Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Christine Rimmer. Todos los derechos reservados.

SU GRAN AMOR, Nº 1963 - diciembre 2012

Título original: The Return of Bowie Bravo

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1238-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

GLORY Rossi lo vio venir. Fue como si hubiera salido de la tormenta.

Era una borrascosa mañana de un lunes de mediados de enero y se encontraba junto a la ventana salediza del salón de su casa contemplando la nieve que había empezado a caer hacía un rato.

El viento silbaba bajo el alero del tejado y atrapaba los espesos y blancos copos transportándolos en remolinos de neblina. No podía ver mucho más allá del saúco que ocupaba el jardín delantero, ni el puente que cruzaba la calle que se extendía hasta el río, ni las casas al otro lado. Conocía New Bethlehem Flat, California, su pueblo natal, como conocía el reflejo de su rostro en un espejo, pero ahora la nieve lo oscurecía. Pensó en lo vacía que parecía la casa y en lo solitario y perdido que sonaba el viento mientras cantaba bajo el alero. Y entonces captó movimiento en esa neblina blanca. Con los ojos entrecerrados, se acercó al cristal.

No había ninguna duda. Había alguien ahí fuera, una figura alta y de hombros anchos que se acercaba al camino de entrada. Subió los escalones.

Glory se giró para mirar por la ventaba salediza que ofrecía una vista del porche. Era un hombre, sin duda, aunque no podía verle la cara. Tenía la cabeza prácticamente metida en su cazadora y un gorro de lana le cubría el pelo.

Se detuvo frente a su puerta y alzó una mano para tocar el timbre.

Y justo entonces, cuando el timbre sonó, lo supo.

No podía ser; no era posible. Pero, aun así, estaba absolutamente segura.

Bowie.

Como si él estuviera sintiendo que lo estaba mirando, se giró hacia ella. Y la vio, ahí de pie en la ventana, con la mano sobre su abultado y redondeado vientre, mirándolo con la boca abierta.

¡No! La mente de Glory se rebeló. ¿Por qué ahora, después de todo ese tiempo? No tenía sentido. Debía de estar soñando.

Él parecía… distinto. Los duros rasgos de su rostro parecían más esculpidos que antes. Se le veía más mayor… y lo era. Seis años mayor.

Más mayor y sobrio. Esos preciosos ojos azules eran claros como el cielo un día de verano despejado.

Un sueño. Sí. Tenía que ser un sueño.

Apartó la mirada, contó hasta cinco y volvió a mirar. Fuera o no un sueño, seguía ahí fuera en la puerta, mirándola. Tal vez, si no hacía nada, si se quedaba allí, paralizada, negándose a moverse o incluso a respirar por muchas veces que tocara al timbre, a lo mejor entonces se daría por rendido y se marcharía.

Pero Glory sabía que no lo haría porque en su mirada vio una extraña y sosegada determinación. No iba a marcharse sin más.

Al no ver otra opción, decidió dejarlo pasar.

En el vestíbulo, se detuvo con la mano sobre el pomo, segura de que cuando abriera la puerta, al otro lado no habría nada más que viento y nieve. Él se habría desvanecido tan repentinamente como había aparecido y ella podría volver a su vida tal y como la conocía, podría recuperarse del temor que se había apoderado de ella esa mañana y seguir adelante con las tareas mundanas que la esperaban: hacer la colada y cargar el lavaplatos.

Abrió la puerta.

La nieve se precipitó contra ella en una ráfaga de viento y le salpicó las mejillas con una gélida humedad.

Se rodeó con sus brazos y tembló.

Él seguía allí. Sin ninguna duda, era absolutamente real.

Un suave grito intentó escapar de su garganta, pero lo contuvo y alzó la barbilla. Además de verlo más alto y más ancho de lo que recordaba, también le parecía más… formidable.

—Hola, Glory —dijo mirándola con solemnidad. Su voz era la misma, aunque más profunda, más rica en matices.

Un escalofrío la recorrió y no fue, precisamente, debido al frío.

Su corazón se rebeló. Eso no estaba bien, no era justo. Después de todo, de todos esos años, después de haber conocido a su dulce Matteo, que le había enseñado lo que era la paz y la felicidad…

No era justo. Pero al parecer, eso no importaba.

Seis años y medio después de que se hubiera esfumado de su vida, Glory alzó la mirada hacia Bowie Bravo y supo que aún sentía algo por él. Incluso embarazadísima del hijo de su difunto marido, aún sentía algo por él.

En ese momento se detestó a sí misma; y a él también.

—¿Vas a dejarme pasar? —le preguntó muy tranquilo. Casi con seriedad. Parecía muy distinto de aquel hombre salvaje que había conocido.

Pensó en cerrarle la puerta en la cara, pero ¿de qué le habría servido? Al final, ya que había ido, tendría que atenderlo.

Dio un paso atrás, él se quitó el gorro al cruzar el umbral y Glory pudo ver que se había cortado su larga y rubia melena. Ahora llevaba el pelo casi rapado.

Bowie se quitó los guantes y la cazadora; bajo ella llevaba una camisa descolorida con las mangas subidas dejando ver sus fuertes brazos. Los vaqueros también estaban desteñidos.

—¿Dónde está Johnny? —preguntó guardándose los guantes en un bolsillo de la chaqueta.

A ella se le aceleró el corazón. ¿Estaba preparada para una batalla por la custodia del niño? ¿A eso venía esa repentina visita?

—Está en el colegio.

—¿Con esta tormenta?

«¡Oh, por favor!». ¿Ahora, de pronto, se preocupaba por Johnny? ¡Eso sí que tenía gracia!

—Se supone que habrá amainado a primera hora de la tarde.

—Ahí fuera la cosa está muy mal.

—Sí, bueno. El colegio llamará si deciden cerrar. Además, hoy le toca a Trista recoger a los niños —Trista era la segunda de los ocho hermanos de Glory—. Tiene un cuatro por cuatro y buenos neumáticos para la nieve —agarró su gorro y su cazadora y los colgó en el perchero a los pies de la escalera. Después, con cierta renuencia, le ofreció algo para tomar.

—¿Quieres un café?

—Claro.

Lo condujo hasta la cocina, donde le indicó que se sentara en el rincón del desayuno.

—Siéntate —él se sentó y ella cargó apresuradamente la cafetera—. Serán solo unos minutos.

—De acuerdo.

—¿Tienes hambre?

—No, gracias. El café bastará.

Ella se sentó en frente, con cuidado, sintiéndose enorme e incómoda con sus pantalones de premamá y la vaporosa camisa… y odiando el hecho de estar preocupándose por el aspecto que tenía ante él.

—¿Has ido a ver a tu madre? —Chastity Bravo era la propietaria del hostal Sierra Star ubicado justo donde Jewel Street se cruzaba con Commerce Lane.

—Aún no. He venido aquí primero.

Además de su madre, dos de sus tres hermanos, Brett y Brand, aún vivían en el pueblo. Nunca le había preguntado a ninguno de los Bravo, ni siquiera a su propia hermana Angie, que era la mujer de Brett, dónde estaba Bowie o cómo podría contactar con él. Es más, al cabo de un año y medio de que se hubiera marchado, cuando por fin había aceptado que no volvería, les había dejado muy claro a todos ellos que seguiría adelante con su vida y que no quería volver a oír su nombre.

Pero eso no significaba que su familia no le hubiera tenido a él al corriente de cómo se encontraban Johnny y ella. Alguien le había dicho a Bowie dónde vivía y llevaba cuatro años recibiendo cheques mensuales de él. Puntuales como un reloj.

Eran cheques con matasellos de Santa Cruz, unos cheques cada vez más sustanciosos. Cheques que la asustaban un poco, a decir verdad, porque ¿de dónde había sacado todo ese dinero? No es que hubiera sido nunca una persona capaz de mantener un trabajo.

Y cuando se había casado con Matteo, y Johnny y ella se habían mudado a esa preciosa y vieja casa en lo alto de Jewel Street, los cheques de Bowie habían comenzado a llegar inmediatamente a esa nueva dirección.

Bowie dijo:

—¿Cómo te va todo, Glory? —la pregunta, que sonó sincera, cayó en un largo y doloroso silencio. El silencio de dos corazones rotos. El silencio de la pérdida y del amor echado a perder. El silencio que se producía cuando lo mejor que dos personas podían hacer era mantenerse alejadas la una de la otra. Eso, y seguir adelante.

«Muy mal, porque yo he perdido a mi marido. Y ahora todo me va peor, desde que has aparecido».

Se recordó que no ganaría nada enfrentándose a él y contrariándolo.

—Estoy bien —pero no lo estaba en realidad. Y ya se sentía más que cansada de estar ahí sentada intentando hablar razonablemente cuando el dolor de las viejas heridas le resultaba demasiado reciente y nuevo otra vez, cuando la verdad de su marcha pendía como una sucia y gris cortina en el aire, entre los dos.

El bebé dio un patada y ella se estremeció llevándose la mano a la barriga.

—¿Estás bien?

Glory dejó escapar un suspiro.

—Los bebés dan patadas, pero supongo que tú no tienes ni idea de eso.

—Estás resentida, aunque no puedo decir que sea una gran sorpresa.

—¿Qué esperabas, Bowie?

—¿De ti? Nada. ¿De mí? Mucho más que antes.

¿Qué se suponía que significaba eso? El pulso parecía retumbarle en los oídos y sintió náuseas. Quería pegar un salto de la silla y ordenarle que saliera de su casa, pero se levantó muy despacio y fue hacia la cafetera. Aún estaba goteando, pero había más que suficiente para una taza. Llenó una, la llevó a la mesa y la empujó hacia él.

—Gracias —dijo él antes de dar un sorbo.

Ella volvió a sentarse.

—Mira, ¿podemos ser sinceros?

Bowie posó una áspera mano sobre la mesa y Glory lo vio trazar la forma de una veta de la madera antes de que le lanzara una de esas extrañas y calmadas miradas.

—Estoy siendo sincero —su voz resultó tan sosegada como su expresión y eso la asustó un poco. ¿Era de verdad Bowie la persona que tenía sentada ahí en frente? Bowie Bravo nunca se mostraba ni calmado ni tranquilo.

—¿Qué pasa? —preguntó ella—. Dímelo. ¿Por qué estás aquí?

Él se tomó su tiempo para responder; primero levantó la taza, dio otro sorbo, la dejó sobre la mesa y volvió a trazar un poco más la veta de la madera.

—Pensé que ya era hora de conocer a mi hijo.

«Pues, a buenas horas», pensó ella aunque no lo dijo. A lo largo de los años había aprendido a autocontrolarse.

—¿Por qué ahora, exactamente?

—He estado… —parecía estar buscando las palabras adecuadas— intentando decidir cuándo sería el mejor momento. Al final, me di cuenta de que no había ningún momento adecuado —bueno, al menos en eso estaba de acuerdo con él—. Por eso he elegido hoy. Me he enterado de que has perdido a tu marido. Matteo Rossi era un buen hombre.

—Sí, sí que lo era —respondió demasiado deprisa y demasiado furiosa. New Bethlehem Flat, también conocido como «el Flat» para todo el mundo que vivía allí, tenía una población de alrededor de ochocientas personas. La familia Rossi era muy respetada allí. Matteo había pasado media vida regentando el Emporio de Ferretería de los Rossi. Y antes que él, su padre, Cristopher, había regentado la tienda.

Bowie dijo:

—Siento… que se haya ido.

—Yo también… Eh… aún faltan horas para que Johnny vuelva del colegio —«y lo último que se esperará será verte aquí». ¿Cómo podía estar pasando? ¿Y qué estaba pasando exactamente? Aún no lo entendía. Tenía el corazón trabajando a toda máquina, marcando un macabro ritmo bajo sus costillas, el ritmo del temor. Si Bowie intentaba llevarse a Johnny…

Pero no lo haría. No podía. Ningún tribunal del mundo le entregaría la custodia del hijo que hacía casi siete años que no había ido a visitar.

Y por mucho que le hubiera gustado que Bowie se hubiera mantenido alejado de ellos, sabía que lo correcto era que conociera a su hijo. Y Johnny necesitaba conocerlo a él también.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en el pueblo?

—No tengo fecha de vuelta —se inclinó un poco hacia ella.

Ella se echó atrás, para mantener las distancias.

—¿Vas a quedarte con tu madre en el hostal?

—No estoy seguro de dónde voy a quedarme, Glory.

—Vaya, no es que seas una fuente de información, ¿eh? —dijo ásperamente. Se giró hacia la ventana y vio la nieve cayendo al otro lado del cristal mientras sabía que tenía que controlarse. No lograría nada comportándose como una retorcida. El pasado, pasado era y, hasta el momento, aunque no estaba contándole mucho sobre sus planes, Bowie había sido absolutamente educado y cortés. Mucho más que ella, a decir verdad.

—Glory, lo siento. De verdad que lo siento. Siento mucho todo lo que pasó, las mil y una formas en que lo estropeé todo —su voz estaba cargada de tristeza.

No tenía ninguna duda de que todo lo estuviera diciendo en serio, pero aun así, no lo miró.

—Una carta, ¿sabes? —dijo dirigiéndose al mundo blanco que se extendía al otro lado de la ventana—. Una carta de vez en cuando. Habría significado mucho para él, ¿ni siquiera pudiste hacer eso?

—Las cosas no me fueron bien al principio. Tuve que ponerme sobrio y no fue fácil. Me dije que cuando llevara sobrio dos años, cuando pudiera controlar mi comportamiento, me pondría en contacto y empezaría a intentar solucionar las cosas. Pero cuando te casaste con Matteo…

—Oh, así que esa es tu excusa, ¿eh? ¿Que es culpa mía que no hayas podido conocer a Johnny? Culpa mía porque me casé.

—Yo no he dicho eso.

—Pero es lo que querías decir.

—No, Glory. No es lo que quería decir. Lo que quería decir es que sabía lo suficiente sobre Matteo Rossi como para saber que sería un buen marido. Sabía que era amable, paciente y afectuoso. Y, además, tenía un buen sueldo. Era prácticamente todo lo que yo no había sido nunca. Pensé que lo mejor sería mantenerme alejado, dejarte tener una vida. No causarte más problemas.

—Un hijo tiene que conocer a su padre —odió decirlo porque eso solo apoyaba el hecho de que pudiera reclamar a Johnny, pero por muy tarde que hubiera ido a hacerlo, era la verdad.

—Ahora lo sé —respondió con una voz suave, razonable.

Ella quiso darle un buen puñetazo en la cara, esa cara que tan bien recordaba.

—Es un niño pequeño. No entiende por qué su padre se marchó antes de que cumpliera un año, por qué no volviste nunca. Lo único que sabe un niño cuando su papá desaparece, es que debe de ser culpa suya.

La expresión de Bowie se oscureció.

—Yo pensaba eso cuando era pequeño. Quería que mi padre volviera y me culpaba de que no lo hiciera. Pero después crecí y fui sabiendo más cosas sobre él, lo suficiente como para alegrarme de no haber conocido nunca a ese podrido bastardo.

—Pero esa fue una situación totalmente distinta. Tú no eres tu padre.

—Glory, lo único que digo es que siendo quien era cuando me marché del pueblo, Johnny estaba mucho mejor sin conocerme.

—No lo creo. Jamás lo creeré.

—Para un momento, piénsalo un minuto —su mirada azul la atravesó.

—¿Que me pare a pensar en qué?

—Dijiste que lo entendías, ¿no te acuerdas? Dijiste que te parecía bien cuando me fui.

—Sí que lo entendí. Es un pueblo pequeño, la gente juzga, y aquí en el Flat, eras el tema favorito de todos. Nunca hacías nada bien y todos esperaban que volvieras a meter la pata, por mucho que intentaras no hacerlo. Y nunca los decepcionaste. Entendí que tenías que irte, alejarte de todas esas críticas, descubrir por ti mismo quién eras. Lo que no me esperaba era que no fuera a volver a saber nada más de ti.

—Sí que supiste de mí —le dijo a la ventana.

—Recibir cheques por correo no es «saber de ti».

Bowie dio un trago al café y miró hacia la tormenta, igual que había hecho ella unos momentos antes. Finalmente, soltó la taza, con un poco más de fuerza de lo necesario, y volvió a mirarla.

—Tampoco se puede decir que tú vinieras a buscarme o que dieras algún indicio de querer tenerme cerca.

—Mi trabajo no era hacerte sentir necesitado o deseado, y el tuyo era ser padre de tu hijo.

—No cedes ni un poco, ¿verdad, Glory? Nunca lo has hecho.

—No podía permitírmelo. Tenía un hijo que criar.

—La buena noticia es que entiendo cuál es mi trabajo y que estoy dispuesto a hacerlo, ser el padre de mi hijo. Esta vez no vas a alejarme, digas lo que digas y hagas lo que hagas.

Ella enfureció.

—¿Estás diciendo que yo te eché del pueblo? Sabes que eso no es verdad.

—¿Cuántas veces me rechazaste, Glory? ¿Cien? ¿Mil?

—Dime a la cara ahora mismo que crees que habría sido positivo que nos hubiéramos casado. Vamos, Bowie Bravo, dime esa mentira.

Él tuvo la decencia de mirar a otro lado y después levantó sus grandes, ásperas, pero deliciosas manos para rascarse la cara.

—No he venido para esto, para culparnos. De verdad que no.

—Pues entonces, ¡para! —le ordenó—. Para —se echó el pelo hacia atrás y se levantó. Lo malo fue que, una vez estuvo de pie, no supo qué hacer. Por eso se giró y fue hacia la encimera. Agarró la cafetera y la llevó a la mesa.

—Sí, genial —dijo él.

Le rellenó la taza; la postura de tener el brazo extendido en un ángulo extraño mientras le servía el café la hizo sentirse incómoda y tuvo que girarse un poco para no rozarlo con su abultada barriga. No creía que hubiera podido soportar en ese momento que su barriga, y el bebé que llevaba dentro, el bebé de Matteo, hubieran tocado a Bowie Bravo.

Logró servirle el café sin derramar ni una gota y sin tocarlo. Después, llevó la cafetera a su sitio, se apoyó contra la encimera y le dijo:

—Deberías saber que Johnny y Matteo estaban muy unidos. Johnny adoraba a su padrastro.

—Me alegro por Johnny. Y Johnny es el único que importa.

Ella dio un paso hacia la mesa y fue en ese momento cuando tuvo una contracción.

Una contracción fuerte, una contracción de parto que comenzó en la parte alta de su útero y fue moviéndose hacia abajo y alrededor, como unas enormes y poderosas manos, apretando, presionando…

Impactada, tanto por lo repentina que había sido como por el dolor, gritó:

—¡Oh!

—Dios mío. ¿Qué…? —Bowie se puso de pie y la miró—. Glory…

Ella posó una mano sobre su vientre y utilizó la otra para mantenerlo apartado.

—Yo… no —intentó negar la realidad de lo que estaba pasando, lo que fuera con tal de que no se acercara a ella—. De verdad, estoy bien. Yo… —la frase quedó a medio terminar. Lo único que pudo hacer fue gemir de dolor a medida que la contracción seguía presionando y haciéndose cada vez más fuerte. Y entonces ya no pudo más; tuvo que girarse y apoyarse contra la encimera para evitar caer de rodillas.

—Glory… —se acercó a ella y en ese momento ella no tuvo fuerzas para apartarlo. De pronto ahí estaba él, tocándola, rodeándola con su brazo, apoyándola mientras se sometía a ese intenso dolor.

Durante un minuto, o dos o tres, no le importó lo más mínimo que Bowie Bravo tuviera las manos sobre ella. Lo único de lo que era consciente era del dolor, lo único que le importaba era pasarlo, superarlo.

Cuando finalmente se desvaneció y la dejó intentando recobrar el aliento, el alivio que sintió fue la cosa más dulce que había experimentado nunca. Para entonces estaba sudando y aferrándose a él. No pudo evitarlo. Necesitaba agarrarse a alguien y él era el único que estaba allí.

—¿Mejor? —preguntó con voz suave. Estaba acariciándole el pelo y era algo muy agradable.

Ella seguía con la cabeza hundida en su hombro.

—Sí. Mejor. Al menos, por ahora.

Bowie olía bien. A limpio. A jabón y a cedro. A pinos en la primavera. Siempre había olido a pino.

—¿Qué ha sido eso? ¿Te pondrás bien?

—Sí, más o menos —se obligó a mirarlo; miró su rostro confundido y sus ojos azules llenos de preguntas—. Estoy de parto. El bebé viene. El bebé ya viene…

El rostro bronceado de Bowie palideció al instante y sus ojos también parecieron perder color, aclararse. Y cuando Glory miró esos ojos, por alguna razón, pensó en su padre. Nunca había visto a Blake Bravo en persona ya que su última visita al Flat había sido antes incluso de que ella naciera, pero lo había visto en fotografías y había oído historias. La gente decía que el Malo de Blake Bravo, secuestrador, sospechoso de asesinato y conocido polígamo, tenía esa clase de ojos que uno nunca olvidaba.

Ojos claros, ojos de lobo…

Bowie estaba mirándola, atónito, como un hombre recién despertado de un profundo sueño.

—Eh, ¿qué has dicho? Dime que no has dicho lo que acabas de decir.

Ella sintió ganas de echarse a reír.

—Lo siento, pero lo he dicho. Y es verdad. Mi bebé está viniendo —era extraño lo segura que estaba de ello, pero, claro, ya había pasado por esa experiencia antes—. Es igual que fue con Johnny. Así, como de la nada, sin previo aviso, me puse de parto. Nació hora y media después de tener mi primera contracción, y fue una igualita a la que acabo de tener.

—No estarás hablando en serio.

—Oh, sí, claro que sí. El bebé está llegando. Y llega muy deprisa.

Capítulo 2

AHORA? —Bowie lanzó una mirada de desesperación hacia las ventanas. Fuera, el viento soplaba con fuerza y la nieve caía con más ímpetu cada vez.

—Sí, Bowie, ahora —casi se compadecía de él. Tenía que ser lo último que Bowie se habría esperado al llamar a su puerta.

—El hospital. Tengo que llevarte al hospital.

—¿Con esta tormenta, por las carreteras de montaña? Tardaríamos una eternidad en llegar. Y este bebé es igual que Johnny. No va a esperar.

Él se acordaba, podía verlo en sus ojos. Había estado ahí cuando Johnny nació, o al menos, había intentado estar. Glory había tenido a Johnny en la casa de su madre al final de la calle, en la planta de arriba, en el dormitorio principal. Bowie le había suplicado que se casara con él mientras ella sudaba y gritaba entre contracción y contracción. Estaba borracho, como de costumbre por aquel entonces, y su hermano Brett, el médico del pueblo, por fin había logrado que saliera de la habitación.

Pero ahora no estaba borracho.

—El helicóptero de emergencias. Podemos hacer que te trasladen.

—Vamos, Bowie, nadie va a hacer despegar un helicóptero de emergencia con este tiempo —dijo señalando a la tormenta.

—Brett… —pronunció el nombre de su hermano con desesperación. Ella entendía lo que era eso, la desesperación. Quería que el calmado, sereno y competente Brett estuviera allí, con ella, y lo quería ahora. Y cuando Brett llegara, también llegaría su hermana Angie. Angie no solo era la esposa de Brett, sino que también era su enfermera. Y de sus seis hermanas, era a la que Glory siempre se había sentido más unida. A Angie podía contárselo todo. No solo eran hermanas, sino que eran amigas.

El teléfono estaba al final de la encimera e ir a por él le daría una excusa para escapar de los brazos de Bowie. Tenía el número de la clínica de Brett en la marcación automática, así que pudo marcar rápidamente.