Siempre soñé contigo

 

 

 

 

Siempre

soñé contigo

 

 

Giselle Amorós

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

 

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

 

© Giselle Amorós 2019

© Editorial LxL 2019

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

 

Primera edición: noviembre 2019

Composición: Editorial LxL

 

ISBN: 978-84-17160-79-1

 


Índice

Agradecimientos

1

FEBRERO

2

3

4

MARZO

5

6

7

MAYO

8

9

JULIO

10

11

12

13

Epílogo

Fin

Biografía de la autora

 

 

Mi dedicatoria no está relacionada con esta bonita novela, que espero os llene de buenos momentos de lectura, sino con un pensamiento que quiero expresar.

Quiero dedicar esta novela a todas nuestras antepasadas y, para mí, heroínas.

A nuestras madres, abuelas y bisabuelas, esas que no lo tuvieron nada fácil para vivir un día a día complicado por el simple hecho de ser mujer. Esa franja de nuestra historia, de mujeres que vivieron una posguerra, y los años anteriores y venideros. Donde dependían de un marido que con suerte fuera benévolo y las hiciera un poquito felices. Casarse y dejar de verse guapas, porque lo único que se esperaba de ellas es que tuviesen hijos y atendieran a su marido, siendo prácticamente sus esclavas. Que no tenían derecho al trabajo ni a una vida independiente, porque era el esposo quien, por ley, tenía el poder sobre ellas, y los ideales de una mujer eran invisibles. Una época donde te quitaban a tu hijo de los brazos para llevarlo a una guerra que no entendías, sin saber si lo volverías a ver.

Luchaban por su familia con todas las trabas que la vida les iba poniendo, arropándolos siempre con una gran sonrisa.

A todas ellas, mis heroínas siempre presentes.

Egoístamente agradezco haber nacido en esta época. Y, consciente de que queda mucho por hacer, me gusta saber y ver que hay hombres que aman de igual a igual.

 

 

Agradecimientos

 

 

 

Mis agradecimientos van destinados a las culpables de que mis novelas vean la luz. Y no son otras que el equipo de esta fantástica Editorial LxL. Angie, gracias por todo el trabajo que realizas y el apoyo incondicional que tengo contigo.

También, como no, a mi gran familia, que sigue con ilusión mi trayectoria en este mundo. Y, por último, agradecer a todas esas personas que leen romántica y que disfrutan con mis novelas.

 

 

1

 

 

FEBRERO

 

 

 

 

 

 

El anillo de mi mano golpea impaciente sobre el volante mientras mi mente intenta distraerse con la canción que suena en la radio, pero ni siquiera la gran Malú hace que deje de pensar en lo incómodo de esta situación.

Lo he avisado y aun así no me ha hecho caso. Le he advertido que, la próxima vez, paro el coche y lo bajo, dándome igual en qué punto nos encontremos. Y cuando no llevamos ni doscientos metros recorridos desde que salimos del estudio de radio, lo hace de nuevo. Golpea con sus botas mi asiento desde la parte trasera del coche y, cuando miro por el retrovisor, lo veo muy enfrascado con la chica que lo acompaña y que le está haciendo más que cosquillas por debajo del ombligo. La mirada chulesca y de invitación que me lanza a través del espejo retrovisor hace que me avergüence y a la vez me enfurezca.

Lo que él no sabe es que un grupo de fans desbocadas nos están siguiendo desde que salimos, y gracias a los semáforos en rojo cada vez están más cerca. Este niñato necesita un pequeño escarmiento y parece que soy la elegida para dárselo.

Vamos por la avenida Diagonal y me posiciono en el carril de la derecha. Sin decir nada paro el coche con un fuerte frenazo.

Al girarme veo a los dos jovenzuelos descolocados ante mi acción. Me giro hacia ellos:

—¡Por favor! ¡Métete la churra en los pantalones! —le digo con muy mala leche.

Me bajo del coche y voy hacia atrás, abro la puerta donde está la estrella del pop y de malas maneras lo arrastro hasta sacarlo del vehículo. Lo empujo de espaldas al Lexus y, sin ningún escrúpulo, miro hacia arriba, porque es alto de narices, y le digo cerca de su cara:

—¿Ves aquel montón de chicas que vienen gritando como locas hacia aquí? —Laurent, que así se llama el muchacho, se gira y asiente descompuesto—. Pues voy a dejarles que disfruten de su ídolo un ratito.

—¡Tía! ¿A ti qué te pasa? ¿Estás loca o qué? —Creo que empieza a entrar en pánico, las fans cada vez están más cerca.

—El que está loco eres tú si crees que voy a dejar que me faltes al respeto de esta manera. Yo soy chófer y ante todo una persona, no voy a tolerar ni un golpecito más a mi asiento y, sobre todo, las mamadas que te las haga en tu casa o donde te dé la gana, pero no en mi coche y menos en mi presencia.

—Vale, vale. Lo que tú digas, pero déjame entrar en el coche.

Cruzan una calle y en menos de un minuto estarán sobre nosotros. El grupo de jovencitas no deja de gritar el nombre de Laurent.

Hace el intento de entrar al coche, pero lo freno de nuevo.

—Se dice «por favor» —le digo mirándolo a los ojos muy tranquila.

—Por favor.

Bueno, no me ha convencido mucho, pero lo suficiente para que abra la puerta en un segundo y entre. Yo voy rápida hasta el lado del conductor, pero no puedo evitar que se echen sobre el coche una treintena de locas adolescentes y, aunque tiempo atrás me identifico bastante con ellas, ahora me toca estar al otro lado.

Poco a poco voy avanzando mientras golpean emocionadas el vehículo donde va su ídolo. Despacio, entro en el carril de la izquierda y consigo ponerme en circulación sin que nadie salga herido.

 

 

El viaje de vuelta a su casa resulta tranquilo, no se ha dirigido a mí en ningún momento y tampoco me ha golpeado el asiento. Parece que vamos progresando, aunque su cara de odio hacia mí no me ha pasado desapercibida.

Cruzamos la gran verja blanca que nos da acceso a su casa. Tras unos metros, me detengo frente a la puerta principal.

Como mi trabajo que es, me dirijo a abrir la puerta trasera para que salga la «estrella». Su mirada desafiante me hace esperar cualquier cosa.

—Date por despedida.

—¡Perfecto! ¿Dónde hay que firmar? —me cachondeo—. ¡Ah, no! Que es tu padre quien me ha contratado. Mejor me espero a que me lo diga él.

—Te lo dirá —sentencia.

Y yo con una sonrisa le respondo:

—Esperaré impaciente.

Se gira y sin darme las buenas noches desaparece junto con la chica.

Bueno, yo ya he cumplido con mi trabajo, que era traerlo a su casa; después de esto, con toda seguridad no volveré aquí, pero me da igual y hasta me siento liberada. Salgo de la casa en dirección a la mía, contenta a la vez que decepcionada; la verdad es que nunca me había pasado algo así.

El chico de moda en el panorama musical y número uno en todas las listas conocidas es nuestro nuevo cliente. Su padre se puso en contacto con nosotros para realizar las salidas oficiales que tenga que hacer el hijo en la provincia de Barcelona y, mira por dónde, me ha tocado a mí.

Normalmente nos dedicamos a ejecutivos y grandes multinacionales, pero el padre de Laurent fue a la universidad con mi hermano y terminaron la carrera juntos. Aunque pertenecían a mundos distintos, su amistad era buena y siempre han mantenido el contacto.

Yo estaba completamente loca por él, era amor real, tenía nueve o diez años y me parecía el hombre más guapo del mundo entero. Ni siquiera Johnny Depp le hacía sombra. Pero poco me duró el amor que profesaba por él ya que, al terminar la carrera, mi hermano fue testigo de su boda. Se casó muy joven, haciéndome despertar de mi enamoramiento. De este matrimonio tan prematuro nació Laurent, y con los años, por lo visto, dos hijas más. Toda esta información la tengo por mi hermano, que me lo cuenta sin saber que cada vez que habla de él de forma casual me clava un puñal en el corazón. Gracias a Dios que el paso de los años me hizo madurar y creer que eso solo eran cosas de niños, pero mi espinita está ahí clavada.

Mi hermano…

Cuando pienso en él mis demonios desaparecen. Por supuesto, es la persona a la que más quiero y quizá porque se lo ha ganado a pulso.

Carlos es diez años mayor que yo y siempre ha sido muy protector conmigo. Puede que también por la diferencia de edad discutíamos poco, hasta que tuvo que ejercer de padre. Cuando yo tenía once años, nuestros padres murieron en un accidente aéreo en África. Pertenecían a una ONG y una vez al año hacían una escapada de unas semanas para ayudar en temas humanitarios. Para mí supuso un duro golpe, pero quien se llevó la peor parte fue él. A punto de licenciarse en Económicas, tuvo que hacerse cargo de una casa con una niña preadolescente que no le puso las cosas nada fáciles.

Primero en el instituto fui una auténtica rebelde, y es que ¡todos los profesores me tenían manía! Después en la universidad la cosa fue a peor, hasta que hice un clic que solo fue posible gracias a una amenaza de mi hermano. Me puso contra las cuerdas y reaccioné. Terminé la carrera con matrícula de honor en Turismo y Restauración.

Actualmente vivo en un pequeño pueblo cerca de Barcelona donde el mayor ruido lo producen un par de palomas manteniendo una conversación. Me gusta desconectar de la ciudad en cuanto puedo, no soy para nada urbanita y, teniendo en cuenta que siempre hemos vivido en la bella Barcelona, tiene su mérito.

Cuando mis padres murieron nos dejaron a mi hermano y a mí un gran ático en vía Augusta, donde vivíamos. Se hizo la venta del piso y nos mudamos cerca de nuestro único familiar en la ciudad, nuestra tía Carmen. El dinero sobrante se guardó para un futuro y es de donde salió la inversión que hicimos en nuestra empresa de coches de alquiler con chófer.

Nuestra flota actual de coches es solamente de tres: dos Mercedes Clase S y un Lexus RX450. Este último lo escogí para mí porque el Mercedes me parecía demasiado clásico. Con nosotros también trabaja Mario que, aunque no es socio, sí que se implica y preocupa como uno más.

Aparco el coche en la puerta de casa y justo suena el móvil. Es Carlos, mi hermano.

—Dime, brothel —le digo con acento cubano, contenta de escucharlo.

—Roxanne, mañana a las nueve en punto nos ha citado Biel. —De golpe mi corazón se acelera, primero porque es el padre de Laurent, y segundo porque era mi amor platónico. Hace tantos años que no lo veo que a lo mejor sufro un shock, para bien o para mal. Mi hermano, ajeno a mis pensamientos, continúa—: Cuando he hablado con él me ha parecido demasiado serio. ¿Ha pasado algo con su hijo?

«Joder, qué rápido ha sido el niño».

Pienso mi respuesta. Aunque mi hermano y yo somos socios, en esto no quiero que piense que he actuado mal.

—Mmm, bueno… Tuve que pararle los pies, se estaba pasando de la raya.

—Vale, pues mañana hablamos con él. Supongo que ese será uno de los temas.

Escucho de fondo cómo mi cuñada lo llama, informándolo de que ya está la cena.

—¿Quieres pasarte y cenas con nosotros?

Aunque vivimos a dos calles, declino la invitación.

—Hoy no, tete, estoy cansada. Nos vemos mañana. Y un beso a mi gordita.

Mi gordita es mi cuñada Lucía; está embarazada de ocho meses. Ella es el gran amor de mi hermano, se conocieron en el instituto y hasta ahora no se han separado. Cuando están juntos se ve que se aman, es algo que se nota tan solo en cómo se miran y eso, a mí, por supuesto, me parece maravilloso.

Yo soy otra historia. Por más que intentan convencerme de que eso es lo mejor de la vida, llego a la conclusión de que más vale sola...

Quizá no he encontrado a la persona que pueda demostrarme que estoy equivocada, pero por ahora no pienso compartir mi vida con nadie y por supuesto no quiero tener hijos. No me gustan los niños y menos aún los adolescentes como el que he tenido que aguantar esta tarde, así que vivo estupendamente en mi casa con mis dos gatos, Coco y Chanel. En realidad, ellos dos van por libre, empezaron desde pequeñitos a pasear por mi patio, como los veía tan delgaduchos me daban pena y cada día les ponía algo de leche y comida, hasta que se hicieron dueños de mi patio y de mi casa. Al principio no tuvieron más remedio que ir al veterinario y aguantar algún baño que otro, pero visto que siempre que llego aparecen por algún rincón, doy por hecho que nos queremos mutuamente.

Al entrar en mi casa respiro tranquilidad. Para mí es lo que llamamos hogar. Es pequeña, de tan solo una planta, con dos habitaciones, pero tengo más que suficiente. La parcela es muy grande y con los años podría edificar algo más, aunque por ahora tengo más que de sobra.

Me descalzo al entrar en mi habitación, reviso si mis pequeños felinos tienen comida y bebida y tras esto decido hacerme algo de cenar. ¡Oh, sorpresa!, mi nevera hace eco. Me quedo un rato mirando como si por arte de magia pudiera aparecer un pollo asado o unos espaguetis a la carbonara, pero no, todo sigue igual, así que me decanto por lo único que hay: un sándwich de jamón dulce y queso.

Reconozco que soy un ama de casa nefasta. Para mí el hecho de freír un huevo tendría que catalogarse como trabajo de riesgo. No veas cómo salta el aceite sin piedad. Por ello, los huevos fritos solo los como cuando viene mi tía Carmen a poner orden en mi cocina.

Mi sándwich y sentarme en el sofá a ver una de mis series favoritas es lo que necesito para desconectar y, nada mejor que The Walking Dead con el atractivo Norman Reedus para hacerlo.

 

 

2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Otra vez! He vuelto a quedarme dormida en el sofá y encima voy tarde, pero el hecho de que sean las ocho de la mañana y aún sea de noche, no ayuda mucho. ¡Cómo odio el invierno!

Me ducho con rapidez y, en mi afán de estar estupenda para ver a mi amor platónico de la infancia, me cambio como unas diez veces. Al final opto por unos pantalones pitillo con botines de tacón y camiseta gris suave con amplio cuello de pico. Seco mi melena lo más rápido que puedo dándome cuenta de que las mechas de prueba que me hizo mi amiga Maica me dejan el pelo demasiado rubio y, siendo mi cabello castaño, ahora se ve más rubio que otra cosa. Al menos tengo que agradecerle que no me pidiera teñirlas de azul, porque seguramente lo habría hecho; es mi amiga desde que tengo uso de razón, así que más que amiga la considero como mi hermana.

Puntual como un reloj, Carlos me recoge en la puerta de casa y por el camino me pone al día:

—Biel tiene una empresa muy importante dentro del mundo financiero, por lo visto es una de las consultorías más importantes de nuestro país. Tiene clientes por toda Europa. —Trago saliva, el hecho de volver a verlo me pone nerviosa, así que para que se me pase, intento convencerme de que estará hecho un adefesio. Tiene la misma edad de mi hermano, treinta y ocho, y es posible que la vida no lo haya tratado tan bien como a Carlos, que está hecho un chaval—. Su empresa factura muchísimo dinero y, por lo que hablé con él, le interesa tener nuestros vehículos disponibles para los clientes que asiduamente vienen aquí.

—Carlos, dijimos que nada de exclusividad a ninguna empresa.

—Hermanita, solo serán siete de nuestros diez coches. —Sonríe de forma descarada, esperando mi reacción.

—¿De dónde te has sacado los otros siete? —le pregunto sorprendida.

—Uno de los temas que venimos a tratar es ese. Me comentó por teléfono que quería disponer libremente de siete u ocho vehículos, así que su empresa se hace cargo de los coches y nosotros solo facturamos por el trabajo realizado. De todas formas, nos reunimos con él porque le dije que tú eras la otra mitad.

—Bueno, por eso y…

Pienso que, tras mi reacción de ayer con su hijo a lo mejor cambia de opinión, así que le explico a mi hermano con pelos y señales todo lo ocurrido con Laurent.

—No te preocupes, yo posiblemente lo habría tirado con el coche en marcha.

Nos reímos mientras veo que se detiene frente a una verja y llama a un interfono que queda a nuestra izquierda. Es la misma casa, pero entramos por otra puerta que yo no sabía ni que existía. Como mi cara de curiosidad no debe tener desperdicio, mi hermano me explica:

—Desde su divorcio trajo aquí su empresa para poder estar cerca de sus hijos.

¡Está divorciado! Esto sí que no me lo esperaba. Intentando disimular mi sorpresa, le pregunto:

—¿Se quedó él con la custodia total?

—No le quedó más remedio, ella los abandonó a todos. —Incrédula y deseosa de preguntar más, abro la boca, pero mi hermano me corta con rapidez—. No sé nada más. Son temas personales donde yo no entro.

¡Jodeeer! Es en estos momentos cuando desearía tener un hermano cotilla. Normalmente me importaría una mierda, pero es que ¡es Biel! Y por su culpa han vuelto a mí todos los sentimientos de hace muchos años. Es algo que recuerdo con cariño. Hasta que apareció en escena Brigitte, una chica francesa que solo vi en las fotos de boda que mi hermano tenía de ese día donde mi pequeño corazón se partió y juré no enamorarme nunca.

Es curioso, aunque tan solo tenía doce años cuando se casó, parece que lo he mantenido, nunca he dejado que nadie se acerque lo suficiente como para hacerme daño.

Dejamos el coche en un parking que hay para unos diez aparcamientos y avanzamos sobre un camino de baldosas rodeado de un césped bien cuidado. Esta parte de la casa respeta el estilo de construcción moderna que mantiene la entrada principal. Unas puertas automáticas acristaladas nos dan la bienvenida, abriéndose a nuestra llegada. Nada más entrar aparece de la nada una mujer de unos cuarenta años, que con una simpatía y educación exquisita nos recibe e informa de que Biel está esperándonos. Se presenta como Aurora. Es morena, con el pelo muy corto, y viste muy elegante. Es de esas mujeres a las que el pelo corto y los trajes de chaqueta parece que los diseñaron para ellas. Nos acompaña por un amplio pasillo que nos lleva a una puerta doble de roble que abre y nos cede el paso.

Camino detrás de mi hermano y, mientras le doy las gracias a Aurora, no soy consciente de que Carlos se ha parado en seco para saludar a Biel. Giro la cabeza, dándome de bruces contra su dura y amplia espalda, eso me produce un fuerte golpe en la nariz que hace que se me salten las lágrimas. Cierro los ojos y me tapo la cara mientras maldigo en general a todo lo que se menea.

Mientras escucho que mi hermano no para de disculparse, noto una mano que me rodea la cintura, guiándome a una silla cercana. Esa mano, ese agradable aroma, la voz que me guía e insta a sentarme y la forma en que mi cuerpo reacciona solo puede ser debido una persona. A mi amor secreto, Biel.

Me limpio las lágrimas y veo a un borroso Biel en cuclillas frente a mí. Debo estar preciosa con toda la máscara de pestañas corrida por la cara.

—¿Mejor?

Su pregunta, formulada de una manera tan dulce, me hace sonreír y asentir como una boba mientras cojo el pañuelo que está ofreciéndome. Tras unos pestañeos a toda velocidad ya lo veo bien y frente a frente. Tengo que decir que sigue siendo el Biel que recordaba. Ahora es un adulto que conserva esa mirada de ojos negros tan profunda que me hacía estremecer. Al sonreírme vuelvo a ver esos hoyuelos que me volvían loca. Nos mantenemos mirándonos unos segundos que me alejan de todo.

—Vaya, ¿así que tú eres la pequeña pecosa?

Esa pregunta me hace sonreír más abiertamente y recordar los tiempos del Biel adolescente que no paraba de hacerme rabiar llamándome «pecosa». Como si fuera una niña pequeña le contesto:

—Ya casi no tengo, ¿has visto?

Sin darme cuenta me acerco demasiado a su cara para mostrarle la mía, quedándome a unos centímetros. Sus ojos van directos a mi boca y siento un escalofrío seguido de un calor insoportable.

Sube su mirada hasta mis ojos, ya completamente abiertos, aunque algo humedecidos aún, y dice:

—Lo que no has perdido es el bonito azul de tus ojos.

—Ejem, ejem.

Mi hermano, algo molesto, rompe este momento, y rápidamente Biel se pone de pie girándose y rodeando su mesa hasta sentarse frente a nosotros.

Tras mi rápido escaneo tengo que decir que ¡es un puto adonis! ¡Adiós a mis esperanzas de que fuera un vejestorio!

Emana masculinidad por los cuatro costados y su cuerpo de complexión fuerte y musculado me hace saber que se cuida. Vamos, que si está en el mercado no debe pasar mucha hambre.

Comenzamos nuestra reunión y, aunque intento concentrarme, no puedo. Sus gestos, sus manos, la sonrisa que luce rodeada con barba de tres días… Lo tengo decidido, este hombre ha vuelto a mi vida y va a ser mío, aunque solo sea por una noche, o por dos. Y quien dice dos…

—¿Verdad, Roxanne?

¿Qué? ¿Me están hablando a mí? ¡Mierda! ¡Tengo que decir algo y no sé de lo que hablan!

—Mmmm, sí, sí, claro —digo para salir del paso.

Mi hermano me mira y pone cara de no entender mi respuesta, pero se gira y continúa hablando con Biel. Uf, salvada.

Una vez aclarados los temas de nuestro acuerdo, en el que es muy beneficioso poder fusionar parte de nuestra empresa con él, Aurora deja sobre la mesa el contrato redactado.

—Hay un tema del que no hemos hablado, pero es necesario dejarlo claro antes de la firma. —Biel se reclina en su silla y parece incómodo, pero continúa hablando serio y algo tajante—. Por supuesto antes de firmar ningún documento tenéis que despedir a la persona que llevó a mi hijo ayer al estudio. Lo puso en peligro y no pienso tolerar algo así.

Mi hermano y yo nos miramos sorprendidos. Biel sabe que, si no firmamos, estamos prácticamente en la ruina. Cuando me dispongo a hablar, Carlos se adelanta:

—Me temo que eso no va a ser posible.

Como un hombre acostumbrado a que todas sus órdenes se cumplan, Biel se sorprende ante esa respuesta.

—¿Y se puede saber por qué?

—Porque a esa persona la tienes delante de ti.

Biel da por hecho que se trata de Carlos, por lo visto Laurent no le ha dicho que fui yo. Aprieta la mandíbula con rabia antes de decir:

—Esto lo cambia todo. No sabía que te gustaba ir acojonando a niños en tu trabajo.

Carlos, por el contrario, no se amilana y le contesta en el mismo tono:

—Y yo no sabía que el «niño» fuese un malcriado.

Se miran amenazantes unos segundos hasta que decido intervenir.

—¡Fui yo quien llevó a tu hijo ayer!

—No tienes que decir nada, Roxanne. —Carlos está enfadado, pero no conmigo. Biel se sorprende y no para de mirarnos a uno y luego a otro—. Si no te gusta nuestra forma de trabajar, no hay trato.

—¡Por supuesto que no hay trato!

Mi hermano asiente, se levanta y se da media vuelta mientras me insta a salir delante de él.

Qué situación más violenta. Carlos no aguanta a la gente que utiliza su poder de la forma en que lo ha hecho Biel y el problema es que no han hablado del motivo por el que pasó todo. Uno por defender a su hijo, y mi querido hermano a mí.

Vamos en el coche y Carlos no ha dicho nada. Está dándole vueltas a la cabeza, seguramente pensando lo mismo que yo: que era una oportunidad de oro para lanzar nuestra empresa y poder ir desahogados de las deudas que ahora mismo nos aprietan bastante.

—Tete, no te agobies, hablaré con él y…

—No hablarás con él. Si se cree con el poder absoluto de hacer lo que le dé la gana, en nuestra empresa está muy equivocado. Eras tú, pero podría haber sido otra persona. Que mire lo que tiene en casa y que actúe en consecuencia.

Y dicho esto dejamos el tema. Lo conozco y sé que le ha dolido mucho que su amigo actuara de esa forma, así que decido no insistir.

 

 

El día ha pasado como otro cualquiera, recogiendo a un alto ejecutivo del aeropuerto, llevándolo a su punto de encuentro para las reuniones que haya venido a tratar y dejándolo a última hora del día donde lo he recogido. Hay algunos clientes que ya me conocen, pero a otros les sorprende que sea una mujer, así que también estoy acostumbrada a que intenten tirarme la caña. Normalmente actúo con mano izquierda, pero en algún caso he tenido que sacar la mala leche a pasear y ponerlos en su sitio. Por ahora no he tenido problema e incluso me han pedido perdón.

Sé que este no es el trabajo de mi vida, mi ilusión es poder dirigir un hotel, comprar un edificio antiguo y reconstruirlo a mi gusto hasta ponerlo en marcha. Pero de aquí a que eso suceda, levantaré esta empresa con mi hermano hasta que sea solvente.

 

 

Hoy es jueves y mi tía Carmen está en mi casa. Hemos quedado para cenar todos juntos con mi hermano y mi cuñada. Nuestra tía se acerca a vernos una vez cada poco y se queda a dormir conmigo, así que con lo tarde que es, estarán esperándome para cenar.

Abro la puerta y en segundos aparece mi pequeña y menuda tía. Me abraza y besuquea como si hiciera años que no nos vemos, aunque haya sido hace dos meses.

—¡Ay, mi niña, qué secucha estás!

—Tita, peso sesenta kilos —le informo resignada, sabiendo que ninguna respuesta le valdrá.

—¿Solo pesas eso con lo alta que eres? —me dice, espantada—. Tienes que comer más. Anda, termina de poner la mesa que la cena ya está lista.

—¿Ya ha llegado Carlos?

—Sí. Está en el porche con Lucía.

Voy a la parte trasera de la casa, que es donde hice un porche cubierto. El cerramiento está hecho de madera y de unas amplias ventanas. La chimenea de leña, que ahora mismo está encendida, le da un aire muy acogedor. Antes de entrar dejo el abrigo sobre el sofá del salón y sin querer escucho la conversación de mi hermano con mi cuñada.

—¿Y qué vamos a hacer? Como sigas poniendo dinero de nuestros ahorros para la empresa, cuando nazca el bebé no tendremos nada —dice una triste Lucía.

—Encontraré la solución, ¿vale? No te preocupes. —Justo al entrar veo cómo le da un beso en la frente con tanto amor que me parto en dos. En ese instante un pensamiento pasa fugaz por mi mente y sé lo que tengo que hacer.

Yo no llevo la contabilidad de la empresa, así que no tenía ni idea de esa parte.

—Parejita, ¿qué tal?

De pronto dos caras sonrientes me miran y me dejan ver que no van a compartir los problemas conmigo, dándome solo sus caras amables.

—¡Que voy! ¡Cuidado, Roxanne!

Es mi tía todoterreno con una bandeja recién salida del horno con un olorcito que hace que mi estómago se rebele. Es su receta secreta de cordero tiernísimo con patatas, y dicho así parece muy sencillo, pero cuando lo pruebas no puedes dejar de comer. Su sabor es increíble.

Voy a la cocina y cojo una botella de buen vino que solo sacamos cuando nos juntamos los cuatro, y no suele ser muy a menudo, así que disfrutamos de una cena amena donde el protagonista es el que aún no ha nacido.

Nuestra tía Carmen es la que más disfruta proponiendo nombres que le podrían poner al pequeño, aunque creo que ellos lo tienen muy claro. Se llamará Javier, como mi padre, así que entre nosotros ya lo llamamos Xavi.

—Carlos, ve a buscar el postre que está sobre el mármol de la cocina.

Mmmm solo de pensar se me hace la boca agua.

—Espera, tete, ya voy yo.

Cuando me aproximo veo todos los móviles sobre una bandeja que hay en un rincón, es obligado para cenar en familia, así que rápidamente cojo el de mi hermano y me grabo en el mío el número de Biel.

Me aproximo adonde me ha dicho mi tía y destapo la bandeja para ver un gran brownie de chocolate.

—Tita, no me digas que ahora también haces repostería.

—Llevo tres meses en un curso y no veas lo que he aprendido. Probad, ya veréis lo bueno que está.

La miro y me doy cuenta de lo maravillosa que es. Su aspecto menudo da la impresión de una personita débil, pero nada más lejos de la realidad. Durante su juventud tuvo la mala suerte de enamorarse de un hombre posesivo y absorbente, así que cuando logró vencer el miedo que le provocaba, lo puso de patitas en la calle, saliendo adelante ella solita. Todo esto quizá no habría sido posible si no hubiera tenido unos sobrinos que se quedaron huérfanos de un día para otro, no siendo del agrado del susodicho tener que estar pendiente de nosotros. Así que cuando su paciencia se acabó, decidió tomar partido por su familia. Es la hermana mayor de mi padre y hasta el día de hoy ha sido nuestra hada madrina. Nunca nos ha sobreprotegido, siempre ha estado en la sombra haciendo que nuestra vida fuera un poco más fácil, apareciendo solo en los momentos más difíciles.

—Creo que tienes un fan, a alguien le encanta tu brownie —dice Lucía tocándose la barriga.

—¿Veis? Ya me quiere y aún no ha salido a esta vida.

—Eso no lo dudes —añade mi hermano, dándole un beso en la mejilla.

A mi tía se le pone la cara esa de tontilla a punto de llorar porque su niño le ha dado un beso. Y es que siempre he sabido que mi hermano es su preferido. No es que se le note mucho porque intenta disimularlo, pero siempre ha sido así y tampoco me molesta. Carlos se hace querer y eso no se puede remediar.

—Bueno, preciosas, nosotros nos vamos, que mañana hay que madrugar —dice Carlos levantándose.

Nos despedimos y, mientras acabamos de recoger la cocina, mi tía empieza con su interrogatorio personal:

—¿Y dónde está ese chico especial?

Me quedo parada y abro los ojos para decir:

—¿Qué chico especial?

—Pues el tuyo.

—Tita, sabes que no tengo a nadie especial.

—No me creo que con lo guapísima que eres no haya nadie que te tire los tejos. Me los tiran a mí en la asociación de vejestorios a la que voy, así que tú los debes tener por docenas.

Me río imaginando a mi tía poniendo en su sitio a más de uno.

—Pues por ahora no hay nadie especial.

—Pero tendrás a alguien con quien desahogarte, ¿no? —Su cara de preocupación me hace estallar en una carcajada.

No puedo parar de reír a la vez que me pongo roja como un tomate.

—¡Titaaaaa! —exclamo sorprendida cuando puedo hablar.

—Hija, no se dé qué te sorprendes. Hoy en día es de lo más normal, no como en mis tiempos, que por menos de nada eras la más puta del pueblo sin haberlo catado. Que yo sepa aún no nos has presentado a nadie y, cariño mío, no me gustaría dejar este mundo sin verte enamorada y feliz como está tu hermano.

—Ay, no digas eso, Carmela. —Pienso en perderla y me pongo mala—. Sí, tengo a alguien de vez en cuando, pero nada serio.

Pienso en Iván, mi entrenador en el gimnasio. Un chico duro y musculado con el que a veces quedo, nos tomamos algo y lo que se encarte, pero desde luego no es el hombre de mi vida.

Mi tía sonríe melancólica.

—Aún me acuerdo de cuando eras niña, del amigo de tu hermano, de ese sí que estabas enamorada. Por cierto, ¿qué fue de aquel muchacho? Sé que se casó muy joven, pero nada más.

Vaya, qué casualidad, justo hoy me pregunta por él. De pronto me da un pellizco en el estómago al pensar en que lo voy a llamar.

—Pues vive muy cerca de aquí, en Bellaterra. Hoy hemos estado con él hablando de negocios.

—¡Anda! ¿Y cómo está? —Su cara se ilumina—. ¿Sigue siendo ese guapetón del que te enamoraste?

—Pues no. —Su cara denota decepción hasta que le digo—. Guapetón, no, ¡es un puto dios griego!¡Está bueno, no, lo siguiente!

Ahora es ella la que se ríe a gusto y yo la acompaño.

—Vaya, hija. La pena es que está casado.

—Qué va, tita, está divorciado. —Pienso que podría haberme dado un puntito en la boca, pero ya es demasiado tarde.

—Pues ya sabes…

—Uy, no, peor aún, tiene tres hijos. Y ya sabes que los niños y yo no nos llevamos muy bien.

—Pero, Roxanne, si él te gusta eso no es problema.

—Es que no sé si me gusta —intento zanjar el tema—. Eso fue algo de mi niñez y ahora ya no soy una niña.

—Bueno, pues ya me informarás, porque la cara se te ha iluminado mientras hablabas de él, así que algo sí que te gusta.

—¿Nos vamos a la cama? —le pregunto sonriendo.

—¡Perfecto! Porque esto de cocinar toda la tarde cansa mucho.

Entre risas y achuchones mi tía se va a la habitación destinada a sus noches en mi casa, no sin antes advertirles a Coco y Chanel que pueden entrar, pero no subirse en su cama.

Miro el reloj y, aunque son las diez de la noche, hago lo que vengo dándole vueltas desde que he llegado. Busco el número y llamo. Mi corazón va a doscientos, pero tengo que hacerlo. Contesta rápido, así que no me da tiempo a pensar:

—¿Sí? —No hay duda de que es él.

—Hola, Biel. Soy Roxanne.

Se hace un silencio.

—Dime. —Su voz seca y tajante no me lo pone muy fácil.

—Me gustaría hablar contigo.

—Pues habla.

—Quiero decir que me gustaría verte y hablar cara a cara.

Otro silencio. Me está poniendo de los nervios.

—Creo que hoy ha quedado todo bastante claro.

—En realidad soy yo la que quiere verte, no tiene nada que ver con mi hermano. De hecho, no quiero que se entere.

—Ah.

Bien, parece que lo he descolocado.

—Me gustaría que quedáramos mañana.

—Vale, espera un momento. —Escucho cómo manipula el móvil y me dice—: Mañana sobre las doce tengo dos horas libres, si quieres quedamos en la oficina.

Pienso rápidamente las salidas de mañana, así que le respondo:

—Perfecto, a las doce estaré allí.

—Hasta mañana.

—Adiós.

Cuando cuelgo pienso en lo que voy a hacer y estoy muy decidida. No voy a dejar escapar esta oportunidad porque mi hermano y nuestra empresa lo necesitan y, si es necesario, le rogaré, cosa que se me da fatal porque no estoy acostumbrada a hacerlo. Supongo que en estos casos hay que hacer un esfuerzo.

 

3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pasada la mañana de caravana, de estrés por no llegar a las horas pactadas y demás situaciones surrealistas, me encamino a casa de Biel un poco más tarde de lo que habíamos quedado. Necesito relajarme, así que respiro hondo unas cuantas veces en el coche.

Justo al pasar por la puerta acristalada, me fijo en que llevo las botas manchadas de barro. Con el día que he tenido hoy es lo mejor que podía pasarme, así que entro ensimismada en mi mancha hasta que mi cuerpo choca con un muro.

—¡Ay! —Aunque es el susto más que el golpe, me doy cuenta de que el muro es el cuerpo de Biel. Parece que no hay forma de entrar en esta casa sin chocarme con alguien. Su cuerpo no se ha desplazado ni un milímetro hacía atrás y su gélida mirada me dice que el día no mejora.

—Llegas tarde.

—Lo sé.

Mi respuesta del mismo tono borde que el suyo no es lo mejor para empezar con lo que he venido a pedirle, pero es que yo tampoco estoy de muy buen humor. Así que mientras avanzamos hasta su despacho me relajo mentalmente.

Cuando se sitúa frente a mí, detrás de su gran mesa, me mira y después a la silla con una expresión que no hace falta que hable. Me siento sin decir nada.

—¿Has comido?

Su pregunta me descoloca.

—¿Perdona?

—Es igual, déjalo.

Coge el teléfono de su mesa y, cuando descuelgan, habla con su secretaria.

—Aurora, por favor, llama a Antonia y pide dos menús. Comeremos en mi despacho. Gracias.

Vaya, qué atento. Doy por hecho que el otro menú es para mí y, aunque tengo de todo menos hambre, prefiero callarme.

Su mirada penetrante y su semblante serio me hacen sentir pequeñita, pero sabiendo que ahora eso no me vale, me envalentono y empiezo con la retahíla de cosas que quiero hablar con él.

—He venido para pedirte que consideres la oferta que nos hiciste —intento hablar lo más rápido que puedo para soltarlo todo de una vez, pero él me interrumpe.

—No fui yo quien zanjó el tema.

—¿Me dejas que hable? —Mi tono, que sin querer parece algo amenazante, hace que sus ojos se entrecierren y su expresión me dice que eso no es bueno, pero para mi sorpresa, con sus manos hace un gesto para que continúe—. Si he venido es porque estoy dispuesta a pedirle perdón a tu hijo y hacer lo que haga falta para que nuestra empresa prospere, y eso ahora mismo solo es posible si hacemos esa fusión como la planteaste.

Me observa sin decir nada, tiene su mirada tan clavada en mí que me pone nerviosa, me siento vulnerable y eso no me gusta. Presiento que como sea un no, lloraré como una niña pequeña.

Por fin, tras un suspiro me dice:

—¿Has dicho lo que haga falta? —Abro los ojos sorprendida y él se da cuenta de mi pensamiento, así que con rapidez rectifica—: ¡Oh, no me malinterpretes! Me refería siempre a la parte laboral. —Asiento y creo ver el intento de una pequeña sonrisa—. Jamás pensaría en ti de otro modo.

Ahora no sé si alegrarme o no. Tampoco estoy tan mal. De hecho, creo que soy bastante guapa, o eso me han dicho, pero Biel acaba de tirar por tierra todos esos pensamientos.

Llaman a la puerta y entra Aurora seguida de otro hombre que lleva en una bandeja la comida. ¡Vaya rapidez!

Miro interrogante a Biel, que parece leerme el pensamiento.

—Tenemos una gran cocinera en la casa.

Se dirigen a una mesa rectangular que hay a nuestra izquierda, y en unos segundos preparan sobre dos salvamanteles de papel lo que traían en la bolsa.

Aurora mira a Biel con una sonrisa indicándole que está preparado mientras que él se gira hacia mí.

—Me he permitido escoger por ti.

Asiento sin decir nada y me levanto para ir hacia la mesa.

—¿Qué quieres beber? —Esta vez es Aurora la que se dirige a mí. Veo una botella de vino y otra de agua sobre la mesa, pero yo no puedo beber alcohol mientras trabajo y el agua tampoco es lo mío, así que me arriesgo.

—¿Es posible Coca-Cola Zero?

Ella asiente, no sin antes mirarme de una forma extraña, como de desconfianza.

Nos sentamos frente a frente e inspecciono el menú.

—Salteado de verduras y solomillo de ternera. ¿Te gusta?

—Sí, el problema es que no tengo hambre.

—Pues come, que estás muy delgada.

Ese comentario hace que me sonroje. ¿Este chico no me ha visto el culo? No, claro que no, «él nunca me miraría de ese modo». Pues todo lo que como, muy a mi pesar parece que solo tiene un destino, ¡mi culo!

De nuevo aparece Aurora con mi Coca Cola, la deja sobre la mesa y con suma amabilidad abre la lata y la pone frente a mí.

—Gracias, Aurora; si quieres ve a comer y vuelve a las cinco en punto, hoy tenemos conferencia con Hamburgo y te necesito.

—Sí, no me olvido. Hasta luego.

Biel es tan correcto hablando que parece que esté leyendo el guion de don Perfecto.

Aun así, cuando habla con Aurora lo hace con una sonrisa, eso me hace pensar que mantienen una buena relación y no pienso más allá, no me interesa.

Comemos en silencio hasta que me pregunta:

—¿Estás casada o tienes alguna relación estable?

Este hombre no deja de asombrarme con sus preguntas.

—¿Es necesario que te informe de mi vida privada? —le digo un poco molesta.

—Para lo que quiero proponerte, sí.

Sin querer se me escapa una carcajada, pero parece que a él no le hace mucha gracia. Espera serio a que le responda.

—No, no estoy casada, y no tengo una relación estable.

nanny,