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John A. Castro Torres es lingüista, maestro y Magíster en Fonoaudiología. Es profesor del Departamento de Humanidades de la PUCP y coordinador académico de las maestrías PUCP-CPAL. Asimismo, tiene una amplia experiencia en integrar a la lingüística, a la educación y a la fonoaudiología con la finalidad de proponer programas de evaluación e intervención a personas diagnosticadas con trastornos del lenguaje. Sus áreas de interés están relacionadas con la lingüística clínica, la neurolingüística y la rehabilitación del lenguaje.

John A. Castro Torres
(editor)

Introducción a la lingüística clínica

Aproximaciones a los trastornos de la comunicación

Introducción a la lingüística clínica
Aproximaciones a los trastornos de la comunicación

John A. Castro Torres, editor

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2018
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Diseño, diagramación, corrección de estilo
y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: agosto de 2018

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

ISBN: 978-612-317-388-3

Si partimos de la sentencia de R. Jakobson, «La Lingüística es la ciencia de las manifestaciones del lenguaje», no dudaremos, primero, de que la lingüística sea o no una ciencia y, segundo, de que se deba ocupar o no de las patologías del lenguaje, ya que dichas patologías son una manifestación más del lenguaje.

Elena Garayzábal y María del Pilar Otero (2005)

Agradecimientos

En principio, agradezco al Centro Peruano de Audición, Lenguaje y Aprendizaje (CPAL), complejo educativo con más de medio siglo de historia en nuestro país, pionero en el área de la fonoaudiología y con una carrera inusitada en el trabajo con trastornos y alteraciones relacionados con la audición, el lenguaje, el habla y el aprendizaje de niños, jóvenes y adultos. Este trabajo representa el esfuerzo conjunto de una serie de especialistas del CPAL que, con especial entusiasmo, decidió embarcarse en esta empresa y cumplir con esmero los objetivos trazados de este libro, desde el inicio del diseño del proyecto hasta su culminación.

De igual manera, quiero agradecer a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) que, por medio de sus programas de posgrado en convenio con el CPAL, permite que se manifieste el interés académico por el estudio de los trastornos del lenguaje y de las dificultades de aprendizaje, los que han servido como primer estímulo para que un lingüista decida enrumbarse en el apasionante mundo del lenguaje y sus trastornos y abrace como suya la responsabilidad de la edición de esta obra.

Asimismo, agradezco al Departamento de Humanidades de la PUCP, unidad académica universitaria que ha sido representada por excelentes lingüistas, quienes han contribuido, con especial interés, con sus conocimientos en las secciones que debían desarrollar.

Por último, pero no por eso menos importante, quiero ofrecer un abrazo fraterno a los profesionales de otros países, catedráticos e investigadores de distinguidas universidades extranjeras, que con plena confianza en dos instituciones con amplia trayectoria académica como el CPAL y la Pontifica Universidad Católica del Perú, decidieron compartir sus saberes y explicarlos con asombrosa destreza en el desarrollo de las secciones de este libro que les fueron asignadas.

John A. Castro Torres

Editor

Prólogo

Quien abre las páginas de este texto y empieza a leerlo, puede tener la impresión de encontrarse con un libro que es varios libros y, si no es así, puede llegar a pensar que tiene ante sí varios intentos de hacer uno. Los cruces temáticos, las reiteraciones, los caminos paralelos, las desviaciones inconclusas, los espacios vacíos, las fronteras esquivas, los reencuentros, las frases engoladas, los estilos dispares, las intuiciones y un etcétera —no muy largo— pueden ocasionar que el lector sienta algo inusual: lee un libro múltiple o lee múltiples libros. No está mal, por cierto; en ocasiones, los buenos libros sueltan anzuelos que el lector encuentra donde menos lo espera y los toma mientras el hilo narrativo lo conduce en la dirección prevista por el autor. Algo de ello sucede aquí. La multiplicidad es explicable y natural en una colección de trabajos unidos por el interés de definir el sentido y el campo de la lingüística clínica. Lo anuncia el título con la palabra «introducción». Claro que no es igual proponer una introducción a una disciplina bien delimitada, autónoma, con nutrida bibliografía y la concomitante conciencia de un grupo de especialistas que reconoce estar unido por esa disciplina y concentrado en un objeto de estudio suficientemente perfilado, que una introducción a una disciplina —digamos— en construcción en nuestro país, una disciplina que nace demoliendo los muros que enclaustran ciencias con historia y un largo recorrido a cuestas. Precisamente, ese ejercicio de demolición expresa la necesidad de crear un nuevo espacio de diálogo interdisciplinario para atender hechos humanos concretos, no abstracciones ni juegos de salón, hechos urgidos de observaciones y análisis que convocan a perspectivas distintas, a conceptos y métodos diversos con la finalidad de entender y describir mejor la dimensión cognitiva y pragmática del lenguaje y, como si no fuera suficiente, corona esa orientación y ese diálogo interdisciplinario la posibilidad de contribuir a que vivan mejor seres humanos con alguna patología. Es, sin duda, en ese punto final donde la multiplicidad deviene en una unidad, siempre compleja e irrepetible: la persona; nosotros, seres humanos, seres pensantes, hablantes y sociales.

La lingüística clínica existe en ese vértice y tendrá futuro en nuestro país si nos atrevemos a realizar el recorrido que sigue este libro y a tomar las señales de paso que proponen los autores. La lingüística clínica no está en Saussure ni en Chomsky; pero, al mismo tiempo, está en ellos mismos, como en muchos otros que mostraron la complejidad del funcionamiento del lenguaje y la amplitud y variedad de dimensiones presentes en el saber lingüístico y en ser capaces de hablar y comunicarnos con otros hablantes. Llegado este momento, aclarado el propósito y despejada la turbulencia que produce la primera mirada, el libro gana personalidad, adquiere sentido, razón de ser y, como es habitual en el mundo académico, el lector se lleva preguntas, dudas, algunas luces; no faltará quien cierre el libro frunciendo el ceño, incrédulo, desafiante. En cualquier caso, prime la coincidencia o se imponga la divergencia, lo que queda es la certeza de que debemos implementar y definir, brindándole un armazón teórico y metodológico adecuado, la lingüística clínica en el Perú. Y ese final, en realidad un nuevo inicio, merece sincero agradecimiento de nuestra parte.

Carlos Garatea Grau

Lima, mayo de 2018

Introducción

El presente libro es un trabajo de sistematización conjunta de un grupo de estudiosos nacionales y extranjeros dividido en siete equipos de trabajo (Lingüística, Fonoaudiología, trastornos del lenguaje, trastornos del habla, dificultades de aprendizaje, audición y afasiología) que, con dedicación y precisión académica, comparten sus conocimientos sobre los trastornos del lenguaje con la finalidad de sistematizar la información inmersa en su praxis profesional, en un texto que, con maestría didáctica y clara redacción, se convierte en un necesario libro de consulta para quienes decidan arribar a esta subdisciplina de la Lingüística: la lingüística clínica.

Con la finalidad de que este trabajo siga una secuencia clara, ha sido dividido en tres partes o secciones. La primera parte establece un panorama general de los aportes de la lingüística al estudio del lenguaje y sus alteraciones. En esta sección, se aborda primero la concepción que tienen los lingüistas sobre el lenguaje y los subsistemas que lo componen. Luego, se aproxima al lector a los inicios de la Fonoaudiología en nuestro país y en Latinoamérica, describiendo, además, el trabajo de los fonoaudiólogos y cómo es concebido el lenguaje por estos profesionales que analizan alteraciones lingüísticas. Después, se trata cómo es que la lingüística evidencia su teoría formal en una de sus manifestaciones más visibles: los trastornos del lenguaje. Al ser la lingüística clínica una subdisciplina tan poco explorada en nuestro país, se hace un recorrido por su historia en el mundo, sus objetivos y objeto de estudio, así como su campo de aplicación, la diferencia que existe entre esta y la Fonoaudiología, así como la labor que cumple el lingüista como estudioso de los trastornos del lenguaje.

La segunda parte amplia con precisión los temas afines al desarrollo del lenguaje y sus trastornos. Así, primero se buscará comprender la necesidad de ser competente auditivamente para desarrollar lenguaje de manera óptima, la situación lingüística de aquellos niños con pérdida auditiva desde el nacimiento y la de aquellos en los que, gracias a algún dispositivo amplificador de sonido, ven potenciada esa facultad, lo que les permite el normal o mejor desarrollo de su lenguaje. Luego se desarrolla el tema del lenguaje y todas sus implicancias, desde sus bases neurobiológicas, su proceso de adquisición y los trastornos del lenguaje oral y escrito, desde sus principales predictores, la evaluación de los mismos y las técnicas de intervención que permitirán potenciarlos o, en buena cuenta, superarlos. De otro lado, así como hemos analizado la evolución del mismo desde los primeros años, consideramos importante describir situaciones específicas que denoten deterioro del lenguaje debido a lesiones cerebrales —entre las que se encuentran las afasias— o a enfermedades degenerativas —como el Alzheimer y otras demencias—. Por último, se habla de los problemas de producción del lenguaje manifestados en patologías de la motricidad orofacial, en los trastornos de la voz y en las alteraciones de la fluencia y del ritmo verbal, a través de la descripción de la anatomía y fisiología básicas del aparato estomatognático (musculatura orofacial y cervical) y del tracto vocal. De igual manera, se aborda los parámetros de normalidad en la adquisición del habla, la voz y la fluencia, así como las diferentes clases de alteraciones y posibles causas en déficits de este tipo.

Finalmente, en la tercera parte de este libro se desarrolla de manera sucinta algunas investigaciones interdisciplinarias en el estudio del lenguaje. Se expone la significativa relación entre lenguaje y cognición; por otro lado, se desarrolla las características lingüísticas particulares de los hablantes de castellano de nuestro país. Al ser un libro introductorio de lingüística clínica peruano, es menester hacer conciencia de nuestra realidad lingüística, que abarca desde el reconocimiento de las lenguas existentes en el Perú hasta las diferentes variedades del castellano propio de nuestra nación con sus características geográficas, sociales, situacionales y adquisicionales.

En suma, esta introducción a la lingüística clínica pretende condensar una serie de conocimientos conducentes a la explicación de cómo las bases teóricas lingüísticas encuentran plena realización en manifestaciones específicas del lenguaje, que abarcan su desarrollo, su deterioro y sus trastornos. Confiamos en que la producción de este trabajo colectivo beneficie a la comunidad académica interesada en el tema y sirva de referente inmediato para quienes recurran a él.

John A. Castro Torres

Editor

PARTE I.
APORTE DE LA LINGÜÍSTICA AL ESTUDIO DEL LENGUAJE Y SUS TRASTORNOS

Capítulo I.
El lenguaje para los lingüistas

Jorge Iván Pérez Silva

Lingüista
PUCP

Antes de empezar a exponer cómo entendemos los lingüistas el lenguaje o qué nos preocupa sobre él, es necesario presentar dos advertencias. La primera es que no todos los lingüistas entendemos el lenguaje de la misma manera. Como consecuencia de esto, existen diferentes corrientes de pensamiento dentro de la lingüística, la ciencia que estudia el lenguaje en sus diferentes manifestaciones. En este breve texto no ensayaremos la presentación de las diversas formas de entender el lenguaje que existen porque sería infructuoso, ya que cada una de ellas está sustentada sobre buenas razones que requieren de más espacio para ser expuestas y discutidas de manera justa y provechosa para el lector. Lo que intentaremos, más bien, es caracterizar el lenguaje de la manera más objetiva posible, de modo que (casi) cualquier colega pueda estar de acuerdo con lo afirmado o pueda reconocer en qué no lo está. Y aquí presentamos la segunda advertencia: como cualquier disciplina científica, la lingüística está sujeta a las limitaciones cognoscitivas de los seres humanos. Las teorías que podemos construir sobre los objetos y procesos de la realidad que intentamos conocer dependen de la evidencia empírica de la que disponemos al momento en que las formulamos (lo que las hace temporales) y dependen de los principios epistemológicos que guían nuestro quehacer, los que, ciertamente, nos parecen adecuados para los fines que nos proponemos, pero podrían ser otros. Queda, pues, advertido el lector sobre la naturaleza del texto que tiene ante sus ojos.

La manifestación del lenguaje más obvia para quien lo estudia es su aspecto material o el «plano de la expresión». El lenguaje es observable como una forma de comportamiento que nos caracteriza como especie, al igual que reír, razonar o caminar en dos piernas. El comportamiento lingüístico se presenta de dos maneras: como producción de sonidos con el aparato fonador y como realización de señas manuales con movimientos del cuerpo y gestos faciales1. La primera modalidad es captada mediante el oído y es la utilizada de manera más natural por quienes escuchan; la segunda, en cambio, es captada por la vista y es la utilizada de manera más natural por quienes no pueden hacerlo. Este comportamiento, como es obvio, no es innato; su desarrollo requiere del aprendizaje de una lengua oral o de una lengua de señas. Sin embargo, los seres humanos nacemos con una carga genética tal que nos permite aprender sin mayor esfuerzo una o más lenguas de cualquiera de estos tipos con solo estar expuestos desde la infancia a personas que se dirijan a nosotros usándolas; es decir, hablándonos en estas lenguas, bien con sonidos o bien con señas. Se ha observado que, si un niño ha recibido estímulos de una lengua de señas desde el nacimiento, empieza a reproducirlas, es decir, a hablar de manera espontánea antes de cumplir su primer año. Asimismo, los niños que reciben estímulos lingüísticos sonoros desde muy temprano (en el caso de las lenguas orales, esto es posible antes de que el niño nazca) empiezan a producir sus primeras palabras alrededor del primer año de vida.

Otra manifestación del lenguaje, menos obvia que la anterior para el estudioso aunque no para sus usuarios, es la interpretación de las señas o de los sonidos, lo que se conoce como el «plano del significado» del lenguaje. Las señas o sonidos producidos por unas personas pueden ser interpretados por otras si es que comparten el conocimiento de la lengua de señas o de la lengua oral a la que pertenecen tales señas o sonidos. Las señas o sonidos no son interpretables por sí mismos; para poder interpretarlos, las personas tenemos que haber aprendido qué información o significado les asocian convencionalmente sus usuarios; es decir, tenemos que haber aprendido las lenguas a las que pertenecen esas señas o sonidos. Así, por ejemplo, en castellano, los sonidos [ixo], correspondientes a la palabra «hijo», se interpretan de manera muy similar a los sonidos [sʌn], que es como se pronuncia la palabra inglesa «son». Pero para poder interpretarlos, es necesario haber aprendido la convención social que asocia tales sonidos con tales significados. De manera similar, la seña para referir a un hijo en lengua de señas peruana es un movimiento paralelo de las dos manos, una frente a la otra, con la palma extendida formando un canal, que parte de la altura del abdomen y va hacia abajo y hacia delante; el que sea varón se expresa posando el dedo índice extendido sobre el labio superior. Por su parte, en la lengua de señas americana, para expresar esta idea, se empieza marcando que es varón colocando en la frente la mano con los dedos extendidos y el pulgar frente al índice, luego se baja la mano extendida, girando el antebrazo para hacerlo descansar sobre el antebrazo contrario. Tanto en el caso de los sonidos, como en el de las señas, es necesario aprender los significados que les asocian sus usuarios porque el vínculo entre expresión y significado se basa en la pura convención de la comunidad que los usa.

Así, pues, las señas o sonidos que se usan en las lenguas presentan un aspecto expresivo (lo que podemos ver o escuchar) asociado a un aspecto significativo (lo que podemos interpretar). A esta asociación entre una expresión y una interpretación —o un «significante» y un «significado», en palabras de Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística moderna— se le conoce como «signo lingüístico». Según Saussure, los signos lingüísticos son «arbitrarios»; esto quiere decir que el vínculo entre los significantes y sus correspondientes significados no es natural, sino convencional. De esta manera, para este importante lingüista, la lengua se puede caracterizar como un «sistema de signos».

Muchos de los signos lingüísticos que usamos al hablar son simples, en el sentido de que expresan un único significado; esto es lo que ocurre con los signos que vimos líneas atrás. Pero los hablantes, tanto de lenguas de señas como de lenguas orales, la mayoría de las veces construimos signos lingüísticos complejos mediante la combinación de signos simples. Esta capacidad para combinar signos simples y formar signos cada vez más complejos es una de las muestras más claras del carácter sistemático del lenguaje, pues la combinación de signos no es aleatoria, sino que sigue reglas. Así, por ejemplo, si queremos expresar la idea de que hemos comprado un perro gordo, tanto en lengua de señas peruana como en castellano, tenemos que combinar signos simples formando signos cada vez más complejos, pero la manera de combinar los signos no es idéntica. Ambas lenguas coinciden en que primero se coloca el signo que significa «nosotros» (el «sujeto»), pero difieren en qué signo viene después: en lengua de señas peruana, luego va el signo que hace referencia al perro (el «objeto») y finalmente el que expresa la acción de comprar (el «verbo»); en cambio, en castellano va después el signo que expresa la acción de comprar (el «verbo») y al final va el que hace referencia al perro (el «objeto»). Es interesante notar que la mayoría de lenguas del mundo se dividen, en casi igual medida, entre las que usan el mismo orden de la lengua de señas peruana (sujeto-objeto-verbo) y las que usan el mismo orden del castellano (sujeto-verbo-objeto).

Para apreciar la complejidad de la combinatoria del lenguaje, podemos examinar cómo se construye un signo complejo como «una gata arañó ese sofá» en una lengua oral como el castellano. La construcción de este signo complejo involucra una larga serie de combinaciones de signos simples que van formando signos cada vez más complejos. Los signos simples o «morfemas» que componen este signo complejo son los siguientes: «un», «a», «gat», «a», «arañ», «ó», «es», «e» y «sofá». Estos morfemas se combinan para formar los signos complejos que conocemos como «palabras»: «un-a», «gat-a», «arañ-ó» y «es-e». El morfema «sofá» forma la palabra «sofá» por sí solo; en cambio, forma la palabra «sofá-s» con el morfema «s» y la palabra «sofá-cito», con el morfema «cito». A su vez, las palabras se combinan formando signos más complejos llamados «frases»: «una» y «gata» forman la frase «una gata», mientras que «ese» y «sofá» forman la frase «ese sofá». Una palabra y una frase también pueden combinarse para formar otra frase; es lo que ocurre con la palabra «arañó» y la frase «ese sofá», que conforman la frase «arañó ese sofá». Finalmente, esta frase y la frase «una gata» se combinan para formar la frase «una gata arañó ese sofá». A este tipo de frase se le conoce como «oración» y en el gráfico 1 podemos ver su estructura.

El conjunto de morfemas de una lengua, sea oral o de señas, recibe el nombre de «vocabulario» o «léxico» y se calcula que una persona llega a conocer algunos miles de ellos. Por otra parte, las reglas de combinación de estos morfemas para formar palabras, así como las reglas para formar frases a partir de ellas, se conoce como «morfología» y «sintaxis», respectivamente. Al conjunto de reglas de la morfología y la sintaxis se le conoce con el nombre general de «gramática». Así, la estructura fundamental de una lengua —lo que tenemos que aprender para poder usarla— es un vocabulario o léxico, formado por signos simples o morfemas, y una gramática, un conjunto de reglas que debemos seguir para combinar dichos morfemas en signos cada vez más complejos (palabras y frases).

Las reglas gramaticales reflejan la manera como los hablantes suelen combinar los signos de su lengua y algunas son más estrictas que otras, pues en algunos casos los hablantes debemos combinar signos de una manera fija, pero en otros podemos hacerlo con mayor libertad. Las reglas morfológicas son muy estrictas: las palabras «gat-a» o «arañ-ó» en castellano no podrían construirse combinando sus morfemas al revés; como bien sabemos, no construimos nunca las secuencias «a-gat» u «ó-arañ». No es que las raíces solo puedan combinarse con morfemas que sean sufijos, ya que también hay palabras como «in-capaz» o «des-arm-é», que presentan prefijos. Lo que ocurre es que las categorías combinatorias «sufijo» o «prefijo» solo pueden tener un lugar de aparición con respecto a la «raíz». Algo parecido ocurre con algunas categorías combinatorias de la sintaxis, pero no con otras. El orden en que colocamos los determinantes con respecto a los nombres, tanto en el castellano como en la lengua de señas peruana, es bastante fijo: [determinante-nombre]. En efecto, en castellano decimos normalmente «una gata» o «el sofá», mientras que en lengua de señas peruana, para expresar la idea que en castellano se expresa como «ese perro», lo normal es signar primero el determinante —señalar hacia un costado mirando en la misma dirección— y luego el nombre —golpe en la pierna seguido de un chasquido de los dedos—. En cambio, la posición de los adjetivos es más libre en estas lenguas, pues pueden aparecer antes o después del nombre: [determinante-adjetivo-nombre] o [determinante-nombre-adjetivo]. En castellano, en particular, esta diferencia puede cambiar el significado de la frase. La oración: «El joven lavó las sábanas blancas», por ejemplo, puede servir para especificar que las sábanas lavadas fueron las blancas y no otras (interpretación «especificativa»); en cambio, la oración: «El joven lavó las blancas sábanas» solo sirve para indicar que las sábanas eran de ese color (interpretación «explicativa») y no sugiere que también hubiera sábanas de otro color.

Las reglas sintácticas que seguimos los hablantes al representar lingüísticamente situaciones o eventos, quizá la función más fundamental del lenguaje, también nos muestran que algunas se pueden utilizar con más libertad que otras. Con la oración castellana: «Una gata arañó el sofá» describimos una situación en la que participan dos entidades (una gata y un sofá) que se encuentran en una determinada relación, a saber, la gata ha realizado una acción (arañar) que ha afectado al sofá. El lenguaje nos permite describir esta situación gracias a que podemos construir dos frases que representan a ambos participantes de la situación —«una gata» y «ese sofá»— y combinarlas con otro signo que representa la relación entre ambos —el verbo «arañó», que aparece también con un morfema de tiempo pasado—. La combinación sintáctica de estas dos frases, llamadas «argumentos», con el verbo, llamado «predicado», permite que nuestro interlocutor entienda que estamos afirmando de la gata que arañó el sofá y del sofá que lo arañó la gata. La combinación sintáctica de los argumentos con su predicado no es simple, sin embargo. Debemos cuidar que la frase «una gata» sea el «sujeto gramatical» del verbo (lo que se evidencia por la concordancia entre ellos) y que la otra, «el sofá», sea el «objeto» o «complemento gramatical». Son estas relaciones sintácticas las que garantizan que la interpretación de «agente» de la acción de arañar se asocie con «una gata» y la de «paciente» de dicha acción se asocie con «ese sofá».

El establecimiento indudable de las relaciones gramaticales de «sujeto» y «objeto» es lo que permite que los argumentos «una gata» y «ese sofá» reciban las mismas interpretaciones (agente y paciente) en la oración anterior y en la oración: «Ese sofá lo arañó la gata». Aunque la posición de los argumentos dentro de la oración es diferente, la interpretación es la misma porque las relaciones gramaticales de los argumentos son idénticas en ambas oraciones. También son las relaciones de sujeto gramatical y de objeto o complemento gramatical las que garantizan que interpretemos correctamente que en la oración: «Ese alambre arañó a una gata», el alambre es el que causó el arañazo y la gata la que lo sufrió. En esta oración, la palabra «a» de la frase «a una gata» nos permite identificar sin problemas que esta frase contiene al complemento de la oración y, por lo tanto, al argumento paciente («una gata»).

De manera similar, en la oración: «A la gata le gusta ese sofá», la palabra «a» está señalando que «la gata» es el complemento gramatical. En esta oración, «ese sofá» es el sujeto, lo que se evidencia por su concordancia con el verbo: si en lugar de «ese sofá», el sujeto fuera «esos sofás», «tú» o «yo», la forma del verbo sería, respectivamente, «gustan», «gustas» o «gusto». Si bien debemos obedecer de manera estricta las reglas sintácticas al colocar los argumentos como sujeto o como complemento gramatical, tenemos la opción de decidir cómo estructuramos la información de la oración dándole mayor énfasis a uno de los participantes de la situación que describimos. Así, podemos preferir el orden: «A la gata le gusta ese sofá», si estamos poniendo a la gata como protagonista de lo que describimos. De manera alternativa, si es el sofá el «tópico» de nuestra conversación, probablemente preferiremos el orden: «Ese sofá le gusta a la gata». La elección de un tópico oracional determina que el resto de la información que ofrecemos en la oración (lo que se conoce como «comentario») esté en función de dicho tópico: si bien en las dos oraciones anteriores se describe la misma situación, la primera es más adecuada para una conversación sobre la gata (el comentario menciona un gusto del animalito) y la segunda, para una conversación que trata sobre el sofá (el comentario menciona una propiedad de ese sofá en particular).

La pregunta por el origen del lenguaje nos remonta en el tiempo hasta nuestros ancestros homínidos, lo que nos obliga a formular hipótesis que no podemos contrastar fácilmente con datos. Podemos suponer que los primeros elementos lingüísticos que utilizaron nuestros ancestros —quizá el Homo habilis— fueron signos simples, tanto orales como gestuales. La comprensión de que un sonido o un gesto puede representar un objeto o un evento distinto de ellos —es decir, la utilización de signos— es el paso fundamental para la existencia del lenguaje. La posibilidad de combinación de estos elementos para formar expresiones más complejas (la gramática) es seguramente un desarrollo posterior, como también lo es la gran sofisticación de los sistemas expresivos de sonidos y señas que muestran las lenguas contemporáneas, lo que se conoce como la «fonología» del lenguaje. Es muy probable que los grupos originarios de Homo sapiens que salieron del África para poblar el mundo, hace aproximadamente 100 000 años, ya dominaran un sistema lingüístico lo suficientemente complejo como para poder tener éxito en la difícil empresa que iniciaron.

La evidencia lingüística escrita más antigua con la que contamos es de hace unos 5000 años y nos muestra la existencia de lenguas tan desarrolladas como las que conocemos en la actualidad. En efecto, lenguas como la sumeria o la egipcia contaban ya con toda la estructura que hemos descrito líneas atrás. Quienes practican la lingüística histórica han intentado reconstruir una lengua que se habló hace unos 6000 años en Europa oriental, pero de la que no hay evidencia escrita tan antigua. Llaman a esta lengua «protoindoeuropeo» y la consideran el origen de muchas lenguas actuales como el castellano, el inglés, el irlandés, el ruso, el griego, el hindi y el persa, entre muchas otras. Esta propuesta supone uno de los descubrimientos más importantes de la lingüística: el lenguaje está en constante cambio y las lenguas nunca permanecen iguales, sino que se van diferenciando por causa de sus hablantes. La hipótesis es que hace miles de años un pueblo que habitaba esta región empezó a migrar en distintas direcciones y que sus descendientes llegaron a lugares tan lejanos como la India o la península ibérica. Si bien su lengua original era una, las siguientes generaciones fueron transformándola y los grupos que se asentaron en algunos lugares perdieron contacto con los que continuaron migrando. Con el paso de muchas generaciones, los cambios se acentuaron a tal punto que las distintas formas actuales de hablar la lengua original se consideran lenguas diferentes (aunque, en realidad, no son sino variedades de una misma lengua). Dos ejemplos pueden ilustrar esto: en el protoindoeuropeo, los conceptos «3» y «8» se expresaban (aproximadamente) con los signos orales «treyes» y «hokto», respectivamente; no sabemos de la existencia de una lengua de señas de aquella época, pero es probable que los signos para estos conceptos se hicieran con los dedos de la mano. Los signos «treyes» y «hokto» cambiaron a algo como «threis» y «achtau» en el protogermánico y luego a «three» y «acht», respectivamente, en el inglés y el alemán actuales. Por su parte, los signos del protoindoeuropeo habían cambiado en la época del latín a «tres» y «octo», posteriormente cambiaron a «tre» y «otto», así como a «tres» y «ocho», en el italiano y el castellano actuales, ambos idiomas descendientes de aquella lengua.

La preocupación de los lingüistas por el lenguaje no es solo por su estructura fundamental o por la manera en que cambia a lo largo del tiempo. También nos preocupa su relación con otros aspectos de la realidad, como la mente o la sociedad. Un tema del que se ocupan muchos lingüistas es el papel que juega el lenguaje en la construcción de la identidad de los individuos y de las comunidades. Las personas nos identificamos como miembros de diferentes grupos, nos consideramos parte de comunidades con cuyos miembros compartimos diferentes vivencias o formas de pensar y sentir. La lengua compartida es una de las propiedades culturales más valoradas por los pueblos porque las personas sentimos nuestra lengua como parte de nuestro ser individual y la consideramos algo que nos une como grupo y nos distingue de otros que no la comparten. El lenguaje es una herramienta muy poderosa para la transmisión de conocimiento y es, por tanto, el principal vehículo a través del cual una cultura pasa de generación en generación. Esto contribuye a la identificación tan fuerte que establecemos entre lengua y cultura.

Este vínculo tan fuerte entre la lengua y sus usuarios se encuentra en riesgo cada vez que un grupo humano oprime a otro y lo obliga, de diferentes maneras, a abandonar su lengua. En la sociedad peruana, esto resulta evidente a lo largo de nuestra historia. El Imperio incaico fue una organización política basada en la conquista militar de muchos pueblos a manos de la etnia de los incas. Esta conquista, sin embargo, no significó el abandono de las lenguas originarias de estos pueblos. La conquista del Perú por los españoles, en cambio, trajo como consecuencia una mayor desestructuración de las culturas que se habían desarrollado a lo largo de siglos en nuestro territorio debido a la enorme reducción de la población causada por la forma brutal en que sometieron a los conquistados y a la imposición de la cultura occidental como la única válida, lo que se expresó de la manera más violenta en la llamada «extirpación de idolatrías», así como en la prohibición de usar las lenguas nativas. La emancipación de España y la consecuente formación de la República no revirtieron esta situación, sino que la exacerbaron. La discriminación de los indígenas, de su cultura y de sus lenguas sigue formando parte en la actualidad de la estructura social de nuestro país; su consideración negativa sigue formando parte de la ideología dominante de los peruanos.

Otra comunidad que sufre opresión en nuestra sociedad es la de las personas sordas. Todavía entre nosotros son vistos como personas defectuosas, disminuidas en comparación con los oyentes. Inclusive la legislación vigente no les otorga un estatus de ciudadanía equivalente al de las personas oyentes. La verdad, sin embargo, es que las personas sordas pueden desempeñarse en nuestra sociedad con la misma eficacia que las personas oyentes. Históricamente, la gran diferencia entre unas y otras ha sido la falta de dominio de una lengua por parte de las primeras y el dominio del castellano como lengua oral por parte de las segundas. Si el Estado garantizara que las personas sordas aprendieran desde la infancia la lengua de señas peruana —es decir, una lengua que les es natural por ser perceptible por la vista y no por el oído—, ellas tendrían las mismas oportunidades que un niño oyente para desarrollarse cognitivamente y para relacionarse de forma social. Si todos los niños sordos pudieran ir a una escuela en la que se educara en lengua de señas peruana y también, por supuesto, se les enseñara a leer y escribir en castellano, se convertirían en ciudadanos igualmente funcionales en nuestra sociedad.

En este texto, hemos intentado mostrar, de una manera muy sucinta, cómo entendemos el lenguaje los lingüistas y qué nos preocupa de él. Podemos terminar afirmando que nuestra principal preocupación es el respeto a los derechos lingüísticos de todas las personas; lo que implica, en primer lugar, valorarlas como tales y, en segundo lugar, valorar el maravilloso sistema lingüístico que les es propio.


1 Agradezco a mi amigo y colega Miguel Rodríguez Mondoñedo por mostrarme la importancia de colocar las lenguas orales y las de señas en pie de igualdad en lo que uno enseña y escribe. También le agradezco por las descripciones de las señas que aparecen en este texto.