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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Gina Wilkins

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Salvado con un beso, n.º 99 - marzo 2015

Título original: Healed with a Kiss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6108-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Alexis Mosley se acercó a uno de los dueños de la posada, Logan Carmichael. El hecho de que este tuviese el ceño fruncido no la intimidaba lo más mínimo.

—No me parece que mi clienta esté pidiendo tanto —le dijo en tono frío—. ¿Podéis ofrecerle el servicio o no?

—Tu clienta —respondió él, frunciendo el ceño—, tiene que poner los pies en el suelo. Estamos en el suroeste de Virginia, no en Jamaica, si lo que quiere es una boda en una playa jamaicana, tendrá que celebrarla allí. O, como poco, hacer un viaje de cinco horas en coche para llegar a Virginia Beach y casarse en un lugar en el que haya mar.

Alexis suspiró.

—Como ya te he explicado, tiene que casarse aquí porque hay miembros de su familia que son mayores y tienen problemas de salud, así que no pueden viajar. Siempre ha soñado con casarse en la playa, en Jamaica, porque es donde su prometido se lo pidió hace dos años, pero no puede ser, así que quiere casarse aquí en julio y recrear el entorno de allí.

Era un lunes por la mañana del mes de marzo y Alexis se había reunido con Logan y sus dos hermanas, Kinley y Bonnie, los propietarios de la posada Bride Mountain, para decidir si podían satisfacer las necesidades de su clienta. Logan pensaba que no.

Con una expresión sarcástica en su atractivo rostro, Logan se giró e hizo un gesto para que Alexis se fijase en el cuidado jardín en el que estaban, en la casa estilo reina Ana, en el cenador blanco que había al final del camino empedrado. En el centro del jardín había una fuente cuyo chapoteo servía de relajante banda sonora. Las majestuosas montañas Blue Ridge se erigían a lo lejos, bajo el cielo azul. Logan tenía razón, aquello no se parecía en nada a una playa jamaicana.

Como era de predecir, Kinley intervino para contradecirlo.

—¡Por supuesto que podemos complacer a tu clienta! No será la primera boda de ambiente tropical que organicemos. Solo tendremos que ver cómo podemos adaptarnos a sus necesidades. Estoy segura de que, entre todos, se nos ocurrirá algo.

Mientras que la reacción de Logan frente a las demandas complicadas de cualquier novia era a menudo negativa, la de su hermana Kinley, que era una mujer de negocios de los pies a la cabeza, solía ser la contraria. Hacía todo lo posible por organizar cualquier evento en la posada, parecía dispuesta a prometer casi cualquier cosa y, sorprendentemente, siempre salían las cosas bien. Eso sí, solo se comprometía a hacer lo que sabía que estaba a su alcance.

Hacía casi un año que Alexis había empezado a colaborar con los hermanos Carmichael y nunca había recibido ninguna queja de sus clientes. Solía recomendar la posada con frecuencia para la celebración de bodas y otras ocasiones especiales y, a menudo, chocaba con Logan en algún momento. Este, que se ocupaba de la decoración exterior, le había dicho en más de una ocasión que lo que le pedía era imposible, a pesar de que ambos sabían que él era capaz de conseguirlo.

—Pídele a tu clienta una lista detallada de ideas, y volveremos a reunirnos para discutirlas —le pidió Kinley—. Asegúrate de que sepa que nos tiene que dar el tiempo necesario para organizarlo todo, y que no podrá haber cambios de última hora con respecto al tema. Haremos todo lo posible por complacerla.

Alexis entendía que Kinley necesitase tenerlo todo claro para evitar futuras complicaciones. Ella trabajaba de la misma manera.

—Por supuesto, se lo explicaré.

—Buscaré algunas recetas jamaicanas, por si quiere que preparemos un desayuno especial o algo de picar para sus invitados —añadió Bonnie, a la que parecía intrigarle el reto—. Estoy segura de que puedo encontrar ideas originales.

Los tres hermanos no se parecían mucho. Kinley era alta y esbelta, con el pelo castaño y los ojos de un gris azulado. Bonnie tenía menos estatura, el pelo rizado y rubio y unos grandes ojos azules. Y Logan, que era el hermano mayor, tenía aspecto duro, era de estatura media y cuerpo musculoso, tenía el pelo oscuro y los ojos color avellana. A Alexis no le parecía especialmente guapo, pero sí muy atractivo. Se había fijado en él nada más conocerlo.

Logan suspiró con resignación. Iba vestido con una chaqueta gris de forro polar, una camiseta, pantalones vaqueros y botas. Cuando hacía calor se quitaba la chaqueta, pero el resto del conjunto solía ser el mismo todo el año, o al menos Alexis no lo había visto de otra manera.

—Danos el tiempo necesario para realizar el milagro que quieres que hagamos. Busca lo que quiere la clienta y yo lo colocaré. Ahora, no me traigas arena —dijo Logan con el ceño fruncido—. La última vez que alguien tuvo la maravillosa idea de poner areneros para los niños, me costó muchísimo limpiar el jardín después.

—No habrá arena —le prometió Alexis.

Él la miró fijamente a los ojos durante unos segundos y después asintió, se dio media vuelta y se marchó mientras se disculpaba entre dientes por tener que seguir con su trabajo. Tenía una pequeña cojera que despertaba la curiosidad de Alexis, que se obligó a apartar la vista de él para fijarla en sus hermanas.

—Intentaré que la novia sea realista con respecto a sus expectativas.

—Seguro que sí —respondió Kinley sonriendo—. No te preocupes por Logan. Hoy está un poco gruñón porque lleva unos días trabajando mucho para que el jardín esté preparado para la primavera.

Alexis no pudo evitar echarse a reír.

—¿Que hoy está un poco gruñón?

Kinley sonrió y Bonnie también. Ambas eran conscientes de que su hermano no era una persona alegre. Aunque Alexis pensó que tampoco era un idiota. Solo solía ser muy claro e impaciente con las formalidades sociales. No obstante, durante el último año, Alexis lo había visto interaccionar de manera cariñosa con niños y personas mayores, con educación y una cierta distancia con novias estresadas y nerviosas, y relajadamente con los hombres que trabajaban con él.

Los hermanos Carmichael eran muy diferentes, pero se complementaban sorprendentemente bien. Trabajaban juntos en la posada que habían heredado de un tío abuelo y que ellos mismos habían restaurado y puesto en funcionamiento de nuevo. Bonnie y Logan vivían también en la finca. Bonnie, en un apartamento de dos habitaciones que había en el sótano, y Logan en la que había sido la casa del guarda, que estaba colina abajo. Alexis pensó que ella jamás habría sido capaz de trabajar con Sean, su hermano pequeño.

Tanto Kinley como Bonnie se habían casado el invierno anterior, pero eso no parecía haber influido en su dinámica familiar. Ella disfrutaba mucho viendo trabajar a los tres hermanos juntos.

Y estaba segura de que sería interesante, como siempre, trabajar con ellos en aquel nuevo proyecto. Incluso estaba deseando discutir con Logan, lo que siempre le daba vida a sus jornadas laborales.

 

 

Ya era de noche cuando Alexis se preparó una infusión caliente en su acogedora cocina, a tan solo unos kilómetros de la posada. Los días se estaban empezando a alargar con la cercanía de la primavera y ella también estaba trabajando más horas para preparar las celebraciones de mayo y junio, que siempre eran los meses de mayor actividad en el negocio de las bodas. No obstante, Alexis no se quejaba de tener demasiado trabajo. Había adquirido su negocio, Blue Ridge Celebrations, el año anterior, y le encantaba ver cómo había ido aumentando el volumen de trabajo durante los últimos meses. Había invertido en publicidad y había trabajado muy duro para asegurarse de que sus clientes solo pudiesen decir cosas positivas de ella.

Se llevó la infusión al salón, donde la acompañó su gata Fiona y, sin saber por qué, se puso a pensar en el pasado. Había estudiado música y teatro, había trabajado en la floristería de su madre en Roanoke, Virginia, mientras estudiaba, y allí era donde había empezado a aprender de bodas y otras celebraciones. Siempre se le había dado bien la decoración floral y le había gustado aquel trabajo.

Unos meses después de su veintisiete cumpleaños se había dado cuenta de que no sentía la pasión necesaria para convertirse en una gran actriz. Le gustaba actuar, y había trabajado muy duro para formarse, pero el hecho de no poder controlar su futuro le había resultado cada vez más difícil. Así que, después de no haber conseguido un papel importante en una obra, y haberse dado cuenta de que eso no la había dejado destrozada, había encontrado el valor de cambiar el rumbo de su vida e iniciar su propio negocio.

No había sido fácil dar la espalda a la que, durante mucho tiempo, había sido su meta. Había dejado atrás a sus amigos, su pequeño, pero encantador apartamento, y una relación tumultuosa que le había hecho mucho daño. Había sido una decisión aterradora, pero, al mismo tiempo, liberadora.

Había vuelto al Estado en el que había crecido, había comprado aquel negocio, que estaba a menos de una hora de la floristería de su madre, y se había servido de su talento para la organización y de su creatividad, además de la ayuda de la anterior dueña, para salir adelante.

Al principio había tenido que superar algunas dificultades, pero, en general, se sentía satisfecha y pensaba que había tomado la decisión adecuada a pesar de la decepción y la preocupación que había causado a su madre. En esos momentos tenía veintinueve años y era independiente y autosuficiente, había establecido unos límites con su familia, vivía en una bonita casa de alquiler que estaba pensando en comprar, y tenía amigos. Incluso disfrutaba de una conexión física e informal con un hombre que, al igual que ella, no estaba interesado en comprometerse. ¿Qué más podía pedir una mujer moderna?

Alexis estaba dejando la taza de manzanilla encima de la mesita baja que había delante del sofá cuando llamaron a la puerta y se oyó un sonido que ya conocía muy bien.

—Parece que tenemos compañía —le dijo a la gata, que estaba mirando hacia la puerta con las orejas erguidas—. Llegan pronto. ¿Estarán impacientes por vernos?

Se pasó las manos por la camiseta rosa y los vaqueros desgastados que se había puesto nada más llegar a casa del trabajo, una hora antes. Tenía el pelo moreno suelto y alborotado, pero no intentó peinarse. Estaba descalza, pero tampoco se molestó en buscar unos zapatos antes de acercarse a la puerta. Le gustaba saber que podía ser ella misma con aquella persona en particular, a la que había estado esperando esa noche. Cuando llegó a la puerta, tenía el pulso acelerado.

Logan Carmichael estaba al otro lado con su enorme perro negro y marrón, que estaba emitiendo una especie de ronroneo que muchas personas habrían calificado de gruñido.

Logan señaló al animal con un movimiento de cabeza.

—Me ha rogado que lo trajera. No le ha gustado que las últimas veces lo dejase solo en casa. Espero que no te importe.

Sonriendo, Alexis se apartó de la puerta para dejarlos pasar. Sabía que el perro emitía aquel sonido cuando estaba contento.

—Ninja siempre es bienvenido —le dijo—. Fiona, tienes visita.

Ninja fue directo hacia la gata gris, que saltó sobre el sofá para darle mejor la bienvenida. A Alexis ya no le llamaba la atención que Fiona pasase la pata por la cabeza del animal de manera cariñosa. Al parecer, nadie les había explicado que se suponía que debían ser enemigos. En su lugar, en los últimos cinco meses se habían convertido en grandes amigos. Aunque Alexis supuso que igual de sorprendente era su amistad con Logan.

Este cerró la puerta, se quitó la chaqueta y la dejó encima de una silla. Luego apoyó una mano en la nuca de Alexis y la atrajo hacia él.

—¿Es Ninja el único bienvenido?

Ella apoyó la mano derecha en su fuerte pecho y disfrutó de su calor y de los rápidos latidos de su corazón. Se quitó las gafas con la mano izquierda y le sonrió de manera coqueta.

—Supongo que no pasa nada porque lo acompañes de vez en cuando.

Logan se echó a reír e inclinó la cabeza.

—Te agradezco la graciosa invitación —le dijo antes de besarla apasionadamente.

Alexis no se molestó en ofrecerle que se sentase, ni un refresco. Cuando el beso se rompió, se limitó a agarrarle de la mano para llevarlo hasta su dormitorio, que Logan conocía bien, ya que había estado en él una media de tres veces al mes desde finales de octubre.

Alexis no dio la luz del techo. La lamparita de noche estaba encendida y el edredón blanco apartado, dejando al descubierto unas sábanas blancas y unas almohadas suaves y mullidas. Alexis había pensado en encender alguna vela, pero al final había decidido no hacerlo. La relación que tenía con Logan era satisfactoria para ambos, y ninguno de los dos necesitaba las dolorosas trampas propias de una historia de amor. Eran amigos, buenos amigos. Amigos con derecho a roce, pero ninguno de los dos esperaba un compromiso por parte del otro.

Lo que no significaba que Alexis no pudiese disfrutar de cada minuto que pasase con él, mientras durase.

Empezaron a hacer el amor muy despacio, tomándose su tiempo para desnudarse y acariciarse. Alexis no se cansaba de recorrer sus impresionantes abdominales y bíceps con las puntas de los dedos y los labios. A pesar de las cicatrices de la pierna izquierda, que Logan había atribuido brevemente a una vieja herida de los tiempos de la universidad, Alexis no había conocido a un hombre con aquella forma física, mezcla del trabajo duro y de una vida sana. Además, Logan sabía muy bien cómo utilizar su atlético cuerpo.

Se comunicaron a través de murmullos y suspiros, risas suaves y discretos gemidos. Tal y como había ocurrido la vez anterior, los besos y abrazos pronto se convirtieron en una desesperada necesidad que hizo imposible que siguiesen disfrutándose a aquel ritmo. Las sábanas estaban arrugadas y las almohadas, en el suelo.

Logan buscó protección y volvió a su lado. Y Alexis vacío su mente de todo y solo pensó en aquel momento.

 

 

Logan tardó un buen rato en decidir que sus piernas responderían si intentaba ponerse en pie. Habían pasado alrededor de diez minutos desde que tanto Alexis como él habían llegado al clímax y él se había quedado tumbado en la cama, con la respiración entrecortada y el corazón acelerado. ¿Cómo era posible que cada vez le gustase más? ¿Cómo podía tener la convicción de que cada vez era mejor que la anterior?

Alexis estaba tumbada a su lado, tan callada, que Logan no sabía si estaba despierta. La miró de reojo, pero tenía el pelo sobre los ojos. Pensó en apartárselo, pero no supo si sería capaz de mover el brazo.

Ella suspiró y levantó la cabeza. La luz de la lámpara de noche iluminó su pelo, que Alexis apartó con una mano temblorosa. La luz multicolor se reflejó en sus ojos grises. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios henchidos de sus besos. Cualquiera habría dicho que había estado una hora seguida sin parar de hacer el amor. Sexo, se corrigió Logan a sí mismo. Había sido un estupendo sexo.

Le gustaba verla así, despeinada y adormilada, todo lo contrario que cuando la veía por motivos laborales. También le gustaba vestida de traje y peinada, por supuesto, sobre todo, sabiendo lo que había debajo de los trajes, imaginándosela quitándose las horquillas que le sujetaban el pelo y recordando el sabor de sus dulces labios.

—Qué bien —dijo Alexis.

—Estoy de acuerdo —contestó él riendo.

Aquella era otra de las cosas que le gustaba de ella, que no se mostraba tímida ni cohibida, a pesar de ser una mujer selectiva a la hora de satisfacer sus necesidades. La primera noche que habían pasado juntos, Alexis había admitido que no había estado con nadie en mucho tiempo. Él le había contestado que también había pasado por una época de sequía, aunque no le había dado más explicaciones. Si Logan había vivido solo durante los últimos años no había sido por falta de oportunidades, sino porque no había querido ninguna relación complicada y tampoco era aficionado a las aventuras de una noche con desconocidas.

Alexis había sido la primera mujer en mucho tiempo que lo había sacado de su autoimpuesta soledad. Además de sentirse muy atraído por ella físicamente, le gustaba cómo era. Admiraba su inteligencia, su competencia, su rapidez mental, su franqueza. Le había dicho directamente que las bodas eran su negocio, no su aspiración, y en eso estaban de acuerdo. Él tenía sus motivos para no querer comprometerse y, evidentemente, Alexis también tenía los suyos. No habían hablado de sus relaciones pasadas, pero tenían mucho en común con respecto a lo que querían para su presente.

Nadie sabía que se estaban viendo. Habían acordado que no había ninguna necesidad de complicar su amistad con las expectativas de amigos y familiares. Logan pensaba que aquello era solo asunto suyo. Él no estaba viendo a nadie más, ni Alexis tampoco, pero podían hacerlo si querían. A él no le interesaba salir con otras por el momento, y esperaba que a Alexis tampoco.

Ella se apoyó en un codo y lo miró.

—Ahora que hemos terminado…

Él se echó a reír.

—¿Quieres algo? —continuó Alexis—. Yo me había preparado una manzanilla pero supongo que se habrá quedado fría. Puedo hacer otra para los dos.

—Suena bien, pero no voy a poder quedarme mucho rato. Mañana tengo que levantarme temprano. Bonnie me ha pedido que amplíe su pequeño huerto y quiero trabajar en ello mañana.

Aunque no hablaba con Alexis de su pasado, sí hablaban bastante de trabajo. Ella le contaba anécdotas graciosas, probablemente, sabiendo que Logan sería discreto. Este le contaba los planes de sus hermanas para la posada y los jardines, y cómo esperaban que él se ocupase de casi todo. Durante el último invierno, había supervisado la construcción de unos cuartos de baño en la parte trasera de la casa. Kinley y Bonnie tenían una lista muy larga de mejoras que querían realizar cuando el tiempo y la economía se lo permitiesen.

Tardarían varios años en hacerlo todo, pero Logan no podía quejarse. Todo aquello formaba parte del trabajo que había accedido a hacer cuando se había metido en el negocio con ellas. Y además realizaba trabajos de informática. Kinley también seguía trabajando como agente inmobiliaria algunas tardes. Ninguno de los dos podía dedicarse solo a la posada hasta que no estuviesen seguros de que esta era completamente solvente.

Alexis no se molestó en vestirse nada más salir de la cama, sino que se puso una bata roja que hacía resaltar su pelo oscuro y sus ojos grises. Mientras iba a la cocina a preparar la infusión, Logan se lavó y se puso los vaqueros y la camiseta. Antes de ir a la cocina, estiró un poco las sábanas, y no pudo evitar volver a sentir calor a pesar de que hacía solo unos minutos que ambos habían salido de la cama.

Cuando fue a la cocina, la infusión ya estaba preparada. El olor a manzanilla inundaba la habitación, blanca, con electrodomésticos en acero inoxidable y algunos detalles en rojo. La decoración de la casa era en tonos claros, muy limpia, de líneas rectas. «Como ella», pensó Logan mientras se sentaba a la mesa.

Ninja entró en la cocina, se sentó a los pies de Logan y miró a Alexis. Esta se echó a reír y le dio una galleta para perros. Fiona, para no ser menos, se acercó a sus tobillos, y Alexis también tuvo que darle un tentempié con sabor a atún. Logan frunció el ceño al darse cuenta de que también tenía a mano galletas para perro, pero se dijo que aquello no significaba nada. No quería estropear la noche dándole demasiadas vueltas a las cosas.

Alexis le dejó una taza delante y sonrió.

—¿Y tú, Logan? ¿Quieres una galleta?

Él negó con la cabeza.

—Me conformo con la infusión, gracias.