Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Janelle Denison. Todos los derechos reservados.

EL MEJOR POSTRE, Nº 1471 - marzo 2012

Título original: Pure Indulgence

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2006

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-9010-572-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Oh, Dios mío –gimió Jillian extasiada–. Tu tarta bávara de chocolate sólo se puede comparar con un buen revolcón… y no lo digo porque haya tenido muchos últimamente.

Kayla Thomas sonrió a su hermana, que probaba otro trozo del postre nuevo que había inventado esa mañana.

–Yo ya no me acuerdo de cómo es el sexo, ni bueno ni de ninguna otra clase –repuso–. ¡Hace tanto tiempo!

–Por suerte estás rodeada de chocolate –Jillian enarcó las cejas de un modo lascivo–. Y por suerte para mí, yo puedo ser tu catadora oficial. Éste está destinado al triunfo y le doy una puntuación de cinco gemidos.

Kayla se echó a reír y empezó a colocar pastelitos variados en una bandeja de plata.

–Oh, bien, lo pondré en la etiqueta –se quedó pensativa un momento–. Y ya que la tarta cuenta con tu aprobación, la incluiré entre los postres de la cena de la Cámara de Comercio que tengo esta noche.

Jillian se lamió el chocolate que tenía en el labio inferior.

–Todos querrán repetir.

Kayla sonrió y miró la mesa tamaño industrial que las separaba. Estaban solas en la cocina de Puro Vicio, ya que sus dos empleadas trabajaban en ese momento en el mostrador mientras Kayla preparaba el catering de la cena de la Cámara de Comercio.

–Me conformaré con que me ayude a conseguir más trabajo –dijo.

–Eso seguro –Jillian dejó su plato vacío en el fregadero, se acercó a Kayla y empezó a colocar los pastelitos en papeles para ayudarla a empaquetarlos–. Te va muy bien. Mira todo lo que has conseguido.

El tono de Jillian denotaba un orgullo genuino. Miró las tartas y pasteles que se enfriaban en bandejas de hornear y los frigoríficos llenos de docenas de postres diferentes.

–Siempre supe que tendrías éxito. No hay ningún otro lugar en San Diego que tenga unos postres como los tuyos.

Kayla agradecía el apoyo de su hermana más de lo que era capaz de expresar. A pesar de que habían pasado la infancia con una madre empeñada en enfrentarlas constantemente, habían conseguido permanecer unidas. Su vínculo se había fortalecido aún más después de la muerte de su madre, que ya no podía entrometerse en sus vidas.

–Lo aprendí casi todo en aquellos veranos con la abuela Thomas. Ella me enseñó a cocinar y a hornear –repuso Kayla, con ternura–. Pero eres tú la que ha hecho posible Puro Vicio y todo esto.

Su hermana hizo una mueca.

–Yo te ayudé a abrir la pastelería, pero eres tú la que ha conseguido que dé beneficios después de sólo seis meses. Ahí yo no he tenido nada que ver.

–Sabes que nunca podré agradecerte bastante tu ayuda –su hermana había sido un gran apoyo para ella todo el año anterior.

Los ojos verdes de Jillian se suavizaron.

–Ha sido un placer. De verdad.

Kayla terminó de llenar la bandeja y empezó con otra; en el fondo de su corazón sabía que Jillian tenía que ver con su éxito más de lo que estaba dispuesta a admitir. Su hermana había dejado su carrera de modelo el año anterior y regresado a San Diego para empezar de nuevo. En ese momento, Kayla trabajaba de secretaria durante el día y camarera de cócteles por la noche e intentaba ahorrar para poder abrir una pastelería pequeña, cosa para la que todavía le faltaban años.

Jillian, que había ganado dinero como modelo, había insistido en darle lo que necesitaba para abrir un negocio en Seaport Village, uno de los centros comerciales más exclusivos de San Diego.

Kayla se había sentido abrumada por la generosidad de su hermana y había jurado devolverle hasta el último centavo, pero Jillian no quería ni oír hablar de eso e insistía en que había sido un regalo.

–¿Sabes? –preguntó ahora, después de meterse en la boca un pastelito con aire ausente–. Si la cena de esta noche la da la Cámara de Comercio, te apuesto a que habrá muchos ejecutivos solteros, lo que significa que podrías aprovechar la oportunidad para ligar con uno y terminar tu época de celibato.

Kayla puso los ojos en blanco.

–Eso es muy fácil para ti decirlo, pero no es tan fácil para mí hacerlo.

–Para mí tampoco –repuso Jillian, con un aire de reserva que Kayla comprendía muy bien.

La observó comerse otro pastelito y la envidió por poder hacer aquello sin engordar mientras que ella sólo tenía que oler el azúcar y ya ganaba un kilo. Aunque tenían en común el pelo rubio y los ojos verdes, no se parecían en nada más.

Y a pesar de que Jillian había triunfado como modelo, las dos tenían las mismas dudas en lo referente a los hombres. Kayla, a la que su madre había comparado siempre con su hermosa y delgada hermana, era la más tímida en ese aspecto, pues había aprendido a su costa que muchos hombres juzgaban a las mujeres por su aspecto.

Kayla era rellenita, debido a los diez kilos de sobrepeso que no conseguía quitarse por mucho que lo intentara. En el caso de Jillian, los hombres veían las curvas y el cuerpo y no a la mujer cálida e inteligente que lo habitaba y que ansiaba el mismo tipo de aceptación que Kayla. Las dos eran muy diferentes en grosor y estatura y habían sido criadas de modo distinto, pero ahora, de adultas, tenían un vínculo importante a pesar de esos contrastes.

Cuando Jillian había vuelto de Nueva York, dañada sentimentalmente por el fracaso de una relación, Kayla y ella habían hecho el pacto de que ninguna de las dos volvería nunca a dejar de ser como era para complacer a un hombre.

Por desgracia, esa alianza no ayudaba a calmar las ansias sexuales de Kayla. Y para empeorarlo todo aún más, sus deseos se veían exacerbados por los afrodisíacos de chocolate que había empezado a crear, y probar, en secreto. Si todo iba bien y conseguía demostrar que esas creaciones estimulaban de verdad el deseo sexual, tendría unos postres estrella que añadir a los que ya vendía.

Pero entretanto, como era la única que podía probarlos, su cuerpo y sus hormonas se sentían cada vez más estimulados. Sólo unos bocados bastaban para dejarla excitada y anhelando la caricia de unas manos de hombre, la caricia de una boca en sus pechos y el calor y la fricción de un cuerpo contra el suyo. Hacía mucho tiempo que no conocía ese tipo de intimidad y empezaba a preguntarse si no era hora de hacer algo para acabar con aquella abstinencia, tal y como había sugerido su hermana.

Sus nuevas creaciones le ofrecerían una oportunidad perfecta, si conseguía encontrar un hombre que la atrajera. Sabiendo lo que podían hacer sus dulces a la libido de una persona, posiblemente pudiera recoger los beneficios de una aventura corta y divertida al tiempo que proseguía sus experimentos. Una vez que comprobara que sus creaciones cumplían ciertos requisitos, podría sacar los dulces a la venta.

Apartó de momento aquellos pensamientos, puso una tapa de plástico a una de las bandejas llenas de pastelitos y sacó las salsas de fruta y chocolate del frigorífico, que añadió a lo que pensaba llevarse al banquete de esa noche.

–Haré lo posible por fijarme en los hombres que estén solos, pero no prometo nada –dijo–. Yo voy allí a trabajar, no a ligar.

Su hermana hizo una mueca juguetona.

–Uno no puede dedicarse sólo a trabajar.

–No, pero si no me esfuerzo ahora, acabaré en la ruina antes de haber despegado.

–Está bien, está bien –musitó Jillian–, pero intenta tener la mente abierta mientras trabajas. Una de las dos tiene que conocer a un príncipe azul y comer perdices.

Pasaron la siguiente hora guardando los pasteles y los otros postres y los sacaron después a la furgoneta que usaba Kayla para hacer los repartos. Cuando ésta volvía a la cocina después de la última bandeja, sorprendió a Jillian mirando con interés un recipiente de plástico que contenía chocolates.

–Eh, ¿qué son ésos? –preguntó.

–Son unos dulces nuevos que he creado –Kayla limpió las encimeras de acero inoxidable–. Los llamo Besos Celestiales.

Jillian sonrió divertida.

–Me encanta el nombre. Muy sensual. ¿Qué llevan?

–Nata, mantequilla y caramelo cubiertos con chocolate blanco –y un ingrediente secreto que supuestamente estimulaba la libido de la persona que lo consumía.

–¡Oh, ñami! –exclamó Jillian con entusiasmo. Y antes de que Kayla pudiera detenerla, levantó la tapa de uno de los recipientes, sacó uno de los chocolates e inhaló su aroma–. Huele de maravilla. Seguro que sabe igual de bien.

Abrió la boca para morderlo, pero Kayla respiró con fuerza y se lanzó sobre ella para arrebatárselo. Por suerte, consiguió arrancárselo de la mano antes de que se lo comiera.

Jillian dio un salto atrás sorprendida y frunció el ceño.

–¡Por Dios, Kayla! Cualquiera diría que ese dulce está envenenado.

Kayla devolvió el pastelito al recipiente y cerró la tapa.

–¿Tienes que meterte en la boca todo lo que ves? –preguntó, exasperada.

–Eh, yo soy muy selectiva con lo que me meto en la boca –dijo Jillian a la defensiva, aunque en sus ojos brillaba una chispa de regocijo.

Kayla bajó la cabeza avergonzada. Su reacción había sido exagerada, pero acababa de salvar a la libido de Jillian de entrar en un frenesí de deseo. Y no estaba preparada para compartir el secreto con nadie todavía… antes quería probar aquellos dulces más a conciencia.

Miró a su hermana.

–Lo siento, no pretendía ser tan brusca, pero es que todavía no estoy preparada para que nadie pruebe eso.

Jillian hizo un mohín que sólo sirvió para realzar aún más su belleza.

–¡Y yo que pensaba que era la catadora oficial!

Kayla guardó los dulces en su bolso grande para llevárselos a casa y que nadie más intentara comérselos sin su conocimiento.

–Te prometo que tendrás ocasión de probarlos en cuanto esté satisfecha de la receta.

–Oh, está bien –Jillian la abrazó con afecto, satisfecha al parecer con aquella promesa. Kayla sonrió. De niñas habían establecido que un abrazo después de una pelea o discusión significaba que todo estaba perdonado. Y de adultas, aquel gesto seguía tan pleno de significado como siempre.

–Buena suerte esta noche –Jillian se colgó al hombro su bolso de diseño–. Llámame luego y me cuentas cómo va todo, ¿vale?

–Sí.

Kayla la vio salir de la cocina y movió la cabeza al verla tomar un bocadito de crema de una de las bandejas de camino a la puerta.

A Jack Tremaine le sedujo su sonrisa. Tan dulce y adictiva como los postres que servía, la curva burlona de su boca sensual atrajo su atención una y otra vez. Su risa tenía el mismo efecto, y su sonido ronco y juguetón instigaba una punzada de deseo en su bajo vientre.

Hacía tiempo que no experimentaba esa respuesta instantánea y le intrigaba la facilidad con la que aquella mujer parecía producirle ese efecto con sólo una sonrisa y unos ojos verdes brillantes. Sin duda le habían afectado los años que llevaba siendo recipiente de las sonrisas astutas de mujeres empeñadas en convertirse en la señora de Jack Tremaine y aquella rubia era como un soplo de aire fresco.

Tomó un trago de cerveza fría para frenar el calor que fluía por sus venas. Oía a su alrededor conversaciones de temas económicos, pero le interesaba mucho más observar cómo se relacionaba aquella mujer encantadora con los invitados. Llevaba un uniforme de falda negra y blusa blanca y se movía con gracia innata mientas servía a los invitados que hacían cola ante la mesa de los postres. Asumía que sería una camarera empleada por el salón donde tenía lugar la cena anual de la Cámara de Comercio de San Diego. A pesar de su ropa sencilla, no se podía negar que tenía un cuerpo sexy y voluptuoso en el que un hombre podía perderse horas, años, días… Tenía pechos generosos y de aspecto suave y sus caderas amplias y sus piernas largas estaban diseñadas para abrazar a un hombre.

No había nada delicado ni sofisticado en ella y esa falta de pretensiones también lo atraía.

Ella levantó la vista después de servirle a un hombre un trozo de pastel de queso que cubrió con salsa de caramelo y nata batida y sus ojos se encontraron. La mujer pareció sobresaltarse al ver que la miraba y su sonrisa amable vaciló un instante. Incluso lanzó una mirada rápida a su alrededor para asegurarse de que era a ella a quien miraba. A continuación levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa insegura.

Antes de que él pudiera continuar aquel intercambio silencioso, otro invitado reclamó la atención de ella y allí acabó todo. Jack esperó a que se acabara la fila y, cuando vio que estaba sola, se disculpó con el grupo de ejecutivos con los que estaba y se acercó a probar alguno de los postres que ofrecía ella.

La mujer reponía en ese momento los postres gastados con otros que sacaba de un frigorífico portátil que tenía detrás y no lo vio acercarse, lo cual le dio ocasión de observarla más de cerca. Los ojos de él recorrieron su trasero cuando ella se inclinó y no pudo por menos de admirar el pálpito gentil de sus caderas exuberantes y el modo en que su falda negra ceñía el trasero provocando todo tipo de fantasías eróticas pecaminosas.

Sacudió la cabeza mentalmente porque empezaba a parecer un adolescente excitado. Siempre había preferido las figuras exuberantes cien por cien naturales. Lo excitaban mucho más que las mujeres delgadas u operadas con las que había salido. El aspecto de éstas era tan falso como su interés por él y en ese momento se arrepentía profundamente de haber llevado a Gretta con él esa noche, aunque hacía ya un rato que había desaparecido con la excusa de «empolvarse la nariz».

En los últimos años, había dedicado el noventa y nueve por ciento de su atención a triunfar con su restaurante elegante, el Tremaine, y un uno por ciento a salir. En consecuencia, había salido intencionadamente con mujeres que no supusieran un peligro para su tiempo y no le afectaran mucho a nivel sentimientos.

Pero ahora que su negocio marchaba lo suficientemente bien como para abrir un segundo restaurante, empezaba a ser cada vez más consciente de las carencias de su vida personal. Se daba cuenta de que quizá estaba preparado para asentarse en una relación de compromiso. Miró a la mujer que tenía delante y sonrió para sí. Era evidente que tenía que compensar mucho tiempo perdido.

Confiaba en tener ocasión de conocerla un poco antes de que volviera su cita. Y en su mente ya no tenía dudas de que esa noche no acabaría con Gretta… ni esa noche ni nunca más.

La mujer se volvió con una bandeja llena de pastelitos y se detuvo de golpe. Sus ojos verdes con reflejos dorados se abrieron por la sorpresa y él habría jurado que la oía tragar saliva con un sobresalto. Llevaba el pelo rubio recogido en una coleta fuera de la cara y tenía una piel cremosa e inmaculada. Jack flexionó los dedos para reprimir el impulso de acariciarle la mejilla y ver si su piel era tan suave como parecía.

Sonrió.

–Me está tentando –dijo con voz ronca.

La mujer dejó la bandeja con cuidado sobre la mesa y el movimiento hizo que la blusa se ciñera alrededor de sus pechos.

–¿Cómo dice?

–Me tienta usted… con todos estos postres –él hizo un movimiento con la mano–. No tengo fuerza de voluntad en lo referente a dulces.

–¡Oh! –ella bajó la cabeza como si no pudiera creer que estuviera coqueteando con ella, pero no antes de que él viera el rubor que cubría sus mejillas–. ¿Qué quiere que le ponga?

–Todo tiene un aspecto fabuloso –repuso Jack–. ¿Qué me recomienda usted?

–Eso depende de lo que le apetezca.

–Algo dulce y decadente.

Ella tomó un plato y lo miró con curiosidad.

–Me parece que es usted goloso.

Él se encogió de hombros.

–Casi nunca perdono el postre.

–¡Ahhh, un hombre como a mí me gustan! –exclamó ella con un suspiro, que fue acompañado de una sonrisa maliciosa–. Mi lema personal es: «La vida es demasiado corta; cómete el postre delante».

Jack rió divertido.

–Puede que adopte yo también ese lema –leyó las tarjetas colocadas delante de cada postre, sorprendido por la variedad de la selección que tenía ante sí–. Hum, creo que probaré un trozo de tarta de chocolate con frutos secos.

Ella asintió con aprobación y la coleta de pelo sedoso se agitó sobre sus hombros. Jack pensó cómo le gustaría tocar aquel pelo.

–Excelente elección –dijo ella. Le pasó un plato con la tarta y un tenedor.

Jack probó un mordisco y la tarta prácticamente se disolvió en su boca.

–Está delicioso.

Ella pareció encantada con el comentario.

–También es una de mis favoritas, aunque debo admitir que a mí me gustan muchas –confesó.

Aquella mujer era una masa de contradicciones y podía pasar de segura de sí misma a modesta en pocos momentos. Pero aquella sinceridad suya era lo que más atraía a Jack.

–Si todos sus postres están tan deliciosos como éste, entiendo que tenga muchos favoritos –siguió comiendo la tarta y se acercó a un extremo de la mesa para mirar algunas de las salsas–. ¿Qué es eso de ahí? –preguntó con curiosidad.

–Es para los más fanáticos de la salud –repuso ella. Señaló la bandeja con trozos de piña, fresas, melocotones y rodajas de plátano y manzana–. Los invitados pueden tomar un tazón de fruta tal y como está o, para los más atrevidos y aventureros, hay salsa de fondue.

–Pues yo me siento aventurero y atrevido –declaró él con picardía.

Los ojos de ella brillaron con regocijo.

–En ese caso, puede elegir entre fondue de café con caramelo, ron con chocolate y Ardilla Rosa.

–¿Ardilla Rosa? –repitió él con incredulidad–. No sé si quiero saber en qué consiste.

Ella se echó a reír, y su risa fue pura música para el alma de Jack.

–A pesar del nombre, está bastante buena. La salsa está hecha de crema de esponjas fundida con crema de almendras y crema de cacao.

Él tomó otro trozo de su tarta.

–Parece que conoce muy bien su mercancía.

–Es normal –ella colocó unos dulces en una bandeja y llenó un plato vacío con distintos trozos de fruta–. Tengo una pastelería.

–¿Puro Vicio? –adivinó él.

Ella lo miró sorprendida.

–¿La conoce?

–No, está en la etiqueta con su nombre –Jack señaló con el tenedor la tarjeta sujeta con un imperdible encima del pecho izquierdo–. Kayla.

–La tarjeta, claro.

Ella movió la cabeza como si hubiera olvidado que llevaba el nombre allí. Echó una cantidad pequeña de fondue de café y caramelo encima de los plátanos que había servido para él y de Ardilla Rosa sobre las fresas.

–Como yo no tengo la suerte de que usted lleve una placa con su nombre, ¿le importaría decírmelo?

–Jack Tremaine –ella no pareció relacionar el nombre con el restaurante de cinco estrellas, cosa que por el momento complacía a Jack–. Es un placer conocerla.

Le tendió la mano y ella no tuvo más remedio que estrechársela.

–Encantada de conocerlo –dijo.

A Jack se le aceleró el corazón. Las chispas doradas de los ojos de ella se habían oscurecido y la vio lamerse el labio inferior con la punta de la lengua. La química y el deseo latente que se extendió entre ellos resultaban innegables y a él le gustó saber que su atracción era recíproca. Pasó los dedos por la piel suave de la muñeca de ella y deseó que estuvieran solos en vez de en una sala con doscientas personas más.

–Señorita –preguntó una mujer en el otro extremo de la mesa, señalando unos cuadrados que parecían galletas de chocolate–. ¿Qué lleva esto?

Kayla apartó la mano y él la dejó marchar.

–Discúlpeme –dijo ella, que parecía no querer abandonar aquel extremo de la mesa. Le cambió el plato de la tarta por el que acababa de prepararle–. Tenga, pruebe la fruta con fondue. Creo que le gustará Jack, que no estaba preparado para dejarla todavía, permaneció donde estaba y probó la fruta con las distintas salsas mientras escuchaba a Kayla hablar con la mujer.

Pasó la vista con aire ausente por la mesa de dulces mientras probaba una fresa jugosa cubierta de salsa rosa. Hasta el momento sólo había probado unas pocas cosas, pero estaba impresionado con la variedad que ofrecía ella. Y más impresionado aún al saber que hacía todo aquello personalmente.

Se metió un trozo de plátano en la boca y masticó. Cuando el rico sabor de la salsa de café con caramelo llegó a sus papilas gustativas, no pudo evitar preguntarse si los postres que servía en el Tremaine no resultaban demasiado corrientes en comparación. Su chef y él habían tardado años en perfeccionar los platos principales que fundían la cocina francesa con el marisco. No había duda de que ellos habían ayudado a conseguirle una calificación de cinco estrellas para su establecimiento y buenas críticas, pero nunca había pensado mucho en los postres, que había elegido cuando abrió el restaurante años atrás.

Tal vez había llegado el momento de animar esa parte de la carta. Así se aseguraría de que el último plato de la comida estaba a la altura del resto.

–¿Qué le parece la fondue? –preguntó Kayla con expresión expectante–. ¿La Ardilla Rosa?

–Increíble –declaró él con entusiasmo sincero–. Todo, pero sobre todo la Ardilla Rosa.

–Tiene un poco de salsa debajo de la boca.

Jack se limpió la barbilla con el dorso de la mano.

–¿Me la he quitado?

–No… –ella levantó un brazo y le limpió la sustancia pegajosa con una caricia lenta del pulgar. Si hubieran estado solos, él le habría agarrado la muñeca y lamido la salsa de su dedo.

–¿Lo ve? –preguntó ella–. Por eso sólo los aventureros deben arriesgarse con la fondue Ardilla Rosa. Porque puede dar problemas.

–La próxima vez puede dármela usted y así no me mancho –vio que ella se ruborizaba y reprimió una carcajada–. Bueno, dígame, ¿hace usted todo esto personalmente?

Kayla se limpió el dedo con una servilleta y asintió.

–Usando sólo los mejores ingredientes, por supuesto.

Jack no dudaba de que decía la verdad, cosa que aumentaba su interés por ella.

–¿Y dónde está situada su pastelería?

–En Seaport Village –repuso ella–. Puro Vicio lleva allí casi seis meses.

Jack terminó la fruta y le tendió el plato vacío, que ella dejó en una papelera de plástico que tenía detrás.

–¿Ha oído hablar del Tremaine Downtown?

–Claro que sí. No puedes vivir en San Diego y no haber oído hablar de él, aunque no he ido nunca –ella rellenaba los servilleteros mientras hablaba–. Me han dicho que la comida y el servicio son de primera.

Él metió la mano en los bolsillos del pantalón.

–A mí también me lo han dicho algunas veces.

Ella parpadeó, confusa por un momento.

–¡Oh, Dios mío! ¿El Tremaine Downtown es su restaurante?

–Sí. Y después de ver sus postres, estaba pensando que en la vida haya algo más que mousse de chocolate y pastel de queso y que es hora de que amplíe mi carta de postres.

–Ampliar siempre es bueno –asintió ella–. Y también lo es ofrecer a sus clientes algo diferente y exclusivo de su restaurante.

–Exacto –repuso él, complacido de que estuvieran de acuerdo–. ¿Acepta usted encargos como el de crear una serie de postres únicos que sean exclusivos del Tremaine?

Ella abrió mucho los ojos y se llevó una mano al pecho.

–¿Quiere que cree yo sus postres?

Hablaba con tal incredulidad que Jack sintió ganas de reír, pero se reprimió.

–Sí –contestó serio.

–¡Oh, santo cielo! –exclamó ella–. Es la primera vez que me piden un encargo en exclusiva, pero creo que puedo hacerlo.

–Excelente –eso era lo que él quería oír–. ¿Lleva alguna tarjeta encima?

–Claro que sí –ella sacó una tarjeta del bolsillo y se la tendió–. No salgo de casa sin ellas.