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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Barbara Daly

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lo mejor de ti, n.º 5410 - noviembre 2016

Título original: You Call This Romance!?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9012-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

CABOT Drennan miró fijamente a la mujer que tenía al otro lado de la mesa de hierro forjado. En ese momento determinado de su vida, para él significaba más que cualquier otra persona en el mundo. Significaba lo que Judy Garland había significado para los estudios de la Metro Goldwyn Mayer, lo que Groucho significó para los Hermanos Marx.

Tippy Temple, rubia, hermosa, angelical, en el presente una actriz secundaria pero con el consejo y la ayuda experta de Cabot, la gran estrella del mañana, estaba histérica.

—Voy a matarlo, Cabot —gritó, su boca exquisita retorcida en una expresión abiertamente fea—. Ese... —de su boca salió una serie de insultos que provocaron escalofríos en Cabot, por temor a que los vecinos los oyeran—. No puede hacerme eso. ¡Lo prometió! —estalló en lágrimas.

Cabot la observó desesperado. No eran las bonitas lágrimas que habían corrido por su prístino rostro en Un beso para tener un sueño. Eran lágrimas de furia vengativa.

Una cosa era cierta sobre Tippy. Era una actriz magnífica.

Las lágrimas cesaron de inmediato cuando alargó la mano para sacar un cigarrillo.

—Voy a llamar a casa para pedir que se lo carguen —dijo—. Les voy a decir que lo maten despacio, que le corten los...

—¡Tippy!

—... dedos de los pies uno por uno y luego el... ¿Qué? —con gesto malhumorado, echó el humo por las aletas de la perfecta nariz.

—No hay nada que podamos hacer acerca de Josh Barnett —afirmó, luchando por mostrar una serenidad que no sentía. Sus esperanzas y sueños se evaporaban ante sus propios ojos—. Josh acordó casarse contigo por la publicidad y se ha retractado. Estaba en su derecho. No es como si el dinero hubiera cambiado de manos o hubiéramos firmado un documento legal.

La cara de Tippy volvió a contorsionarse.

—Hizo más que echarse para atrás, el muy...

Cabot oyó otra tanda de juramentos. Desconocía que hubiera tantas frases peyorativas en la lengua inglesa.

—Se fugó con Kathy, la muy... —los adjetivos se centraron en Kathy Simpson, la estrella que le había ganado la mano a Tippy para el papel protagónico de Un beso, y que en ese momento daba la impresión de que asimismo le había robado a la estrella masculina—. También a ella voy a hacer que se la carguen, la muy...

—Tippy, debemos mantener la calma y reflexionar.

—Oh —comentó con súbita ligereza—. No tengo que reflexionar nada. Sé exactamente cómo quiero que lo hagan. Haré que la mafia la asfixie con laca para el pelo.

Cabot cerró los ojos.

—No me refería a eso. Quería decir que debemos pensar en nuestro siguiente paso. Ya tengo programadas la capilla, las flores, la recepción. Sólo necesitamos un novio.

Ella alzó los brazos esbeltos y dorados.

—¿No es fantástico? Solo necesitamos un novio. Claro. ¿Qué vamos a hacer? ¿Recorrer las agencias? Preguntar quién quiere casarse con Tippy. Cualquiera nos servirá. ¿Crees que la noticia no se extenderá en un minuto?

Tippy de vez en cuando también lo sorprendía con su inteligencia, que costaba ver a través del humo.

—Claro que no —contradijo, aunque le había dado vueltas a esa posibilidad—. Si Josh se la filtra a alguien, nosotros haremos correr la voz de que tú lo plantaste por... por... otro —concluyó con poca convicción.

—¿Por quién?

—Ésa es la cuestión —reconoció. Lo inquietó ver que ella lo observaba con expresión especulativa. Apagó el cigarrillo, sacó un chicle, lo masticó con vigor, frunció los labios plenos y dulces y formó un globo, sin dejar de mirarlo con esos grandes ojos azules—. Pensaré en ello —continuó con rapidez—. Mientras tanto, seguiré adelante con los planes de luna de miel. Tú relájate, cálmate, no te preocupes ni un minuto más por ello. Déjamelo todo a mí.

Ella se quitó el chicle de la boca y lo depositó en un pañuelo de papel. Los ojos azules se llenaron de lágrimas de un modo que volviera a parecerse a la Tippy que aparecía en la pantalla.

—Realmente había albergado esperanzas para Josh y para mí —musitó con voz suave y melancólica, que no tenía ni un rastro de acento de Brooklyn—. Pensé que tal vez nos enamoraríamos de verdad, que viviríamos felices para siempre, como en los cuentos de hadas. Pero Kathy ganó, dentro y fuera de la pantalla, y tengo el corazón ro... roto.

Prorrumpió en los sollozos más hermosos que Cabot había oído jamás.

 

 

Mientras volaba por la autopista en su poderoso deportivo, pensaba en lo que iba a hacer. Tippy Temple tenía talento, físico, una determinación aterradora y todo lo necesario para alcanzar el éxito. A partir de ahí, dependía de él, su publicista, encargarse de que lograra ese éxito. No había nada que no hiciera para dirigirla hacia el estrellato. Y su carrera despegaría con la de ella. Una sola gran estrella lo situaría entre los publicistas más buscados de la industria del cine.

Necesitaba eso.

Ahí se le planteaba un desafío. Josh Barnett, el último rompecorazones de Hollywood, había dado marcha atrás, se había fugado con una actriz que ya había llegado a la cima, pensando que Kathy haría más por su carrera cinematográfica de lo que podría conseguir Tippy. O tal vez se había enamorado de Kathy Simpson durante el rodaje de Un beso. A veces pasaba. Gruñó. «Olvídate del amor». Tenía que pensar en quién iba a casarse con Tippy.

¿Realmente importaba el «quién»? ¿Lo básico no era la boda? Tippy pronunciando los votos mientras todas las cadenas la grababan. Las declaraciones de felicidad junto con las fotografías en Variety. Lo que importaba era que Tippy se casara. ¿A quién le importaba quién era el novio?

Bien podría ser...

«Oh, no. No quiero. Pero, ¿a quién más voy a poder conseguir?». Pensó y pensó. Al principio, los estudios de Hollywood se encargaban de arreglar los matrimonios, las citas, hasta los hijos de sus estrellas. En ese momento, el trabajo recaía en los agentes publicitarios como él. Se mordió el labio inferior y pensó más. Tippy tenía razón. No podía tocar a un número interminable de posibles candidatos sin que se difundiera la noticia de que el matrimonio no era más que un pacto publicitario.

Sólo había una respuesta y Tippy la había descubierto mucho más rápidamente que él. Ya había transigido con sus principios al soñar con un matrimonio falso como un modo de lanzar a Tippy al estrellato. ¿Qué podría importar una concesión más?

Mucho. No iba a hacerlo.

A menos que fuera necesario.

 

 

«Las hojas de las palmeras se agitaron bajo la suave brisa. La arena brillaba dorada, calentándole los pies mientras avanzaba como en una nube hacia el océano de cambiantes tonalidades verdes y azules, coronado de blanco, tentador como un pastel de lima».

—¿Faith?

«La amplia y semitransparente camisa blanca se deslizó por sus hombros bronceados al acercarse a la playa, y con gesto impaciente, la tiró a la arena, anhelando el contacto del agua contra la piel encendida por el deseo. Caminó...»

—¡Faith Sumner!

«...directamente hacia el mar Caribe y se ahogó».

—¡Qué! —exclamó mientras la palmeras se plegaban—. ¡Oh, señor Wycoff! ¿Deseaba algo?

—Una agente de viajes. Eso es lo que deseaba, señorita Sumner. No una Bella Durmiente.

—Vaya, gracias —sintió que se ruborizaba un poco—, pero desde luego no dormía. Me concentraba en los muchos detalles que hay que cubrir del viaje que van a realizar el señor y la señora Mulden a las Islas Caimán. Como usted sabe, hay muchos, numerosos e importantes detalles de los que ocuparse —«no te disculpes», le había dicho su hermana menor, Hope. «Muéstrate enérgica».

—Es evidente que soñaba despierta —afirmó el señor Wycoff—, y los Mulden esperan que haya terminado esos muchos, numerosos e importantes detalles para hoy a las cinco de la tarde.

—Y eso es exactamente lo que habré hecho —aseveró Faith. Giró hacia el ordenador y vio el salvapantallas que la más pequeña de sus hermanas, Charity, le había diseñado. Las palabras atravesaron el monitor en oleadas. Céntrate, Faith. Céntrate, Faith. Movió el ratón y le encantó ver que era el fichero de los Mulden el que aparecía en la pantalla—. Número de confirmación de la reserva de hotel —murmuró mientras tecleaba. El señor Wycoff regresó a su despacho—. Número de confirmación del alquiler de bicicletas. Viaje en barco a la...

«La aguardaba en la playa, con las piernas separadas y los brazos cruzados, el sólido y viril cuerpo bronceado enfundado en un escueto bañador negro que no dejaba lugar a dudas de que su deseo estaba a la par que el de ella. Avanzó hacia él con andar pausado mientras sin pudor la recorría con la vista, provocándole un intenso rubor en el rostro y una sensación de hormigueo entre los muslos, que se intensificaba con cada paso que daba. Quedaron cara a cara. Ella sacó de la cesta del picnic una bandeja llena con apetitosos frutos tropicales.

Piña fresca que chorreaba con su jugo dorado, resbaladizas piezas de aromático mango, finas rodajas de papaya adornada con tiras de lima y hojas de menta.

—Un bocado de piña —murmuró ella— para refrescar esos ojos encendidos».

—Nada supera una buena piña, pero ahora no.

Faith soltó un chillido, se incorporó de un salto del sillón y giró para ver la cara del hombre con el que acababa de tener una fantasía en la playa.

Salvo que no se hallaban en la playa. Estaban en el entorno blanco brillante de la Agencia de viajes Wycoff Worldwide, «Hacemos sus sueños realidad», en la zona de Westwood de Los Ángeles, rodeados por el zumbido de los teléfonos, los bips de los ordenadores y las voces de los otros cuatro empleados de la agencia ocupados con sus respectivos clientes.

En el hombre también había algunas diferencias menores. Para empezar, llevaba puesto un traje de tres piezas, no un bañador negro escueto y ajustado. Y tampoco se atrevería a describir su mirada como «encendida por la pasión». Sería más apropiado decir «encendida por la irritación».

—Lo siento —trató de organizarse el pelo, la falda, la blusa de seda azul y la mente al mismo tiempo, mientras volvía a dejarse caer sobre el sillón detrás del escritorio—. Supongo que estaba... mmm —lo mejor era emplear la misma excusa que había funcionado bien con el señor Wycoff—, tan concentrada en mi trabajo que no lo vi llegar.

Él no se lo tragó. «Irritación» ya no bastaba para describir su estado de ánimo. Parecía una bomba con una mecha corta. Pero a excepción de eso, era idéntico al hombre de la playa. Grande, de pelo oscuro, bronceado, más o menos magnífico. Sólo mirarle la cara ceñuda bastaba para volver a despertar ese hormigueo.

No era momento para eso. Era momento para concentrarse, y concentrarse en ese hombre no iba a resultar exactamente doloroso.

—Por favor, siéntese. ¿En qué puedo ayudarlo?

Él se sentó en el sillón junto a la mesa y al mismo tiempo le entregó una tarjeta que había sacado del bolsillo de la pechera de la chaqueta.

—Puede planificar una luna de miel para mi cliente —dijo.

Faith tuvo que obligarse a apartar la vista de la boca con el fin de leer lo que ponía en la tarjeta. El labio inferior era tan pleno y con una curva tan sensual, que sobre él debería haberse puesto una hoja de parra.

—«Cabot Drennan» —murmuró—. «Publicista de las Estrellas». Oh, qué trabajo tan estimulante. Bueno, Cabot... —el señor Wycoff había dicho que fueran directamente a los nombres de pila, salvo cuando hablaran con él—. No hay nada que me guste más que planificar lunas de miel. De hecho, son mi especialidad —no era del todo cierto, pero era la dirección que pensaba tomar y ya había comenzado a investigar al respecto—. ¿Qué clase de entorno tiene en mente? —por su cabeza comenzó a pasar su propia luna de miel de ensueño.

—Algún sitio con buena luz y una instalación eléctrica fiable.

Ella parpadeó.

—Y una atmósfera romántica, imagino —aventuró esperanzada—. ¿Ha pensado en las Islas Caimán? —sería tan eficiente mandar a ese cliente de luna de miel junto con los Mulden.

—¿Cómo son las líneas telefónicas allí?

Faith lo miró a los ojos marrón chocolate.

—Bueno, esta semana he hablado con muchos de los hoteles de allí, aunque no creo que eso me convierta en una autoridad en el tema. También está Río de Janeiro —añadió, entusiasmándose—. ¿Qué podría ser más romántico?

—Demasiado lejos.

—México, entonces. Está más cerca de Los Ángeles, si a su cliente lo preocupa alejarse demasiado de su hogar, y las ciudades costeras poseen unas instalaciones preciosas, con bungalows absolutamente íntimos, perfectos para una...

—Intimidad es lo último que desea ella.

La situación se tornaba cada vez más rara.

—¿Ha pensado en un crucero?

—Uno está atrapado en un crucero —un músculo se contrajo en su mejilla tensa.

—En cierto modo, ya está atrapada —manifestó Faith—. En cuanto prometa respetar, estar en la enfermedad o en...

El rostro de él se puso rojo de impaciencia.

—No he venido aquí a recibir una charla sobre los valores familiares.

—¿Qué le parece la costa de Maine?

—Demasiado fría. En las fotos saldrá con la piel de gallina.

—Oh. Desde luego. Querrá sacar un montón de fotos para el álbum.

Él soltó un suspiro profundo.

—Es una actriz joven y prometedora —por un momento, los ojos se movieron hacia la izquierda y pareció incómodo—. Me llevaré a un equipo para realizar un vídeo de la luna de miel.

—¿Un vídeo? ¿Va a filmar la luna de miel de esa mujer?

—Sí.

Faith se irguió, juntó las rodillas con fuerza y frunció los labios.

—Bueno, pues lo siento mucho —dijo—, pero en Wycoff Worldwide ni se nos pasaría por la cabeza formar parte de esa clase de película. Me temo que tendrá que buscar en otra parte que le organicen el viaje.

Se incorporó a medias del sillón. A pesar de lo grande que era, apenas la asustó; de hecho, se puso más rígida.

Los principios eran los principios, y no pensaba verse involucrada en una película porno.

—No pienso filmar esa parte de la luna de miel, por el amor del Cielo —gruñó él con voz profunda.

—En ese caso —graznó Faith—, en Wycoff estaremos encantados de ayudarlo.

Él volvió a sentarse.

—Escuche... —le miró el pecho izquierdo.

«Siéntase libre de tocar». Pero no le miraba el pecho. Miraba la chapa plateada rectangular que tenía justo encima del pecho izquierdo, en la que aparecía su nombre.

—... Faith, lo que voy a pedirle es bien sencillo. Quiero que organice una luna de miel en un lugar accesible, con transporte aéreo de primera... —guardó silencio un instante, pensativo—, esteticistas y manicuras competentes... —otra pausa—, y ha de tratarse de un lugar bien conocido.

Faith giró un poco su sillón para mirarlo mejor, tal como había aprendido a hacer en el único curso del programa para agente de viajes por el que no había pasado soñando despierta. Pero el profesor no había mencionado qué hacer si, cuando las rodillas rozaban las del cliente, le enviaba una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Como si también él la hubiera sentido, la vista se fundió brevemente sobre ella.

—Estoy convencida de que podré hacer sus sueños realidad —murmuró—. Quiero decir, los de ella.

—Pero, ¿podrá hacer las reservas? —bufó él.

Faith respiró hondo, recordó la charla de su hermana Hope sobre presentarse de forma positiva y dijo:

—Desde luego. Primero localizaremos el lugar de sus sueños. Eso quizá requiera un poco de investigación.

—El tiempo es como el dinero. Nunca se tiene suficiente de ninguno.

No se le daban mal las palabras.

—Mañana —afirmó ella—. Mañana podré ofrecerle una selección de lugares deseables y avanzaremos desde ahí.

—Hoy sería mejor.

Ese día tenía que organizar las Islas Caimán para que recibieran a los Mulden.

—Haré lo que pueda —prometió.

—Pensaba en Reno.

Lo miró desconcertada.

—Es un punto bien conocido para celebrar matrimonios rápidos —indicó—. ¿Hablamos de un matrimonio rápido? Santo Cielo —manifestó—. No pretendí que sonara como lo hizo. Sólo pensaba en los sitios verdaderamente románticos que había y me preguntaba...

—Su problema es el hotel, no el romance —explicó con aspecto más sombrío y menos romántico que antes—. Lo bueno que tiene Reno —prosiguió—, es que está cerca, le sobran camas redondas, habitaciones rosadas y tomas de corriente.

—Tiene esas ventajas —se sentía profundamente decepcionada con él. Un publicista que parecía una fantasía romántica debería ser capaz de elevarse por encima de Reno, o incluso de las cataratas del Niágara. No es que Reno no fuera muy divertida y las cataratas fantásticas, pero sólo se celebraba una luna de miel, y debería ser...

—Percibo que no lo aprueba.

Faith se irguió.

—Mi trabajo radica en enviarla a donde ella quiera —le aseguró—, no aprobar o desaprobar.

—Que sea Reno, entonces —indicó él—. A Tippy le va a encantar.

—¿Tippy? —repitió, y entonces lo entendió—. ¿Se refiere a Tippy Temple?

Durante un momento él pareció incómodo.

—Sí. ¿Ha oído hablar de ella?

—La vi en la entrevista que le hicieron en El show de Scott Trent, y me gustó tanto que fui a alquilar su película —casi sin aliento, recordó la cinta romántica que había visto el último fin de semana—. Creo que se trata de su primera película grande —continuó—. Un beso para tener un sueño. Puede que no fuera la protagonista, pero en lo que a mí respecta, era la estrella —suspiró—. Es tan hermosa y tan dulce. El modo en que renunció a Josh Barnett para dejárselo a la heroína, no recuerdo cómo se llamaba, fue lo más conmovedor y heroico. Me alegro tanto de que haya encontrado a su amor verdadero en la vida real —centró la mirada en Cabot—. ¿Lo consideraría una intromisión si le preguntara con quién va a casarse?

En el silencio que siguió, por el rostro de Cabot pasaron muchas expresiones. Abrió mucho los ojos, pero luego los entrecerró mientras se mordía el labio inferior, hasta que se decidió por unas líneas de sombría resignación.

—Conmigo —respondió.