Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Gina Wilkins
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Invitación a una boda, n.º 98 - febrero 2015
Título original: A Proposal at the Wedding
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6107-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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El mercado bullía con el ajetreo de los vendedores en aquella cálida mañana de principios de julio. Bonnie Carmichael paseó por delante de los puestos de frutas, verduras e hierbas, comprando de vez en cuando y añadiendo peso a las bolsas de lona que llevaba en ambas manos. Pensó que tenía que haber llevado el carrito con ruedas. Aunque un rato antes se había dicho que, si no lo llevaba, compraría menos.
Le encantaba ir al mercado y sentirse rodeada por los alegres colores de los productos frescos, el olor a flores recién cortadas, los productos artesanales, los dulces, el sonido de las voces de los vendedores y de los músicos callejeros. Los sábados todavía había más actividad, pero a ella le resultaba complicado escaparse los fines de semana de la posada que regentaba junto a sus dos hermanos mayores. Ella era la jefa, así que hacer la compra era su responsabilidad, además de un placer. Iba al mercado con frecuencia y casi todos los vendedores la conocían por su nombre.
Estaba charlando con un granjero local y oliendo uno de sus maravillosos tomates cuando alguien le dio un golpe en el brazo, haciendo que se le cayese el tomate.
—Cuánto lo siento —dijo un hombre inmediatamente—. ¿Está bien?
Bonnie levantó la vista para asegurarle que estaba bien, pero se quedó sin habla al ver que se trataba de Paul Drennan.
No era posible que hubiese vuelto a ocurrir.
Ya había chocado con él dos veces en la posada. La primera vez, en el mes de mayo, Bonnie llevaba una caja con tapones de botellas de vino en las manos y se le habían caído todos por el suelo. Paul había ido a acompañar a su hija de veintiún años, Cassie, que quería casarse en agosto en los jardines de la posada. La segunda había sido varias semanas después, por culpa de Paul, que iba mirando hacia atrás mientras salía por una puerta.
Así que no tendría que haberle sorprendido volver a encontrárselo con otra colisión. Y, una vez más, Bonnie sintió aquella irresistible atracción que había sentido desde el principio. Aquel hombre tenía algo que le cortaba el aliento y hacía que se le acelerase el pulso cada vez que lo veía.
Paul tenía el pelo rubio oscuro, salpicado por algún mechón de canas en las sienes. Sus ojos verdes brillaron al sonreír y Bonnie no pudo evitar clavar la vista en sus labios.
—Si esto continúa ocurriendo, vas a pedir una orden de alejamiento contra mí —comentó él—. Te prometo que no lo hago a propósito.
—Te creo —le aseguró ella, echándose a reír—. Aunque no puedo evitar que me resulte divertido.
Paul utilizó un trozo de papel que le había dado el vendedor para recoger el tomate estropeado.
—Yo lo pagaré —le dijo después, aunque el vendedor rechazó el ofrecimiento.
Bonnie pagó los tomates que acababa de comprar y luego intentó meterlos también en una de las bolsas.
Paul se inclinó a ayudarla.
—Deja que te ayude.
Y tomó las dos bolsas de lona grandes antes de que a Bonnie le diese tiempo a responder, así que se limitó a sonreír mientras levantaba la cabeza, ya que Paul era muy alto y ella más bien bajita y, además, esa mañana se había puesto unas sandalias planas.
—Gracias.
—De nada. ¿Qué tal va la posada Bride Mountain? —le preguntó él, echando a andar a su lado.
—Las últimas semanas han sido frenéticas, con las bodas de junio —le respondió—. Y julio está siendo parecido.
Bonnie intentó concentrarse en el motivo por el que estaba allí, en vez de en el hombre que estaba a su lado.
—Y eso es bueno, ¿no?
—Por supuesto.
A pesar de haber comprado ya muchas cosas, no pudo resistirse a comprar unas calabazas pequeñas.
—Tienen buena pinta —comentó Paul—, aunque no sé cómo prepararlas.
—Pues son muy fáciles de cocinar —le aseguró Bonnie—. Muy versátiles, al horno, a la plancha, cocidas o incluso en ensalada.
En realidad, no sabía si a Paul le interesaba la cocina, pero lo vio asentir.
—Sí, me gustan de todas esas maneras, pero nunca he intentado cocinarlas. ¿Tienes tiempo para ayudarme a escoger unas cuantas? Buscaré alguna receta en Internet.
—Por supuesto —contestó Bonnie.
Le habló con la misma naturalidad con la que habría hablado a cualquiera que le hubiese pedido ayuda, y no como a un hombre que la atraía mucho. Lo ayudó a elegir las calabazas y luego esperó a que las guardase en la bolsa, que todavía tenía la etiqueta puesta, por lo que Bonnie imaginó que la había comprado allí. Parecía estar casi vacía.
Paul se dio cuenta de lo que estaba mirando y se echó a reír.
—Supongo que ya te has dado cuenta de que esto de hacer la compra en el mercado es nuevo para mí, pero es que mi hija se ha empeñado en que tengo que comer mejor, así que he pensado que este sería un buen lugar para comprar productos sanos. Habitualmente compro verduras congeladas, las meto en el microondas y las como con cualquier carne que haya hecho a la parrilla. O pido que me traigan la comida. Pero Cassie va a estar en mi casa hasta la boda, así que estoy intentando esforzarme cuando me toca a mí cocinar.
—Hablas como mi hermano. Si no le hiciese yo la cena de vez en cuando, viviría a base de espaguetis con salsa de bote, o carne a la plancha y patatas al microondas.
Paul sonrió de manera encantadora.
—Yo también he comido más de la cuenta de eso.
Alguien se aclaró la garganta a sus espaldas y Bonnie se dio cuenta de que estaban en el medio. Murmuró una disculpa y se apartó, y Paul la imitó.
Luego, él señaló hacia una pequeña cafetería que tenía mesas y sombrillas fuera.
—¿Te puedo invitar a un café? ¿O tienes prisa por volver a la posada?
Ella dudó antes de responder. Paul le había dado la excusa perfecta para marcharse, pero en realidad no tenía prisa. Rhoda y Sandy, que trabajaban a jornada completa y a media jornada respectivamente, se estaban ocupando de todo. Incluso en la época de más trabajo, los martes solía tomárselos con más calma.
Aunque vivir en un apartamento que había en el sótano de la posada le había parecido en un principio muy conveniente, en ocasiones tenía la sensación de estar trabajando todo el tiempo. Así que recientemente se había prometido a sí misma que iba a salir más. Tomarse un café con uno de los clientes de la posada no era precisamente la mejor manera de desconectar del trabajo, pero ya era algo. Y, además, aquel era un cliente muy guapo.
—No, no tengo prisa —le dijo—. Podemos tomarnos un café, pero antes vamos a llevar las bolsas al coche.
Paul la siguió hasta el aparcamiento, donde había dejado el coche, y la ayudó a meter las bolsas en el maletero. Luego fueron a la cafetería y Bonnie se sentó en una mesa al aire libre mientras él entraba a pedir. Volvió con un café solo y un café con leche con hielo bajo en calorías para Bonnie. Ella no había querido comer nada, pero Paul sí se había pedido una galleta.
—Es de pasas y avena, eso es sano, ¿verdad? —le preguntó sonriendo.
Bonnie pensó que era un hombre de constitución atlética, así que no podía alimentarse tan mal.
—Por supuesto —le respondió en tono de broma—. Tú sigue engañándote.
Él se echó a reír y mordió la galleta.
—Lo compensaré con la cena. Voy a ir a cenar a casa de la otra familia de mi hija. Holly, su madre, siempre cocina cosas estupendas y muy sanas.
Bonnie había visto a Holly Bauer y a su marido, Larry, en la posada, y tenía la sensación de que la relación entre todos era bastante cordial.
—Es agradable ver que os lleváis tan bien a pesar de estar separados —comentó con cautela—. Hemos vivido algunas situaciones muy incómodas en la posada, cuando los padres de los novios, separados, se niegan a sentarse cerca o incluso a admitir la presencia del otro.
—Holly y yo nunca hemos estado casados —le contó Paul—. Yo solo tenía dieciocho años, y Holly ni siquiera, cuando Cassie nació. Me temo que fuimos la típica pareja de instituto que tuvo un desliz la noche del baile de fin de curso. Dejamos de salir juntos durante el primer año de universidad, pero siempre hemos sido amigos.
—Ah.
Bonnie hizo cuentas mentalmente. La hija de Paul tenía veintiún años, así que él debía tener treinta y nueve años, solo era once años mayor que ella, y no quince, como había calculado al principio.
—Y a pesar de ser madre tan joven, Holly consiguió convertirse en abogada —comentó Bonnie.
—Sí, se negó a permitir que un error de una noche truncase sus sueños. Durante los dos primeros años de la vida de Cassie, tanto su familia como mi madre y yo la ayudamos mucho, aunque Holly también se esforzó mucho en estudiar y ser una buena madre al mismo tiempo. Y una amiga de la Facultad de Derecho le presentó a Larry, con el que se casó cuando Cassie tenía casi seis años. Un año después, nacieron sus mellizos.
—Vaya, increíble. Es una suerte que hayáis seguido siendo amigos por el bien de Cassie.
—Y por el mío propio —le aseguró él, muy serio—. Perdí a mis padres muy pronto y Holly y Larry han sido muy generosos, incluyéndome en su familia y dejándome formar parte de la vida de Cassie, y de los mellizos, por supuesto. Estos me llaman tío Paul, y han pasado casi tantos fines de semana conmigo como Cassie.
A Bonnie aquello le pareció maravilloso, aunque no pudo evitar preguntarse cómo habían llevado otras mujeres que hubiesen pasado por la vida de Paul que este tuviese una relación tan estrecha con la madre de su hija. Podía resultar intimidante, hacerse un hueco en aquel círculo. También se preguntó si habría otra mujer en la vida de Paul en esos momentos. No se le ocurrió ninguna manera sutil de preguntárselo.
Se dijo que llevaba dos años demasiado centrada en la posada. En octubre haría tres años desde que sus hermanos y ella la habían heredado de su tío abuelo materno y, el uno de noviembre, dos años desde su reapertura después de todo un año de renovaciones. Tres años en los que había estado muy ocupada y no había tenido tiempo para tener vida social. Casi se le había olvidado cómo coquetear, y le costaba recordar la última vez que había ido más allá. Había llegado el momento de abordar esa situación. Incluso había considerado la posibilidad de darse de alta en alguna página de contactos en Internet.
Así que supuso que podía aprovechar aquel encuentro para practicar… o incluso podía considerarlo un comienzo. Tenía que admitir que se había acordado de Paul después de haberlo conocido.
—Cassie y sus hermanos tienen mucha suerte —comentó.
Paul asintió y, de repente, Bonnie no fue capaz de descifrar la expresión de su rostro.
—Sí. Ha sido estupendo, pero ahora van a cambiar muchas cosas, tanto para Cassie como para mí.
Sacudió la cabeza y dio otro mordisco a la galleta antes de continuar:
—No suelo contarle mi vida a nadie mientras me tomo un café, pero dado que nos estás ayudando a organizar la boda, he imaginado que querrías saber que no hace falta que os quebréis la cabeza con los padres de la novia. Tampoco tenéis que preocuparos porque pueda suceder algo desagradable durante la celebración. Estamos de acuerdo con lo que le parezca bien a Cassie y a las personas que lo organizan todo.
Bonnie se echó a reír.
—Muchas gracias, aunque en realidad es mi hermana la que se encarga de hablar con la persona que organiza la boda y con los proveedores. Yo me ocupo del trabajo de la posada, de las habitaciones, de preparar y servir el desayuno seis días por semana, del brunch de los domingos y de cualquier petición especial que no subcontratemos. Mi hermano, por su parte, se ocupa de los jardines. Para la boda de Cassie, pondrá luces especiales, antorchas, guirnaldas o cualquier otra cosa que a ella le apetezca.
—Tenéis vuestras responsabilidades bien definidas.
—Es lo mejor —respondió ella.
Paul se echó a reír.
—Ya imagino.
Kinley y Logan habían tenido dudas acerca de la renovación y reapertura de la posada, que había empezado a funcionar en los años treinta y que había estado cerrada durante dieciocho años antes de que ellos la hubiesen heredado. Habían dudado, sobre todo, por el estado de la economía en aquellos momentos. Su tío abuelo Leo Finley había hecho todo lo posible por mantener el lugar en buenas condiciones, pero solo había podido realizar un mantenimiento básico. Después de haber perdido a su querida esposa, Helen, que había sido su compañera en la vida y en el trabajo, no había tenido ánimos para mantener la posada abierta, pero tampoco había podido vender el establecimiento construido y regentado por su propio padre durante muchos años. Leo les había dejado la posada y algo de dinero, y les había dado permiso para hacer con ello lo que quisieran, a pesar de saber que Bonnie siempre había soñado con reabrir el establecimiento.
Esta había rogado a sus hermanos que lo invirtiesen todo en la posada. Aunque Kinley solía decir que casi los había obligado. La apariencia de Bonnie, que era rubia y de complexión menuda, podía llevar a engaño. No era ningún pelele y, cuando algo se le metía en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo.
Con su diploma y experiencia en gestión hotelera, la experiencia de Kinley en marketing y ventas, y la formación en informática de Logan y su interés por la electricidad, el paisajismo y la construcción, Bonnie había asegurado a sus hermanos que podían tener éxito. ¿Qué era lo peor que podía ocurrirles? ¿Perderlo todo? Sería un trago amargo, pero podrían superarlo siempre y cuando se tuviesen los unos a los otros.
Al final, había conseguido convencerlos.
—Nos alegramos mucho de que Cassie haya querido celebrar la boda en la posada —le dijo a Paul con toda sinceridad—. Te prometo que haremos todo lo posible porque todo salga tal y como ella espera.
—Seguro que sí. A Cassie le gustó la posada nada más verla.
—Me alegro. Tienes una hija encantadora.
Bonnie había encontrado el punto débil de Paul, vio cómo se le endulzaba la mirada y sonreía.
—Yo no soy objetivo, por supuesto, pero pienso que es una chica especial. Muy inteligente, como su madre. Y con mucho talento.
Bonnie se dio cuenta de que le gustaba que Paul hablase así de su hija. La primera de las características que debía tener el hombre que fuese su pareja en un futuro era la de ser una persona familiar. Aunque, antes de comprometerse con nadie, tendría que estar segura de que era un hombre con las ideas claras y dispuesto a esforzarse tanto como ella en que su matrimonio funcionase. Todo lo contrario que su padre, que había abandonado a su familia cuando ella tenía cuatro años para cumplir su sueño de viajar por el mundo.
—Es evidente que estás muy orgulloso de Cassie. Y con razón.
Él hizo una mueca.
—Sé que presumo de ella de manera descarada, pero es que me está costando mucho aceptar que va a casarse y a marcharse a vivir a otro continente. Intenté convencerla de que esperase un par de años, pero tanto ella como Mike están decididos a hacerlo ahora, así que tengo que aceptar su decisión. No obstante, parece que fue ayer cuando la estaba metiendo en la cama, después de haberla llevado a cenar una hamburguesa y un helado.
—¿También alimentabas así a los mellizos?
Paul le guiñó un ojo.
—¿Por qué piensas que me consideran su tío favorito?
Bonnie se sentía muy a gusto. Después de haber pasado tanto tiempo con su hermano, que era más bien parco en palabras, le agradó charlar con un hombre tan comunicativo. Aquella era otra de las cualidades que debería tener el hombre de su vida, además de un buen sentido del humor.
—Hablando de comida… —empezó, mirando la bolsa que Paul tenía a los pies y preguntándose si iba a hacer una tontería—. No sé si te interesará, o si tendrás tiempo, pero, a partir del próximo martes, voy a empezar a dar unas clases de cocina con productos de temporada. Tendrán lugar en la posada, durante tres martes consecutivos, de seis a ocho. Hablaré de cómo comprar, cortar y cocinar, y también de varias maneras de conservar los productos para poder utilizarlos fuera de temporada.
Su hermana le había contado que Paul era profesor de instituto, lo que explicaba que no estuviese trabajando entre semana. Tal vez le apeteciese hacer algo más durante sus vacaciones.
Lo vio arquear las cejas, pero no supo si lo hacía por la sorpresa, interés, o ambas cosas.
—¿Vas a dar clases de cocina?
Bonnie asintió.
—Digamos que lo hago porque una de nuestras clientas más habituales me insistió. Me dijo que sería divertido. Hay sitio para seis personas y una acaba de darse de baja, así que queda una vacante.
—No sabía que dabas clases.
—Lo hago de vez en cuando, sobre todo en temporada baja. He organizado clases de un solo día, de decoración de cupcakes, mermeladas, gelatinas y conservas, y también de caramelos. Esta va a ser la primera vez que son varias sesiones. Comprendo que no te interese, pero como has mencionado que te gustaría aprender a cocinar productos frescos…
—La verdad es que sí que me interesa. Y tengo los tres próximos martes por la tarde libres. Además, sería estupendo pasarlos aprendiendo a hacer algo útil. A Cassie le va a parecer estupendo.
A Bonnie le sorprendió que aceptase tan pronto su ofrecimiento. Había imaginado que le contestaría que iba a pensárselo. ¿De verdad le interesaba aprender a cocinar, o estaba buscando una excusa para pasar más tiempo con ella? Una posibilidad halagadora. Le dijo cuánto costaban las clases, y Paul asintió.
—Sí, cuenta conmigo. Estoy seguro de que voy a aprender mucho.
—Eres profesor de instituto, ¿verdad?
Él volvió a asentir.
—De Matemáticas. Tengo varios proyectos para este verano, pero estoy libre los martes. ¿Qué tengo que hacer para apuntarme?
—Solo venir a la posada el próximo martes a las seis. Te advierto que yo no tengo formación como profesora, así que las clases van a ser muy informales. Y tú vas a ser el único hombre.
—Eso no importa —respondió Paul riendo.
Y Bonnie tuvo la sensación de que iba a ser el más popular de la clase.
Le dio una tarjeta con su número de teléfono… por si tenía alguna pregunta antes de ir, le dijo. Luego se terminó el café y miró el reloj.
—Será mejor que me lleve las verduras a casa antes de que empiecen a asarse en el coche. Gracias por el café, Paul, me ha gustado charlar contigo.
—A mí también —contestó él, levantándose a la vez que ella—. Estoy deseando que llegue el próximo martes. Estoy seguro de que tienes mucho que enseñarme.
Ella arqueó un poco las cejas y se preguntó si había oído una cierta picardía en su voz, aunque enseguida decidió que se lo había imaginado.
Después tuvo la sensación de que Paul la observaba mientras se alejaba, pero no miró atrás para asegurarse. De camino a casa, se dio cuenta de que no podía parar de sonreír y de que tenía el pulso un poco acelerado. ¿No tendría demasiadas ganas de que llegase el martes siguiente?
Probablemente fuese demasiado joven para él. Paul no sabía la edad de Bonnie Carmichael, pero no parecía mucho mayor que su hija. Y tal vez lo viese solo como al padre de una de las novias que se casaban en su posada. Un padre con la lamentable costumbre de chocar contra ella.