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FRANCISCO BRAMÓN

LOS SIRGUEROS DE LA VIRGEN SIN ORIGINAL PECADO

EDICIÓN DE TRINIDAD BARRERA

(Estudios de Trinidad Barrera, Gema Areta y Jaime J. Martínez)

Universidad de Navarra - Iberoamericana - Vervuert - Bonilla Artigas Editores

2013

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Diseño de la serie: Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero

Imagen de la cubierta: cuadro Abrazo ante la Puerta Dorada (Nº. Inv. 00170)

© Museo de América, Madrid

Diseño de la cubierta: Marcela López Parada

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ÍNDICE

La pastoril inmaculista

Los Sirgueros de la Virgen

La pastoril académica

El «Auto del triunfo de la Virgen y gozo mexicano»

Bibliografía

LA PASTORIL INMACULISTA

Es también hora de las aves sonoras y sirgueros dulces, que en suave gorjeo celebran la concepción purísima de María (SV)

Cuando Francisco Bramón publica la novela pastoril Los Sirgueros de la Virgen sin original pecado (México, 1620) ya la Nueva España contaba con otro precedente ilustre en el género, Siglo de Oro en las selvas de Erífile (1608) de Bernardo de Balbuena. Ahora bien, la intencionalidad de una y otra es muy diferente, ya que no sería desacertado si dijéramos que la novela de Bramón es la única novela pastoril divinizada de las letras novohispanas, al menos no conocemos ninguna otra hasta la fecha. Sí que tenemos casos en la península, sin ir más lejos Pastores de Belén (1612) de Lope de Vega, aunque podrían señalarse además otros títulos que toman lo pastoril para trasladarse a un contexto religioso, son los casos de la Primera parte de la clara Diana a lo divino (1599) de Bartolomé Ponce, o, con posterioridad a todas las citadas, Vigilia y octavario de San Juan Bautista (1679) de Ana Francisca Abarca de Bolea. Como ha señalado Castillo, más que de divinizaciones —salvo el caso de Ponce— habría que hablar de «obras de pastores espiritualizadas, en las que la temática pastoril se somete al adoctrinamiento, en la que los personajes hablan y se convierten en auténticos cristianos»1. En el caso de Bramón los pastores que recorren los «jardines mexicanos» son devotos defensores de la «inmaculada concepción» de María y sobre esa temática2, de total actualidad en aquellos años, gira toda la novela que transcurre en los días previos a la celebración de la festividad inmaculista.

BRAMÓN, ESCRITOR CRIOLLO

Lamentablemente, pocos datos tenemos sobre Francisco Bramón, y los que tenemos se deben sobre todo a Humberto Maldonado Macías3. Sabemos que era criollo, nacido en la Nueva España —como así lo deja entrever en el Prólogo de su obra—, pero no podemos precisar la fecha de su nacimiento, aunque sí la de su muerte, concretamente el 1 de mayo de 16644. Había sido nombrado consiliario de la universidad en 1619, como se califica en su novela, y desde 1618 era bachiller y clérigo «de corona y grados», recibiendo las órdenes sacerdotales en la capellanía de Mixquic. En ese mismo año, pero meses después, concursó para la cátedra de Retórica de la Universidad de México, sin éxito, dato que refiere con cierta amargura en el Prólogo, cuando dice que su obra vino «a aliviarle de una cansada oposición, dejando el popular concurso y ambigüedad de amigos, que los más de este calamitoso tiempo son fingidos griegos» (p. 45). Más adelante pone en boca de Anfriso, su álter ego, estas otras palabras explicativas de su venida al espacio rústico:

Solo fue a dar larga y alivio al trabajado pensamiento de una oposición que en la real y florentísima Academia mexicana, con grande aprobación de hombres sabios y doctos, hice; adonde mostré el trabajo mucho y continuas vigilias mías en la demostración de mis estudios (p. 122)5.

Su preocupación por la envidia salpica varios momentos de su novela, utilizando el personaje de Zoile, el «fiscal Zoile» lo llama, como símbolo:

[...] y no que en estos nuestros calamitosos tiempos está desenfrenado el ape-tito de Zoile, de suerte que tiene su mayor dicha en solo roer y ladrar como envidioso perro las obras que por humildes que sean, merecen grande honor y estima, por haber costado excesivo estudio y continuas vigilias (pp. 214-215).

Su fama de poeta ya le había llevado a participar en 1618 en el certamen poético de los plateros que él mismo menciona en su libro: «y sé que en un certamen que los artífices plateros dedicaron a esta Señora...» (p. 135)6. Hacia 1654 ya tenía el grado de licenciado7, cuando participa de nuevo en otro certamen poético en el que queda en cuarto lugar. Con anterioridad, hacia 1633, sabemos que era presbítero, predicador y confesor en la congregación de la Anunciata del colegio de la Compañía de Jesús8.

Hoy día podemos añadir además que el mismo año de la publicación de su libro pide permiso a las autoridades competentes para que «setenta cuerpos del dicho libro» pasen «a los reinos del Pirú»9, de los que el marqués de Guadalcázar, que siendo virrey de la Nueva España había otorgado la licencia de su novela, sería nombrado virrey en 1622. No tenemos más datos al respecto excepto la autorización para el envío, fechada en julio de 1620.

EL LIBRO Y SUS PRELIMINARES

La novela de Bramón, publicada en abril del año 1620 —ésa es la fecha que la imprenta Juan de Alcázar consigna al final del libro—, está dirigida al obispo de Michoacán, D. Baltasar de Covarrubias, fraile agustino, y consta de la licencia del virrey, por seis años, pese a que el libro sólo tenía una de las dos aprobaciones finales. Las dos aprobaciones que referimos son, concretamente, la del franciscano fray Victoriano Esmir, dada en diciembre de 1619, y la del fraile agustino Gonzalo de Hermosillo, unos meses después, en febrero de 1620. Así como la segunda responde a los tópicos de rigor, no haber nada contra la fe católica ni las buenas costumbres, la primera se detiene en la obra con estas palabras:

[...] hallo que su dulce canto es digno se celebre, pues en él —como en copiosa silva— hallará el poeta realzados conceptos, el curioso en qué deleitarse, el sabio qué advertir, y el pastor sencillo canciones con que entretener la soledad del prado, olvidando aquellas que tantos han escrito (p. 41).

Muestra una preocupación por el público lector, distinguiendo entre letrados y rústicos, y dando una aprobación general a los diferentes gustos del momento califica el libro de «silva» por la libertad que en él se respira, al mezclarse el verso con la prosa y los conceptos teológicos con los arcos triunfales o las fiestas de novillos, amén de la composición teatral que la culmina. Como en una silva o ensalada confluyen elementos diversos que facilitan la satisfacción de un público variopinto, aunque en este caso todos apuntan a un mismo fin.

La dedicatoria al obispo de Michoacán, cuyo escudo de armas figura en la portada del libro, pareciera dar a entender el origen michoacano de Bramón o cuando menos su vinculación estrecha con ese sitio, si hemos de hacer caso a la metáfora de la planta y la flor con que inicia dicha dedicatoria:

Antes que la flor brotara, señor ilustrísimo, del fruto que hoy mi tierno entendimiento ha producido, tenía en vuestra señoría ilustrísima dueño propio, como señor que es de la tierra donde produció la planta que hoy, a la sombra que deseaba para defensa de los desenfrenados vientos, se llega gananciosa de tener amparo en vuestra señoría ilustrísima (p. 42).

Ya desde este instante muestra Bramón su preocupación por poner su obra al abrigo de «mordaces labios» y preservarla «del apetito de Zoile», sombra temible que acompaña de forma intermitente su discurso, pues el miedo a la envidia y a la maledicencia no deja de atormentarlo más allá del prurito retórico. Dicha preocupación, además de la experiencia personal, podría ponerse también en relación con el malestar que asola la clase letrada a principios de 1619, enraizada en las disputas entre detractores (dominicos) y defensores (el resto de las órdenes religiosas) del misterio de la Inmaculada, sumado al desacuerdo por el fallo emitido por los jueces en el certamen poético de los plateros, así como por los gastos excesivos de aquellos fastos. Dicha situación llegó a plasmarse a través de versos que fueron auténticos dardos disparados de uno y otro lado. Con el peso de la gloria de las celebraciones y la resaca posterior, escribe y publica Bramón su novela, para la que desea un lugar «seguro de borrascas».

El Prólogo al lector comienza con una defensa de la poesía que remite, como es habitual en este tipo de la defensas, a nuestro primer padre Adán, y luego citará a san Pablo, a Sila, a Cristo-Cisne en el momento de su muerte, y a otros teólogos de los primeros tiempos de la Iglesia. Vuelve de nuevo a la Antigüedad trayendo a colación otro personaje tópico ligado al verso, al rey profeta y músico David, y en relación con él al profeta Eliseo. Se detiene especialmente en Cicerón, concretamente en su Tosculanas, y en Aristóteles. Éstas son prácticamente las fuentes que cita a propósito del don de la poesía-música. Dicha digresión, no demasiado tediosa si la comparamos con otras defensas del verso en ese mismo siglo, concluye con la alusión a los estilos heroico y humilde. A continuación, enlaza con la intención que le ha guiado a la hora de escribir este libro —líneas citadas más arriba— y la temática elegida:

Entretuve, pues, el pensamiento en un milagroso sitio, pedazo de cielo, entre sencillos y sin doblez pastores, en ocasión que el instante dichosísimo festejaban de María. Y viendo cuán singular y heroico era el objeto que se ofrecía, por hacer mi estilo tal —respecto del asunto venciéndome a mí mismo— grabé empresas, levanté conceptos —tenues por ser míos—, descrebí placeres y compuse rimas (p. 45).

Su Prólogo reúne sintéticamente las dos partes características del mismo, la preceptiva y la presentativa. Termina anunciando un nuevo libro, consagrado a Marte, por tanto a asuntos guerreros, quizás un poema épico, como hizo también Balbuena con su Bernardo, pero lo cierto es que debió de quedarse en la idea o al menos no ha sido localizada hasta el momento ninguna otra obra de Francisco Bramón, ni tampoco tenemos referencias documentales.

Las composiciones laudatorias que la acompañan son cinco: cuatro sonetos, del doctor Rodrigo Muñoz, del almirante Andrés Lariz, de Gerónimo de Cuevas Girón y de un amigo religioso anónimo, respectivamente; además de unas redondillas del primero de ellos. Todos inciden en la temática del libro y en la importancia de este canto a la Virgen y en su mentor Bramón que, cual nuevo y cristiano Orfeo con el que es comparado, canta y «suspende el mundo» con sus «sirgueros» o jilgueros, metonimia del «canto», al tiempo que la Virgen lo alumbra.

ESTRUCTURA Y ARGUMENTACIÓN

Los Sirgueros de Bramón, de marcado carácter didáctico y doctrinal, es una obra esencialmente híbrida: la variedad de metros, la inserción de episodios bíblicos y la inclusión de un auto teatral en el interior de la obra misma son elementos más que suficientes para detectar esa hibridez, característica muy común en las obras novohispanas en prosa.

El 12 de septiembre de 1617 el papa Paulo V, a instancias del rey Felipe III, dicta un decreto, Sanctissimus, en defensa del misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen10. Los festejos se sucedieron en todo el orbe católico y muy especialmente en España, pero también en la Nueva España11. Los plateros de la capital mexicana, como hicieron los sevillanos12, organizaron un concurso de poesía, altares, mascaradas y procesión en honor de la Virgen Inmaculada, de la que mandaron hacer una imagen colada que regalaron a la catedral, y transcurrieron dos días de festejo bajo la mirada celosa del arzobispo Juan Pérez de la Serna. De estos datos nos da cuenta la novela en varios momentos, y muy especialmente en esta glosa de Palmerio:

TEXTO

La platería os retrata

en plata virgen, y es bien

retratar en plata a quien

es más limpia que la plata.

GLOSA

De un escogido metal

virgen, Dios os retrató,

y en vos empleó su caudal,

pues la liga consumió

del pecado original.

Dios de todo os asegura

siendo tan hermosa y pura,

y en vos su precio quilata,

y dél con vuestra hermosura

la platería os retrata.

Bien es que artífices tales

estén mirando a tal blanco,

pues da su vista señales

que el retrato es limpio y blanco

y de subidos metales.

Para ser bien estampada,

pues sois vos la preservada,

venga Eloy, que será quien

os sacará retratada

en plata virgen y es bien.

Y como en vos se atesora

de vuestro bien la grandeza,

vuestra concepción señora

muestra al mundo su pureza,

pues en gracia se mejora;

y en el retrato defiende

que cuando así en plata atiende

el retratar tanto bien,

es porque ven quien pretende

retratar en plata a quien

de hoy más se llame dichosa.

Tan gran arte pues que forma

el retrato de la esposa

a quien Dios le dio la forma,

en cielo y tierra preciosa.

Alegre la platería

con tal retrato este día

publica y a voces trata

que en su concepción, María

es más limpia que la plata (pp. 169-171).

O este otro romance, de claros tintes personales, en el que se da una relación de fiestas y viene a poner fin al Libro Segundo:

Los artífices famosos

que renombre eterno alcanzan,

por las obras de sus manos,

y más por la que hoy retratan,

viendo de Dios el milagro

en su concepción sin mancha,

toda hermosa la dibujan

en lo mejor de sus almas.

Gozoso más el deseo

de ver tan graciosa infanta,

convida a la platería

se le dedique a sus aras;

busca nuevos instrumentos

con que poder retratarla,

y en manos de Torres deja,

saque perfecta la estampa.

Previnieron tantas fiestas

para una sola, que espanta

ver gastos tan voluntarios

en que sus pechos se bañan.

Tales fuegos le dedican

que las esferas más altas

piensan que fraguan estrellas,

para esmalte de sus capas.

Rayos parecen las luces

que a los cielos se abalanzan,

y las que corren por tierra

sólo el mormullo arrebatan.

Salen escuadras vistosas

de mancebos, que sus galas

a Febo dan que mirar,

que contemplar a las damas.

De sus colores azules,

adornan cifradas capas,

y los penachos jugando

su nuevo gozo declaran.

Parece puso el pincel

con donaire y gracia tanta

la naturaleza en ellos,

que su compostura agrada,

cual representa a Filipo

de tantos mundos monarca,

cual al pontífice Paulo,

a quien Dios de vida larga.

El suelo besan las telas,

que su color de escarlata

mas linde a los frisones

cuando por las calles pasan.

triunfo componen arcos,

los pensamientos levantan,

que los Saguntos y Menfis

viendo tal grandeza callan.

Todas sus calles matizan,

dibujan puertas, ventanas,

porque el ornato de aqueste

dé, al de enfrente, semejanza.

Ofrecen costosos premios

a las musas mexicanas,

porque sus venas descubran

el oro de su alabanza.

Con tal júbilo eternizan

los nombres que en hombros carga,

dé hoy más la diosa parlera

que ellos dan viento a sus alas.

Bien es artífices nobles

que deis materia a la fama;

porque el non plus ultra llegue

a ser asombro de España.

Yo pido a Dios por tal gasto

os dé de sus prendas caras

con el oro de la gloria,

por donde el tiempo no pasa;

y que en eterna memoria

de alma y vida así lograda

quede el blasón de tal obra,

sin que el tiempo la deshaga,

que con tal retrato hacéis

inmortales las hazañas

de artífices que dedican

a Dios, la niña de plata (pp. 171-173).

La novela de Bramón, al tiempo que da cumplida cuenta de estos festejos y del fasto que llevaban aparejado, es toda ella un homenaje más a la alegría generalizada en la sociedad del momento por el decreto papal concepcionista que tantas disputas había ocasionado entre órdenes religiosas13. Hay que tener presente que además de alegoría religiosa es, como apunta Anderson Imbert, una novela de claros tintes autobiográficos que ponen de relieve el don poético de Bramón, ya demostrado en un certamen previo y que es referido en el romance antes citado, que canta Palmerio, aunque es Anfriso, anagrama de Francisco («y que frisa al que recibí cuando la Iglesia nuestra madre me conoció por hijo»), quien refleja más ceñidamente al autor. La elección del nombre, en clara intertextualidad con el Anfriso de la Arcadia de Lope de Vega, es disfraz, como en aquel, de un personaje de carne y hueso cuyos puntuales y académicos datos jalonan el texto, confundiéndose lo dicho en el Prólogo, que firma Bramón, con lo dicho en la obra, que rubrica Anfriso.

La edición de 162014 está formada por 12 hojas y 161 folios en octavo. Está integrada por tres partes o libros. El primero comprende 78 folios, y debido a un error de paginación se repite la numeración de los folios 74 y 75, pero el contenido es distinto (lo que arrojaría, si la numeración fuera correcta, 80 folios). Una imagen de la Virgen, coronada, con la Luna a sus pies y con el niño en brazos15 sirve de enlace al Libro Segundo, que abarca 51 folios (79-129). El Tercero, el más corto, con sólo 32 folios (130-161), lo ocupa casi en su totalidad el llamado «Auto del triunfo de la Virgen y gozo mexicano», que se ha reproducido como pieza independiente en múltiples ocasiones. La numeración del folio 155 aparece erróneamente como 151, pero el contenido es diferente. No había sido editada de forma completa hasta la fecha.

Como bien apunta Traslosheros, la novela de Bramón «es un árbol dentro del bosque de la literatura moral, edificante, de intención pedagógica, que gobernó los mejores intelectos de toda la monarquía de España en el siglo XVII»16. Así hay que entender el sentido de la misma, el objetivo primordial es mostrar, con datos, a los lectores del momento, siendo los primeros los pastores oyentes, la ausencia de pecado original en el mismo momento de la concepción de la Virgen. El culto y la alabanza dominan todo el relato, y cualquier otro asunto aparece subordinado a ése y adquiere una importancia mínima, como el caso del enamoramiento de Menandro hacia Arminda.

Con esta finalidad clara y directa, próxima a veces al sermón —no en balde el sacerdote Sergio17 explica algunos conceptos en la segunda parte, como a su vez había hecho el pastor Anfriso en la primera—, Bramón elige el molde de la pastoril como el más adecuado para aportar su grano de arena a un debate candente en aquellos momentos tanto en su tierra como en la península18. Tres obras pastoriles son señaladas en el interior de los Sirgueros, directamente la Arcadia de Lope de Vega y El pastor de Fílida de Gálvez de Montalvo, indirectamente Tragedias de amor de Juan de Arce Solórzeno. No hay rastro de la pastoril de Balbuena, aunque sí referencias a la grandeza de la capital mexicana, en términos que nos recuerdan la otra obra del obispo de Puerto Rico («populosa ciudad, asombro del mundo, tesoro de riquezas, cifra de hermosura, dechado de ingenios y milagro de milagros»).

La obra está estructurada en función de un recorrido o viaje que hacen los pastores hasta el lugar donde se celebrará la festividad de la Inmaculada en la tercera semana de diciembre, con la apoteosis del espectáculo teatral. Termina la novela, una vez finalizados los festejos, con la despedida de Marcilda; ella se despide de todos y todos de ella, y sólo sabremos que Anfriso ha llegado a su Real Academia al día siguiente, acompañado de Menandro, para laurear sus sienes. Dicho recorrido, que abarca sobre todo los dos primeros libros ya que el tercero se abre con la llegada al templo, origina el encuentro con otros pastores, que se encaminan al mismo sitio, o la despedida ocasional de algunos, en suma, encuentros y reencuentros que van engrosando el número de los que se dirigen, cual peregrinos, al templo para oír misa y contemplar el posterior espectáculo del «Triunfo de la Virgen y gozo mexicano» que pondrá fin a los festejos. Ese caminar que orienta el relato propicia el canto, la conversación, el relatar lo que se ve y se vive o bien las pausas de las digresiones. Ese movimiento hacia un lugar fijo que va desde un espacio abierto a otro cerrado, del prado al templo, y finalmente del templo a la ciudad, estructura el relato en función del amanecer y el anochecer que marca el paso de los días hacia un lugar concreto; el grupo, cada vez más numeroso, se muestra progresivamente también más enfervorizado, por toda la carga doctrinal que el camino lleva aparejada y la que posteriormente se recibirá ante el templo: desde las empresas de Anfriso, en la primera parte, a los jeroglíficos explicados por el venerable Sergio en la segunda, amén de otras digresiones al hilo, así como el importante auto de la tercera.

La novela mezcla la prosa con el verso19 —en una rica variedad de estrofas cultas y populares—, y las leyendas bíblicas frecuentan tanto los relatos pastoriles como los sonetos, romances o redondillas. La erudición que muestra Bramón remite en primer lugar a los textos sagrados, al Antiguo Testamento, al Génesis, al Eclesiástico, a los Salmos de David, al Cantar de los Cantares, a los Evangelios, en definitiva, a la Vulgata. Refiere tanto leyendas apócrifas como genealogías bíblicas, como ocurre con la larga lista de la descendencia de José en la segunda parte, pero entre sus fuentes religiosas también debieron figurar libros como el Abecedario virginal de excelencias del Santísimo Nombre de María (Madrid, 1604) de Antonio Navarro, donde hemos podido rastrear muchas de las explicaciones de las empresas de Anfriso entre los 228 nombres de María, así como el Sermón de la Purísima Concepción de la Virgen María del doctor Francisco Núñez Navarro, catedrático de Teología, dado en Écija el 2 de julio de 1615 y publicado en Sevilla en ese mismo año. También es posible identificar muchos de estos apelativos marianos en las tarjas que rodean el retablo de la Virgen de los Remedios en su capilla mexicana, según explica en su libro el fraile Luis de Cisneros20. Es posible además que consultara los numerosos Speculum disponibles, los léxicos eclesiásticos o las Etimologías de san Isidoro, enciclopedias de uso común en su época. Textos leídos, himnos, oficios litúrgicos y quizás también, por qué no, la contemplación de algunas pinturas de la Inmaculada que ya reflejaban a su alrededor mucha de la simbología explicada por Anfriso, como la pintura mural del convento franciscano de Huetjozingo, del siglo XVI, o la famosa tela de Juan de Juanes de 1540.

No menos importantes son sus referencias al mundo clásico, siendo Ovidio, en sus Metamorfosis, el poeta más citado, pero también lo son Horacio, Marcial, Virgilio, Homero, la filosofía de Aristóteles, la de Platón. El caudal de la mitología clásica halla eco y correspondencia en sus espacios, así como el conocimiento de la astronomía y la emblemática. Toda la novela está preñada de erudición, que se cuela en las digresiones y símiles que la nutren. Como en otras novelas pastoriles divinizadas, proliferan los juegos, acertijos, jeroglíficos o enigmas, que deben ser descifrados o adivinados, con el fin de informar a los lectores sobre el misterio de la Inmaculada, una función pedagógica que está siempre omnipresente. De ahí que apreciemos un conceptismo sacro no siempre fácil de desgranar, ya que tampoco son ajenos los ecos de la tradición cabalística, de tanta resonancia en fray Luis de León, san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús, para descifrar algunos símbolos.

El espacio, como corresponde a la bucólica, está marcado por su condición de amenidad, lugar propicio para el canto, el baile y juegos de diversa naturaleza, habitado por idealizados pastores, mucho de ellos con una gran cultura, en este caso religiosa y bíblica pero también clásica, conocedores de los secretos de la música y el canto que, como veremos, no lamentan la pérdida de un amor terrenal sino cuestiones más trascendentales. Sí se canta al amor, pero al de María:

[...] y ellos olvidados por entonces de sus pasiones amorosas y celosos pensamientos, que a los más firmes y constantes amadores del peso de su ser y discreción derriban y enajenan, solo se ocupaban en fomentar y levantar de punto el nuevo regocijo que tanto se dilató por sus generosos pechos, que si hablaban, las pláticas eran de María (p. 131).

No hay cabida aquí para el desarrollo de amores humanos; es más, cuando Anfriso manifiesta a Florinarda que no es a ella a quien ama sino a la Virgen, aquélla se siente aliviada de que ese amor no sea hacia otra mujer terrenal; pálida e incipiente es la historia de amor entre Menandro y Arminda, y desde luego no encontrará el lector nada parecido a enredos amorosos como era habitual en la pastoril clásica, ni presencia de magos que arreglen situaciones de forma maravillosa. El único amor que tiene cabida aquí es el divino, y ése es el manifestado por unos y otras, por encima de sus particulares sentimientos humanos. No obstante se vive y se discute y aún se cuelan reflexiones sobre la amistad y el amor entre seres humanos, de gran congruencia en momentos puntuales del relato, es el caso de Anfriso explicándole a Menandro qué significa ser «amigo del alma»:

Sólo, dijo Anfriso, con la confirmación de dos recíprocas voluntades, que por el particular logro de su afición se unan entre sí, de tal suerte que sólo entre las dos viva, si decirse puede, un cuerpo. De donde procede que llamen a dos amigos del alma los que ven su mucha amistad y unión que respecto della se hacen una, cuerpo y alma; y ésta es la amistad que más propriamente puede tener tal nombre; que la que milita al contrario no lo es (p. 128).

O más adelante, cuando Anfriso explica los efectos del amor a Menandro, que se está enamorando de Arminda, de claros ecos neoplatónicos, a la sombra de León Hebreo: «mas primero advierte que el igualarse las voluntades no es otra cosa que una simpatía que en sí suelen tener, mediante la amistad que tienen los planetas o los efectos del amor» (p. 133).

El texto se mueve entre un narrador externo y varios narradores internos, narradores-protagonistas que toman la palabra para contar algún tema o dialogar con otros pastores, la mayoría de las veces. En medio de esas conversaciones se cuela la voz del narrador, que matiza los espacios, lugares o actitudes de tal o cual personaje, y enlaza a unos con otros, una importante labor de ilación del texto donde el pastorear pasa a un segundo o tercer plano, con algunas alusiones a lobos acechantes de tiernos e inocentes rebaños. También debemos al narrador externo los inicios y cierre de cada libro, haciendo coincidir la llegada de la aurora en los comienzos y la llegada de la noche en los finales, con independencia de que en cada libro transcurra más de un día: la «hermosa aurora» (Libro Primero), la «rosada aurora» (Libro Segundo) y «el alegre día» (Libro Tercero) saludan los inicios de cada una de las tres partes, así como «el haber recogido el Sol de todo punto sus claros rayos» (Libro Primero), la «gozosa noche» (Libro Segundo) y el «fuese el Sol» (Libro Tercero) cierran cada una de ellas respectivamente. Un camino donde cantar y contar corren paralelamente, en unos cantos que responden a otros o a cualquier discurso que se acaba de proponer, la mayoría sobre cuestiones teológicas alusivas a la Virgen, aunque en otros momentos simplemente se le pide al de al lado que cante y rellene el ocio bucólico y el tiempo libre. Un despliegue de instrumentos, ritmos y formas, practicados por estos rústicos y/o cultos pastores, embaraza la prosa.

Los dos primeros libros se desarrollan según una mecánica muy simple en función del paso de las horas o días, armados en función de unos cuadros o escenas que van señalando la entrada o salida de los pastores-personajes en el espacio feliz. El Libro Tercero, al estar constituido sobre todo por la contemplación del auto sacramental, admite menos movimientos, y contrasta su estatismo frente al dinamismo —siempre relativo— de los anteriores.

La pareja de pastores protagonistas de la novela son Anfriso y Marcilda21, ambos son cultos, sabios y conocedores de enigmas. Anfriso en realidad es un falso pastor, que llega al campo proveniente de la ciudad con el fin de entusiasmar y animar al gremio pastoril a que participe en la festividad de diciembre y pronto se funde en animada compañía con el resto, especial-mente gracias a Marcilda, que había dado muestras de conocer su obra22. Éste no sólo despliega sus empresas en los 26 nombres —más bien calificativos— de María, sino que compone el auto sacramental final. No queda atrás Marcilda, cuya primera digresión acerca del pecado de Adán deja admirado a Palmerio, pero quizás su obra magna sea el arco cuajado de simbología que idea para la conmemoración, ese «parto del entendimiento» que se sitúa en la puerta principal del templo, que necesitará de la explicación del venerable Sergio, el único que no es pastor físico aunque sí metafórico, al ser un hombre de Iglesia. Además de Sergio, la pareja protagonista, con sus empresas y su arco, apelan al recurso de la predicación y de la escena: Anfriso glosa oralmente lo desplegado en el árbol y compone un auto de clara finalidad edificante; Marcilda idea la suntuosidad ornamental del arco y Sergio explica lo allí referido; todos comparten el mismo auditorio, los otros pastores que visualizan lo narrado por aquéllos.

LIBRO PRIMERO. LOS JEROGLÍFICOS Y EMPRESAS MARIANAS DE ANFRISO

Los primeros en salir a escena son los pastores Marcilda y Palmerio, que inauguran la obra. Ella va a tener un papel principal en toda la novela, pues es la que organiza la fiesta a la Virgen, la que dispone el cortejo, distribuye funciones, etc. Su protagonismo es compartido con Anfriso. Florinarda es la siguiente pastora en entrar en escena, pronto sabremos que había puesto los ojos enamorados en Anfriso, sin éxito. Le siguen en importancia los pastores Menandro y Arminda, que hacen aparición en la segunda parte del libro, y el resto son pastores y pastoras que constituyen un conjunto heterogéneo de jóvenes sin protagonismo destacado, aunque algunos son señaladas por sus nombres y emparentadas con Marcilda (Elisa, Aura, Gerarda).

La aparición de Marcilda, la primera en entrar, viene precedida de un pórtico próximo al locus amoenus, «un milagroso sitio de hermosuras y transformaciones» donde está con su ganado un «pimpollo de hermosura, pastora en edad perfecta» a la que cubren las más perfectas cualidades como ser humano y como mujer:

[...] en sus razones dulces, sabia y elocuente; en su grave y recogida vista, apacible; en sus palabras, amorosa, y en ellas muy medida; grave en su presencia; y en cualquier inclinación y arte, tan avisada y sagaz, que la celebraban por oráculo de aquel ameno y rico prado (p. 52).

Nuestra sabia pastora no entretiene su ocio en trivialidades y juegos vanos, como es típico de la novela pastoril, sino que está apesadumbrada y llorosa pensando en el pecado original, y entona su canto con un soneto cuyos inicios recuerdan el soneto I de Garcilaso, pero no para recordar el amor perdido, sino la pérdida del paraíso por el pecado de nuestro primer padre. Palmerio, que la oye, acuerda con ella que la causa de su llanto es «tan grande y tan justa [...] que bien tenemos que llorar amarga y tristemente». Con la presencia de estos dos pastores se da la primera digresión, no se olvide que una de las principales características de la pastoril es la digresión extensa sobre variadas materias, y ahora corresponde a Marcilda, que lleva el peso doctrinal de la novela, junto con Anfriso, hablar largo y tendido sobre el pecado de Adán. Basándose en el Génesis relata desde la formación del primer hombre por Dios hasta la tentación del demonio y la expulsión del paraíso. Palmerio le pregunta a veces o apostilla otras, y ella siempre tiene la respuesta oportuna. Con la llegada de la noche concluye esa primera escena23, ambos se despiden, y Marcilda entona una canción (soneto) sobre la culpa de Eva, tema que ha dejado en suspenso. Este excurso sobre el pecado original está legítimamente justificado, pues, además de la importancia que va a tener el pecado original en la defensa de María como Inmaculada, también los Padres de la Iglesia, remontándonos a san Justino, difundieron la idea de María como nueva Eva.