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ÍNDICE

PRESENTACIÓN

ENSAYO INTRODUCTORIO

Luis Herrera-Lasso M.

LA VIOLENCIA COMO EXPRESIÓN DEL PROCESO PRIMARIO DE PENSAMIENTO

Sergio Escobedo

LA METAFÍSICA DE LA VIOLENCIA UN BREVE ACERCAMIENTO A LA REALIDAD MEXICANA DE HOY

Octavio Mondragón

LA ANTROPOLOGÍA Y EL ANÁLISIS DE LA VIOLENCIA

Fernando I. Salmerón Castro

DESIGUALDAD, JUVENTUDES Y VIOLENCIA

Marcela Orraca Corona

LA VIOLENCIA Y EL ENTORNO CARCELARIO

Leonardo Beltrán Santana

LA VIOLENCIA Y LA POLÍTICA

Ricardo Nudelman

DEMOCRACIA Y VIOLENCIA EN MÉXICO: LA BRECHA ENTRE TEORÍA Y REALIDAD

Guadalupe González González

UNA VIOLENCIA SILENCIOSA: EL ESTADO CONTRA LOS FAMILIARES DE MIGRANTES EJECUTADOS

Nayely Lara García / Willy Arturo Hernández Alcocer / Rodolfo Córdova Alcaraz

LAS VIOLENCIAS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Manuel Gameros Esponda

EL SACRIFICIO INÚTIL. REFLEXIONES SOBRE LA REPRESENTACIÓN DE LA VIOLENCIA EN EL ARTE

Fernando Delmar Romero

LA LITERATURA COMO TESTIMONIO

Susana Corcuera

sociología
y
política

FENOMENOLOGÍA
DE LA VIOLENCIA

Una perspectiva desde México

coordinado por

LUIS HERRERA-LASSO M.

textos de

LUIS HERRERA-LASSO M.
SERGIO ESCOBEDO * OCTAVIO MONDRAGÓN

FERNANDO I. SALMERÓN CASTRO * MARCELA ORRACA CORONA
LEONARDO BELTRÁN SANTANA * RICARDO NUDELMAN

GUADALUPE GONZÁLEZ GONZÁLEZ
NAYELY LARA GARCÍA * WILLY ARTURO HERNÁNDEZ ALCOCER
RODOLFO CÓRDOVA ALCARAZ * MANUEL GAMEROS ESPONDA
FERNANDO DELMAR ROMERO * SUSANA CORCUERA

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siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
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anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
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HN120.Z9
F45

2017      Fenomenología de la violencia : una perspectiva desde México /

coordinado por Luis Herrera-Lasso M. ; textos de Luis Herrera-Lasso M. [y otros trece]. – Ciudad de México : Siglo XXI Editores, 2017.

220 p. – (Sociología y política)

isbn: 978-607-03-0884-0

1. Violencia – México. 2. Crímenes violentos – México. 3. Violencia – Aspectos sociales – México. 4. Violencia – Aspectos políticos – México. 5. Violencia en el arte. I. Herrera-Lasso M., Luis, editor, autor. II. ser.

primera edición, 2017

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-0884-0

derechos reservados conforme a la ley

PRESENTACIÓN

La violencia, en sus múltiples expresiones, se ha convertido desafortunadamente en uno de los principales referentes de la sociedad mexicana y en marca país. En la mayor parte de los indicadores que miden niveles de inseguridad a nivel mundial, México aparece en los primeros lugares en delitos graves. Estos indicadores hacen espejo en las percepciones de los mexicanos, pues a pesar del descenso en el crecimiento económico en los últimos años, las encuestas señalan, desde hace varios años, que la principal preocupación de los mexicanos es el clima de violencia e inseguridad en el que viven. En noviembre de 2016, según encuesta de El Universal, 71% de los mexicanos entrevistados consideraron la inseguridad como el principal problema del país. En 2012 la respuesta a la misma pregunta fue 53 por ciento.

En este contexto, Grupo Coppan, S.C., espacio de reflexión estratégica, convocó en el año 2016 a un grupo de especialistas de distintas disciplinas a reflexionar sobre este tema crucial de la agenda nacional. Desde un teólogo, hasta un artista plástico, un psiquiatra psicoanalista, un director de sistemas penitenciarios y una literata, más los especialistas en ciencias sociales, nos reunimos a compartir puntos de vista y perspectivas sobre la fenomenología de la violencia.

Cada tercer jueves de mes, el participante designado presentó puntos de vista sobre la violencia desde su especialidad: antropología, sociología, psiquiatría, ciencia política, psicología, literatura, estética, comunicación, diplomáticos y especialistas en temas de seguridad. Este libro es el resultado de dicha reflexión. Cada uno de los autores fue expositor, presentó sus ideas a discusión y tradujo su visión en un texto. Los estilos son diversos. No se buscó homogeneidad ni en la estructura ni en la forma. Se respetó la culinaria de cada disciplina y de cada autor.

Nuestra principal motivación fue profundizar sobre un tema que nos aqueja como individuos y como sociedad, nos preocupa y a veces nos angustia y entristece por lo que representa para cada víctima de la violencia la situación del país y por sentir que es una historia a la que no se le ve el fin.

Ninguno de los autores, ni la obra en su conjunto, buscamos conclusiones o recomendaciones explícitas de política pública. Como alguno de ellos mencionó, más bien buscamos bordear el tema de la violencia desde distintas aristas sin pretender dominarlo o resolverlo. El título obedece a la observación de un mismo fenómeno desde distintas ópticas.

Importante señalar que además de los autores de esta publicación, a lo largo del ejercicio contamos con la presencia de otros colegas cuyas aportaciones a la discusión fueron de enorme valía. Fue el caso de Raúl Benítez, Edna Jaime, Carlos Rodríguez Ulloa, Marco Alcázar, Olga Pellicer y Abigail Gameros.

El proyecto no contó con financiamiento. Cada participante se hizo cargo de cubrir el costo de su desayuno. El seminario se inició en las oficinas del Colef en la Ciudad de México, en la histórica calle de Francisco Sosa. La segunda etapa se llevó a cabo en el Instituto por la Justicia, también en la calle de Francisco Sosa, en Coyoacán. Agradecemos a Raúl Benítez sus gestiones con estas instancias y a nuestros anfitriones su hospitalidad. Abigail Gameros de Grupo Coppan, S.C., fue la encargada de la logística del evento y de la continuación de las ayudas de memoria, que inició Marcela Orraca. Marcela Corona y, en la segunda sede los chefs del Instituto por la Justicia, fueron los responsables de nuestros nutritivos desayunos.

Agradecemos en particular a Jaime Labastida, director de Siglo XXI Editores, por su interés y disposición para la publicación de este volumen, muestra de su preocupación compartida por lo que sucede en nuestro país.

Como el responsable de la idea y convocatoria de este ejercicio, no tengo más que agradecer a todos los participantes su tiempo, interés y dedicación. Cualquier mérito que tenga esta obra, corresponde a todos y cada uno de ellos. Esperamos que esta reflexión resulte de utilidad al lector interesado o preocupado por esta problemática, propósito central de esta publicación.

LUIS HERRERA-LASSO M.

Grupo Coppan, S.C.

mayo de 2017

ENSAYO INTRODUCTORIO

LUIS HERRERA-LASSO M. 1

Este ensayo introductorio no pretende ser un resumen del libro o de las ideas expuestas por los autores. Quien esto escribe lo hace con la misma libertad que el resto de los autores y el texto no es otra cosa que un recorrido por algunas de las principales ideas que surgieron durante el ejercicio de reflexión que, al final, muestran la complejidad del problema abordado y los diferentes prismas desde los que se puede mirar.

Las definiciones de violencia

El primer reto que enfrentamos fue la definición misma de la violencia. Aunque fuera imperfecta –como la mayor parte de las definiciones en ciencias sociales donde no existen verdades absolutas– era necesario partir de un concepto básico que nos pusiera a todos en la misma frecuencia. La definimos como el resultado de un comportamiento humano. Un comportamiento humano con impacto destructivo en el prójimo o en uno mismo. En esta búsqueda encontramos el curioso hecho de que no existe un antónimo para la violencia, lo que habla de la dificultad de su definición.

Ciertamente buscamos definiciones en diccionarios, manuales y convenios internacionales. Nos encontramos con que la definición acuñada en la Organización Mundial de la Salud (OMS) estaba muy cercana a nuestra perspectiva. La OMS define la violencia como el uso intencional de la fuerza o poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muertes, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. Con esta definición nos sentimos cómodos para iniciar la discusión.

Los orígenes de la violencia

El siguiente cuestionamiento se centró en los orígenes de la violencia y en la relación de la violencia con la naturaleza humana. Para contestar esta pregunta las aportaciones desde la perspectiva psicoanalítica nos resultaron de enorme utilidad. Desde el punto de vista del psicoanálisis —nos ilustró Sergio Escobedo, psiquiatra y psicoanalista—, en todo ser humano coexisten el impulso de vida y el impulso de muerte o destrucción. Así las cosas, la violencia es natural en el ser humano, pero no una fatalidad. Todo ser humano puede ser violento, pero esto no significa que todos los seres humanos sean violentos. Cuando el impulso de vida prevalece sobre el impulso de destrucción, los comportamientos violentos se reducen sustancialmente.

La siguiente pregunta giró en torno a los detonadores de la violencia. ¿Surge la violencia solamente del impulso natural de destrucción o es resultado de las motivaciones del entorno en el que crece y se desarrolla una persona? Todos nos sentimos más o menos cómodos con la siguiente respuesta: el comportamiento violento es la suma de la naturaleza intrínseca y particular de cada individuo y de su interacción con su entorno inmediato. Hay quienes son incapaces de matar una mosca, no obstante vivir en un medio muy hostil y quienes, a la menor provocación, tienden al comportamiento violento, fuera de toda proporción.

Cuando intentamos identificar los detonadores del comportamiento violento encontramos una variedad importante. Desde el instinto de supervivencia, donde la violencia se convierte en una herramienta para defender la integridad física y emocional, hasta la violencia como patología de psicópatas y sociópatas, quienes no sienten culpa ni remordimiento e incluso llegan a fincar el placer en el sufrimiento ajeno. Ciertamente las emociones básicas como ira, cólera, rabia y sed de venganza, aparecieron como detonadores de comportamientos violentos, lo mismo que la frustración, la envidia y los sentimientos de injusticia. Las aportaciones de Sergio Escobedo para nuestra reflexión resultaron invaluables.

Violencia y metafísica

Abordar el tema desde la metafísica nos resultó muy enriquecedor. Octavio Mondragón, responsable de este tema, partió de la fragilidad como algo consustancial de la naturaleza humana. Esta fragilidad deriva de la incapacidad del ser humano para ser dueño de la decisión de nacer o morir y esto nos hace naturalmente vulnerables. De la fragilidad surge el deseo de la satisfacción de una necesidad. De ahí emergen los deseos de tener, de poder y de valer y prevalecer. Lo contrario, la frustración, constituye el portal de la muerte. Además, la satisfacción debe ser pronta, pues la ausencia de control del tiempo de vida es también parte consustancial de la fragilidad humana.

Desde la visión metafísica la violencia emerge así como una herramienta para alcanzar la satisfacción de una necesidad, una herramienta de dominación y control sobre el otro, para sentirme menos frágil y vulnerable. En este contexto, la categoría del enemigo es la cristalización social y consciente del miedo a la frustración. La satisfacción del deseo genera una sensación de seguridad y de menor fragilidad, que no resuelve el problema de fondo, pero hace más llevadera la existencia y la expectativa de muerte para quienes utilizan este recurso. En este contexto, la violencia se convierte en un comportamiento propio de la naturaleza humana para paliar la fragilidad y la vulnerabilidad.

El otro elemento que entra en juego en esta perspectiva es la conciencia de la naturaleza del ser. Para quienes asumen y aceptan la fragilidad como parte de la naturaleza humana y no como un obstáculo para su desarrollo potencial como seres humanos, la necesidad de poder y dominio será mucho menor. Para quienes no lo asumen, dominar y controlar al otro se convierte en el placebo para resolver una enfermedad que no tiene remedio. En este segundo caso, dar cauce al impulso destructivo se convierte en una salida falsa para satisfacer la necesidad de control y dominio como paliativos a la inevitable fragilidad humana.

Finalmente, dentro de esta visión metafísica, surge el concepto de libertad como posibilidad de elección. Desde este punto de vista, la adopción de un comportamiento violento siempre será producto de un acto de elección. Esto significa que incluso cuando la violencia se utiliza en defensa propia, es un acto de elección.

En el lado opuesto al comportamiento violento, el sabio se conforma con su naturaleza, el mundo y su destino, y no siente necesidad de recurrir a la violencia para paliar su fragilidad, que tiene perfectamente asumida. Este planteamiento fortalece la premisa de que la violencia no es ni fatalidad ni destino inevitable del ser humano.

La discusión de estos conceptos, planteados por Octavio Mondragón en mucho nos ayudaron a entender mejor las razones consustanciales del comportamiento violento en el ser humano. Las manifestaciones de violencia son múltiples, pero al parecer todas contienen razones de fondo similares, propias de la naturaleza humana, individual y colectiva.

La violencia en colectividad

Desde la perspectiva de la antropología, Fernando Salmerón, antropólogo, nos expuso que la violencia forma parte de una relación de poder situada en un contexto histórico y cultural específico, lo que hace que sus significados cambien en el tiempo y en el espacio. Cada cultura define sus propios parámetros para explicar, ejercer y tolerar la violencia. El uso de la violencia es generalmente negociado: se disputa quiénes, cuándo y cómo deben ejercerla.

El origen de los comportamientos violentos tiene que ver con la apropiación y el uso de recursos (simbólicos o materiales) que resultan escasos. La violencia es una forma de apropiación de dichos recursos. Las soluciones violentas pueden ser de corto plazo (apropiación de los recursos del otro) o de largo plazo (eliminación del otro).

Desde esta óptica no hay violencia sin sentido: siempre tiene un significado para el perpetrador, la víctima o el testigo. La violencia no se puede separar de una racionalidad instrumental pues está basada en una relación de competencia por los espacios y los recursos. Sin embargo, la violencia no es puramente instrumental. Existen elementos simbólicos que buscan justificar la violencia: el orden, la libertad o el bien común, son códigos o discursos a los que se apela para activar una maquinaria de soluciones violentas.

Dentro de esta perspectiva, los conflictos siempre están mediados por una percepción cultural que es la que da sentido al acto violento. Esto significa que para que se pueda ejecutar la violencia debe ser posible imaginarla: hay patrones culturales que llevan a que la violencia se ejerza de una u otra manera.

Finalmente, los actos violentos se basan en un código de legitimación. El código más importante de legitimación es la historia. Para justificar la violencia colectiva es necesario crear narrativas que validen o justifiquen el uso de la violencia. La percepción de amenazas a la soberanía, la integridad de un pueblo, el bienestar o seguridad de una nación, con la narrativa adecuada, justifican la mayor parte de las guerras. La perspectiva antropológica, ricamente tratada por Fernando Salmerón, amplió en forma muy importante nuestros umbrales de análisis.

Violencia y desigualdad

De particular importancia para el caso de México es la correlación entre desigualdad y violencia. La reflexión desde esta perspectiva, a cargo de Marcela Orraca, nos dejó importantes ideas. Por un lado, estadísticamente las sociedades más desiguales tienden a ser más violentas. Sin embargo, adoptar el concepto de violencia estructural —en correlación con los índices de desigualdad— corre el riego de implicar una causalidad mecánica entre uno y otro fenómeno, cuando la realidad no es así.

La principal razón es que la violencia implica una intención, usualmente en un contexto de relaciones de poder. Lo que resulta cierto es que en sociedades desiguales tiende a debilitarse la cohesión social, lo que lleva a distintos tipos de violencia, como es la violencia intrafamiliar e interpersonal, pero también a la violencia simbólica y estructural.

Si llevamos estos razonamientos al campo de la metafísica y del psicoanálisis, podríamos aventurarnos a decir que al generar pobreza, la desigualdad puede generar frustración, sentimientos de injusticia, odio y deseos de venganza. Llevado al extremo, el empobrecimiento y la marginación pueden llevar a un trastoque de la vida que se convierte en escenario de muerte antes de tiempo.

Cuando el uso deliberado de la fuerza para mantener las relaciones de desigualdad está inserto en instituciones (símbolos) que la validan, promueven o permiten, se puede hablar de violencia estructural (o de violencia simbólica). Este tipo de violencia es común en los regímenes autoritarios o en democracias estructuralmente débiles, en las que la riqueza y el bienestar se concentran en un segmento minoritario de la población.

La violencia como modo de vida

Dentro de los sistemas carcelarios, nos expuso Leonardo Beltrán, la violencia se enmarca dentro del denominado código del preso que es un conjunto de normas no escritas, obviamente ajenas a las oficiales, que regulan las relaciones entre los presos. Dichas normas son mucho más rígidas e inflexibles que las normas institucionales. Se impone, por ejemplo, la ley del silencio y la no delación del compañero.

Si el mundo carcelario es natural y esencialmente violento, la forma de adaptación y de sobrevivencia va a depender del acervo y experiencia que cada recluso trae en su propia biografía. Para quienes llegan con una trayectoria violenta criminal, la sobrevivencia se facilita y simplifica. Muchos de ellos terminan dominando y la cárcel se convierte en un espacio de poder adicional. Para quienes llegan a prisión sin estos antecedentes, la adaptación resulta mucho más compleja, dolorosa y hasta traumática. A la pérdida de libertad se añade el infierno.

Es claro que un ambiente así, las dudas sobre el efecto de rehabilitación y readaptación social sobre quienes purgan una pena en prisión son cada vez mayores. Quienes viven de la violencia se empoderan y extienden su poder y capacidad de influencia. Para quienes no están acostumbrados, rehabilitarse en ese medio resulta una quimera.

Leonardo Beltrán, nuestro experto en este tema destaca que la violencia en las prisiones no es privativa de los presos. Directivos y custodios viven también inmersos en comportamientos violentos como la vía para mantener el orden y el respeto de los prisioneros. Esta dinámica lleva a la implantación de la violencia institucionalizada que marca las 24 horas del día las formas de interacción dentro de las prisiones. La experiencia de nuestro expositor en los ambientes carcelarios resultó invaluable en la reflexión sobre la dinámica de la violencia en situaciones límite.

Violencia y guerra

Ricardo Nudelman nos expone la guerra como la forma más sofisticada y avasalladora de violencia organizada. Su recurrencia en todos los periodos y rincones de la historia la coloca como inevitable, en cuanto a forma de interacción entre entidades políticas, pero no como una fatalidad. No todos los conflictos se resuelven con la guerra.

Aparecen en este contexto otras variables, propias de este ámbito, como la creciente sofisticación de los medios de destrucción, cada vez más eficientes, en contextos en donde el uso legítimo de la fuerza sale del control de los Estados cuando aparecen otros actores como los terroristas internacionales, el crimen organizado y otros grupos al margen de la ley que pueden tener acceso a medios de destrucción masiva. Todo esto en contraste con avances indiscutibles, sobre todo en el siglo XXI, que plasman en tratados y convenciones las limitaciones para los Estados en el uso de la fuerza, lo que representa una aparente paradoja.

Señala que la legitimidad en el uso de la fuerza se ve también cuestionada cuando quienes supuestamente tienen ese derecho, como responsables de un Estado, utilizan la fuerza en su propio territorio en forma excesiva y hasta brutal, sin que nadie pueda intervenir dada la soberanía de los Estados como entidades políticas.

La experiencia histórica indica que cada conflicto que deriva en conflicto armado debe entenderse y resolverse en su contexto histórico, de acuerdo con sus causas y orígenes, única forma de prevenir los conflictos armados y su impacto abrumador sobre quienes lo viven.

Democracia y violencia política en México

La forma y calidad de la democracia tiene un impacto real sobre la contención o la propagación de la violencia. En este tema las aportaciones de Guadalupe González resultaron invaluables.

Los politólogos argumentan que la construcción del Estado no lleva necesariamente aparejada la construcción de instituciones fuertes. Cuando trasladamos este razonamiento al ámbito de la violencia y la inseguridad, encontramos que en la mayor parte de los países de América Latina, a pesar de haber avanzado en el camino de la democracia, la violencia y la criminalidad se han incrementado. En otras palabras, a mayor democracia no necesariamente corresponde menos violencia, no es un proceso mecánico.

Uno de los factores que explica este fenómeno es la desigualdad económica, social y frente a la justicia. Las élites de estos países encuentran complicado adoptar políticas funcionales para todos los sectores, segmentos y regiones que conforman el país. La disfuncionalidad del federalismo, producto de la historia particular de México, se manifiesta en las enormes dificultades para coordinar políticas entre federación, estados y municipios. En el ámbito de la seguridad esta disfuncionalidad ha sido uno de los principales obstáculos en la instrumentación de las políticas de seguridad desde la federación.

Señala Guadalupe González que es importante distinguir en esta problemática entre la violencia criminal y la violencia política. La penetración del crimen organizado en el aparato político y en los procesos electorales plantea retos muy complejos. Esta situación se agrava cuando la política de seguridad no guarda la suficiente distancia y autonomía frente al juego político, lo que hace que las políticas en este ámbito sean oportunistas, de corto plazo y de poca eficacia.

Un Estado cuyas instituciones para mantener la ley y el orden dentro de un orden democrático se quedan cortas en la misión de proveer seguridad y mantener el estado de derecho, es un Estado débil.

Violencia y migración

México es un país de origen, tránsito y destino de migrantes económicos, lo que convierte al país en uno de los escenarios más complejos en cuanto a dinámicas migratorias. Las restricciones para ingresar a Estados Unidos, destino último de la mayoría de los migrantes que transitan por México, los pone en una situación de vulnerabilidad frente a autoridades, delincuentes y crimen organizado, que ha convertido a esta población en blanco permanente de la violencia.

La reflexión de quienes han participado en este ejercicio no se queda en las víctimas directas de esta violencia. Eventos de lesa humanidad como las masacres de inmigrantes centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas, en 2010 y 2012, han puesto en evidencia la violencia estructural existente en torno a las víctimas indirectas, que se refleja en el vía crucis por el que han debido pasar los familiares de quienes han perdido la vida en estas masacres y que padecen las actitudes de indiferencia, poca o nula solidaridad y apoyo por parte de las distintas autoridades, en México y en sus países de origen, para identificar y rescatar los restos de sus seres cercanos.

El planteamiento va más lejos al plantear la violencia a víctimas indirectas, como violencia de Estado, desde el momento en que sus representantes, por acción u omisión, son fundamentalmente autoridades de los tres niveles de gobierno. En estos casos no se habla de violencia física o directa, sino de una serie de actitudes y comportamientos, legales o no, que podrían ser considerados como violentos, por el impacto que tienen en las víctimas indirectas de la violencia criminal.

El texto que se presenta en este libro, producto de una investigación de campo, abre efectivamente la discusión sobre los linderos de la violencia o las violencias, las definiciones, los responsables y las acciones de política pública que derivan de sus conclusiones.

Las violencias en los medios de comunicación

El papel de los medios de comunicación en la propagación / contención de la violencia es un tema de atención creciente, comprensible si consideramos el número de horas que pasan niños y jóvenes del mundo entero frente al televisor, en los videojuegos o en las redes sociales y de la presencia de historias y temáticas violentas en estos medios. ¿Son los medios responsables del incremento de la violencia? ¿En dónde están los límites? ¿Quién los define?

Como en otros enfoques, en éste también abundan los argumentos en una y otra dirección. Desde quienes condenan la transmisión de cualquier elemento relativo a la violencia por considerarlo nocivo para la sociedad, hasta quienes lo asumen como parte de la realidad. Esto es, la violencia no la inventan los medios, sólo la transmiten, es parte del ser social.

En la acuciosa revisión que hace del tema Manuel Gameros queda claro que no hay respuestas definitivas a estas preguntas y que en todo caso la influencia negativa del fenómeno es indeterminable, pues depende en mayor medida del perfil del receptor.

La violencia en los medios de comunicación se extiende ahora en forma masiva a las redes sociales, lo que hace aún más complejo el tratamiento de este tema. Prácticamente cualquier persona y de cualquier edad puede estar expuesta a la violencia mediática si se encuentra conectada. Como otros temas, la dinámica de los medios y las redes sociales rebasa al Estado, a los productores y a sus propios dueños.

Como en la eterna discusión sobre la presentación de escenas o mensajes alusivos al sexo en los medios, muchos de los estudiosos de la violencia en los medios regresan a los componentes básicos de quienes conforman el ser social de cada individuo como los padres, la familia, la escuela y la comunidad cercana, con mucho mayor influencia en sus comportamientos que lo que transmiten los medios y, ahora, las redes sociales. Las aportaciones de Manuel Gameros a esta discusión fueron de enorme valía.

La estética de la violencia

La estética de la violencia es un tema de enorme complejidad. Sin embargo, su presencia en el arte y la literatura es de larga data. Para introducir este tema contamos con la participación del artista y escritor Fernando Delmar, quien nos mostró la evolución histórica del proceso desde los clásicos griegos hasta los raperos contemporáneos.

Para enfocar el tratamiento de la violencia en el arte en su texto recoge a dos importantes artistas del siglo XX, el italiano Pier Paolo Pasolini y el danés Lars von Trier, en el tratamiento que ambos hacen en la pantalla grande de los significados de la violencia en la Medea de Eurípides. En su interpretación no son pocos los referentes a la poética de Aristóteles.

El texto analiza la violencia en sus límites humanos, en particular cuando retoma la escena más cruda de la obra clásica, cuando Medea asesina a sus dos hijos, que en el léxico contemporáneo llamaríamos violencia intrafamiliar en sus dimensiones más extremas, pero que guarda una serie de significados que tienen que ver con la tragedia y el sacrificio, que da el título al ensayo, y la forma en que estos dos cineastas llevan la tragedia y la violencia extrema a la estética cinematográfica.

Incursiones de la literatura en la violencia

La violencia no es un tema ajeno a la literatura. Por el contrario, a lo largo de la historia son innumerables los textos literarios que con toda crudeza y realismo describen escenas de violencia de la más diversa naturaleza. A pesar del surgimiento del cine, la televisión y las redes sociales, en sus más variadas versiones, la violencia se mantiene como tema en la literatura.

Susana Corcuera, literata, ejemplifica este punto recogiendo textos de escritores famosos, como Graham Greene o Mme. Calderón de la Barca, que tratan en sus obras, con distintos enfoques, el tema de la violencia en México en la época en que les tocó vivir.

Sin embargo, la parte sustantiva de su texto está formada por relatos de episodios de violencia en México que la autora recogió de quienes los vivieron, como protagonistas o como testigos, y los vierte en breves relatos literarios. La delicadeza de su escritura contrasta, en casi todos los casos, con la crudeza y estridencia de las historias que relata. Historias que se viven en la intimidad, alejadas de los medios, pero que son doloroso reflejo de una realidad social. Cerramos el libro con su texto que, exento de intelectualizaciones, nos deja con una realidad frente a la que palidece cualquier ejercicio estadístico sobre la violencia.

Aprendizaje

El ejercicio de reflexión que dio origen a esta obra resultó sumamente enriquecedor. Por un lado, el dialogo entre distintas especialidades sobre un mismo tema resultó más fluido de lo que hubiéramos pensado. Enfoques, técnicas, metodologías y lenguajes distintos, no fueron óbice para identificar elementos fundamentales de las distintas voces que se sumaban a la riqueza de la discusión.

Otro aspecto singular fueron las innumerables preguntas que surgieron durante el dialogo interdisciplinario y la posible, aunque compleja, complementariedad en las respuestas. Lo que ayuda a explicar el comportamiento violento individual ayuda también a explicar al ser social, y viceversa. Difícil pensar en un análisis profundo sobre el tema de la violencia sin considerar los elementos básicos de cada disciplina. El gran reto de una aproximación holística en un tema con tantas aristas.

Uno de los temas quizás más relevantes de la discusión fue redimensionar el peso de las violencias simbólicas y estructurales, que subyacen a las condiciones políticas y socioeconómicas y que son formas de violencia que no necesariamente implican el uso de la fuerza física y no obstante tienen impacto, en ocasiones determinante, en el ser individual y en el conjunto social.

Aprendimos también que en este tema no hay respuestas simples ni obvias. Entender la génesis de la violencia y la inseguridad en el México actual nos remite a la historia de la construcción y evolución del Estado mexicano, de sus instituciones de seguridad y justicia; de la calidad de la democracia, pero también de lo que existe en el imaginario colectivo del ser mexicano que condiciona, contiene o induce ciertos comportamientos; sin omitir aquellos impulsos naturales del ser humano que explican actuaciones violentas desde el ámbito individual y personal.

Al final del ejercicio llegamos a tres conclusiones. La primera, nuestro interés por compartir lo que habíamos desarrollado y aprendido, origen de este volumen. La segunda, que, si bien habíamos agotado la agenda inicialmente propuesta y aprobada entre todos, el fin del camino estaba todavía lejos. La tercera, corolario de la segunda, decidimos iniciar una siguiente etapa en torno a una sola pregunta ¿por qué el Estado mexicano no cumple satisfactoriamente con sus funciones y atribuciones en materia de seguridad? Para ello convenimos en la pertinencia de abordar el problema desde la perspectiva del Estado, sus fortalezas y debilidades. Partimos de la base de que un Estado fuerte no es excluyente de un Estado democrático, sino de un Estado capaz de mantener y fortalecer el Estado de derecho.

 

1 Internacionalista mexicano. Especialista en temas internacionales y de seguridad. Fundador y director de Grupo Coppan S.C., espacio dedicado a la reflexión estratégica, y director general de planeación estratégica para la prevención social de la violencia y el delito, en la Secretaría de Gobernación.

LA VIOLENCIA COMO EXPRESIÓN DEL PROCESO PRIMARIO DE PENSAMIENTO

SERGIO ESCOBEDO1

Introducción

México es país con una identidad propia, producto de la condensación de sus orígenes genuinos con la influencia de otras culturas y que a través de los siglos ha pasado diversos momentos críticos e incluso devastadores. Como toda organización viva, ha tenido tiempos de supervivencia y fertilidad que confluyen en la existencia de un proceso histórico, raíz, riqueza, cultura, tradición, realidad y mito, representado en una diversidad de alegorías dentro de las cuales encontramos símbolos. La bandera es un símbolo en cuyo escudo se ve la esencia y la transición, desde la leyenda de la fundación de México-Tenochtitlan, hasta el México institucional.

La importancia de los símbolos es que son elementos que representan un fenómeno complejo debido a que comparten una intersubjetividad en la que, mediante una imagen, una palabra o un sonido, el símbolo se reconoce en todo el mundo. Nuestra nación contiene una diversidad de símbolos. Además de los patrios, podemos representarnos fácilmente por el sonido de nuestra música, por un platillo de la gastronomía o por nuestra arquitectura, desde la prehispánica hasta la contemporánea.

Además de la intersubjetividad, un símbolo también representa identidad. Desde que nacemos vamos integrando internamente a través de la memoria y los sentimientos cada uno de los ingredientes de nuestra cultura y conocimiento, de tal manera que la internalización de un objeto, persona, imagen, costumbre o aprendizaje, siempre está ligada a una emoción que se va a activar a lo largo de la vida con la aparición de estos estímulos. Sucede cuando un mexicano se encuentra en otro país y de pronto escucha el sonido de un mariachi, por mucho que guste o no de esa música, ese estímulo desatará una serie de recuerdos y emociones.

Por tal motivo, ante los sucesos que desde hace varios años han teñido a nuestro país de una atmósfera de inseguridad, agresión y desesperanza, hemos revisado con un objetivo integrador (mediante un grupo interdisciplinario) el fenómeno de la violencia, buscando comprender por qué actualmente se equipara a “México” con “violencia”, como si fuera esta última la expresión de nuestra nacionalidad y estructura como Estado-nación. Sí bien la violencia es una expresión inherente a todo ser humano, no queremos que la violencia se consolide como un símbolo de México.

En este libro se realiza un acercamiento a la definición de violencia. El propósito no es encontrar la forma de erradicarla, pues la posibilidad de ser violentos se encuentra en todo ser humano, tanto en forma individual como en grupo. Un síntoma fundamental en la patología social es la violencia. Nuestra búsqueda consiste en encontrar la manera de contenerla tanto en el individuo como en el colectivo.

Orígenes de la violencia

En nuestros momentos de infancia más primitivos tenemos un alto contenido energético de agresión que se va neutralizando a través de fenómenos internos que tienen como fin preservar la vida. También intervienen en este proceso factores externos como son los mensajes familiares y sociales que nos civilizan. Aprendemos lo que debe y lo que no debe ser. Esa instrucción va formándonos criterios con los que podemos diferenciar entre el bien y el mal, lo sano y lo enfermo, la verdad y la mentira, el adentro y el afuera, para poder confluir en una integración que nos permite comprender la existencia del otro y las reglas de civilización para poder convivir en grupo preservando la vida en sociedad.

Al nacer no contamos con un aparato mental que tenga lógica y dirección para llegar a metas. Nuestro pensamiento es primario, caótico, desorganizado, sin sentido, atemporal, busca una satisfacción inmediata, aunque sea peligrosa, ya que está cargado de impulsos incipientes de vida luchando contra los de muerte. En este estadio no existen las palabras que den significado a las cosas, es como estar en el otro lado del espejo.

El destino del desarrollo en los humanos nos lleva a sobrevivir y crecer, neutralizando la intensidad de la agresión. Bajo la influencia del instinto de vida y de los personajes o mensajes del mundo externo, evolucionamos para transformar el pensamiento primario (placer) a secundario (realidad). Este último se caracteriza por tener sentido, lógica y razón. Este proceso nos permite tener conciencia y razonamiento, lo que fundamenta la capacidad de juicio.

El momento de mayor integración es cuando existe el juicio de realidad que se puede definir como la capacidad de un ser humano de razonar sus actos en relación con el contexto en el cual los ejecuta.

El proceso secundario de pensamiento ligado al principio de realidad representa la posibilidad de conocer las palabras con las que le damos significado real a los sucesos, lo que nos permite renunciar a suposiciones o creencias paranoides e impedir así llegar a actos impulsivos y destructivos que parten de mecanismos arcaicos relacionados con un dolor desintegrador. Este proceso se llama elaboración y está directamente relacionado con la capacidad de integrar lo traumático, lo excesivamente frustrante, lo doloroso, sin negar la realidad y mantener la vida. Desmonta las fantasías paranoides que surgen en un intento de alivio de la tensión, pero que impiden la simbolización.

Además del cambio de tipo de pensamiento primario por el secundario, se dan otros procesos paralelos: la tendencia del ser humano a separar o desintegrar infantilmente los sucesos o personas (mecanismo llamado escisión) cambia por una función de integración que se basa en la capacidad de reconocer las partes buenas y malas de uno mismo y del otro. Una vez reconocido esto se pueden aceptar las diferencias entre humanos. En este estadio damos crédito al derecho que todos tenemos a vivir, lo cual implica tanto madurez como capacidad de amar.

Uno de los procesos fundamentales de transformación es el cambio del principio de placer por el principio de realidad. Durante la infancia existe una plena necesidad de gratificación inmediata cuya búsqueda es la obtención rápida de placer, de satisfacer de manera expedita nuestros deseos, aunque éstos vayan en contra de la realidad. El displacer genera tensión y el placer la alivia. Si los humanos nos mantuviéramos sólo en esa dinámica de funcionamiento a lo largo de la vida, la falta de tolerancia a la demora y a la frustración —por causa de la no obtención del placer inmediato— nos llevaría a actos predominantemente irracionales y destructivos. Al movernos al principio de realidad tenemos la posibilidad de lograr gratificación, pero preservando la vida y el ingrediente fundamental que necesitamos desarrollar tanto en forma individual como grupal, esto es la capacidad de tolerar la frustración y la demora, aceptar las diferencias y renunciar al placer inmediato, todo ello para estar en condiciones de lograr felicidad o armonía sin generar destrucción propia o en el entorno. En el día a día se puede ver en actos tan cotidianos para obtener placer, por ejemplo, rebasar indebidamente a un auto para ganar un espacio o elegir la solución de un problema por vía de la corrupción buscando un resultado inmediato, placentero, aunque se trasgredan las normas, pero si el principio de realidad se impone mediante la aplicación de la ley, un individuo podría reaccionar violentamente por no tolerar la frustración de que exista lo que es legal y ético. El exceso de aloplastía y necesidad de lograr placer puede hacer que una persona interprete lo que es normal y normado como un abuso y reaccionar ante ello en una inconciencia tal que cuando vemos noticias que representan el descaro y la impunidad de la aloplastía nos quedemos boquiabiertos.

Hasta este momento he descrito dinámicas que giran alrededor de conceptos como la simbolización, la otredad, el juicio de realidad y la integración que unidos dan como consecuencia un principio fundamental que es el adaptativo. Cuando un ser humano cuenta con estos recursos, la estructura que sostiene la personalidad se consolida debido a que la energía instintiva cambia su destino del placer por lo racional. Este fenómeno se llama autoplastia y en términos sencillos se puede ejemplificar mediante la capacidad de un individuo a adaptarse al mundo externo, adecuarse a los demás conociendo y respetando las reglas del mundo y de la realidad externa. Por el contrario, existe la aloplastía que tiene que ver con una conducta alrededor de necesidades egocéntricas para que el mundo y los demás giren alrededor del individuo.

Ciertamente todos los seres humanos tenemos un potencial violento, pero la actuación se ve desbordada cuando hay un predominio aloplástico en el cual una persona va a priorizar sus deseos y necesidades como una ley, anulando la existencia del otro y las leyes externas. Es un fenómeno que se puede manifestar mediante sutilezas aloplásticas, a veces miméticas, como la cortesía de un individuo para imponer a otro sus propios deseos, hasta actos directa y francamente notorios de imposición y amenaza. Ambas posibilidades pueden representar una manera de violencia psicológica. La salud implica un equilibrio entre auto y aloplastia, pues también el exceso de autoplastia tiene sus propias implicaciones patológicas en términos de dificultad para vincularse. En el otro extremo, en la erupción de violencia la sobredosis de aloplastia es un componente fundamental.

La transformación descrita ha sido estudiada ampliamente desde la lente del psicoanálisis, desde Sigmund Freud, quien en uno de sus escritos sociales titulado El malestar en la cultura, desarrolló el camino evolutivo del ser humano en sociedad consistente en lograr un orden y funcionamiento civilizado en grupo. En paralelo describe el malestar y enojo que vivimos en dicho proceso al tener que renunciar a la obtención de placer inmediato.

Pese a que los humanos nacemos en grupo, existe una inconformidad interna para pensar en equipo, una dificultad para desenfocarnos de nuestra vivencia individual —llena de egocentrismo y poder—, necesitada de que el mundo circundante se adapte a nosotros. Esta inconformidad puede tener relación con vivencias vitales como es el primer trauma psíquico originado en el momento de cruzar el canal del parto, momento lleno de angustia y riesgo, en el que cambiamos un escenario placentero de protección y dependencia dentro del útero para salir al mundo, dejando de oxigenarnos por el cordón umbilical para comenzar a utilizar los pulmones y enfrentarnos con el camino a sobrevivir, por lo cual es habitual en nuestras necesidades más internas mantener la fantasía de la inmortalidad, primero en forma individual y luego social. Esto hace complejo el estudio de la violencia respecto a si la actuación violenta es producto de la erupción de un acto individual o es la expresión de un fenómeno grupal y el individuo es solamente el portavoz de dicha dinámica.

Los humanos nacemos con un monto energético intenso que comúnmente llamamos instinto. La energía instintiva es fundamental, primero para sobrevivir y, posteriormente, para crear. Por ejemplo, los reflejos que tenemos al nacer —como la succión— nos permiten alimentarnos y desencadenar una serie de capacidades que paulatinamente van madurando y nos brindan funcionalidad intelectual y motriz, con la que somos capaces de desarrollarnos de tal manera que esta parte energética de vida se caracterice por ser un motor fundamental de la supervivencia, la fertilidad y el desarrollo en la infancia y a lo largo de la vida, para llegar a un estado de satisfacción de ser y estar vivos en lo individual y en grupo.

El instinto también incluye energía de muerte —a la que llamamos agresión— que también sirve para preservar la vida, aunque la vital siempre debe predominar sobre la agresiva. Debido al aprendizaje que recibimos del mundo externo para civilizarnos, la intensidad de la agresión que vivimos durante la infancia se neutraliza. Éste es un proceso esencial para que podamos vivir en un grupo social. La neutralización no implica la desaparición del potencial agresivo —que se conserva a lo largo de la vida—, sino el desarrollo de las capacidades intelectuales necesarias —como es el juicio de realidad— que permiten el ejercicio cotidiano de leer nuestros actos de acuerdo con el contexto en el que los ejecutamos y así poder vivir en orden y armonía con el entorno. Es decir, si en un momento cualquiera nos surge un deseo imperioso impropio frente al encuadre social, el juicio de realidad nos permite razonarlo y no llevarlo al acto.

El juicio de realidad, así como otras funciones cognitivas como atención, comprensión, memoria, análisis y síntesis, entre otras, son parte de una estructura que al nacer es incipiente pero que va creciendo alimentada por la energía del instinto y la influencia externa, de tal manera que esta estructura se hará cargo del contacto que el individuo mantenga con la realidad externa. En forma paralela, y gracias a la identificación y los mensajes que tendremos de las figuras externas como son los padres, familiares, profesores y otros actores del mundo circundante, se construye otra estructura que se hará cargo del desarrollo de la conciencia social, el deber, la responsabilidad y la ética.

Estas estructuras prevalecen durante la vida, pero en la salud la estructura que tiene que ver con la razón y, los mecanismos de defensa, se deben convertir en el director de orquesta de nuestra vida. La estructura encargada del deber y la ética estará al servicio de la racional y la que tiene que ver con el instinto de conservación que es primordial para la vida como fuente energética neutralizada. Sin embargo, en el caso del surgimiento de violencia, esto se podría leer como la resultante de un conflicto interno que consiste en una pelea entre dos fuerzas y de donde surge el síntoma como elemento de homeostasis. Por lo tanto, la conducta violenta puede ser el síntoma que resulte de dicha batalla.

Existen diversas posibilidades de manifestación de un conflicto. Por ejemplo, en el caso de que la parte racional sea débil y dominada por la parte instintiva agresiva, la violencia se podría manifestar en individuos que ante un estímulo negativo sin importancia reaccionen agresiva y desmedidamente. Otra modalidad diferente puede ser cuando hay una pugna entre la intensidad de la carga agresiva contra la estructura de deber moral, como podría suceder en individuos que se autolastiman y flagelan real y simbólicamente, castigando la existencia de sus propios deseos. El hecho de que una persona se propicie dolor a sí misma también es un acto violento.

Existe también una modalidad mucho más compleja y consiste en que al formarse la estructura encargada del deber, la persona no logre una madurez óptima y se forme de una manera moralista, inquisidora y punitiva, de tal manera que castigue en forma severa todos los actos que le parecen reprochables. Podemos ver personajes que actúan con agresión y la fundamentan en parámetros sociales, religiosos, políticos y de diversas ideologías, que son usadas como el pretexto, pero que en el fondo lleva un afán de castigar. En la dinámica del conflicto existe una ganancia primaria que es propiamente el síntoma y se denomina así porque, aunque provoque sufrimiento, en el fondo resulta de una necesidad de equilibrio. También hay una ganancia secundaria que es más consciente y en la actuación con violencia podría verse como la necesidad de cobrar venganza o de anular la impotencia, evitando así un acto que el individuo considera nocivo para sí mismo y que en algunos casos puede ser la castración de sus deseos o evitar sentirse como víctima de impunidad.

De forma específica, la violencia también surge mediante un comportamiento morboso en que se desfigura o se cambia la realidad, ya sea engrandeciéndola o sustituyéndola por completo; se falsea la información de lo que se sabe o se cree. En el ser humano la fantasía es un elemento necesario, es más profunda que el pensamiento, es difícil poner en palabras y forma parte de la creación de la personalidad. A medida que el individuo evoluciona, el constante contraste con la realidad, que a menudo frustra el placer, confluye en mayor madurez. No es que la fantasía se deseche por completo, se conserva y nos ayuda a crear, producir e imaginar metas. Sin embargo, la expresión de violencia es como un vehículo que de pronto, ante determinado estímulo, se queda sin frenos y la actividad mental de la fantasía puede dominar al individuo en una escena en forma inesperada, y esto terminará por generar alteraciones sociales.

A lo anterior puede añadirse que la violencia también puede presentarse en personas autodevaluadas, con bajo nivel de estima o, por el contrario, en personalidades pretenciosas. Ello tiene una razón de ser. En ambos casos hay un arco de tensión interno que genera desequilibrio y cuando alguien es confrontado la reacción de defensa puede ser agresiva.