Último volumen de la serie AUTORIDAD Y PODER:

Arellano, Ignacio; Christoph Strosetzki; Edwin Williamson (eds.): Autoridad y poder en el Siglo de Oro. 2009, 294 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 62). ISBN 9788484894704

Últimos volúmenes de la colección
BIBLIOTECA ÁUREA HISPÁNICA:

Matas Caballero, Juan; José María Micó; Jesús Ponce Cárdenas (eds.): Góngora y el epigrama. Estudios sobre las décimas. 2013, 288 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 85). ISBN 9788484897217

Albert, Mechthild (ed.): Sociabilidad y literatura en el Siglo de Oro. 2013, 396 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 84). ISBN 9788484897163

Gil-Osle, Juan Pablo: Amistades imperfectas. Del Humanismo a la Ilustración con Cervantes. 2013, 196 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 83). ISBN 97884 84896401

Díez Borque, José María (dir.); Bustos Táuler, Álvaro (ed.): Literatura, bibliotecas y derechos de autor en el Siglo de Oro (1600-1700). 2012, 244 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 82). ISBN 9788484896715

Cortés Koloffon, Adriana: Cósmica y cosmética: los pliegues de la alegoría en sor Juana Inés de la Cruz y Pedro Calderón de la Barca. 2013, 266 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 81). ISBN 9788484896982

Calderón de la Barca, Pedro: Judas Macabeo. Edición crítica de las dos versiones por Fernando Rodríguez-Gallego. 2012, 504 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 80. Comedias completas de Calderón, 8). ISBN 9788484896920

Castillo Solórzano,Alonso de: Picaresca femenina. «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla». Estudio y edición de Fernando Rodríguez Mansilla. 2012, 660 p. (Biblioteca Áurea Hispánica, 79). ISBN 9788484896784

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Dirección de Ignacio Arellano
(Universidad de Navarra, Pamplona)
con la colaboración de Christoph Strosetzki
(Westfälische Wilhelms-Universität, Münster)
y Marc Vitse
(Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)
Subdirección:
Juan M. Escudero
(Universidad de Navarra, Pamplona)

Consejo asesor:

Patrizia Botta
Università La Sapienza, Roma

José María Díez Borque
Universidad Complutense, Madrid

Ruth Fine
The Hebrew University of Jerusalem

Edward Friedman
Vanderbilt University, Nashville

Aurelio González
El Colegio de México

Joan Oleza
Universidad de Valencia

Felipe Pedraza
Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real

Antonio Sánchez Jiménez
Université de Neuchâtel

Juan Luis Suárez
The University of Western Ontario, London

Edwin Williamson
University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 86

DEL PODER Y SUS CRÍTICOS EN EL MUNDO IBÉRICO DEL SIGLO DE ORO

IGNACIO ARELLANO

ANTONIO FEROS

JESÚS M. USUNÁRIZ

(EDS.)

Universidad de Navarra Iberoamericana Vervuert 2013

Serie Autoridad y Poder, 2

Editores de la serie: Ignacio Arellano, Pierre Civil, Christoph Strosetzki y Edwin Williamson

Reservados todos los derechos

© Iberoamericana, 2013

Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97

© Vervuert, 2013

Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main

Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43

info@iberoamericanalibros.com

www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-719-4 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-86527-771-8 (Vervuert)

Depósito Legal: M-9072-2013

Cubierta: Carlos Zamora

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ÍNDICE

Ignacio Arellano / Antonio Feros

Reflexiones generales sobre autoridad y poder en el Siglo de Oro

María Rosa Álvarez Sellers

«Nada me parece justo en siendo contra mi gusto»: príncipes herederos en el teatro ibérico de los Siglos de Oro

Fausta Antonucci

Un recorrido por el teatro de Lope de Vega ambientado en tiempos de la antigua Roma: dramatización y solución de los conflictos entre comedia y tragedia

Sara Augusto

A Fábula dos planetas (1643): considerações políticas, éticas e económicas

Frederick A. de Armas

Conjunciones, cometas y conflictos: astrología y poder en Cervantes, Lope de Vega y Calderón

William H. Clamurro

De Lepanto a la expulsión de los moriscos: resonancias históricas de las Novelas ejemplares de Cervantes

Antonio Feros

Historia y poesía: monarcas y favoritos en las obras de Marlowe y Mira de Amescua

António Apolinário Lourenço

Lope de Vega y los portugueses: depreciación y glorificación del Rey Don Juan II

Emmanuel Marigno

Una visión original de los conflictos de poder en las cortes españolas áureas: Antonio Saura, ilustrador de los Sueños de Quevedo

Rita Marnoto

O tópico da mediania e a crítica à corte na literatura portuguesa de quinhentos

Carmen Rivero Iglesias

La inquisición de Lucifer y visita de todos los diablos: la crítica al Santo Oficio de Antonio Enríquez Gómez

Christoph Strosetzki

Juan Luis Vives frente a la autoridad de Aristóteles y el poder de la Universidad de París

Jesús M. Usunáriz

Crítica y política exterior en la España del siglo XVII: las relaciones con Inglaterra

REFLEXIONES GENERALES SOBRE AUTORIDAD Y PODER EN EL SIGLO DE ORO1

Ignacio Arellano

GRISO,

Universidad de Navarra

Antonio Feros

Department of History

University of Pennsylvania

Los aspectos del poder y de la autoridad, su ejercicio, propaganda o crítica, constituyen constantes universales, que en cada época se manifiestan con sus peculiaridades. Una revisión sistemática de tales aspectos en el Siglo de Oro es ahora imposible2, pero caben algunas observaciones generales—un tanto aleatorias—sobre ciertas coordenadas que pueden orientar los análisis desde la Literatura y la Historia.

La sociedad del Barroco muestra un predominio de la aristocracia y defiende, según Maravall, el régimen de poderes privilegiados3. Las cosas no son, desde luego, tan simples. El universo del poder en el Siglo de Oro—seguramente en cualquier época—es complejo:

Quizá la idea más importante que se debe resaltar a la hora de analizar el mundo político en el que vivió Cervantes sea la de la complejidad y diversidad de este. Por lo general estamos acostumbrados a tener una visión lineal de los gobiernos y las ideologías políticas del pasado [...] Cervantes y sus contemporáneos, sin embargo, tenían una conciencia más clara del dinamismo del mundo político en el que habitaban4.

En cualquier caso uno de los elementos relevantes en este ámbito sería el del mecenazgo y las relaciones del artista con el poder. Juan Manuel Rozas apuntó que «la literatura del XVII tiene como límite trágico para el oficio de escritor el mecenazgo, como en otros ha tenido la sumisión a la censura»5.

Es frecuente que un poeta sirva de secretario a un noble.Vélez de Guevara, por ejemplo, al cardenal de Sevilla, don Rodrigo de Castro, y luego, al conde de Saldaña. No es extraño que en sus comedias se documente con frecuencia el motivo de «elogio de nobles», insertando tramas históricas con personajes de la nobleza: en Más pesa el rey que la sangre, dramatiza el acto heroico de Guzmán el Bueno, antepasado del conde duque de Olivares, y La serrana de la Vera elogia a los Girones, duques de Osuna, etc. El poeta Pedro de Espinosa pasa del retiro eremítico a la corte del duque de Medina Sidonia, a quien dedica su principal poesía panegírica, integrada en el Elogio al retrato del Excelentísimo señor don Manuel Alonso Pérez de Guzmán, y que llega hasta un «Himno al Ángel Custodio del Gran Duque». Al conde duque de Olivares debe Francisco de Rioja el nombramiento de cronista de su majestad, bibliotecario real, y varios beneficios de capellanías diversas...

Son bien conocidos los casos de Lope y el duque de Sessa, Mira de Amescua en la corte napolitana del conde Lemos, o Antonio de Solís, secretario del conde de Oropesa, etc.

La única comedia de Quevedo es una pieza de elogio cortesano: Cómo ha de ser el privado, obra en clave cuyo protagonista es Olivares, bajo la máscara del marqués de Valisero, anagrama transparente. Otras muchas reflexiones de Quevedo sobre el poder no son ajenas a su experiencia política personal6. La presencia de los destinatarios señoriales sirve incluso para explicar el inacabamiento de algunas obras gongorinas, como el Panegírico al duque de Lerma, tema inoportuno a la caída del valido, o la misma Soledad Segunda7.

El caso de Lope es de un especial interés y merecería una consideración minuciosa, que no podemos hacer aquí, pero señalaremos que incluso en la técnica humorística de Tomé de Burguillos no se halla ausente un mecanismo de superación, desengaño y melancólica resignación frente a la actitud negativa de los poderosos8.

Esta situación hace explicables ciertos elementos que algunos críticos modernos malinterpretan a menudo, como el pesadísimo tranco VIII de El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara, que describe una larga procesión de nobles, y que ha sugerido a algunos estudiosos una intención agresiva que seguramente no podía entrar en el pensamiento de Vélez de Guevara, cuya vida transcurrió siempre al abrigo de los nobles. Lo mismo podría decirse de supuestas burlas a Carlos II en textos de Bances Candamo considerados sospechosos por sus excesos laudatorios, que seguramente no se lo parecerían a quien era drama-turgo oficial de la corte.

Un género, en este sentido, necesitado de mayor estudio es el de las relaciones de fiestas: no solo en su escritura, sino en la misma organización de los festejos participan los escritores como voceros de la gloria y del poder señorial y regio, y a veces como directores del evento. Fiesta y relación son dos componentes de una operación de prestigio. Lerma organiza en su villa en 1617 unas famosas fiestas, y patrocina las relaciones que narran los fastos. Gaspar de Aguilar y Lope celebran las bodas reales de 1599 y dedican sus relaciones a los respectivos protectores, elvizconde de Chelva y la condesa de Lemos. Una de las personas elegidas por Lerma para acompañar a la infanta Ana a Francia y hacer la relación del viaje fue precisamente Lope. Pedro de Herrera, cronista de las fiestas de Lerma de 1617, comenta la oficiosidad de otros competidores: «Concurrieron tantos ingenios aventajados y estudiosos, con el deseo de hacer el mismo servicio [...] que fuera de orden anticiparon impresiones de lo que se no se les había mandado»9.

En tal panorama era de esperar el predominio de elogio o de la propia exhibición poética de la nobleza. Rara vez asoma el rasgo satírico o la denuncia crítica. Hay, no obstante, un corpus hasta el momento muy poco atendido: el de la sátira clandestina, que podría añadir algunas precisiones sobre esta cuestión10. No deja de ser peligrosa la sátira política: en la Cueva de Meliso (1642) se llega a acusar a Olivares de haber ordenado la muerte del conde de Villamediana, en castigo a sus sátiras, y presenta este asesinato como aviso para los demás escritores díscolos:

Si hay poeta grande

que contra ti y contra los tuyos se desmande,

el desacato advierte

y con rigor atroz dale la muerte,

porque su fin violento

sirva a los inferiores de escarmiento11.

Por lo demás, no cabe duda de que las sátiras que se expanden por medios clandestinos, pero que llegan a todas partes y permean la opinión pública, no solo pueden resultar peligrosas para el poeta, si le llega a alcanzar la venganza del poderoso, sino que influyen también en el descrédito y eventual caída de los más altos. El mismo Olivares experimentó una fuerte campaña atizada seguramente por muchos enemigos.

Sin embargo, en la mayoría de los casos propiamente literarios, la sátira se dirige precisamente contra los usurpadores de la condición noble y de la ostentación falsificadora de la autoridad y el poder. Ahí tenemos, por citar un personaje arquetípico, al buscón Pablos de Segovia, cuya carrera vital es una obsesiva pretensión de usurpar un estatuto ilegítimo, condenado constantemente al infamante fracaso por la perspectiva enemiga del caballero don Francisco de Quevedo.

Los géneros teatrales, como espectáculo popular y masivo, son especialmente aptos para la «propaganda» de la nobleza y elogio de la Corona, pero hay también muchas formas parateatrales, fiestas y prácticas de la ostentación que utilizan mecanismos dramáticos y escénicos, como los torneos, mascaradas, puestas en escena de episodios sacados de libros de caballerías, etc. La proliferación de trabajos sobre las ceremonias públicas ha resaltado su papel como formas de representar el poder, con un fin claramente propagandístico y de fortalecimiento de la autoridad pública, pero también como escenarios en los que representar la crítica12.

En efecto, como es sabido, hay estudiosos como el citado Maravall que interpretan todo el fenómeno de la comedia aurisecular en clave de propaganda, pero no se puede simplificar excesivamente. Los contemporáneos, quizás más que los estudiosos modernos, eran plenamente conscientes de las posibilidades que daba la obra literaria. No solo recordaban que lo literario, la poesía como gustaban decir, no tenía que reproducir la realidad histórica, sino que además eran conscientes de que la poesía podía ser utilizada para alagar a los poderosos, pero también para criticarlos, abierta o sutilmente. Desde la perspectiva de nuestro análisis, los discursos e ideología oficiales intrínsecamente ofrecían enormes posibilidades para la crítica. Al tratar de crear gobernantes ideales, la propaganda oficial daba la posibilidad a los autores del periodo de contrastar esos modelos ideales con gobernantes actuales. Las teorías sobre el buen gobierno ofrecían al mismo tiempo la posibilidad de contrastar ese ideal con el ejercicio concreto del poder, en muchas ocasiones caracterizado por injusticia y la corrupción. Las mismas teorías, los mismos eventos, las mismas posiciones ideológicas podrían, en las palabras del recientemente fallecido historiador inglés Kevin Sharpe, ser utilizadas para elogiar al poder, pero también para criticarlo13. Son abundantes las comedias que exaltan los valores de la monarquía y la nobleza, pero no son pocas las piezas de notable sentido crítico; baste remitir a Fuenteovejuna, El burlador de Sevilla, El alcalde de Zalamea o La estrella de Sevilla.

Fijémonos un momento en esta última. El duelo final del rey con los jueces sevillanos, que no se dejan intimidar por el poder abusivo, y obligan al soberano a declarar la verdad de los hechos, muestra de manera descarnada la inmoralidad y violencia arbitraria con las que el rey ha actuado: intenta imponer su poder, pero pierde toda autoridad:

Como a vasallos nos manda;

mas como alcaldes mayores

no pidas injustas causas,

que aquesto es estar sin ellas,

y aquesto es estar con varas,

y el cabildo de Sevilla

es quien es (vv. 2915-2921).

Oleza14 expresa su «total insatisfacción» por la interpretación de La estrella «como obra destinada a reafirmar la autoridad de la monarquía por encima y a pesar de sus propios desafueros», y califica de «linchamiento moral» del monarca, el crudo examen de las conductas del poder que plantea la comedia:

no solo explora las posibilidades de desobediencia, de insumisión y aun de rebelión individual frente al poder tiránico, sino que plantea directamente la desautorización de ese poder por toda una ciudad, representada por sus nobles, pero también —y sobre todo— por sus instituciones...

Hay que tener en cuenta, como siempre, la diversidad de géneros de la comedia, que implica muchas diferencias en el tratamiento de la autoridad y el poder: no importan solo los objetivos ideológicos; la preceptiva literaria reclama ciertas convenciones, ya que en última instancia constituyen obras artísticas, no tratados filosóficos, jurídicos o políticos, en los que se justifique o critique un determinado sistema de gobierno o unas determinadas actuaciones del poder. En este sentido, la comedia es un terreno muy distinto de las sátiras políticas o los panegíricos de encargo, que revelan una dimensión pragmática mucho más cercana a la realidad.

De este modo, en los géneros serios, los protagonistas pertenecen habitualmente a la nobleza, y el decoro dramático exige un tratamiento artístico de cierta elevación, incluso para protagonistas aquejados de defectos imperdonables, como los calderonianos Enrique VIII en La cisma de Ingalaterra o el Herodes de El mayor monstruo del mundo. En las comedias de privanza o en las piezas que examinan el mundo del poder es frecuente la exposición del modelo perfecto y también la denuncia del traidor a sus propias obligaciones de honra y justicia. Singulares ejemplos de abuso del poder son la emperatriz Teodora (El ejemplo mayo de la desdicha de Mira de Amescua), dominada por la pasión, los celos, la ira y la venganza, o en el más notable ejemplo tirsiano de mal gobernante, el príncipe Constantino de La república al revés, que provoca la corrupción y el desorden en su reino; y no hace falta recordar los nobles abusivos de Lope en los que se vienen llamando «dramas del poder injusto» o en los dramas «de comendador» (El mejor alcalde el rey, Fuenteovejuna, Peribáñez...). Versiones grotescas hallamos en la comedia burlesca, que vive su auge en los años del reinado de Felipe IV, y se suele representar en carnestolendas y en el palacio real como parte de las fiestas cortesanas de carnaval o san Juan.

En Los siete infantes de Lara (J. Cáncer y J.Vélez de Guevara), por ejemplo, el rey está tan decidido a impartir justicia que «de puro justiciero / pienso que he de hacer diabluras»:

castigaré, vive Dios,

excesos tan infinitos,

porque castigar delitos

es bueno para la tos,

que soy rey de tales tratos

que para el premio y las quejas

me he puesto otras cuatro orejas (vv. 21-27).

La condición paródica es fundamental en estas comedias, pero el público al que se dirigen (el de la corte) niega el valor subversivo que a veces se ha atribuido a semejantes piezas. Ejemplos de nobles perfectos abundan y no hace al caso citar ahora ejemplos.

No habría que olvidar, sin embargo, la influencia que los espectáculos teatrales pudieron tener a la hora de formar la conciencia política de la población, fuera de la corte, que acudía con asiduidad a los espectáculos teatrales repartidos por toda la geografía de la Monarquía. Más allá de las grandes rebeliones—las comunidades de Castilla, las alteraciones de Aragón, la revuelta de los catalanes—los pueblos vi-vieron numerosos episodios de desórdenes que no obedecían tanto a impulsos irracionales sino a una determinada manera de interpretar el ejercicio del poder, recogida a partir, por ejemplo, de los sermones parroquiales, pero también de la novela o del teatro. En 1663 gritaban los vecinos de Aldeanueva de Ebro, cuando su pueblo fue vendido a un noble: «¡Fuenteovejuna, Fuenteovejuna! ¡Matemos a quien nos quiere vender como a perros! ¡Viva la libertad, viva el rey y muera el mal gobierno!»15. Esta perspectiva diseña nuevos senderos a la hora de poder interpretar mejor el funcionamiento y las actitudes hacia los mecanismos del poder.

Pero los problemas del poder y la autoridad se integran en otros conflictos más allá de sus dimensiones políticas: conflictos generacionales, por ejemplo, de enfrentamiento padre/hijo: mencionaré Los cabellos de Absalón o La hija del aire calderonianos.

Uno de los grandes temas en el teatro de Calderón es el de los conflictos entre las pasiones personales y las obligaciones del poder y la autoridad: en La cisma de Ingalaterra, Enrique VIII no es capaz de dominar sus pasiones como individuo particular, lo mismo que le su-cede a Herodes en El mayor monstruo del mundo: las catástrofes a que conduce esta incapacidad enseñan mucho sobre los límites que definen el campo de actuación de los poderosos16.

No solo los reyes protagonizan tramas sobre los límites del poder: comendadores abusivos como el de Fuenteovejuna o capitanes brutales como el de El alcalde de Zalamea, o los padres caballeros particulares que pretenden forzar a sus hijas a matrimonios no deseados abundan en matices de la problemática.

De nuevo las soluciones dependen de los géneros, por lo que la inserción de la perspectiva temática en la genérica es fundamental: la desautorización de los padres necios de la comedia de capa y espada se expresa mediante su ridiculización, pero la de los reyes en las tragedias de poder y de ambición es cosa más complicada, que plantea entre otras cuestiones la del tiranicidio, que provocó un debate durante los siglos XVI y XVII. Es interesante comprobar cómo una de las posturas favorables al derecho de resistencia es precisamente la escuela jurídica española, coincidente en ciertos aspectos con los protestantes franceses, y estas tesis se manifestaron en el teatro, con público masivo que podía presenciar tiranicidios y rebeliones en escena. Las diversas soluciones teóricas diferencian a Tirso, Rojas Zorrilla o Mira de Amescua, negadores del tiranicidio (encomiendan a Dios el castigo del mal rey), de Calderón, cuyas acciones son mucho más radicales contra los tiranos de uno y otro signo17.

Tirso de Molina, por ejemplo, se plantea en muchas obras el problema del recto ejercicio del poder. El monarca está obligado por la fe y el bien común, pero la rebelión del súbdito es ilegítima aunque el rey conculque sus obligaciones: no hay tiranicidios en el teatro de Tirso. Las soluciones felices son más fáciles en piezas como las palatinas con trama amorosa y de enredo, con abusos generalmente mixtos entre lo político-público y lo individual-privado. Una comedia construida sobre el mecanismo de los múltiples abusos de los poderosos es Amar por arte mayor. El tono lúdico anula la posibilidad trágica de esta pieza de convención palatina y final feliz.

Calderón plantea las cosas de modo más descarnado: la limitación de los abusos de Aureliano en La gran Cenobia se produce mediante el tiranicidio, presenciado directamente en escena. Decio, el homicida, justifica la muerte del tirano:

Muerte mis manos te den

por bárbaro, por tirano,

por soberbio, por cruel.

Y asimismo lo entienden los súbditos que legitiman con su aprobación la muerte del tirano:

Pues aquesta es

justa venganza de todos,

no sólo matarte fue

nuestro intento por la muerte

de Aureliano, pero en vez

de matarte, te nombramos

César nuestro, por haber

librádonos de un tirano.

El teatro presenta este tipo de conflictos a través de las acciones dramáticas: los libros de teoría política toman otro tono y técnicas expositivas. Desde La política de Dios de Quevedo, a libros de emblemas como lo de Mendo, Solórzano Pereira o Saavedra Fajardo, hallamos un enorme despliegue de textos sobre estas cuestiones que convendría editar y comparar con los discursos literarios.

Así, la Historia se ha aproximado al estudio del poder y de la auto-ridad en los siglos XVI y XVII desde múltiples perspectivas: el desarrollo del organigrama administrativo como forma de extender y fortalecer el poder de las monarquías europeas; el pensamiento político y el debate teórico sobre el gobierno de la monarquía y la participación de otras instancias limitadoras del poder real, que estalló en no pocas ocasiones en conflictos internos de gran virulencia y de intenso debate de ideas. La polémica política presentada en el teatro y en los libros de teoría debe explicarse en el contexto de unas determinadas circunstancias: el fortalecimiento del llamado Estado moderno y la ruptura religiosa en Europa. La primera sacó a la luz las tensiones entre quienes defendían la plenitudo potestatis del gobierno del monarca, por encima del Derecho positivo, y aquellos que contemplaban una monarquía dual y limitada en la que el reino pretendía desempeñar su papel en las labores de gobierno. La segunda puso de actualidad el papel de los monarcas ante la herejía y, con ella, la posibilidad de llevar a cabo políticas impulsadas bien por la defensa a ultranza de intereses confesionales, bien por el uso pragmático y exento de límites morales, de la razón de Estado. En ambos casos, la cuestión del derecho de resistencia o, en casos más extremos, del tiranicidio, estuvo presente.

Otro motivo nuclear en este contexto es el de la privanza18. La necesidad de ministros y privados que ayuden en la labor de gobierno es reconocida en los tratados y en la ideología de la época. Andrés Mendo19 declara que «Necesita el príncipe de muchos ojos, oídos y manos, y lo son los consejeros y ministros» y esta imagen de los sentidos del rey, que ya estaba en Aristóteles, se reitera en otras muchas obras, como la ya citada de Saavedra Fajardo. Pero la misma imagen expresa la limitación de la función de ministros y validos, que jamás deberán usurpar la potestad y la dignidad del monarca.

Pero los conceptos de autoridad y poder en la literatura tienen también un desarrollo que pudiéramos llamar interno, dentro del propio campo de la teoría y práctica poética, en lo que se refiere a las autoridades literarias, fundamentales en la creación del Siglo de Oro.

Se produce en este momento una especie de revolución, al menos aparente, en muchos aspectos, respecto de la autoridad de los modelos literarios. El Arte nuevo de Lope es un buen ejemplo: la cita de una serie de autoridades al comienzo prepara su negación en la segunda parte del poema, sustituida la noción de autoridad por la del gusto de una nueva época y un nuevo público. Y sin embargo, no se produce una ruptura tan radical como a veces se suele afirmar con el apoyo de interpretaciones superficiales de algunos textos que no dicen exactamente lo que parece. La negación, por ejemplo, de la frontera entre tragedia y comedia procede de tomar en serio y en sentido radical la aparente negación de la autoridad aristotélica que hace Lope.Tragedia y come-dia siguen existiendo y siguen separadas. La tragicomedia no es una mixtura, como decía Ricardo de Turia, sino una mezcla20.

Algo parecido podría quizá advertirse respecto de la negación cervantina de los libros de caballerías: una negación muy peculiar que consiste en escribir un libro de caballerías, también peculiar desde luego. Género que plantea como uno de sus grandes problemas la autoridad del relato, valga decir su fundamentación verosimilizadora: asunto que debió resolver Cervantes en su variante genial. Pero la exploración cervantina de las relaciones de autoridad y poder es muy compleja. Tomemos el ejemplo de la relación entre amo y escudero en el Quijote, habitualmente entendida por la crítica como una relación de amistad y lealtad. Sin embargo,Williamson21 ha estudiado en cuatro crisis de la novela (episodio de los batanes, encantamiento de Dulcinea, profecía de Merlín y pelea de Sancho y don Quijote) el deterioro de esta relación y la destrucción de las estructuras iniciales de poder y autoridad, de manera que es el hidalgo quien viene a quedar supeditado a Sancho, de quien depende el desencantamiento de Dulcinea y quien por medio de una estrategia de engaño interesado manipula las situaciones y las crisis que manifiestan un menoscabo del principio de jerarquía. La articulación de las cuatro crisis examinadas por Williamson arroja desde luego una nueva luz sobre los protagonistas, cuando menos ambigua, que podría continuarse en otros ámbitos cervantinos, y que sería, creemos, especialmente interesante en el mundo de los entremeses, donde los conflictos de autoridad y poder co-bran, dentro de su marco genérico, una relevancia extraordinaria. Baste pensar en la ambigua autoridad que los espectadores del Retablo de las maravillas conceden a las ficciones de los tracistas. A este último tipo de categorías pertenecen otras cuestiones que podríamos apuntar a propósito de la picaresca, donde se plantean al menos dos clases de cuestiones importantes relativas a la autoridad:

—Por un lado la autoridad de los narradores para emitir un relato, siendo ellos personajes marginales de mínima relevancia social y doctrinal. En el Lazarillo se soluciona recurriendo a una tercera persona, el «vuestra merced» que puede mandar al narrador que cuente el caso. Lázaro-narrador obedece, pues, una orden, aunque amplía a su gusto las dimensiones de la historia, contando no solo el caso, sino todo lo que le parece pertinente, desarrollando una extensa crítica social.

—Por otro lado se plantea la autoridad de la doctrina impartida, es decir, la autoridad ética de unos narradores que pertenecen al mundo marginal y que hacen del engaño su mecanismo de supervivencia. En el caso de Lazarillo, consciente sin duda de esta deficiencia, se ofrece una enseñanza indirecta, mientras que Guzmán de Alfarache predica sermones morales explícitos, los cuales, además de por su contenido, se legitiman desde el desenlace de la novela, que muestra a un Guzmán convertido.

En todos los casos hay ambigüedades. La estrategia del engaño propia de los pícaros y del mundo picaresco introduce dudas en la autoridad del narrador, pero sea como fuere se evidencian múltiples rupturas de los esquemas de autoridad y poder sustentadores de la estructura social: los amos no ejercen autoridad sino violencia arbitraria (como el ciego del Lazarillo), o han perdido todo rastro de poder y autoridad como el escudero, o el poder del dinero sustituye otras fuentes anteriores de legitimación del poder.

En fin, muchos análisis de obras, históricas, teóricas y literarias quedan por hacer, los cuales sin duda nos permitirán comprender mejor el funcionamiento de estos mecanismos del poder y la autoridad en sus múltiples dimensiones.

Algunos de estos análisis se abordan en las páginas que forman el libro que tiene el lector en sus manos. Es un lugar común de los estudios del teatro del Siglo de Oro el que las obras de historia permitían a sus autores una reflexión no solo sobre la historia pasada de su comunidad, sino también hacer referencias, en ocasiones críticas, sobre la realidad presente. Fausta Antonucci analiza varias de las obras de Lope de Vega sobre acontecimientos del Imperio Romano, o más exactamente sobre la historia antigua de España. Para la autora se trata primero de definir el género exacto de estas obras, así como el momento exacto de su composición, pero también de analizar cómo estas obras sobre hechos históricos permitían a Lope reflexionar sobre los vicios y las virtudes de los gobernantes y su efecto en la sociedad.

En su contribución, María Rosa Álvarez Sellers analiza obras que tienen como protagonistas a príncipes herederos. Sabemos que dentro de la reflexión política de los siglos XVI y XVII la educación del heredero de la corona aparece como fundamental a la hora de determinar el carácter futuro del gobierno. Con malos herederos, individuos que buscaban satisfacer sus propios intereses en vez de los de la comunidad, el resultado habría de ser el caos, la injusticia y la corrupción. Como parte de estos debates sobre la educación del heredero figuraba como elemento esencial el gran tema del momento: un monarca que no era capaz de conocerse y controlarse a sí mismo habría de ser no solo el origen de su propia perdición sino también de la del reino.

En un tema que tiene fuertes conexiones con el anterior, Christoph Strosetzki analiza los debates en la época sobre el individuo, o más específicamente, el tema de la dignidad del hombre, de su constitución y posibilidades de transformación y de mejoramiento. Las obras que analiza Strosetzki (Pérez de Oliva, Diálogo de la dignidad del hombre; Libro del hombre nuevo, de Miguel Sánchez de Ortega, o la Microcosmia de Antonio Camos) son todas ellas fundamentales contribuciones a las discusiones en Europa sobre la dignitas hominis.

En los siglos XVI y XVII, el marco institucional desde donde los monarcas ideales servían a sus súbditos era la corte. Existen numerosísimas obras dedicadas a elogiar la corte real como el espacio desde el que los gobernantes no solo administraban justicia,sino también desde donde irradiaban civilidad. Pero en las monarquías portuguesa e hispana, existía también una importante tradición de crítica a la vida cortesana, y otra con una fuerte tradición de defensa del campo y en contra de la ciudad. Rita Marnoto demuestra que si la monarquía ofrecía a través de la corte y la ciudad su potencialidad «civilizadora» como nos enseñó Norbert Elias, hay otra literatura que mostraba a la corte y la ciudad como corruptoras de los principios humanistas y cristianos que se decían dominantes en el periodo. La discusión sobre la corte, de hecho, apareció en estos siglos como la más clara demostración de las posibilidades de elogio, pero también de crítica dentro de las monarquías modernas.

Los dos personajes clave en la política durante el seiscientos eran el monarca y su favorito, y monarcas y favoritos son protagonistas fundamentales en la obra teatral de muchos autores europeos de los siglos XVI y XVII. Pocos temas, de hecho, daban mayores posibilidades de colegir el verdadero comportamiento de los monarcas. Era en este caso cuando la propaganda oficial—que el monarca gobierna solo y teniendo en cuenta los intereses del reino—podía compararse mejor con la realidad—que los monarcas, todos, estaban rodeados de favoritos quienes, a pesar de la propaganda oficialista, eran vistos como personajes que controlaban el poder para servir a sus propios intereses y no los del rey y el reino. Antonio Feros analiza estos temas estudiando la obra de dos dramaturgos, el inglés Christopher Marlowe, y el español Antonio Mira de Amescua, en un intento de entender el tratamiento de un fenómeno político similar desde perspectivas nacionales y culturales radicalmente distintas.

Las posibilidades de crítica no estaban solo presentes en la recreación literaria sino también en debates sobre la política concreta de la monarquía. Quizás una de las más importantes funciones de los monarcas hispanos en el periodo moderno fue la constante valoración de la guerra y la paz, especialmente en relación a enemigos religiosos. En el caso de España, la Inglaterra anglicana de los siglos XVI y XVII, la pérfida Albión, era considerada como el gran enemigo de España en Europa. Los comienzos del siglo XVII, hasta al menos 1623, son conocidos, sin embargo, como un periodo de paz entre ambas monarquías. Muchos ministros y autores políticos vieron esta paz como elemento fundamental para la recuperación de la monarquía pero también como ejemplo específico de una nueva estrategia geopolítica. Pero como Jesús M. Usunáriz demuestra en su contribución, los debates sobre la política de paz fueron mucho más complejos que lo que se ha venido asegurando. Utilizando las Relaciones de sucesos, Usunáriz nos muestra la intensidad de los debates sobre política exterior en unos textos que en general han sido valorados como parte de las campañas de propaganda oficialista.

Las posibilidades de adulación y crítica estaban perfectamente integradas en las teorías e interpretaciones astrológicas del periodo, unas teorías analizadas en su contribución por Frederick A. de Armas. De Armas estudia las teorías astrológicas dominantes en el periodo y cómo una serie de autores (Cervantes, Lope de Vega y Calderón) las utilizan, de nuevo con todas las posibilidades de elogio pero también de crítica. El uso de predicciones astrológicas como crítica a la autoridad y el ejercicio del poder se confirma en la contribución de Sara Augusto, un estudio de A fabula dos planetas, publicado por el portugués Bartolomeu Pachão en 1643, y donde claramente se evidencia el uso crítico de unos temas que en muchas ocasiones fueron utilizados para hacer elogios de los monarcas y de lo que la propaganda oficial describía como sus predestinados y providenciales destinos.

Las percepciones de los portugueses en la literatura castellana es el objeto del capítulo de Antonio Apolinario Lourenço. No se trata tanto aquí de analizar las visiones del poder en la época, sino de adentrarse en cuestiones de rivalidad nacional, y en el quizás más importante tema de las posibilidades de crear una conciencia «nacional española» en las circunstancias culturales e ideológicas del siglo XVII.

La ideología dominante a la hora de valorar el poder otomano, el pasado musulmán en la península, la presencia de una importante población morisca y, sobre todo, la preparación y ejecución de su expulsión a comienzos del siglo XVII son algunos de los temas que mayor impacto tuvieron en la literatura del periodo. No solo fueron temas populares sino también conflictivos, contradictorios, y por ello difíciles de manejar para los autores del periodo. Pocos temas podrían servir tan perfectamente para apoyar las decisiones monárquicas, pero también para introducir críticas fundamentales al ejercicio del poder en la España del seiscientos. Miles de páginas fueron escritas en defensa de las posiciones oficialistas, pero también en defensa de los moriscos como verdaderos cristianos y en contra de una expulsión que a veces fue descrita como inhumana y anticristiana. En muchas ocasiones ambas posiciones aparecían en la obra de un mismo autor, como en la de Cervantes, analizada por William H. Clamurro, quien estudia el impacto de estas conflictivas actitudes en algunas de las Novelas ejemplares y en Don Quijote.

Si el tratamiento de los moriscos o la visión del imperio turco podrían servir para una reflexión sobre el poder en España, lo mismo sucedía con la Inquisición. Las posibilidades críticas que ofrecía la existencia de la Inquisición han sido destacadas por historiadores y críticos literarios en numerosas ocasiones. Carmen Rivero Iglesias lo hace ahora desde la perspectiva de la obra del converso Antonio Enríquez Gómez, La Inquisición de Lucifer y visita de todos los diablos. Creada en principio para comprobar la ortodoxia cristiana de los conversos, con el tiempo, la Inquisición pasó a ser uno de los instrumentos mas poderosos en la defensa de la ortodoxia teológica y política, y el comentario crítico contra sus acciones, siempre peligroso, permitió a algunos autores expresar la desazón ante una Inquisición que muchos vieron como injusta, violenta, corrupta.

Aunque utilizando fuentes de un periodo bien alejado del Siglo de Oro, el estudioso Emmanuel Marigno nos descubre las posibilidades del discurso crítico a través del estudio de las ilustraciones de los Sueños de Quevedo realizadas en la década de 1970 por el pintor Antonio Saura. La intención del autor sería reflexionar, aunque ahora desde un contexto político bien distinto, sobre la pregunta central de este volumen: las contradicciones entre principios y prácticas políticas y las posibilidades literarias de la crítica al poder.

En definitiva, este libro pretende recoger algunos de los aspectos que se han apuntado a lo largo de esta introducción: la imagen del rey, del gobernante ideal que persigue el bien común por encima de intereses personales, que sujeta la brida de sus propias pasiones, que se somete a las capacidades de un favorito o que contempla como guía infalible de su labor los signos astrales; los problemas morales de una «razón de Estado», consecuencia de la arrogancia del poder que desemboca en tiranía, o que se plasma en la aplicación de determinadas políticas inter-nas y externas que afectan directamente al desarrollo de la propia monarquía.Y todo ello apunta a que aquella sociedad barroca, controlada y aristocratizada, supo hacer uso inteligente de la crítica del poder como forma de expresión y creó sus propios espacios de libertad.

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Notas al pie

1 Una parte de este libro se enmarca en las investigaciones apoyadas por el Programa Consolider-Ingenio 2010, CSD2009-00033, del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica, y el Programa Jerónimo de Ayanz, del Gobierno de Navarra, «Ayudas para la intensificación e internacionalización del talento investigador», 2010. Otra se integra en los resultados del proyecto «Autoridad y poder en la España del Siglo de Oro. La representación del imperio, la imagen de una política exterior», HAR2009-09987 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España, dirigido por J. M. Usunáriz. Para otras observaciones generales pertinentes con mayores documentaciones y referencias bibliográficas en relación con los proyectos mencionados, ver Arellano, especialmente 2011a.

2 Ver Feros, 2002; Arellano, 2011a; Arellano, Strosetzki y Williamson, 2009.

3 Maravall, 1980: «la monarquía culmina un complejo de intereses señoriales restaurados» (p. 71); «una vuelta a la autoridad, a la estructura aristocrática de los vínculos de dependencia y al régimen de poderes privilegiados» (p. 73); «el Barroco español, bajo el vértice insuperable de la monarquía, está regido por la inadaptada clase de la nobleza tradicional» (p. 80); caracteriza al Barroco el «fortaleci-miento de los intereses y poderes señoriales, como plataforma sobre la que se arma la monarquía absoluta» (p. 89); etc. A propósito de Lerma, Feros señala la conveniencia de examinar con mirada crítica la enorme variedad de textos producidos por el régimen y sus oponentes, sin despachar unos pocos con el fácil concepto de la ‘propaganda’, que unificaba para Maravall todas las facetas del poder monárquico aurisecular (Feros, 2006, p. 24 y ss.).

4 Feros, 2004, pp. 61-62. Ver también Feros, 2002, p. 19, que advierte de la «necesidad de evitar las interpretaciones demasiado simplistas del periodo» del duque de Lerma, lo que puede valer en general para todo el Siglo de Oro.

5 Rozas, 1990, p. 129.Ver Arellano, 1998 y 2005.

6 Ver Quevedo, Teatro completo; Arellano, 2008.

7 Ver Góngora, Soledades.

8 Para Lope ver Arellano y Mata, 2011, pp. 169-190.

9 Ferrer, 1993, p. 16.

10 Ver Rosales, 1944; Etreros, 1983; Castro Ibaseta, 2008.

11 Ver Fernández Mosquera, 1996.

12 Ver González Enciso y Usunáriz, 1999.

13 Sharpe, 1987; Skinner, 1974; Feros, 1993

14 Oleza, 1994, p. 246.

15 Lorenzo Cadarso, 1996, pp. 108-109.

16 Feros, 1993.

17 Ver Arellano, 1994, 2006; Usunáriz, 2008, pp. 83-134.

18 Ver Feros, 1990, 2001, 2002, 2004.

19 Solórzano Pereira, Emblemas regiopolíticos, p. 172.

20 Arellano, 2011b.

21 Williamson, 2009.

«NADA ME PARECE JUSTO EN SIENDO CONTRA MI GUSTO»: PRÍNCIPES HEREDEROS EN EL TEATRO IBÉRICO DE LOS SIGLOS DE ORO

María Rosa Álvarez Sellers
Universitat de València

No es señor quien señor nace,
sino quien lo sabe ser.

Reinar después de morir

El príncipe heredero es uno de los personajes más complejos del teatro de los Siglos de Oro. Educado en un mundo de normas que debe hacer cumplir, se revela incapaz de predicar con el ejemplo e incluso de creer en ellas porque a menudo confunde autoridad con poder. «Nada me parece justo / en siendo contra mi gusto», dice Segismundo, o «Provecho es hacer mi gusto», proclama Amón. Pero si, como había dicho Lope en su Arte nuevo (1609), hablar en necio es justo para dar gusto al vulgo, en el caso del príncipe, el gusto personal no suele coincidir con el provecho colectivo, porque las pasiones y el bien común son difíciles de conciliar.

Los protagonistas de las obras que vamos a analizar1 sienten estar por encima del universo de preceptos que habitan los otros, tal y como dice D. Pedro:

Cos príncipes tem Deus outros segredos,

que vós não alcançais, e como cegos

nos juízos errais de seus mistérios. (I, vv. 374-376)

Ese carácter exclusivo les lleva a considerar la voluntad superior al entendimiento y a enfrentarse a todo aquello que pueda contrariarla. Creen que su posición les brinda privilegios pero los exime de responsabilidades porque no sostienen la corona y aún es posible asociar la libertad a aspiraciones individuales no siempre legítimas. Saben que su derecho a ejercer el albedrío va en contra de los deberes asignados y necesitan demostrar que solo Dios puede juzgarlos, tratando de ignorar que la razón los obliga. Las acciones dirigidas por la hybris se convertirán en errores que desembocarán en conflictos trágicos si el aspirante a soberano no consigue rectificar a tiempo.