qué va! –le aseguró–. Me encantan los desafíos.

–Entonces puedes considerarte una mujer afortunada –miró su agenda–. Lo próximo que tenemos que hacer es hablar de la nueva campaña de vídeos. El Consejo Municipal quiere abordarla desde dos perspectivas diferentes. Habrá una serie de vídeos sobre el lema del pueblo: «Fool’s Gold, un destino para el amor» y otra apoyando al turismo en general.

Ya habían hablado de aquella campaña en la entrevista de trabajo que había hecho Maya.

–Tengo muchas ideas para los dos –dijo con entusiasmo.

–Estupendo. Todavía estamos intentando averiguar nuevas maneras de utilizar los vídeos. Por supuesto, se subirán a la web. Pero también queremos utilizarlos para hacer anuncios en internet y en televisión.

Maya asintió mientras tecleaba en la tableta.

–En ese caso, ¿qué te parecen unos anuncios de unos treinta segundos y otros con material adicional de entre un minuto o dos de duración? Podríamos introducir mensajes diferentes en función del público al que vayan dirigidos.

–Los aspectos técnicos te los dejo a ti, Maya. Además, cualquier idea que pueda ayudar a aumentar la audiencia será bien recibida. El Consejo Municipal es un grupo muy dinámico, pero no sabemos gran cosa sobre tecnología. Me temo que eres tú la que tienes que lidiar con eso.

–Y estaré encantada de hacerlo.

Tenía muchos contactos, pensó. No conocía a nadie en la FCC, pero tenía amigos en el mundo de la publicidad que estarían encantados de participar en una tormenta de ideas. Sería fácil editar material que pudiera resultar atractivo desde diferentes perspectivas. Si se centraba en las actividades al aire libre, el pueblo tenía mucho que ofrecer a la ESPN y otras webs deportivas. Las propuestas de corte más familiar podían ofrecerlas en canales más tradicionales, con un público predominantemente femenino, e insertar enlaces en webs para mujeres y niños.

Aunque aquel trabajo no se parecía al que habitualmente hacía, estaba emocionada por las posibilidades que se abrían ante ella. Su trabajo anterior, en una emisora de televisión de Los Ángeles, había llegado a resultarle demasiado cómodo. Y sus intentos de ser contratada por una cadena de ámbito nacional habían fracasado, dejándola sin saber muy bien qué hacer. Así que aquella oferta de trabajo en Fool’s Gold había llegado en el momento oportuno.

–Vas a necesitar ayuda –le dijo la alcaldesa–. Es demasiado trabajo para una sola persona. Sobre todo si queremos que los vídeos estén terminados para el final del verano.

Maya asintió mostrando su acuerdo.

–El trabajo de edición preferiría hacerlo yo. Es todo un arte –y le resultaría difícil confiar en otra persona–. Pero me vendría bien que alguien me ayudara en la preproducción y durante los rodajes.

–Sí. Sí, y necesitamos un conductor para los vídeos. Es así como se dice, ¿verdad? ¿O un «comunicador» es una palabra mejor?

Maya sintió una pequeña punzada. En un mundo perfecto ella sería la presentadora de los vídeos. Pero la verdad era que la cámara no la quería. No podía decir que la maltratara, pero no la adoraba. Y en el mundo de la comunicación se necesitaba pasión. Lo que significaba que necesitaban a alguien que brillara en la pantalla.

–¿Alguien del pueblo? –preguntó, pensando en las celebridades deportivas de la zona.

Además, sabía que Jonny Blaze, una estrella del cine de acción, acababa de comprarse un rancho en las afueras del pueblo. Si conseguía que participara en los vídeos, daría el golpe.

–La verdad es que tengo a alguien en mente –contestó Marsha.

Como si hubiera estado esperando aquel momento, la asistente de la alcaldesa llamó a la puerta y entró.

–Ya está aquí. ¿Le hago pasar?

–Sí, por favor –contestó la alcaldesa.

Maya alzó la mirada. Tenía curiosidad por saber en quién había pensado la alcaldesa para realizar un trabajo tan importante. El pueblo se jugaba mucho en ello y para Marsha Fool’s Gold siempre era lo primero. Si él…

A lo mejor era una ilusión óptica, pensó Maya frenética mientras intentaba fijar la mirada. O un error. Porque aquel hombre alto de hombros anchos y aspecto un tanto desaliñado le resultó alarmantemente conocido.

Se fijó en aquel pelo rizado y demasiado largo, en la barba de tres días y en la enorme y vieja mochila que llevaba colgada al hombro. Parecía que acabara de bajar de una avioneta recién llegada de la selva amazónica. O de uno de sus sueños.

Delany Mitchell. Del.

El mismo Del al que le había entregado la virginidad y el corazón a los dieciocho años. El hombre que había prometido que siempre la querría. El mismo Del que quería casarse con ella.

El Del del que había huido porque era demasiado joven y estaba demasiado asustada como para arriesgarse a creer que alguien pudiera quererla.

Sus vaqueros estaban tan gastados que parecían tan suaves como la manta de un bebé. Llevaba una camisa blanca y ancha remangada hasta los codos. Era una combinación irresistible de seguridad en sí mismo y desaliño. Lo más en sex appeal.

¿Qué hacía de nuevo en el pueblo? ¿Y por qué no se había enterado de que estaba allí? ¿Sería demasiado tarde para salir corriendo?

La alcaldesa sonrió complacida y se levantó. Se acercó al recién llegado y le abrió los brazos. Del se abrazó a ella y le dio un beso en la mejilla.

–No has cambiado nada –dijo a modo de saludo.

–Y tú has cambiado muy poco. Ahora eres un hombre famoso y con éxito. Me alegro mucho de que hayas vuelto.

Maya se levantó sin estar muy segura de qué hacer o qué decir. ¿Cuando la alcaldesa decía «volver» se refería a «volver»? No, de ninguna manera. Se habría enterado. Elaine se lo habría advertido. Pero allí tenía la prueba viviente y atractiva de lo contrario, pensó.

Diez años después, Del continuaba siendo guapo. Más que guapo.

Se descubrió a sí misma luchando contra sentimientos del pasado, tanto física como emocionalmente. Le faltaba la respiración, se sentía ridícula, y se alegraba de que ninguno de ellos la estuviera mirando. Tardó varios segundos en recuperar el control.

Era muy joven entonces, pensó con tristeza. Estaba tan enamorada como asustada. Por desgracia, había ganado el miedo y había terminado con Del de la peor de las maneras. A lo mejor por fin tenía la oportunidad de disculparse y dar una explicación. Asumiendo, claro, que Del tuviera algún interés en que lo hiciera.

La alcaldesa dio un paso atrás y la señaló.

–Supongo que te acuerdas de Maya Farlow. Os conocíais, ¿verdad?

Del se volvió para mirarla. Su expresión fue toda una oda a una discreta curiosidad, nada más.

–Estuvimos saliendo juntos –dijo, restando importancia a una intensa y apasionada relación con su distante indiferencia–. Hola, Maya. Cuánto tiempo.

–Del. Me alegro de verte.

Había sonado bastante normal, se dijo a sí misma. Era imposible que Del pudiera imaginar que el corazón le latía a toda velocidad y que el estómago le había dado tantas vueltas que quizá no volviera a recuperar nunca su posición.

¿Sería posible que Del hubiera olvidado el pasado, o que de verdad lo hubiera dejado atrás? ¿Se habría convertido ella en una exnovia de la que ni siquiera se acordaba? Le parecía imposible, pero seguramente se equivocaba.

Estaba muy guapo, pensó, fijándose en lo que había cambiado y en aquello que todavía conservaba. Las facciones eran más afiladas, más duras. Su cuerpo más voluminoso. Había ganado peso. Había madurado. Su mirada translucía confianza. Se había enamorado de un hombre de veinte años y tenía ante ella su versión adulta.

Las piezas del puzle comenzaron a encajar. Su reunión y su conversación con la alcaldesa. De lo que se esperaba de ella como promotora del pueblo. De la necesidad de una persona conocida para presentar los vídeos.

Sus labios formaron la palabra «no» antes de que su cerebro diera la orden de pronunciar aquel sonido. Se volvió hacia la alcaldesa.

–¿Quieres que trabajemos juntos?

Marsha sonrió, se sentó en la mesa de la sala de reuniones y le hizo un gesto a Del para que él también se sentara.

–Sí. Del ha vuelto al pueblo hace un par de meses.

–Para pasar el resto del verano –se sentó en una silla que pareció quedársele pequeña. Su sonrisa era tan confiada como su postura–. Y tú me has convencido de que os ayude.

Los ojos azules de la alcaldesa brillaron con diversión.

–Habría hecho cualquier cosa para convencerte –admitió antes de volverse hacia Maya–. Del tiene experiencia con las cámaras. Él mismo ha hecho algunos vídeos.

Del se encogió de hombros.

–Nada especial, pero sé cómo utilizar una cámara.

–Y Maya también. Me gustaría que colaborarais los dos en el proyecto.

Maya se obligó a sí misma a respirar. Más tarde, cuando se quedara a solas, podría gritar o dedicarse a arrojar cosas. En aquel momento, tenía que conservar la calma y comportarse como una profesional. Tenía un trabajo nuevo y estaba muy interesada en conservarlo. Le encantaba vivir en Fool’s Gold y, desde que había vuelto al pueblo, estaba más contenta de lo que recordaba haber estado nunca. No quería que eso cambiara.

Podría manejar la vuelta de Del. Evidentemente, él había superado su relación en un cien por cien. Algo de lo que se alegraba. También ella la había superado. La había superado con creces. De hecho, casi no se acordaba de él. ¿«Del» qué?

–Será divertido –contestó con una sonrisa–. Vamos a fijar una reunión para comenzar a lanzar ideas sobre lo que vamos a hacer.

 

 

Estaba tranquila, pensó Del, observando a Maya desde el otro lado de la mesa de reuniones. Con una actitud profesional. Era muy amiga de su madre, de modo que Del había sabido de ella de tanto en tanto. Se había enterado de que había sido ascendida a productora de un canal de noticias en Los Ángeles y que había estado buscando trabajo en una cadena nacional. El regreso a Fool’s Gold había sido un giro inesperado en su carrera.

Tan inesperado como la llamada de Marsha invitándole a participar en un proyecto para dar publicidad al pueblo. Le había llamado quince minutos después de que hubiera decidido pasar el resto del verano en Fool’s Gold. Aquella mujer era increíble.

–¿Qué tal mañana? –preguntó Maya–. ¿Por qué no me llamas mañana por la mañana y fijamos un día y una hora?

–A mí me parece bien.

Maya le dio a Del el número del móvil.

En ese momento sonó el teléfono del escritorio de la alcaldesa.

–Perdonadme –se disculpó–. Tengo que atender esta llamada. Dejaré que vayáis trabajando vosotros en los detalles.

Se levantaron los tres. Del y Maya salieron al pasillo. Una vez allí, Del medio esperaba que Maya saliera disparada, pero ella le sorprendió deteniéndose.

–¿Cuándo estuviste en el pueblo por última vez?

–Hace un par de años, ¿y tú?

–Vine a ver a Zane y a Chase hace un par de meses y no he vuelto a marcharme.

Sus hermanos, pensó Del. Técnicamente, exhermanastros, pero sabía que eran la única familia que Maya tenía. Él había crecido en una familia bulliciosa, alocada y muy unida mientras que Maya solo había contado con una madre indiferente. Había tenido que abrirse camino sola en la vida. Algo que él había respetado, hasta que ese mismo rasgo se había vuelto contra él y había terminado dándole un buen bocado en el trasero.

–Estás muy lejos de Hollywood –señaló.

–Y tú estás muy lejos del Himalaya.

–Ninguno de los dos echó nunca raíces en Fool’s Gold.

–Pero los dos estamos aquí –sonrió–. Me alegro de verte, Del.

«Yo también».

Lo pensó, pero no lo dijo. Porque se sentía bien, maldita fuera. Y no quería sentirse así. Maya era una fuente de problemas. Por lo menos lo había sido para él. No iba a cometer el mismo error por segunda vez. Había confiado en ella con cada fibra de su ser y ella había despreciado su confianza. Lección aprendida.

Hizo un gesto con la cabeza y se colgó la mochila al hombro.

–Hablaré mañana contigo.

La sonrisa de Maya flaqueó un instante antes de asentarse de nuevo en sus labios.

–Sí, hasta mañana.

La observó marcharse. Cuando desapareció de su vista, pensó en ir tras ella. Pero no tenía nada que decirle. Su última conversación, que había tenido lugar diez años atrás, le había dejado todo muy claro.

Se dijo a sí mismo que el pasado había que dejarlo donde estaba. Que había seguido adelante y la había olvidado. Él había seguido su camino y ella el suyo. Y todo había sido para mejor.

Salió del ayuntamiento y se dirigió hacia el lago. El pueblo continuaba como siempre, pensó mientras miraba a su alrededor y contemplaba la plácida convivencia de turistas y residentes. Los trabajadores del Ayuntamiento estaban quitando los carteles del Día del Perro que se había celebrado durante la Fiesta del Verano y colgando los que anunciaban la celebración de la Feria Máa-zib. Un año atrás estaban haciendo lo mismo. Y también el año anterior a aquel. Aunque habían abierto algunos negocios nuevos, la verdad era que el centro del pueblo apenas había cambiado.

Brew-haha podía ser un nuevo establecimiento en el que tomar el café, pero sabía que en cuanto entrara dentro le saludarían y, posiblemente, por su nombre. Y que habría un tablón en el que se anunciaría cualquier cosa, desde ofertas para pasear a los perros hasta los próximos consejos municipales. Y que, aunque algunos de sus amigos del instituto había abandonado el pueblo, la mayor parte continuaba viviendo allí. Casi todas las chicas a las que había besado en el instituto seguían en Fool’s Gold. Casi todas ellas casadas. Aquel era su hogar y el lugar al que sentían que pertenecían. Sus hijos crecerían allí e irían a la misma escuela y al mismo instituto que ellas. Jugarían en Pyrite Park y asistirían a las mismas fiestas. Allí la vida tenía su propio ritmo.

En otra época, Del también creía que él formaría parte de todo aquello. Que permanecería en el pueblo y se ocuparía del negocio familiar. Que encontraría a la mujer de su vida, se enamoraría y…

Pero eso había sido hacía mucho tiempo, se dijo a sí mismo. Cuando también él era un niño. Apenas podía recordar cómo era entonces. Antes de irse. Cuando sus sueños eran sencillos y sabía que iba a pasar el resto de su vida junto a Maya.

Se permitió pensar en ella durante un segundo. En cómo había sido su amor. En aquel entonces habría dicho que estaban enamorados, pero Maya le había demostrado lo equivocado que estaba. Se había alejado de Fool’s Gold por ella. Por ella, había podido marcharse y regresar a casa como un héroe.

Esperó una oleada de orgullo. Pero no la sintió. Quizá porque durante los últimos dos meses había comenzado a darse cuenta de que tenía que encontrar un nuevo rumbo para su vida. Desde que había vendido su empresa, estaba inquieto. Por supuesto, había recibido ofertas, pero ninguna que le interesara. Así que había vuelto allí donde todo había comenzado. Para ver a su familia. Para celebrar los sesenta años de su padre. Para averiguar a dónde ir.

Por segunda vez en unos minutos, volvió a pensar en Maya. En que no había nada más bello que aquellos ojos verdes cuando le sonreía. En cómo…

Del vaciló durante un nanosegundo antes de cruzar la calle y borrar aquel recuerdo como si nunca hubiera existido. Maya era el pasado. Él estaba mirando hacia el futuro. La alcaldesa quería que trabajaran juntos y le parecía estupendo. Le gustaban los desafíos. Y después se marcharía. Era lo que hacía últimamente. Marcharse. Tal y como Maya le había enseñado.

 

 

Aunque los Mitchell no podían presumir de ser una de las familias fundadoras de Fool’s Gold, solo les separaba una generación de aquella distinción. Llevaban en el pueblo más tiempo que la mayoría y tenían una interesante historia familiar que así lo demostraba.

Maya había conocido a Elaine Mitchell unos diez años atrás, cuando se había presentado a una oferta de trabajo a tiempo parcial en Mitchell Fool’s Gold Tours. Aquella mujer tan simpática y sociable le había prometido un salario justo y turnos flexibles. Como Maya necesitaba ahorrar hasta el último céntimo para poder ir a la universidad, estaba emocionada con aquel trabajo. No iba a recibir ninguna ayuda por parte de su familia, de modo que tenía que arreglárselas sola para conseguir becas, préstamos y ayudas para el estudio y financiar el resto con todo lo que pudiera ahorrar.

Aquel fatídico verano habían tenido lugar dos acontecimientos inesperados: Maya había conocido y se había enamorado de Del, el hijo mayor de Elaine. Pero también se había hecho amiga de la matriarca de la familia. Elaine estaba casada con Ceallach Mitchell, un famoso artista del vidrio, y era la madre de cinco hijos. Había nacido y crecido en Fool’s Gold. Su vida era un maravilloso caos determinado por su numerosa y feliz familia.

Maya era la hija única de una bailarina exótica que se había casado por dinero y había sufrido las consecuencias. Y, aunque lo había sentido mucho por su madre, a Maya le había encantado poder vivir en Fool’s Gold y ser una adolescente normal por primera vez en su vida.

A primera vista, Elaine y ella tenían muy poco en común, pensó mientras salía del ayuntamiento a toda velocidad y se dirigía a su coche. Pertenecían a mundos muy distintos. Pero, aun así, siempre parecían tener algo de lo que hablar y, a pesar de cómo había terminado su relación con Del, Elaine y ella habían seguido en contacto.

Maya se montó en el coche y condujo los diez kilómetros que la separaban de la casa de la familia Mitchell. Estaba en una finca de varias hectáreas, separada del pueblo. Ceallach necesitaba tranquilidad para desarrollar su creatividad y mucho espacio para sus enormes instalaciones de cristal.

Así que la familia vivía fuera del pueblo y los cinco hermanos habían crecido junto a la montaña, corriendo por una tierra agreste y haciendo cuanto hacían los niños cuando vivían en el campo sin una férrea supervisión.

Maya pensó en todas las historias que Del le había contado cuando estaban juntos. Y en lo que Elaine había compartido con ella en sus frecuentes correos. Sabía que su amiga echaba de menos tener a sus cinco hijos en casa. Del y los mellizos se habían ido a vivir fuera y, aunque Nick y Aidan continuaban en el pueblo, ninguno vivía en la casa familiar.

Giró a la izquierda y recorrió el largo camino de la entrada. Cuando por fin llegó a la casa, descubrió aliviada que estaba allí aparcado el todoterreno de Elaine.

Apenas había comenzado a subir las escaleras del porche cuando la puerta se abrió y Elaine salió sonriente.

–Qué sorpresa tan inesperada. ¿Qué ha pasado?

Del tenía los ojos de su madre. Lo demás… su altura, su complexión, eran de su padre. Pero aquellos ojos castaños eran de Elaine.

–¿No lo sabías? –preguntó Maya mientras subía–. Del ha vuelto.

La expresión de sorpresa de su amiga fue la confirmación de lo que Maya esperaba. Su amiga no lo sabía. Muy propio de un hombre. ¿Por qué contarle a su madre que había vuelto al pueblo?

–¿Cuándo? –preguntó Elaine mientras la abrazaba. Señaló después hacia el interior–. Podría haberme llamado. Te juro que es el peor de todos.

Torció la boca mientras la conducía a la cocina calzada con unos deportivos que apenas hacían ruido sobre el suelo de madera.

–Y los mellizos –añadió–. Debería desheredarlos a los tres.

–O subir fotografías a internet de cuando eran pequeños –le propuso Maya mientras entraba en la cocina.

–Sí, eso estaría mejor –respondió Elaine mientras se acercaba a la nevera y sacaba una jarra de té frío–. Seguro que después tendría noticias de los tres. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde le has visto? ¿Qué te ha contado?

–No gran cosa. Estaba demasiado sorprendida como para hacer preguntas.

Maya ocupó su lugar habitual en la enorme mesa de la cocina. La lámpara estaba formada por cinco cuerpos, cada uno de ellos con todos los colores del arcoíris, que giraban y parecían moverse, aunque estuvieran completamente quietos. Maya había ganado mucho dinero como productora ejecutiva en Los Ángeles, pero, aun así, no podría haberse permitido una lámpara como aquella. Ni la impresionante pieza que había en un rincón del salón. El trabajo de Ceallach estaba presente en toda la casa. «Una de las ventajas de estar casada con un artista famoso», pensó, mientras aceptaba el vaso de té que Elaine le ofrecía. Su amiga ya estaba al tanto del nuevo trabajo de Maya como Directora de Comunicación de Fool’s Gold. Maya le habló de la reunión con la alcaldesa y de los planes que tenían para los vídeos.

–Acordamos que habría un conductor en los vídeos –continuó Maya–. Alguien que diera una buena imagen en la pantalla.

–Ya sé cómo va a acabar esto –Elaine le dirigió una mirada compasiva–. ¿Y por qué no tú?

–Eres muy amable al fingir que tenía alguna oportunidad. Pero lo de estar delante de la cámara… –Maya arrugó la nariz–. En cualquier caso, al principio he pensado que quería planteárselo a alguno de los deportistas que viven en el pueblo. ¿Por qué no? O, quizá, a Jonny Blaze.

–Demasiado joven para mí, pero sigue siendo muy sexy.

Maya sonrió de oreja a oreja.

–Estoy de acuerdo con lo segundo, pero no con lo primero.

Elaine soltó una carcajada.

–Por eso somos amigas. ¿Entonces no es el señor Blaze?

–No. Y, como si hubiera estado esperando en la puerta, de pronto ha entrado Del. No me lo podía creer.

Elaine sacó el teléfono móvil del bolsillo de los vaqueros y miró la pantalla.

–Yo tampoco. Me pregunto cuánto tiempo llevará en el pueblo. No me ha escrito para decirme que piensa quedarse aquí, así que supongo que eso significa que dormirá en cualquier otra parte –torció el gesto–. Por lo visto no he hecho un buen trabajo con mis hijos.

–No digas eso. Eres una madre maravillosa.

Y Maya lo sabía mejor que nadie. Su madre había sido lo peor de lo peor, de modo que tenía un punto de referencia. Mientras su madre estaba ocupada asegurándose de que Maya comprendiera que ella era la razón de todas y cada una de sus desdichas, Elaine había criado a unos hijos queridos y felices.

–Además, ¿no se supone que el sentido de educar a unos hijos es conseguir que, estén donde estén, hagan su contribución al mundo? –preguntó Maya con delicadeza–. Pues tú lo has hecho cinco veces.

Antes de que su amiga pudiera contestar, la perrita que estaba en la puerta se movió. Maya vio una nariz oscura seguida de una alegre mancha de colores cuando Sophie, la beagle de Elaine, entró corriendo en la cocina.

Sophie era una cosita preciosa de ojos brillantes. Sus manchas marrones y negras eran las típicas de un beagle, pero su personalidad era pura Sophie. Vivía con entusiasmo, volcando todas sus energías en cualquier cosa que le llamara la atención. Justo en aquel momento le estaba dando a Elaine un par de besos a toda velocidad antes de prepararse para saludar a Maya. En cuestión de minutos, era probable que hubiera encontrado la manera de abrir la nevera y devorar cualquier cosa que hubiera preparada para la cena.

–Hola, guapa –la saludó Maya, bajando al suelo y ofreciéndole sus brazos.

Sophie corrió hacia ella, con su delicado hocico de cachorro formando una O perfecta mientras aullaba su saludo. Saltó después en el regazo de Maya para arrebujarse apropiadamente. Movía las patas a toda velocidad mientras daba sus mejores besos y se contoneaba en busca de caricias.

–Tienes los ojos más bonitos del mundo –le dijo Maya, admirando su borde marrón oscuro. Le frotó después las orejas al animal–. Debe de ser maravilloso disfrutar de una belleza tan natural.

–A diferencia del resto de nosotras –musitó Elaine–. Te juro que hay mañanas en las que hace falta un esfuerzo ímprobo para estar bien.

–Dímelo a mí.

Maya acarició a Sophie por última vez y volvió a su silla. Sophie rodeó la cocina, olfateando el suelo, antes de instalarse en la colchoneta que tenía al lado de la chimenea.

Maya miró a su amiga. Se fijó en las ojeras que tenía bajo los ojos y en su aspecto… en su aspecto cansado, quizá.

–¿Estás bien?

Elaine se tensó.

–¿Qué? Sí, estoy bien. Un poco dolida porque Del no me ha dicho que venía. Me comentó en un correo que estaba pensando en venir, pero no me confirmó sus planes.

–A lo mejor quería darte una sorpresa.

–Sí, seguro.

Maya decidió que quizá fuera mejor cambiar de tema.

–¿Cómo va la preparación de la gran fiesta de Ceallach?

–Ceallach todavía no ha decidido si quiere un fiestón o una pequeña fiesta familiar para su cumpleaños. A este paso, voy a tener que encerrarle en el armario hasta que tome una decisión.

Maya sonrió. Las palabras de Elaine podían parecer duras, pero tras ellas se escondían toneladas de tiempo y amor. Los padres de Del llevaban juntos treinta y cinco años. Se habían casado por amor cuando Elaine y Ceallach tenían poco más de veinte. El camino había sido accidentado. Maya sabía de la antigua afición de Ceallach a la bebida y de su temperamento artístico. Pero Elaine le amaba y había sacado adelante a cinco hijos.

Por un instante, se preguntó cómo sería una vida como la de su amiga. Estar casada con alguien durante tanto tiempo que resultara difícil recordar otra vida. Saber el lugar que ocupabas en una larga línea familiar arraigada en el pasado que se proyectaría hacia el futuro. Ser una de muchos.

Ella jamás había conocido algo así. Cuando era pequeña, solo estaban su madre y ella. Y su madre había dejado siempre claro que tener que cargar con una niña había sido peor que tener un grano en el trasero.

Capítulo 2

 

Maya había albergado la esperanza de que estar con su amiga la ayudara a alejar a Del de su mente. Pero se había equivocado. La noche había sido una desagradable experiencia en la que había pasado más tiempo despierta que dormida. Y cuando por fin había conseguido conciliar el sueño, había soñado con Del. No con el Del con barba de tres días del día anterior, sino con el joven de veintiún años que le había robado el corazón.

Se despertó agotada y con la resaca de los recuerdos. Era curioso que hubiera sido capaz de olvidarle hasta que había vuelto a verle. Pero, tras su regreso, se sentía atrapada en aquella brecha entre el pasado y el presente que acababa de abrirse en el continuo espacio temporal.

O quizá se estuviera enfrentando a una cuestión no resuelta, pensó mientras se metía en la ducha. Porque, por mucho que le hubiera gustado pensar que el universo giraba a su alrededor, lo cierto era que no era así.

Media hora después, estaba más o menos presentable. Sabía que lo único que la ayudaría a sobrevivir a aquel día serían litros y litros de café. De modo que abandonó la diminuta casa en la que vivía de alquiler, no sin antes detenerse a regar las flores que acababa de plantar, y se dirigió hacia el Brew-haha.

Fool’s Gold había crecido durante los diez años que había estado fuera. Al haber trabajado como guía turística cuando estaba en el instituto, conocía bien el pueblo y su historia. Y tenía la sensación de que el calendario de festividades que había memorizado en su época de guía continuaba en su cerebro. Probablemente junto a la letra del Since U Been Gone de Kelly Clarkson.

Sonrió al pensar en ello y, tarareando aquella canción, entró en el Brew-haha.

La cafetería tenía una decoración sencilla, de colores intensos, y disponía de mucho sitio para sentarse. Había un enorme mostrador en la parte principal con una tentadora exhibición de dulces hipercalóricos y un hombre de hombros anchos delante de una fila de seis personas.

Maya se quedó helada, medio fuera medio dentro del bar. ¿Qué iba a hacer? Sabía que en algún momento tendría que enfrentarse a él. Gracias a la alcaldesa Marsha, tendrían que trabajar juntos. Pero no había imaginado que tendría que tratar con Del antes del primer café de la mañana.

Aquel era uno de los aspectos negativos del que, por todo lo demás, era un pueblo adorable, pensó tragándose sus dudas y poniéndose a la cola.

Del terminó de pedir e hizo un comentario que hizo reír a la cajera. Después, se apartó para esperar a que le sirvieran y comenzó a hablar con la camarera.

¿Siempre habría sido tan sociable?, se preguntó Maya mientras le observaba, intentando fingir que no le estaba prestando atención en absoluto. Una estrategia que la obligó a esforzarse en mantenerse vigilante, a pesar de que todavía estaba medio dormida.

La cola avanzó. Algunos clientes se detuvieron para hablar con Del, le saludaban e intercambiaban algunas palabras con él. Sin lugar a dudas, para ponerse al día de todo lo ocurrido. Del había crecido allí. Conocía a mucha gente.

Llegaban hasta ella algunas palabras de la conversación. Oyó algo sobre el surfeo aéreo y el negocio que había vendido. Porque cuando Del había dejado el pueblo, no solo había comenzado a practicar un nuevo deporte de alto riesgo, sino que había diseñado una tabla, había montado una empresa y la había vendido por una enorme cantidad de dinero. Era impresionante. Y un poquito irritante también.

Y no porque ella no quisiera que las cosas le fueran bien. Pero, a lo mejor, no hacía falta que fuera tan atractivo y tuviera tanto éxito. ¿Sería mucho pedir una cicatriz que le desfigurara la cara? ¿Algo que igualara las fuerzas?

Pero no. Con aquella barba de tres días y su fácil sonrisa continuaba siendo una atractiva estrella del cine. Pero no tenía por qué extrañarle. Había visto muchos vídeos de él y era impresionante. La cámara le adoraba y eso significaba que el público también.

Maya llegó al mostrador y pidió el café con leche más grande que tuvieran. Pensó en pedir un café exprés doble, pero sabía que iba a tener que volver más adelante. Era mejor distribuir la cafeína a lo largo del día.

Se hizo a un lado para esperar el café. Del continuaba hablando con un par de personas. Esperaba que terminara la conversación y se marchara. Pero, en cambio, se acercó a ella.

–Buenos días –le saludó ella.

Los restos de somnolencia se desvanecieron mientras un antiguo cosquilleo comenzaba a revivir en las puntas de sus pies y ascendía hasta su cabeza. El terror reemplazó a la inquietud.

¡No, no, no! No podía sentir cosquilleo de ningún tipo. No y no. De ningún modo. Ella no. Se negaba a sentirse atraída por Delany Mitchell después de diez años y miles de kilómetros de distancia. Lo de los kilómetros era metafórico para ella y literal para él. Habían terminado. Habían seguido con sus vidas. De acuerdo, técnicamente, ella le había abandonado de una forma inmadura y cruel, pero, a pesar de sus defectos, los dos lo habían superado hasta convertir aquella relación en un fósil del pasado.

La culpa era del agotamiento, se dijo desesperada. Aquel cosquilleo era resultado del cansancio. Y quizá del hambre. Probablemente se desmayaría y después ya todo iría bien.

–Buenos días –contestó Del enfrente de ella–. Me has delatado delante de mi madre.

Aquellas palabras tenían tan poco que ver con lo que estaba pensando que Maya tuvo problemas para entenderlas. Cuando la bruma mental se aclaró, fue capaz de volver a respirar.

–¿Te refieres a que ayer le dije que estabas en el pueblo?

–Sí. Podías haber esperado a que me pusiera en contacto con ella.

Maya sonrió.

–No me dijiste que fuera ningún secreto. Pasé por casa de una amiga y le conté que habías vuelto. Se quedó muy sorprendida.

–Esa es una forma de decirlo. Me echó una buena bronca.

La camarera le entregó a Maya su café. Esta lo tomó y comenzó a dirigirse hacia la puerta.

–Si esperas que me sienta culpable, te aseguro que eso no va a ocurrir. ¿Cómo es posible que no te hayas tomado la molestia de decirle que estás en el pueblo? Esta vez yo no soy la mala de la película.

Del avanzó un paso hacia ella.

–Quería que fuera una sorpresa.

–¿Así es como se llama ahora?

Del le abrió la puerta de la cafetería. Cuando estuvieron en la acera, señaló hacia la izquierda y ella comenzó a caminar junto a él. Porque… ¿por qué no?

–¿Estás insinuando que debería haberle dicho que pensaba pasar en el pueblo el resto del verano?

–Como amiga de tu madre la respuesta es sí, deberías haberle dicho que ibas a venir. O que habías llegado. Y si no querías que yo se lo dijera, deberías habérmelo advertido. Si te ha regañado, la culpa es tuya. No acepto ninguna responsabilidad sobre ese tema.

Del la sorprendió echándose a reír.

–Siempre has sido una mujer asertiva.

En el pasado, era simple fanfarronería. Pero le gustaba pensar que la vida le había dado un poco más de experiencia, incluso de sustancia, para respaldar aquella asertividad.

Llegaron al lago. Del giró entonces hacia el camino que conducía hacia las cabañas de alquiler que estaban en el extremo más alejado. Maya continuó caminando con él. El día era soleado y prometía ser también caluroso. Agosto solía ser el mes más caluroso del verano en Fool’s Gold. En las montañas, el otoño no tardaba en llegar, pero no sucedía lo mismo en el pueblo.

A lo largo de la orilla del lago Ciara, al sur de la posada Golden Bear, había un grupo de cabañas, viviendas que iban desde pequeños estudios a casas de tres dormitorios. Cada una de las cabañas tenía un porche desde el que poder disfrutar de las vistas del lago. La urbanización contaba con una zona de juego para niños, una barbacoa comunitaria y un fácil acceso a pie hasta el pueblo.

Del la condujo hasta una de las cabañas más pequeñas. Tenía un porche sorprendentemente grande en el que había espacio más que suficiente para sentarse.

–¿No has alquilado una suite en el Ronan’s Lodge? –le preguntó Maya mientras se sentaba en la silla que le ofrecía.

Él se sentó a su lado.

–Ya tengo que ir a bastantes hoteles cuando viajo. Esto es mucho mejor.

–Pero no tienes servicio de habitaciones.

Del la miró y arqueó una ceja.

–¿Crees que no sé cocinar?

Habían pasado diez años desde la última vez que se habían visto, pensó Maya.

–Supongo que no sé mucho sobre ti.

Había faltado un «ya». No lo había dicho, pero lo había pensado. Porque en otro tiempo lo sabía todo sobre él. No solo conocía sus esperanzas y sus sueños, sino también cómo reía, cómo besaba y cómo sabía.

El primer amor siempre era intenso. Pero el suyo había sido intenso y mucho más. Con Del, por fin se había permitido albergar la esperanza de que quizá no tuviera que terminar sola. De que quizá, solo quizá, fuera posible creer que tendría a alguien a su lado. Que cuidara de ella. A quien le importara.

–Para empezar, sé cocinar –dijo Del, haciéndola volver al presente–. Hubo una cancelación en el último momento y así pude conseguir la cabaña.

Había un par de niños jugando cerca del agua. Su madre les observaba sentada en una manta en la hierba.

–Van a empezar a hacer ruido.

–No me importa. Me gusta tener niños cerca. Ellos no saben quién soy y, si lo saben, les importa muy poco.

Pero a otra gente sí podía importarle, pensó Maya, preguntándose hasta qué punto le resultaría difícil la fama.

Del se había forjado un nombre en el circuito de los deportes extremos. Del descenso de montaña en tabla de nieve había pasado al surfeo aéreo. Se había convertido en el rostro de un deporte cada vez más popular y la prensa le había perseguido intentando averiguar qué interés podía tener alguien en saltar de un avión con una tabla atada a los pies y dedicarse a dar vueltas y giros durante el descenso.

Tras unos cuantos años siendo el niño mimado de los medios de comunicación, Del había hecho un nuevo cambio de vida, diseñando una tabla mejor y montando la empresa que las construía. Aquel movimiento le había hecho todavía más mediático, por lo menos en el mundo de los negocios, y se había convertido en un invitado popular en muchos programas de economía. Cuando había vendido la empresa y había abandonado aquel mundo con dinero, pero sin anunciar un destino claro, se había convertido en una especie de leyenda. En un temerario que estaba dispuesto a vivir la vida a su manera.

Ella también había deseado aquello en otra época. No el peligro, pero sí el hacerse famosa. Aquella habría sido una de las ventajas de estar delante de la cámara. Para Maya lo importante no habría sido el dinero o la posibilidad de conseguir una reserva en un restaurante de moda, sino la sensación de pertenencia. De saber que otros se preocupaban por ella, de saberse, en cierto modo, una persona valorada.

El tiempo y la madurez la habían ayudado a comprender la falacia de aquel argumento, pero el vacío y la necesidad de reconocimiento nunca la habían abandonado por completo. Pero como aquel sueño había terminado, tendría que encontrar otro que le permitiera hacer las paces con el pasado.

–¿En qué estás pensando? –le preguntó Del.

Maya sacudió la cabeza.

–En nada. Me estaba poniendo demasiado filosófica para ser tan temprano –bebió un sorbo de café–. Así que has vuelto para pasar aquí el resto del verano y para ayudarnos con los vídeos de promoción. Quiero que sepas que te lo agradezco.

Del le dirigió una mirada que insinuaba que no se lo creía.

–De verdad –repitió–. Serás un gran promotor.

–Si tú lo dices.

–Yo lo digo.

–Yo he vuelto porque mi padre va a cumplir sesenta años y hacía tiempo que no veía a mi familia. ¿Y tú qué estás haciendo por aquí?

Una pregunta directa. Que decidió contestar directamente.

–Estaba cansada de lo que estaba haciendo. Hice mi tercer y último intento de trabajar en una cadena nacional –tomó aire–. La verdad es que no doy bien delante de las cámaras. Sobre el papel, debería ser perfecta. Soy lo suficientemente atractiva, cálida e inteligente, pero el caso es que no funciona. Tenía la opción de volver a dedicarme a los informativos, pero no conseguía motivarme. Vine a visitar a mis hermanastros y, mientras estaba aquí, la alcaldesa me ofreció el trabajo y lo acepté.