cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Jennifer Labrecque

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El acuerdo prenupcial, n.º 5445 - diciembre 2016

Título original: Andrew in Excess

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9017-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

ME estoy volviendo loca —Kat Devereaux entró en el coche y cerró de un portazo—. ¿Por qué he dejado que me convencieras? Detesto los cócteles. No, no los detesto, los odio.

—¿Quieres o no quieres tener un niño? —suspiró Bitsy Winthrop Sommers, arrancando a toda velocidad.

—Claro que sí. Desesperadamente. Noto que mis óvulos envejecen por segundos. De hecho, es posible que ya no me quede ninguno. Pero casarme con un extraño me parece un poco excesivo. Como el año pasado, cuando me convenciste para…

—Mejor dejamos el tema. Yo no sabía que Rusty trabajaba en un circo. Además, eso fue el año pasado —sonrió Bitsy, frenando en un semáforo—. Pero mi hermano es perfecto. Mi padre insiste en que debe casarse si quiere ser socio del bufete y Andrew ha querido ser socio desde que estaba en el colegio.

—¿Y por eso va a casarse conmigo?

—Pues claro. Aunque Andrew no quiere casarse.

—¿Entonces? —suspiró Kat.

—Tú quieres tener un hijo, pero sabes que la dirección del colegio no aceptaría que una profesora fuese madre soltera. Y después de soportar al idiota de tu ex marido, no quieres otro. Mi hermano tampoco está interesado en una esposa de verdad, así que sería un matrimonio de conveniencia. Los dos conseguís lo que queréis y todos contentos. Soy genial.

Kat sabía que ella era una mujer excesiva. O se comía toda la caja de galletas o no las tocaba. Lo había intentado, pero la moderación no era lo suyo. Casarse con el hermano de Bitsy para tener un hijo era una barbaridad, pero se estaba quedando sin tiempo.

—¿El soltero más buscado de Florida no tiene novia? Además, por lo que he oído no es mi tipo.

—Es un poco estirado. Muy conservador. La verdad, aunque lo quiero muchísimo, reconozco que es un poco plasta. Pero tiene dinero, no eructa en público y, por supuesto, sale con una chica: Claudia Van Dierling. Esa es la bruja que quiere casarse con él. Vamos, que puedes ver el signo del dólar en sus ojos cada vez que lo mira.

—Yo no estoy interesada en su dinero —dijo Kat—. Con mi sueldo de profesora y el fideicomiso que me dejaron mis abuelos, vivo muy cómodamente. Y, desde luego, podría cuidar sola de mi hijo.

—Eso es, mi independiente amiga. Me alegra que estés de acuerdo.

—No estoy de acuerdo…

—Y el hecho de que seáis tan diferentes… eso es lo bueno. No corres peligro de perder la cabeza porque Andrew no es tu tipo. Aunque… ¿cómo sabes cuál es tu tipo si no has tenido ninguna relación desde Nick?

Kat dejó escapar un suspiro.

—Cuando Nick se marchó estuve a punto de morirme.

—Tu ex marido debería ganar el premio al imbécil del siglo. Pero con Andrew no vas a tener una relación. Un simple acuerdo os irá de perlas.

—Habrá que firmar algún tipo de contrato ante notario. Y no podrá pedir la custodia del niño.

Bitsy la miró entonces, mordiéndose los labios.

—No sé… Mi hermano nunca ha querido casarse y supongo que tampoco querrá tener hijos. Pero es estupendo con Juliana y seguro que sería un buen padre.

—No pienso meterme en una batalla por la custodia de mi hijo —dijo Kat entonces—. Tenía nueve años cuando mis padres se divorciaron. A partir de ahí, Jackson y yo tuvimos que ir de una casa a otra… con unos padrastros que sólo querían librarse de nosotros.

—Que Jackson redacte el acuerdo, para eso es abogado. Y que lo haga con las condiciones que tú estipules.

—Eso lo tengo muy claro —murmuró Kat, mirándose en el retrovisor. Llevaba años luchando contra sus rizos, pero la humedad de Palm Beach ganaba siempre—. La verdad, pensar en las reuniones sociales a las que me obligaría un matrimonio con tu hermano me pone mala.

—¿Eh?

Bitsy detuvo el coche en el aparcamiento del bufete Winthrop, Fullford y Winthrop.

—Ya sabes a qué me refiero. Las dos hemos crecido en una familia de abogados. Y yo detesto esos cócteles en los que tienes que ser amable con todo el mundo para medrar. De hecho, no puedo creer que me hayas convencido para venir. Llevo seis benditos años evitando todo esto, desde que Nick se marchó.

—Es una gran oportunidad para observar a Andrew. Sí, las reuniones sociales son un rollo, pero ¿tanto como para abandonar la idea de tener un hijo? Porque, cariño, ya has agotado todas las posibilidades.

Cuando llegaron frente a las puertas de cristal, Kat recordó las opciones que había considerado desde que decidió que quería ser madre, casi dos años atrás: 1) El banco de esperma. Pero no se fiaba de las pruebas médicas que hacían a los candidatos y tenía miedo de perder su trabajo. 2) La adopción. Listas de espera. 3) Un encuentro fortuito. Demasiados riesgos. 4) Encontrar al hombre de su vida. Poco probable.

¿De verdad quería llegar a los treinta y cinco, le faltaban tres años, y seguir en el mismo sitio?

Un matrimonio temporal con un hombre atractivo y sin ataduras… Bitsy tenía razón. Llevaba dos años dándole vueltas a la idea y no había conseguido avanzar. Y estaba desesperada.

Llegarían a un acuerdo amistoso, se dijo. Firmarían un convenio de separación de bienes: él aceptaría renunciar a la patria potestad y ella no tocaría su dinero.

—En fin, esperemos que esto no sea otro desastre. He comprado una colección de cintas sobre modificación del comportamiento para personas como yo, con tendencia al todo o nada.

—¿En serio? —rió Bitsy, mientras subían al ascensor.

—Evidentemente, las necesito. Es como un seguro.

—Hoy puedes ver a Andrew con tus propios ojos. Y, además, tienes una semana de vacaciones en el colegio, así que es el momento ideal.

—No sé…

El ascensor se detuvo en la planta donde se celebraba el cóctel.

—Todo saldrá bien. Confía en mí —sonrió Bitsy, abriendo la puerta que daba a la sala de juntas, convertida aquel día en sala de celebraciones.

—¿Dónde está Juliana?

—Ha ido con Eddie a tomar un helado. Pero vendrán enseguida.

—Los esperaré aquí —dijo Kat.

—Tonterías. Has venido para conocer a mi hermano, tu futuro marido, el futuro padre de tu hijo —sonrió Bitsy, señalando con el dedo.

Kat observó a un hombre muy alto, moreno, con traje de chaqueta. Guapísimo.

—¿Quieres que me case con él? ¿Con ese hombre? De eso nada.

—Venga, Kat. Él no tiene la culpa de ser como es. Quieres tener un niño guapo, ¿no?

—Sólo quiero tener un niño sano —replicó Kat.

Pero se obligó a sí misma a pensar con sensatez. Unos buenos genes siempre serían unos buenos genes. ¿Qué mujer no querría tener un hijo con aquel pedazo de hombre?

—Tiene pinta de ser muy estirado. Pero supongo que esas facciones y ese pelo… en un niño regordete quedarían de maravilla.

—No lo dudes.

Kat miró entonces a la mujer rubia que estaba a su lado.

—Claudine, supongo.

—En realidad se llama Claudia: la bruja.

Kat observó a la mujer: alta, rubia, sofisticada, fría, guapísima. Razones más que suficientes para odiarla. Pero no tanto como para quitarle el novio.

¿Debía hacerle caso a Bitsy o era mejor esperar la oportunidad de conocer al hombre de su vida?, se preguntó, confusa. Ojalá recibiera una señal…

En ese momento un hombre con corbata roja se acercó a Andrew y éste, después de pedirle disculpas a Claudia, lo siguió hasta un despacho.

—Venga, quiero que me la presentes —dijo Kat entonces.

—Buena idea.

Estaban a punto de atravesar una barrera de plantas para llegar hasta la rubia cuando vieron que Juliana, la hija de Bitsy, había entrado por otra puerta y se acercaba a ella corriendo.

—Hola, señorita Vander. Mi papá y yo acabamos de llegar —dijo la niña—. ¿Dónde está mi tío Andrew?

—Me llamo Van Dierling, tonta —replicó Claudia—. Y déjalo en paz, tu tío está muy ocupado.

—Eres mala —murmuró Juliana, haciendo un puchero—. Y se lo voy a decir a mi tío.

—Si fueras una niña lista tendrías cuidado con lo que dices. Yo voy a ser tu tía dentro de poco.

Bitsy emitió una especie de gemido ahogado.

—Perdona un momento, voy a defender a mi hija.

Kat levantó los ojos al cielo. La pobre niña podía despedirse de su tío Andrew si se casaba con aquel monstruo. Y seguramente él no entendería nada. Los hombres a veces pueden ser tan tontos…

Había esperado una señal. Pues ya la tenía.

Salvaría a Juliana y a toda la familia Winthrop de la diabólica Claudia.

Se casaría con Andrew Winthrop.

Y entonces, por fin, tendría un hijo.

Capítulo 1

 

ANDREW Martin Winthrop III en cueros era de escándalo. Bitsy no le había advertido. Pero, claro, seguramente Bitsy no le había visto el trasero a su hermano desde que eran pequeños.

Kat bajó los prismáticos y se metió una chocolatina en la boca. Andrew Winthrop III sin la inmaculada camisa y los planchados pantalones era mucho más interesante de lo que uno podía suponer.

Sonriendo, se tragó la chocolatina con un sorbo del peor café imaginable. Lo que daría por una taza de café colombiano…

Entonces volvió a mirar a través de los prismáticos… aunque no para ver el trasero de Andrew. No, ella estaba investigando.

Podría haber contratado a un detective, pero como Andrew Winthrop estaba el primero en su lista de posibles maridos… bueno, el único en su lista de posibles maridos, había decidido vigilarlo ella misma. Pero cuando miró de nuevo hacia el dormitorio había desaparecido.

Kat se escondió detrás de los arbustos y volvió a meterse una chocolatina en la boca. Nada, ni rastro de «don estirado» Winthrop III. Su elegante Mercedes estaba delante de la puerta, pero seguramente tendría que ponerse un traje de chaqueta antes de salir a comprar el periódico del domingo.

Bitsy había sugerido que se presentara en su casa de la playa porque estaría más relajado que en su apartamento o en el bufete. Si ella supiera…

Kat apuntó los prismáticos hacia la cocina, esperando el momento adecuado. ¿También iría desnudo a la cocina?

De repente, un brazo masculino la tomó por la cintura, haciendo que soltase el café y las chocolatinas y dándole un susto de muerte. Pero, instintivamente, al caer al suelo se volvió y puso la rodilla en la garganta de su atacante.

Unos ojos grises se clavaron en ella, más que irritados. Kat lo había visto a distancia, pero eso no la preparó para el impacto de su mirada. Era casi tan sorprendente como… su trasero.

—Si no le importa quitarme la rodilla del cuello, quizá podría contarme qué hace espiándome con unos prismáticos.

Kat se apartó y él se levantó de un salto, quitándose arena de los pantalones.

—No vuelva a atacarme por la espalda.

—Está en mi casa, espiando detrás de unos arbustos. Supongo que tengo derecho a comprobar quién es usted.

Incluso descalzo y en chándal, le asombró que llevase esa prenda porque un chándal no puede plancharse, Andrew Winthrop destilaba arrogancia.

Kat estiró todo lo que pudo su metro sesenta y levantó la barbilla.

—No estaba espiando. Y me ha tirado el café encima.

—Ah, perdone. ¿No es espiar esconderse detrás de unos arbustos con unos prismáticos?

—No estaba escondida.

—¿Ah, no? ¿Y qué estaba haciendo?

«Echándote un vistazo porque mi reloj biológico corre a toda velocidad y quiero que seas el padre de mi hijo».

Sí, claro, como que podía decirle eso.

—Estaba… observando a los pájaros.

Él levantó una ceja, emitiendo una especie de bufido.

—¿Observando a los pájaros?

Probablemente no era la mejor mentira que había contado en su vida. Tendría que practicar cuando volviera a casa.

Andrew la tomó del brazo y Kat sintió un escalofrío. El roce de Andrew Winthrop III era tan frío como su mirada.

—Estoy muy interesado en saber más acerca de los pájaros. Especialmente porque ayer estuvo observándolos desde mi oficina.

Cielos. La había visto.

—Si sabía que yo estaba aquí, ¿por qué se pasea en cueros?

Él la miró entonces, divertido.

—¿Pasearme? Normalmente uno se ducha desnudo.

—Ah.

—Me temo que ese «ah» no explica nada —dijo Andrew, abriendo una puerta que daba a la cocina—. ¿Cómo se llama? Supongo que dada su… extensa observación de los pájaros, usted sí sabe quién soy.

Se había cruzado de brazos y, evidentemente, esperaba una respuesta. Y, como las mentiras no le estaban funcionando, lo mejor sería decir la verdad.

—Kat Devereaux.

Lo vio entonces procesar el nombre, intentando reconocerlo.

—Muy bien, señorita Devereaux, ¿qué clase de pájaros estaba buscando?

—No estaba buscando, estaba observando.

—¿Y qué observaba?

Kat se encogió de hombros.

—Todo.

—¿Y por qué estaba observando los fascinantes hábitos de «este» pájaro en particular?

Desde luego, era el ejemplar perfecto para casarse: arrogante, antipático, estirado. Nunca podría enamorarse de él.

—¿Fascinante? Eso es decir mucho.

—¿Cómo se ha enterado de quién soy?

Kat no sabía cómo abordar el tema. ¿Debía decirle que era amiga de su hermana? Además, la ponía nerviosa. Una cosa era observar a Andrew Winthrop desde lejos y otra muy distinta estar a su lado, oliendo su colonia.

—Tengo que ir a comprobar que Carlotta y Toto están bien…

Él la sujetó del brazo.

—Un momento. ¿De quién está hablando?

Kat apartó el brazo, pero tenía una sensación… como un estremecimiento. Emocionalmente, aquel hombre no tenía ningún atractivo, pero físicamente la turbaba. O eso o estaba empezando con la menopausia y los sofocos.

—Carlotta es mi coche.

—¿Ese cacharro en el que me ha seguido? Espero que no se lo lleve la grúa.

Kat intentó ponerse regia, aunque desgraciadamente para eso tenía que echar la cabeza hacia atrás; Andrew era considerablemente más alto que ella.

Carlotta, un Toyota del 79, siempre había sido un amigo leal.

—Le agradecería que no hablase así de Carlotta. Anda perfectamente.

Excepto por el ruidito en el motor, el problema con la correa del ventilador y que el aire acondicionado no funcionaba. Pero esas eran cosas sin importancia.

—¿Y qué o quién es Toto?

—Mi perro.

—¿Un perro? ¿Ha traído un perro aquí?

La idea de que un perro pisara su casa parecía molestarlo inmensamente.

—Toto es más que un perro. Ya verá, es precioso —dijo ella entonces, saliendo al porche.

Andrew se quedó murmurando algo ininteligible. Y Kat estaba segura de que no era un cumplido. Pero cuando conociese a Toto… todo el mundo quería a Toto.

 

 

Andrew observó una bolita de pelo corriendo hacia la casa y se pasó una mano por el pelo. ¿Quién era Kat Devereaux y por qué lo estaba siguiendo?

La había visto el día anterior, escondida tras una estatua en el vestíbulo del bufete, con unas gafas de sol y una gabardina. La había reconocido por los rizos pelirrojos, que llamaban mucho la atención. Llevaba dos días detrás de él y ya estaba harto. Quería saber quién era aquella chica y por qué lo estaba siguiendo.

Aunque seguramente sería otra de esas locas que había leído el artículo donde lo nombraban uno de los solteros más cotizados de Florida.

Andrew lamentaba haber dejado que lo entrevistasen. Él tenía una vida ordenada: le gustaba su trabajo, jugar al tenis tres veces por semana y salir con quien le apetecía. La palabra «impulso» no estaba en su vocabulario, aunque quizá había un cierto descontento ante tanto orden. Y, por una vez, dejándose llevar por un impulso, permitió que lo identificasen como posible candidato al matrimonio.

Eso le había enseñado una lección. Ya tenía suficientes problemas intentando ser socio del bufete. No necesitaba a Kat Devereaux escondiéndose por todas partes. Y se libraría de ella en cuanto hubiera satisfecho su curiosidad.

Pero la satisfaría a distancia, pensó, tocándose el hombro dolorido por la caída.

La señorita Devereaux estaba aparcando su cacharro frente a la casa y Andrew hizo una mueca. Esperaba que no hubiese aparcado muy cerca de su Mercedes porque no le apetecía nada llevarlo al taller.

Pero se olvidó de todo cuando Kat Devereaux subió las escaleras del porche como si fuese una invitada, con la masa de rizos dando vueltas a su alrededor.

—Ya he vuelto.