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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Gina Wilkins

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Novio falso, n.º 2014 - marzo 2014

Título original: The Right Twin

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4136-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Aunque solo fuera por una vez, pensó Aaron Walker con un suspiro, estaría bien que fuera su hermano gemelo, Andrew, el que metiera la pata. No tenía que ser nada grave; bastaría con que hiciese algo embarazoso o temerario. Algo que hiciese que la familia no estuviese siempre encima de él.

Sin embargo, Andrew raramente cometía errores, y jamás de la misma magnitud que él. Andrew no era de los que necesitaban que los rescatasen, sino de los que se lanzaban al rescate de los demás.

Había tenido su época de travesuras en la niñez, junto a su primo Casey y él, y en la adolescencia también se había metido en algún lío, pero Casey había sentado la cabeza, se había casado y se había ido a vivir a Tennessee, donde tenía un bufete, mientras que su hermano Andrew estaba ascendiendo en el negocio familiar, una pequeña empresa que se dedicaba a la seguridad y a la investigación privada. Él era el único que provocaba preocupación y desaprobación en su familia.

En los últimos meses, Andrew no había hecho más que echarle en cara que no estaba centrado. De hecho, acababa de echarle uno de sus sermones de hermano por haber dejado otro trabajo más que no iba con él. Le había dicho que, a sus treinta años, ya iba siendo hora de que se plantease con seriedad qué quería hacer con su vida. Si no quería trabajar en el negocio familiar, le había recordado, tenía que darle un propósito a su vida, y tenía que hacerlo pronto.

No era el primer miembro de la familia que le había dado la charla; también lo habían hecho su padre, sus tíos, su madre, su abuelo, y un par de primos con los que ni siquiera tenía mucho trato. Sin embargo, lo llevaba peor cuando era su hermano quien lo sermoneaba.

Si no hubiese sido porque habían llamado a Andrew por teléfono y había tenido que salir, probablemente aún estaría discutiendo con él en su despacho.

Aunque Andrew le había dicho que le esperara, decidió aprovechar para escaparse y posponer la discusión para otro momento. Justo cuando se levantó de la silla para salir del despacho, llamó su atención un colorido folleto tirado en el suelo, junto a la papelera. Andrew debía de haber fallado al lanzarlo en esa dirección. Aaron lo recogió del suelo y miró las brillantes fotografías de la portada del tríptico.

Era un folleto informativo de un complejo turístico llamado Bell Resort & Marina, junto al embalse Lake Livingstone, a unos ciento veinte kilómetros al sureste de Dallas. Aaron había ido a ese embalse hace años con unos amigos, para pescar, y era un sitio tranquilo con un paisaje muy bonito.

Al mirar las fotos del folleto, de gente haciendo esquí acuático, nadando, de picnic y tomando el sol, deseó estar allí en vez de en Dallas con su familia, que desaprobaba todo lo que hacía. Podría pasar allí unos días, pensar qué quería hacer con su vida y volver con un plan sólido. Dejándose llevar por ese impulso, dobló el folleto, se lo guardó en el bolsillo y se marchó.

 

 

Veinticuatro horas después, Aaron estaba de pie junto a su coche en una gasolinera, viendo correr los números del surtidor con el que estaba llenando el depósito. Era media tarde del segundo martes del mes de junio, y la temperatura rozaba los treinta y dos grados, aunque todavía faltaban unos días para que empezase el verano.

Aaron iba en pantalón corto, camiseta y sandalias, pero aun así tenía calor. Llevaba casi cuatro horas conduciendo y estaba deseando llegar a su destino para sentarse a la sombra de un árbol a la orilla del embalse con un botellín de cerveza bien frío.

Según las indicaciones del folleto, Bell Resort estaba a solo quince minutos de aquel pueblo en el que había parado para ir al servicio y llenar el depósito. Parecía un sitio tranquilo. Desde donde estaba se veían unas cuantas casas, una tienda de artículos de segunda mano, otra de «todo a un dólar», y una minúscula oficina de correos. Era la clase de lugar tranquilo que necesitaba para reflexionar unos días. Tal vez una semana. Una semana sin nadie que le mirara y sacudiera la cabeza con desaprobación, sin nadie que le diera un sermón o un consejo gratuito. Por eso había escogido ese sitio, porque allí no lo conocía nadie.

Apenas había cruzado ese pensamiento por su mente cuando una joven vestida con pantalones cortos y camiseta de tirantes dio un gritito y casi lo derribó al lanzarse a sus brazos.

—¡Has vuelto! ¡Cómo me alegro de volver a verte!

Aaron, que no se esperaba ese ataque sorpresa, se tambaleó un poco, pero tenía buenos reflejos y rápidamente recobró el equilibrio. No podía decir que le desagradase que lo abrazase una rubia tan bonita como aquella, pero no tenía ni idea de quién era.

—Esto...

La joven se echó hacia atrás, y, cuando le sonrió, a Aaron se le olvidó por un momento hasta cómo se formaban las palabras. Era preciosa. Tenía el pelo rubio oscuro, ojos azules enmarcados por largas pestañas, unos hoyuelos adorables, nariz respingona y labios carnosos. El escote de la camiseta de tirantes dejaba a la vista la curva superior de sus senos, que tenían el tamaño perfecto. De hecho, el resto de su cuerpo era igual de agradable a la vista.

No cabía duda de que ir allí había sido una gran idea.

—¿Vas a alojarte en Bell Resort, verdad? —le preguntó la joven, sorprendiéndolo de nuevo—. Recibiste el folleto que te mandé, recordándote que aquí siempre eres bienvenido, ¿no?

Entonces Aaron empezó a comprender el malentendido: pensaba que era Andrew.

—Bueno, sí, pensaba alojarme en Bell Resort si hay alguna cabaña libre, pero...

—¡Estupendo! —la joven volvió a abrazarlo antes de apartarse de nuevo—. ¡Por supuesto que tenemos una cabaña libre para ti! Todo el mundo se alegrará tanto de volver a verte... Te estamos muy agradecidos por lo que hiciste por nosotros el año pasado.

—Escucha, yo...

—Ahora llevas el pelo un poco más largo, ¿no? —comentó ella, observándolo con la cabeza ladeada—. Me gusta cómo te queda.

Si le dejara explicarse...

—Gracias. Hay algo que...

—Verás cuando veas a Lori. Se ha teñido el pelo de negro con mechas azules. A nuestro padre casi le da algo.

—Ya. Oye...

—¿Le dijiste a Hannah que venías? —inquirió ella, poniéndose seria de repente—. Va a estar fuera unas semanas. Se ha ido a visitar a su familia, en Shreveport.

—No se lo he dicho a nadie —contestó Aaron. Y añadió encogiéndose de hombros—: Ha sido algo impulsivo.

Ella se rio y le dio una palmadita en el brazo.

—Tiene gracia; no te tenía por una persona impulsiva. Pero me alegra que hayas venido.

Aaron sonrió divertido. Retiró la boquilla del surtidor de gasolina y enroscó la tapa del depósito.

—Te acompañaré a Bell Resort —le dijo ella—. ¿Tienes que ir a pagar? —preguntó señalando con el pulgar la tienda de la gasolinera, que también tenía una pequeña cafetería.

—No, he pagado antes, con la tarjeta de crédito.

—¿Puedo invitarte a un café, o a un refresco? —le ofreció ella—. Hay algo que quiero hablar contigo ahora que estamos a solas. Es algo que me tiene preocupada. Todo el mundo piensa que son imaginaciones mías, pero, ya que estás aquí, tal vez puedas decirme si crees que hay motivos para preocuparse, o si estoy completamente loca.

Aaron no habría podido decirle que no.

—Bueno. Deja que vaya a aparcar el coche; me reuniré dentro contigo.

La joven lo recompensó con una radiante sonrisa.

—Gracias. Sabía que podía contar contigo.

Aaron la observó mientras se alejaba y, antes de obligarse a apartar la vista y meterse en el coche, no pudo evitar que sus ojos descendieran hasta su trasero. Tenía que decirle la verdad, aunque era difícil cuando ella casi no le dejaba meter baza.

 

 

Había algo distinto en Andrew, pero Shelby no lograba adivinar qué era. No era solo por el pelo, que ahora llevaba más largo. Lo tenía castaño, y era tan brillante y parecía tan suave que le entraban ganas de tocarlo. Sus ojos marrones no habían cambiado, y sus facciones no habían perdido un ápice de atractivo, pero estaba... cambiado.

Lo había conocido hacía casi un año. Su abuelo y su padre habían contratado sus servicios como detective privado para que los ayudase con un asunto legal un tanto peliagudo, y había salvado el negocio familiar, librándolos de un desalmado estafador. Se había convertido en un héroe para ellos, y lo habían invitado a volver cuando necesitase tomarse unas vacaciones.

Al igual que el resto de la familia, Shelby le estaba muy agradecida por lo que había hecho por ellos, y desde el principio le había caído bien, pero, aunque naturalmente se había fijado en lo guapo que era, no había habido química entre ellos. Además, hacía un año ella todavía había estado saliendo con Pete.

No comprendía qué había cambiado, ni por qué de repente estaba fijándose en cosas como el hoyuelo que tenía en la barbilla, o lo bien que le quedaba la camiseta que llevaba puesta. O por qué sentía un cosquilleo en el estómago cuando la miraba a los ojos. Tampoco recordaba que le hubiera sonreído nunca de aquella manera. Quizá hacía demasiado tiempo de la última vez que había estado en compañía de un hombre atractivo.

Había roto con Pete el invierno pasado —bueno, Pete la había dejado, pero dicho así sonaba peor—, y desde entonces había estado demasiado ocupada para tener siquiera una cita.

Se sentaron en la mesa del rincón y pidieron algo de beber: un té con hielo para él y un batido de cereza para ella.

—Sé que acabas de llegar y que probablemente solo quieras relajarte y disfrutar de tus vacaciones —comenzó a decirle—. Y sé que es presuntuoso por mi parte pedirte un favor cuando no tengo el dinero suficiente para contratarte, pero lo que quiero pedirte solo te llevaría unos minutos, y, por supuesto, haré todo lo que esté en mi mano para que tu estancia aquí sea agradable. Bueno, pensaba hacerlo de todos modos, naturalmente...

—Ya. Esto...

Parecía una tonta, hablando sin parar, de modo atolondrado; tenía que ir al grano.

—La cuestión es que tenemos un huésped que no causa ningún problema, e incluso pagó por la estancia completa el primer día que llegó, pero no me fío de él. Hay algo raro en ese tipo y toda mi familia se niega a escucharme. Ya sabes cómo son: «¡Ya está Shelby otra vez con sus desvaríos!». Y, sí, admito que a veces me dejo llevar un poco, y quizá exagero, pero... ¿No fui yo quien intuyó que el exmarido de Hannah había estado robándonos? Y al final resultó que tenía razón, ¿no?

Él tomó un sorbo de su té, y a Shelby le pareció que estaba conteniendo a duras penas una sonrisa.

—Bueno —respondió finalmente—, ¿por qué no me cuentas lo de ese tipo del que sospechas y te digo qué opino?

Shelby no sabía por qué nadie la tomaba en serio. Tal vez porque era demasiado entusiasta y vehemente, y por la frecuencia con que sacaba conclusiones precipitadas.

Pero Andrew la había escuchado el año pasado, cuando había insistido en que el exmarido de su prima Hannah había estado robándoles. Incluso había ayudado a Andrew a trazar un plan para demostrar sus sospechas.

—Bien, pues ese hombre... el nombre que nos dio es Terrence Landon, y lleva unas dos semanas en Bell Resort. Pagó en metálico cuando se registró, y cada vez que hace algún gasto en la tienda o en el restaurante también —comenzó a explicarle a Andrew—. Dice que es de Austin, y que está tomándose unas vacaciones porque tiene un trabajo muy estresante. Algo relacionado con marketing que dice que casi hace que acabe en el hospital por la tensión alta y las úlceras estomacales que le provoca. De cuando en cuando, aparecen por aquí otros tipos que vienen a verlo, supuestamente para pescar y hablar de negocios. «Socios», los llama. Siempre vienen cargados con cajas y maletines, y nunca se van con lo mismo que traían. Y dejando eso a un lado, o son los peores pescadores del mundo, o no se esfuerzan mucho por pescar, porque cuando vuelven nunca traen más que dos o tres peces.

—¿Y qué crees que hacen en realidad? ¿Traficar con drogas... con armas?

Shelby lo miró con los ojos entornados, pero no le pareció que estuviese burlándose de ella.

—Tal vez —respondió cautelosa—. O a lo mejor no. Mi padre y mi hermano Steven dicen que siempre estoy viendo cosas donde no las hay. En fin, puede que tengan razón, pero ya que vas a estar unos días aquí, tal vez podrías juzgar por ti mismo y decirme qué opinas. No sé, charlar con el tipo un par de minutos, u observarlo discretamente durante unas de esas reuniones que tiene con sus «socios».

Él dejó su vaso en la mesa, entrelazó las manos y se quedó mirándola muy serio. Shelby tragó saliva.

—Perdona; no debería habértelo comentado siquiera. Has venido a pasar unos días tranquilos y no quiero arruinártelos. Olvida lo que te he dicho. Probablemente no sean más que imaginaciones mías. Mantendré los ojos abiertos con ese tipo, por si acaso, pero tú deberías limitarte a relajarte y pasarlo bien.

Él sacudió la cabeza.

—No es eso. Lo que has dicho me parece perfectamente razonable, y no tendría inconveniente en ayudarte... si fuera quien crees que soy.

Shelby frunció el ceño.

—No comprendo.

—Verás... la cosa es que... no soy Andrew Walker.

Capítulo 2

 

Aaron se había sentido tentado de dejar que la joven, Shelby, siguiera creyendo que era Andrew, solo por ver cuánto le llevaría darse cuenta de que no lo era. No sería la primera vez que su hermano y él se habían hecho pasar el uno por el otro, aunque era algo que no hacían desde su adolescencia.

Sin embargo, quería que cuando Shelby le sonriera no fuese porque creía que era su hermano; quería que le sonriese a él. Había llegado el momento de decirle la verdad.

—Soy Aaron, el hermano gemelo de Andrew.

Ella parpadeó y se puso colorada.

—¿Su hermano... gemelo?

Él asintió.

—Vaya... yo... —balbució Shelby azorada—. Jamás se me habría ocurrido pensar que...

—Deduzco que mi hermano Andrew no te lo había mencionado.

—No. Claro que tampoco hablamos de temas personales. En fin, él estaba aquí por trabajo, lógicamente. Vaya... así que eres su hermano gemelo.

Él volvió a asentir. Estaba acostumbrado a esa reacción de sorpresa e incredulidad que provocaba en la gente el parecido entre los dos. Si no fuera porque llevaban un corte de pelo distinto, y porque vestían de un modo diferente; él llevaba una ropa más informal y colorida que Andrew, a la mayoría de la gente les costaría distinguirlos.

Shelby se llevó las manos a las mejillas.

—Ay, Dios, hace un momento, cuando me lancé a abrazarte, debiste de pensar que estaba loca.

Él se rio.

—Claro que no; de hecho, lo que pensé fue que debía de ser mi día de suerte.

Ella, sin embargo, volvió a sacudir la cabeza, avergonzada.

—Y como no paraba de hablar ni siquiera te di la oportunidad de que me dijeras que me estaba equivocando.

—Bueno, no, pero...

—Y luego te arrastro hasta aquí para contarte mis desvaríos y te pido un favor.

—Shelby, no...

—Mi familia tiene razón; soy demasiado impulsiva —murmuró ella, recriminándose su comportamiento—. Es verdad que debería...

—Shelby —Aaron la tomó de ambas manos para que parara un momento y le prestara atención—. Creo que me tocaba hablar a mí, ¿no?

Ella asintió, y Aaron le apretó las manos suavemente antes de soltarlas.

—Yo no creo que estés loca. Y, desde luego, no has sido la primera persona que me ha confundido con mi hermano. Además, no me has arrastrado hasta aquí; he venido porque he querido, y me alegro de haberte conocido.

Shelby abrió mucho los ojos y se llevó de nuevo las manos a las mejillas antes de reírse azorada.

—Madre mía, es verdad, ni siquiera me he presentado. Me llamo Shelby... bueno, eso ya lo sabes porque lo he mencionado antes; Shelby Bell.

—¿Bell? ¿Como en «Bell Resort & Marina»?

Shelby asintió.

—A principios de los años cuarenta mi bisabuelo paterno abrió un pequeño negocio de venta de cebo a orillas del río —comenzó a explicarle—. En los setenta se hizo con las tierras colindantes de lo que se convertiría en la ribera del Lago Livingston, cuando el río fue represado para construir el embalse. Mi abuelo fue quien comenzó Bell Resort, con un negocio de alquiler de barcas, la tienda de su padre y un camping. Y poco a poco el negocio se consolidó. Toda la familia forma parte del negocio: mis padres, mi tío, que es hermano de mi padre, y su esposa, mi hermano Steven y yo, y también nuestras primas, Hannah y Maggie. Mi hermana pequeña, Lori, está en la universidad y aún no ha decidido si quiere trabajar en el negocio familiar o hacer otra cosa. Mi padre y mi abuelo siempre han dicho que querían que sus hijos persiguieran sus sueños, que hicieran lo que quisieran con sus vidas, pero todos sabemos que quieren que demos continuidad al negocio familiar. Creo que el pobre Steven es quien se siente más presionado.

Aaron no pudo evitar sonreír.

—Sé lo que es eso.

—Claro, es verdad, la agencia de investigación privada de tu familia —asintió Shelby—. Al fin y al cabo así es como conocí a Andrew. El exmarido de mi prima había estado quedándose con parte de las ganancias del negocio durante un par de años, y, gracias a Andrew, conseguimos reunir las pruebas suficientes para demostrarlo y que lo metieran en la cárcel —de pronto se dio cuenta de que otra vez su lengua la estaba perdiendo—. Pero bueno, probablemente todo eso ya lo sabes porque es un caso que llevó tu hermano y tú también estás en el negocio, ¿no?

Como ella le había contado la historia de Bell Resort & Marina, supuso que debía corresponderle.

—La agencia D’Alessandro-Walker fue fundada por mi tío, Tony D’Alessandro, que tomó como socios a mi padre y a su otro hermano. Eso sucedió antes de que yo naciera, y varios de mis primos, al igual que mi hermano, trabajan para la agencia.

Ella frunció el ceño, como decepcionada.

—¿Y tú no?, ¿no eres detective como tu hermano?

Aaron sabía que debería decirle que no solo no era un sagaz detective como su hermano gemelo, al que su familia y ella parecían reverenciar, sino que además, actualmente, no tenía oficio ni beneficio. Carraspeó.

—Bueno, al igual que tú, me he criado en el negocio familiar.

No era exactamente una mentira. Había trabajado en la agencia de su familia en sus años de adolescente, y lo había dejado al acabar el instituto para perseguir sus propias metas. Ninguno de los caminos que había probado hasta la fecha lo había satisfecho, pero, desde luego, tenía claro que su futuro no estaba en el negocio de su familia.

El rostro de Shelby volvió a iluminarse al oír su respuesta, y se alegró de haberle dicho aquella mentira a medias.

—Entonces, ¿podrías hacerme el favor que te he pedido? —le preguntó esperanzada—. Solo quiero saber si a ti ese tipo también te parece sospechoso.

—Bueno, no puedo prometerte nada, pero supongo que podría observarle con disimulo. Pero eso no implica que vaya a estar de acuerdo con tus sospechas, o que con eso me baste para formarme una opinión sobre él.

Ella agitó la mano en el aire.

—Por supuesto, lo entiendo —respondió—. Tal vez esté equivocada; pero me sentiré más tranquila si alguien me toma en serio y me da su opinión.

Aaron se echó hacia atrás y la observó pensativo. Parecía que tenían en común el ser los bichos raros de la familia, a los que los demás miraban como si les faltase un tornillo y luego sacudían la cabeza o chasqueaban la lengua con desaprobación. Tal vez por eso finalmente se encogió de hombros y le dijo:

—De acuerdo, te ayudaré.

Shelby tomó sus manos y se las apretó.

—Gracias, Aaron.

Se estaba metiendo en problemas, pensó él tragando saliva. Y a Andrew no le iba a hacer ninguna gracia cuando se enterase. Y, en cuanto a Shelby, ¿seguiría mirándolo con ojos brillantes, como en ese momento, cuando descubriese que le había mentido?

Al pensar en su hermano, se preguntó si Shelby lo habría mirado del mismo modo.

—Esto... ¿Andrew y tú...?

Shelby pareció adivinar lo que quería preguntarle, porque se rio y sacudió la cabeza.

—¿Que si Andrew y yo...? No, ¡qué va! Me cayó bien desde que llegó, igual que al resto de mi familia, pero entre nosotros no... vamos, que no saltaban chispas entre nosotros ni nada de eso.

Bueno, eso ya era algo, pensó Aaron. Solo esperaba no salir escaldado por su impulsividad.

 

 

Después de que Shelby le hiciera prometer a Aaron que no le diría a nadie lo que le había pedido, salieron y cada uno se subió a su coche. Le había dicho que iría delante para guiarle hasta el complejo turístico.

¿Quién le iba a decir que se encontraría en la gasolinera con el hermano gemelo de Andrew? Cada vez que pensaba en cómo se había lanzado sobre él al verlo, se le encendían las mejillas. Y no solo de azoramiento. El recordar la sensación de su cuerpo contra el de ella hacía que la invadiera una ola de calor, y era curioso, porque, el año anterior, cuando había abrazado a Andrew para despedirse de él y darle las gracias por su ayuda, no había sentido nada parecido. ¿Sería porque no habían estado a solas, sino con el resto de su familia?, ¿porque entonces estaba saliendo con Pete? ¿O porque había algo que verdaderamente diferenciaba a un hermano de otro, aparte de su corte de pelo?

Tenía curiosidad por ver cómo reaccionaría el resto de su familia cuando llegase con él.

Al llegar al complejo turístico se detuvo junto a la garita desde donde un empleado controlaba la apertura y el cierre de la verja. Bajó la ventanilla y le dijo:

—Mac, el hombre que viene en el coche detrás de mí, es un invitado. Déjale pasar, ¿de acuerdo?

—Entendido, Shelby.

Al pasar la verja de seguridad la carretera se bifurcaba en dos. Siguiendo todo recto se llegaba al campamento, que tenía capacidad para cuarenta caravanas y estaba equipado con agua y electricidad. También había una amplia zona de césped para quienes preferían la opción más tradicional de una tienda de campaña.

Shelby tomó la bifurcación de la derecha y pasó por delante del aparcamiento en dirección a un gran edificio de dos plantas en forma de L que albergaba las oficinas, una tienda y un restaurante. Más allá había una zona para preparar barbacoas, pistas de baloncesto y tenis, un pabellón y también un parque para los niños. El pabellón solía alquilarse para reuniones familiares, de la iglesia, fiestas de cumpleaños... e incluso se habían celebrado algunas bodas allí.