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Índice

 

 

 

Portada

Dedicatoria

 

Introducción

El reencuentro

Reconocimiento y rechazo

Las primeras reivindicaciones a nivel internacional

La recuperación interior

La aceptación por parte de la historiografía internacional

Valoración de la crítica en España

La arquitectura gaudiniana y el mundo de la imagen

 

Capítulo 1

El contexto histórico

Aproximación biográfica a Antoni Gaudí

 

Capítulo 2

La naturaleza

La geometría

El taller

Los materiales

El diseño. Muebles y objetos

 

Capítulo 3

Primeras obras y obras menores

Proyectos no realizados

Nave de blanqueo de la Coooperativa Obrera Mataronense

Casa Vicens

El Capricho

Finca Güell

Palau Güell

Palacio episcopal de Astorga

Colegio de las Teresianas

Casa de los Botines

Bodegas Güell

Iglesia de la colònia Güell

Casa Calvet

Bellesguard

Park Güell

Restauración de la catedral de Mallorca

Casa Batlló

La Pedrera

 

Capítulo 4

El proyecto

La cripta

El ábside

Las fachadas

Las torres

Las naves

Las bóvedas

Los ventanales

Las escuelas

Las polémicas

 

Capítulo 5

La simbología

El conservadurismo

La religión

 

Epílogo

Sobre el autor

Créditos

 

 

 

 

A los gaudinistas de ayer, de hoy y del futuro

Introducción

 

 

 

 

El reencuentro

El tiempo transcurrido desde la muerte de Gaudí, en 1926, ofrece la perspectiva necesaria para rencontrarse con su obra y analizar más objetivamente su aportación, tanto en el ámbito académico, como en el divulgativo. Este análisis, además, se ve favorecido por el cambio de actitud estética e historiográfica que se ha dado en nuestra sociedad. Y es que, gracias a las reflexiones derivadas de la posmodernidad, las tendencias unívocas y las lecturas dogmáticas se han visto desautorizadas, por lo que, en consecuencia, ya no impera la ortodoxia de las vanguardias excluyentes, sino que, por el contrario, el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es visto de una manera más abierta y razonada, menos apriorística. Incluso me atrevería a decir que ahora se puede hablar sin reservas de ornato, decoración y belleza, por lo que en algunos sectores la obra de Gaudí ha pasado de ser considerada decadente a ser entendida como radicalmente moderna y libre.

En estas circunstancias ha sido determinante el creciente entusiasmo por todo lo relacionado con el modernismo en sus diferentes versiones: art nouveau, jugendstil, liberty, sezession, etcétera, que ya en el año 1999 llevó a catorce ciudades europeas a asociarse al amparo de la Unión Europea para estudiar y difundir los valores de este ismo, para lo que crearon la Réseau Art Nouveau Network, una iniciativa que sólo fue el inicio de esta recuperación del modernismo que se ha visto implementada por numerosos estudios y por las importantes exposiciones Art Nouveau 1890-1914 (Londres, 2000), 1900 (París, 2000), París-Barcelona (París y Barcelona, 2001-2002), Barcelona & Modernity. Picasso, Gaudí, Miró, Dalí (Cleveland y Nueva York, 2006-2007), Barcelona 1900 (Amsterdam, 2007-2008) o De Gaudí a Picasso (Valencia, 2010), que han contribuido a poner de manifiesto que el art nouveau y el modernismo catalán fueron dos fenómenos coetáneos, de importancia equivalente y estrechamente interrelacionados y que, en la escena catalana, Gaudí fue una figura central y excepcional, aunque tenemos motivos para afirmar que nunca pretendió seguir la moda y optó por vivir recluido en Barcelona, huyendo de la proyección pública y poco pendiente de lo que pasaba en la Europa de los primeros años del siglo XX.

Por último atribuyo el éxito de este reencuentro con Gaudí a la celebración el 2002 del Año Internacional Gaudí, que supuso su reconocimiento definitivo, no sólo por la divulgación del acontecimiento que hizo el Ayuntamiento de Barcelona a través de una completa página web, que incluía también documentada información sobre el arquitecto y su obra, ilustrada gracias a la complicidad de una amplia selección de los fotógrafos que mejor habían interpretado Gaudí (www.gaudi2002.bcn.es); sino porque el objetivo final de esta conmemoración era propiciar una aproximación a los edificios de Gaudí, más allá de sus fachadas y de las imágenes que de ellos ofrecían las postales o carteles. Es decir, se pretendía hacer permeables estos inmuebles, para que los visitantes pudieran aprehenderlos, lo que solo puede hacerse desde la experiencia personal que provocan las formas, los colores, las texturas y los símbolos que Gaudí propuso.

 

 

Reconocimiento y rechazo

Hoy la apreciación de la obra de Gaudí es indiscutible, pero ello no debe hacernos olvidar que no siempre fue así. Es cierto que el arquitecto contó con el apoyo de algunos de sus coetáneos, importantes y respetados hombres de la cultura, como Jacint Verdaguer, Joan Maragall, Enric Prat de la Riba, Josep Pla, Josep Pijoan o Francesc Pujols, y por supuesto de un sector de la burguesía, que se dejó deslumbrar por sus innovadoras y en aquel entonces estrafalarias aportaciones, pero mayoritariamente sus contemporáneos, tanto los modernistas, como los novecentistas, manifestaron públicamente su asombro ante sus propuestas, que rechazaban por incomprensión o disconformidad con sus posiciones ideológicas y estéticas. Estos comentarios y referencias se encuentran en los periódicos, semanarios y revistas de la época, en las que a menudo se hacía burla, particularmente de la Pedrera, el Park Güell y la Sagrada Família, aunque todo ello no consiguió hacer claudicar a Gaudí ni de sus ideas ni de su creación.

La de Gaudí es una obra que refleja energía e intensidad, por tanto, no debería extrañarnos que a lo largo de los años las opiniones que ha generado hayan sido también extremas, entre el reproche y la apología. El número de sus detractores es amplio y conocido, por ello consideramos oportuno mencionar a quienes contra viento y marea y como precursores defendieron la arquitectura de Gaudí de una manera racional. Entre ellos destacamos al arquitecto Josep Lluís Sert, que en 1954 anunciaba que “en la continua evolución de la arquitectura moderna, las últimas experiencias gaudinianas tomarán un valor mayor y serán plenamente apreciadas. Entonces, se reconocerá la grandeza de su papel de pionero”. También cabe recordar al crítico de arte y poeta Joan Teixidor quien afirmaba en 1952 –en ocasión del centenario del nacimiento del “enorme y discutido creador de formas originalísimas (...) la complejidad del cual se confunde a menudo con el enigma y la extravagancia”– que “el paso del tiempo no puede hacer otra cosa que conspirar a favor suyo”, o al prestigioso ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, el más vehemente, que en 1965 proclamaba que “ninguna figura cumbre de nuestro arte ha sido tratada con tanta irresponsabilidad y desconocimiento como Gaudí “.

Este contraste de criterios también lo encontramos a nivel internacional. En 1938 el escritor George Orwell pregonaba en su libro Homenaje a Cataluña que la Sagrada Família era “uno de los edificios más horrorosos del mundo”, mientras que el arquitecto Walter Gropius defendía que los muros de este templo que visitó personalmente en 1907 eran “una maravilla de perfección técnica”, según se menciona en El Propagador de la Devoción a San José de 1 de junio de 1932.

 

 

Las primeras reivindicaciones a nivel internacional

Uno de los primeros en defender a nivel nacional e internacional la obra de Gaudí fue el pintor Salvador Dalí, quien lo hizo apasionadamente en los círculos surrealistas de París y en la revista Minotaure, donde en 1933, es decir, siete años después de la muerte de Gaudí, publicó el ya famoso artículo “De la beauté terrifiante et comestible de l’architecture Modern Style”, acompañado de unas excelentes fotografías de Man Ray. En este texto Dalí manifestaba su admiración por las obras de Antoni Gaudí y hacía explícitas las estrechas afinidades que descubría entre las formas vivas y naturales, la morfología gaudiniana y la doctrina surrealista.

Otro valedor de la arquitectura gaudiniana fue Le Corbusier. Refiriéndose al pequeño edificio de las escuelas provisionales de la Sagrada Família, que conoció en 1928 en un viaje por España, el arquitecto suizo escribió: “lo que descubrí en Barcelona era la obra de un hombre de una fuerza, de una fe, de una capacidad técnica extraordinarias (...) Gaudí es el constructor de 1900, el hombre de oficio, constructor de piedra, de hierro o de ladrillo. Su gloria resplandece hoy en su propio país. Gaudí era un gran artista”. La impresión que este edificio causó en Le Corbusier fue tan grande que lo dibujó en su bloc de notas, siendo éste un apunte ampliamente reproducido para explicar esta obra de reducidas dimensiones de Gaudí. De todos modos, la influencia del arquitecto catalán en la producción de Le Corbusier podría ir más allá puesto que incluso hay quienes han establecido relaciones conceptuales entre algunas obras de Gaudí y la capilla de Notre Dame du Haut, en Ronchamp, del arquitecto suizo.

A pesar de no ser tan directo o apasionado, debe señalarse igualmente la intervención del primer director del MOMA de Nueva York, Alfred H. Barr jr., que en 1936, al seleccionar las obras que debían configurar la exposición Fantastic Art, Dada, Surrealism, que preparaba para su museo, decidió incluir creaciones modernistas y también algunos objetos gaudinianos.

Pero probablemente quien más ha hecho en la reivindicación nacional e internacional de la figura de Gaudí es el arquitecto barcelonés Josep Lluís Sert, ya citado anteriormente, que antes de ser presidente del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), entre los años 1947 y 1956, y decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard, entre 1953 y 1968, llevó a cabo una tarea realmente difusora del trabajo de Gaudí. Fue él quien sugirió a Le Corbusier visitar la obra de Gaudí en 1928, él quien la defendió en 1934 desde las páginas de la revista AC (portavoz del GATCPAC), él quien impulsó la exposición Gaudí, comisariada por Henry-Russell Hitchcock, que el MOMA de Nueva York preparó en 1958, en la que se hizo una amplia revisión de la obra de Gaudí a través de 85 fotografías y objetos, y finalmente él el autor, junto con James Johnson Sweeney, del libro Antoni Gaudí, en el que hacía una revisión general del personaje, tanto desde el punto de vista personal y biográfico como desde el artístico y arquitectónico. Una publicación decisiva en la universalización de la obra de Gaudí, ya que fue editada en inglés, alemán y castellano y tuvo una amplísima difusión.

 

 

La recuperación interior

En nuestro país, el primer síntoma de recuperación pública de la figura de Gaudí no llegó hasta finales de la posguerra y lo protagonizó la asociación Amigos de Gaudí, creada en 1952 por Cèsar Martinell, quien también fue su presidente. El objetivo de esta asociación, que agrupaba las fuerzas renovadoras de la arquitectura vinculadas al racionalismo y al organicismo, era celebrar el centenario del nacimiento de Gaudí y, a partir de ahí, promover la difusión y la valoración de su obra. El acto más relevante que prepararon fue una exposición conmemorativa que se presentó en el salón del Tinell de Barcelona en 1956 y que fue la inductora de la que poco después se haría en el MOMA de Nueva York. En los círculos culturales esta iniciativa fue muy bien acogida, tanto que Amigos de Gaudí tuvo que establecer delegaciones en otros países del mundo y en 1956, y como sección de la asociación, se creó el Centro de Estudios Gaudinistas, que contó con el apoyo del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya i Balears, y que tenía como fin promover el “conocimiento documentado de la obra” de Gaudí, establecer la relación de su arquitectura con “la actual” y fomentar un ambiente propicio para “la continuación más adecuada de la Sagrada Família”; por eso se dedicaron a organizar visitas comentadas, conferencias, concursos y publicaciones que implicaban a las fuerzas vivas de la arquitectura y la historia del arte.

En 1994 el Centro de Estudios Gaudinistas, inactivo desde 1973 debido a la muerte de Martinell, inició una nueva etapa impulsado esta vez por Toshiaki Tange y Luis Gueilburt y entre 1994 y 2002 convocaron anualmente unas muy concurridas Jornadas Internacionales de Estudios Gaudinistas.

Entre otras actividades vinculadas a la preservación de los muebles e inmuebles gaudinianos, documentación y archivo, en 1961 Amigos de Gaudí adquirió la casa de muestra del Park Güell –en la que Gaudí había vivido–, que en 1963 transformaron en una casa-museo, hoy patrimonio de la Fundació de la Junta Constructora del Temple Expiatori de la Sagrada Família, y donde aún se presentan objetos y muebles diseñados por Gaudí y efectos personales del arquitecto.

En este trabajo de recuperación también ha sido decisiva la labor llevada a cabo desde marzo de 1956 por la Càtedra Gaudí, adscrita a la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona, de la Universitat Politècnica de Catalunya, que desde entonces se ha dedicado fundamentalmente a recoger documentos, publicaciones y objetos vinculados a la vida y la obra de Gaudí y ha promovido el trabajo de investigación y publicaciones. Su primer director fue Josep Francesc Ràfols, biógrafo y discípulo de Gaudí, quien al jubilarse fue reemplazado por el prestigioso historiador del arte y arquitecto Josep Maria Sostres Maluquer, al que en 1968 sucedió Joan Bassegoda i Nonell quien estuvo al frente de la cátedra hasta finales del 2008, cuando lo relevó el profesor Jaume Sanmartí.

La Càtedra Gaudí fue la principal impulsora de las gestiones que lograron que en 1969 diecisiete obras de Gaudí fueran declaradas monumento histórico artístico nacional (mención que en aquel momento sólo podían conseguir los edificios que tuvieran más de cien años) y que el Palau Güell, el Park Güell y la Pedrera fueran declarados bien cultural del patrimonio mundial por la Unesco en 1984, el máximo reconocimiento internacional que se puede dar a un edifico o paraje. Una distinción que en el año 2005, y a consecuencia del impulso que supuso la celebración del Año Internacional Gaudí y de las gestiones llevadas a cabo por el Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya y el Ministerio de Cultura, se amplió a las siguientes obras: casa Vicens, la iglesia de la colonia Güell, la casa Batlló y la fachada del Nacimiento y la cripta de la Sagrada Família.

 

 

La aceptación por parte de la historiografía internacional

A pesar de la importancia y la capacidad de influencia de los anteriormente referidos defensores de Gaudí a nivel internacional, éstos no fueron suficientes para que el arquitecto fuera reconocido como merecía en el campo de la historiografía del arte y la arquitectura. Para ello, aún tuvieron que pasar unos años, puesto que Gaudí no dejó de ser considerado un fuera de lugar hasta que el estilo internacional comenzó a ser cuestionado e inició su declive y hasta que la arquitectura moderna no empezó a buscar otros campos de expresión vinculados a la organicidad y los modelos naturales.

El caso de Sigfrid Giedion es un buen ejemplo. En su obra de referencia de 1941 Space, time and architecture Gaudí no es ni mencionado. Claro que su lectura de lo que es la modernidad también ignora a figuras tan relevantes como Hoffmann, Olbrich, Mendelsohn o Mackintosh.

Diferente es lo que pasó con Nikolaus Pevsner, que en la primera edición de Pioners of the Modern Design (1936), su obra fundamental, no se olvidó de Gaudí, pero sólo lo citó en las notas. Afortunadamente, el mismo Pevsner en el prólogo para la primera edición española de su libro se lamentaba de este hecho indicando que “si tuviera que escribir de nuevo mi libro, es aquí donde haría las modificaciones más importantes. Ahora me parece absolutamente necesario que Antoni Gaudí, que sólo figura en las notas aclaratorias, figure en el texto como el arquitecto más significativo del art nouveau, como que en efecto lo es. Es más, pienso que fue el único genio que realmente produjo ese movimiento”.

Con todo, el que se atrevió a romper con los cánones anglosajones, los esquemas racionalistas o la visión wrightiana de la modernidad de un modo más decidido fue el arquitecto e historiador italiano Bruno Zevi, quien en su Storia dell’Architettura Moderna (1950) situaba Gaudí junto a Horta, Van de Velde, Mackintosh, Wagner, Olbrich y Hoffmann, es decir, aquellos que consideraba precursores de una vía antiacadémica que le permitía avanzar por caminos organicistas. Y en esta apuesta, Gaudí fue el eslabón que Zevi necesitaba para atar el modernismo y los creadores con la arquitectura orgánica que empezaba a manifestarse en la Europa de aquel momento. Por eso le dedicó Un genio catalano: Antonio Gaudí (1950), un escrito que cambió la orientación de la crítica de la arquitectura de aquellas décadas y convirtió a Gaudí en una figura fundamental de la arquitectura del siglo XX.

En Italia, el camino iniciado por Zevi en el estudio y defensa de Gaudí tuvo varios seguidores. Uno de los primeros fue Roberto Pane, el prestigioso profesor de la historia de la arquitectura en la universidad de Nápoles, quien en 1964 publicó una monografía que recogía todas las investigaciones que había llevado a cabo anteriormente y que complementó posteriormente con diferentes artículos. Tampoco podemos olvidar la aportación del profesor Leonardo Benevolo que en su Storia dell’Architettura Moderna (1973) reivindicaba la aportación heterodoxa del art nouveau frente al imperante neo-liberty italiano y situaba a Gaudí como uno de los pioneros de la modernidad, literalmente decía “basta comparar las fechas de aparición de las obras (...) con la cronología de los primeros edificios y movimientos europeos de vanguardia para que la tarea anticipadora del arquitecto catalán se ponga de manifiesto”, ni la de Manfredo Tafuri y Francesco Dal Co. que en su Architettura Contemporanea (1977) interpretaron el art nouveau como una autoliquidación del clasicismo y afirmaron que Gaudí ya no era un “genio aislado”, ni el creador de una arquitectura excéntrica, sino un arquitecto que compartía el espíritu de las arts and crafts y del neogoticismo violletiano.

Esta recapitulación no puede olvidar el trabajo llevado a cabo por el profesor George R. Collins, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Columbia. Si el papel de Sert en la difusión de Gaudí en Estados Unidos es muy importante, no lo es menos el de Collins, autor de diferentes estudios sobre Gaudí, entre los que cabe destacar una monografía (1960), una impresionante bibliografía sobre el arquitecto catalán y el modernismo (1973) y el catálogo que preparó junto con el profesor Joan Bassegoda i Nonell de los dibujos de Gaudí (1983). La implicación de Collins en la defensa de Gaudí le llevó incluso a presidir la asociación Amigos de Gaudí en Estados Unidos y a legar su archivo al Art Institut de Chicago, convencido de que esta institución velaría por su conservación, como realmente ha sido.

Junto a estas obras cabe mencionar la magna investigación llevada a cabo por el arquitecto y estudioso japonés Tokutoshi Torii quien con el apoyo del Instituto de España publicó en 1983 El mundo enigmático de Gaudí, dos volúmenes dedicados al todo Gaudí, el primero como exégesis de su vida y obra y el segundo con profusa y excepcional documentación gráfica. También las aportaciones del holandés Jan Molema, que en 1985 consagró su tesis doctoral a Gaudí, que se publicó en castellano en 1992 (Antonio Gaudí. Un camino hacia la originalidad). Molema había fundado en 1975 el Gaudí-groep Delft, desde el que impulsó diversos trabajos dedicados al arquitecto y editó en 2004 el clarificador libro Gaudí. Constructie van verleiding, del que en el año 2009 apareció la versión castellana (Gaudí. La construcción de los sueños).

Y no puedo acabar este repaso a los trabajos centrados en Gaudí e impulsados en el extranjero sin aludir a Gaudí, Rationalist Met Perfecte Materia Albeheersing (1979) que precisamente recogió los estudios del Gaudí-groep Delft y que fue un revulsivo que tuvo continuidad en el libro Gaudí. Das Model (1989) que publicó Jos Tomlow, a iniciativa de Harald Szeemann, recogiendo la exhaustiva documentación que se hizo bajo la supervisión del profesor Frei Otto, director del Instituto de Estructuras Ligeras de Stuttgart, en el proceso de ejecución de una réplica a escala real de la maqueta suspendida de Gaudí, que actualmente se encuentra en el Museu de la Sagrada Família.

 

 

Valoración de la crítica en España

En vida, Gaudí no fue una persona proclive a difundir su obra ni ninguna teoría, por ello son de gran utilidad los libros que nos legaron sus discípulos: el anteriormente nombrado Josep Francesc Ràfols, su biógrafo (1929); Joan Bergós en Gaudí, l’home i l’obra (1954); Isidre Puig-Boada con las monografías dedicadas a El templo de la Sagrada Familia. Síntesis del arte de Gaudí (1952) y La iglesia de la colonia Güell (1976), o Cèsar Martinell con los libros Gaudí i la Sagrada Família (1951), La Sagrada Familia (1952), y sobre todo Gaudí: su vida, su teoría y su obra (1967).Pero más allá de estos autores que pudieron escribir influenciados de alguna manera por el conocimiento personal que tenían del arquitecto, debemos destacar de entre la bibliografía editada en España favorable a Gaudí y a su aportación a la historia del arte y la arquitectura, las contribuciones del profesor Alexandre Cirici: un libro pionero que consagró al Arte modernista catalán (1951), que incluye un importante capítulo dedicado al gaudinismo, y una monografía de la Sagrada Família (1952). También las del crítico y poeta Juan Eduardo Cirlot, otro estudioso entusiasta de Gaudí que vinculó al arquitecto con las vanguardias en dos libros que aún hoy siguen editándose: El arte de Gaudí (1950) e Introducción a la arquitectura de Gaudí (1966), una interpretación poética y apasionada del arquitecto que no ha perdido vigencia.

Una lectura más moderna y actualizada de Gaudí es la que hizo el arquitecto e historiador Oriol Bohigas en Arquitectura modernista (1968), visión que completó posteriormente con diferentes artículos y con el libro Reseña y catálogo de la arquitectura modernista (1973).

A partir de los años setenta es imprescindible mencionar los trabajos del arquitecto Joan Bassegoda, quien por muchos años fue catedrático de la Escola d’Arquitectura de la UPC de Barcelona, director de la Càtedra Gaudí y presidente de la asociación de Amigos de Gaudí, especialmente El gran Gaudí (1989), una obra de referencia, que documenta exhaustivamente a Gaudí, su vida, su obra y su actuación, y es que pese a ser una compilación algo deslavazada de múltiples artículos, informes y memorias escritos a lo largo de su vida, sigue ofreciendo datos valiosos. En aquellos años la visión de Bassegoda se complementó con la del también arquitecto Carlos Flores, que desde Madrid hizo una defensa entusiasta de Gaudí y Jujol como figuras cumbres del modernismo (1982). A ellos se les suma, en la interpretación de la arquitectura de Gaudí, un grupo de arquitectos e historiadores del arte, entre los que hay que reseñar, por la importancia de sus aportaciones, a Salvador Tarragó (1974), Ignacio Solà-Morales (1983) o Juan José Lahuerta (1992), autores que rehúyen la línea hagiográfica propia de los novecentistas y aportan datos y reflexiones que ayudan a situar a Gaudí en el mundo moderno.

Y tampoco podemos olvidar la abundante bibliografía generada a partir del momento en que se utilizó el ordenador para definir y calcular las estructuras gaudinianas. Unas publicaciones quizá demasiado especializadas para el lector no profesional pero que suponen una importante contribución porque ponen de manifiesto que detrás del Gaudí artista, escultor, dominador del lenguaje plástico y de los recursos propios de los oficios existe el Gaudí de la síntesis geométrica, el que no se dejó llevar sólo por el sentimiento, el que nunca diseñó formas sin motivo. Y entre estas publicaciones es imprescindible citar Antoni Gaudí. Expiatory Church of the Sagrada Família (1993) del profesor de la RMIT de Australia, Mark Burry; La Sagrada Familia. De Gaudí al CAD (1996) del que son autores J. Gómez, J. Coll, J. C. Melero y M. Burry, que tuvo su continuidad en Sagrada Família S. XXI. Gaudí ara /ahora / now (2008); El último Gaudí (2000) de Jordi Bonet; el catálogo de la exposición Gaudí. La búsqueda de la forma. Espacio, geometría, estructura y construcción (2002); El templo de la Sagrada Familia de Jordi Faulí (2006), o Gaudí Unseen. Completing the Sagrada Familia (2007) del anteriormente citado Mark Burry.

 

 

La arquitectura gaudiniana y el mundo de la imagen

A estas alturas, es una obviedad decir que la obra de Gaudí es internacionalmente conocida y quizá también lo es recordar el papel transcendental que la fotografía ha tenido en esta divulgación. Pero me gusta incidir en el hecho de que la obra de Gaudí ha dado mucho juego a los fotógrafos, porque, a pesar de la dificultad que comporta enfrentarse a sus edificios, estos permiten una gran experimentación plástica y constructiva. También creo necesario evocar la labor llevada a cabo por los arquitectos, fotógrafos, editores y amigos de Gaudí, Marino y Emilio Canosa Gutiérrez, profesores de las escuelas de arquitectura de Barcelona y Madrid, respectivamente, que efectuaron un completo reportaje de los edificios de Gaudí, justo después de la muerte del arquitecto, que publicaron en 1929, ilustrando el libro de Josep Francesc Ràfols, puesto que su trabajo es considerado como una de las lecturas más atentas y detalladas de la obra de Gaudí. Y realmente, aquellas fotografías originales y sus placas que hoy están depositadas en el Centre de la Imatge i la Tecnologia Mutimèdia de la UPC (Terrassa) son, a mi entender, el documento más fiable a la hora de analizar la obra original de Gaudí porque más allá de la calidad de las imágenes encontramos a un Gaudí prístino, antes de que sufriera ninguna alteración producto de reformas, restauraciones o mutilaciones.

Si documentalmente es inevitable hablar de los hermanos Canosa, es difícil elegir a aquellos que han interpretado artísticamente mejor el trabajo de Gaudí, pero es obligado aludir al artista y fotógrafo surrealista Man Ray, algunas de cuyas imágenes de la Pedrera ilustraron, como hemos dicho, un artículo de Salvador Dalí en la revista Minotaure, o a Joaquim Gomis, quien entre los años cincuenta y sesenta y siguiendo las pautas de la fotografía subjetiva captó profusamente los edificios gaudinianos, editó varios libros de la serie Fotoscop e hizo muchos pases de diapositivas en las universidades europeas y americanas, o a Francesc Catalá-Roca, cuyos trabajos podemos situar dentro del realismo fotográfico más exigente, por lo que han ilustrado libros monográficos de Martinell y Solà-Morales, y muchas de las guías (de Barcelona, Catalunya y España) que produjo a lo largo de su vida.

Aunque en otro registro, igualmente contundentes son las instantáneas del fotógrafo, escritor y cineasta francés Clovis Prévost, uno de los que mejor ha sabido captar la fuerza del universo gaudiniano, que comenzó a fotografiar siendo estudiante de la escuela de arquitectura de París. Ante la intensidad y efectismo de sus imágenes se comprende que no fuera por azar que Salvador Dalí lo invitara a ilustrar el libro que promovió con Robert Descharnes, en 1969.

Porque ofrecen una visión misteriosa y fantástica hay que recordar las fotografías del japonés Eikoh Hosoe, que, desde que en 1964 conoció la obra de Gaudí, dedicó trece años a trabajarla, iniciando una vía que han seguido otros japoneses, como Kishin Shinoyama, Hiroshi Teshigahara o Yukio Futagawa, por citar algunos.

Y volviendo a nuestro entorno más inmediato no puedo renunciar a mencionar a Leopoldo Pomés, Humberto Rivas, Rafael Vargas, Ramon Manent o Marc Llimargas, y también a Pere Vivas y Ricard Pla, algunos de los muchos fotógrafos contemporáneos catalanes que también se han sentido atraídos por Gaudí y han trabajado su obra, ofreciendo visiones diferentes y complementarias que han sido incluidas en varios libros editados tanto en España como en el extranjero, a las que recientemente se ha añadido la de Gabi Beneyto, que con sus fotografías 3D ha conseguido dar a la obra de Gaudí una volumetría y profundidad inusuales hasta ahora, y que en el fondo responden a la mentalidad tridimensional del trabajo del arquitecto.

Pero en el mundo de la imagen, más allá de las fotografías, es necesario hablar también de las múltiples producciones cinematográficas que se han realizado, bien dedicadas al arquitecto, como los films Gaudí (Josep M. Forn), Gaudí (Josep M. Argemí), Antonio Gaudí, una visión inacabada (John Alaimo), Gaudí (Manuel Huerga) o Gaudí, el rumor de una línea (Manuel Cussó y Evger Bavcar), etcétera, bien porque tienen su obra como escenario, como son El reportero (Michelangelo Antonioni), Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde), Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar), Gaudí Afternoon (Susan Seidelman) o más recientemente Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen).

Aunque estoy convencido de que para entender realmente la obra de Gaudí es imprescindible penetrar en sus entrañas, es evidente que del mismo modo que los fotógrafos son deudores de Gaudí, éste les debe mucho, porque sin ellos y su trabajo el artista catalán no sería hoy reconocido en el mundo como una figura excepcional de la arquitectura moderna.