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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Debbie Quattrone

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Placeres ocultos, n.º 5465 - enero 2017

Título original: Whose Line Is It Anyway?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8775-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Quién iba a querer ponerse esa liga vieja y andrajosa?

Taylor Madison miró a la menuda mujer de pelo rojo y vestido verde que estaba hablando.

—Se supone que tiene que ser algo prestado, pero no algo del año de Maricastaña —se quejó.

—¿Y tú te crees que el cuerpo de cuero que tú querías que se pusiera hubiera sido mejor? —le contestó una rubia—. Venga ya, Mona. Estás enfadada porque la idea del tatuaje temporal se me ha ocurrido a mí.

Taylor se masajeó las sienes.

El vuelo de Boston a Las Vegas había tardado tres horas más de lo normal y por eso había estado a punto de no llegar a la boda de Abby y de Max.

No se quería ni imaginar qué hubiera pasado entonces. Aquellas damas de honor, por llamarlas de alguna manera, se la hubieran comido viva.

Las buenas señoras habían escogido unos modelitos, incluido el suyo, que eran de infarto. Más bien, parecían disfraces de Halloween.

Taylor se apretó entre las dos para mirarse en el espejo. El cuarto donde se estaban cambiando en la iglesia no era muy grande y la seis estaban bastante apretadas. Para colmo, aquellas dos no dejaban de discutir.

Taylor se preguntó si su amigo Max sabía lo que hacía casándose y quedándose a vivir en Bingo. Al fin y al cabo, sólo hacía tres meses que conocía a Abby y aquella ciudad estaba llena de chiflados.

—Venga, chicas, no le vamos a estropear la boda a Abigail, ¿verdad? —intervino Rosie atusándose su precioso pelo blanco.

Desde luego, era la más normal del trío del Swinging R Ranch. Por lo menos, a pesar de que se había dibujado un lunar en el pómulo, se comportaba como una mujer de su edad.

Abby estaba ante el espejo, poniéndose bien el velo. Se giró y sonrió a Taylor.

—¿Seguro que quieres mirar?

—¿Perdón? —contestó Taylor.

Abby observó el vestido de gasa color melocotón que llevaba. Era demasiado corto y tenía un escote que le llegaba casi al ombligo. ¡Como para agarrarse una neumonía!

Si los compañeros del bufete de Boston la vieran… Taylor sintió un escalofrío al imaginárselo. Tenía veintinueve años y estaba a punto de convertirse en la socia más joven de la firma. Siempre y cuando jugara bien sus cartas, claro.

—Max me dijo que preferías los trajes de Armani. Espero que te haya dicho que yo no he tenido nada que ver en la elección de tu vestido —le dijo Abby—. Como hemos tenido que hacer mil cosas, le dejé eso a Mona y a Candy —añadió con un suspiro—. No sabes lo que me ha costado que me dejaran ponerme éste —concluyó mirándose en el espejo.

Taylor se fijó en su vestido de novia. No estaba mal, pero, desde luego, era demasiado ceñido y tenía demasiado escote para una iglesia.

Se fijó en la rosa morada que llevaba en el pecho y entendió lo que la otra mujer había querido decir con lo del tatuaje temporal. ¡Al menos, Taylor esperaba que fuera temporal!

Por una parte, estaba bien que la familia de Max no fuera a ir a la boda.

Abby volvió a suspirar.

—Candy me ha prometido que se me irá en dos días.

—Es… diferente —apuntó Taylor—. Te favorece.

Abby se rió.

—Hablas con mucha diplomacia, como una verdadera abogada.

Taylor frunció el ceño.

—Qué horror, ¿no? —bromeó.

—No, te lo he dicho en plan bien —contestó Abby—. Según Max, tu valía como abogada sólo se ve superada por tu lealtad a tus amigos. Desde luego, viendo que estás dispuesta a ponerte ese vestido, no puedo sino estar de acuerdo.

—Sí, pero te advierto que, como me rompa la crisma con estos tacones tan altos, se acabó la amistad —sonrió Taylor.

—Deberías haberte negado a ponértelos —comentó Abby observando los zapatos.

—No sabía que podía hacerlo —contestó Taylor—. Mona me llamó a Boston, le di mis tallas y no me preocupe de mucho más. Lo cierto es que ya es bastante que todo me esté bien.

—Estás siendo muy comprensiva —sonrió Abby—. Según Max, cuando vieras el vestido, te iba a dar un ataque.

—Recuérdame que le dé las gracias por dejarme tan bien.

Aunque nunca había habido nada entre ellos, Max era su mejor amigo y Taylor no puedo evitar preguntarse qué más cosas le habría contado a su futura esposa sobre ella.

Su relación era como un matrimonio, pero sin las complicaciones ni el farragoso aspecto sexual. Se conocían perfectamente y se lo contaban todo. Ahora, Max se lo contaría a su mujer.

—Cuando las chicas me dijeron que les encantaría ocuparse de organizar la boda, no tuve corazón para decirles que no —le explicó Abby mirándose de nuevo al espejo—. En Bingo no pasan muchas cosas, ¿sabes?, y una boda es un acontecimiento.

—Pero es tu boda, un día muy especial en tu vida…

—¿Y tú? ¿Piensas casarte? —le preguntó Abby de repente.

Taylor negó con la cabeza.

—Por ahora, estoy casada con mi trabajo. No me corre prisa casarme con un hombre.

—Para serte sincera, a mí me pasaba lo mismo, pero entonces apareció Max —le dijo Abby radiante.

Taylor sintió una extraña opresión en el pecho.

—Max es un buen hombre. Estoy muy contenta por los dos —le dijo estrechándole la mano—. Y tú eres perfecta para él —añadió sinceramente.

El hecho de que Abby hubiera dejado que aquellas tres mujeres tan peculiares le hubieran organizado la boda decía mucho en su favor.

Le recordó a ella mucho tiempo atrás, cuando decía que no tenía hambre para que su hermano pequeño pudiera cenar. Había recorrido mucho camino desde entonces.

—Gracias —contestó Abby—. Y yo me alegro de que hayas venido. Para Max era muy importante tu asistencia —sonrió—. Ahora, volvamos a esos zapatos. Si quieres, los puedes cambiar. Clint, por ejemplo, se ha negado a llevar los de cuero blanco que Candy había pensado para él. No sé qué se habrá puesto al final.

—¿Va a venir a la boda? —preguntó Taylor.

—Sí —contestó Abby—. ¿Te acuerdas de él? Te lo presenté delante de la tienda de Edna.

Claro que se acordaba de él. Hacía tres meses, Max la había llamado para que fuera a verla para vender sus acciones. Taylor había ido a Bingo para ver si su amigo había perdido la cabeza y había terminado perdiéndola ella.

Había visto a aquel vaquero de pelo oscuro unos segundos, pero había sido suficiente para que se pasara el resto del día viéndolo por todas partes. Primero, en el aeropuerto de Las Vegas y luego, durante la escala en Dallas. Ridículo, desde luego…

Taylor se dio cuenta de que Abby estaba esperando una contestación.

—Eh, sí —dijo por fin—. No sabía que fuerais tan buenos amigos.

—Clint y yo nos criamos juntos. Cuando terminamos el colegio nos separamos, pero desde que ha vuelto a la ciudad, Max y yo hemos estado mucho con él. Ya verás, te va a caer bien porque es un buen tipo. Por cierto, es tu pareja.

—¿Mi pareja? —exclamó Taylor.

—Sí, para avanzar hasta el altar y esas cosas.

—Sí, sí, claro —masculló Taylor pensando que eso sólo duraría un par de minutos.

Podría con él.

—Max le ha pedido que te entretenga durante la celebración.

—Estupendo. ¿Le tengo que dar las gracias a Max por algo más? Dile al señor Southwick que no necesito un canguro que me cuide.

—Me temo que voy a estar un poco ocupada, así que lo vas a tener que hacer tú —contestó Abby.

Taylor se sonrojó.

—Sí, ya se lo diré yo.

Abby sonrió misteriosa.

—Yo que tú no me haría demasiadas ilusiones, ¿sabes? Cuando Max se lo pidió, Clint accedió encantado.

 

 

Hacía buen tiempo para estar en diciembre.

Clint se pasó un dedo entre el rígido cuello de la camisa y su piel y maldijo su suerte. La única vez en su vida que se tenía que disfrazar poniéndose un traje e iba a resultar que iba a ser el más caluroso en la historia de Bingo.

Si no hubiera sido la boda de Abby y de Max, no habría ido. Se habría pasado la tarde bebiendo cerveza bien fría frente al televisor.

Miró la hora cuando vio aparecer el viejo Cadillac de 1960 de Herb Hanson en el que llegaba el novio. Empezaba la cuenta atrás. Menos mal.

Max se bajó del coche. Le quedaba bien el esmoquin blanco, la verdad.

—¿Has visto a Taylor? —le preguntó.

—No —contestó Clint—. ¿Por qué?

—Porque su avión llegaba con retraso y el chico que mandé a buscarla al aeropuerto no la ha encontrado. Espero que haya conseguido llegar.

Vaya, qué mala suerte.

Clint quería volver a ver a aquella rubia y alta de ojos como el mar Caribe. Desde luego, era su tipo. Por lo menos, físicamente.

Max le había dicho que era ambiciosa y que estaba obsesionada por ser la mejor. En ese sentido, no se parecían en nada. Él había dejado atrás una vida parecida para instalarse en Bingo y estar más tranquilo.

—La iglesia está hasta arriba, pero estoy seguro de que andará por aquí —dijo Clint para tranquilizar a Max—. Si no fuera así, Mona estaría buscándola a gritos.

—Tienes razón —sonrió Max más relajado—. Taylor es una mujer de recursos. Se las habrá arreglado para llegar por sus propios medios.

Clint gruñó algo. Ése era el problema de las mujeres modernas, que ya no querían que los hombres corrieran en su ayuda. No era que no le gustaran las mujeres competentes e independientes, pero ese carácter le quitaba mucha gracia al cortejo.

Tampoco era que él tuviera intención de salir con nadie, la verdad, porque estaba ocupadísimo intentando volver a poner el rancho en marcha.

—¿Vas a entrar ya? —le preguntó a Max mirando el reloj—. Ya es casi la hora.

Max tomó aire.

—Vamos allá —contestó.

Herb los siguió al interior. Estaba tan nervioso como Max y tenía razones para ello. Por lo que Clint había oído, Estelle, la abuela de Abby, tenía serias intenciones de llevarlo al altar.

—Hazte bien el nudo de la corbata —le indicó Clint a Max.

—Gracias —contestó el novio.

Aquélla era la diferencia entre ellos. Max estaba como pez en el agua con un esmoquin mientras que Clint nunca se había acostumbrado a aquella vida de cenas de gala, a fiestas en las que sólo se hablaba de tonterías, a la pompa y las circunstancias de su otra vida.

—¿Y Zeke? —preguntó Max.

—Ya ha llegado —contestó Clint—. Debe de estar dentro.

Una vez dentro de la iglesia, Clint y los demás se quedaron en la parte de atrás esperando a las damas de honor a las que tenían que escoltar hasta el final de la alfombra.

Para su fastidio, se encontró buscando a Taylor. Mona y Candy estaban al otro lado discutiendo. Llevaban unos vestidos rosas muy extraños. A su lado, una radiante Estelle esperaba para acompañar a su nieta hasta el altar.

El organista comenzó a tocar la marcha nupcial y se abrió la puerta trasera. Por ella salió Taylor, alta y delgada. Las luces de la iglesia se reflejaban en su pelo rubio claro y hacían que pareciera que llevaba una aureola.

Pero no había nada de angelical en su expresión. Ni siquiera sonrió cuando el fotógrafo saltó ante ella y le tomó una foto. Ella se limitó a mirarlo como si quisiera llevarlo a Las Vegas a patadas.

En ese momento, Mona y Candy dejaron de discutir y abrieron paso y Clint la pudo ver entera. ¿Qué era aquello que llevaba? Sí, era un vestido… o casi. Era tan corto que dejaba al descubierto sus piernas al completo. ¡Y qué piernas!

Le tendrían que haber advertido de lo guapa que era. Clint pensó que su corazón no estaba en forma como para aguantar aquello.

Intentó concentrarse en la música y en la señal que le tenían que hacer para empezar a avanzar por el pasillo, pero fue imposible. El escote de Taylor era mucho más atrayente.

Cuando toda la iglesia giró la cabeza y el organista comenzó a tocar de nuevo, Clint comprendió que había llegado el momento.

Zeke abrió la marcha llevando a Candy del brazo. Los siguieron Mona y Herb y, por último, Taylor y él.

Su aroma lo embriagó y no pudo evitar mirarla, pero no lo hizo a los ojos sino al escote.

—No se ponga demasiado contento. Es un WonderBra —sonrió ella muy seria.

Clint se recuperó del comentario y comenzó a andar. Taylor llevaba unos tacones tan altos que parecía casi de la misma altura que él. Clint la miró de reojo y quedó embelesado con la blancura de su piel y con los rasgos de su rostro, de una belleza que rayaba en la perfección.

Cuando llegaron al altar, Taylor se apresuró a soltarse de su brazo y ocupar su lugar enfrente.

Abby y Estelle ya avanzaban por el pasillo y Max tenía una sonrisa más grande que el Gran Cañón. Al darse cuenta, Clint sintió una extraña ansiedad en el pecho.

Aquel sentimiento no tenía nada que ver con Abby, que era como una hermana para él. ¿No sería que se estaba haciendo viejo? Sólo tenía treinta y tres años, así que nadie lo consideraría así, pero lo cierto era que su casa cada vez se le hacía más grande y le parecía más vacía.

Echaba de menos la risa de su madre y las payasadas de su hermano, aunque se alegraba por ambos pues los dos habían encontrado la felicidad. Su madre en una casa de reposo en Florida y su hermano en una empresa en Los Ángeles.

Ahora, el rancho dependía de él y tenía que conseguir que funcionara para poder pagar lo que quedaba de la hipoteca. Aunque aquella vida no tenía mucho que ver con su carrera en la Marina, había decidido que la prefería pues Bingo se le antojaba un lugar perfecto para vivir en paz y tener una familia.

Sólo le quedaba lo de la familia.

Miró a Abby, que ya estaba muy cerca, y se dio cuenta de que estaba realmente feliz. Clint se alegraba por ella. Aunque Max y Abby eran muy diferentes, formaban un buen equipo.