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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Betty Duran

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Mucho tiempo después, n.º 1482 - septiembre 2014

Título original: Something About Ewe

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4646-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

 

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

 

Doctor Dalton, por favor… dígame la verdad. ¿Gertrude se va a morir? Luke Dalton, el nuevo veterinario de la clínica Shepherd’s Pass, apretó la mano de la anciana.

—Tranquilícese, señorita Pauline —sonrió, llevándola hacia una silla en la impoluta sala de espera—. Sólo es una infección de oído. Gertrude se pondrá bien.

—¿Qué? —la señorita Pauline levantó la cabeza, indignada—. Pero si estaba maullando como una loca… ¡Cuando intenté agarrarla me mordió! Nunca lo había hecho antes.

—Fue por el dolor. Le dolía tanto que la pobre reaccionó violentamente. Créame, no es nada serio. Además, el doctor Miller está de acuerdo conmigo.

Sabía que diciendo eso se calmaría. La anciana lo aceptaba como profesional e incluso lo trataba con el debido respeto, pero seguía considerándolo un niño. Lógicamente. Lo conocía desde que nació, fue profesora suya en el colegio y lo despidió cuando se marchó de Colorado para estudiar en la universidad. Incluso acudió a la fiesta que Luke había organizado seis meses antes para celebrar su vuelta a Shepherd’s Pass, con el título de veterinario bajo el brazo.

Ella sabía que era un buen profesional, pero Gertrude era su querida gata… más que eso, era como su hija.

—¿Puedo verla?

—Puede llevársela a casa. Tiene que ponerle unas gotas en los oídos tres veces al día, pero ya no volverá a tener dolores.

El alivio y el agradecimiento suavizaron las facciones de la señorita Pauline.

—Gracias, doctor Dalton —le dijo formalmente, como si nunca lo hubiera castigado sin recreo—. Ha sido muy amable. Y no hace falta que se quede conmigo. Sé que tiene cosas que hacer…

—No se preocupe.

Tenía cosas que hacer, pero la señorita Pauline había hecho tantas cosas por él durante su infancia que se sentía obligado.

—Cindy traerá a Gertrude en cuanto esté lista. Mientras tanto, pienso hacerle compañía, si no le importa —le dijo, sentándose a su lado.

—Claro que no me importa. Yo encantada —sonrió ella—. Bueno, cuéntame cómo te va, Luke.

—Estoy bien. ¿Y usted? Hacía tiempo que no nos veíamos.

—La verdad es que he estado ocupadísima. Trabajo en la floristería de Lorraine algunas mañanas, ¿sabes?

—¿Ah, sí?

—Contesto al teléfono y anoto los encargos de los clientes cuando ella tiene mucho jaleo.

—Qué bien. ¿Cómo está Lorraine?

—Muy emocionada. Su hija llegó ayer a Shepherd’s Pass para pasar unas vacaciones… te acuerdas de Thalia, ¿verdad?

¡Thalia! Luke se levantó de un salto. Y la señorita Pauline hizo un gesto de sorpresa.

—Vaya… no esperaba esa reacción.

—Es que acabo de recordar algo que… debo hacer más tarde —intentó justificarse él—. Claro que me acuerdo de Thalia. ¿Sigue viviendo en California?

—Sí, claro. Pero parece que tiene algún tiempo libre… creo que porque su empresa se ha unido con otra o algo así. Lorraine ha estado muy preocupada por ella desde su divorcio.

—¿Fue un divorcio desagradable?

—No, qué va. Todo lo contrario. Pero ya sabes cómo son las madres. Cuando tienen a un hijo lejos… ¡Gertrude! —exclamó la señorita Pauline al ver que Cindy entraba en la sala de espera con su gata—. Pobrecita mía. ¿Cómo estás, cariño? Ay, pobrecita. Venga, vámonos a casa.

Cindy le dio la enorme gata blanca, que ronroneaba de placer en brazos de su dueña.

—Aquí está la receta, señorita Pauline. Tiene que ponerle estas gotas tres veces al día…

Satisfecho de haber solucionado otra crisis, Luke se despidió de la anciana.

Thalia Myers había vuelto al pueblo. Thalia, la seria Thalia, la chica que lo tenía todo controlado. Sólo con pensar en ella tenía que sonreír.

Hacía siglos que no la veía. ¿Habría cambiado? ¿Actuaría de forma diferente?

Esperaba que no, porque una vez, mucho tiempo atrás, estuvo enamorada de él.

 

 

—¡Eh, tú, despierta!

Luke levantó la cabeza, sorprendido.

—Perdona, Gene… es que estaba pensando.

Supuestamente debía estar trabajando, pero le resultaba difícil concentrarse. No podía dejar de pensar en Thalia.

—Ya —sonrió Gene Miller, su mentor—. Si no estuviéramos en septiembre, diría que estás atontado por la primavera.

—Sí, ya…

—Voy a tener que vigilarte —rió Gene—. Yo, desde luego, no volvería a ser joven por todo el oro del mundo… Bueno, venía a decirte que me marcho. Doris me ha convencido para que la acompañe a Denver porque tiene que elegir unas alfombras —explicó, haciendo una mueca—. Como que a mí me importa si las compra azules o verdes, pero ya conoces a las mujeres.

—No tanto como a mí me gustaría —sonrió Luke—. Hasta mañana entonces.

—Gracias, chico. Sabía que hacía bien trayéndote a la clínica. Lo que no sé es por qué aceptaste el puesto, pero no pienso preguntar.

Cuando Gene salió del despacho, Luke miró su escritorio sin ningún entusiasmo. No había hecho veterinaria para pasarse el día rellenando papeles. Había estudiado esa carrera porque le gustaban los animales, todos los animales.

Pero últimamente pensaba mucho en algo que le faltaba: compañía femenina.

Conocía a muchas chicas en el pueblo, pero ninguna le gustaba lo suficiente como para salir con ella. Sin embargo, pensar en Thalia Myers Mitchell le traía muchos recuerdos… recuerdos de haber hecho lo correcto o, más bien, de no haber hecho lo incorrecto.

Fue once años antes, cuando ella tenía dieciséis y él casi veintiuno. Thalia lo había elegido para que «la librase» de su virginidad; una decisión racional, según ella. Luke debería haberse sentido halagado… bueno, sí se sintió halagado. Y atraído, y confuso. Y responsable.

Sabía que hirió sus sentimientos al rechazarla por su edad y su inexperiencia. Y por deferencia a su hermano John, que era su mejor amigo desde el instituto.

De modo que hizo lo que le pareció mejor: decirle que no. Desde entonces, Thalia y él se encontraron incómodos el uno con el otro. Pero había pasado mucho tiempo, pensó. Quizá las cosas serían diferentes con once años de por medio.

La puerta de su despacho se abrió en ese momento y Cindy entró con expresión preocupada.

—¿Te pasa algo, Luke? Llevo cinco minutos llamando a la puerta.

—¿Eh? No, no, perdona… es que estaba pensando en mis cosas. La verdad es que debería comer algo, estoy un poco desconcentrado.

—¿No has comido aún? —exclamó Cindy, en jarras—. De verdad, Luke. Doc y tú sois iguales. Voy a buscarte un bocadillo ahora mismo.

—No hace falta…

—Sí hace falta —lo interrumpió ella—. Venía a decirte que la señora Bushmiller ha cancelado su cita, o sea que hoy puedes salir a las cinco.

—Sí, pero…

—Nada de peros. Son casi las tres y hay que ponerle la inyección al perro de Jimmy Morton. Yo vuelvo enseguida con el bocadillo. ¡Y no discutas!

Luke no discutió.

 

 

Un poco después de las cinco, Thalia Mitchell se detuvo frente al escaparate de la tienda de telas de la calle Mayor de Shepherd’s Pass, Colorado. Tras el cristal, un enorme gato tomaba el sol, al lado de una antigua máquina de coser. A su alrededor había enormes rollos de telas en multitud de colores y tejidos.

Algunas cosas no cambiaban nunca, pensó. Golpeando el cristal con un dedo, Thalia atrajo la atención del gato, que la miró un momento y luego cerró los ojos, irritado por la interrupción de su siesta.

Thalia sonrió. Era estupendo estar de vuelta en las montañas de Colorado aquel precioso día de septiembre… y un poco raro también. Llevaba mucho tiempo fuera de allí, desde el último año de instituto. Después de irse a la universidad, sólo volvió a Shepherd’s Pass de visita, y las visitas nunca duraban más de un par de semanas.

Ella vivía en el sur de California, un sitio bien diferente de Colorado.

Suspirando, empujó la puerta y oyó las campanitas que anunciaban su llegada.

Varias de las clientas la miraron sin disimular su curiosidad. Pero la chica que estaba colocando telas sobre el mostrador levantó la mirada y lanzó una exclamación:

—¡Thalia!

—¡Emily!

Se abrazaron, rieron, dieron saltos y se abrazaron otra vez. Por fin, Thalia se apartó.

—¡Qué bienvenida más estupenda!

—Te he echado mucho de menos —dijo Emily—. Cuánto me alegro de verte, de verdad. Vi a tu madre el otro día y me dijo…

—Emily, cariño —la llamó una de las clientas—. ¿Te importa sacarme esta misma tela en un color más claro? Es que tengo un poco de prisa.

—Enseguida, señora Adams —dijo ella, volviendo al mostrador—. ¿Se acuerda de Thalia Myers?

—Mitchell —la corrigió Thalia—. Encantada de verla, señora Adams.

Cuando por fin la apresurada clienta se marchó, Emily se volvió hacia ella, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Tienes que contármelo todo! Hace siglos que no tenemos una…

—Adiós, Emily —dijo otra de las clientas—. No encuentro lo que busco, así que volveré la semana que viene.

—Muy bien, señora Weller. Ay, Thalia, estás guapísima.

Thalia no se sentía así. Al lado de Emily, con su larga melena, sus brillantes ojos azules, su vestido de tela vaquera con bordados… ella se sentía… rara. Demasiado seria, demasiado formal.

—Tú también.

—¿Cómo estás?

—Bien, estoy bien.

Aburrida de la vida, pero bien.

—¿Y… el divorcio?

—No fue tan malo como podría haber sido. Don y yo nos separamos amistosamente.

—Pobrecita —suspiró Emily—. Ven, vamos a la trastienda.

—¿Por qué pobrecita?

—Te conozco, Thalia —suspiró su amiga, dejándose caer en una silla—. Seguro que te lo has tomado como un fracaso personal.

—Es que es un fracaso personal.

Emily hizo una mueca.

—No lo es. Ese matrimonio fue un error. Todos cometemos errores, pero eso no significa que hayamos fracasado.

Thalia tuvo que sonreír.

—Em, tus razonamientos siempre son de lo más original. Deberías haber sido abogado.

—¡No, por favor! No puedo soportar a los abogados. Te conozco, Thalia Myers Mitchell. Te tomas las cosas demasiado en serio. Siempre lo has hecho.

—Pocas cosas son más serias que el matrimonio.

—Venga ya. Lo que pasa es que siempre has sido muy estricta.

—Antes era una cría.

—¿Y has cambiado?

Thalia lo pensó un momento.

—La verdad es que no.

—Siempre has querido tener un marido serio, dos niños muy serios y una seria carrera profesional. Al menos, eso es lo que decías.

—Tengo una carrera muy seria. Y, considerando cómo terminó mi matrimonio, me alegro de no haber tenido hijos… ¡pero es que odio el fracaso! —exclamó Thalia entonces, apretando los dientes—. Ahora tengo que empezar otra vez y no me apetece nada.

—Pero estás en casa —razonó Emily—. Aquí te será mucho más fácil empezar otra vez que en California. Será como en los viejos tiempos.

—No voy a quedarme aquí. ¿No te lo ha dicho mi madre? Mi empresa se ha fusionado con otra más grande…

—Seguros, ¿no? —la interrumpió su amiga, haciendo un gesto de aburrimiento.

—Un trabajo muy honrado.

—Y muy serio, desde luego —sonrió Emily.

—¿Puedo terminar lo que iba a decir? Las dos empresas se han fusionado y yo he pedido la excedencia durante el tiempo que dure la transición. Cuando mi madre se enteró, me pidió que viniera a verla. Si no, me habría quedado allí y…

—¿Y qué? No parece que lo pases muy bien en California.

—Tengo amigos —dijo Thalia, a la defensiva—. Además, pasarlo bien no es un objetivo fundamental en mi vida. Y, en cualquier caso, me apetecía ver a mi madre y a mis antiguas amigas.

—¿A quién has visto?

—A ti, mi mejor amiga.

Emily sonrió, orgullosa.

—Eres un cielo. Pero pensé que habrías ido a ver a Luke. Luke, ¿te acuerdas?

Thalia esperaba no haberse puesto como un tomate.

—Claro que no. ¿Por qué iba a ir a verlo?

—Porque a lo mejor te apetecía encontrarte con un antiguo amor.

—Luke Dalton no es un antiguo amor, Emily.

—Pero tú querías que lo fuese. ¿Sabes que ahora trabaja en la clínica veterinaria, con el doctor Miller?

—Puede que mi madre lo haya mencionado…

—Ah, ya. ¿Y te ha dicho que está más guapo que antes?

—No creo que eso sea posible.

—¡Ésa es mi vieja amiga! —rió Emily—. Vamos a pasarlo tan bien que no querrás irte nunca de Shepherd’s Pass.

En ese momento sonó la campanita de la puerta.

—Uf, qué rollo. Tengo que atender a otra clienta. Espera, enseguida vuelvo…

Thalia se mordió los labios. Era estupendo ver a sus antiguas amigas, pero se sentía tan fuera de lugar allí como en California.

Emily se encontraba en Shepherd’s Pass como pez en el agua porque no se marchó nunca de allí. Su abuela abrió aquella tienda de telas cincuenta años antes y Emily la había heredado. Además, era un genio con la máquina de coser y estaba haciendo lo que le gustaba. Ella, por el contrario, se dedicaba a algo supuestamente serio e importante, pero que no le gustaba en absoluto.