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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Gina Wilkins. Todos los derechos reservados.

SOLO UN FIN DE SEMANA, Nº 1986 - julio 2013

Título original: A Husband for a Weekend

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3435-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

 

 

Capítulo 1

 

 

No me crees capaz, ¿no? —le preguntó Tate Price a su amigo y socio de negocios, Evan Daugherty.

—No. Para una hora más o menos, tal vez sí. Pero no durante todo un fin de semana.

—¿Quieres apostar?

—Eh, chicos… —Kim Banks se movió en su asiento.

Ellos siguieron ignorándola, aunque había sido ella quien había provocado el pique.

—Acepto gustosamente la apuesta —dijo Evan, mirando a los ojos a su amigo—. ¿Qué tal cien pavos?

—Hecho —Tate levantó la barbilla.

—En serio, chicos. No vamos a hacer esto. Mi madre se llevará otra decepción. Otra más.

Kim podría haberse ahorrado el comentario, teniendo en cuenta la respuesta que recibió de sus compañeros de almuerzo de los miércoles.

—Suelo estar de acuerdo con Evan —dijo Emma Grainger, trinchando unos palitos de bambú junto con unos pocos tallarines mientras intentaba seguir la conversación—. No estoy segura de que funcione este invento.

Antes de que Tate pudiera decirle algo a su hermana, Lynette Price, otra compañera de Kim, se metió en el debate.

—Tate podría hacerlo, sin duda. Él es… el rey de las bromas.

—Los casados emiten unas… Bueno, señales. Tate y Kim no las tienen —apuntó Emma.

—Porque no lo han intentado —dijo Lynette.

Cada vez más incómoda con aquella conversación, casi incapaz de mirar a Tate a los ojos, Kim se aclaró la garganta. A lo mejor no debería haberles hablado de esa petición tan bizarra que le había hecho su madre la noche anterior cuando la había llamado por teléfono. Su madre, esa mujer excéntrica que se había casado cinco veces… Al parecer, llevaba un año diciendo por ahí que su hija estaba felizmente casada con el padre de su hija de nueve meses. Le había pedido que llevara a la niña, y a alguien que fingiera ser el padre, a una reunión familiar que tendría lugar en breve.

Kim había aprendido a restarle importancia a las locuras de Betsy Dyess Banks Cavenaugh O’Hara Vanlandingham mucho tiempo atrás. De habérselo tomado todo en serio, a esas alturas ya hubiera estado tan loca como ella. El humor y la evasión se habían convertido en las mejores armas para hacer frente a esas campañas periódicas diseñadas para llevarla de vuelta a esa vida caótica de la que había escapado nueve años antes, nada más cumplir los dieciocho. Aunque les había dicho a sus amigos que no tenía intención alguna de acceder, de alguna manera la conversación había desembocado en un esfuerzo colectivo por averiguar si alguien, Tate en concreto, podía engañar a la familia de Kim y hacerles creer que llevaba un año y medio casado con ella.

Miró a Tate un instante. A pesar de ese giro inesperado que había tomado la conversación, él parecía de lo más cómodo y tranquilo en su asiento, siempre tan desenfadado y apuesto. Al ver que ella lo miraba, le guiñó un ojo. Ella bajó la vista rápidamente. Las mejillas le ardían de repente. Durante los cinco meses anteriores había hecho todo lo posible por esconder esa atracción que sentía por Tate, y pensaba que lo había conseguido. Intentaba negárselo a sí misma a toda costa, pero eso había sido un esfuerzo inútil.

—Tate también tendría que convencerles de que es el padre de su hija —señaló Evan—. Así que no solo tendría que fingir que está enamorado de Kim. También tendría que llevarse bien con la pequeña. Y que la niña empiece a gritar cada vez que la toma en brazos no ayuda demasiado.

—Se llama Daryn —murmuró Kim—. Y yo…

—Eso no sería un problema —dijo Tate, riéndose a carcajadas—. Simplemente no la tomo en brazos. Kim podría hacer de madre protectora que no deja que nadie más se acerque a la nena.

—Y Daryn es demasiado pequeña para hablar, así que eso tampoco supondrá un problema —apuntó Lynette.

Emma apoyó un codo sobre la mesa y miró a los hombres con el ceño fruncido.

—Esto sigue sin ser una buena apuesta para ti, Evan. ¿Por qué iba alguien a preguntarle abiertamente a Kim acerca de su relación con Tate? Necesitarías una señal más clara para demostrar que fue capaz de convencer a la familia de Kim de que es ese marido entrañable.

Evan parecía confundido.

—¿Qué clase de señal?

—El anillo de la abuela —dijo Lynette rápidamente.

Kim casi se atragantó.

—Oh. Eso ya es ir demasiado lejos.

Les había contado a sus amigos que su abuela materna, viuda desde hacía mucho tiempo, estaba muy triste con todos los divorcios que habían tenido lugar en la familia. La abuela Dyess estaba tan descontenta que había decidido regalarle su propio anillo de compromiso al primero de sus nietos que consagrara una unión duradera ante el altar. Hasta ese momento, la señora no le había dado el visto bueno a ninguno de los novios y cónyuges de sus nietos y los acontecimientos no habían hecho sino darle la razón. Solo uno de los siete estaba casado, pero las cosas no le iban muy bien. Sin embargo…

Lynette hizo un gesto con la mano para restarle importancia a la objeción de Kim.

—No he dicho que aceptes el anillo con un engaño. Evidentemente, eso estaría muy mal. Pero si Tate y tú lográis convencer a la abuela para que os lo ofrezca, eso significaría que él ha ganado la apuesta.

—Y eso no está mal —dijo Kim con sarcasmo.

Lynette le lanzó una mirada radiante. Sin duda estaba muy satisfecha por haberse sacado una solución tan buena de la manga.

—Eso podría funcionar —dijo Emma—. Si la abuela ofrece el anillo, no quedaría la más mínima duda de que Tate se los ha metido en el bolsillo.

—Esa sería la prueba definitiva —dijo Evan.

—Pero yo sigo diciendo que si alguna persona, ya sea la abuela u otro familiar, deja entrever la más mínima duda o sospecha, entonces la apuesta se ha perdido.

—Bueno, como no vas a estar allí, ¿cómo vas a saber si eso ocurre? —preguntó Emma—. Tate no tendría por qué deciros nada si pasa.

Lynette y Evan parecían ofendidos.

—Tate no me mentiría para ganar una apuesta —dijo este último.

—Solo le mentiría a toda mi familia —dijo Kim, sacudiendo la cabeza. Estaba un poco incómoda con la conversación, pero no podía evitar sonreír de vez en cuando.

—Bueno, sí —dijo Lynette con contundencia—. Ese es el desafío, ¿no?

Dejando a un lado sus palitos de bambú, Kim miró a todos sus amigos con un gesto de asombro. Su mirada pasó por Tate de refilón.

—¿Habláis en serio de verdad? ¿De verdad me estáis sugiriendo que Tate debería acompañarme a esa reunión familiar en Missouri, fingiendo ser mi marido? ¿El padre de mi hija?

—Dijiste que tenías ganas de ver a tu abuelita de nuevo —le recordó Lynette—. Y que tu madre nunca te perdonaría si la dejabas como una mentirosa ante la familia. Parece que esta es la solución perfecta.

—La solución perfecta es saltarme esa reunión familiar, y eso es lo que le dije a mi madre que voy a hacer, de la misma manera que no he asistido a las últimas tres reuniones familiares de la familia Dyess.

—Lynette tiene razón. Así tendrías oportunidad de ver a tu abuela sin dejar a un lado a tu madre. Si Tate consigue arreglárselas bien, entonces tiene cien dólares ganados —dijo Evan, riéndose con malicia, algo que no hacía muy a menudo.

Tate se encogió de hombros. Su sonrisa era relajada y sus ojos no revelaban nada. Miró hacia el otro lado de la mesa, donde estaba Kim.

—Tú no tienes nada que decir en este asunto.

—Pero ya es hora de que alguien deje las cosas claras.

Tate se rio.

—Es una idea alocada. Claro que lo es. Y probablemente se va a enredar más. Pero si quieres intentarlo, yo me apunto.

—¿De verdad lo harías? —Kim parpadeó.

—Claro. No me vendrán mal esos cien dólares —añadió, dedicándole una sonrisa a Evan.

Kim no se dejó engañar, pero tampoco sabía muy bien cómo leer la expresión de esos ojos color ámbar. Llevaba cinco meses almorzando con él todos los miércoles, pero aún había ocasiones en las que no sabía qué estaba pensando.

Seis meses antes, Lynette, Emma y ella misma habían empezado a salir a comer todos los miércoles, para romper con la monótona rutina de llevar la comida de casa. Un día Lynette había invitado a su hermano, este se había presentado con Evan, su socio de negocios, y así las comidas de los miércoles en el restaurante chino se habían convertido en una costumbre. De manera esporádica, otras personas se unían a la comida y algunas veces faltaba algún miembro del grupo, pero casi todos los miércoles lograban reunirse en ese famoso restaurante de Little Rock, Arkansas. Comían, charlaban, hablaban de muchos temas distintos, normalmente relacionados con el trabajo… Y entonces las tres chicas regresaban al centro de rehabilitación médica donde trabajaban como terapeutas, y Tate y Evan volvían a sus proyectos paisajistas.

Kim siempre esperaba con entusiasmo el momento de la reunión semanal. Se decía a sí misma que necesitaba desconectar del trabajo y que se merecía ese pequeño frenesí de derroche. Además, la conversación siempre era animada y solían pasarlo muy bien mientras disfrutaban de una rica comida. Llevaba siete meses trabajando en el centro y en ese tiempo Lynette y Emma se habían convertido en buenas amigas, al igual que Tate y Evan. Entre todos habían creado un buen ambiente y lo de ser colegas sin complicaciones resultaba muy agradable.

No obstante, eso no significaba que Kim no fuera consciente de lo atractivos que eran los dos chicos. No tenía intención de tener nada con ninguno, pero sus encantos no pasaban desapercibidos, sobre todo los de Tate. Si hubiera estado buscando a alguien con quien tener un romance arrebatador, Tate Price habría sido el candidato perfecto, con ese pelo moreno, la piel bronceada y unos músculos impresionantes. Evan también era muy apuesto, pero Tate tenía algo especial. Sin embargo, lo de emparejarse con el hermano de una amiga no podía ser buena idea. Había demasiadas posibilidades de desastre. Y Tate le había dicho en varias ocasiones que no tenía ningún interés en comprometerse con nadie hasta que su negocio de diseño de paisajes despegara del todo. En realidad, el trabajo era lo único que Tate Price se tomaba en serio.

Lynette rebotó un poquito en la silla. Empezó a aplaudir con entusiasmo.

—Deberías hacerlo, Kim. No es que nadie vaya a salir perjudicado. Y de alguna forma le estará bien empleado a tu madre. Así tendrá que sudar un poquito para mantener la farsa.

—Sería muy gracioso —dijo Emma, sonriendo. Miró a Kim y después a Tate—. Me encantaría verte mangoneando a Tate y llevándole de aquí para allá como una mujer mandona.

—¿Crees que iba a ser una mujer mandona?

—No. Simplemente creo que sería divertido verla en el papel —Emma dejó escapar una risita.

—No tengo interés en ser ningún tipo de mujer o esposa —les recordó Kim. La incomodidad crecía por momentos—. Daryn y yo estamos muy bien como estamos.

La sonrisa de Lynette se desvaneció.

—Sé que tu padre y tus padrastros te dejaron al final, pero eso no significa que todo el mundo abandone a su familia, Kim. Puedo nombrar a muchas parejas duraderas, y eso incluye a mis padres. Algún día conocerás a alguien que siempre querrá estar ahí para Daryn y para ti.

Kim se encogió de hombros. No tenía intención de discutir el pasado con sus compañeros de almuerzo.

—Ya sabes lo que dicen. Si no está roto, déjalo así. Yo estoy muy contenta con la vida que tengo. Lo único que quiero es convencer a mi madre de ello.

—Nunca lo entenderá —dijo Emma—. No si es la clase de mujer que necesita tener a un hombre en su vida para sentirse completa.

—Bingo —murmuró Kim.

—Entonces a lo mejor deberías saltarte esta reunión en lugar de arriesgarte a tener la disputa del siglo con tu madre —apuntó Evan—. Además, sigo creyendo que será difícil engañar a todo el mundo. Incluso para Tate.

—A lo mejor es Kim quien piensa que no será capaz de sacar adelante la farsa —dijo Tate—. Dijo que no quería ir a la reunión familiar y hacer el paripé porque es muy mala actriz.

—Dije que se me da muy mal mentir. No es lo mismo que ser mal actor. Y esa no es la única razón por la que no quiero implicarme en esto.

—Claro que no.

Kim frunció el ceño. No sabía muy bien cuál era el mensaje que le estaba lanzando.

—¿Y bien? —preguntó Lynette, expectante—. ¿Te vas a pensar la petición de tu madre? ¿Sobre todo si Tate está dispuesto a ayudar?

Todas las miradas estaban puestas sobre ella. Kim se mordió el labio. No podía dejarse arrastrar hacia ese plan tan esperpéntico.

—Lo pensaré. Pero todavía tengo muchas ganas de decir que no, aunque mi madre se vuelva loca. Lo superará. Seguro que sí.

—Tómate tu tiempo —Lynette volvió a sonreír. Se le hicieron esos hoyuelos tan característicos.

Lynette estaba empeñada en convencerla. De eso no había duda. Y Tate, con esa sonrisa desafiante, también apoyaba la causa al cien por cien. De repente Kim se dio cuenta de que estaba hecha un manojo de nervios. ¿Cómo era posible que se estuviera planteando la posibilidad de llevar a cabo un plan tan estrambótico? No tenía más remedio que admitir que en otra época hubiera aprovechado la más mínima oportunidad para gastarle una broma de esa magnitud a su familia, pero eso era antes de haberse convertido en una madre soltera, seria y responsable. Atrás habían quedado aquellos días de juventud salvaje y alocada.

O quizás no…

 

 

—Tate, ¿por qué no le das un beso a Kim? Nosotros os decimos si parece natural o no —sugirió Emma como si fuera algo de lo más razonable.

Kim se volvió hacia ella con una cara de estupefacción. La joven se sorprendió.

—¿Qué? Quieres que esto funcione, ¿no?

Kim no sabía muy bien por qué Emma, Lynette y Evan se habían reunido en su casa un viernes por la tarde, nueve días después de aquella célebre comida. Tate y ella estaban a punto de embarcarse en ese viaje de cuatro horas que les llevaría a Springfield, Missouri. Ambos se habían tomado la tarde libre para poder salir antes, pero los otros se habían tenido que saltar la hora de la comida para poder estar con ellos. Evan, al parecer, estaba allí para reírse de su amigo. Emma y Lynette, en cambio, se habían presentado allí para que Kim no se echara atrás en el último momento, lo cual era una posibilidad, aunque no quisiera admitirlo.

Había pasado nueve días cambiando de idea una y otra vez, tanto así que en ese momento tenía dolor de cabeza. Incluso después de haber salido por la puerta, a punto de subir al coche, no podía dejar de preguntarse si debía llamar a su madre y zanjar el tema de una vez. Para Tate, en cambio, era la broma del siglo. Kim le observó mientras metía su maleta en el vehículo.

—¿Que la bese? —cerró el maletero del coche y se volvió hacia Emma—. ¿Ahora?

Siempre tan organizada y detallista, Emma asintió con un gesto pensativo.

—No vendrá mal practicar un poco antes de salir.

—Creo que no tengo que practicar —Tate sonrió.

A Kim no le cabía la menor duda. Emma puso los ojos en blanco, pero siguió hablando en serio.

—Estoy dando por sentado que nunca has besado a Kim. Si la primera vez tiene lugar delante de su familia, podría ser un poco embarazoso.

—Aunque Tate y yo estuviéramos casados de verdad, no creo que fuéramos a besarnos mucho delante de la familia. Me gusta hacer esas cosas en privado.

Lynette, que tenía al bebé en brazos, levantó la vista y se encogió de hombros.

—Emma tiene razón. Tenéis que parecer a gusto si vais a hacer que esto funcione. Y francamente, Kim, eres tú quien necesita practicar. Hoy no haces más que mirar a Tate como si fuera la primera vez que lo ves.

Mientras los otros se reían, Kim sintió que las mejillas se le ponían al rojo vivo, y no tenía nada que ver con el asfixiante calor de agosto. Lo cierto era que sí se sentía como si Tate fuera un completo extraño ese día. Hasta la semana anterior, siempre había creído que le conocía bien, que era uno de sus mejores amigos, sin tener en cuenta esa atracción que sentía por él. Sin embargo, en ese momento, mientras le veía prepararse para acompañarla a esa reunión familiar en el papel de marido, nada menos, ya no estaba tan segura de conocerle en absoluto. Y tampoco sabía muy bien por qué se prestaba a una farsa como esa.

—Todavía no entiendo por qué tu madre sintió la necesidad de mentirle a todo el mundo —dijo Evan—. No es que ser madre soltera sea un motivo de vergüenza hoy en día.

—Tendrías que conocer a mi madre y a su hermana para entenderlo —dijo Kim, encogiéndose de hombros—. Simplemente no entienden que una mujer pueda ser feliz sin un hombre en su vida, y eso explica por qué la tía Treva acaba de salir de su tercer matrimonio mientras que mi madre ya va por el quinto. En cuanto se va uno de esos perdedores, mamá pesca a otro. Cada vez que hablo con ella, me recuerda que sus tres hijos fueron concebidos dentro del matrimonio, aunque los tres sean de maridos distintos. Me dijo que no tuvo más remedio que decirles a su madre y a su hermana que yo estaba casada, para poder mantener la frente bien alta ante la familia.

—Bizarro —dijo Emma—. Pero, aun así, si vas a convencer a tu familia de que sois una pareja estable, tendréis que trabajar un poquito los detalles.

—¿Sabes? Esto es una locura —dijo Kim de repente, sacudiendo la cabeza—. No sé en qué estaba pensando. Vamos a olvidar todo el invento, ¿de acuerdo? Gracias, Tate, pero no te voy a necesitar este fin de semana.

Emma y Lynette intercambiaron miradas que lo decían todo. Ambas habían anticipado el momento. Lynette cambió el apoyo de Daryn sobre la cadera.

—No puedes echarte atrás ahora, Kim. Quieres ver a tu abuela, ¿recuerdas? Y también querías que pudiera ver a Daryn por lo menos una vez.

—Bueno, voy a ir sola. Diré la verdad, que nunca me he casado y que el padre de Daryn no es parte de nuestras vidas.

—¿Y vas a dejar en evidencia a tu madre ante todo el mundo? Nunca te lo perdonaría. Sé que has tenido una relación complicada con ella, ¿pero realmente estás dispuesta a romper del todo con ella?

Al oír su propia preocupación en boca de otros, Kim suspiró.

—No lo sé. Este tipo de situación siempre me ha hecho mantener las distancias, pero es mi madre…

—Exacto.

—Bueno, seguiré adelante con la mentira, pero les diré a todos que mi marido tuvo que trabajar este fin de semana y que no pudo venir conmigo.

—No te va a salir bien —predijo Evan con una sonrisa sabihonda—. Tú misma lo has dicho. Se te da muy mal mentir.

—¿Y qué hay de malo en que yo te acompañe? —preguntó Tate—. Nos presentamos allí, yo permanezco a tu lado, sonrío un montón, tu abuela ve a tu hija, y después nos disculpamos y nos vamos pronto. Tu madre te deberá un favor enorme. Así la tendrás dominada y ya no volverá a meterte en un lío como este.

Él hacía que todo sonara muy lógico y sencillo. Kim sacudió la cabeza. La locura debía de ser contagiosa.

—La maleta de Tate ya está en el coche —dijo Lynette, como si eso fuera el factor decisivo—. Creo que deberías seguir adelante con ello.

—Al parecer, prefiere terminar con todo el asunto antes que tener que besar a Tate —comentó Evan. Los ojos le brillaban con malicia—. Bueno, no me extraña nada —añadió con una sonrisa.

—Creo que todos habéis apostado por la persona equivocada —dijo Tate, mirando a Kim con las cejas levantadas—. Es Kim la que no se ve capaz de sacar esto adelante. Es más, estoy dispuesto a apostar cincuenta dólares a que Kim echa abajo nuestra tapadera antes que yo.

Aunque supiera que la estaba provocando, Kim no pudo evitar picarse. Los demás la observaron durante unos segundos, expectantes. Se recordó a sí misma que ninguno de ellos la había conocido antes de ser esa madre soltera, tranquila y trabajadora. Había empezado en la clínica de rehabilitación tras la baja de maternidad. Pero antes de quedarse embarazada había trabajado en otro centro similar, en otro pueblo de Arkansas… Por aquel entonces se hubiera embarcado en una aventura como esa sin pensárselo dos veces, pero ya no era aquella chica.

Suspiró. Dejó que el arrebato de juventud se apoderara de ella.

—Acepto la apuesta.

Agarró a Tate del polo que llevaba puesto y tiró hacia sí. Sin darle tiempo a reírse siquiera, le dio un beso.