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EDITORIAL

 

 

 

 

 

Título: Quasar 2, antología Ci-Fi

 

© 2017 VVAA

© Diseño Gráfico: Nouty

© Ilustración de portada: Luis Tomás

 

Colección: Volution

Director de colección y antología: JJ Weber

Coordinador antología: Víctor M. Valenzuela

Corrección: Sergio R. Alarte

 

Relatos y autores

Los páramos del rango Z de Alejandro Taré

Good citizen! de Cristina Gutiérrez

La segunda Eva de Cristina Martínez

Segunda oportunidad de Dioni Arroyo

Zona de tormenta de Jorge Olivera

El vigilante de José Raúl Camacho

Estela de Lluvia Beltrán

El hambre de la Yamamba de María Angulo Ardoy

Cuando agosto no es un mes de Miguel Matesanz

Tiempo detenido de Nieves Delgado

2014 OL339 de Víctor M. Valenzuela

 

Primera edición julio 2017

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2017

 

ISBN: 978-84-16936-45-8

Edición digital Abril 2018

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

 

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A todos los que viven una realidad alternativa

a pesar de lo que vemos cada día como normalidad.

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

 

 

Cuando en Nowevolution decidimos lanzar un volumen de relatos de ciencia ficción seleccionando las obras por el mecanismo de una convocatoria abierta, éramos conscientes de que corríamos algunos riesgos. Apostamos por ello y la convocatoria fue un gran éxito de participación. Lo hemos vuelto a hacer, lanzamos una segunda convocatoria donde se nos han enviado tal cantidad de relatos de gran calidad que ha sido posible seleccionar trabajos para dos volúmenes. El relato siempre ha estado muy presente en la trayectoria de la ciencia ficción y nosotros, como grandes defensores y seguidores del género, queremos aportar a la ciencia ficción española que estos excelentes trabajos salgan a la luz.

El mundo está cambiando y el mercado editorial muta siguiendo los inexorables dictámenes del mercado financiero. Las grandes editoras no apuestan por nuevos autores y mucho menos por autores hispanos, una visita a las estanterías de cualquier gran centro comercial deja la desoladora visión de que no hay presencia nacional entre los títulos. Contra este rodillo de homogeneidad nos alzamos tímidamente las pequeñas y medianas editoras, intentando traer un poco de novedad y frescura al sector. Somos los últimos artesanos de la publicación. Todavía hacemos literatura a la vieja usanza, y eso puede parecer paradójico hablando de ciencia ficción. Nos importa la historia, queremos conectar con el lector y transportarlo a mundos distantes, insinuarle futuros posibles y acompañarle en el viaje de un héroe, de un villano o de una persona totalmente normal atrapada en una situación excepcional. Pues eso es la ciencia ficción: tecnologías vanguardistas, tendencias sociales, exploración espacial, situaciones límite y mucho más. Todo vale para dejar volar la imaginación, disfrutar y sobre todo pensar, y esta es nuestra mayor transgresión: la de gustarnos un género literario que invita a pensar.

Tienes en tus manos una obra realizada por artesanos: escritores, correctores, editores, ilustradores. Todos ellos unidos en una enorme cadena de ilusión de construir un libro y no un producto de mercado, y esperamos que lo disfrutes con la misma pasión que nosotros al crearlo.

Quisiera concluir dando la enhorabuena a los autores finalistas, y sobre todo agradecer a los que confiasteis en nosotros y enviasteis relatos a la convocatoria.

Todos estos mundos son vuestros, sin excepciones. Podéis aterrizar en cualquiera de ellos.

 

Víctor M. Valenzuela.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Alejandro Taré.

 

Biografía literaria:

Finalista del concurso de relatos de ciencia ficción de Nowevolution 2016, Quasar II con el relato Los páramos del rango Z. Mención honorífica en el I certamen de poesía Versos y Agua con el poema Que culpa tendrás. Autor de dos novelas tituladas En un mundo de gatos, el punto rojo es el enemigo de la serie «Francotirador Galáctico», y Dronomante.

Actualmente trabajo en varios concursos literarios a la par que escribo mi tercera novela de ciencia ficción fantástica de título aún desconocido.

 

  

 

Resumen de Los páramos del rango Z:

Uno de los faros espaciales de la Colmena, tripulado por la oteadora Hayo Tamuki, acude a la llamada de socorro del rango Z emitida por un módulo de supervivencia proveniente del espacio inexplorado. En su viaje descubrirá la verdad que esconde el cosmos en el interior de su propia naturaleza desde los eones venideros.

 

 

 

 

Los páramos del rango Z

 

 

 

 

«Cuando recorres las extensas llanuras sin norte del espacio infinito y contemplas cientos de mundos, entiendes que la naturaleza es tan poderosa y sabia que es capaz de crearse y destruirse a sí misma sin necesidad de ninguna deidad que actúe por ella. A decir verdad, de existir, aprendería sin lugar a duda de ésta».

Entre novas (Rebekah G.)

 

Una lata golpea los salientes de un escritorio bajo la ingravidez que la rodea, una lata apuñalada por el hambre y la rabia. Hayo la observa mientras se limpia las comisuras de su boca con la manga del traje reglamentario. Le resulta hipnótica la aleatoriedad con la que parece girar sin control, arrojando pequeños restos de carne. Los segundos parecen consumirse más rápido de aquella manera.

—Hayo Tamuki retransmitiendo desde el faro espacial Axium, hora 11 de la jornada 45. —La oteadora alarga su brazo para que la cámara empiece a enfocarla correctamente—. Hace escasos minutos he recibido señal de lo que parece ser un módulo de supervivencia proveniente del cuadrante exterior más cercano, a unos dos o tres días de distancia. He intentado acceder al mensaje, pero llega cifrado; lo único que reconozco es el rango en el cual está emitiendo. Estamos ante un rango Zeta… —La mirada de Hayo cae al suelo, rebotando de forma meditativa entre sus manos—. No puedo esperar hasta recibir respuesta de la estación Reina, así que estoy decidida a iniciar rumbo al objetivo. A continuación mandaré las coordenadas de la señal, e iré retransmitiendo en todo momento las novedades de la misión. Como comprobarán, pertenecen a la región más cercana aunque inexplorada del espacio, que rodea todo cuanto nuestra nación conoce. —Su mirada se dirige hacia la derecha, tras el espacio infinito que se extiende más allá de los muros que erigen el faro Axium. Tras enfocar la cámara hacia la cristalera, se levanta del sillón para otear el posible horizonte con un rostro que parece descomponerse por momentos—. Me pidieron que fuera sincera en todo momento, que hiciera un ejercicio de reflexión continuado —comenta sin volver la mirada, saltando entre las estrellas más lejanas—. Pues bien, puede que, después de todo, sea agradable que alguien ahí fuera pueda necesitarme.

Los siguientes segundos reflejan la soledad más absoluta de un ser humano envuelto en la oscuridad; la oteadora lanza susurros incomprensibles que revolotean por el complejo sin que ningún otro sonido pueda rebatirle, y con su mirada ansía encontrar esos ojos mudos entre las estrellas que supieran tranquilizarla. De vez en cuando, un pequeño destello lanzado por las consolas de comandos cobra vida y resalta entre la monotonía grisácea. Durante largos meses, su trabajo había consistido en ofrecerse como enlace de información entre sus compañeros oteadores de la colmena y vigilar el sector inexplorado que tenía ante sí, un trabajo para el que, según ella, había nacido. La idea de formar parte de la exploración espacial había alimentado durante toda su vida una mente dispuesta al sacrificio, a lo desconocido. Pero aquella llamada desde el abismo la aterraba en cierta medida; abandonar su posición en busca de hacer lo que creía correcto quizás era engañarse, pues con el paso de su mirada entre las estrellas iba en aumento la idea del encuentro humano, del tacto, la conversación. Al cabo de los minutos, Hayo es consciente de donde está:

—Fin de la transmisión —consigue encontrarse a sí misma en la cámara, acercándose con tranquilidad para desconectarla.

 

Durante los tres días que tardó en alcanzar el módulo de supervivencia, no ocurrió nada de gran importancia; se ejercitó de la misma manera que tenía por costumbre con el aliciente de la posibilidad de ejercer un rescate, su alimentación siguió basándose en el equilibrio perfecto entre lo saludable y lo económico para que las jornadas de trabajo fueran lo más productivas posible, y su vigilancia tan solo se vio turbada con la lectura de los protocolos de actuación ante avistamientos o enlaces de rango Zeta. Pasó horas estudiando el análisis, las posibilidades de actuación que albergaba, las medidas de protección necesarias y la legislación vigente a la que, como oteadora, se debía enfrentar. Era el único de los rangos en el que los oteadores tenían la potestad de actuar sin previa confirmación de sus superiores, en este caso de la estación Reina, debido a la urgencia que demandaba la llamada de socorro.

Aquella sería la segunda vez desde que se instauró la colmena de faros espaciales, circundando siempre los límites conocidos del espacio exterior, que una de sus naves abandonaba su posición de centinela. La colmena, varios siglos atrás, constaba de una décima parte de lo que hoy se conoce, y el veteranísimo oteador Wires vigilaba junto con el aprendiz Pietr Kieth el cuadrante 24, una sección del espacio que limitaba con el planeta Zathos y que ahora formaba parte de la civilización. Sus últimas retransmisiones acerca del avistamiento de señales luminosas en un espacio inexplorado llegaron a la estación Reina años después de cuando se esperaban. Durante ese tiempo se estudiaron minuciosamente cada una de las grabaciones sin que se pudiera extraer conclusión alguna de su posterior desaparición. Tal fue la importancia de aquel hecho, que la formación de los faros colmena tuvo que ser modificada para que muchos de ellos se lanzasen a los sectores desconocidos limítrofes en los que Wires y Pietr Kieth dejaron de emitir señal; pero, de la misma manera, nada resultó. Las siguientes décadas fueron desastrosas para la exploración espacial y el objetivo de la colmena puesto que se vieron obligados a la revisión, reestructuración e instalación de ciertos mecanismos de seguridad en cada una de las naves de la civilización. Cuando, oficialmente, se abandonó el proyecto de búsqueda, su legado pasó a ser un ejemplo de valentía y determinación para la colmena venidera.

—Puedo verlo —comenta Hayo a la cámara, sumergida en la pantalla del controlador principal—. Puedo ver el módulo de supervivencia emitiendo. El escáner de fondo no muestra señal alguna de rastro de vida a cientos de miles de kilómetros. En dos minutos abriré el acceso posterior e inclinaré el faro para interceptar el módulo hasta llevarlo a la sala de cuarentena. Estudiaremos lo que tiene en su interior bajo toda la precaución que estipula el protocolo de actuación. No quiero sorpresas. —Sus facciones cambian conforme las luces de la consola parecen golpearla—. Todo el proceso debe quedar bien guardado para su posterior estudio. Lanzando marcador hacia el módulo de supervivencia. Activando intercepción del objetivo en 3, 2, 1…

Poco después las compuertas se abren silenciosas para dar paso al manto de oscuridad que envuelve el módulo. Axium gira con precisión milimétrica hasta adoptar la postura adecuada para recoger el paquete de datos y dejarlo en suspensión gravitatoria. Debido a su forma alargada, que no llegaba a sobrepasar el medio metro, y al objetivo por el cual eran lanzados, en multitud de ocasiones estos módulos eran comparados con los antiguos mensajes ocultos en las botellas de cristal que navegaban los mares de la antigua Tierra. De alguna manera, se trataban de comunicaciones que recorrían sin rumbo fijo enormes distancias e, incluso en ocasiones, vagaban por el tiempo sin ser reveladas por nada ni nadie. Tras volver a cerrar las compuertas del faro, Hayo recorre el pasillo que la separa de la sala de cuarentena tecleando la orden de transporte de mercancías peligrosas. Durante su trayecto, observa a través de las pantallas el estado actual de su misión. Nada debe dejarse en las manos del simple azar.

—Hayo retransmitiendo desde el faro espacial Axium, hora 4 de la jornada 49 en la sala de cuarentena. —Una luz rojiza crea sombras intermitentes sobre las paredes metálicas contiguas a la oteadora, sombras alargadas que, como ignotos tentáculos, se extienden hasta alcanzarla—. Finalizada la fase de acoplamiento de mercancías peligrosas con óptimo resultado. Iniciando secuencia de enlace desde la desencriptadora. Vamos a ver que guarda en su interior.

La oteadora teclea comando tras comando para desencriptar con diligencia el mensaje oculto. Conforme introduce los datos obtenidos en la consola principal, una oleada nueva de mensajes inunda la pantalla advirtiendo de la importancia que incuba en su interior; pero Hayo es consciente de la dificultad que entraña, permaneciendo ajena a cualquier tipo de elucubración que pueda arrastrarla lejos de su objetivo. Sus dotes profesionales la llevan a la última ráfaga de comandos inconexos por descifrar.

—Sin lugar a dudas, puedo confirmar que este módulo de supervivencia ha sido programado por la colmena —esclarece sin levantar la vista de su cometido, una vista que parece ir más allá del mensaje—. Cuando os llegue la información que voy a mandaros, comprobaréis que se trata de un conjunto de textos encriptados que sigue el orden protocolario de nuestra actuación. Es minucioso y elaborado, pero lo conozco.

Tras comprobar los datos que la cápsula guarda, el gesto facial de Hayo se desfigura hasta alcanzar un matiz impropio de ser explicado. La cámara logra recoger la visión de sus músculos rozando la tensión propia que sólo puede provocar el miedo, y unos ojos vidriosos parecen perderse en un mundo lejano tras la pantalla de información. Un silencio incómodo comienza a extenderse desde un punto indeterminado en el interior de Hayo, atravesando cada poro hacia el exterior de forma imparable. Cuando logra recuperar parte de su consciencia, alcanza nerviosa su cuaderno de anotaciones personales del segundo cajón del escritorio con un movimiento torpe y bruto.

—Cuadrante 3W —habla sola, olvidando por completo la cámara—. Sector cinco. Coordenadas… —Su mirada rebota con gran velocidad entre la pantalla y sus notas personales—. No puede ser.

En cinco ocasiones vuelve a comprobar que los datos de su cuaderno personal coinciden de pleno con los dígitos que aparecen en pantalla: las coordenadas de la posición exacta desde donde partió con su faro hasta el encuentro con el módulo de supervivencia. Con los hechos vinieron las reflexiones, reflexiones que cruzan de lado a lado los páramos de la lógica en busca de cualquier explicación que pudiera satisfacer, en la mayor medida de lo posible, su necesidad de conocimiento, y con ello alejarse de las posibles tormentas de la duda; y con las reflexiones, el desconcierto, pues se trata de un viaje que demanda repostar en la primera de sus paradas.

—Acabo de… —Hayo se frota la frente de manera frenética, un movimiento producido por el puro nerviosismo—. Acabo de descifrar el contenido del módulo de supervivencia. Son las coordenadas exactas del Axium en su posición original, la misma que abandoné hace cuatro días aproximadamente. Esto no tiene sentido. Estoy reflexionando, dándole vueltas una y otra vez a varios pensamientos, y lo único que se me puede ocurrir es que se trate de un mecanismo de emergencia del que no he sido informada. Pero se trata de una zona inexplorada… ¿quién o qué alcanzaría el módulo para socorrerme antes que lo hiciera la propia colmena? —Tras lanzar la pregunta, la oteadora deja caer el peso ficticio de su cabeza en la ingravidez sobre sus manos. Piensa en el viejo Wires, y también en su aprendiz, Pietr. Quizás tuviera algo que ver, quién sabe—. Me siento estúpida… durante todo el viaje he sentido algo parecido a la fe por este encuentro, por poder ser útil y ayudar a alguien. Puede que me haya dejado llevar por las emociones más que por la lógica. Todo se ha convertido en miedo y frustración.

La cámara logra captar tímidas lágrimas flotando cercanas a Hayo, quien permanece inmóvil y cabizbaja. Sus pensamientos la conducen una vez más a los yermos más profundos de la soledad en la que vive, haciéndose débil por momentos. Es consciente de que tan solo la esperanza de compañía humana la condujo hacia los espacios inexplorados de la absoluta nada, dejando atrás la seguridad de su emplazamiento. Los meses se han estado consumiendo bajo la falsa compañía de las cámaras de grabación y sus tardías respuestas. Se había estado mintiendo una y otra vez, queriendo sentir que alguien sabía escucharla tras cada pantalla que lograba recoger sus pasos, sus palabras, a lo largo y ancho del Axium. Empieza a entenderlo.

—Misión finalizada. Vuelvo a mi emplazamiento en la colmena. —Hayo se incorpora con decisión, cabreada, y se dirige a la cámara para cortar la grabación—. Quiero pedir disculpas con antelación sabiendo que va contra las normas, pero según mi estado creo que lo más aconsejable es solicitar un sustituto temporal de mis labores en el faro espacial Axium. Necesito tomarme un descanso, alejarme de los límites de todo cuanto conocemos durante un tiempo. —Sus ojos se clavan en la pantalla tras una expresión de agotamiento. Al momento, alarga su mano para apagarla mientras suelta un último mensaje—: Y me llevo el módulo de supervivencia de vuelta para que alguien pueda explicarme lo que está sucediendo.

Hubo un gran estruendo seguido de un empuje doloroso cuando la oteadora inició rumbo a su posición original en la colmena. Desempeña sus funciones como un autómata destinado a ello, sin querer ir más lejos, sin cuestiones. A lo largo de varias horas se encarga de recopilar ordenadamente todos y cada uno de los datos obtenidos tanto de su viaje hasta el módulo como de su contenido. Después, adjuntándolo a sus propias reproducciones, lanza el mensaje hacia la estación Reina con la facilidad de quien ejerce una misma función día tras día, sin que exista nada ni nadie que pueda perturbar su repetitiva actividad. Sería al cabo de las cinco horas cuando Hayo consideró descansar. Agotada y sudorosa por los acontecimientos, se dirige al receptáculo de irrigación donde intenta aclarar sus ideas con un baño cálido de ingravidez. Una vez se libera de sus húmedos ropajes y activa la señal acústica en el modo «Descanso obligado», se introduce con un leve impulso en el cubo abandonando su cuerpo mientras cientos de ampollas acuáticas chocan contra ella, purificándola. Después de veinte minutos sumida en una relajación plena, el agua se filtra por los diminutos orificios de las claustrofóbicas paredes y la oteadora, desnuda, alcanza un sueño profundo.

Todo es oscuridad y silencio. Sin tiempo. Sin espacio. Es consciente de su corporeidad; pero todo cuanto quiere tocar la atraviesa, convirtiéndose en una ligera frustración que hace enrojecer unas mejillas etéreas. Siente saltar de estrella en estrella con el impulso de su propia gravedad, dibujando una infinidad de galaxias con el suave movimiento de su pelo. Y, tras cada salto, el halo inmaterial de la propia nada. Dejando atrás una caterva de sistemas solares, comienza a percibir un tenue sonido lejano que parece provenir de algún punto indeterminado a su espalda, siempre a su espalda. Tras permanecer girando sin control, logra frenarse alargando sus extremidades hacia las fronteras del cosmos, y comienza su viaje hacia atrás. Se impulsa a través de billones de galaxias durante segundos, años, eones quizá. Sabe que es un viaje diferente a todos, sin mensajes, sin grabaciones, sin esperanzas, sin recompensa por hacer lo que cree correcto. Entonces aquel tenue sonido comienza a vibrar con fuerzas reanimadas en sus oídos, y entiende que su objetivo se encuentra en el punto final del Universo, aquel donde ninguna ley física se rige por su propia voluntad, donde la nada reina somnolienta bajo el yugo imperativo del infinito y su falso ejército. Un sueño inconsciente más que sumar a todos ellos, suficiente para reconfortar el cuerpo y prepararlo ante otro día de trabajo, y, en un punto indeterminado desde una forma incomprensible, un aullido chirriante logra extraerla de aquella oscura realidad, un aullido que cruza los páramos de su consciencia hasta convertirse en una repetitiva alarma, la misma que horas antes había programado. Acostumbrada a tal hecho, abre los ojos de par en par con decisión, saliendo del receptáculo e impulsándose por el pasillo hasta la sala de control con movimientos gráciles y la libertad propia de su desnudez.

 

Al poco, logra alcanzar el origen de la señal parpadeando sobre el panel de mandos principal y, con un gesto inconsciente, lanza su mano para desconectarlo asumiendo que se trata del piloto automático y su uso continuado sin vigilancia humana: una señal de emergencia básica en todas las naves de la civilización que pretendía evitar ciertos comportamientos poco profesionales. Entonces toda su mecanización se ve alterada de súbito cuando alza la vista para vislumbrar en la distancia, tras la cristalera frontal, el contorno de lo que parece ser uno de los faros colmena. Tras su sorpresa, la idea de que hubieran acudido a su encuentro tras su partida hacia el módulo de supervivencia revolotea felizmente en su cabeza, aunque no llega a entender la rapidez con la que todo está ocurriendo.

Con fuerzas renovadas, agarra un traje oficial de oteadora de la taquilla cercana al largo cristal para vestirse y entablar contacto lo más rápido posible. Despierta, e ilusionada por el hecho de hallarse cercana a un compañero de colmena, Hayo accede al emisor de señales del rango familiar e intenta continuadamente comunicarse con el tripulante que estuviera a bordo del faro que seguía con la mirada, desde la lejanía. En repetidas ocasiones, la oteadora lanza un mensaje corto de bienvenida protocolario sin recibir respuesta alguna. A escasos cinco minutos, aquella distancia era más que suficiente para que cualquier respuesta hubiese viajado de vuelta, aunque no fue así. Con los fantasmas de la soledad flotando en el ambiente, la oteadora accede al ordenador y teclea casi de memoria los comandos necesarios para poderse acoplar a la nave contigua atendiendo a la velocidad y rotación de ambos objetos. Finalmente, después de confirmar que se trataba de uno de los faros colmena, marcha hacia el portón de enlace a la espera del encuentro. Y mientras flota entre los accesos, puede leer en su muñeca que tan solo han pasado cuatro horas desde que Morfeo la atrapara en su lóbrego sueño.

 

Poco después, la oteadora espera tanto la señal luminosa como la acústica para confirmar que la conexión colmena ha sido un éxito, y sus nervios la llevan a preguntarse el porqué de no haber realizado un barrido corto con el escáner de fondo; de haber alguna incompatibilidad en las transmisiones, podría haber confirmado al detalle la existencia de vida en el interior de la nave, aunque la idea de un encuentro sin previo aviso la excita sobremanera. Los portones se abren al unísono con un movimiento casi imperceptible, dejando escapar una leve brisa oxigenada hacia el interior que logra golpearla de súbito, soltando algún que otro mechón de su firme y amarrado pelo. Hayo resopla con fuerza, decidida, y alarga sus brazos hacia las agarraderas que recorren el pequeño acceso para impulsarse con lentitud a través del pequeño pasillo iluminado que enlaza ambos faros.

Mientras recorre la primera sección del faro amigo, empieza a sentir una sedienta tentación por gritar si alguien puede escucharla. Una tentación que parece ir en aumento conforme cruza el pasillo principal de la nave; pero sabe que aquella no es una buena idea, que no estaría bien visto por sus iguales. De alguna manera siente que está perdiendo progresivamente su profesionalidad para dar paso a las necesidades más primitivas que una vez juró dejar atrás como oteadora de la colmena. Primero, accede a la sala más cercana al portón de enlace, la zona de cuarentena. Observa con detenimiento las funciones automáticas de cada componente, sin llegar a ninguna conclusión. Seguidamente, la abandona hasta llegar a la estancia de almacenamiento de víveres, donde decide ojear desde el mismo marco de la puerta el interior; muebles y cajas apiladas y ancladas a cada pared con sus etiquetas clasificatorias, fechas aproximadas de caducidad, etc. Hayo recorre ahora la distancia que la separa del aseo, sintiendo de repente una ráfaga de aire vaporoso escapando de su interior. En aquel momento, las luces que acompañan el pasillo principal comienzan a palpitar en un amago por apagarse, hasta que recobran de nuevo su brillo refulgente cuando el aire deja atrás a la oteadora.

—¿Hola? —exhala Hayo hacia el interior del baño, introduciéndose con timidez—. Hayo Tamuki, oteadora del faro espacial Axium, ¿hay alguien?

Silencio. Tan solo el eco de su voz rebotando entre las ahora frías paredes del aseo, en el cual se atreve a entrar hasta que comprueba, atónita, que nadie parece haberlo usado en meses. Abandona rauda el receptáculo acompañada de una sensación agobiante, dirigiéndose cegada por sus ansias hacia una sala de control despejada, abandonada a su suerte. Entonces comprueba minuciosamente cada una de las acciones básicas del faro, siendo estas realizadas de manera autónoma, sin necesidad humana ni señal acústica que lo demandase. Una a una, revisa las consolas dispuestas a lo largo de la sala y la información más reciente que habían recopilado. Datos como la velocidad de trayecto, la posición relativa con respecto a las constelaciones cercanas y la condición de los componentes primarios y secundarios son demasiado irrelevantes como para que pueda extraer conclusión alguna de la nave; pero al instante, el control principal alerta sobre la llegada de un videomensaje con una melodía algo desagradable.

Hayo comprueba, para su sorpresa, que aquella señal se había estado repitiendo cada hora a lo largo de sesenta y dos jornadas colmena sin que nadie lo hubiera reproducido. Un escalofrío malsano atraviesa varias veces el cuerpo de la oteadora, logrando que se sienta especialmente incómoda.

—¿¡¡¡Hay alguien aquí!!!? —grita temerosa, deseando que alguien conteste, que alguien le explique los motivos por los cuales todo aquello está pasando. Pero solo su voz rota atraviesa en aquellos instantes los pasillos solitarios del faro, originando un aullido propio del lobo clamando a su manada, un aullido quizás de esperanza. Con un gesto dudoso, acerca su mano a la pantalla para reproducir el videomensaje:

«Hayo Tamuki retransmitiendo desde el faro espacial Axium, hora 11 de la jornada 45…».

La oteadora, petrificada ante la pantalla, comienza a verse reproducida en el primer mensaje que grabó tras recibir la señal del módulo de supervivencia. Se pregunta, confusa, cómo aquel faro ha podido interceptar su mensaje, puesto que la información que se envía directamente a la estación Reina se codifica mediante unos parámetros propios de cada nave para que su privacidad quede siempre intacta.

 

«Hace escasos minutos he recibido señal de lo que parece ser un módulo de supervivencia proveniente del cuadrante exterior más cercano, a unos sesenta días de distancia. He intentado acceder al mensaje, pero llega cifrado; lo único que reconozco es el rango en el cual está emitiendo. Estamos ante un rango Zeta…».

 

Hayo detiene bruscamente la grabación ante el impacto de sus propias palabras, pues cree haber escuchado algo que no recuerda haber dicho por aquel entonces. Tras reproducirlo de nuevo, confirma su sospecha: su reflejo en el tiempo acaba de explicar que el módulo de supervivencia se encuentra a sesenta días de distancia, algo que, según ella, es imposible.

—¿Sesenta días de distancia? —Vuelve a congelar el video intentando acudir con vehemencia a su cuaderno de notas personal, hasta que recuerda haberlo dejado en el traje anterior—. ¡Mierda! Vale… calma, calma. Tan solo recuerda. Fueron casi cuatro jornadas de viaje. Consumí ocho raciones y realicé dos inspecciones técnicas de primer nivel. Estás completamente segura, Hayo. Comprobaste la grabación antes de enviarla… ¿la comprobaste? —La oteadora viaja mentalmente atrás en el tiempo, intentando reconstruir los puentes que conectan lo ilógico de toda aquella situación con sus recuerdos. Necesita aferrarse a ellos—. Vamos a ponerlo en duda. Puede que no la comprobaras, y cometiste un error.

 

«No puedo esperar hasta recibir respuesta de la estación Reina, así que estoy decidida a iniciar rumbo al objetivo. A continuación mandaré las coordenadas de la señal, e iré retransmitiendo en todo momento las novedades de la misión. Como comprobarán, pertenecen a la región más cercana aunque inexplorada del espacio que rodea todo cuanto nuestra nación conoce».

 

Es entonces cuando la oteadora empieza a perder el control. Tras aquellas palabras, puede verse reflejada en el video dirigiendo su mirada hacia el exterior mientras enfoca la cámara hacia la cristalera principal para, posteriormente, acercarse hacia ella, oteando los espacios que la rodeaban. Y comprueba atónita a través de los cristales una estructura alargada, parecida a un faro colmena, acercándose a gran velocidad e incluso emitiendo señales luminosas. Aquello le parece imposible de creer, pues recuerda con perfección haber oteado las oscuras llanuras del cosmos tras la cristalera sin que nada ni nadie hubiera podido turbarla. Recordaría al detalle cualquier aproximación que se hubiera llevado a cabo, y de lejos le habría sido más fácil detectar aquella estructura en vivo que a través de las grabaciones de su propia cámara.

 

Hubo unos segundos de desconcierto mezclados con un terror angosto en los que Hayo vagó, ciega, por los senderos tenebrosos de la lógica. Aquello no era un error producido por el nerviosismo de los acontecimientos, ni mucho menos el reflejo malsano de una amalgama de objetos y colores capaces de producir semejante pareidolia. La oteadora puede apreciar perfectamente el contorno casi pincelado de un faro colmena en la parte superior izquierda de la imagen, ahora congelada. Y, bajo aquella figura alargada, su reflejo en el tiempo agazapado al cristal, visionando quizás espacios ajenos a su tiempo.

Nadando en un mar de cuestiones incapaces de ser contestadas, se precipita de forma veloz a través del pasillo principal hacia su nave, en busca de posibles respuestas desde la estación Reina. Es, quizás, la única esperanza a la que se puede aferrar en estos instantes. Nunca antes se había impulsado con tanta fuerza en el interior de una nave, despreocupada por los imperfectos que pudiera cometer y que, de hecho, comete. En su vuelo frenético golpea con la cadera una pequeña cajonera médica que sobresale cercana al complejo de luces, lanzando varios botiquines de primeros auxilios que rebotan una y otra vez contra las paredes circulares.

De pronto, tras llegar a la puerta que enlazaba las dos naves obviando por completo el destrozo realizado, comprueba que ésta había quedado sellada, y que las luces y los comprobadores de confirmación se encuentran desconectados, dando la sensación de permanecer en aquel desuso por años. Ajena por completo a la situación, trata de forzar el cierre apoyando sus piernas contra el marco para ejercer la máxima fuerza posible, hasta que uno de los sensores lanza una pequeña descarga eléctrica hacia su posición. Hayo, perpleja y algo aturdida, se asoma por la pequeña rendija de la puerta hacia el exterior, contemplando tan solo una absoluta oscuridad que parece tragarla por completo. Y de nuevo vinieron los impulsos frenéticos a través del pasillo principal, pero esta vez acompañados de una risa nerviosa, tímida pero incontrolable. En sus acrobacias, esquiva los objetos que siguen flotando a lo largo del pasillo con movimientos sutiles y precisos, dejándolos tras de sí. Cuando alcanza la sala de control que acababa de abandonar, continúa con la fuerza de su impulso atravesando las consolas de mandos hasta chocar con la cristalera principal para buscar desesperadamente el Axium, su faro colmena. Entonces su risa muta a una carcajada insaciable mientras cabecea melódicamente el cristal, olvidando el dolor: tras la fina línea de metal que separaba lo cuerdo con la infinita y nocturna alienación, no queda rastro alguno de su nave. O quizás nunca y siempre fue aquella, pero Hayo interpreta sus propios rumores incomprensibles como la espera impaciente de ver aparecer lo que tanto ansía en la distancia, tras aquella cristalera ensangrentada.

Y por supuesto, subordinando al silencio, una lata. Una lata golpeando los salientes de un escritorio bajo la ingravidez que una vez más la rodea, una lata apuñalada por el hambre y la rabia. Hayo la observa a través de su locura mientras, instintivamente, se lleva la manga derecha para limpiar las comisuras de su boca. Parece girar sin control, arrojando pequeños restos de carne en el sector exterior inexplorado de las paredes de su mente. Puede que los segundos, ahora, se consuman a través del tiempo en todas y ninguna de las direcciones.

 

 

FIN

 



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  Cristina Gutiérrez.

 

Asturiana de nacimiento, conocida como Ottavia Allgood, ha sido siempre una lectora insaciable de ciencia ficción.

Cuando era pequeña lo que más le apasionaba era imaginar mundos paralelos, guerras intergalácticas y resolver dilemas éticos futuristas. A día de hoy es licenciada en Historia, archivera y profesora de Secundaria, y colabora activamente en la revista digital INARI. Uno de sus relatos fue seleccionado en 2016 para Forbidden nº6 y haber sido seleccionada para la antología Quasar ha sido su mayor motivación para seguir escribiendo sobre futuros alternativos.

 

Twitter: @OttaviaAllgood

 

  

Resumen de Good citizen!

En un futuro próximo todos los ciudadanos del mundo están sometidos a sus gobiernos a través de una aplicación para móviles, tablets y ordenadores llamada Good Citizen! ¿Realmente los ciudadanos son «buenos ciudadanos» o lo son mediante el miedo? ¿Podrán rebelarse los ciudadanos? Y la pregunta más importante: ¿qué es ser un buen ciudadano?