Cubierta

Argentina
una irresistible
persistencia populista

Miguel Ángel Mieres

PENSÓDROMO 21

COLECCIÓN
PENSAMIENTO INDEPENDIENTE

A la memoria de Herman Roth Haber

Mi sincero reconocimiento por la enorme colaboración de Henry Odell,
sin la cual este libro no hubiera sido posible

Mi agradecimiento a Mario Induni por su apoyo y contribución

A mi esposa y a mi hija por su tenaz apoyo durante estos meses

A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el Arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbran hacerlo los antiguos historiadores…

Esteban Echeverría - 1840

Prólogo del autor

El presente trabajo es producto de un análisis desapasionado acerca de distintos momentos históricos vividos por la sociedad argentina durante casi dos siglos.

En el mismo he constatado que, desde el primer tercio del siglo XX, la corriente historicista conocida como «revisionismo» había hegemonizado el relato histórico en el país y que su influencia, como visión política en casi todo el espectro, había logrado oscurecer y distorsionar toda la historia argentina desde la presidencia de Rivadavia hasta nuestros días.

La sucesión histórica desde Rosas hasta Perón como una línea de continuidad nacional y popular que reivindica esta corriente, expresa uno de los principales nodos conceptuales que lograron enturbiar la comprensión del pasado para interpretar el presente.

El triunfo del pensamiento histórico revisionista, totalmente identificado con el populismo autoritario como política de Estado a partir del golpe militar de 1943, se hizo más evidente con su transformación en representante de la concepción oficial de la historia argentina. El populismo como forma política de esta corriente, se ensambla con el nacionalismo económico y, juntos, protagonizaron el pensamiento político que lideró el rumbo de fracasos que ha marcado la historia argentina.

Las ideas dominantes juegan un papel importante en la vida de las naciones. Superar aquellas que han contribuido a mantener un statu quo social y cultural es tarea de todo momento histórico, aunque la posibilidad de hacerlo depende de factores sociales complejos y determinadas correlaciones de fuerza entre las clases sociales.

Este trabajo intenta confrontar con el pensamiento histórico revisionista y con la forma política adoptada: el nacional-populismo. Esta concepción tiene un estrecho vínculo con el hilo conductor del estancamiento, la corrupción política, la miseria física y la pobreza extrema en Argentina. Se propone como un material político que colabore, dentro de sus posibilidades, en la tarea de superar las ideas que sostuvieron el sino de autoritarismo y corrupción que ha atravesado la vida de los habitantes de esta nación por muchos años.

Es mi interés que los lectores realicen su análisis sin sospechas o pasiones ideológicas que puedan enturbiar una labor realizada con honestidad intelectual y sin prejuicios.

Hago mías las palabras con las cuales el poeta Virgilio explica a Dante el significado del texto escrito en las puertas del infierno:

Conviene abandonar aquí todo temor, conviene que aquí termine toda cobardía.

Miguel Ángel Mieres

Buenos Aires, septiembre de 2014

I - Luces y sombras de la historia

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmiten el pasado.

Carlos Marx - 1852

Cuando se inicia el movimiento revolucionario de 1810 en el Río de la Plata el mundo burgués continuaba su avance en los principales países europeos. Lo nuevo conquistaba de forma arrasadora cada enclave del antiguo régimen. Las consecuencias de la revolución de 1789 escaparon de las fronteras de Francia y con ropajes imperiales intentaban expandir, a su manera, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad bajo la férula napoleónica. España no escapa a la pretensión burguesa y su monarquía borbónica es reemplazada por otro Bonaparte, despótico y mediocre.

Este hecho histórico desata el caos en las colonias españolas de esta región del mundo con lo que se inicia un camino de liberación del yugo español aunque sin claridad —excepto en un pequeño núcleo de intelectuales— acerca de cuál sería el rumbo a tomar.

Como indica la experiencia histórica, las revoluciones devoran a sus padres y enfrentan a sus hijos; aquello que con el tiempo sería la Argentina, no escapa a ese destino trágico.

Este trabajo no pretende ser un resumen de historia argentina. Su objetivo, en cambio, se orienta a ser un análisis político y económico que ayude a comprender a un país que lleva casi 200 años de esperanzas y decepciones que, agudizadas en los últimos 70 años para la gran mayoría de su población, han significado un movimiento oscilante y cíclico, con cortas etapas de grandes esperanzas no basadas en un análisis objetivo, que se continuaban en períodos, casi cíclicos, de descenso a los infiernos. Estas etapas negras siempre estuvieron signadas por la decepción y la desintegración social más reaccionaria. Este carácter social hay que buscarlo en su historia, en la forma en que los hombres se relacionaron entre sí, desde los jóvenes años de una sociedad burguesa naciente que no logró concretarse como república democrático sólida.

Intenta también describir en su historia la evolución de las relaciones de producción1 y su adecuación mediante reformas al desarrollo de las fuerzas productivas2 materiales de la sociedad.

Los hitos históricos que fueron y son señalados como parte de un pasado glorioso, solo manifestaron la voluntad facciosa de un sector dominante para canalizar la totalidad del excedente del producto social en beneficio propio. A partir de esto, la Constitución Nacional como voluntad de la clase burguesa es sistemáticamente violada para el exclusivo beneficio de la fracción hegemónica gobernante.

La lucha entre los sectores propietarios por la distribución del excedente del producto social es un común denominador de la evolución capitalista de una nación. En el caso argentino se manifestó como la necesidad de organizar toda la vida económica, política y cultural al servicio exclusivo y excluyente de un sector de la clase dominante.

El proyecto de la generación de 1880, aunque no fue el único, es ejemplificador como caso típico de hegemonía política y social.

La competencia interburguesa no es producto de una decisión voluntaria de los propietarios: ellos serían más felices con la unión de los patrones y sin reclamos de sus asalariados. Si no tuvieran que lidiar con la lucha de los obreros —frente a lo cual deben invertir y sacrificar cuota de ganancia— cuando llegaran al mercado con sus productos, estos no se venderían por no poder competir en precio con las producidas por otros concurrentes. Ser competitivo en el mercado es una imposición económica inevitable para los capitalistas a fin de lograr que el proceso final termine en ganancia media. Paradójicamente, son las luchas de los obreros para mejorar sus condiciones de vida las que posibilitan que los capitalistas crezcan.

Cabe señalar que la lucha interburguesa que dinamiza el desarrollo de las fuerzas productivas es una manifestación aparente a través de la cual se expresa la lucha de clases como sustrato de las relaciones entre los hombres. En una sociedad esencialmente capitalista, los distintos sectores burgueses concurren al mercado motivados y presionados por la demanda de sus trabajadores que aspiran a mejorar sus condiciones de existencia. De esta manera, el ciclo económico objetivo le impone a cada uno de aquellos invertir para revolucionar las condiciones técnicas de trabajo, mejorar la competitividad e incrementar su masa de ganancia.

En las etapas juveniles de la sociedad burguesa, la lucha entre los sectores sociales que representan lo nuevo, queda aparentemente subordinada hasta que la nueva burguesía logra imponer su propia hegemonía política sobre la vieja sociedad. Esta nueva hegemonía le permite abrir el camino para generalizar, sin límites legales, sus propias relaciones de producción y favorecer así el desarrollo de nuevas fuerzas productivas.

La posterior búsqueda del poder político por fracciones de las clases dominantes se vincula con adecuaciones a las relaciones de producción que son, en realidad, cambios y reformas de esas relaciones para ajustarlas en beneficio propio.

Este trabajo se propone profundizar en la dinámica de las relaciones de producción que representó la comedia humana argentina en cada momento de su historia. Esto nos permitirá aproximarnos a la comprensión del sustrato de los enfrentamientos que signaron sus triunfos y fracasos y que estuvieron siempre relacionados al movimiento de la sociedad civil 3 en sus alcances y limitaciones.

Lo que vivió Argentina los primeros años de su historia —especialmente en el período que se extiende entre 1820 y 1861— fue justamente la dinamización social en el marco de esas contradicciones al interior de las clases dominantes que, finalmente, se expresará en la supremacía de un sector determinado de dichas clases. En ese período de nuestra historia se acrecentó la supremacía social de la clase de los terratenientes y su alianza con la burguesía comercial; la sociedad esperó mucho tiempo para que otra clase social marcara el rumbo nacional.

El cambio se produjo casi 80 años después, durante la segunda y tercera década del siglo XX cuando la burguesía como clase, y esencialmente su burguesía industrial, logra una presencia económica importante aunque su liderazgo social y político no se manifestó hasta más tarde; pero este es un tema complejo que analizaremos con más detalle en otros capítulos.

Paralelamente a este fenómeno, la clase obrera crece de forma cuantitativa y aparece en la escena social como clase en sí.4 Carece de independencia política, organizativa y cultural, alistándose, en consecuencia, a partir de la cuarta década del siglo XX, detrás de fracciones de esa burguesía industrial joven en sus expresiones políticas y organizativas.

Esta permanente incapacidad de la Argentina de transformarse en un país democrático-burgués, integrado, serio y predecible en términos internos y externos, no dependió de la mala voluntad de los terratenientes o de las distintas facciones burguesas y sus alianzas internacionales. Tampoco del militarismo como representante de la oligarquía, aunque unos y otros manifestaron siempre un espíritu tenazmente reaccionario y depredador sobre el resto de la sociedad.

Las causas debemos buscarlas en la debilidad sistémica de las clases trabajadoras, en su escaso peso social cuantitativo entre 1880 y 1930 y en la carencia de independencia política, organizativa y cultural, durante toda la segunda mitad del siglo XX.

Las propias limitaciones de la sociedad civil en general deben ser buscadas en el nacionalismo y el populismo de las masas trabajadoras.

Esta ideología nacional-populista ha mantenido durante 60 o 70 años a la clase trabajadora como rehén de uno u otro sector, de una u otra fracción burguesa, y bajo la dirección política del populismo en sus dos variantes: oligárquica y plebeya. Estas variantes del populismo reaparecerán en otras partes del trabajo y responden a una forma distinta de relación entre los líderes —por las características de estos— y la «masa popular»; por supuesto, no es ajeno a esta forma política el escaso nivel de desarrollo alcanzado por la sociedad civil y la propia historia del país.

Nuestra historia política nos indica que el nacional-populismo no es una exclusividad de ciertos movimientos tradicionales y sus variantes modernizadas; atraviesa de manera transversal a los partidos de casi todo el espectro político y a toda la sociedad civil, esencialmente a los sectores asalariados que fueron y son las principales víctimas de un patrón de pensamiento y una política que siempre los subordinó al populismo nacional.