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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

 

© 2013 Claudia Velasco. Todos los derechos reservados.

ME MIRARÉ SIEMPRE EN TUS OJOS, Nº 12 - julio 2013

Publicada originalmente por Harlequin Ibérica, S.A.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

HQÑ y logotipo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3460-6

Editor responsable: Luis Pugni

imagen de cubierta: KONSTANTIN YUGANOV/DREAMSTIME.COM

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

 

 

Recorrió el papel suave y brillante con el dedo, por encima de la fotografía, una enorme y profesional fotografía donde sus hijos aparecían jugando en el parque con su padre. Suspiró impotente, como siempre ocurría en estos casos, y hojeó la revista aún asombrada de la portada, donde su familia era la absoluta protagonista.

Diez páginas interiores daban buena cuenta de los días que Ronan y los niños habían pasado en Killiney, en casa, sin molestar a nadie, en la más estricta intimidad, aunque aquellos propósitos sirvieran de poco para aplacar el interés desmesurado que los reporteros sentían por ellos. Una docena al menos los seguían a todas partes, desde hacía años, pero desde su separación mucho más. Los acechaban como cuervos despiadados en Londres, en Dublín, en el parque, en casa, en cada restaurante o tienda que decidían visitar, convirtiendo su vida, a veces, en una verdadera tortura.

Cerró la publicación y miró nuevamente la portada donde Ron, vestido con vaqueros, una camiseta blanca y las gafas de sol puestas, llevaba a un niño en cada brazo, seguido por Aurora y Kirk, la niñera y el escolta, que caminaban siempre dos pasos por detrás de él: Ronan Molhoney ejerce de padrazo en Irlanda, rezaba el titular. Cerró los ojos y decidió no mirar más.

Llevaban más de un año separados, exactamente diecisiete meses, después de que Ronan hubiese traspasado todos los límites de la cordura y hubiese mandado su idílico matrimonio al traste, cuando su hijo mayor, James, tenía un año y el pequeño, Alexander, apenas un mes de vida. El drama había adquirido dimensiones apocalípticas en Irlanda, con todo el país pendiente de su estrella de rock más rutilante, envuelto en una serie de problemas personales que lo habían llevado a perder a su joven y hermosa familia.

Eloisse había tenido que, literalmente, huir de vuelta a Londres, y él se había quedado en su Irlanda natal, mascullando su dolor y planteándole toda clase de impedimentos para divorciarse. Se habían pasado meses luchando, una por divorciarse y el otro por reconquistarla, y mientras ella conseguía recomponer su vida y volver al ballet, reapareciendo como primera bailarina del Royal Ballet la primavera anterior, Ronan se había sometido a toda clase de terapias e ingresos clínicos para intentar superar sus adicciones, sus problemas de agresividad y sus celos patológicos.

Ronan estaba luchando por mejorar, era otra persona, parecía completamente curado y por esa razón su acercamiento era cada día más concreto, se llevaban bien, con distancia por parte de ella, pero con mucha disposición por el bien de ambos, y sobre todo, por el bien de sus pequeños.

—Issi... —le rozó la cintura y ella se giró para mirarlo a los ojos—, siento el retraso, hay un tráfico espantoso, ¿has venido en taxi?

—No, en metro.

—¿Estás bien? ¿Entramos?

—Sí, sí, vamos.

Sonrió a la recepcionista y cruzó la elegante sala de espera camino del despacho de la doctora Appelwhite, la prestigiosa y exclusiva terapeuta londinense que ese día los había invitado a una de sus terapias colectivas de pareja. Eloisse odiaba ir a esos encuentros con otros matrimonios, todos muy ricos y muy famosos, y comentar en voz alta sus problemas más personales, pero lo hacía por Ronan, porque había prometido cooperar, aunque a veces le apeteciera salir corriendo de allí.

Entró y se sentaron en el semicírculo saludando a las cuatro personas que ya esperaban, todos preparados para empezar. Eloisse los miró de reojo y sonrió interiormente pensando en el dinero que pagaría la prensa por conocer los secretos de esa gente o, simplemente, por confirmar que estaban en crisis y que acudían a terapia. Era increíble que ella pensara en eso, pero una charla con un paparazzi amigo de la jefa de prensa del Royal Opera House la semana anterior le había abierto los ojos respecto a las cifras millonarias que se barajaban en algunos medios de comunicación cuando se trataba de chismes o de información sobre las celebrities. Saberlo le produjo un trauma y desde entonces, cada vez que salía a la calle, no podía evitar pensar en el dinero que se estaba ganando alguna gente a costa de su intimidad.

—Por supuesto que me preocupa el sexo, somos jóvenes y llevamos diecisiete meses de abstinencia... —La voz ronca y cálida de Ron confesando aquello la sacó de golpe de sus pensamientos y se sentó mejor en la silla, lo miró de reojo y no pudo evitar sonrojarse hasta las orejas—. Amo a mi mujer, la deseo, pero no puedo presionarla.

—¿Eloisse? —La psicóloga la miró y ella se quedó muda—. ¿No echas de menos el sexo?

—Cuando nosotros hemos estado separados —intervino una de las otras mujeres— nos veíamos para mantener relaciones sexuales. Ese siempre fue nuestro punto fuerte y ninguno de los dos quiso renunciar a ello, supongo que fue el hilo que siempre nos mantuvo unidos, ¿no, cariño?

—No me puedo creer que lleves diecisiete meses sin sexo —opinó un hombre, un conocidísimo deportista de élite—. ¿Tú? Eso es imposible.

—No tengo interés de convencerte de nada, Ian.

—Bien —la doctora interrumpió a Ronan y miró nuevamente a Eloisse, que era la más joven de los presentes y sin embargo la más serena y reservada. Buscó sus extraordinarios ojos color avellana y la animó a hablar—. ¿No quieres hablar del tema, Eloisse? ¿Ni siquiera en privado con tu marido?

—Preferiría que fuera en privado.

—Claro. Vamos a ver...

—A lo mejor no crees en el sexo sin amor, ¿es eso, no? —preguntó otra de las mujeres.

—No creo en el sexo sin amor, pero este no es el caso.

—Muchas mujeres castigan a sus maridos sin proporcionarles sexo, al menos eso hacían nuestras madres...

—Joel, por favor. —La doctota Applewhite se puso de pie—. No veo a Eloisse en semejante tesitura y, además, aquí no estamos juzgando a nadie y ella está en su derecho a reservarse su opinión.

—Creo que el sexo es parte fundamental en la vida de pareja —opinó Issi de repente, bastante harta ya de aquella gente—, pero no concibo el sexo por el sexo, cuando no va de la mano de la armonía en otros aspectos de la relación.

Se hizo un silencio tenso y ella los miró a todos a la cara, nadie alzaba los ojos del suelo, giró la cabeza y observó a Ronan que se inclinó hacia delante y le clavó los ojos celestes muy serio. Quiso sonreírle, pero no pudo, respiró hondo y esperó pacientemente a que la doctora siguiera con sus preguntas y que los demás participaran activamente contando sus miserias y sus penas más tremendas. No volvió a intervenir y Ronan tampoco, y cuando una hora después abandonaron en silencio la consulta y pisaron la calle, él la detuvo sujetándola de la mano.

—Si no quieres volver, lo entiendo, esto es...

—Si tú quieres volver, lo haré, no me importa.

—No quiero presionarte, yo...

—Es por los dos Ron, en realidad por los cuatro. —Le sonrió—. Volveré siempre que quieras. Y ahora, me voy, tengo media hora para llegar al teatro.

—¿Te llevo en coche?

—No, voy más rápido en metro. Adiós. —Se acercó y lo besó en la mejilla, él cerró los ojos y tragó saliva, viendo como bajaba corriendo las escaleras del suburbano.

—Adiós, princesa.

Capítulo 1

 

¿Existe el amor verdadero? A sus casi treinta y cinco años, Ronan Molhoney ya había subido al cielo y bajado al infierno varias veces por amor, y sí, él sí creía en el amor verdadero.

Observó la figura menuda de su mujer perderse dentro de la estación de metro y encendió un cigarrillo para relajarse. Como ella, lo pasaba cada vez peor en las dichosas terapias a las que debía asistir. Llevaba meses ocupando su tiempo libre en todo tipo de reuniones y citas terapéuticas destinadas al control de la ira, los celos o el alcoholismo, de relajación, meditación y, por supuesto, las terapias matrimoniales a las que Issi lo acompañaba en un acto de extrema generosidad, decía todo el mundo, aunque nadie se parase a valorar el esfuerzo enorme que él estaba invirtiendo también en ello.

Pero valía la pena. Se había portado como un animal con ella, y no solo en la última etapa de su convivencia, no, lo había hecho durante años, era consciente, mortificándola con sus celos enfermizos, la opresión, su falta de autocontrol, la dominación absoluta que siempre había querido desplegar sobre ella, aunque ella se resistiera y al final hubiesen convertido el matrimonio en una guerra sin tregua que había terminado con Issi abandonándolo.

El amaba a Eloisse, lo había hecho desde el primer segundo en que la vio, nada podía cambiar aquello, y estaba dispuesto a todo por ella, a todo lo que hiciera falta para ser mejor persona, mejor marido, y el hombre que ella se merecía. Aunque, a veces, en tardes como aquella, en la consulta de la doctora Appelwhite, solo le apetecía renunciar, rendirse y mandarlos a todos a paseo, no lo haría, porque la recompensa era mejor que todo lo demás. Se trataba de recuperar a Issi y a los niños, de volver a vivir juntos y de que ella volviera a confiar en él.

Miró a su alrededor, se puso las gafas de sol y se encaminó hacia parking donde tenía el coche. Era temprano y tal vez le diera tiempo a llevar a los niños al parque antes del baño y la cena. Afortunadamente, todas las tardes eran suyas, porque mientras Issi bailaba en Covent Garden, él se ocupaba de Jamie y Alex hasta la hora de irse a la cama, cuando los acostaba y esperaba a que se durmieran antes de volver a su casa. Su pequeño, pero acogedor loft ubicado a pocos metros de la casa de Eloisse. Todo un privilegio.

—¿Te vienes a tomar un café? —Hillary, una de las asistentes a la terapia lo abordó justo al lado de su todoterreno con una sonrisa seductora—, o a casa. Tal vez deberíamos poner remedio a tu falta de... ya sabes.

—Muy amable, pero no gracias. —Abrió el vehículo y la miró moviendo la cabeza—. Mis hijos me esperan.

—A veces a las esposas hay que darles un escarmiento. Tal vez esa mujercita tuya necesite recordar el pedazo de hombre que se está perdiendo...

—Adiós, Hillary.

—Adiós. Y cuando quieras, me llamas. Paul y yo tenemos un matrimonio muy abierto, ya lo sabes.

Puso en marcha el motor, aceleró y giró hacia la salida sin mirar a la esposa de Paul Hertz, un periodista muy famoso que solía aparecer en las revistas posando con su familia feliz. Era de locos, pensó poniendo el CD de The Dubliners que siempre llevaba en el coche. Subió el volumen y pensó una vez más en Issi.

La primera vez que vio a Eloisse Cavendish fue en el Royal Albert Hall de Londres más de ocho años atrás. Su banda, los Night Storm, daba dos conciertos multitudinarios en la ciudad y el segundo día, cuando se subió al escenario y se encendieron las luces, vio por el rabillo del ojo una figura que parecía brillar entre la gente en un palco dedicado a los Vips y los invitados del grupo, una figura femenina, menuda y preciosa que lo distrajo las dos horas que se pasó tocando para miles de personas. A esa distancia apenas podía verla bien, pero sí vislumbró su pelo oscuro, sus vaqueros ceñidos y su blusa blanca. Era guapísima y parecía interesada en su música, aunque no chillaba ni hacía fotos como el resto de la gente.

Al acabar el concierto había pedido a uno de sus escoltas que la localizara. Pete había oído la descripción de la chica y había partido a buscarla sin rechistar, él estaba acostumbrado a ese tipo de «encargos» suyos ya que, a punto de cumplir los veintisiete años, Ronan Molhoney era un conquistador sin medida, que no se aburría jamás de sumar ligues, y no era la primera vez que le pedía un favor semejante, aunque en aquella ocasión aquel encuentro sería diferente, lo intuyó desde un principio, cuando se metió debajo la ducha sin poder olvidar a la chica y cuando salió y aceptó los besos y los abrazos de las amigas que habían acudido a saludarlo, sintiendo una impaciencia desconocida en el alma, tanta, que había evitado elegantemente los halagos y los coqueteos y se había escabullido hacia la fiesta privada organizada por su manager detrás del escenario, para intentar encontrarla en medio de un mar de invitados.

—Se llama Eloisse Cavendish, es bailarina del Royal Opera House y viene con un grupo invitado por Leonard, uno de los productores, todos son bailarines de ballet. —Pete llegó a su lado y le señaló hacia el otro extremo de la sala—. Al parecer no viene con pareja y me han dicho que no es fan, aunque se lo ha pasado muy bien.

—Madre mía, ¿has visto eso, Pete? —Eloisse parecía distraída, era muchísimo más guapa al verla a esa distancia, menuda y pequeñita, no más de un metro sesenta de estatura calculó, y con un cuerpo perfecto, espectacular, enfundado en esos vaqueros ceñidos que le dejaban su precioso abdomen a la vista, tenía la piel blanca y los ojos y el pelo eran casi del mismo color, muy oscuros, su cara era la de un ángel y todos sus gestos denotaban una elegancia innata, no charlaba con nadie y oía la conversación de su grupo con un refresco en la mano y la mirada perdida—. ¿Es mayor de edad? ¿No parece muy joven?

—Lo mismo pregunté yo y su amiga me ha dicho que cumplió dieciocho años hace un mes, vive en Nottinghill con dos amigos.

—¿Te han dicho todo eso? —Se giró hacia Pete, sonriendo—. Eres muy eficiente, amigo.

—Yo me quedaré con su amiga, que también está buenísima —fue la respuesta del escolta.

—Bien, pues iré a conocerla.

—¿No quieres que te la traiga?

—No parece de esas, gracias. —Caminó entre la gente con el corazón cada vez más acelerado. Eran solo unos metros, pero lo detenían para hablarle y felicitarlo alterándolo cada vez más, hasta que pudo llegar hasta ella y admirar su cuerpazo a tan corta distancia—. Hola.

—Hola. —Ella se giró y lo miró a los ojos dejándolo fuera de juego en una milésima de segundo. Ronan tragó saliva y se movió incómodo.

—Hola, soy Ronan, ¿qué tal?

—Ya sé quién eres, nos ha gustado muchísimo el concierto.

—Me alegro. —Ronan volvió a tragar saliva y fue entonces cuando un imán poderosísimo lo empujó hacia ella sin poder controlarlo, estiró la mano y la apartó de su grupo sujetándola por la cintura—. Eres preciosa, jamás había visto a nadie como tú.

—Bueno... —Ella se sonrojó y Ronan Molhoney se fijó en las pecas de su nariz, en esos ojazos oscuros, maravillosos y almendrados, y supo que jamás podría dejar de tocar a esa mujer, deslizó los dedos por la piel de terciopelo de su cintura y ella se apartó.

—Lo siento. —Ronan levantó las manos como un adolescente y preguntó como un idiota—. ¿cómo te llamas?

—Eloisse.

—¿Y vienes sola?

—No. —Ella miró hacia sus amigos que cuchicheaban descaradamente a su espalda—. Con mis compañeros y amigos, pero ya me iba, mañana madrugo, así que... bueno, en fin, encantada de conocerte.

—No, Eloisse, perdona. —Ronan observó con angustia como ella dejaba el refresco encima de la mesa y pensó que se moriría si la perdía, así que se olvidó del protocolo de seguridad, de los escoltas y de todo ese dispositivo que siempre los rondaba y avanzó un paso hacia ella—. Escucha, ¿puedo acompañarte a casa?

—¿A mí? —Sonrió y lo miró de arriba abajo—. Gracias, vivo más o menos cerca, eres muy amable.

—No es amabilidad, me gustaría acompañarte.

—Bueno, yo... vale, gracias.

 

 

Desde los diecisiete años las fans los seguían por todas partes, su vida no era la de un chico normal y era la primera vez, desde el colegio, que se ofrecía a acompañar a alguien a casa, pero ella valía ese esfuerzo, así que observó pacientemente como se despedía de sus amigos, que le sonrieron con picardía, y la acompañó a la salida mientras se ponía el abrigo y se acomodaba el pelo suave y ondulado sin hablar, luego salieron a la calle y caminaron como cualquier pareja normal por la orilla del parque, sin que nadie lo reconociera en medio de la noche y sin escoltas por el centro de Londres.

—¿Eres bailarina?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Se nota. —Ella le dedicó una mirada ceñuda y comprendió que no era una chica frívola a la que le gustaban los piropos estúpidos, así que reculó, sonriendo—. No, es que me lo han contado.

—Sí, bailo en el Royal Ballet.

—¿Vives con tus padres?

—No, hace un mes me mudé a un piso con unos amigos, antes vivía en Richmond, en el internado de la compañía.

—Qué interesante.

—¿Y tú? ¿Dónde vives?

—En Dublín habitualmente aunque viajamos mucho.

—Me gustó muchísimo vuestro concierto.

—Me alegro, ahora tendré que ir a verte bailar.

—Solo si te gusta el ballet.

—Desde hoy sí. —Ella volvió a quedarse callada y él volvió a sentirse como un idiota—. Es broma. Me gusta la música, el ballet, la ópera, la música clásica. Toco el piano desde los seis años.

—¿Sí? ¿Has pasado por el conservatorio?

—Diez años de conservatorio. ¿Dónde está tu piso? Si quieres pido un coche o un taxi.

—No, gracias, está cerca, quería volver andando, pero puedes dejarme aquí. Vuelve a la fiesta, yo puedo seguir sola.

—No, estoy bien, vamos.

—Bien, gracias, Ronan, eres muy amable, es por ahí. —Ella le indicó con la mano y él permaneció en estado de shock varios minutos repitiendo mentalmente el sonido de su voz al pronunciar su nombre, era delicioso. Quiso pedirle matrimonio en ese mismo instante, mientras ella hablaba de las calles y de los edificios que tanto le gustaban y del agradable tiempo otoñal de Londres por esos días—

Quince minutos después de aquello la había besado en el portal de su casa, primero un beso fugaz y luego le había plantado un beso largo al que ella había respondido muy tímidamente, temblando. Olía a caramelo y no sabía besar, era obvio, una novedad que le caló hasta el alma mientras la miraba a los ojos y volvía a repetir el beso una y otra vez hasta que no pudo más.

—Debo irme.

—Yo también, mañana me levanto temprano.

—¿Volveré a verte, Eloisse?

—Claro, ¿cuánto tiempo os quedáis en Londres?

—Por ti mi vida entera. —Ella lo miró algo confusa, y él intentó darle su número de teléfono—. Te doy mi número, llámame, ¿vale?

—Vale.

—Eres preciosa —repitió sujetándola por la cintura para seguir besándola mientras los pantalones le apretaban por culpa de la excitación que tenía y que no podía disimular. Se apartó de ella y le sonrió, antes de salir huyendo con prisas de allí—. Debo irme.

Jamás podría olvidar aquella noche mágica en la que su princesa, la princesa de sus sueños, había aparecido delante de él como por ensalmo para cambiarle la vida de forma radical. Desde aquel primer segundo él había sabido que la amaba, que no podría respirar nunca más sin ella y desde aquel día había hecho todo lo posible por estar a su lado. Aquella misma noche hizo que su agente localizara a la chica: sus horarios, su rutina, y a la mañana siguiente, casi sin dormir, se había plantado en Covent Garden para abordarla. Ella llevaba horas ensayando, le dijeron por teléfono y en la entrada del teatro, y cuando al fin la vio salir en medio de un grupo de compañeros, vestida con una falda larga de bailarina y un abrigo enorme, la bandolera cruzada sobre el pecho y un moño alto, se acercó nervioso como un colegial, se le puso delante y ella tardó varios minutos en verlo y reconocerlo, aunque cuando lo hizo le regaló la más dulce y cálida de las sonrisas.

—Hola, Ronan.

—Hola, Eloisse, ayer no nos dimos los números de teléfono.

—Sí, te marchaste con prisas, ¿y qué haces aquí?

—Verte. —Cruzó la distancia que los separaba y se inclinó para darle un beso en los labios—. No quisiera perderte.

—Pues ya sabes donde estoy. —Eloisse carraspeó y se puso roja hasta las orejas antes de girarse y presentarle a un tipo alto, atractivo y muy sonriente, que lo miraba con ojos chispeantes—. Te presento a mi amigo y compañero Michael Fisher, él es mi partenaire en el escenario y mi compañero de piso también.

—Encantado, señor Molhoney, nos gustó muchísimo el concierto de ayer.

—Gracias. ¿Te puedo invitar a comer, Eloisse?

—Bueno, íbamos todos.

—Os invito a todos.

—No, Issi, ve con tu amigo —susurró Michael besándole la cabeza, gesto que Ron recibió con bastante incomodidad—. Luego nos vemos, encantado, Ronan.

—¿Issi? —dijo él al fin cuando se quedaron solos, de pie en las escaleras del teatro.

—Mi familia y mis amigos me llaman Issi. Michael es como mi hermano.

—Me gusta Issi, aunque tú siempre serás mi princesa.

—¿Princesa? Eso suena un poco trasnochado —le contestó mirándolo con firmeza con aquello ojos oscuros, comentario que él recibió con una risa.

—Mi abuela me dijo que un día encontraría a mi princesa, a la princesa de mis sueños, y creo que eres tú, por eso siempre serás mi princesa.

—Muchas conclusiones en muy poco tiempo —fue su respuesta mirando la hora antes de volver a clavarle los ojos almendrados—. Tengo cuarenta minutos para comer, si no te importa podemos comernos un sándwich en la plaza.

—Tengo reserva en uno de los restaurantes del teatro.

—Pues no puedo acompañarte, yo solo dispongo de unos minutos.

—¿No puedes tomarte la tarde libre y comer conmigo?

—No, lo siento, tengo ensayo dentro de cuarenta y cinco minutos.

—Vale, Issi, lo que tú quieras. —La agarró por la nuca y la besó sin mediar palabra. Era una novedad incómoda que no le dedicara tiempo, pero le importó muy poco, solo quería estar con ella y si le regalaba solo unos malditos minutos de mierda serían más que suficientes para tocarla y no dejarla respirar, besándola continuamente.

Ese mediodía sería el primero de muchos en los que se transformó en una especie de perro vagabundo detrás de ella, eso le decían sus compañeros y amigos que dejaron de verlo de repente y sin muchas explicaciones. No regresó a Irlanda con la banda y no asistió a ninguno de los compromisos y eventos que tenía previstos dos semanas después, ni siquiera a la multitudinaria fiesta de cumpleaños en Temple Bar, el once de noviembre de ese año, que le tenían organizada desde hacía meses, porque solo quería ver a Eloisse Cavendish. Max, su manager, lo agarró un día por el cuello y le preguntó que qué demonios hacía, pero él no podía explicarlo, solo se sentía bien a su lado, viendo su sonrisa y oyendo su voz, dijo, respuesta que Max Wellis recibió pasándose la mano por la cara con bastante angustia.

Todos los chicos de la banda tenían pareja estable menos Ronan, que se escabullía de las mujeres tras dos o tres días de relación. Odiaba que lo persiguieran, lo acosaran y le mandaran ropa interior perfumada al camerino, estaba harto de despertar al lado de chicas que no le interesaban y se había vuelto un cínico desconfiado. Sin embargo, la entrada de esa cría de dieciocho años en su universo preocupó no solo a sus allegados, sino también a su agente que creyó que una novia seria para Ronan Molhoney acabaría con una buena cantidad de seguidoras y fans de la banda.

Evidentemente él se rio ante ese comentario absurdo y se concentró en su princesa, en Issi, que lo mantenía todo el tiempo a raya porque su vida era un dechado de disciplina, horarios y compromisos con la dichosa compañía por la que ella respiraba. Era dulce y cariñosa con él, pero ponía distancia y tenía demasiado claras su prioridades. No le cogía el teléfono durante horas, solo lo podía ver a la salida del teatro y se iba a la cama pronto, costumbres que chocaban de forma radical con la vida disipada y caótica del músico. Ella salía corriendo del teatro y lo abrazada de un salto, gesto que a él le borraba de un plumazo el fastidio por tener que esperarla como cualquier viandante que pasara por ahí, porque no lo dejaban entrar a la zona de artistas. Luego caminaban de la mano por el centro, besándose en cualquier esquina. Ella lo escuchaba atentamente cuando le contaba sus proyectos, sus pensamientos o sus ideas, por aburridas que parecieran. Era sencilla, hija de padres divorciados, un inglés y una española residente en Ibiza, muy inteligente e inquieta, leía de todo, hablaba correctamente tres idiomas y adoraba hacer cosas «útiles» en su tiempo libre, como viajar, bailar otras disciplinas o ir al cine, odiaba perder el tiempo y adoraba además a sus amigos, sobre todo a Mike Fisher.

En dos semanas ya se habían contado la vida entera, al menos ella, que tenía una vida muy simple, y Ronan conoció por primera vez sus intenciones claras de conservar su virginidad. Ella se lo explicó tras un acalorado encuentro en el sofá del modesto piso de Nottinghill, cuando él a punto había estado de quitarle a ropa a tirones mientras la besaba como loco sobre los cojines de colores que llenaban el salón de la casa. Entonces Issi le puso una mano en el pecho y le dijo con claridad:

—No voy a acostarme contigo, ni en sueños, y entenderé si quieres marcharte ahora mismo.

—¿Qué dices? —Ron se sentó frente a ella atusándose el pelo largo y tomó un trago de té frío que quedaba en la mesita de café—. Ya sé que eres virgen, no tienes que contármelo.

—¿Tan evidente es?

—Sí, la otra noche cuando te besé, bueno, yo... —La miró de frente y ella se levantó arreglándose los vaqueros.

—Sí, era mi primera vez —habló ajustándose la hebilla del cinturón, no quería mirar sus ojos celestes porque la ponían muy nerviosa, así que tragó saliva, respiró hondo y miró al techo—. No voy a acostarme con nadie que conozca de tan poco tiempo, incluso espero llegar virgen al matrimonio y no es una cuestión de índole religiosa, es una decisión personal, porque no quiero que me rompan el corazón una y otra vez hasta encontrar el amor verdadero. Lo he visto muchas veces con mis amigos, y yo no soy tan fuerte para soportarlo.

—Yo soy tu amor verdadero.

—Eso aún no lo sé.

—¿Estás segura? Mírame.

—No lo sé. —Lo miró con esos ojos límpidos como los de una niña y él se puso de pie—. Ojalá lo fueras, pero es pronto para mí, lo siento.

—Bueno, yo estoy dispuesto a esperar.

—No hace falta, es absurdo, tú tienes otra vida y muchas chicas guapísimas y más normales que yo, no pasa nada, en serio, han sido unos días muy especiales para mí, pero te juro que comprendo que no quieras seguir conmigo, mis amigos dicen que el sexo es fundamental en una pareja normal y adulta, y, lamentablemente, yo no soy ni tan normal, ni tan adulta.

—Eres más adulta que la mayoría de la gente que conozco.

—Apenas nos conocemos.

—¿Estás rompiendo conmigo?

—Para evitar que lo hagas tú, y tan amigos, ¿vale?

—¿Cómo dices? —Él sonrió y se le acercó—. ¿En serio quieres dejar de verme?

—Yo no he dicho eso.

—¿Entonces?

—Sabía que el asunto del sexo llegaría, es lo habitual, ¿no?, y bueno, te digo mi postura y entenderé la tuya.

—¿Siempre eres tan racional y controladora, princesa?

—¿Racional y controladora?

—Claro, no te acuestas conmigo, entonces pasados los primeros besos, adiós muy buenas. ¿Por qué presupones que yo solo busco sexo?

—No solo sexo, pero sí una relación normal que yo no estoy preparada para tener.

—Yo te quiero a ti, Eloisse, y me da igual si debemos esperar, al contrario, me encanta que tengas tus ideas tan claras. Estoy dispuesto a esperar y a ser tu amor verdadero, si me dejas.

Tras esa charla establecieron una relación completamente inusual para Ronan Molhoney y todo lo que él conocía hasta ese momento. Ella lo volvía loco, la deseaba con locura desmedida, pero se propuso esperar y la cuestión se convirtió para él en algo tanto o más sagrado que para su propia novia, con la que, sin embargo, se besaba, acariciaba y disfrutaba de una manera muy apasionada, porque Issi era intensa, vehemente y con un carácter tremendo.

Las primeras discusiones llegaron muy pronto. Ronan descubrió en su personalidad un rasgo que desconocía totalmente: los celos. Issi le provocaba inseguridad, celos y una furia impetuosa en el pecho que apenas lo dejaba respirar. El primer encontronazo llegó porque le pegó a un primo suyo que le pareció muy cariñoso con ella. Desde ese momento y tras muchos ruegos para que lo perdonara, el asunto de los celos se le disparó en el alma, fue como tener dormido un monstruo enorme y horroroso al que se le despierta de golpe. Empezó a observar como la miraban los demás hombres, a querer tenerla para él solo, a absorber cada uno de sus pensamientos, cosa imposible con una chica como ella que estaba expuesta al público, rodeada de amigos y admiradores, y que era absolutamente independiente. Su experiencia le decía que las novias «formales» de sus amigos y compañeros de banda, abandonaban rápido sus profesiones para poder seguirlos por el mundo, en las giras, los conciertos, los ensayos, las grabaciones, aquellas mujeres aparcaban su vida en favor del artista, pero con Eloisse aquello era impensable porque no se saltaba ni siquiera un ensayo por estar con él, y cuando le insinuó que le gustaría vivir en seguida con ella en Irlanda, rodeados de niños, lo miró ceñuda sin molestarse en contestar siquiera.

Así que al mes de conocerla se mudó a Londres, se peleó con todo su entorno y se instaló en un piso cerca de Covent Garden donde su vena creativa se disparó. Eloisse le daba mucha ternura, amor y estabilidad, y aquello contribuyó enormemente a su creatividad, tanto que sacó un disco en solitario y otro con la banda. Se pasaba las horas muertas escribiendo y componiendo y luego corría al teatro para recogerla y disfrutar con ella del resto de la velada.

Formaban una pareja estupenda, hablaban hasta altas horas de la madrugada, se reían de las mismas cosas, tenían el mismo sentido del humor y esa vena cínica que Ron compartía con muy poca gente. Ella se desternillaba de la risa cuando él le contaba algo gracioso o lloraba mirándolo a los ojos cuando le recitaba una nueva canción o se la cantaba con la guitarra. Era dulce y muy sexy, demasiado, y cuando ya empezó a no soportar que saludara a un desconocido, sus problemas empezaron a multiplicarse de tal manera que llegaron a romper y a reconciliarse tanto durante su primer año de novios que acabaron asistiendo a terapia de pareja para intentar solucionar sus diferencias.

El acudió por amor, porque ella se lo pidió, pero él sabía exactamente cuáles eran los problemas que los afectaban, el primero: que Eloisse no podía asimilar, en absoluto, el efecto que provocaba en las personas. Ella era preciosa, simpática, amable, y no ponía límites con nadie. No soportaba verla abrazada a sus compañeros de compañía, o acurrucada en el pecho de Mike Fisher viendo la televisión, no soportaba que saliera con sus amigas a cenar y menos a bailar para que una panda de babosos la persiguiera o simplemente la mirara y piropeara. Ella era su chica, y debía ser consciente de los límites. Por esa razón apenas la relacionaba con sus amigos o compañeros, porque sabía lo que decían en cuanto se daba la vuelta, porque la miraban con las pupilas dilatadas y no quería acabar matando a alguien por faltarle al respeto. Y el segundo: que ella no era consciente, y jamás lo sería, de la necesidad real y brutal que él sentía por ella, de ese amor sin fisuras que le profesaba y que motivaba un instinto demoledor de protegerla y querer estar siempre a su lado.

Por aquel tiempo Eloisse empezó a cambiar su comportamiento por él. Para que no lo pasara mal redujo sus actividades sociales. Ron llegó a hacerle jurar que mientras estuviera de viaje con la banda no saldría con nadie, y lo cumplía. Ella no mentía, tenía palabra y él confiaba en ella, en los que no confiaba era en los demás, que la miraban como el bombón que era y no como la novia de Ronan Molhoney. Un asunto que él había procurado dejar claro en todas las entrevistas y reportajes que le habían hecho desde que se supo que tenía novia. Eloisse Cavendish era su novia, su futura mujer y madre de sus hijos, lo dijo al minuto uno de conocerla y lo siguió manteniendo durante todo su largo y accidentado noviazgo hasta que al fin pudo casarse con ella.

Tres años después de conocerse, pelearse, reconciliarse y amarse como dos locos desesperados, al menos así se sentía Ron cada vez que la miraba, Issi lo presionó para olvidar la promesa de la virginidad y empezaron a mantener relaciones sexuales. Hasta ese momento dormían juntos, jugaban, se besaban y se acariciaban sin pudor, pero su terapeuta, y ella misma, empezaron a hablarle directamente del sexo, él le pidió matrimonio por enésima vez, y ella finalmente aceptó el anillo y le dijo que sí delante de todos sus amigos, pero una mañana soleada en Londres perdió su virginidad en una habitación del hotel Ritz, en medio de una sesión de entrevistas con la prensa, cuando lo secuestró de las manos de un periodista para llevarlo a una suite e invitarlo, sin aceptar una negativa, a hacer el amor por primera vez. Una maravillosa primera vez que ambos disfrutaron al mismo nivel, entregándose al cien por cien y que convirtió ya sin remedio a Eloisse en su mujer para siempre y sin vuelta atrás.

De ese modo la vida lo cambió una vez más. Los celos recurrentes se convirtieron en patológicos, sus exigencias con ella, el control y la falta de serenidad si no la tenía cerca, no lo dejaban vivir con normalidad. Continuaron la terapia y cometió la mayor estupidez de su noviazgo, que fue asignarle un escolta permanente sin su consentimiento para tenerla protegida y a la vez controlada. Por aquel entonces Issi se empezó a quejar de que no hacían prácticamente vida social, ella jamás se comportaba como la novia de un famoso rodeado de fans, no era caprichosa, no iban a clubs o fiestas privadas, ni pedía que la llevara a sitios caros, ni que la invitara a viajes maravillosos, entre otras razones porque no disponía de tiempo, pero sí pedía más relación con los amigos, con la familia e ir al cine o a cenar. Ronan accedía a regañadientes y sin soltarla de la mano, y cuando a punto estaban de cumplir los cuatro años de noviazgo, decidió organizar una espectacular boda secreta en Irlanda, sin su conocimiento y tras una de sus múltiples peleas por culpa de los celos.

La boda sería en un castillo en las afueras de Dublín. Contrató a una agencia para organizarlo todo y aviones privados para trasladar a todos sus amigos y familiares, pero los planes acabaron con ellos peleándose a gritos en plena calle, a medianoche, con Issi llorando completamente desconsolada y rompiendo con él para siempre. Lo dejó lloroso y desolado en mitad de la calle Dame, y se fue a Londres sin querer volver a saber nada de él, su maldito carácter y sus decisiones precipitadas. No quiso volver a verlo y él se juró que jamás iría a buscarla, intención que mantuvo durante diez larguísimos meses en los que intentó aplacar su deseo por ella con otras mujeres, y su soledad con el alcohol y las juergas monumentales, sin lograr dejar de pensar un solo segundo del día en ella, en sus ojos color avellana y en esa piel de terciopelo que era su único hogar.

Eloisse abandonó el Royal Ballet para alejarse de él, se mudó a los Estados Unidos y firmó un contrato de primera bailarina con el Metropolitan Opera House de Nueva York por dos años, y él se quedó en Dublín encerrado en su música, rumiando su pena y controlando la poderosa necesidad que sentía por ella. Por aquel entonces compró su primera casa de verdad, una espectacular mansión en Killiney, a orillas del mar, que imaginó para Issi y todos los hijos que iban a tener, porque ambos querían fundar una gran familia. Se desató completamente en una vida bohemia y peligrosa que asustaba a su familia y amigos, hasta que el contrato de una gira por los Estados Unidos lo llevó hasta la Gran Manzana y directo a las puertas del Lincoln Center, donde la abordó sin mediar demasiadas palabras.

Aquella noche la besó, a traición, en un restaurante chino donde habían ido a cenar con sus amigos, y la rondó los días que estuvo en Nueva York hasta conseguir su perdón, el definitivo, el que le conseguiría la promesa de matrimonio y una boda íntima y original en Ibiza, en casa de Carmen, su flamante suegra, que los ayudó a preparar ese día tan especial con la sencillez y el romanticismo que Issi soñaba.

Cinco años después de conocerla la convirtió, al fin, en su esposa y muy pronto en la madre de su primer hijo. Issi abandonó el ballet y su vida entera por el embarazo y se instaló en Killiney donde montó sola y con muy poca ayuda un hogar para los dos y para Jamie, y en seguida para Alexander, que llegó sin que lo esperaran. Sin embargo, esa vida idílica que él tanto había añorado tampoco fue suficiente para aplacarlo y relajarlo, y acabaron rompiendo y él haciéndole daño y perdiéndola, dejándola huir con sus hijos, lejos de él, permitiendo que lo odiara y lo temiera, mientras él moría de amor y de angustia por ella, sin poder perdonarse jamás todo lo que le había hecho, a ella y a los niños, que eran su vida entera.

El último año y medio había sido el peor de su vida; se había comportado como un animal, un imbécil, Issi había pedido el divorcio y tras mucho negarse al principio y muchos ruegos después, había conseguido parar su intención de separarse legalmente de él. Su paso por una clínica de rehabilitación también había ayudado y tras seis semanas encerrado, seguía manteniendo las terapias y la esperanza cada vez mayor de que ella le permitiera volver a su lado, para amarla, quererla y protegerla como ella se merecía, para adorarla, hacerle el amor y dormir a su lado, y no volver a separarse jamás. Ambos lo estaban intentando, aunque ella siguiera manteniendo las distancias por pura precaución, pero él estaba dispuesto a soportar eso y más porque se merecía cualquier tortura por lo que había hecho, y porque estaba dispuesto a todo, absolutamente a todo, por recuperarla.

—¡Dios mío! ¿Pero que estáis haciendo? —Entró en el piso que al que acaban de mudarse en Bow Street, al lado del teatro, y los pilló a los tres jugando al fútbol en el salón aún vacío de muebles. Eran las diez y media de la noche y Ronan se reía a carcajadas mientras Jamie correteaba con la pelota, seguido por Alex que gateaba a toda velocidad detrás de él—. ¿Sabéis la hora que es?

—Es viernes —respondió él viendo como los niños se abrazaban a las piernas de su madre—. Un poco de deporte antes de dormir.

—Pero estáis haciendo mucho ruido.

—Abajo no hay nadie. Bueno, chicos, se acabó la juerga, a la cama todo el mundo.

—¿Y dónde está Aurora? —Issi tomó a Alex en brazos y vio como Ron hacía lo propio con Jamie—

—Le he dado la noche libre para que invitara a Kirk al cine.

—Buena idea —dijo ella, sonriendo al entrar en el cuarto que aún necesitaba mucha decoración—. Me alegro.

—Nos vamos mañana y bueno... ¿No ibas a cenar con Mike y Ralph?

—No me apetecía nada. —Era cierto, estaba cansada, acababan de mudarse, la terapia de grupo, los ensayos de la nueva obra y sobre todo, las pocas ganas que tenía de salir sola, sin Ronan, de noche por Londres, aunque esto último no lo reconocía jamás en voz alta—. ¿Finalmente a qué hora te vas mañana?

—A las nueve de la mañana, así que ya me despido hoy de los enanos.

—Vale.

—Bueno, chicos, me voy mañana a Australia, ¿recordáis? —Los dos asintieron muertos de la risa, porque la pregunta iba acompañada de cosquillas. Issi se quedó quieta en el dintel de la puerta, embobada como siempre que veía a Ron ejerciendo de padre—. Y me tenéis que prometer que os portaréis bien y cuidaréis de mamá.

—¿Cuándo vienes? —preguntó James en su media lengua.

—En un par de semanas. Pasarán volando, pero os echaré mucho de menos. ¿Me echaréis de menos vosotros?

—Sí.

—Vale, pues dadme un gran abrazo. —Se aferraron a él y luego volvieron a sus camitas—. Os llamaré todos los días y pondréis la cámara del ordenador, ¿vale? Se lo pedís a mamá o a Aurora.

Se pasó un rato más mimándolos y finalmente apagó la luz y salió con ella al pasillo, estaba muy triste por tener que viajar a Australia sin la familia, como había planeado inicialmente, pero no había otra opción. Llegó a la puerta principal y se giró para mirar a Issi, que lo seguía descalza y silenciosa.

—Dios bendito, se me parte el alma —reconoció poniéndose la mano en el pecho.

—Lo siento, pero hablaréis todos los días. Y dos semanas pasarán rápido.

—¿Tú crees?

—Claro.

—Dos semanas es mucho tiempo para unos niños tan pequeños. En fin...

—Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?

—Bien.

Ella abrió la puerta y se quedó quieta. Ronan no sabía ni donde poner las manos, era una situación absurda y estúpida pensó, mirando el sencillo vestido de Issi, y sus piernas desnudas. Se acercó un paso y se agachó para besarla en la frente, ella permaneció quieta y sin decir nada, así que estiró la mano y la abrazó por la cintura. Nada más, solo para sentirla a esa distancia.

—Debo irme, estarás cansada.

—Sí.

—Te echaré de menos, aunque esa es una sensación permanente, ya sabes, en Irlanda, en Australia o aquí mismo...

—Ten cuidado.

—Claro que lo tendré, me portaré bien.

Permanecieron así un momento eterno, Issi tensa y él incapaz de separarse de ella, hasta que al fin carraspeó y se alejó. La soltó y la miró a los ojos, quería besarla, hacerle el amor, pero no quería romper meses de trabajo y disciplina por un impulso, así que optó por comportarse como un buen chico y sonreírle con inocencia. Ella relajó los hombros y le devolvió la sonrisa.

—Buenas noches

—Buenas noches y buen viaje.

Ron se giró y llamó al ascensor, solo vivía a dos edificios de distancia, en un ático de soltero que le permitía estar cerca de los niños. Issi observó su aspecto inmejorable con vaqueros desgastados, una camiseta azul clara y el pelo rubio y revuelto, la barba de pocos días y sus enormes ojos celestes húmedos y brillantes, y suspiró. Amaba a ese hombre, pero aún era muy pronto para ella. Esperó a que entrara en el ascensor y le sonriera por última vez, a que las puertas de metal se cerraran y entró en casa a oscuras, sin saber qué hacer mientras un frío intenso le recorría la columna vertebral. Se sentía sola y desorientada, y por un minuto, solo por un minuto, estuvo a punto de volver a abrir la puerta y correr a buscarlo, pero no lo hizo.