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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Helen R. Myers. Todos los derechos reservados.

ROMANCE TRAS LAS CÁMARAS, N.º 1919 - diciembre 2011

Título original: It’s News to Her

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-126-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

HUNTER Harding sabía siempre cuándo las cosas estaban a punto de torcerse. Solía ocurrir unas horas —generalmente unos minutos después de pensar que la vida le iba bastante bien. No era algo derivado de su trabajo de periodista. La primera experiencia le sobrevino cuando tenía dieciséis años y, más concretamente, la mañana en que se despertó pensando que era maravilloso que ese mismo día su padre volviera a casa de su último viaje y la viera vestida para el baile de graduación.

Bajó bailando las escaleras y se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre sollozando frente a la mesa del desayuno. Por lo visto, mientras Hunter se estaba duchando, había telefoneado el director de la cadena de televisión de Nueva York en la que trabajaba su padre. El avión procedente de Colombia en el que viajaba Nolan Harding había desaparecido y se temía que se hubiera estrellado debido a una tormenta. Unos días después, encontraron los restos del aparato y se confirmó lo que todos temían: no había supervivientes.

Aunque su posición económica era desahogada, su madre vendió su hogar en Mahwah, Nueva Jersey, y se mudaron a San Antonio, Texas, ciudad en la que había nacido Hunter, para estar cerca de los abuelos maternos, ya que los padres de su padre hacía tiempo que habían muerto.

Aunque estaba en el último curso del colegio y no conocía a nadie, Hunter aprendió a amar Texas, hizo amigos con facilidad y, pese al vacío que había en su corazón, se propuso salir adelante por su madre y sus abuelos.

Entonces, justo antes de licenciarse en la universidad, cuando todos sus seres queridos iban a ser testigos del momento en el que recibiría su diploma y la vida volvía a sonreírle, recibió la noticia de que el hermano de Danica, su compañera de habitación, que andaba en malas compañías, estaba en coma en el hospital debido a una sobredosis.

El patrón de experiencias dolorosas continuó, siendo la más reciente su breve compromiso con Denny Brewster. Hunter seguía muy resentida por aquel episodio y trataba de no pensar mucho en él. Así pues, cuando aquella mañana de junio se despertó temprano en su piso de San Antonio y se desperezó con placer al recordar que el día anterior el telediario que presentaba junto a Greg Benson había vuelto a ser líder de audiencia en la franja horaria de las cinco y las diez, el sonido del teléfono le hizo entrar automáticamente en estado de pánico.

Pensó que la realidad volvía a llamar a su puerta. La pregunta era: ¿sería muy traumática?

«No, por favor. ¿Hasta cuándo me va a dar el destino una de cal y otra de arena?».

Se trataba de Tom Vold, productor ejecutivo de KSIO, informándola de que el senador por Texas, George Leeds, al que hacía dos días habían pillado en un escándalo muy dañino para su carrera, había anunciado a la prensa que iba a hacer declaraciones aquella mañana. Tom estaba convencido de que iba a presentar su renuncia al cargo y quería que Hunter llegara al trabajo lo antes posible para poder dar la noticia en directo.

El acontecimiento, que en circunstancias normales podría haber supuesto una oportunidad para su carrera, le produjo una sacudida. Tenía que volar a Nueva Jersey para pronunciar un discurso de inauguración en el colegio en el que se habría graduado de haber permanecido en la Costa Este. ¿Cómo iba a arreglárselas para seguir en directo la dimisión del senador y llegar a tiempo al aeropuerto? ¿Qué explicaciones iba a darle a la dirección del colegio de Nueva Jersey?

Pero si le pedía a su jefe que enviara a Greg, un co-presentador relativamente nuevo, a cubrir la noticia, daría la impresión de que Hunter no le daba al acontecimiento la importancia debida. Si Tom quería que fuera ella la que se encargara de aquello, no le quedaba más remedio que ir.

Pensando que no tendría tiempo de cambiarse aquella noche, se puso el traje de seda rojo que había planeado llevar para el evento y salió disparada al trabajo. Aunque no era demasiado exigente con su aspecto en su vida personal, cuidaba con esmero su imagen profesional e invertía en ropa y accesorios de calidad. Sin embargo, llevaba con resignación lo de llevar zapatos, y se los quitaba a la menor oportunidad. A sus compañeros de equipo les decía en broma que había sido una hippie de playa en una vida anterior.

Cuando llegó a la tele, corrían rumores de que el senador estaba a punto de dimitir. Tuvieron la suerte de disponer de cuarenta minutos para preparar un programa interesante con invitados de calidad. Llegado el momento de la emisión, Hunter retransmitió las declaraciones y condujo las entrevistas hábilmente.

—Y con esto finaliza nuestro reportaje especial —dijo veinticinco minutos después de que el senador leyera sus declaraciones—. Con ustedes, Hunter Harding. Seguiremos informándoles en las noticias de las cinco y las diez de la noche. Hasta entonces, buenos días.

—Estamos fuera de antena. Excelente trabajo, Hunter —la felicitó Wade Spangler, director del espacio informativo.

—Gracias a ti, Wade, y a todos —contestó Hunter, con la adrenalina todavía bombeando por su cuerpo. Disimulando su nerviosismo, añadió—: Os invito a todos a una pizza. Que alguien le pregunte a Joey, en recepción. Debería de haber llegado ya.

De la sala de control salieron exclamaciones de agradecimiento. Hunter extrajo el audífono de su oreja, desenganchó el micrófono y retiró la batería metida en la cinturilla de la falda. La cadena seguiría con la emisión del programa de entrevistas desde Nueva York, por lo que no tenía necesidad de salir pitando, pero tenía que recordarle a sus jefes el compromiso de aquella noche y reservar otro vuelo.

—¿Sabe alguien si la competencia ha retransmitido en directo la dimisión del senador? —preguntó al grupo en general. Le alegraría enormemente saber que se habían adelantado a las cadenas rivales.

Una voz familiar proveniente de la sala de control habló.

—No, señora. KAST ha recurrido a su empresa madre y las otras dos no se han salido de su programación habitual. Enhorabuena, gracias a ti hemos sido los primeros, como siempre.

—Gracias, Fred —dijo Hunter a su productor, Fred Gant, levantando el pulgar—. Dile a tu mujer que esta noche te dé un beso de mi parte.

Entre carcajadas, Fred dijo:

—Y ella me dirá: «Cuando te bañes, cerdo asqueroso». Por cierto, los de arriba te reclaman. Papi Yarrow en persona requiere el placer de tu compañía.

—¿De veras? Ahora mismo debería estar a nueve mil metros de altitud sobrevolando Arkansas. ¿Es que nadie lo recuerda en este edificio?

—Recuerda ver la botella medio llena, querida — replicó Fred—. Puede que te lleve al aeropuerto en limusina para compensarte.

Hunter se puso en pie señalándolo con el dedo.

—Es lo suficientemente amable como para hacerlo. Dile a Kym que voy de camino.

En circunstancias normales no le habría importado ser convocada a la oficina de Henry Yarrow pues gozaba de una relación especial con el consejero delegado y presidente de Yarrow Communications, Inc., la empresa matriz. Don Henry, como ella prefería llamarlo, había sido su mentor desde que comenzó a hacer prácticas en KSIO en su época universitaria. Pero el empresario tendía a enrollarse bastante y aquel día el tiempo era precioso.

El edificio Yarrow contaba con cuarenta plantas. Sin ser la estructura más alta de San Antonio, constituía una resplandeciente adición de granito y cristal al perfil urbano de la ciudad. Albergaba a todos los empleados y operaciones de KSIO, la sede de Yarrow Communications y treinta y tres oficinas ajenas a la empresa. En una época en la que las grandes corporaciones absorbían a entidades más pequeñas y débiles, YCI se mantenía como una de las pocas empresas de comunicación gestionadas por propietarios particulares y no por un conglomerado.

Mientras subía en el ascensor observada por cámaras de seguridad, Hunter examinó maquinalmente su peinado y maquillaje en el bruñido panel que revestía la pared. Conservaba el aspecto impoluto que había ofrecido ante las cámaras: el pelo color caoba suelto a la altura de los hombros y remetido pulcramente por detrás de las orejas dejando al descubierto sus pendientes de oro de dieciocho quilates; máscara de pestañas, raya y sombra de ojos intactas y el traje sin apenas arrugas.

A pesar de la presión a la que se había visto sometida aquella mañana, tenía buen aspecto. Cierto era que podía resultar más seductora si llevara conjuntos más provocativos como hacían otras presentadoras, pero Hunter no se consideraba una atracción visual para el equipo técnico ni para el público.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor y salió a la planta de dirección comprobó que la mayoría de las secretarias habían salido a comer temprano.

La asistente del señor Yarrow la recibió con una amplia sonrisa de bienvenida. Jean, la secretaria de toda la vida del señor Yarrow, había tenido que jubilarse anticipadamente debido a un principio de Alzheimer, y Kym Lee había sido seleccionada entre todas las secretarias para sustituirla. El señor Yarrow había querido encontrar a alguien de dentro de la empresa por razones obvias: para fomentar la excelencia, satisfacer las aspiraciones de ascenso de sus empleados y consolidar la lealtad a la compañía.

También ayudaba el hecho de que su nueva asistente estuviera familiarizada con la política de la compañía, los empleados y los socios corporativos. Cuando su título de secretaria fue sustituido por el de asistente personal para estar más acorde con los tiempos, sus antiguas compañeras habían refunfuñado un poco, pero Hunter era partidaria de dicho cambio pues admiraba a Kym.

La bella y pequeña empleada se puso en pie. De padres asiático-americanos, rezumaba gracia y feminidad.

—Hola, señorita Harding. Entre, por favor. La están esperando.

Golpeó ligeramente la gran puerta tallada detrás de ella y abrió la hoja derecha.

—Gracias, Kym —dijo Hunter.

Sabía que no valía la pena escrutar el rostro de la asistente para averiguar de qué iba todo aquello. Era demasiado profesional para revelar información.

De pronto Hunter vio que alguien más estaba en el despacho y dejó de hacerse preguntas para empezar a preocuparse.

Su mirada se cruzó con la del hombre situado tras Henry Yarrow cerca del ventanal. Llevaba sin verlo de cerca unos dos años, calculó. Le habría encantado no volver a verlo jamás, pues de no haber sido por él ahora estaría casada y, posiblemente, con hijos. Él había sido la causa de un dolor y una humillación que había tardado meses en superar. Y la cicatrización había sido doblemente difícil pues se había guardado toda su amargura para sí.

—Vete a comer, Kym —dijo Henry Yarrow con un gesto amistoso de la mano—. Entra, Hunter, querida. Has hecho un trabajo estupendo.

La televisión que había en el rincón, cerca del sofá de piel negro y los sillones de cuero color café, estaba apagada pero Hunter sabía que había seguido su segmento.

—Muchas gracias, señor.

Le habrían emocionado tales alabanzas de no ser por la presencia de Cord Yarrow Rivers. Que este fuera nieto de Henry no contribuía a mejorar la opinión que tenía de él.

Apoyado sobre su bastón con más pesadez de la habitual, Henry Yarrow, antaño un hombre corpulento, parecía haberse encogido de la noche a la mañana, como si estuviera abrumado por un peso insostenible. Henry señaló con un gesto de la cabeza al hombre que había junto a él, mucho más viril.

—Ya conoces a Cord.

Centrando toda su atención en el abuelo, Hunter murmuró:

—Señor Rivers…

—Es un placer volver a verte, Hunter —dijo él con voz cálida, y Hunter tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar traslucir su resentimiento.

Vale que fuera el único retoño de la hija de Henry Yarrow, su único nieto, pero había tenido la cara dura de dirigirse a ella por su nombre de pila, como si fueran viejos conocidos, incluso amigos.

Aunque no podía negar que el paso del tiempo lo había tratado con amabilidad. Debía de tener unos treinta y seis o treinta y siete años.

Con su traje de seda color gris, sus zapatos de piel italianos y su pelo castaño oscuro luciendo un corte de seiscientos dólares, parecía la imagen del éxito. Y lo era. Eso no lo podía negar. «Maldito sea», pensó ella con amargura.

—Toma asiento, por favor —dijo Henry sentándose tras la mesa—. Me temo que soy demasiado viejo para mostrar la cortesía que mereces.

—Gracias por el halago, pero no son necesarias las ceremonias.

Por dentro, sin embargo, no pudo evitar preocuparse. En los últimos dos meses había notado que Henry estaba cada vez más frágil. ¿Estaría a punto de anunciar que estaba seriamente enfermo e iba a vender Yarrow Communications? Sería típico de un hombre tan amable como él prepararla para la posibilidad de encontrarse sin empleo.

—Lamento saber que no se encuentra usted bien, señor —dijo, como si él fuera el único presente en la habitación—. Espero que sea algo meramente temporal.

—Me temo que no, querida. Pero no me puedo quejar; he llegado a los ochenta, aunque sé que eso hoy en día no es mucho.

Se arrellanó en el asiento y lanzó un gemido que trató de atenuar llevándose a la boca un pañuelo que se sacó del bolsillo. Tras recuperarse, continuó hablando.

—Hunter, quiero que seas una de las primeras en saber que voy a jubilarme. Cord va a tomar las riendas de la empresa inmediatamente. Quería hablar contigo en su presencia para asegurarte que tu posición en esta empresa está garantizada. Representas mejor que nadie los estándares de calidad de KSIO, eres nuestra estrella. Muchas de las esperanzas de futuro de la compañía están puestas en ti.

Hunter tardó varios segundos en volver a respirar con normalidad y digerir lo que acababa de oír. No sólo la empresa iba a pasar a manos extrañas, sino que su futuro iba a depender del hombre que había enviado a su prometido y copresentador a Los Ángeles, precipitando el fin de su relación. ¡No era posible! Aquel hombre era un manipulador de sangre fría; no podía fiarse de él y mucho menos confiarle su carrera profesional.

—No sé qué decir, señor —comenzó, indecisa. Era consciente de la mirada impertérrita de Cord clavada en ella. Desesperada, se centró en el hombre que tan inspirador había sido en su vida.

—Gracias por el cumplido. Espero que sepa que ni yo ni muchos de mis compañeros estamos listos para decirle adiós.

El rostro gris pero digno de Henry se iluminó y sus ojos, de un color gris azulado algo más claros que los de su nieto, resplandecieron.

—Lo que me has dicho es más agradable que una ovación en una cena de empresa.

—También quiero que sepa que aprecio enormemente todo lo que ha hecho por mí. Si valgo una mínima parte de lo que usted dice es solamente gracias a su generosidad y sus consejos. Pase lo que pase, nunca lo olvidaré.

El hombre frunció las cejas.

—Si no te conociera como te conozco, diría que mi decisión no te acaba de gustar.

Hunter recordó que su futuro estaba en manos de Cord, aunque solo fuera para darle una carta de recomendación, y bajó la mirada.

—Lo que quiero decir es que ha dejado usted el listón muy alto.

—Hunter está demostrando más gentileza de la que merezco —intervino oportunamente Cord—. Me temo que todavía está molesta por mi decisión de enviar a Denny Brewster a la emisora de Los Ángeles en vez de a ella hace dos años.

Henry y Hunter se le quedaron mirando, sorprendidos. Henry se recuperó y habló primero.

—¿Es eso cierto, querida? ¿Cómo pasé por alto una cosa así?

—Porque es la primera noticia que tengo —replicó Hunter irguiéndose tanto que su espalda estuvo a punto de quebrarse. Lanzó a Cord una mirada de desaprobación por darle a su abuelo información falsa.

Pensó que debía mantener la boca cerrada para no herir al anciano, pero no estaba dispuesta a escuchar aquello.

—Yo no tenía la experiencia de Denny. No tenía derecho a aspirar a ese trabajo, y la verdad, no lo habría aceptado si me lo hubieran ofrecido. Lo que me sentó mal fue que el señor Rivers reubicó a mi prometido, lo que provocó el final de nuestra relación. Y él no solo dio pleno consentimiento a nuestra ruptura sino que, según tengo entendido, la provocó.

Henry y Cord reaccionaron como si los aspersores del techo se hubieran puesto en marcha.

—No puedes estar hablando en serio —dijo Cord, más incrédulo que enojado.

Hunter arqueó la ceja izquierda.

—¿Acaso no le dijo que su imagen de soltero era primordial para atraer a su nuevo público y que un hombre sin ataduras elevaría más rápidamente los índices de audiencia?

—Así es como él se presentó a sí mismo —dijo Cord cruzando los brazos—. No hubo coerción ni amenazas.

—Denny dijo que usted lo presionó.

—Pues te mintió —Cord meneó la cabeza con frustración para después añadir—: No vi ningún anillo, ni en tu mano ni en la suya.

Su mirada se quedó fija en las manos de Hunter, que bajó la mirada. Sus dedos estaban desprovistos de joyas y sus uñas, pulcramente limadas y aseadas, lucían solamente esmalte transparente. Su estilista siempre se quejaba cuando iba a cortarse el pelo pero ella respondía que las cámaras se centraban en su rostro y no en sus manos.

—El expediente de Denny decía que estaba soltero —añadió Cord—. Ninguno de los empleados con los que hablé me informó de compromiso alguno. Ni suyo ni tuyo.

Hunter reparó en el semblante descontento de Henry y decidió no continuar un debate que no llevaba a ninguna parte. Si Cord iba a ser su jefe, que así fuera. Pero en cuanto volviera de su viaje actualizaría su currículum y comenzaría a buscar trabajo en otras cadenas, incluidas las del norte de Alaska y el sur de Australia. Cualquier cosa que la llevara lejos de él.

—Hunter, gran parte del trabajo de Denny consistía en entrevistar a las artistas más bellas de Hollywood y, posiblemente, del mundo —explicó Cord—. Desde el punto de vista del marketing tenía sentido presentarlo al mundo como soltero y usar su personalidad y su química con las cámaras para atraer al público femenino —se inclinó hacia ella ligeramente, apoyando las palmas de la mano en el escritorio de su abuelo—. Una vez firmado el contrato, Denny y yo no teníamos nada que decirnos. Por lo que a mí respecta, y reconociendo su carisma, no es más que un oportunista. Y para tu información te diré que apenas una semana después de aterrizar en Los Ángeles lo vi muy acaramelado con su nueva copresentadora. Sospecho que si le llegara una oferta mejor, dejaría nuestra cadena de Los Ángeles —y a la chica con la que esté actualmente— en la estacada sin pensárselo dos veces. Estás mejor sin él.

Tragándose la amargura que comenzaba a amontonarse en su garganta, Hunter replicó:

—Quizá, pero eso es algo que nunca sabremos, ¿no cree?

Cord abrió la boca para contraatacar, pero Henry alzó la mano mirando a su nieto con desaprobación.

—Eso fue… Bueno, ya sabes lo que fue.

Cord inclinó la cabeza.

—Pido disculpas.

Pero cuando volvió a alzar la mirada y la fijó en ella, parecía más obstinado que arrepentido y Hunter se sintió humillada por haberse visto obligada a revelar aspectos tan personales delante de su abuelo. A fin de cuentas, era posible que Denny le hubiera tomado el pelo, pero eso no excusaba a Cord Rivers. Con sus miradas enigmáticas y su aspecto de príncipe encantador no exento de peligro, Denny parecía un aficionado a su lado.

—Lo único que quería dejar claro es que los dos ocultasteis muy bien que estabais juntos —dijo Cord interrumpiendo sus pensamientos.

—Ni Denny ni yo pensamos que demostraría mucha profesionalidad —explicó Hunter. Por lo visto, a Denny le había resultado más fácil, pues nada más contarle que había recibido una oferta para trabajar en California le había sugerido posponer el compromiso hasta que estuviera establecido en su nuevo cargo. El compromiso era tan reciente que no habían tenido tiempo de adquirir un anillo, por lo que tampoco había uno que devolver.

En el incómodo silencio que siguió, ella reparó en que Henry parecía tan disgustado como ella con la conversación.

—Lamento haber estropeado la imagen que tiene de mí, señor —se disculpó.

—Tonterías, querida. Tienes derecho a tener tu propia vida. Lo que me preocupa es que te hayas guardado esto durante tanto tiempo. Dice mucho de tu profesionalidad, pero me imagino lo que habrás sufrido de puertas para adentro. Cord, quiero que os sentéis a hablar tranquilamente y encontréis una solución. Vais a tener que forjar una base de confianza y cooperación si queréis comunicaros el uno con el otro.

—Por supuesto —dijo Cord inmediatamente—. ¿Estás libre a la hora del almuerzo, Hunter?

—¡No! —Hunter alcanzó su bolso, que había dejado detrás de la silla—. No puedo perder otro vuelo. Tengo que dar un discurso de inauguración en Nueva Jersey esta noche. Creí que estaban al corriente. Es en el instituto en el que me habría graduado si me hubiera quedado a vivir allí —le explicó a Henry—. Mis compañeros de abajo lo sabían, pero con los acontecimientos del día se les ha olvidado. Estaba a punto de buscar otro vuelo.

Nuevamente afligido, Henry consultó su reloj.

—¿Es esta noche? Por el amor de Dios, mira qué hora es. ¡Cord!

—Yo me ocuparé de todo —contestó—. Abuelo, si no te importa posponer la cena de hoy llamaré al aeropuerto y pediré que tengan el avión listo.

—Me parece estupendo. Haz todo lo posible por tener a Hunter contenta, para que siga siendo el orgullo de nuestra empresa.

Hunter miró alternativamente a los dos hombres sin comprender.

—¿Perdón?

Los ojos gris azulados de Cord se iluminaron de satisfacción.

—Te llevaremos en el avión de la empresa.

Antes de que pudiera reaccionar, Cord se apartó del escritorio y marcó varios números en su BlackBerry.

—Cambio de planes, Murray —dijo al aparato unos instantes después—. Llena el avión de combustible y organiza un plan de vuelo hacia… —se giró hacia Hunter—: ¿Dónde en Jersey exactamente?

—Mahwah. En la zona más septentrional del condado de Bergen. Pero…

—Mahwah, Nueva Jersey. Y dile a Lane que organice un servicio de limusina que nos lleve al instituto. Tenemos que estar allí a las… —volvió a mirar a Hunter.

—A las seis celebran una breve copa de bienvenida para los empleados e invitados especiales. El programa comienza a las siete —añadió ella, resignada.

—Lo antes posible —dijo Cord tras consultar su reloj y tomar en consideración el tráfico y la diferencia horaria—. Salimos del edificio en este momento. Gracias.

Cuando cortó la comunicación Hunter protestó.

—No puedo permitir que lo haga.

—¿Por qué? Por nuestra culpa has perdido el vuelo y, como ha dicho mi abuelo, tú y yo tenemos que hablar.

Viendo que estaba atrapada y como no tenía ganas de molestar al hombre al que debía tanto, Hunter se puso en pie tratando de aparentar una calma que no sentía.

—Don Henry, sé que me estoy repitiendo, pero quiero volver a dar las gracias por todo lo que ha hecho por mí. Quiero que sepa que estará en mis oraciones y en mi corazón todos los días.

—¿Podrían esas palabras tan cariñosas ir acompañadas de un abrazo?

Hunter se acercó a él y pasó cuidadosamente los brazos por su cuello.

—Gracias, mi querida y sabia amiga —le murmuró Henry al oído. Luego la besó en la mejilla y la apartó ligeramente. Volviendo a adoptar un tono profesional, afirmó—: Te van a pedir que seas tú la que divulgue la noticia mañana. Habrás vuelto para entonces, ¿no?

—Por supuesto —contestó ella con voz ronca.

Henry se relajó.

—Lo veré desde casa. Hazme inmortal. Muchas gracias, Hunter, por darme el placer de verte crecer y por tu delicioso sentido del humor.

—No siga, por favor, me está asustando.

—Paparruchas. Me estoy comportando como un divo. La verdad es que pienso vivir mucho para felicitarme a mí mismo por tu larga y distinguida carrera.

Hunter no vio a Cord rodear la mesa, pero cuando sintió que la tomaba suavemente por el codo, no opuso resistencia y se dirigió con él a la puerta. Una vez fuera del despacho vio que, a pesar de la orden de Henry, Kym no se había ido todavía a almorzar.

—¿Podrías llamar a recepción y decirle a mi chófer que vamos para allá y que tenemos que estar en el aeropuerto lo antes posible? Y convence a mi abuelo de que salga del edificio cuanto antes. Si hay algún problema, no dudes en llamarme.

—Así lo haré, señor Rivers. Que tengan un buen viaje, señor, señorita Harding.

Mientras se dirigía al pasillo Hunter ignoró las miradas curiosas que le dirigían las empleadas de vuelta a sus puestos. La jubilación por enfermedad de Henry Yarrow, Cord Rivers asumiendo el mando y el plan de viaje no eran cosas fáciles de digerir.

¿Cómo iba a aguantar estar atrapada con él en un avión durante horas?

—Siento que hayas tenido que enterarte así — dijo Cord—. Ha intentado aguantar lo que ha podido.

—Lo entiendo.

—Estás conmocionada.