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Nostalgia del más allá

 

Javier Urra

 

 

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© Javier URRA PORTILLO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2018)

Nuestra Señora del Rosario, 14

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es - morata@edmorata.es

 

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-910-9

ISBNebook: 978-84-7112-913-0

Depósito Legal: M-33.289-2018

 

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

 

Fotografía de la cubierta: Hay futuro. Realizada por Natalia Bavio (reproducida con autorización).

 

Fotografía de la solapa de Javier Urra: Parece que fue ayer. Realizada por Aracely González (reproducida con autorización).

 

 

CONTENIDO

 

 

UNA LUZ NEGRA por Javier SIERRA

1. CUANDO DESPERTÓ, ¡ESTABA MUERTO!

2. LA LUCHA DENTRO DE MÍ

3. OBLIGADOS A SER

4. EXCÉNTRICO

5. LA ÚLTIMA LECCIÓN

6. SI VOLVIERA A NACER

ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

 

 

UNA LUZ NEGRA
Javier SIERRA

Veo una luz negra...”

Las últimas palabras de Víctor HUGO antes de morir sacudieron a los que lo acompañaron en su último trance. Tenía 83 años y una pulmonía lo había arrancado de su vida pública, seguramente con la sensación de que algo había fallado en su existencia. Dos de sus hijos habían muerto poco antes que él y su hija Adèle llevaba ya un tiempo confinada en un psiquiátrico. Curiosamente, el autor de Los miserables había reflexionado mucho sobre la muerte antes de llegar aquel aciago día de 1885. Incluso había practicado espiritismo durante sus años de exilio en la isla de Jersey, convencido de que al otro lado existía un mundo en el que el alma se reintegraba con la luz de la que proceden todas. Y pese a ello, lo único que fue capaz de vislumbrar fue negrura.

Su actitud es la más humana ante la muerte.

A Frank SINATRA —otro talento universal— le ocurrió también. “Estoy perdiendo”, dijo cuando un infarto se aferró a su pecho y acabó con su vida, a los 82 años.

La muerte, cuando llega, nos trae la oscuridad de lo incierto. En muchos casos nos asalta justo cuando empezamos a aclimatarnos a este mundo extraño y agresivo en el que la adaptación al medio ocupa buena parte de nuestras energías. Parece algo injusto. Una decisión drástica de la Naturaleza. Un error de diseño. Aunque quizá lo correcto sería empezar a pensar en ella como algo que forma parte inseparable del proceso de la vida, y no como la anomalía —la rareza suprema— en la que la hemos convertido.

En este campo hay algo que lleva tiempo llamándome la atención: todas las civilizaciones que nos precedieron se tomaron tan en serio la muerte que la tuvieron como referencia absoluta de sus actos. Los antiguos egipcios levantaron su cultura teniendo la muerte por horizonte y el viaje del alma al más allá como el sentido último de su cultura. El cristianismo heredó en parte esa actitud hasta que los drásticos cambios sociales que se operaron durante la Revolución Francesa primero, y la Revolución Industrial después, transformaron ese horizonte sustituyendo a la muerte por la vida. El resultado fue una nueva civilización abocada al desarrollo y progreso materiales que requirió ir sepultando poco a poco la preocupación por la parca, y con ella el cuidado de reflexiones que habíamos confiado a las disciplinas filosóficas.

¿A qué nos ha conducido este cambio de rumbo?

Javier URRA lo desentraña en estas páginas: a una nostalgia del más allá.

Nuestra especie, que comenzó su despegue en el Paleolítico, cuando empezó a enterrar a sus difuntos y a prepararlos para lo que creían era un viaje a los orígenes, se hizo sedentaria también para honrar a los antepasados. Sus primeras sepulturas muestran a cadáveres enterrados en posición fetal, enterrados en cubículos y estructuras megalíticas que recuerdan al seno materno. Como si morir fuera un camino de regreso a una casa materna y misteriosa. Y esa actividad en la que nos hemos entregado durante más de cien mil años no puede sino provocarnos nostalgia.

Será difícil que el progreso convierta a la muerte en algo menor, aunque se empeñe con todas sus fuerzas en convencernos de que la felicidad está solo en el consumo. Esa nostalgia que evoca el sabio URRA en estas páginas es, en el fondo, el mecanismo de seguridad que tiene nuestra memoria colectiva para recordarnos lo que es verdaderamente importante: que la vida hay que vivirla, pero la muerte hay que morirla. Y para ello, conviene que nos preparemos. Esa es, pues, la pretensión profunda de Javier URRA, y por la que lo felicito.

Sería una lástima llegar al final del camino y, como Víctor HUGO, solo ser capaces de ver una luz negra.

Javier Sierra, octubre de 2018.

 

 

 

Somos

fatalmente extraños

a nosotros mismos.

 

 

 

 

Nostalgia del más allá busca ser:

Una donación de la Psicología a la Sociedad.

Un texto inteligente y seductor.

En nada efímero.

 

 

 

 

Un hacha

que abra un agujero

en el mar helado

de nuestro interior.

(KAFKA).

 

Un escrito fantástico

que nos lleva a la reflexión

de qué somos y qué buscamos,

que invita a la acción.

Transmisión de vida

que se lee deprisa por lo ameno

y se saborea despacio por lo profundo.

Escrito —recordando a Cervantes—

por una persona que ha leído mucho,

que ha andado mucho

y que sabe mucho.

Un análisis exhaustivo

de la naturaleza humana.

El estilo,

un tsunami de ideas,

fresco y original.

Una pluma seria

y elegante.

Avanzando lentamente

por decantación,

creciendo como las estalactitas

y estalagmitas.

Así se ha elaborado

Nostalgia del más allá.

 

 

Mientras esto escribo

estoy vivo.

Quien lo lee

está vivo.

Nos encontramos

en un espacio

de eternidad.

 

 

Lo eterno es lo presente,

el momento en el que entran

en contacto

el tiempo y la eternidad.

(Sören KIERKEGAARD).

 

 

 

Bien podrán los encantadores

quitarme la ventura.

Pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.

(El Quijote.
Miguel DE CERVANTES).

 

 

El reto:

encontrarse

con ese desconocido

que habita

en nosotros mismos.

 

 

 

Un hombre

que no se alimenta

de sus sueños,

envejece pronto.

(William SHAKESPEARE).

 

 

La vida

es insufrible,

si se vive únicamente

con lo que se sabe,

y lo que se recuerda,

sin una ventana abierta

a lo que se espera.