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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

En manos de la fortuna, n.º 87 - marzo 2014

Título original: A Small Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4139-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

Lo siento, Asher. Lo he intentado; te aseguro que lo he intentado con todas mis fuerzas, pero no puedo seguir con esto.

Asher Fortune lanzó una mirada de incredulidad absoluta a la mujer que estaba junto a la puerta, con una mano en el pomo y otra, sosteniendo una maleta. La mujer que, cuatro años antes, le había prometido su amor hasta que la muerte los separara.

Tuvo la sensación de que su mente se disparaba en cien direcciones distintas, en un esfuerzo desesperado por encontrar la forma de que Lynn dejara la maleta en el suelo y se quedara con él.

—¿Es que necesitas ayuda en casa? Te prometo que contrataré a alguien —dijo él.

Lynn guardó silencio.

—¿Se trata de Jace? Si quieres, buscaré una niñera —insistió—.No sé lo que te pasa, pero estoy seguro de que lo podemos solucionar.

Cuando Asher se levantó y quiso quitarle la maleta, descubrió que no podía. Lynn la estaba agarrando con demasiada fuerza; con mucha más fuerza de la que había dedicado a sostener su matrimonio.

—No, no podemos —replicó ella, en voz muy alta.

La voz de Lynn despertó a su hijo, que siempre había tenido el sueño leve, incluso de bebé. Jace empezó a llorar y a llamar a su madre, sumando caos a la algarabía de voces airadas y coléricas que llenaron la habitación.

—¿Es que no lo entiendes? —bramó Lynn, al borde de la histeria—. Ya es demasiado tarde para eso; demasiado tarde para un ama de llaves o una niñera.

—Pero Lynn...

Ella respiró hondo e intentó tranquilizarse.

—No te quiero hacer daño, Asher; eres un buen hombre. Y, por supuesto, tampoco quiero hacer daño a Jace. Pero lo nuestro ha salido mal.

Lynn estaba convencida de que su matrimonio no tenía solución. Hacía tiempo que lo sabía; pero Asher había sido tan persuasivo y se había mostrado tan seguro de que podían solventar sus diferencias que se había dejado llevar.

—Salió mal desde el principio, y sé que es culpa mía —continuó ella—. Cometí un error al confesarte que estaba embarazada. Tendría que haber...

—No lo digas —la interrumpió.

Ella lo miró fijamente.

—¿Por qué no? Que no lo diga, no quiere decir que no sea cierto. No debí casarme contigo. No debí tener el bebé. No estoy hecha para esto.

—Por Dios, Lynn... ni siquiera lo has intentado —alegó él.

—He hecho todo lo que podía y mucho más —dijo, con voz rota—. Pero me estoy ahogando, Asher. Me tengo que ir.

Jace seguía llorando y llamando a su madre. Asher se pasó una mano por el pelo y preguntó, desesperado:

—¿Y nuestro hijo?

Lynn suspiró.

—Nuestro hijo estará bien. Te tiene a ti.

Asher se giró hacia la escalera.

—Escúchalo, Lynn. Te está llamando a ti, no a mí... Necesita una madre.

Ella sacudió la cabeza.

—Yo no puedo ser una madre para él; no estoy hecha para ser madre. Busca otra persona, Asher. Mereces algo mejor que yo. Los dos lo merecéis.

Lynn bajó la mirada y la clavó en la mano de su marido, que seguía cerrada sobre sus dedos. Asher era mucho más fuerte que ella; sabía que, si quería, la podía retener en la casa. Pero, ¿de qué serviría? Hiciera lo que hiciera, Lynn ya había tomado la decisión de irse.

—Por favor, suéltame.

En el fondo de su corazón, Asher estaba de acuerdo en que su matrimonio no tenía futuro. La mujer que estaba ante él no había sido nunca una compañera de verdad; se había limitado a interpretar el papel de esposa y, sobre todo, de madre.

Era posible que Lynn tuviera razón, que él mereciera algo mejor que ella. Pero, en cualquier caso, no tenía la menor duda de que Jace, su hijo de tres años y medio, merecía algo mejor que unos padres enfrentados.

Además, el niño era muy inteligente para su edad y empezaba a darse cuenta de que su madre no quería ser su madre. Si Lynn se quedaba allí, le haría daño aunque no quisiera. Solo serviría para empeorar las cosas.

Definitivamente, tenía que pensar en el bienestar de Jace. Su hijo era lo primero, lo más importante; incluso más importante que su propio dolor, porque a pesar de lo sucedido, a pesar de la amargura y las recriminaciones, seguía enamorado de Lynn.

Por desgracia, había descubierto que los poetas se equivocaban al afirmar que el amor podía con todo.

No podía con todo. Era un hecho triste, pero indiscutible.

Sin decir una palabra, apartó la mano y la bajó.

—Gracias —dijo Lynn—. Serás más feliz sin mí.

Lynn se marchó antes de que Asher pudiera replicar que no podía ser feliz sin ella.

Cuando se quedó a solas, se alejó de la puerta cerrada y caminó hasta el pie de la escalera, negándose a mirar hacia la ventana, a ver que Lynn se perdía en la distancia y desaparecía de su vida.

No podía mirar.

Tenía un hijo que lo necesitaba.

Capítulo 1

 

Vamos, Ash, será divertido.

Wyatt Fortune intentaba animar a su hermano mayor a salir del encierro que se había impuesto a sí mismo tras el fracaso de su matrimonio. Ya habían pasado seis meses desde su divorcio, pero Asher se negaba a seguir adelante. Era como si su alma estuviera atrapada en un lugar oscuro. Y sus hermanos estaban preocupados por él.

—Tendrás que conocer a los vecinos en algún momento —insistió Wyatt—. Además, casi toda la familia va a estar presente... incluso van a ir unos cuantos primos. ¿Qué piensas hacer? ¿Esconderte toda la vida? Sabes que no te serviría de nada. Aunque te escondas, vendrán a buscarte.

Asher estaba haciendo un esfuerzo por armarse de paciencia. Nunca le había gustado que lo presionaran; ni siquiera sus hermanos, a los que quería tanto que se había mudado de Atlanta a Red Rock, en el corazón de Texas, para estar con ellos.

Pero su mudanza a Red Rock tenía un origen más complejo y desafortunado. Su padre, el poderoso James Marshall Fortune, había entregado la mitad de las acciones de la compañía familiar a una mujer de la que nadie había oído hablar. Cuando quedó claro que James no tenía intención de explicar sus motivos, Shane, Sawyer, Wyatt y el propio Asher hicieron el equipaje y se marcharon a la localidad de Texas, donde tenían familia.

En su momento, Asher llegó a pensar que su dimisión como vicepresidente de la rama financiera de la empresa, JMF Financial, le ayudaría a superar el pasado y empezar una nueva vida. Pero no había sido así.

La idea consistía en que los cuatro hermanos se convertirían en rancheros. Así que habían comprado una propiedad lo suficientemente grande como para poder vivir por separado sin molestarse los unos a los otros, habían encargado la construcción de cuatro casas y habían puesto un nombre al rancho: New Fortune.

Y por fin, tras varios meses de obras, las casas estaban terminadas.

Sin embargo, Asher no se sentía mejor que antes. Seguía hundido en la más terrible de las desesperanzas.

—Vamos, Asher, esa fiesta es una ocasión perfecta para conocer a la gente en tu terreno y en tus propios términos —continuó Wyatt.

La fiesta se iba a celebrar en la casa del propio Wyatt. Era una celebración familiar, de los cuatro hermanos, para festejar la construcción de sus respectivos hogares.

—Querrás decir en tus términos —puntualizó Asher.

—No seas tan quisquilloso —dijo Wyatt en tono de advertencia, aunque enseguida se tranquilizó—. Bueno, tienes razón... Técnicamente, se celebra en mi propiedad y en mis términos, pero te recuerdo que elegimos mi casa porque no quisiste que se celebrara en la tuya. Además, todos sabemos que soy el más sociable de los cuatro.

—¿El más sociable? Qué tontería. Solo eres el más bocazas —intervino Shane, el mayor de los cuatro hermanos.

Wyatt lo miró con cara de pocos amigos.

—Mira quién fue a hablar —replicó.

—Si alguna vez me pongo pesado, es porque hablas tanto que no dejas que los demás metamos baza —contraatacó Shane.

Asher los miró en silencio. Los conocía bien, y sabía lo que estaban haciendo; fingían una discusión para ganarse su atención y conseguir que se uniera a la fiesta, como en tantas ocasiones.

Pero las cosas ya no eran como antes. Todo había cambiado cuando Lynn lo abandonó, se divorció de él y rompió los lazos con su hijo.

A Asher se le partía el corazón cada vez que Jace se interesaba por su madre y preguntaba cuándo iba a volver. Aunque, por otra parte, había mejorado un poco desde que se mudaron a Red Rock. Ya no preguntaba tanto por ella. Era como si la mudanza hubiera aletargado su memoria.

Desgraciadamente, no había tenido el mismo efecto con él.

Pero no podía negar que sus hermanos le habían echado una mano cuando su vida se derrumbaba en lo profesional y en lo personal. Su generalmente sensato, aunque algo distante padre, se había empezado a comportar de un modo tan irracional que casi le había dado la puntilla a Asher. Como si su vida no fuera ya un calvario.

¿Quién se había levantado una mañana y había decidido regalar la mitad de las acciones de la empresa sin molestarse en discutirlo con nadie? Su padre, el hombre que estaba al timón. Había actuado como si estuviera solo en el mundo y sus decisiones no afectaran a los demás. Pero les afectaba. Sobre todo, a la madre de sus hijos.

En mitad de aquel caos, sus hermanos habían sido un soplo de aire fresco para él. Y no los podía dejar en la estacada. Ni les quería aguar la fiesta.

—Está bien, me habéis convencido. Iré.

Wyatt miró a Shane y dijo:

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

La respuesta no llegó de Shane, sino de Sawyer, el más encantador de los cuatro.

—¿Te refieres a que Asher se ha dejado convencer con demasiada facilidad?

Wyatt asintió.

—En efecto. No tendrás intención de desaparecer en el último momento, ¿verdad, Ash? —preguntó con desconfianza.

Asher había considerado la posibilidad; pero, obviamente, no estaba dispuesto a admitirlo, así que lo negó.

—En absoluto.

Wyatt volvió a asentir.

—Espero que seas sincero, porque nadie quiere que tu precoz hijo sufra un trauma al ver a su padre atado de pies y manos y arrastrado a mi casa.

—Eres el diablo en persona, Wyatt Fortune —bromeó Asher.

—Tú lo has dicho, hermanito —replicó Wyatt con una sonrisa—. La fiesta empieza dentro de una hora. Te puedes quedar aquí hasta entonces o me puedes acompañar.

Asher lo miró con sorpresa.

—¿La fiesta es hoy?

Wyatt suspiró.

—Por supuesto que es hoy. Te lo dije anteayer... Pero no te preocupes, no tienes ningún compromiso.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé porque me tomé la molestia de comprobarlo. No tendrás ninguna excusa de última hora, ninguna emergencia familiar —contestó Wyatt, muy serio—. Además, toda la familia que puede tener alguna emergencia estará en mi casa; empezando por mi querido sobrino y por ti. ¿Entendido?

Su hermano respondió sin entusiasmo alguno.

—Entendido.

Al final, Asher tomó la decisión de marcharse a su casa para cambiarse de ropa. Pero, durante los cuarenta y cinco minutos siguientes, recibió dos llamadas telefónicas de Wyatt, que no se fiaba.

En cuanto llegaron a la casa de Wyatt, su hijo se abalanzó sobre Shane y Sawyer como si no los hubiera visto en un año, aunque los había visto esa misma mañana.

Mientras el pequeño hablaba con sus tíos, Asher se acercó a Wyatt.

—Como ves, he cumplido mi palabra. Estoy aquí.

—Magnífico... —Wyatt le dio una palmadita en el hombro, como para felicitarlo por un gran éxito—. Y ya que estás aquí, ¿por qué no haces algo útil?

—¿Algo útil?

—Wendy acaba de llegar con una bandeja gigantesca —explicó su hermano—. Seguro que necesita que la ayuden.

Wyatt señaló a su prima, Wendy Fortune Mendoza. Estaba en compañía de su marido, Marcos, que dirigía el restaurante Red Rock que era propiedad de sus tíos. El Red era un establecimiento muy frecuentado, que atraía a la gente de la zona por su excelente comida y por los postres que preparaba Wendy.

Asher se giró hacia ellos y se fijó en su hija, MaryAnne, una pequeña de sonrisa enorme que miraba la comida como si no supiera por dónde empezar.

Sonrió para sus adentros y pensó que la niña se comportaba de la misma manera que Jace cuando tenía su edad; pero también pensó que Jace se había vuelto muy rebelde. Durante los seis meses transcurridos desde la marcha de Lynn, se las había arreglado para espantar a cinco niñeras diferentes. Las desgastaba como si fueran pañuelos de papel, de usar y tirar.

—Está bien, le echaré una mano.

Se abrió camino entre la gente y llegó a la mesa del bufé justo en el instante en que la niña se agarraba al mantel. Por fortuna, su madre reaccionó a tiempo y le apartó la mano, impidiendo que lo tirara todo.

—Parece que las camareras son cada vez más bajitas —bromeó Asher, refiriéndose a la niña—. ¿Ya no las contratáis altas?

Wendy soltó una carcajada y le dio un beso en la mejilla.

—Se suponía que la niñera iba a pasar a recogerla, pero llega tarde —le explicó, sin soltar la mano de su hija—. Mira quién está aquí, MaryAnne... ¿No vas a saludar a Asher?

La niña sonrió de oreja a oreja y dijo, con entusiasmo:

—¡Hola!

—Hola —replicó Asher, antes de mirar de nuevo a Wendy—. ¿Necesitas que te ayude con la comida?

—No, todo está bajo control.

Asher no lo había dudado ni por un momento. Wendy era una de esas personas que siempre lo tenían todo bajo control.

Al pensar en ello, se sintió doblemente culpable por el estado en el que se encontraba. Su prima, que siempre había sido la oveja negra de la familia, había sentado cabeza, se había casado, tenía una carrera de lo más prometedora y, por si eso fuera poco, había dado a luz a una niña encantadora.

Una niña que, a diferencia de Jace, tenía padre y madre.

La vida de Wendy era tan perfecta que se sintió como si él fuera la quintaesencia de la derrota y el fracaso.

Y no se engañaba a sí mismo. Sabía que la culpa era suya.

Cuando descubrió que Lynn estaba embarazada, la presionó para que se casara con él y la convenció de que todo saldría bien si estaban juntos.

Pero se equivocó.

Ahora, se daba cuenta de que podía haber actuado de otra forma. En lugar de insistir en que se casaran, de forzarle a hacer algo que no quería hacer, podría haber respetado sus decisiones y haberle dejado espacio suficiente.

Por desgracia, estaba tan convencido de que la haría feliz, que no se planteó otras posibilidades. De hecho, ni siquiera se molestó en preguntarse si Lynn quería tener un hijo.

Había cometido un error que ya no tenía remedio. Se había engañado hasta el punto de creer que podía hacer feliz a otra persona con independencia de lo que la otra persona pensara. Sin embargo, las cosas no funcionaban así.

Sacudió la cabeza y se dijo que, a pesar de todo, debía estar contento. Tenía un hijo maravilloso y una familia que lo apoyaba constantemente, sin más excepción que su padre. Pero no quería pensar en James Marshall. La pelota estaba ahora en su tejado. Ni Asher ni ninguno de sus hermanos podían hacer más de lo que habían hecho.

Por mucho que lo intentó, sus pensamientos volvieron una y otra vez a Lynn. ¿Cuántas veces le había dicho que las cosas saldrían bien, que todo sería perfecto? Se había negado a ver que Lynn necesitaba una vida llena de emociones, no un hogar y una familia.

No estaba hecha para la maternidad. Cualquiera se habría dado cuenta de que se sentiría atrapada. Cualquiera menos él.

—Oh, Lynn...

Angustiado, decidió que necesitaba salir de la casa y tomar un poco de aire fresco. Pero, antes de llegar a la salida, se volvió a topar con Wyatt. Y su hermano lo estaba mirando con el ceño fruncido, como si estuviera a punto de decir algo que Asher no quería escuchar.

—Ash, no quería llegar a este extremo, pero no me dejas elección.

—¿A qué te refieres?

—A que tienes que seguir con tu vida. Lynn ha seguido con la suya.

Asher lo miró fijamente.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, enfadado.

—Lo que has oído. Se marchó. Os dejó a Jace y a ti y ahora mantiene una relación con otro hombre.

—¿Una relación?—Asher se quedó atónito.

—Sí. Se van a casar.

Si Wyatt lo hubiera apuñalado en el estómago, Asher no se habría sentido peor.

—Vaya, está visto que Lynn no tenía nada en contra del matrimonio. Solo lo tenía contra estar casada conmigo.